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NUEVE


CAPITULO IX: Me convierto en salvación.


En seguida de haber despertado de aquella ilusión, se sintió desalentado. 

Eire siempre lo bloqueaba, estaba intranquilo por ella, por su vida. Si había algo que Lennox sabía de buena tinta, era que la Princesa era prodiga de la esgrima, no dudaba en que se encontrara fuera de riesgos en cuanto poseyera una espada en su mano.

No ponía en tela de juicio que ella había nacido para portarlas, no, aquello era un insulto...

Incluso la más filosa perdía el valor en su poder, o de eso quería converse el rubio, quien pasaba sin parar por los angostos pasillos que creaban las estanterías colmadas de libros.

Esa biblioteca, Lennox estaba seguro de que el aroma dulce de la chica estaba saturado en cada página de cada libro, ni el olor a tinta podría distraerlo jamás de sentir aquella sensación, aquel miedo.

Tuvo recelo, de que algo haya salido mal... su conexión, se rompió.

A pesar de que estaba absorto en sus pensamientos, su piel se erizó haciendo que le prestara más atención a sus sentidos. Que él juraba, eran más de cinco.

Lennox no era un humano como el resto, él era poderoso.

Gozaba de destrezas que todos quisieran poseer, habilidades a las que cualquiera temería, podía concebir cosas que pocos serían capaces de entender.

A comparación de un escueto mortal, él podía ver a la perfección en la noche incluso observaba las lejanías y distinguía cada detalle, sabía escuchar a distancias generosas, lograba oler los sentimientos de las personas, todos sus sentidos funcionaban al menos treinta veces más que los de cualquier humano. Él alcanzaba a hacer cosas... que nadie comprendía, ni siquiera él mismo. Y aprendía, su existencia se basaba en aprender a controlarse, o eso creía.

Entonces la sintió, ella estaba cerca, Eire causaba en él algo indescifrable, la quería cerca y por eso la odiaba. Se detuvo en seco para asomarse por el borde de la estantería, la princesa caminaba como desquiciada sosteniendo una vela que pronto iba a apagarse, pero antes de que aquello sucediera, ella la apagó con un suspiro lleno de decepción.

El olor a decepción, la tan acostumbrada decepción.

La escuchó llorar, durante varios segundos, sintiendo la curiosidad corriendo por sus venas, pero el alivio llenando su ser, porque estaba viva, viva y cerca de él. La observaba porque no podía permitirse hacer algo al respecto, nunca podía hacer algo al respecto, desde que él tuvo conciencia de su existencia recordaba a Eire, continuamente era él queriendo estar cerca de ella, y hablarle, o mirarla, solo con observarla él estaba sosegado y no podía comprenderlo. No entendía ese hambre de querer tenerla cerca. Aunque lo tenía prohibido por ser un criado más.

No era simpatía, era curiosidad.

Un movimiento brusco de Eire lo sacó de sus pensamientos.

Se cruzó de brazos mientras andaba con cien ojos, ella estaba a ciegas, los verdosos de Eire apenas se habían acostumbrado a la oscuridad pero podía discrepar las mesas y estanterías, si se acercaba lograba descifrar algunos títulos de libros.

A la sazón se dirigió al anaquel, tomó el bolso que Lennox acomodaba cada mañana religiosamente y tiró todos los libros de la que sería su clase matutina, él muchacho entrecerró los ojos sin llegar a comprender que es lo que hacia la Princesa. Eire continuó caminando con dificultad por el lugar tomando todas las frutas y galletas que había sobre las mesas, y luego tanteo cinco libros de los cuales se tomó un tiempo en encontrar. Lennox sacudió su rostro, le dedicaba mucho tiempo en observarla. Quizás debía dejar de prestarle atención.

«Quizás no» se dijo en cuanto vio la melena castaña de la chica perderse entre los arbustos, Eire estaba huyendo.

No la perseguía por el instinto de querer cuidarla, sino porque ella era la Princesa y el su criado, debía hacerlo porque era su trabajo obligadamente, sin más.

La castaña de cabellos ondulados y largo se ocultaba entre árboles y murmuraba números, observando los pasos que realizaba cada guardia, se mantuvo de esa manera varios minutos, hasta que comenzó a contar, llegó al trece y salió disparada. Lennox lo comprendió, estaba memorizando los patrones de los hombres.

El rubio no necesitaba hacer aquello, podía hacer algo mucho mejor que correr, pero no siempre le funcionaba. Cuando Eire se detuvo, él se quedó en la punta de un arbusto observándola, de nuevo murmurando números, esta vez distinguió que los dedos de ella se movían de manera curiosa y ahí estaba nuevamente, prestándole atención a detalles que verdaderamente no importaban.

Sabía que ella no podía correr más allá del bosque, puesto que se encontraría con la nada misma, el fin del suelo plano, una persona como ella no podría descender la montaña tan empinada, debería darse por vencida y volver a la cama; Al final, el capricho de la princesa por huir no había llegado tan lejos, por suerte para Lennox.

Sonrío y rodó sus ojos de manera petulante, pero antes de que él cantase victoria, ella desenterró dos dagas «¿Qué demonios haces Eire?» , aseguró su mochila y con una fuerza descomunal clavo ambas dagas para comenzar a descender. Él abrió sus ojos con fuerza, no estaba impresionado, incluso se lo esperaba de ella, lo que temía era que pudiera caer y lastimarse.

Refunfuñó, renegó en silencio, a Eire nunca se le escapaba una idea, Lennox rogaba a sus dioses que su habilidad le funcionase, las necesitaba.

Lennox necesitaba volar.

Cuando ambos se ahuyentaron lo suficiente, las extremidades de uno de ellos comenzaron a disolverse con el aire fresco. Completamente iguales, se observaron y el clon sonrió crédulo.

–¿Acaso hemos terminado? –Se preguntó esperanzado. Pecado Mayor solo miraba serio al suelo, chasqueo la lengua y negó unos segundos después, a ese paso su compañero no poseía brazo izquierdo y su hombro y parte del pecho comenzaba a esparcirse por el aire. 

–Tu si compañero, tu... te iras –Susurró con un ademan de sonrisa, en realidad sentía envidia.

–Pero... yo soy tú, una parte de ti –Se dijo confuso, y su acompañante quien no quería que se pierda la esperanza, enmudeció.

–En ese caso, una parte de mi morirá, eres mi parte más afortunada -Lo observó con más atención, sus pies habían desaparecido y solo podía vislumbrar un poco de su rostro, como ver su reflejo –... Lo único que esa muchacha hizo por mí.

Y sintió sus propias cenizas envolverlo junto al viento que bailaba burlándose, ese lugar era oscuro, un mundo creado por un novato, eso era evidente para él, quien tenía experiencia en meterse en mentes ajenas y perturbarlas. Conectó su percepción con la Ordenadora, única entidad que podría ayudarlo.

Ella lo aceptó sápida y lo absorbió, no con una sonrisa como siempre, sino con ceño fruncido y labios apisonados, clara señal de su disgusto, la criatura podía adivinar que ella le gritaría, lo castigaría, lo condenaría a vivir un par de años más con el sufrimiento para hacerlo más fuerte y deshacerse dignamente de la historia.

–Has fallado –Pecado Mayor se arrodillo y rogó por su misericordia.

–Se lo ruego, deme otra oportunidad, no fallaré –Comenzó a besar su falda frenéticamente, hasta que la helada mano de La Ordenadora lo alzo con un repiqueteo.

–No seas risible, no debes justificarte, ¿Quién crees que soy? –Preguntó mientras volvía su semblante a uno neutral.

–No quería ofenderla.

–Pecado Mayor –Susurró con tranquilidad –. No me ofendes, no seas tonto. Es absurdo que una niñita te haya vencido, es cierto, pero el destino así lo quiso, y yo ya sabía que eso ocurriría.

–¿Entonces, por qué no hizo algo para cambiarlo?

–¿Aún no entiendes? –Negó –Cada vez que ella gana, tú te fortificas, mientras más lejos llegue el pecado, más acrecentará esa furia en ti... y así hasta que un día serás invencible y tendrás tu eterno descanso.

–¿Estas segura? –La Ordenadora puso sus sentidos en él, mostrando la totalidad del color de sus ojos, acción que realizaba cuando estaba a punto de hacer una promesa.

Ella siempre cumplía sus promesas.

–Te lo prometo.

Lennox se posicionó en la copa de un árbol a doscientos metros de donde Eire se encontraba pernoctando. Luego de caminar toda la noche, ella se desplomó en un punto ciego de un bosque cerca del pueblo, el territorio era del castillo aún. El rubio se tomó el tiempo de volver a su casa y armarse mientras la muchacha descansaba entre pastos y rocas para nada mullidas. A pesar de la lejanía hacia esfuerzos para poder verla bien, después de todo, sus habilidades a veces fallaban y maldijo por dentro en cuanto se vio incapaz de sentir su aroma.

Al menos ocho horas pasaron cuando Eire daba señales de vida, despertó luego de haber dormido todo el día... luego de haber caminado sin parar toda la noche anterior. Ocho horas en las que Lennox se quedó sentado en aquel tronco tan lejano a ella y sus parpados pedían a gritos que se unan en un profundo sueño.

El sol se ponía en un ocaso ilustre, un grito perspicaz lo sacó de su entre sueño, destinó sus cinco sentidos a ella y percibió que su queja se debía a la furia, Eire no conseguía ondular su cabello como pretendía y lanzó un lamento que logró despertarlo. Acto seguido, comenzó a quitarse el vestido gris y segundos antes de que Lennox voltease, él pudo distinguir su cintura, jamás se lo perdonaría, vio demasiado.

«Maldición»

Eire fregaba como podía –y desde su inexperiencia- la manga mugrienta de su traje, uno de sus favoritos, él único vestido que ella usaba repetido, el resto eran únicos en su clase, una manera de derrochar el dinero que solo los de la realeza se permitían. Ella sonreía sarcásticamente «Como si un tonto traje importase, después de todo».

Apreció el frió del agua con las yemas de sus dedos, no estaba tan sofría, a veces ella tomaba baños de temperaturas inferiores «Gajes del oficio», a pesar de ser una de las personas mejores pagas del pueblo, había cosas de las que no gozaba. 

Se aseguró de abrochar bien su ropa interior, que consistía en un brasier de lino color gris claro, haciendo juego con su traje, que le cubría parte de su vientre hasta sus muslos y la parte de arriba era un sostén que abrazaba sus delicado hombros hasta sus costillas, esa pieza tan atrevida había sido un regalo de su tía, quien traviesa le advertía que pronto debería seducir a los hombres con él, sin embargo ella lo ocupaba porque era el que menos calor le producía. Se lanzó de lleno al agua de aquel pequeño lago, bañándose gustosa, deshaciéndose de cada gota de sudor y cansancio.

Lennox volteó al escuchar el estruendo que resonó como miles de cristales rotos en sus orejas. No evitó observarla sumergirse y volver a voltear, quería brindarle toda la privacidad que corresponde.

Eire sintió un cosquilleo en su pie izquierdo provocando que soltase el aire que aguardaba, convirtiéndose en burbujas que poco a poco llegaban a la superficie. Intentó regresar, pero aquella cosa la sostenía con fuerza y amenazaba con llevarla a la profundidad oscura del abismo. 

Y Lennox volvió a voltear de solo escuchar el ruido de las burbujas, estaba deseoso de voltear, en realidad, esperaba ver otra cosa, pero se encontró con que nadie había allí.

Entonces lo sintió, como si de una bendición se tratase, su sentido del olfato le funcionó y reconoció el terror y el placer y la falta de aire y ganas de asesinar, sed de venganza.

Desplegó sus desahogos y planeó al santiamén hacia la marisma, se metió de lleno sin dudarlo, quería saber que era aquello que olía tan cruel. A pesar de percibir todo, eso era algo nuevo, una entidad más grande que un bote naval promedio, tan oscuro como la hondura de la noche, con brazos finos como lazos que sujetaban a Eire desde sus pies, rodeándo toda su cintura y cubriendo el resto de su cuerpo poco a poco, como si la estuviera consumiendo y desprendía un aroma cálido, disfrutando aquello.

Se aproximó a la inmensidad que intentó enredar sus brazos, Lennox rebanó aquellas cintas moviendo sus manos rápidamente y un quejido salió de algún lado, un grito agudo que resonaba terrorífico en la profundidad. Sin perder tiempo ni darle espacio al desasosiego, se removió con facilidad a un lateral de la castaña quien solo se dedicaba a intentar huir sin percatarse de la presencia del albino; la abrazó por la espalda acunándola con delicadeza en cuanto ella lanzó la última ración de respiro que la mantenía consiente y sus cuerpos se fusionaron, como si de piezas de acertijos se tratase.

El aura negra de las alas de Lennox horripiló a la bestia, apuró la circunstancia dirigiéndose a la superficie en donde salió por los aires hasta llegar al suelo a tres metros lejos de la orilla; ella desmoronó bajo los orgullos del chico, las sintió suaves y mullidas pero no se percató de eso, no le incumbió.

Abrió sus ojos tomando una respiración generosa, tenía la vista borrosa y solo atino a quitarle la espada al rubio para luego empujarlo violentamente, se levantó valiente para dirigirse a la orilla en donde el rastro de aquella bestia maligna desaparecía a cada pasó que ella daba.

Sin llegar a comprender del todo la situación,Eire volteó con la espada en alto hacia donde se encontraba el muchacho, elrubio agitó su dedo índice de manera increíble hacia la punta de la hoja,atajándola y se miraron, está vez no fue en secreto y sin descaros.    

Hola! 

Como saben, HDS está basada en el siglo XV, la primer transfusión de sangre exitosa fue en el siglo XVII (Año 1665 exactamente). 

El primer intento de transfusión sanguínea registrado ocurrió en el  año 1492 (siglo XV) cuando un Papa cayó en coma, en ese tiempo no se conocía la circulación sanguínea así que el medico propuso que se le administrara la sangre por la boca; esta es la razón por la cual en esta novela decidí que Eire bebiera la sangre de Lennox como si de un simple té se tratase. 

El resultado para ese experimento fue que tanto el Papa como los niños donantes de sangre murieran. 

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