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VEINTICINCO

CAPITULO XXV: El Pegaso de mármol.

1366 D.C

Todas las princesas del continente habían asistido a la fiesta que había ideado el Rey Jaha con el fin de encontrarles esposas a sus hijos, Kennet y Tristan.

Kennet a punto de cumplir veinte y Tristan apenas tenía dieciocho.

Habían acudido catorce doncellas, una de cada país, cada una muy diferente de la otra demostrando las riquezas en diversidades que poseía el continente.

La mesa era tan larga que parecía perenne, ocupaban más espacio los aperitivos del enorme banquete que las personas; Kennet había sido el segundo en llegar, lo que no era para nada sorprendente pues, Tristan era el puntual de la familia, sin embargo, él no había captado la misma atención que su hermano menor, porque el pelinegro se había ganado la mayoría de los suspiros.

Tuvieron un almuerzo tranquilo, en el que Kennet –poco a poco- conquistó más atención con su carisma, era su fuerte, su manera de llevar una conversación, era simpático, sus chistes eran buenos, además de transmitir mucho con sus expresiones, era totalmente transparente, aun así, Tristan seguía llevando la delantera, siendo completamente misterioso, silencioso y prolijo en sus movimientos, muchas estaban esperando expectantes a que alguna palabra saliese de sus labios.

El último bocado dio Tristan cuando se disculpó y salió de la sala, dejando a Jaha con semblante furioso. No le importaba, a él no le interesaba ni una de esas muchachas, las consideraba mediocres por pretender casarse con él sin conocerlo, peor a su padre por obligarlo a elegir a una de ellas como si fueran trozos de tela. Tristan no era así.

Se dirigió hacia la biblioteca que estaba en el último piso, en la cuarta torre del lado izquierdo del palacio, era redondeada y se distribuía en 2 pisos con escaleras en forma de espiral.

–¡¡¡Tristan!!! –Habló Eire muy alto para llamar su atención. El príncipe elevó su rostro hacia el segundo piso en donde su hermana estaba apoyada en el barandal y se apresuró hasta llegar a ella.

–Mi bella hermana, ¿Cómo te sientes hoy? –Preguntó corriendo un mechón castaño de ella detrás de su oreja, un gesto cariñoso que era costumbre para ambos.

–Estoy muy anhelante, sé que Kennet escogerá una buena esposa.

–Oh y de mí, ¿no deliberas eso? –Bromeó ladeando una sonrisa.

–Lo siento, pero no eres para nada romántico –Bramó con un gesto gracioso en su rostro.

– ¿Crees que no soy... romántico? – Nunca se lo había pensado.

–Eres tan romántico como una roca, pero no tiene importancia, posees cualidades mejores que la sensiblería, por ejemplo, tu inteligencia y además de tu extrema belleza, eres el muchacho más precioso que haya visto jamás y no lo digo porque soy tu hermana. Es la verdad–Tristan elevó una ceja como de costumbre y entrecerró sus ojos.

–Gracias por los cortejos, supongo.

–Te quiero Tristan y cuando te cases, y tengas que marcharte de aquí... voy a extrañarte tanto.

–Tranquila, nunca voy a dejarte sola –Prometió.

–Su alteza –Clamó una voz detrás de algún estante. El rostro de Eire se tornó rojizo y Tristan cambió su semblante cariñoso a uno serio, volvía a ser el de siempre –. Sus majestades –Se corrigió el bibliotecario cuando vio que la princesa no se encontraba sola. Realizó una reverencia.

–Tienes que ir a clases –Comentó Tristan mirándola extrañado –, ¿te sientes bien?

– ¿Qué? Si, si, si estoy bien, ¿Por qué?, ¿Qué pasa? –Se atragantó.

–Nada, estás algo –Con su índice hizo una seña circular sobre su propio rostro –... colorida.

–Debe ser el calor –Sonrió. Tristan se acercó a ella y beso su frente con cariño.

–Pues no te creo, pero no importa, no llegues tarde a tus clases... sabes lo que pienso sobre la impuntualidad –Dijo y se fue bajando las escaleras.

–Sus libros de filosofía están en el mostrador, como siempre, princesa –Comentó de repente el bibliotecario de cabello peculiar, Eire lo observó con una pisca de nervios y asintió de manera torpe, al instante, el chico se marchó.

«–Tranquila, nunca voy a dejarte sola –Prometió»

***

Día 30 de la desaparición de Eire.

La noche anterior Eire quedó planchada sobre un trozo de tela, como de costumbre los últimos treinta días de su propia fuga.

Lennox se sentó en la entrada de los frondosos árboles prometiendo que no se iría a dormir hasta que ella no despertase, debían montar guardia por si los de la brecha aparecían. Desde luego que el rubio sabía perfectamente que no iba a quedarse ahí parado sin más, sin hacer nada.

Eire despertó y se encontró con que en el lugar en donde debía estar el muchacho haciendo guardia, había una extraña manta de florecitas y pastos. Se acercó a ella con dificultad (aun le punzaba la pierna de vez en cuando) y la tomo con demasiada calma, era una corona hecha de manera desprolija con flores y hojas de pino. Estaba horrible pero si la hizo Lennox entonces era simplemente perfecta.

Se la colocó con una gran sonrisa que provocó unos hoyuelos inocentes, además de sus ojos brillando y su vientre bailando ante la alegoría de aquel presente.

Aun así, Eire estaba furiosa porque él se atrevió a dejarla sola y entrecerró los ojos en cuanto notó que había un papel doblado esparcido por allí, probablemente el viento la había empujado.

«Estar despierto durante tantas horas me hizo descubrir que con pulpa de mora y la punta de una rama, puedo escribir más o menos bien y otro par de cosas que tendré que averiguar yo mismo. Que sepas que no me importa si te enojas. L.P »

Lo siguiente que hizo luego de arrugar el papelito en un bollo y lanzarlo en un bolsillo, fue sentarse, dispuesta a traducir aquellas palabras del libro del Edén, hasta el momento solo pudo darse cuenta de que ''Itirbe ehcirb'' no significa ''abrir rotura'' como lo pensó en algún momento, sino que quería decir ''Ábrete brecha''; se quedó hipnotizada mirando hacia la maleza que no noto el momento en que Lennox se sentó a su lado, mirándola de forma tan intensa como una tachuela.

– ¿Qué miras?

–Te veo a ti –Respondió causando que el color rojo invadiera cada partícula en el rostro de Eire.

–Extraño a mí hermano –Confesó, sintiéndose liberada. Aunque a Lennox probablemente no les interesaban en lo absoluto. No sabía exactamente por qué lo dijo, tampoco supo que más responder al hecho de que él la estuviese mirando a ella.

–Él te está buscando –Confirmó. Eire negó.

–No, la ley de los derechos humanos, expresa que el Rey solo invierte patrimonio en búsquedas de personas desaparecidas hasta los quince días, luego, si no aparece se deja de buscar, pues es dinero perdido y se necesita para otros asuntos.

– ¿Qué dice la ley sobre la desaparición de la princesa? –Preguntó interesado. Él no tenía ni idea de las leyes sinceramente, solo lo básico: no robar, no matar, no traicionar, etc.

–El artículo dice que todos somos iguales ante la ley, no importa quien seas, solo te buscarán durante quince días, de lo contrario te declaran... muerto.

–Estoy seguro de que Tristan no te dejará de buscar.

– ¿Tu que sabes?, no lo conoces, ni siquiera le dirigiste la palabra alguna vez, ni a él, ni a mí.

–Yo no hablo, pero escucho... una vez te prometió jamás dejarte sola y sé que él tiene cierto favoritismo hacia ti –Lennox continuaba observándola de manera intensa con sus orbes plateados que Eire simplemente no podía asimilar el entorno a su alrededor.

–Como sea, ¿A dónde has ido? –Reclamó. Luego bajó la vista hacia el libro.

– ¿Descifraste eso? –Cambió de tema.

–''Ábrete brecha, es una orden. Ábrete brecha, soy un heredero. Ábrete brecha, ríndete ya.

»En el campo de begonias, debes enunciar; luego del acantilado de dagas cruzar y cuando escurras al gran Pegaso, tres días tomará el camino atravesar –Recitó.

–Los Pegasos no existen –Escupió Lennox.

–Es en sentido figurado... solo que no sé qué significa.

–Son indicaciones, puedes encontrar un Pegaso en cualquier cosa, un dibujo, una escultura a las afueras de una iglesia –Dijo lentamente, cuando lo recordó y agrego: –. La iglesia.

– ¿Hay un Pegaso en la iglesia?

–Sí, es... está en el techo, pero es pequeño... como de tu tamaño –Murmuró. Eire lo miró mal.

– ¿Cómo que de mí...? –Revolvió su cabeza con cuidado de no lanzar la corona de flores lejos –Olvídalo. ¿Dónde has estado?

–Fui al ordenador –Contestó restándole importancia.

– ¿Perdiste la razón? Después de lo que me has contado, ¿te atreves a volver allí?

– ¿Qué te conté? –Fueron tantas cosas.

–Que te volviste loco, que quien sabe si le has quitado la vida a un inocente guardia.

–No es quien sabe; si lo maté –Dijo Lennox. Eire lo miró con recelo.

–Tú no has matado a nadie, eso es lo que crees que sucedió pero no fue así.

–Princesa, tú no sabes.

–No hablemos del tema, quiero saber por qué razón has ido a ese condenado lugar.

–Fui porque no puedo creerme que seamos hermanos –Respondió con naturalidad. Lennox no creía del todo que aquello fuera real, a pesar de que la Ordenadora se lo mostró, a pesar de que su propia madre se lo decía: era una verdad innegable que él mismo se rehusaba a creer y no iba a descansar hasta encontrar la respuesta que él quiere oír. Era muy pretencioso de su parte.

– ¿Alguien... te vio? –Sonsacó pasmada. Al parecer, el sentimiento de no querer ser hermanos era reciproco.

–Esta vez no, no sé qué demonios estaba buscando, leer una y otra vez algunos pergaminos deteriorados, aunque todo puede ser...

–Yo incluso llegué a creer que era la hija de ese muchacho –Lennox la miró con curiosidad. Eire comenzó a achicarse en su lugar ante la repentina atención que él le estaba prestando –... que te dije, ese que estaba con mi madre, que tenía alas como tú y le decía que no iba a... a...

– ¿A...? –La animó a continuar en cuanto notó que comenzó a balbucear.

–Tonterías, pensaba tonterías porque yo tampoco puedo creerme que somos hermanos –Lennox ladeo una sonrisa, poco a poco iba acercando su mano hacia su cabeza para acomodar unos mechones de cabello que estaban hacia arriba como si fueran ramas de árboles, provocando en la castaña como un hormigueo intenso en su espina dorsal y en todo su cuerpo cuando el calor corporal de Lennox rozo en sus mejillas.

Entonces se apartó rápidamente, aunque sufriendo como si le hubieran aplastado el corazón y se disculpó por permitirse estar tan cerca de ella, irrumpiendo su espacio personal.

–Discúlpame...

–Está bien... –Contestó en un susurro, negando levemente.

–Princesa, esto no está bien –Contestó amargadamente. Eire se apresuró en sujetarlo de ambos lados de su rostro, en su mandíbula huesuda.

–Lennox... –Pero él se alejó, le dio la espalda mientras se rascaba la cabeza.

–Traduce lo que puedas, iremos en la tarde hacia la iglesia.

–Lennox, espera –Alzó la voz, trotando para alcanzarlo. Él continuaba caminando a paso acelerado hacia quien sabe dónde, mirando hacia adelante, simulando no escucharla –. Lennox no puedes fingir que nada sucede aquí.

– ¿Qué sucede aquí? –Preguntó frenando de repente, posándose frente a ella. Eire lanzó el aire con insuficiencia.

–Nosotros...

– ¿Nosotros? –Interrumpió –, nosotros somos hermanos.

–No estamos seguros de eso.

–Escúchame, no voy a negarte nada –Exclamó con sus ojos bien abiertos, como si quisiera gritarle que moría por acariciarla –, nada. Pero hasta que no se demuestre lo contrario...

–Hasta que no se demuestre lo contrario no somos hermanos, ¿verdad? –Lennox sonrió, deseando aquello.

–Al revés. Lo somos, no vamos a arriesgarnos.

– ¿Qué acaso no nos estamos arriesgando ya? –Se refirió a los sentimientos, si bien Lennox se negaba a tocarla, había dejado en claro que sentía algo por ella. Y en caso de estar en el mismo árbol genealógico...

–Tal vez tú te estés arriesgando, yo no –Mintió con descaro, dejando a Eire totalmente petrificada.

***

Día 30 de la desaparición de Eire.

La Ordenadora miraba el rostro roto de Claíglas con cierta consideración. El pecado más pequeño se volvió fuerte de repente y sus ojos grises se tornaron amarillos. El dolor aumentó gradualmente como si fuera una revelación.

–Tengo que matarlos, tengo que matarlos –Murmuraba chiflado.

–Todavía no es la hora –Respondió con calma.

–El pecado aumenta, mientras más tiempo pasa, más crece y junto a eso mi dolor. Ya no quiero existir más, déjeme matarlos.

–Está bien, solo porque no aguantaría ni un segundo más verte sufrir –Dijo la Ordenadora.

– ¿Y Si Feaid me supera?

–Lo hará, no dejará que toques un cabello de Claíglas –El pequeño bajó su rostro con enfado –. Pero que eso no te detengas, recuerda que renacerás más fuerte, hasta que un día serás más fuerte que él y no podrá ganarte. Obtendrás su muerte y con eso abandonarás esta vida que se te concedió de manera cruel.

– ¿Qué hay de Silibino, sabes quién es?

–Sibilino –Corrigió –. Aún no sé, es una amenaza para mí pero debe haber una razón para que Abarta me lo haya advertido... él nunca me haría un favor –Relató. Se sabía de buena tinta que La Ordenadora fue creada por Apócrifo, ella era una parte de él que él destinó a los pecados que se le escapaban de las manos.

»Si bien, todo dios es omnipotente, Apócrifo también lo era, pero a diferencia de los que se conocen, él tiene allegados que comparten la divinidad. Apócrifo es apenas más poderoso que el resto, por eso creó la humanidad, conoce todo lo que sucederá y lo que no será; aun así, no prevé las acciones de sus compañeros porque ellos también son dioses (solo que de menor escala) por esa razón, se decidió a crear La Brecha, para que los pecados cometidos por sus dioses compañeros sean borrados.

La Brecha, es un lugar entre el infierno, la tierra de los mortales y el paraíso; destinada a crear criaturas a la medida de los pecados de los dioses que se enamoran de mortales. Las bestias, crecen hasta estar listos para borrar de la existencia a los pecadores, sin embargo, si por alguna razón ellos no ganan, entonces vuelven a nacer aún más fuertes y mejor preparados para liquidar a todos.

Tanto poder es el que posee Apócrifo, que indicó a La Ordenadora que iba a tener un sucesor en cuanto ella comenzase a fallar, pero eso fue hace milenios, tanto que incluso ella olvidó su aviso.

–Maldito Dagda, él y su engendro me están causando muchos problemas –Se quejó.

– ¿Por qué Abarta nunca te haría algún favor? –Chismoseó.

–Porque es fiel a Apócrifo.

–Si le es tan fiel, ¿entonces por qué creo a Sibilino a sus espaldas?

– ¿No comprendes? –Preguntó mirándolo de lleno. El pequeño negó – Abarta lo hizo a sus espaldas sí, pero Apócrifo ya lo sabe, ¿acaso subestimas su grandeza?

– ¿Por qué no hace nada al respecto, entonces?

–Porque así se comporta Apócrifo, él sabe lo que va a suceder y juega con eso. No importa lo que haya creado Abarta, la existencia de Sibilino es algo que él espera... Apócrifo planeo esto y nosotros somos sus marionetas, una vez más –Con sus garras rasgó el agua gris y murmuró: – Solo hay dos posibilidades de quitarle la vida a la niña, dos de un millón. Tal vez lo logres hoy, probablemente no pero hazlo. Hazlo ahora –Del agua surgió una luz morada con chispas negras que poco a poco dejaba a la vista un frondoso pastizal, un par de rocas apiladas y los insectos se espantaron cuando el pequeño pecado lo atravesó adentrándose al mundo de los mortales. Se volteó para observar a la Ordenadora por última vez antes de que ella cerrase aquella brecha y se dispuso a seguir el rastro celeste que dejaban sus creadores, en la brecha los llamaban Feaid y Claíglas... en su mundo eran Lennox y Eire.

***

Día 30 de la desaparición de Eire.

Con el sol precioso que adornaba la tempestad, las ropas se habían secado increíblemente rápido. Eire estaba agradecida de poder ponerse el vestido limpio, el vestido gris con piedras (que ya le faltaban algunas porque las arrancaban para intercambiarlas por comida, agua y espadas) que había usado el mismo día que se escapó de su palacio. Aunque esa tela quedo algo entumecida debido a que ella solo lo frotó con agua, pero no importaba, estaba limpio al fin y al cabo.

Lennox, llevaba puesta una camisa holgada blanca que lo hacía verse como un ser de luz –pensaba Eire– porque el sol brillaba alrededor de sus cabellos y su piel pálida, enmendó su campera larga con dos parches en la espalda y prometió que antes de volver a desplegar sus alas, iba a quitársela para no romperla y tener que volver a coserla. Su pantalón era humilde, verde oscuro, con muchos parches y bolsillos, y usaba botas de cuero en las que escondía tres cuchillos. Un detalle de Lennox, es que tenía un trozo de tela trenzado en su mano izquierda; se veía desprolijo pero limpio.

Eire estaba acomodando su capa oscura con pelo adentro cuando recordó que aun tenia puesta la corona espantosa que Lennox le había dejado, la acarició y la enganchó con dos hebillas que llevaba puesta.

–Deberías tirarla –Clamó detrás de ella con cara de disgusto.

–A mí me gusta.

–Está horrible, solo la usas porque eres amable.

–No es cierto, la uso porque es un regalo.

–Yo no te la regalé, solo le dejé ahí y la tomaste –Eire abrió la boca y lo miró indignada. Lennox sonrió levemente.

– ¿No la hiciste para mí?

–Si tanto te gusta, puedes quedártela, supongo que te queda mejor a que a mí –Bromeó, como si él la hubiese hecho para sí mismo.

–Eres un insulso, Lennox –Dijo luego de unos segundos en silenció en los que él se mofaba aguantándose la risa.

–Ahí está la iglesia –Avisó señalando hacia el frente. Eire alzó la cabeza, era enorme.

Ella nunca había ido a la iglesia, no podía asistir hasta que no terminase de estudiar, no como sus hermanos, Kennet iba todos los domingos a visitar al papa y Tristan pasaba día por medio para ayudar a los necesitados que iban allí a pedir alimentos. Eire pensaba que Tristan solo iba para organizar las cosas y vigilar que nadie se robase las donaciones y él nunca se lo había negado.

Era rectangular con muchas estatuas góticas adornando sus paredes y techos, constaba de tres pisos y mucha gente vigilando el lugar. Eire negó mirando a Lennox.

– ¿Cómo vamos a encontrar? –Preguntó Eire.

–Tendremos que esperar a que sea de noche, cubrirnos y poder pasar desapercibidos.

– ¿Por qué no haces eso con tus manos y los lanzas lejos? –Lennox bajó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.

–No, ya hice demasiado daño haciendo eso.

–Hazlo.

–No, cuando lo hago pierdo el control, no sé de qué soy capaz. No lo ha... –Dejó de hablar y cubrió la boca de Eire cuando ella estaba a punto de hacerlo, la tomó de la espalda y desplegó sus alas para llevarla hasta la punta de un árbol y hacerle señal de que guarde silencio.

Lennox miraba hacia algún punto del otro lado de la iglesia, Eire no veía más que la vegetación, entonces la tomó de repente cubriéndola la boca una vez más para que no gritase del espanto y se alejaban del lugar.

–Hay uno, está siguiendo tu rastro –Dijo. Seguía volando.

–mmmm –Balbuceó, quería hablar pero Lennox continuaba tapándole la boca. La soltó y la sujetó con ambas manos abrazándola, el rostro de ella quedó hundido en su pecho – ¿A dónde vamos?, ¿Qué rastro?

–Es un rastro muy particular que sueles dejar, son como partículas de color celeste, siguiendo ese rastro es como te perseguí cuando escapaste –Entonces tembló, su ala mala comenzaba a mecerse de manera extraña. Eire lanzó varios gritos cuando sentía que Lennox caía en picada, pero la soltó.

Eire caía desde el cielo, gritando con el corazón en la boca, no tenía tiempo para odiarlo porque estaba más ocupada teniendo miedo. Cerró los ojos y sintió como alguien la sujetó de un talón, no era Lennox, tenía alas parecidas de color blanco y cabello castaño, la miraba con pena y susurró que nada malo iba a pasarle luego de soltarla nuevamente, está vez sintió el sueño apoderarse de ella.

Lennox cayó en cuclillas, listo para pelear. La bestia era significativamente más pequeña que las otras, pero aun así monstruosa.

– ¿Dónde está la niña? –Preguntó con voz punzante, como si fueran tres personas hablando al unísono.

–Nunca te lo diré. Ni aunque me tortures.

–Idiota –Farfulló –No me interesas, tú no eres un descendiente, solo un heredero y no podrás protegerla por siempre –Se quedó tan templado, mirándolo de manera sosegada, esperando a que le revelase el paradero de Claíglas –Si no piensas decirme, entonces tendré que obligarte.

Un nervio debajo del ojo de Lennox tembló, ¿por qué esa criatura no lo quería a él?, ¿a qué se refería con que él no era un descendiente?, ¿pretendía luchar con él para que le cuente en donde está Eire?

De la espalda de la criatura se comenzaban a formar brazos como lazos, ya los había visto antes, uno de esos usaron para atravesarle el estómago cuando estaba rodeando a Eire con sus alas.

Lennox desplegó sus alas, causando que la propia brisa que causaba además de revolver su melena blanquecina, hiciera brincar a la criatura quien se sostuvo con dos de sus lazos sobre unos árboles, meciéndose para lanzarse sobre Lennox. Él lo recibió sin tocarlo, casi empujándolo y lanzarlo apenas lejos. No era lo mismo lanzar a un humano que a una criatura.

La criatura con un lazo le ató las manos y con otros dos unió sus talones, dejándolo casi indefenso. Aun así con sus alas se pudo soltar pero no sin antes recibir una puñalada en su ante brazo que fue el provocante de la furia interior.

Sus manos comenzaron a teñirse en negro hasta sus muñecas, en donde a partir de allí eran solo sus venas las que se tornaban oscuras, todas las venas de su cuerpo, las de sus ojos y su rostro eran las más visibles y la criatura comenzó a carcajear.

–No eres más que otro monstruo –Tarareó.

Lennox se tiró encima de eso para golpearle lo que suponía era su rostro y sus manos se llenaron de un líquido viscoso color ocre que se mezclaba con el azul oscuro de la herida en su brazo, lo estaba despedazando, partiendo su cráneo; los sonidos que causaba la criatura eran agudos y punzantes que destruían sus tímpanos, pero la bestia con su último esfuerzo cortó un trozo de alas de Lennox.

Eire despertó en una colina sobre una cascada pequeña, sin recordar casi nada.

Se dispuso a bajar tomando roca por roca hasta llegar al suelo, con su pierna punzándole de repente, su agarre se vio afectado haciéndola caer de repente haciendo que las costillas en su espalda dolieran bastante. Se tomó la cabeza frunciendo el ceño y volteó hacia su derecha en donde pudo ver a Lennox agachado de manera peculiar, formando un cuenco con sus manos, llenándolas con agua y mojándose el rostro. Varias veces repitió lo mismo, empapó su cabello y lo peinó hacia atrás dejando su cara despejada y Eire por primera vez lo vio completamente.

Se acercó a él con dificultad, dispuesta a reclamar: – ¿Qué fue eso?, ¿por qué me lanzaste, te volviste loco?

–Lo lamento –Susurró débil, aún sin moverse. Tenía sus alas extendidas pero algo dobladas, entonces lo vio. Eire se apresuró hasta llegar a la punta en donde le faltaba un gran trozo de plumas y se atrevía a decir que hasta le faltaban pedazos de huesos.

Se acercó más y alzó su mano para acariciar con suavidad esa zona. Entonces una lágrima traviesa salió de Lennox.

– ¿Qué te sucedió? –Lennox no le respondía, sino que continuaba mojándose el rostro y peinando su cabello –, Lennox, contéstame.

–Ya ves –Contestó aun susurrando y sacudió sus alas para que ella pudiera verla mejor.

– ¿Quién fue?

–Él te quería a ti, princesa y yo no voy a permitir que lleven.

– ¿Quién me quiere?, ¿A dónde me quieren llevar? –Otra vez se mojó el rostro.

–Los de la brecha.

– ¿Te hizo eso?, ¿el de la brecha? –Lennox asintió –, ¿Estas triste por tus alas? –Lennox no contestó ni se movió, no dio indicios de una respuesta –, esto es por mi culpa. Si me buscan a mí, te dañaron por mi culpa, será mejor que yo regrese al castillo y me haga cargo de lo que me suceda; Lennox, tu no debes protegerme, no es tu deber.

–Tengo que hacerlo, no puedo dejar que te lastimen.

–Pero yo no quiero que lo hagas.

–Pero yo quiero hacerlo – Insistió –. Además, ahora mis alas están iguales –Bromeó fingiendo una sonrisa, refiriéndose a que una estaba con una cicatriz enorme y la otra incompleta –. Siento mucho haberte dejado aquí sola, es que no quería que te vean.

–Sientes mucho haberme lanzado desde el cielo –Lennox la miró sin comprender –. Si solo me dejabas con los pies en la tierra no iba a enojarme tanto, en cambio tuvo que sujetarme otro hombre y dejarme aquí. ¿Quién era?, ¿tienes amigos y no me lo has dicho?

– ¡¿Qué?! , ¿De qué diantres hablas?

–De que me has tirado como si fuera un costal de papas.

– ¡Yo no te he tirado como a un costal!, ¿perdiste la razón? ¡Jamás haría algo como eso!

–Me dices que... que tu no...

– ¿Qué hombre estuvo aquí? –Preguntó alzando la voz.

–No lo sé, te dije que cuando me lanzaste él me atrapo y me dijo que nada malo iba a pasarme. Luego me dejó aquí y ya no recuerdo nada –Alzó los hombros restándole importancia.

–Eso no sucedió, yo no te lancé, créeme. Te deje aquí y te dije que no te movieras –Contestó poniéndose frente a ella con las encerrándola provocando que ella se tuviera que acercar más a él.

–Lennox...

–Créeme –Pidió interrumpiendo.

– ¿Es que simplemente debo olvidar lo que me pasó? –Inquirió mirándolo a los ojos, los dos orbes plateados oscuros, sintiéndose hipnotizada. Pudo distinguir que incluso tenía un lunar muy claro debajo de su ojo, ese que nunca había visto antes porque estaba cubierto por su peinado.

–Tal vez eso no sucedió, la Ordenadora lo puso en tu cabeza como lo hizo conmigo –Decía asintiendo, Eire asentía a la vez, dándole la razón. Lennox ladeó una sonrisa – ¿Qué tanto me ves?

–Es que se sintió tan real –Dijo de repente –, siento que ya lo vi en alguna parte pero sus alas eran distintas –Trató de recordar – Eran blancas, tenía su pelo castaño...

–Como el tuyo –Inquirió interrumpiéndola por milésima vez.

–Si, como el mío y me sujeto de aquí –Se señaló el talón, levantó su vestido levemente y vio que tenía todo azul. Lennox frunció el entrecejo y se agachó para ver mejor – ¿Qué es esto?

–Alguien estuvo aquí, alguien te hizo esto.

–Ya te dije, fue ese hombre, me sujetó de aquí.

– ¿Qué es lo que te dijo? –La tomó de la mano y la arrastró lejos de ese lugar, Lennox tenía la idea de dirigirse hacia la iglesia, no estaban muy lejos, a solo dos minutos caminando.

–Que no me preocupe, que nada va a sucederme.

– ¿Y si fue él?

– ¿Quién?

–Ese hombre que dices que viste con tu madre, ese que crees que es tu padre –Contestó rápidamente.

–Yo no dije que es mi padre, dije que lo llegué a pensar pero estaba tonteando.

–Piénsalo –Reflexionó rápidamente – ¿es el mismo hombre?, ¿aquel que abrazaba a tu madre cuando eras pequeña?, ¿tiene alas blancas? Eso significa que es un dios puro, si él era amante de tu madre, tu puedes ser su hija y por eso vino a verte, no somos hermanos.

–Es que no recuerdo si era el mismo hombre y no creo que mi madre tenga amantes –Llegaron nuevamente a las lejanías de la iglesia, el sol estaba bajando y por consiguiente, las luces se iban apagando porque a la noche lo cerraban.

–Tiene el mismo cabello que tú.

–Eso no tiene sentido, mucha gente tiene el cabello como tú o como y eso no significa nada.

–La criatura me dijo que no me quería a mi porque no soy un descendiente, te quiere a ti porque si lo eres y cuando le pregunté a Jaha él no me comprendía. Eso significa que mi divinidad la heredé de otro lado, no es Jaha, Jaha no es un dios, pero tu padre si, el amante de tu madre –Colisionó de lo rápido que hablaba, más para sí mismo que para ella.

– ¿Le preguntaste a mi padre?, ¿qué?

–Yo te dije que Jaha no está muerto, pero tú eres terca niña. Olvídalo, estamos a punto de descubrir lo que pasa aquí, si somos o no hermanos.

– ¿Estamos a punto? –Preguntó confusa, realmente no entendía nada. Lennox apretó sus manos y la empujo para caminar directo a la iglesia –. ¿Qué haces, perdiste la razón?

Pero él no respondió, solo se dedicó a caminar hacia el lugar, aún con sus alas al descubierto; otra vez la sujetó, está vez la subió hasta el techo, observó hacia dentro a través del vidrio y cuando se aseguró de que no había nadie, descendió hasta el patio, inmenso, era como un pasillo y Eire divisó en una punta, justo en una curva como se extendían las estatuas de los techos.

Era sin duda lo más tenebroso que había visto en su vida, el lugar oscuro, lúgubre iluminado por la tenue luz que reflejaba la luna, hasta que Lennox la señaló. El Pegaso, estaba con sus alas extendidas, parado en dos patas con las dos delanteras señalando hacia algún lugar.

Lennox voló hasta el techo nuevamente, dejando a Eire en el lugar y rodeó la escultura de mármol en busca de lo que sea. Luego de unos minutos, se resignó y volvió al lado de la princesa.

–Ese libro no sirve, no hay nada –Se quejó.

–Tal vez no se refería a esto con lo del Pegaso –Contestó.

Itirbe ehcirb... ¡pamplinas! * –Se quejó una vez más. Pero ahora, la respuesta la obtuvo cuando las alas del Pegaso se movieron provocando que una puerta se abriera. Lennox se adelantó para ingresar cuando Eire lo tomó del brazo para decirle que era mala idea, sin embargo, él se adentró igual.

Por supuesto que ella iba a seguirlo, se arrinconó entre medio de las alas grises y caminaba siguiendo su espalda. Lennox quedó petrificado de repente haciendo que la nariz de ella chocase contra su espalda y notó que la piel en su cuello se erizó.

Eire se movió para ver que es aquello que dejó en ese estado a Lennox y su reacción no fue mucho mejor.

– ¿Kennet? –Susurró confundida, sorprendida de ver a su hermano.

••••••••••••••••••••••••••••

*Pamplinas: Expresión ''algo sin importancia'' o que es inservible.

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