SEIS
CAPITULO VI: Sangre para Eire.
El sabor dulce aún hacia presencia en sus labios, su cuerpo temblaba de solo imaginarlo, se sentía viva... en realidad, eso la mantenía viva.
Eire sufrió una recaída que había durado casi un mes, siempre comenzaba perdiendo la conciencia, sencillamente se desplomaba y al despertar todo mundo la rodeaba esperando a que hablase, a que dijera que todo su cuerpo se sentía como el infierno; como siempre.
Su madre estaba observándola, la castaña solo se dignaba a mirar por el balcón de su habitación, su vista daba del otro lado de la entrada, del lago y de las casas de la servidumbre, el panorama daba hacia un pequeño bosque, que pronto se convertía en un vacío.
Notaba la ciudad, era tan bonita, a veces, en la inmensidad de la noche y el silencio, Eire juraba que podía escuchar la música de las cantinas y las risas de las personas. Sonrió.
Se imaginaba a ella bailando al compás de la música, siendo libre y feliz.
–Estás muy feliz parece -Clamó su madre.
–Lo estoy –Eire volteó para verla a la cara –. Quiero agradecerte madre, por todo lo que haces por mí, por mantenerme viva, por hacer de todo por conseguir el ungüento a pesar de no ser época de plétora.
Maeve pretendió sonreír pero solo salió una mueca, su hija, al igual que el resto de la gente, creía que ella era una especie de ángel, ni la reina sabia en que se había convertido.
–Esta seria madre, no quería entristecerla o... ¿es que acaso algo anda mal?
«¿Acaso me ocultas algo?»
–No... -La miró desafiándola –no podría estar más plena ahora que gozas de excelente salud.
–Bien... -Dijo, bajó la cabeza y junto sus brazos, gestos que realizaba cuando estaba a punto de pedir algo –. Si no te molesta, madre, me gustaría hablar con mi hermano.
–Es tarde ya, debes descansar -Ordenó luego de acercarse a la puerta –. Mañana volverás a tus clases, como normalmente.
– Que descanse –Dijo sin más, observando como su madre desaparecía.
Todos trataban a Eire como a una simple niña que no comprendía lo que sucedía, no temían hablar frente a ella, no se ocultaban y ese era el gran error que todos cometían pues, ella sabía todo, entendía todo... Si en algo se parecía a su madre, es que no pecaba de ignorancia.
Hace un año atrás Eire sintió algo extraño, ese ungüento, siempre le daba mala espina.
Su madre, padre, sanadora, la servidumbre, algo velaban en sus ojos, todos ellos; siempre la observaban extraños, con miedo.
Eire a veces reía con el pensamiento de que tal vez, la miraban con más terror a ella que a la cara de la guerra.
Debido a eso, Eire no poseía ni una amistad, nadie quería acercarse a ella; su madre era amistosa con todo el mundo, rodeada de muchos afectos, de distintos reinos y siempre venían a visitarla; su hermano Kennet, en cambio, era más sencillo, su contacto con otros príncipes era solo por temas profesionales, todos aprendices y futuros reyes, aun así sus amigos eran varios hombres de la servidumbre; Tristan, su allegado más próximo, solo mantenía relación con gente poderosa y trataba de no hablar con la servidumbre; su padre, el Rey, no era un hombre de muchas palabras, ni simpatías, pero era el gran Jaha, quiera o no, debía mantener contacto con todos, Eire quería creer que ella era parecida a él en ese sentido, aunque sabía de antemano que nadie se le acercaba porque le temían, temían a que les convide de su sufrimiento.
Se aseguró de que ni un ruido se sintiese, asomó su cabeza por el marco de la puerta de madera y miro hacia ambos lados.
«No hay moros en la costa»
Pensó mientras reía, se aporreó la frente con su palma y refunfuñó, aún seguía actuando como una niña.
Sin dar tiempo al tiempo, se imbuyó en las profundidades de los pasillos, hasta llegar a los aposentos de su hermano, que en ese momento estaba protegido por dos hombres. La curiosidad se apoderó de su cuerpo, se preguntaba la razón por la que Tristan poseía seguridad y ella no.
Se aproximó a ellos y ambos bajaron la cabeza a modo de referencia.
–Princesa Eire, es muy tarde para merodear por los...
–Gracias por preocuparse -Interrumpió observando con detenimiento un colgante brillante que poseía el muchacho –.Deseo ver a mi hermano -Ambos guardias se miraron inquietados, uno de ellos tragó en seco – ¿Qué les sucede? Muévanse, ábranme la puerta.
–Me temo que no es posible en este momento, princesa -Clamó el otro guardia que no había hablado antes.
–¿Por qué no?, ¿Acaso le sucedió algo? -El dueño del collar negó.
En ese instante, la puerta se abrió y una muchacha de cabello oscuro salió sonriendo, en cuanto vio a Eire, le hizo una reverencia y se plantó en el lugar.
–Princesa -Susurró con timidez.
–Puedes marcharte -Mandó sin comprender aún, o prefería no comprender.
Al notar que no habían cerrado las puertas, Tristan se acercó y su mirada se cruzó con la de su hermana.
–¿Eire? -Preguntó asombrado –¡Hermana!, mírese, esta tan bella -Se adosó a ella, las castaña borró su sonrisa con la intención de preguntarle que sucedía, pero Tristán fue más rápido y habló: –¿Qué hace tan tarde?
–Necesito hablar con usted... -Miró a los guardias –A solas y adentro.
–No hay problema -susurró dulcemente, y su tono de voz cambió a uno sombrío cuando miró a los muchachos –. Ellos ya terminaron aquí -hizo un mohín con su cabeza, ordenando para que se marchen.
Para Eire era triste la forma en que Tristan se dirigía hacia la servidumbre, a pesar de que todos le decían que así debía ser, que no se debía tener contacto de afecto con ellos, a ella le entristecía.
Mantuvo su cabeza baja mientras pensaba en aquello.
–No debe estar cabizbaja, Princesa, su rostro es digno de resplandecer -Eire sonrió, ante el piropo.
–¿Entramos? -Preguntó señalando la habitación
–Por supuesto, después de usted -La galanteó –¿Qué es eso que tanto desea decirme?
–¿Quién era esa muchacha y... por qué tenías guardias? -Tristan lanzó una risilla traviesa.
–Yo no seré Rey, puedo... elegir con quien existir, hermana -Eire se ruborizó comprendiendo lo que su hermano le explicaba –No se acalore, cuando sea un poco más adulta lo entenderá.
–¿Ella le deleita? -Quiso saber, pero Tristan cambió de tema.
-Basta de charla pequeña, ¿Me dirá a que viene?
–Si... quizá le suene absurdo, quizá esté exagerando, pero, eres la persona en quien más confio, prométame que no le dirá a nadie -Lanzo rápidamente, su hermano entrecerró sus ojos.
Se acercó a Eire para tomarla del brazo y guiarla hasta el balcón, en donde tenía un lujoso sillón de oro con tapiz de terciopelo verde –Jamás tema conmigo, soy su confidente.
–Temo a decirle una estupidez.
–Aunque ese fuera el caso, no te preocupes, todo lo que me digas... -Señalo el balcón –muere aquí.
–Necesito que me ayudes... me están mintiendo.
Tristan lanzó aire pesadamente y llevo sus manos a su rostro –¿Qué desea hacer al respecto? -Susurró; él sabía lo que se sentía no ser visto, lo que se sentía ser ignorado, por eso estaba dispuesto a hacer lo que sea para que su hermana no pase por lo mismo.
–Investigar -Clamó sin más.
–¿A dónde exactamente?
–Al único lugar en donde está toda la información de este castillo -El príncipe levantó su cabeza y dirigió su mirada, ahora con mayor interés, a su hermana –. El despacho de la sanadora.
-No podremos entrar allí sin que nos vean -Se levantó exaltado.
–Si podemos... si vamos ahora –Eire se acercó a su hermano –. Por favor, no me deje ir sola, ayúdame.
El pelinegro, se tomó varios minutos para pensarlo, en los que caminaba de un lado a otro mientras acomodaba sus cabellos una y otra vez, hasta que al fin se decidió.
–Está bien, iremos... -Dijo con los ojos bien abiertos, se acercó a la puerta y la abrió dando pasó a su hermana –solo unos minutos, si algo sale mal, Eire, te juro que si algo sale mal, no te hablaré por mucho tiempo -Eire sonrió y pegó unos saltitos.
–Calla, debemos ser silenciosos, la oficina de ella se encuentra justo al medio de todo el palacio.
–Es como un corazón -Susurro.
–Un cerebro, diría yo.
Ambos descendieron por las escaleras, evitando hacer ruidos, Tristan quería estar adelante, cuidando de su hermana, él vigilaba y ella hacia cualquier cosa que quisiese.
La puerta de la oficina era pequeña, quizá la más pequeña de todo el palacio, sin embargo ahí estaba toda la información, todo registro de la servidumbre, todos los contratos, todas las leyes, todo.
–Está cerrada –Dijo luego de forcejear.
–Por apócrifo que está cerrada, que oportunos.
–Puedo abrirla con esto, mira –Eire se quitaba su corona, era pequeña, de plata con pequeños diamantes adornándola, quitó uno con dificultad y se lo mostro a su hermano, este le hizo un gesto con la mano debido a que no comprendía de qué manera podía ayudarla una joya -. Tonto, el diamante es una piedra muy dura, puedo usarla como llave.
Eire se mordió el labio inferior, acción que realizaba cuando estaba concentrada, nunca creyó que abriría una puerta con un diamante.
«Extraordinario, al fin tendré una aventura para contarle a mis nietos»
Un click resonó por toda esa zona, Eire y Tristan se encogieron mirando a su alrededor, asustados, atentos, hasta que la puerta se abrió y ambos dirigieron su mirada hacia adentro.
Tristan asintió –Bien, entra, yo vigilaré.
La castaña se dirigió hacia la mesa que estaba en el centro, el lugar entero apestaba a lavandas, tanto que repugnaba.
Eire dejó el diamante sobre una cajonera, al instante quedó enterrado bajo papeles y cajas.
– ¿Encontró algo? –La muchacha lanzó un suspiro lleno de frustración.
–No sé qué buscar.
Susurró: –Eire, por Dios, ¿todo este tiempo ha estado palpando moscas, Princesa?
–Discúlpame, ¿Si?
–La ayudaré -dijo después de cerrar la puerta suavemente –. ¿Por donde empezamos?
–Puede sonar estúpido, pero necesito la receta de mi ungüento.
–Cada tocado con su asunto*, mira... -dijo mientras observaba los libros apilados en la pared –debe estar en cualquier libro de estos -Bajó su mirada y sobre la mesa central, vio un papel enrollado prolijamente, se dispuso a abrirlo y leerlo solo por fisgoneo.
–Están ordenados alfabéticamente, tiene que decir ''recetas'' o...
–Eire, no creo que utilice una receta -La interrumpió, mientras leía el escrito, su tono de voz sonó oscuro, serio.
–¿Cómo crees eso?
–Nuestra madre la contrató... - Le acercó el papel amarillento.
Eire lo tomó y leyó, mientras más leía, más abría sus ojos, todo lo incluido era una aberración.
–Cuarto -Citó en vos alta aquella oración que la dejó perpleja- ,Morgana promete y se compromete a utilizar la sangre en buena fe, sin intenciones perversas, de lo contrario cumplirá su condena en la hoguera por pérfida* - Dejó de leer, no podía continuar, cubrió sus labios con su mano derecha, Tristan la miraba atento –. Es... es sangre, lo que me hacen beber es la sangre de un criado.
–Eire... -susurró aún más serio luego de leer otros papeles –es la sangre del bibliotecario.
«Lennox»
*Cada tocado con su asunto: ''Cada loco con su tema''.
*Pérfida: Que es desleal.
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