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OCHO


CAPITULO VIII : Primer ataque.


Otra vez en ese lugar, cuando estaba ahí, ella recordaba todo, cada detalle, pero cuando despertaba lo olvidaba, solo recordaba algún que otro fragmento; sobre todo del muchacho.

Se sintió observada, no por el joven que tenía en frente, sino por otra cosa, otro tipo de mirada. Una mirada fría e indiferente que le causaba escalofríos.

– ¿No sientes eso? -Preguntó, y lo sintió como un deja vu

El muchacho solo atinaba a mirarla, su rostro, como si fuera alguna clase de piedra preciosa, la más preciosa que hubiera visto jamás.

–¿Qué cosa? –Contestó sin más, a secas.

– ¿No sientes eso en tu pecho...? -Él le sonrió mientras la miraba fijamente, causando que sus piernas tiritaran. – ¿Qué tienes?, ¿Por qué me miras... -Se interrumpió –¿Me dirás chiflada, si te digo que ya he vivido esto? 

– Me asombra que... me continúes mirando de ese modo...

– ... a pesar de que te he condenado –Continuo Eire la frase, haciendo que ambos dijeran eso ultimo al unísono. La castaña no comprendía lo que sucedía, lo cual era irónico porque parecía saber lo que él diría, como si ya lo hubiera escuchado antes.

El rubio sonrió, la primera vez que ella podía ver como él sonreía.

– Nada me sorprende de ti Princesa, es muy inteligente –Le confirmó, ahora si borrando ese atisbo de sonrisa, su semblante estaba serio, como si jamás hubiese mostrado su dentadura.

– Creo, yo creo que estoy perdiendo mis cabales –El muchacho continuaba mirándola, no le dirigía la palabra.

Eire lo observaba, sus ojos, de color gris oscuro. Juraba que el contenido en sus iris se movían, como si se estuvieran mezclando... como si la estuviese hipnotizando.

Ante aquella sensación cosquillosa que sentía la castaña, quemar su cuello y toda su cara, se vio en la necesidad de apartar la mirada. Se sentía incomoda, no con él, sino con la situación.

Sus ojos quedaron mirando a un peñasco lejano, escondida entre árboles que lanzaban un aura oscura, la piel de ella se erizó al instante, acto reflejo ella se acarició los mismos.

Una sombra larga y delicada abrazaba a la roca y más arriba una figura humana la observaba, mostrándole la inmensa longitud de sus dientes en una sonrisa.

–Mira allí, hay algo –Dijo mientras estiraba sus dedos para alcanzar a tocarlo. Pero al no encontrar nada, despegó la mirada de aquel gesto siniestro y miró al lugar en donde estaría el rubio, pero no había nadie.

Con el pánico recorriendo su sistema, ella volteó una vez para mirar aquella sombra que tanto la había observado desde la lejanía. Pero no la encontró, una vez más, no encontraba lo que buscaba.

Sola y con un atisbo de confusión, se abrió camino -del lado contrario a donde yacía aquella figura-  a donde sea que la llevaran sus pies desnudos; curiosamente, el suelo no se sentía como suelo.

Se adentró en el espesor del bosque, en donde la luz desapareció como si magia se tratase y el miedo se apoderó de su cuerpo, una vez más. El frio le calaba los huesos y esa sensación de sentirse observada le recorría la espina dorsal en forma de escalofríos. Se abrazó a ella misma cuando sus dientes comenzaron a castañear, murmurando una canción que su madre siempre le cantaba.

«... Y puede que nunca te halles con la desgracia,

Que descubras amabilidad en todo lo que te encuentres.

Puede que los ángeles te miren y te guíen... »

Bajó la voz al sentir un ruido de hojas secas siendo aplastadas, a sus espaldas. Pasaron unos segundos hasta que ni un otro ruido se hizo presente y continuó con la canción que adoptó como mantra protector.

«... en cada paso que des,

Para protegerte y mantenerte a salvo de todo daño»

Eire se desplomó, una figura tan pesada como el plomo se posiciono encima de ella, fue tan rápido como un rayo y unas manos tan delgadas como lazos le rodearon su cuello sutilmente.

La castaña se encontraba petrificada, todo pasó en un santiamén, más rápido que un parpadeo y sintió como el aire hacía falta. Abrió sus ojos y fue capaz de ver a quien la estaba lastimando, quien le robaba el aliento.

Un hombre con piel brillante y oscura, con ojos de un color que desconocía, aseguraba que jamás lo había visto.

Con sus manos, tanteo en sus lados, alguna roca, un palo, algo que le permitiera defenderse, pero algo la sorprendió, una espada, la sintió en su mano derecha y también como esa sombra encima suyo, la soltaba mientras pegaba un grito desgarrador.

La soltó y Eire se sujetó mejor a su espada, su única herramienta de defensa, o eso creyó.

El muchacho había apuñalado por la espalda a la bestia, causando ese grito. La criatura voló por los aires, danzando. El rubio ayudó a Eire a ponerse en pie, ella aún estaba en shock.

No había tiempo para charla, detrás de Lennox, la sombra estaba dirigiendo sus brazos como cintas hacia su cabeza, y Eire no iba a permitir que aquello sucediese.

Dio cinco aligerados pasos, volteando arrogante en el último para rebanar uno de sus brazos oscuros, la bestia era rápida, y en un suspiro se posó delante de Eire para empujarla con violencia, la castaña utilizó su espada como apoyador, evitando su caída y solo quedar agachada.

Ahora la sombra se encontraba detrás de ella, se esfumaba y se posicionaba en su lado izquierdo, se esfumaba y reaparecía en su lado derecho, se esfumaba una vez más y provocaba en Eire ansiedad.

Con esos cuatro movimientos que realizó la bestia, fueron suficientes para ella, quien ya había comprendido lo que hacía, agachada como se encontraba, decidió tomar su espada pesada y dio unos giros rápidos, cortando en dos partes a la sombra que gritaba sin parar a su alrededor.

Error.

Cada parte, se repuso, ahora eran dos sombras contra las que luchaba, Eire estaba encerrada.

–Si quieres luchar, vamos a hacerlo de manera justa –dijo una de las sombras, su voz sonaba como si su lengua fuera la de una serpiente, temblaba y marcaba las eses.

Luego de eso, a cada uno de ellos, un brazo salió de sus espaldas tomando forma de espadas. No era aquello un problema para Eire, sino las risas que la perturbaban, la asustaban.

Se puso en guardia, sin dejar de mirar a ambas sombras, era un punto menos para ella, dos contra uno, no era justo.

De pronto, las sombras increparon en gritos sagaces agitando espadas y lanzando tajos al azar contra todo ataque de Eire que se veía por encima. Al principio, todo se basaba en ellos colisionando espadas, Eire volteaba y se inclinaba una y otra vez intentando cubrirse, ambos la cerraban, pero ella no demostraba estar siendo amenazada, batallaba a pesar de estar perdiendo; se arrimó a uno de ellos y amagó a atacarlo, logrando hacer el sueco y así poder voltear rápidamente con la espada baja para apuñalar en una pierna al otro contrincante, esta atravesó su pantorrilla y las gotas de un brebaje dorado se fundieron con la tierra.

Eire quitó su espada violentamente, incitando a que el herido se retuerza en su lugar; la otra bestia se abalanzó en una manera feroz.

Una sombra –la que fue apuñalada- lanzaba tajos con un patrón que la castaña logró memorizar, la otra era majestuosa e imperceptible.

Eire le dio la espalda a la sombra de los patrones, y se agachó cuando contó dos segundos, que fue cuando esa propinó un espadazo en forma de media luna, tan fugaz que un sonido del aire siendo golpeado resonó. Sin ver, lo hizo sin mirar su movimiento, y la sombra que realizaba movimientos como si fueran naturales, se enfureció al ver que Eire poseía esa habilidad. 

Entonces, pegó un salto, quedando por encima de la castaña y dirigió su espada hacia abajo como si fuera un hachazo, hiriendo a Eire en el deltoides izquierdo, ella al mismo tiempo lo tajeó a lo largo de su cadera, con su mano derecha, tan profundo como su espada se lo permitió, y el líquido dorado comenzaba a bañaba su rostro.

Asombradas, las criaturas vacilaron, se dispersaron y emprendieron la fuga; pero enseguida se aseguraron de prometerle a aquella muchacha que la próxima vez que sea vean, sería su último día con vida.

Eire se sobresaltó y pegó un grito que alertó a todo el castillo, de su frente caían gotas de sudor como si de una cascada se tratase.

La sanadora ingresó sin autorización a sus aposentos, se acercó a ella corriendo y tanteó su rostro.

Fría, sudorosa y exaltada, con jadeos agitadas, mirando a la nada misma.

–Calma, fue solo una pesadilla.

Una criada entró con una tacita blanca y se la dio a la señora de piel oscura, en cuanto se la acercó a Eire, esta despertó del trance y comenzó a achicarse, apegándose lo más que podía al borde de su cama, alejándose de Morgana.

–Princesa, debe beber el ungüento, le hará...

–¡¡¡No lo haré!!! –Gritó interrumpiéndola, no quería, no podía, ahora sabía que aquello era sangre. La habían convertido en un en Vlad, en un maldito vampiro. La sanadora la observó un momento y su pulso tembló.

–Nunca se ha negado Princesa, está alterada y debe tomar el ungüento antes de que le dé un ataque. Tomé, por favor –Le acercó la taza una vez más. Eire le obsequió un golpe como una bofetada que provocó que se partiera la porcelana blanca y el líquido pintara el suelo.

–¡¡¡Quité esa roña de mi cara!!! –Volvió a gritar con más fervor.

–Princesa, se lo ruego, debe tomar...

–¿Cómo te atreves a gritar de esa manera? –Interrumpió una voz suave, la sirvienta agacho su cabeza a modo de reverencia, la sanadora se situó a un costado del catre de Eire y realizó el mismo acto que la anterior. Maeve se adentró con semblante furioso y observó la situación, Tristán se encontraba detrás de ella, intranquilo queriendo ver a su hermana.

El líquido a escasos centímetros de su camisón blanco de seda, poco a poco se iba esparciendo hasta que comenzó a teñir la tela. La Reina tragó en seco, más no se inmutó.

–Trae una taza más de ungüento –Ordenó a la criada.

–No es ungüento –Clamó Eire cuando la criada se marchó.

Tristán abrió sus ojos asustado, rogando a sus Dioses a que no se atreviera a decir una sola palabra de lo que sabían, rogando a que Eire recuerde todo lo que hablaron.

Morgana y Maeve la miraron, la sanadora con terror en sus ojos, La Reina con curiosidad.

–¿Qué dices? –Quiso saber su madre.

Eire miró a Tristan, sus ojos y vio la advertencia en ellos.

–Eso no es ungüento, no me hace bien, solo me marchita –Tristan lanzo el aire que no sabía que estaba conteniendo.

–No digas eso, jamás –La criada volvió a ingresar con una nueva vasija y suplementos de limpieza, para limpiar el suelo –. Tu vida ha sido salvada por eso, debes beberlo.

–No –Volvió a asegurar Eire, sin dejarse intimidar.

–Eire, es una orden.

–¡¡¡Tu no me das ordenes!!! –Vociferó aquello con tanto placer, Maeve se enrojeció de la cólera y lanzó una mirada a la sanadora. Eire se comenzó a levantar de su cama y Morgana con ayuda de la criada la tomaron de sus piernas y brazos, la tiraron a la cama con violencia ante los bruscos movimientos e intentos de soltarse por parte de la castaña.

Tristan solo permanecía inmóvil en un rincón con la cabeza gacha, no soportaba ver como trataban a su hermana, pero a la vez, si beber eso la mantenía con vida, quería que ella lo ingiriera.

Maeve se acercó a su hija y la tomo de sus mejillas, provocando que sus labios se abriesen un poco y así poder hacerla beber el ungüento a la fuerza. Era líquido, pero le decían ungüento debido a que en la parte de abajo, con el azúcar se formaba una especie de crema transparente.

–Reina, por favor, no haga esto... -Pidió el príncipe. Su madre parecía no haberlo escuchado.

Eire ejercía una fuerza descomunal en sus labios para que no se abrieran, pero Maeve no estaba orientada a ser delicada, le estaba hundiendo sus uñas sin llegar a magullarla. Cuando pudo liberar un brazo, dio un golpe fuerte en la nariz de la criada, quien le soltó el otro brazo para ella resguardar su herida. Maeve fue bestialmente empujada por su hija, causando que el liquido azul cayera por todo su pecho, se tambaleo y espoleó a Morgana en el acto, haciendo que le soltara las piernas, no creía que su hija se animase a tanto.

La castaña se levantó al instante y huyó hacia los pasillos, lo último que escucho fue a Tristan diciéndole a su madre que la dejara ir, que Eire demostró que no estaba en una recaída, sino que tenía mucha energía de sobra. Lo cual ella agradeció en su interior, su hermano siempre estaba para ayudarla.

Se introdujo en una puerta que conocía como la de un baño público dentro del castillo, se miró al espejo, estaba destrozada. Sus cabellos estaban enredados, su rostro tan rojo como un fruto.

Se embelleció como pudo, se peinó y alineo el vestido gris con el que se había quedado dormida. No tenía ni idea de la hora que era, pero lo importante era el sueño que tuvo.

Siempre soñaba con el bibliotecario, no podía sacarlo de su cabeza, y como los sueños son tan raros, él aparecía y desaparecía. Al igual que esa espada, no estaba allí, sin embargo surgió cuando la necesitaba.

Una vez que se calmó, pudo apreciar que su brazo le dolía como el infierno, la criada la había sujetado fuerte. Quiso creer.

Pero en su reflejo, observó su brazo y una mancha oscura formaba parte de su manga.

«No puede ser cierto»

Asustada, enjuagó su cara y volvió a mirar su rostro en el espejo.

–Solo fue una pesadilla Eire, no seas ridícula –Se dijo a sí misma. Pero la mancha seguía ahí al igual que el dolor.

Movió su mano derecha y la acercó a su manga, la tomó, estaba dispuesta a bajarla, pero no tenía el valor.

«Esto es burlesco»

Pensó y acto seguido bajo aquella tela, dejando parte de su brazo al desnudo. Un tajo se hacía presente a lo largo de su piel, en el mismo lugar en que aquella sombra la había herido. Pero no fue eso lo que asustó a Eire, sino su sangre... no era roja, como la de cualquier ser humano, sino que era azul... el mismo azul que la sangre de Lennox.

No soportaba más, debía hablar con alguien, alguien que fuera capaz de creerle, alguien que pueda brindarle respuestas... quería hablar con él.

Abandonó el baño tan rápido como pudo y se dirigió al único lugar al que sabía que estaría en soledad, no solo por ser de noche, sino que aunque fuese de día, nadie más que ella y unas cuatro o cinco personas iba.

La biblioteca.

Se ocultó en el tercer piso, entre estanterías y comenzó a llorar. No de tristeza, ni de enojo, sino de desesperación, por tantas mentiras, por estar confundida, no comprendía nada.

Sus ganas de querer hablar con alguien se esfumaron... ahora solo quería huir.


Hola, en el caso de que alguien tenga curiosidad, voy a dejar acá abajo como son las pronunciaciones de los nombres (voy a escribirlos bien a los bruto). :D

Jaha (Rey): Yaja.

Maeve (Reina): Meiv.

Kennet (Principe Mayor): Kénet.

Eire (Princesa): Err

Lennox: Lenecs

Kalen (Capítulo 4): Kilen.

Fergal (Capítulo 4): Ferjal

Tristan, Nur, Malvina y Morgana, se pronuncian tal cual está escrito.  

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