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SIETE

CAPITULO VII : La brecha.


Cuando creía que al fin podía curarse, sentirse bien, resulta que todo le caia como agua helada que le calaba hasta los huesos.

Sus padres habían accedido a que su hija tomase sangre, Eire estaba decepcionada, aterrada, asqueada.

No importaba cuántas veces se enjuagara los labios, ahora la repugnancia recorría su cuerpo, a miles de kilómetros por segundo, cada gota de sangre cubría sus venas, sus entrañas, la bañaban... la sanaban.

Ella pretendía reclamarles a sus padres aquel acto tan mezquino, quería saber cómo era que le sacaban sangre al bibliotecario, a aquel rubio al que ella tanto miraba en secreto, aquel rubio con el que soñaba cada noche desde que tenía trece años; pero su hermano la calmó, Tristan siempre le devolvía los cabales que perdía.

–No puede ser -susurró la castaña mientras se acariciaba los labios –¿Por qué nuestros padres aceptarían algo así? Es un acto tan cruel, tan ruin, tan asqueroso, tan... pobre muchacho, ha de haber tolerado tanto.

–Eire, apacíguate, por favor.

–No, me corresponde decirle a nuestros padres, ya no deseo que deterioren al chico.

–No puede hacer eso Eire, delibera, por favor -La tomó del rostro con sutileza –. Ellos van a darles un escarmiento, a ambos criados los emigraran, quien sabe a dónde y a Morgana, a la sanadora, van a asesinarla. ¿Tú no deseas eso, verdad? -La Princesa negaba con el terror llenando sus ojos.

–No, por supuesto que no deseo aquel sufrimiento para nadie.

–A la sazón, no diga ni una sola palabra.

–Está bien, no lo haré, no reclamaré nada... aun así, debo gratificar al joven, y ofrecerle unas disculpas, desde que tengo dos años que él ha estado condenado a mí.

Tristan se encontraba negando a cada palabra que salía de los labios de Eire –Tampoco puede.

La sorpresa se apoderó del rostro de la castaña y reclamó: –¿Por qué no?

–Eire, por favor... piense con albor, no con el corazón, sino con la razón. Su madre aceptó el contrato, si alguien se llega a enterar de que tú sabes, ellos sufrirán inigualablemente.

–Pero...

–Ellos aceptaron el anonimato querida hermana, no desean que lo sepas.

A pesar de todas las palabras perspicaces de su hermano ella no desistiría, debía agradecerle, era una excusa perfecta para hablarle, acercarse a él.

Se sentía completamente extraña, la sangre de aquel joven corría por sus venas en cada instante, en ese instante.

Cuando llegó a sus aposentos, luego de prorrumpir de la oficina de la sanadora (que ahora conocía como Morgana) no pudo pegar un ojo, se quedó suponiendo al pequeño rubio, asustado quizá, quitándole sangre; tal vez le hacían pequeños pinchazos en las yemas de los dedos, o en sus pies, o en sus piernas, o quien sabe en donde... quien sabe cómo.

Ahora lo comprendía todo, la última vez que lo vio fue cuando ella estaba en su clase de filosofía con el profesor Selsius, luego tuvo una recaída y al día siguiente, en los pasillos se rumoreaba que el muchacho se había fugado del palacio.

Aquella noticia entristeció a Eire, pues estaba profundamente fascinada con él, y soldando los sucesos, él huyó y por ende no había sangre; él regresó y ella ya tenía la cura.

«Yo también me hubiera fugado, no soportaría tal sufrimiento»

Pensó mientras buscaba desesperada a Lennox, ahora sabia su nombre.

No solo quedó abatida luego de leer el pergamino del contrato a Morgana, sino que también, había tratados con varias personas de la servidumbre, entre ellos con Malvina.

Eire conocía a Malvina -sabía que era la madre del rubio- , porque era quien le llevaba el desayuno cada mañana, era tan amable y atractiva, siempre le hablaba de una manera dulce que de alguna manera empalagaba a la castaña.

«¿Cómo podía ser tan amable conmigo, luego de todo lo que mis padres hicieron?»

En ese entonces, ella desconocía su nombre y también el de su hijo.

Mientras Eire leía el contrato con Morgana, Tristan avisó que era la estirpe del bibliotecario lo que le suministraban para curarla, él había leído el tratado y se lo pasó a su hermana.

Ahora conocía su nombre, Lennox, y le gustaba susurrarlo, le gustaba el nombre, le gustaba él.

«Lennox»

La biblioteca era magnánima, alcanzaba tres pisos y poseía setenta y dos estanterías, sin contar la mesa primordial que también era usada como anaquel.

Todos los días ella se lo encontraba en la entrada, él le daba los libros correspondientes para su clase, más no se dirigían la palabra. Lo encontraba sin buscarlo y ahora que lo buscaba, no lo encontraba.

Fue en el segundo piso, cuando miró a través de la décima estantería que vio una melena albina brillando a causa de los rayos del sol.

Lennox estaba mirando hacia la ventana, su espalda se movía con cada respiración.

El rubio no era un hombre alto, la castaña le calculaba un metro setenta y cinco (aunque su profesor le apostaba a que era un metro setenta y ocho), aun así era mucho más alto que ella, alto y enorme a sus ojos, tenía brazos fuertes y bien marcados, su mentón era delicado, bien marcado y de forma cuadrada -o eso había llegado a observar- , ya que nunca tuvo la oportunidad de verlo con detenimiento.

Habían pasado varios minutos, la princesa aún no se alentaba a aproximarse, sentía que lo interrumpiría, después de todo, ¿Qué le diría?

«Solo agradécele, aunque no le expliques el por qué»

Se lo debía, por tanta consternación.

Sin más que cavilar, ella dio unos pasos, estaba a cuatro estantes de él. Trataba de no hacer ruidos, mantenía la respiración, no quería entorpecer la situación.

«Gracias »

Repetía en su mente lo que diría, mientras hacía bailar sus manos por costumbre y varios libros cayeron del estante que estaba justo detrás de Lennox. El joven volteó y miró perplejo la situación.

Eire se posiciono recta y lo miraba horripilada, temía que él enfurezca por haber tirado todos los libros que ordenaba con tanto esmero.

Unos segundos se miraron hasta que ella rompió el contacto y se dispuso a juntarlos.

–Princesa, déjeme recogerlos -habló y todo el sistema de Eire se disolvió, su voz era... exactamente igual que en sus sueños. Lennox se acercó rápido y empezó a apilar los libros, la castaña no hacía más que observarlo –. ¿Buscaba algún libro en específico?

«Te buscaba a ti»

–No yo... si -Balbuceó. La expresión del rubio era seria, un rostro intacto –. Si que buscaba algo, un libro -dijo rápido, y mentalmente deseo poder darse una bofetada ante su estúpida respuesta.

–Hay muchos -La voz del joven sonó ronca y ladeo sus labios efímeramente*, el corazón de Eire se aceleró al notar que él poseía tres lunares en su mentón, tal como ella lo había soñado. Los tres lunares alineados como las tres marías en el cielo –. Dejé los libros de su clase en el anaquel, como siempre. Princesa.

En el momento Lennox se encontraba dándole la espalda mientras acomodaba los libros, Eire no tenía más que comentar, era axiomático* que aquel muchacho no deseaba dirigirle la palabra.

Se comportaba afable* por respeto o recelo, quien sabe.

Había preparado sus libros como lo hacía cada mañana, pero esta vez, él se escondió en el segundo piso para no tener que verla.

Entre el cielo y el infierno, más allá del entendimiento humano, existe un lugar creado por los pecados del romance entre Dioses y los hijos de mortales, en las leyendas es conocido como:

 ''La brecha'' 

Emergen cada día incontables abominaciones, cada una a la medida del error cometido, cada una de dichas bestias contiene dentro de sí un odio inconmensurable, se aborrecen a ellos mismos por existir; aborrecen a sus creadores.

Los pecados deben ser castigados y cada bestia nace para acabar con sus inventores, para luego borrar al fin su existencia que tanto les lastima.

La primera mujer emergida de entre las sombras, se proclamó como ordenadora y tendió su mano a cada criatura que brotaba llena de rencor.

Ella permitía que cada uno busque venganza, que les quitaran la vida a sus creadores y prontamente les prometía que su angustia terminaría al instante.

Sus promesas, siempre se cumplían.

La mujer estaba recta sobre un peñasco, observando su lugar y la tranquilidad del mar, esperando a que su próxima criatura brote.

Un viento se sintió a su lado, un hijo del pecado muy antiguo, la observaba.

Él aún no había conseguido acabar con su existencia y el odio lo hacía ser más fuerte cada segundo.

No eran humanos, lucían parecidos pero eran muy diferentes, sus pieles eran de color negro oro; tenían caras largas; mentones puntiagudos y culminados; sus ojos eran de peculiares colores que los humanos no conocen; escuálidos y altos; según el odio que corre en sus venas poseen alguna particularidad en su cuerpo.

Quien se encontraba en frente de la Ordenadora, era dueño de una joroba, dentro de esta se escondían dos brazos extras con garras dispuestas a despedazar a sus creadores.

–No soportaré más este odio que crece dentro de mí, debo matar -gritó con dolor.

–Dagda huyó y la escondió, le perdimos rastro -Confirmó tranquila, no tenía nada de qué preocuparse –. Dale tiempo al tiempo, al final, todos cumplen con su condena.

–Es que no aguanto Ordenadora, se están burlando de mí, no solo tuvieron un romance, tuvieron un engendro.

–Entiendo... tu odio crece cada día más, te fortaleces -La voz de la mujer era suave, propia de gente culta.

–Duele... tanto.

–El tiempo te está dando un regalo -Se agacho para verlo a los ojos, al encontrarse encorvado miraba hacia abajo –. Te hace más fuerte para acabar gustoso con Dagda.

–Es que no lo entiendes Ordenadora, esto que corre por mis venas... creo que también debo deshacerme del engendro.

Unas burbujas emergieron del mar, ambos dirigieron sus miradas hacia aquel sonido característico de los pecados. La mujer alta se arrodilló y tendió su mano; esperó unos segundos y sintió como una fuerza extraña la abrazaba, la Ordenadora nunca había sentido algo como aquello...no entró en pánico, solo esperó a que la criatura prorrumpa.

Ella lo ayudo, acunó y secó su rostro, lo miraba a los ojos, vislumbrando su futuro.

Lo sabía, sabía todo, pudo leer como iba a morir, como iba a acabar con su amargura.

–No debes hacer eso, ya te ha llegado el obsequio del destino -Confirmó.

–¿Él? -Preguntó señalándolo.

–Él es la creación de la aberración de Dagda, esto simboliza que es tu hora, su hora; irán juntos a acabar con su existencia y descansaran como merecen.

El antiguo pecado, infló su pecho con aire, estaba dispuesto a morir para librarse –¿Qué debo hacer?

La ordenadora le brindó una ojeada, en su rostro nunca hizo presencia una mueca, permanecía con semblante serio.

Dejó a su nueva criatura a un lado para darle toda la atención a su compañero de charla y mirarlo fijamente.

–Matarlos -Clamó sin más –. A todos.


*Efímeramente: Adj Efímero. Que su existencia es pasajera.

*Axiomático: N.M Axioma. Algo que es tan evidente, que no necesita ser explicado.

*Afable: Adj. Persona que es amable en el trato.

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