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ONCE Y DOCE

CAPÍTULOS 11 Y 12.

DEBAJO DEL BANNER SE ENCUENTRA EL CAPITULO 12, NO SE LO PASEN DE LARGO!


CAPITULO  XI: Haré justicia.

ANTES DE LEER ESTOS CAPíTULOS DEBEN RE-LEER LOS AVISOS.

AVISO N°2: En el que especifico claramente que esta historia contiene lenguaje vulgar y machista (debido al contexto en el que está narrado) .


Día 3 de la desaparición de Eire.

El monumental saco de Lennox tenía dos peculiares orificios en la espalda, lo que provocaba que el viento fresco bailara por la piel semidesnuda de Eire, ella estaba despierta pero con sus ojos cerrados y apretados, y sus dientes castañeaban.

Eire había ideado todo, huiría al bosque y dormiría una noche allí, lo hizo. Luego, se supone que visitaría al pueblo en donde inquiriría un trabajo, podía ocuparse de cualquier cosa, ella sabía hacer de todo, podía limpiar y cocinar, también podía luchar con espadas, era muy buena, aunque eso no sea bien visto, sobre todo para un muchacha como ella, una princesa.

Pero eso, es solo eso, una suposición, porque lo que aconteció fue como una pesadilla... una pesadilla en donde Lennox la rescataba y luego le tendía su abrigo precario, con la espalda agujereada y todo empapado que ella no pudo rechazar porque no quería herir los sentimientos del rubio.

«Como si tuviera sentimientos» Pensó irónica.

Abrió un solo ojo para encontrarse con la inmensidad del cielo negro, pronto amanecería y ella no quería que Lennox la llevase al palacio, después de todo Eire lo hacía por él. No se perdonaría jamás el hecho de no evitarle una noche más de sufrimiento.

Se volteó lánguidamente, fingiendo estar dormida y vio al rubio, con su característico peinado desalineado, un flequillo largo y espeso que cubría su ojo derecho, en realidad, cubría la mayor parte del lado derecho de su rostro, sin tapar sus labios.

Él estaba sentado con las piernas cruzadas y sus dedos índices conectados en ambas sienes, Eire pensó que tal vez, estaba meditando o rezando, al fin y al cabo, la fe actúa de maneras impensables. Impensables como sus ganas de salir corriendo...

Se levantó quitándose el abrigo húmedo y roto, y observó la enormidad del bosque. Tendría que correr en ondulación porque si iba en vertical, Lennox la encontraría. No lo pensó más; mientras lo miraba fijo, caminaba hacia atrás, una sensación la invadió en su vientre, que le rogaba a gritos que no se separe de su lado, que le haga caso, que regrese al palacio y continúe con su vida, porque eso lo más razonable y practico, pero Eire sabía, el deseo siempre supera a la razón.

Y huyó, una vez más, en ondulación como lo pensó.


Día 16 de la desaparición de Eire.

El gran reloj del pasillo principal indicaba que era la medianoche, para Tristan, era un día más sin saber nada de su hermana.

–Día 16 de la desaparición de Eire –murmuro dolido. Caminando, detrás de él, se acercaba Morgana con sus manos entrelazadas. Tristan cerró sus ojos y suspiró frustrado –. Espero que se acerque a mí con buenas noticias, Sanadora.

La mujer de piel oscura y peinado peculiar bajo su cabeza y le hizo la reverencia correspondiente al Príncipe.

–Su majestad, nada me complace más que serviles.

–Lo sé.

–Solo traigo buenas obras, pero antes de dárselo... –Tristan alzó sus cejas con incredulidad.

–¿Acaso me está dando condiciones?, ¿Sabe usted cuál es su posición en este asunto?

–No, no estoy dándole condiciones, por favor perdóneme su majestad. Pero se trata de mi trabajo y el protocolo es saber para que se empleara mi lucro, para verificar que funcione correctamente.

–En ese caso –contestó luego de unos segundos de silencio, Morgana seguía con la cabeza gacha –... debe saber, Sanadora, que es para castigar al raptor de Eire.

–En ese caso, su majestad –Se acercó a él y se atrevió a tocar sus manos–, sus intenciones son nobles, ¿verdad? –Tristan dirigió su mirada hacia aquella unión que tanto le disgustaba, pero él no era una persona desagradable. Entonces poso su otra mano encima de la de ella –Usted, ¿Irá a buscarla personalmente?

–¿Alguna vez, desconfió de mí?, eso me decepcionaría.

–No, no su majestad, nuestros Dioses no lo oigan, nunca desconfiaría de usted.

–Bien, entonces guarde silencio. Yo, haré justicia.


Día 3 de la desaparición de Eire.

Ambas melenas rubias se encontraban en una cantina acogedora, bebiendo Claurell*, la bebida favorita del príncipe Kennet. Su cabello, sus rizos se movían al compás de cada palabra que salía de sus labios, pues, Lennox observó que el muchacho movía todas sus facciones al dialogar y que, innegablemente, por eso la gente lo codiciaba tanto, porque con sus expresiones él demostraba transparencia, y se veía su sinceridad.

–Están como trastornados aquí, Lennox –susurró, como si alguien los estuviera oyendo.

–¿Qué pasa si no la encuentran?

–Se dotara una movilización, si ella no aparece, el pueblo creerá que su majestad, el Rey Jaha, no es capaz de encontrar a su propia hija –repensó mientras peinaba sus rizos hacia atrás, una costumbre inservible porque al final su cabellos siempre tomaban la misma posición.

–¿Y si aparece, y solo dice que fue un capricho? –Preguntó curioso mientras le daba un sorbo a su bebida.

–No será bueno tampoco, no la tomaran en serio, sino como a una niñita.

–La Princesa Eire es una niñita.

–Tiene diecisiete años, a su edad yo tutelé una batalla.

–Ella no dirige ni una porque no se lo permiten.

–Porque es una niña y no heredará el trono.

–Entonces su comparación sobre las edades, carece de sentido.

–¿Defiendes a mi hermana, acaso Lennox?

–No... discúlpame, no quería ofenderlo.

–No debes pedirme perdón... -Expresó, siempre le decía a Lennox aquello, que él nunca podría hacer algo para ofenderlo o molestarlo– en realidad no quiero que ella regrese.

–¿Qué dice, Kennet?

–No voy a engañarte Lennox, nunca lo he hecho... en realidad la guerra ya está golpeando a nuestra puerta, la época de la plétora no funcionó este año. Mi madre tomó una mala decisión, en el pueblo comenzaron a inquietarse y ahora que saben de su desaparición –dijo, refiriéndose a Eire –, aparecerán en cualquier momento para atacar, la muchedumbre con sus palos en llamas y gritando a que demos la cara. Que Eire no esté es lo mejor... le irá mal aquí.

–Es una costumbre que la muchedumbre tome a la persona menor de la familia real y la exterminen a golpes como castigo para sus majestades –Decía mientras recordaba aquella costumbre que alguna vez leyó en un libro de la biblioteca. No conceptuaba que viviría para aquel momento.

–Eire es la menor... ella pagará por la decisión egoísta de mi madre. En vez de suministrar las riquezas de la época de la plétora al pueblo... ella decidió dejarlas en el palacio para saciar nuestra hambre.

El aroma de la adrenalina lleno las fosas de Lennox, la realidad estaba obstaculizando en su fantasía, observó a los ojos a su acompañante de copas y le prometió que cuidaría de Eire. A pesar de que para Kennet aquello sería un simple sueño, Lennox sabía que era algo más, era real.

Y se deshizo de la conciencia de su mejor amigo, del príncipe Kennet, regresando al bosque, en donde él estaba sentado observando al lugar vacío en donde debería estar Eire durmiendo y solo yace su abrigo negro.

–Oh maldición –Alzó la voz a la vez que le daba un puñetazo a la hierba.

¿Será posible que ella tomara incluso la más mínima oportunidad para fugarse? La princesa escapó, porque creía que él la llevaría al castillo, probablemente Lennox haría lo mismo, huiría, y de hecho lo hizo pero regresó para salvar a su madre de las garras de Maeve.

El rubio arrancó su saco húmedo, aún estaba tibio por el calor corporal de Eire, pero factiblemente ella moría de frio con eso puesto. Lennox destinó su mirada hacia su derecha en pudo divisar huellas en color celeste, como si Eire dejase aquel vestigio que solo él podía ver.

Se agacho un poco y forzó su espalda, sus alas no salían, solía sucederle, cuando las necesitaba no salían.


Día 17 de la desaparición de Eire.

Las ojeras eran más evidentes, Jaha estaba cada día más destruido.

Sufría, desde el día de la evaporación de Eire, él pidió dormir en sus propios aposentos, lejos de Maeve. Mostró su desprecio por su esposa, la culpaba a ella en cuanto se enteró del altercado que tuvo con Eire, aparentemente horas antes de que huyera.

Maeve, en su defensa, querelló a un criado, a Lennox, justificando que ese muchacho la aborrecía y que ya habían tenido un inconveniente en el que él se atrevió a alzarle la voz y para fortificar aquella acusación, su hijo Tristan también se había tomado el atrevimiento de mencionar al bibliotecario como un delincuente porque, no era coincidencia que desaparecieran la misma noche.

Por otro lado, Kennet había amparado a Lennox, cuando Maeve lo acusó, su hijo mayor le advirtió que tenga cuidado porque no es considerado hablar mal de alguien sin saber lo que sucedió en realidad.

Lennox, su amado Lennox, había desaparecido también y Jaha no podía llorar por aquello, porque a los Reyes se les tenía prohibido sollozar. Su alma se marchitaba un poco más cada vez que los de la guardia rastrillera le notificaban que no había rastro de ellos. No creía posible que ellos salieran del reino, no quería pensar en eso.

Junto sus manos y levantó la cabeza, se tomó el tiempo de observar a cada uno de quienes estaban en el salón esa mañana, los tres oficiales de la guardia rastrillera, el caballero mayor, el senescal de los caballeros, el obispo que solo acudía a las charlas importantes, su consorte Maeve, sus dos hijos, sus criados sentados en el fondo de la sala, una docena de hombres encargados de escribir aquellos anuncios y divulgarlos por el pueblo, y por ultimo a las familias reales de los reinos limítrofes.

Se preparaba para anunciar.

–Los he citado, a indisolubles, hoy aquí, a mi palacio, para tratar un importante anuncio –unos murmullos se escucharon por toda la sala, hasta que el Senescal ordenó que guarden silencio –lo que se rumorea en los pueblos de mi reino, y en el de los reinos limítrofes –dijo mirando a los seis reyes –, es verdad.

Nuevamente se escuchaban cuchicheos, Kennet abrió sus ojos sin más, sin poder creerlo, Tristan aún no comprendía que es lo que su padre quería anunciar. El Senescal ordeno silencio una vez más.

–Es verdad –Redundó –, ya no puedo seguir rigiendo, no porque este con malestar, ni problemas de salud –mintió descaradamente –, sino porque, siempre llega alguien que aprende de ti y logra superarte luego, con esto, mi anuncio... –guardó silencio – Es tiempo de que me sucedan.


Día 3 de la desaparición de Eire.

En su tercer ensayo, las alas negras de Lennox por fin salieron, le dolían, tenerlas le dolía.

Desde que tenía conciencia de su existencia, su dorso le atormentaba, pasaba sus noches despabilado a causa del dolor, su madre le contaba historias que calmaban su mente, más no su malestar.

Cuando tenía ocho años, corrió de su casa, huyó al bosque del castillo que le quedaba enorme a un niño y recordó que las nubes se hicieron grises sobre él, se sintió diferente, sus ojos vieron más allá de los árboles, apreciaba aromas lejanos como el té de la cocina que estaba del otro lado del castillo y escuchaba risas, oía el viento que se acercaba, percibía las luces en el cielo que se acercaban a él, los relámpagos clarificaron el paisaje y el rayo apaleó con fuerza el suelo en el que estaba el niño, liado, y a causa del miedo, algo en su espalda rugió con ganas y se sintió redimido, como si un peso de encima se le hubiera desvanecido. En ese momento, descubrió que no era un niño ordinario y maduró de repente.

Su madre, Malvina, le ayudo a aprender a esconderlas, eso era fácil, como meter la mano en un bolsillo, pero volver a sacarlas, era difícil, porque ellas salían solo cuando querían.

Siguiendo el rastro celeste que dejó la esencia de Eire, sobrevoló lo más rápido que pudo para alcanzarla cuanto antes y en unos segundos la vio, corría como si su vida dependiese de ello. Miraba hacia atrás de vez en cuando y Lennox escuchaba cada exhalación que ella realizaba.

Se prosperó unos metros y descendió de manera elegante, se cruzó de brazos y esperó a que la muchacha llegara luego de un instante.

Ella continuaba mirando hacia a las espaldas y al girar se encontró de lleno con el rostro de Lennox, tropezó con su pecho y se tambaleó un poco, el rubio la tomó de los hombros evitando una caída y la miró con intensidad.

Eire sintió descargas extrañas en sus hombros, justo en donde Lennox la estaba tocando, no soportó su mirada y la bajó junto a su ceño fruncido, ya no sabía cómo hacer para huir de él.

–Déjame ir –Suplicó con voz cortada –. Por favor, déjame ir.

–Lo siento, no puedo hacer eso, princesa.

–¿Por qué?, ¿Por qué no puedes?

–Porque no soportaría que algo malo le sucediera.

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*Claurell: Vino del siglo XIV, cuyo nombre derivó en el actual 'clarete', aunque aquél no se parece al rosado de hoy. Era un vino caro y se servía en los banquetes reales. También era un buen tónico y se usó como digestivo y estimulante circulatorio.

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CAPITULO  XII: Decisiones inesperadas.


Día 17 de la desaparición de Eire.

Jaha se levantó, todos los presentes empezaban a ponerse igual pero él alzó la mano dictaminando a que se mantuvieran sentados y bajó un escalón.

–He decidido, que mi hijo mayor, está listo para gobernar Radost, y todos ustedes fueron espectadores para ser testigos de mi deseo –nuevamente en la sala se hizo el bullicio, Kennet negaba en oposición, su padre aún era joven para dejar el reinado, además no se atrevería a dejarlo con una guerra aproximándose, o eso quería creer.

Tristan alzaba una ceja, también en desacuerdo, no opinaba que su hermano merezca el trono. Al igual que su padre, si Kennet no se preocupaba por encontrar a su hermana, entonces ¿Por qué se preocuparía por el pueblo?, el pelinegro apretó sus puños lastimándose con sus propias uñas.

–En tres días será la coronación y espero que todos estén aquí, para verlo triunfar.


Día 3 de la desaparición de Eire.

Algo floreció dentro de Eire en cuanto escuchó aquellas palabras, para él, probablemente no significaban nada y solo las decía porque ella era la princesa, pero para Eire, significaban sus sueños.

–Estaré mejor aquí que en el palacio, por favor –dijo ahora sin soportar y dejó escapar una lagrima –, déjame.

–Está bien, está bien –Susurró, llevó su pulgar hacia el moflete de la castaña y le apartó la lágrima –. No voy a llevarla allí, se lo prometo, princesa.

–¿Cómo sé que expresas la verdad?

–Tendrá que entregar su confianza en mí, comprenderá, el palacio no es seguro –Entonó y su pulgar hacia caricias circulares que apenas eran trascendentales.

–¿Qué me quieres decir?, hace unas horas me estabas exigiendo volver –Preguntó sin creerle aún. Lo que decía no tenía ningún sentido.

–Pero ya no, ya no.

–Lennox...-Quiso decir que no le creía nada, iba a rogarle que la suelte, una vez más, pero él interrumpió.

–La llevaré un lugar seguro, créame –El rubio quitó su mano del rostro de Eire y la volvió a poner en el hombro de ella. La castaña se posicionó recta y lo observó, era momento de preguntar.

–¿Cómo hiciste eso?

–¿Hacer que cosa? –Fingió no comprender.

–Encontrarme, llegar antes que yo a pesar de que corrí con minutos de ventaja –Lennox se tomó unos segundos en contestar, en los que sus ojos hicieron una guerra con el sistema de Eire.

–Soy rápido, es todo –La Princesa quitó las manos pulcras de Lennox de sus hombros y le dio la espalda.

–Pues no le creo.

–Ese no es mi asunto.

–¿Acabas de dirigirte con falta de respeto hacia mí?, le recuerdo que soy la Princesa –Lanzó, volteando para mirarlo con enojo. Lennox apretujó los puños, estaba harto de tener que perder su orgullo debido a las clases sociales. Suspiró con furia y le hizo una reverencia a Eire.

–Disculpe, Princesa, no era mi intención causarle molestia.

–Olvidare esa charla en cuanto me diga, ¿Cómo me encontró?

–Sin ánimo de ofenderla, Princesa, usted es muy predecible. Simplemente lo presentía.

–Lo presentías, ¿eh?. Ahora dime, ¿Qué era aquella cosa que me atacó?

–¿De qué cosa habla? –Preguntó el con cara de confusión.

–De la sombra negra en el agua, no se haga el desentendido –Ordenó molesta –, lo ha visto y me salvó de ella.

–Con el más sincero respeto –Murmuro él, posando su mano izquierda en su pectoral derecho –, usted ha imaginado aquello.

–¿Qué dice? –Pregunto ofendida, tratarla de desequilibrada era peor que su falta de respeto.

–No sé de qué sombra negra me habla, solo estaba dando un paseo en mi tiempo libre, cuando en el lago vi una melena, por mera curiosidad me zambullí y la vi a usted ahogándose.

–¿Me está diciendo que estoy chiflada?

–No, solo digo lo que sucedió. Se lo ha imaginado, mucha agua entró en sus pulmones y su cerebro comenzó a conjeturar cosas. ¿Qué creía usted que era aquello que supuestamente vio?, Princesa –Eire se sentía humillada, Lennox la había dejado como a una completa idiota.

Ella no se atrevería a decirle que creía que era una criatura de la brecha, incluso para ella sonaba absurdo. Aquella leyenda para niños que le leía su madre antes de dormir. Puras patrañas.


Día 17 de la desaparición de Eire.

El almuerzo había transcurrido silencioso, Jaha apenas había tocado su comida, Tristan, en cambio, cuando estaba furioso, preocupado, o con cualquier estado de ánimo que no era el estándar, engullía con apuro. Kennet y Maeve comían con normalidad.

–Sé qué fue repentino –Clamó Jaha.

–Fue sorpresivo, no lo has consultado conmigo –Se quejó Maeve.

–Tampoco debería, yo soy el Rey, yo mando.

–Cuide sus palabras para con mi madre –Amenazó Tristan, Jaha se limpió los labios y asintió mirando a su hijo.

–Tienes razón hijo –Ahora dirigió su mirada a Maeve –. Maeve, querida, discúlpame. Sé que no es una excusa, pero estos días son difíciles para mí.

–No solo son difíciles para ti –Contestó irritada –. Es mi hija, estoy destrozada, sus hermanos también lo están y sin embargo, nadie la falta el respeto. Aun así, no me hace importancia, solo procure no perder sus cabales.

–No estoy listo para ser Rey –Habló Kennet luego de unos minutos incomodos de silencio. Los tres le dirigieron la mirada.

–Si lo estás, me lo has manifestado estos días. A pesar de la desaparición de tu hermana, tú sigues en pie como una muralla. Míranos a nosotros, todos estamos despedazados. Tu madre que solloza por las noches, yo, actuando por impulsos, Tristan perdiendo los estragos...

–No estoy perdiendo los estragos, soy un consanguíneo intranquilo, ya que tu no haces suficiente por Eire, entonces lo haré yo –Interrumpió. Ahora los tres lo miraron a él.

–¿Otra vez te atreves a desafiarme?

–Tristan, ya para –Pidió Maeve, solo por eso, él bajó la mirada.

–Lamento contradecirle, pero yo también estoy destrozado –Musitó Kennet.

–Se nota mucho –murmuró con ironía Tristan, Jaha no tenía los suficientes talantes para lidiar con él y optó por la ley del hielo.

–No lo demuestro porque, no permito que mis sentimientos interfieran en mi trabajo –Continuó.

–Por eso estás listo. No es una novedad que estoy macilento, entre nosotros...

–No lo digas, por favor –Susurró Maeve.

–Entre nosotros, ya es hora de que seas tu quien dirija el trono.

–No puedo hacerlo.

–Lo harás, porque es una orden y es mi deseo. 

Hola :D 

Subí doble capitulo porque la semana pasada no subí nada.

Bueno no tengo ni un dato curioso para contarles, así que hasta acá llegue, bye.

PD: Aaah si, si tengo algo para contar, hice el banner que puse entre medio de los capítulos y siento que me quedó muy lindo. 

Ahora si, adiós.

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