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VEINTE


CAPITULO XX: Pagaras por esto. 

Día 15 de la desaparición de Eire.

Los abrió.

Los ojos de la Ordenara se tornaron blancos en su totalidad mientras le daban el desafortunado placer de mostrarle los deseos de sus pecadores de turno.

Eire y Lennox.

La mujer de tés ocre estaba tendida en el suelo, tan dura como la roca de la montaña en la que yacían, su trono.

–¿Qué vio Ordenadora? –Preguntó uno de sus pecados mientras la ayudaba a ponerse en pie.

–Deseos –Susurró posando una de sus manos con largas y filosas garras, sobre su frente, en donde aún oía susurros.

–¿De quién?

–No voy a explicarlo con palabras –Negó mirando expectante a su súbdito. Se le ocurrió que podía compartir aquella trágica escena con él, para evitarse el sabor amargo de todo aquello que acababa de ver. Mientras de su envés salían dos brazos extras, cuyos dedos índices los conecto en ambas sienes de su compañero.

El muchacho, sin esperarlo, sintió un temblor apoderarse de su cuerpo, una sensación única que jamás había sentido en su miserable existencia. A sus lados brotaba el hedor a humo y pronto el color gris se apoderó del lugar, introduciéndose así en la visión de la Ordenadora.

Lo vio todo.

–Los engendros se han besado –Gritó con horror.

Es aún más difícil deshacerse de los pecados cuando unen lazos románticos.

–Es lo que desean –Aclaró. Recordándole que ese beso no sucedió en realidad, sino que esos son sentimientos que reprimen, Eire pretende alejar a Lennox del peligro que le espera en Eshada y Lennox anhelando expresar sus sentimientos por una vez en su vida.

–Se supone que ese beso no debe pasar.

–Yo sé.

–Ordenadora, usted en ningún momento lo mencionó.

–No lo mencioné porque no lo vi.

–¿Te has confundido? –Cuestionó delirante. La mujer cerró sus ojos y los mantuvo así por un largo rato sin pronunciar una sola palabra –Ordenadora, ¿Por qué no contesta? –Insistió.

–¿Crees que es fácil admitir que cometí un error? – Vociferó volteando para que su súbdito no tuviera la desgracia de ver su rostro desfigurado por la furia –Todos nos confundimos, pecado mío –Confesó con pesar. Pero aquello no iba a quedar así, debía hacer algo al respecto y esta vez no iba a fallar –Hay que evitar que ese beso suceda.

–¿Cómo lo haremos? –La Ordenadora ansió y lanzó una sonrisa mostrando sus afilados dientes.

–Adelantando la muerte del engendro de Dagda.


Día 16 de la desaparición de Eire.

Eire bajó de Sasha –nombre que le había puesto a su caballo- y se plantó en posición de Jarra fingiendo mirar con concentración hacia el horizonte.

Su plan para desviar a Lennox del camino comenzó. Haría todo lo posible para hacerlo cambiar de dirección. Era indispensable que no se dirigieran al país limítrofe, pues el Rey era su tío, cómplice de su madre, quien no dudaría en tomar a Lennox y entregárselo con moño a Maeve.

Quien sabe lo que ella le haría, disecarlo tal vez.

–¿Sucede algo? –Sonsacó Lennox posándose detrás de ella.

–Sucede que no estamos yendo hacia Eshada, Petrov –Mintió.

–Imposible Princesa, estamos dirigiéndonos hacia el Oeste –Confirmó seguro de haber seguido las indicaciones a la perfección.

–¿Te atreves a decirme a mí lo que es imposible o no? He viajado a Eshada incontables veces y estamos en el lado equivocado –Se viró para mirarlo a los ojos, quedando hipnotizada al instante.

A pesar de que su cabello rubio-blanquecino cubría uno de sus ojos, solo bastaba ese para dejarla en estado crítico. Se preguntó si alguna vez podría ver su rostro completo, quizá tenía alguna cicatriz que quería cubrir, que lo avergonzaba, aunque en los pensamientos de Eire no existía manera alguna de que algo haga ver mal a Lennox, pues para ella, él era violentamente bello. Su mandíbula tan marcada, su piel pálida con esos tres lunares perfectamente alineados decorándolo, la ceja que podía ver era oscura, larga y poblada y sus ojos, sin duda eran maravillosos, podía perderse en ellos.

Se perdía en uno de ellos.

–¿Sucede algo?–Preguntó en cuanto notó que la Princesa se había quedado como estatua mirándolo. Frunció su entrecejo y acarició su ojo rápidamente, justo en donde ella lo observaba, tal vez tenía una pitaña* y por eso lo miraba tanto.

–Petrov, no quiero que vayamos a Eshada.

–Debó alejarme de este lugar, nos encontraran los de la brecha.

–Te lo ruego –Murmuró la castaña acercándose a él. Lennox dirigió su mirada al suelo –. Por favor –Esta vez le tomó las manos y las presionó –Lennox, no te lo pediría si no fuera importante –El rubio quitó sus manos, como si aquel contacto fuera una clase de ácido que ardía en su piel.

Eire bajó su cabeza, desilusionada. No esperaba esa reacción de su parte.

–Y yo no desobedecería su deseo, si no fuera importante –Retrucó.

–Entonces –Carraspeó su garganta, enalteciendo su rostro –, no es un deseo, es una orden.

–Pero, Princesa...

–Sin peros –Interrumpió –. Obedece –Lennox presionó sus labios conteniendo las ganas de contestarle de manera grosera.

–Bien.

–¿Bien? –Preguntó pasmada, fue más fácil de lo que creyó.

–Déjelo en el tintero. Me iré.

–¿Disculpa? –Sonsacó sorprendida,

–La dejaré sola un rato –Murmuró al final. Le hizo una reverencia y se marchó.


Día 29 de la desaparición de Eire.

La noche era desvergonzada, la luna iluminaba de manera casi ficticia la oficina de Tristan quien estaba agarrando sus cabellos con frustración.

Se encontraba leyendo con ayuda de una vela, unos documentos que firmo su hermano en su efímero momento de Rey.

«Por Apócrifo, ¿Qué es este desastre?»

Porque su hermano resulta ser desordenado, al contrario de Tristan, que era minuciosamente sistemático, pulcro y limpio en todos los sentidos de las palabras. Ordenaba sus ideas en carpetas alfabéticamente, con títulos y un pequeño resumen para saber de qué se trataba cada uno, Kennet, había dejado tantos archivos sin siquiera título y le mataba por dentro no saber qué tipo de contratos (probablemente ruines, porque él odiaba cada idea que salía de la cabeza de su hermano) realizó.

Las puertas se separaron de par en par, con el rostro desorbitado de Morgana asomándose. Tristan alzó la mirada con su característica serenidad y la observó esperando a que ella hablase.

–Tristan, es tu hermano –Vociferó agitada.

–De eso mismo quiero hablar –Comentó poniéndose en pie, mientras acomodaba su traje de manera que no quedase ni una arruga –¿Sabes con quien ha estado reuniéndose?

–¿En qué momento?

–Cualquiera. Estos malditos legajos, no sé qué son, no están numerados –Dijo nervioso mientras tomaba en sus manos todos los papeles, sin miedo al plegarlos. Podía hacerlos bolitas y lanzarlos a la bazofia si quisiera. Pero no lo deseaba.

–No creo que eso sea importante ahora –Tristan entrecerró sus peligrosos ojos azules que, dependiendo el temple, solían cambiar a verdes.

–¿Qué tienes para mí, entonces?

–Kennet se fugó.

–Ay, Apócrifo, dame paciencia –Susurró mirando hacia el cielo a través de su ventana.

–Me mandaste a buscarlo, pero no lo encontré en su celda. Un muchacho, Oberón, es quien estaba de turno y estoy segura de que él tiene algo que ver.

–Por supuesto que tiene algo que ver–Afirmó, como si eso fuera tan obvio. Para el pelinegro, culpar a Kennet era tan fácil como cantar el ABC –, nadie sale del calabozo por sí mismo.

–¿Y ahora qué?, ¿Te lo traigo?

–No.

–¿No? –Retrucó estupefacta, llevando una mano hacia su pecho.

–No, voy a hacer como que no sé nada.

–¿No estás furioso por lo sucedido?

–Por supuesto que si Morgana.

–¿Qué harás? –Insistió. Últimamente Tristan no le contaba sus planes.

–Déjame tranquilo, luego te enteraras.

–Pero...

–Morgana –Interrumpió con una sonrisa pícara –eres la única persona que conoce mis planes, ¿acaso estás preocupada por qué no te los cuento al instante?, no deseo una escena de celos.

–Tristan, no era esa mi intención.

–Eres adorable, descansa. Mañana te pondré al corriente –La echó de la manera más amable que el Rey podía hacerlo. Morgana acomodó su cabello con rastas por detrás de su espalda y se marchó, cumpliendo con los deseos de su Rey.

«Oberón, me has causado un gran problema»

Pensó mientras se acomodaba en su abrigo de cuero negro, que le quedaba hasta sus rodillas, haciéndolo ver más atractivo y elegante de lo que ya era.

Su plan: Si Oberón lo molestó, entonces Tristan iba a molestarlo a él. Debía saber más de su vida, probablemente tenia familia, alguien a quien resguardar.

«Después de todo, todos tenemos alguien a quien proteger»


Día 16 de la desaparición de Eire.

Cuando se alejó lo suficiente de la princesa, lanzó gritos para descargarse.

Algo dentro de él le dolía, su naturaleza le pedía a gritos salir; su espalda en donde sus alas se escondían comenzaba a darle un malestar que le impedía incluso pensar con claridad, logrando que perdiera su concentración y aquella furia se apoderase de él con más ganas.

Esa maldita furia que le daba sensación de presionarle la garganta, porque eso sentía cuando trataba de evitar la furia, un nudo inmenso que le quitaba hasta el último aliento.

Se hincó, extirpando con fuerza los pastos hasta su raíz y lanzó nuevamente gritos desgarradores.

Sus manos comenzaban a tornarse negras, pero esta vez sus uñas se afilaron, se estaba convirtiendo en un monstruo y temía algún día no poder controlarlo.

–¡Maldición!, ¡Maldición! –Alzó la voz mirando hacia el cielo – ¿Qué hice? –Peguntó –, ¿Me oyes?, ¿Por qué yo? –Agachó su cabeza hasta que su frente se unió con el césped mojado, sorbió su nariz y negó repetidamente mientras trataba de que aquel negro en sus manos se esfumase.

Pero lo que pasó fue otra cosa, un grito desgarrador le taladró los tímpanos. Como por inercia, se levantó y posiciono recto para oír mejor, estaba demasiado lejos de Eire, por lo tanto si la escuchaba era por sus habilidades y luego oyó como ella se ahogaba.

Si hace algunos momentos quería reprimir sus alas, desechó la idea al instante porque las desplegó como si aquellas no le causaran dolor y voló a toda velocidad hacia donde estaba ella, tirada de costado, sangrando por la parte alta de su pierna o eso creía y con un ataque a causa de su enfermedad.

Bien sabia Lennox que aquello no era ni una enfermedad.

Bajó con dificultad a causa de su ala mala, cayendo torpemente al lado de la castaña que lo miraba rogando un poco de ayuda. El líquido plateado comenzaba a brotar de los labios de la muchacha, un nanosegundo le tomo a Lennox tomar conciencia de que debía elegir como Eire iba a morir.

Desangrada o por su ataque.

No, de ninguna manera, era difícil comenzar cuando había dos problemas a la vez.

Tragó en seco, nervioso, el lado izquierdo del vestido de la castaña estaba manchado de azul, la sangre. Pidió permiso mentalmente para levantárselo, sentía por un segundo que estaba faltando el respeto, estaba haciéndolo sin su consentimiento y volvió a negar, estaba intentando curarla.

Se quitó la remera que se encontraba rota en su espalda, -debido a sus alas- y con cuidado tomó la pierna de la Princesa para vendarla con fuerza y frenar el sangrado justo por debajo de su cadera, sus manos se tiñeron de azul marino, la sangre caía como cascada.

Luego, sacó una daga de su bota y cortó la palma de su mano para hacerle beber a Eire de su sangre.

Sin duda, aquello era un acto completamente extraño, siniestro, turbio y perturbador.

Pero a la vez, era la única manera de evitar que ella muriera del ataque. Sabrá Apócrifo como hicieron Maeve y la bruja para descubrir eso.

Los ojos de la muchacha comenzaban a apagarse una vez que la sangre de Lennox recorrió su sistema, tal y como había pasado hace una semana atrás aproximadamente, cuando él le había dado de su linaje.

Todo pasó tan rápido, pero para Lennox fue una eternidad.

–¿Qué sucedió? –Preguntó, tomándola de su rostro. Se posó sobre ella para oir lo que susurraba

–La bre-cha –Tragó en secó –. Saca-me de aquí, tenías ra...

–¿Eire? –El golpeteo su mejilla –No, no, no –Murmuró preocupado y unió sus frentes consternados. Eire perdió la conciencia.

Abrió sus ojos al instante, los de la brecha estuvieron allí, Eire luchó con ellos, lo dedujo por la espada que sostenía en su mano derecha y otra que estaba tirada por ahí. La herida en su pierna, no fue causaba con ningún objeto punzante, fueron garras que arrancaron parte de su tejido.


Día 29 de la desaparición de Eire.

El frio de la madrugada le daba mala sensación en la desabrigada piel de su rostro, sin embargo, eso era lo de menos, estaba pensando en otra cosa, por ejemplo, quien había sido el arquitecto de su castillo, porque le disgustaba en su totalidad. El hecho de que este haya sido construido en la cima de una montaña para parecer que estaban cerca de Dios, era un acto de soberbia enorme que sin duda, el pelinegro detestaba.

Solo existe el poder del Rey y por encima, el poder de Apócrifo. Así sin más.

Otra cosa que detestaba, era el sumario, se encontraba del otro lado del castillo, un galpón con estanterías, parecido a una biblioteca, solo que este contenía archivos de toda su servidumbre. A ese lugar lo llamaban: El primer Ordenador.

El segundo Ordenador, se encontraba en el pueblo y contenía la información de toda la población. Lo que le recordó a Tristan que debía ir a visitarlo y revisarlo, porque estaba seguro de que su padre era algo corrupto y debía averiguarlo por sí mismo.

Tristan podía ser cínico, ambicioso y cualquier cosa que quisieran pero jamás, jamás seria corrupto.

Honestidad por sobre todas las cosas, por más crueles que fueran, lastimasen a quien lastimasen, tanto física como mentalmente, porque para él la moral era una construcción creada por la sociedad y estaba completamente en contra. Los sujetos eran como eran, así de simple. Hay gente astuta que lucha por los suyos, como en su caso y gente ilusa que creían que conformarse con poco y ser buenos los llevaría al paraíso en cuanto murieran.

Así era Tristan.

¿Acaso él era el malo por tener una visión diferente del mundo?

Sus pensamientos, como siempre, solían desviarse de su misión principal, que era revisar el contrato con Oberón.

Unas manos frías lo tomaron por la espalda de su cuello, intentando empujarlo, Tristan dio un pisotón sobre el pie del agresor, con lo que consiguió que quien lo tomó, haga que suelte presión sobre su cuello, recordando sus clases de defensa personal, pasó una mano hacia la cintura ancha del hombre y lo volteó hacia delante haciéndolo caer hacia el suelo. Un hombre musculoso con ojos azules y otro bajito con una enorme barriga lo miraban con furia.

El obeso lo miró atónito, inesperado que alguien tan delgado como el pelinegro, fuera capaz de defenderse de alguien tan musculoso y la vedad es que fue suerte, Tristan tampoco esperaba dicho resultado.

–¿Quiénes son ustedes? Hablen ahora o mandaré a mis guardias a ejecutarlos por intento de homicidio a su superior.

–No fue intento de homicidio –Contestó el hombre con barriga de dimensiones inigualables.

–Lo es si yo lo digo, yo soy la ley –Retrucó dando el jaque mate a la conversación –. Sus nombres.

El musculoso con barba enmarañada se puso en pie rápidamente y le hizo una reverencia a su Rey.

–No sabíamos que era usted el Rey. Acepte mis disculpas.

–Quiero saber sus nombres, no es tan difícil de entender o ¿acaso sus diminutos cerebros no les permite comprender?

–Kalen –Se presentó el hombre musculoso, al momento que le daba un codazo a su compañero.

–Fergal es mi nombre y no nos interesa disculparnos –Vociferó con picardía. Tristan entrecerró los ojos antes aquel comentario y ladeó una sonrisa – vinimos a buscar lo que nos pertenece.

–¿Y qué es eso que les pertenece? –Preguntó con cierto disgusto, no había nada en ese palacio que pudiera pertenecerle a ellos, hasta un ladrillo valía más que su vida.

–Un muchacho, se llama Lennox –Tristan comenzó a carcajearse.

–¿Quién rayos es Lennox? –Preguntó sincero. Probablemente un criado, lo malo, su único defecto –que él aceptaba- era que no sabía el nombre de cada uno de ellos, como si lo hacían el resto de su familia.

–Trabaja aquí, su cabello es blanco, tiene ojos plateados y es un cretino –El pelinegro lo supo, como no reconocer a quien secuestró a su hermana.

–¿Cómo se atreven a confundirme con él? 


Día 18 de la desaparición de Eire.

El sudor bañaba la totalidad del cuerpo de Lennox, sus músculos se tensaron en sus brazos cuando los apoyó en la manta sobre la que dormía. Acababa de despertar de una pesadilla que prefería no recordar.

Dos días habían pasado desde que atacaron a Eire, luego de lo sucedido, el rubio cargó a la chica en la carreta, como lo había hecho la primera vez y se encargó de los caballos y sus pertenecías, todo junto sin problema alguno, hacia cualquier escondite que encontrase.

Hasta que vio una cueva en medio de árboles, seguro era de osos, pero no había nadie allí.

Lennox cayó en cuenta de su realidad y se viró hacia su lado derecho en donde se encontraba Eire inconsciente sobre la carreta, tapada con la campera emparchada que le pertenecía al rubio.

Dos días.

Y ella aún no despertaba. Lennox se encargó de hidratarla, acto que fue más difícil de lo que pensaba y luego se propuso a limpiar su herida, aunque dudaba de aquello.

Levantó su vestido con delicadeza, tratando de cubrir partes que no debía ver a pesar de que su vendaje improvisado estuviera en un lugar comprometido. Desenredo la remera y al instante humedeció le herida, la acarició y ahora que la sangre no brotaba con violencia pudo admirarla mejor.

Sin duda eran garras y que él supiera, solo una ''persona'' en la brecha tenia garras.

La ordenadora.

«¿Qué hacia la Ordenadora aquí?, ¿Por qué no se encargó de asesinarla ella misma?»

Lennox cerró sus ojos con pesar, como siempre solía hacerlo.

«Juro por lo que más amo que vas a pagar por esto»

Prometió y se dispuso a cambiar el vendaje, con tanta delicadeza como pudo.

*Pitaña: Lagaña; legaña; gaña, es lo que aparece en las comisuras de los párpados al despertarse.  

*** 

Hola :D 

Si no recuerdan, Kalen y Fergal aparecen por primera vez en el capitulo 4. (Pueden re-leerlo para refrescarlos, es uno corto!)

Faltan aproximadamente 5 o 6 capítulos para terminar con la novela. 

Ahora si, chau. <3 

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