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DIECISIETE


CAPITULO XVII: Dagda no es un ángel.

Día 12 de la desaparición de Eire.

Hombres engalanados de carmesí comenzaron a irrumpir en el lugar, nadie además de los tres parecía notarlo, todo mundo continuaba bailoteando, gritando, riendo, bebiendo mientras que poco a poco los guardias iban llenando el ambiente con sus miradas.

Lennox tomó a Eire de los hombros haciéndola quedar delante de él, su pecho choco bruscamente con la espalda de ella y le quitó una manta de su vestido para cubrirle el rostro como si fuera una capucha.

– Esto no es bueno –Murmuró frenético. La castaña se viró para observarlo.

–Petrov, cúbrase los cabellos –Ordenó. El peinado de Lennox era identificable, su color rubio llegando al blanco con raíces azabache y esa peculiar manera de batirlo hacia un lado abrigando la mitad de su rostro, cualquiera que lo viera sabría que es él. Obedeció al instante –.Debemos irnos, los conozco a todos, son leales a las órdenes de mi madre –Bajó la cabeza nerviosa.

–Tenemos que salir de aquí, ahora –Nur los miraba de uno en uno y abrió sus brazos simbólicamente –. Síganme.

–No lo adivino –Se relamió los labios. Lennox seguía a Nur hacia la puerta de la cocina –. ¿Cómo demonios nos localizaron? –Indagó Lennox.

–Alguien habrá avisado –Objetó Nur. Tomó una llave encubierta bajo una poza y la enlazó en la cerradura oxidada –. Pero, ¿Cómo lo han hecho tan rápido?

–No es necesario avisar –Musitó Eire –. Conociendo a su alteza –Se refirió a su madre – ha enviado a hombres a buscarme. Ella posee diez compañías

–¿Diez compañías? –Preguntó el rubio con la cara transformada.

Cada compañía se contentaba con cien hombres, entre ellos guerreros, rastrilleros y caballeros, todos dispuestos a ser leales a alguien que les pague lo suficiente por hacer su trabajo.

Maeve, quien no tenía un pelo de tonta, les solventaba fortunas a esos mil hombres para encontrar a Eire sin importar cuanta sangre derramaran, ni cuántas vidas inocentes o no, cobrasen.

Nur aseguró el pestillo una vez que estuvieron del lado de afuera y los guio de nuevo, ahora hasta el depósito en donde minutos atrás habían dejado sus pertenecías.

–Sí, diez. Pero no creo que haya sido capaz de enviar a todos, quiero decir –Pasó en seco, tanto Nur como Lennox la miraban soliviantados –... diez compañías es merecedor de una guerra. ¿No? –Inquirió perpleja.

Lennox lanzó una blasfemia al aire, lo suficientemente fuerte como para ambas muchachas lo entendieran.

–¿Qué sucede? –Indagó Eire.

–¿Cree usted, princesa, que su madre solo enviaría a diez hombres a buscarla por todo el país? –Alzó la voz –¡Claro que no! Su vida vale más que todo el oro que hay en el palacio y en el mundo, ella no dudaría ni un segundo en dejar al país en banca rota con tal de encontrarla –Se acercó a ella y la tomó de los hombros –. Abra los ojos Eire, la mitad de la población aquí es aliado de tu madre –La sacudió.

–Suélteme, me lastima –Bramó delirante.

El rubio la soltó con semblante culpable, no estuvo bien. 

Con apenas tocarla la dañaba, no podía controlar su fuerza.

Sin nada más por agregar, Lennox tomó la carreta con sus pertenecías, antes de poder siquiera sacarla por el portón, Eire lo frenó.

–Déjame tomar dos espadas –Lennox no podía decir que no, de lo contrario esa sería su respuesta.

–No las necesitará –Quiso convencer. Pero nada podría quitarle a la princesa el deseo de tener un arma blanca colgando de su cintura.

Estaba fastidiada de sentirse débil, ella era consciente y conocedora de que era increíblemente habilidosa para la esgrima. Una espada no era lo mismo, pero servía y eso era suficiente.

Tomó dos, tal y como pidió.

Nur, hurtó dos caballos del establo explicando que no estaba robándolos sino que tomaba un préstamo, pues el dueño de todo el lugar era gran colega de su padre y hermano. Lennox asintió en acuerdo con su plan. Le creía cada palabra, ya que el padre de la pelirroja era dueño de pequeñas cantinas esparcidas en todo el pueblo, era obvio que él conocería a muchos otros dueños de su mismo negocio.

Los tres montaron abriéndose paso a la inmensidad del bosque en donde tomarían un camino para llegar hacia donde Malvina los esperaba ansiosa.

La noche era curiosamente fría, Eire frunció el ceño indiscreta. El día había pasado sospechosamente rápido, era la mañana en cuanto sucedió lo de la alcantarilla y en cuanto salió ya estaba anocheciendo, era increíblemente imposible. Abrió sus ojos con fuerza.

«El eclipse se acerca»

Lennox aquietó al caballo de repente causando que las ruedas de la carreta arrancaran parte del pastizal a su paso. Se puso frente a ambas muchachas y señaló el otro lado del camino en donde había una masa de árboles aún más extensa.

–Nos rodearon –Afirmó –Escóndanse entre los árboles, me haré cargo.

–¿Cómo lo sabes? –Demandó Eire, curiosa.

No era el momento ni el lugar para la charla que ellos tenían pendiente, a pesar de que Eire tenía razón con respecto a ''Nunca habrá un lugar indicado'' definitivamente Lennox no iba a decirle que poseía habilidades particulares, que podía ver a cientos de kilómetros de distancia. No.

–Ocúltense ya, no se entrometan –Alzó la voz en cuanto oyeron los cascos de los corceles acercarse. Al instante Nur y la princesa se escondieron como lo deseo el rubio.

Lennox bajó del caballo negro con una franja blanca en el estómago y apoyó sus palmas en ambas partes de su cadera, en posición de jarra. Frente a él cinco hombres marchando prolijamente frenaron observándolo con atención.

Lennox rodó los ojos hacia el cielo.

–Miren a quien tenemos aquí –Vociferó el hombre que estaba al frente –Lennox Petrov, tal y como describió su alteza, la Reina Maeve.

–Aquí no hay nada que ver –Habló Lennox luego de unos segundos de silencio.

–Sí, si hay, su alteza busca a la princesa, por ella nos pagaran una fortuna, tu cabeza no vale ni un centavo a comparación –Desenvainó su espada, al instante los otros cuatro detrás lo siguieron. El rubio alzó sus cejas en cuanto escucho el sonido detrás de él, cinco hombres más estaban justo detrás de él amenazándole –pero, uf –Lanzó un chiflido –. Dos mil monedas, hombre, eso es una oferta imposible de rechazar.

–Me temo que morirá de hambre entonces –Se burló.

El vocero se puso en posición de guardia acercándose rápidamente al muchacho, Lennox cerró sus parpados con pesar, no tenía ganas de luchar; ni siquiera se tomó la molestia de desenvainar su espada, solo se agacho levemente para dar un puñetazo en el abdomen abrigado del guardia, sofocándolo, aprovechando ese momento para tomarlo de su muñeca, presionarla hasta hacerlo soltar el arma blanca de la el rubio se adueñó.

Los demás que presenciaron aquella escena, comenzaron a acercarse para atacar dejando a Lennox encerrado en el medio, sin embargo él utilizaba la espada que se había ganado como un escudo, hábil, provocándole algunos cortes a los carmesíes, de paso marcando su espacio personal al que no se podrían acercar sin lastimarse un poco; por la espalda uno lo apuñaló en la pantorrilla, las pupilas del rubio se dilataron y su furia se encendió.

Volteó directo hacia las manos del apuñalador, quienes se le acercaban los empujaba por los aires sin siquiera llegar a tocarlos, con un simple movimiento de manos lo lograba. Uno de ellos cayó sobre un peñasco causando que la sangre bañase el pastizal.

A unos escasos centímetros de donde se encontraban las jóvenes ocultas, Nur ahogó un grito lleno de espanto ante la sangre, Eire puso sus manos en las coberturas de sus espadas a la defensiva.

Nur puso las suyas sobre las de la castaña mientras negaba.

–Lennox pidió que no nos entrometamos –Susurró Nur.

–No me interesa lo que Lennox haya pedido.

–No voy a permitir que arruines esto –Eire se enalteció y acomodó su cinturón.

–¿Cómo te atreves a hablarme así?; ¿A darme ordenes?, olvídalo –Murmuró a paso rápido, se fue directamente hacia donde Lennox estaba con un pequeño problema, la espada que él tenía en sus manos había quedado atravesada en la pantorrilla del hombre que lo había acuchillado a él, se encontraba golpeando a un hombre mientras otro lo apretaba del cuello, aun así parecía que eso no dañaba al rubio.

–Guardias –Gritó Eire.

Los ocho hombres que habían quedado conscientes voltearon para verla, pronto se posicionaron y le hicieron una reverencia; el muchacho que intentaba ahorcar a Lennox, lo tomó haciendo que su rostro mirase hacia el suelo, como si fuera un criminal.

–Su alteza, la hemos encontrado –Vociferó el guardia vocero –Y tenemos a su raptor –se refirió a Lennox.

El vocero dio la orden para que otro le brindara una patada en su estómago, Eire se tapó la boca preocupada, sintiendo dolor.

Lennox podría levantarse y aporrear a todos juntos si se le daba la gana, en realidad ganas es lo que menos le faltaba, pero sabía que si saciaba su ira perdería el control.

–Dejen de golpear... –No concluyó de dar la orden porque Lennox tiró al suelo al hombre que lo sostenía, aplastando a quien lo pateaba, tomó el brazo de uno de ellos y lo volteo hasta quebrarlo, el que quedó bastó con un puñetazo para dejarlo en el suelo inconsciente; Eire lo observó pasmada en cuanto vio como las venas en sus brazos se teñían de negro.

Desenfundó ambas espadas y se acercó corriendo para atacar a los tres hombres que estaban dispuestos a herir al rubio, estos se voltearon observándola dar el primer ataque de embestida, un movimiento de ataque estándar pero altamente efectivo. Extendió su pie derecho hacia adelante tan lejos como pudo sin estirarlo de más y sin perder el equilibrio conectando a su oponente con un corte el su hombro izquierdo; sonrió, definitivamente le encantaba defender a Lennox.

–Princesa, recupere la razón. Baje sus armas –Pidió el hombre al que ella acaba de propinarle un tajo que ahora chorreaba de sangre –. De lo contrario, tendré que actuar a matar.

–¡Ja! –Ironizó –Deseo verte intentándolo

Y esa frase, fue la apertura de su siguiente movimiento,  uno evasivo con un giro. Evadió el ataque dejando caer su cuerpo por debajo del arma del guardia en donde aprovechó para propinar un golpe seco en el hígado, ubicando su mano libre en el suelo para soporte y equilibrio, se levantó rápido y volvió a apuñalarlo esta vez en su pantorrilla causando que este se tirase al suelo.

–De la orden para que dejen de atacar –Ordenó la princesa.

El guardia, aún con la espada incrustada, asintió a duras penas y con un leve movimiento de su cabeza, los cinco hombres que quedaban en pie se pusieron en guardia.

Soltaron a Lennox quien se agachó arrancando el pastizal y la tierra del suelo, tratando de canalizar la furia que lo consumía. No quería asesinar a nadie, no quería lastimar gravemente pero le estaba costando mucho contenerse.

Sus venas iban recuperando el color verdoso poco a poco, apenas entendía lo que Eire hablaba, no, de hecho, ni siquiera la estaba escuchando realmente solo se concentraba en su interior, necesitaba recordar algo agradable para calmarse, las caricias de su madre, las risas compartidas con su mejor amigo Kennet, el baile que compartió con Eire.

Sacudió su cabeza, él no podía pensar en Eire, no de esa forma. 

Lo tenía prohibido.

–¿No nos ejecutará, verdad, Princesa? –Preguntó el guardia.

–Ella no –Lennox se levantó tomando una daga del bolsillo de su abrigo –Pero yo sí

–¡No! –Gritó Eire al ver que el rubio apuntó con su arma blanca al vocero, justo en la yugular. Los otros hombres se movieron para atacar pero Eire amenazó con sus espada y Nur, salió de su escondite para apuntar con sus flechas.

–Lennox, tu no eres así –Recordó Nur.

–¿Entonces qué hacemos?, si los dejamos vivos le irán con el cuento a Maeve.

–Lennox... por favor, sé que estás furioso, por favor–La castaña retembló, su estómago se le revolvía. Estaba realmente asustada de la condición en la que se encontraba Lennox, tanto que incluso se lo pedía por favor.

El rubio pestañeo repetidas veces frunciendo el ceño, soltó los cabellos del vocero y lo empujo haciéndolo caer acostado al suelo. Se hinco sobre ahorcándolo, Eire lanzó un gemido sorprendida.

–Si te dejo libre... ¿Le contaras a Maeve, que cosa? –Preguntó tranquilo.

El guardia comenzó a carcajearse, el rubio ejerció más presión en su cuello.

–Le di-diré –balbuceo a causa de su falta de aire –que Lennox Petrov ha secuestrado a su hija –Una vena en la frente de Lennox comenzó a palpitar, alzó su puño y golpeo en la nariz lo más despacio que pudo para no partir en pedazos su cabeza, aun así lastimando gravemente al hombre.

–Lennox ya basta –Gritó la princesa sobresaltada.

–Voy a golpearte hasta que pierdas la conciencia –vociferó y tal como prometió, comenzó a propinar puñetazos en el rostro del hombre dejándolo cada vez más herido y ensangrentado.

–Lennox –Sintió el calor recorrer la espalda, justo en donde Eire le estaba apoyando su mano y ejercía presión –Lennox, ya para.

El rubio presionó sus parpados con furia, no se le ocurría solución alguna, solo atinó a lanzar un gruñido y alejarse del hombre sin dejar de mirarlo fijamente.

–¿Qué haremos con ellos? –Murmuró Nur.

Lennox tenía razón, si los dejaban irse ellos le contarían a la Reina lo que vieron, a pesar de no ser verdad que Eire fue secuestrada, era evidente que Maeve iba a creer ciegamente en eso, sin importar que su hija refute la veracidad de los hechos.

–Los dejamos aquí –Afirmó Lennox. Se acercó hacia la carreta en donde tomó las sogas que compró. Sabía que iban a ser de utilidad en cualquier momento –Y nos vamos del país rápidamente –Susurró en el oído de Eire, rozando con sus labios la piel que se le erizó.

Día 13 de la desaparición de Eire.

Lennox había dejado encadenados a los guardias que habían quedado en pie, el resto quedaron inconscientes y probablemente los demás tuvieron que esperar a que despertarán para que los desaten.

Habían cabalgado durante toda la noche, mudándose del pueblo de Radost, hasta la frontera de las Islas Immense.

–Lennox, esto no está bien –Murmuró Eire. Nur estaba detrás de ellos, no podía escucharlos.

–¿A qué se refiere, princesa?

–Lo que hicimos hace unas horas. Estuvo mal... una cosa es deshacerse de esas bestias y otra muy diferente es lastimar a personas.

–¿Cuál es la diferencia?

–Las bestias querían lastimarnos.

–¿Acaso los guardias no?

–¡No! –Gritó –No querían asesinarnos, solo querían llevarme con mi madre, a donde se supone que pertenezco.

–¡Entonces vuelva a donde pertenece y déjeme en paz! –Gritó también. Nur decidió adelantarse para darles su privacidad. Eire frunció el entrecejo sin entender por qué aquella frase enfureció tanto al rubio. Claro que a ella los guardias no iban a hacerle daño, pero estaban dispuestos a cortarle la cabeza a él –. Todo lo que hago es para salvarla, solo quiero protegerla, no quiero que ninguna bestia a lastime, no quiero que ningún guardia la tome y la lleve a casa.

–Yo no pertenezco allí, Lennox.

–¿Entonces que quiere?

–Quiero... quedarme contigo –Dijo con la voz temblando, Lennox la miró con intensidad unos segundos para fijar luego la vista al frente en donde la pelirroja iba tranquila.

–¿Quiénes eran esas personas que dice que ha visto? –Cambió radicalmente de tema.

–¿Qué? –Preguntó mirándolo, entendiendo sus intenciones, él evadía toda charla lo haga confesar algo, por ejemplo, ella no olvidaba que había visto sus venas sumirse en color negro. 

–Me refiero a... con... de mi forma –Repitió tal y como lo había dicho ella.

Eire tragó en seco, recordando aquella escena.

»Era muy pequeña, tanto que tenía que saltar para poder subirse a la cama y nunca había podido hacerlo sola. Su madre siempre era quien la ayudaba pero esa noche ella no había ido a sus aposentos ni a cantarle la nana para conciliar el sueño.

»La pequeña Eire comenzó a sudar, sus esfuerzos no daban resultados. Ella no podía por sí misma y eso la frutaba demasiado.

»Decidió salir de sus dominios en busca de su madre, preguntarle por qué la dejó sola esa noche, por qué no había ido a cantarle la nana. Era común que luego de despedirse, Maeve pasara sus noches en la biblioteca junto a Jaha planeando negocios, charlando con otros reyes, etc. Entonces Eire iba a buscarla allí.

»Al pasar por el gran balcón visualizó una sombra peculiar, como si fuera un ángel, grandes alas y cabello danzarín, acompañadas del llanto de su madre. La princesa se asomó preocupada y sus pupilas se dilataron.

»Un hombre alto, de brazos grandes y cabello brillante, estaba abrazando a su madre, lo que más sorprendió a la pequeña eran sus alas, grises en su totalidad, llenas de plumas que se movían ante la más ligera brisa.

–No puedes, por favor–Sollozaba su madre.

–Si me voy es para protegerlas, a ambas –El castaño la miraba con tanta ternura, que Eire deseo tener algún amigo que la mirase así, ella también quería tener un ángel guardián.

–¿Estás seguro de lo que me cuentas?

–Cada palabra, si me haces caso, estarán a salvo.

–Entonces... ¿Te iras? –El ángel asintió con un deje de tristeza, en todo su ser.

»Se alejó de ella luego de darle un beso en la frente. Se acercó al borde del balcón y amenazaba con irse al agrandar aún más sus alas.

–Espera... -Vociferó Maeve –Prométeme... que no la dejaras sola.

–Te lo prometo... como que me llamo Dagda.

Lennox la miró con el rabillo del ojo, lleno de confusión.

–¿Dagda? –Inquirió. Eire asintió

–¿Lo conoces? –el rubio negó. Mintió. Sabia de buena tinta quien era Dagda –Al principio... creí que era el ángel guardián de mi madre... ella me dijo que lo era.

–¿Su alteza le dijo eso? –Quiso saber, indignado, ¿cómo se atrevía Maeve a decir que ellos eran ángeles guardianes? Era como decir que un libro de cuatrocientas páginas era en realidad un cuento para niños, sin menos preciar el valor de cada libro –y especie de ser alado-, pero podría haber inventado una mentira mejor –, ¿A quién debe proteger Dagda?

–Así es, ella me vio luego de que Dagda se fue volando. Le pregunté que era y me ha dicho que era su ángel guardián pero que no debía decirle a nadie... a medida que pasó el tiempo, fingí que lo había olvidado pero...

–¿Pero? –La animó a continuar.

–Creo que mi madre ha tenido algún romance con él –Lennox se partió en carcajadas –¿De qué se ríe Petrov?

–Su madre no podría tener una relación con un Dios –Afirmó y al instante se dio una bofetada mental. Habló de más.

Haber usado la palabra ''Dios'' fue su peor error, eso es lo que era Dagda, un Dios, no un simplón ángel guardián y la razón por la que no había chances de que hubiese tenido algún tipo de relación con Maeve es porque las criaturas de la brecha ya la hubieran despedazado; para mala suerte de Lennox, eso no sucedió.

Además, ¿Quién en su sano juicio querría tener una relación con Maeve?

–¿Un Dios? –Lennox no la miró –Lennox, ¿Me estás engañando?

–Ella estaría muerta, la hubieran matado hace mucho tiempo –Dijo evitándose afirmar o negar que había mentido descaradamente.

–¿La hubieran matado?, ¿Quién? –Se acercó a él, presionándolo a contar lo que sabía.

–No puedo contarle.

–Lennox, te lo ordeno. Dímelo –El rubio negó como si fuera un niño pequeño –. Los de la brecha.

–¿Quién? –Preguntó sorprendido. Al parecer Eire sabía mucho más de lo que él creía, incluso de lo que ella misma cree.

–Tu sabes quién, es real, todo es real... los de la brecha existen y quieren asesinarnos.

–No sé de qué habla, Princesa –Volvió a mentir –. ¿De dónde sacó eso?

–Mi madre me contaba esa historia todas las noches y ahora... ahora sé que me lo decía para que pudiera defenderme cuando llegase el momento.

–Está perdiendo la razón Princesa.

–No, no quieras hacerme esto Lennox, no como ya lo has hecho. Ya me has mentido una vez y no voy a perdonarte que lo hagas de nuevo. Tu eres un Dios, ya lo has dicho, Dagda lo es y tu también, y ellos nos buscan porque... –No estaba segura de la razón por la que querría deshacerse de ella.

Su madre le decía que los de la brecha querían borrar de la existencia a los dioses que entablaban un relación con un mortal, en su caso, ella sería la mortal y Lennox el dios pero, ni en sus más lindas fantasías ellos estarían enamorados.

Su estómago se revolvió.

Eire pensó que tal vez Lennox estaba enamorado de ella y por eso las bestias querían lapidarlo, para borrar ese amor. Largó el aire que se estuvo aguantando. No, era al revés, ella estaba enamorándose de él.

–Aaaaah chicos –Gritó Nur –¿Qué es eso? –Preguntó señalando un punto en el cielo.

Lennox suspiró agradeciendo mentalmente a la pelirroja por haber interrumpido aquella charla, ella nunca era oportuna, está vez lo había hecho en el momento adecuado.

Eire bajó del caballo y se acercó hacia ella mirando fijamente hacia el sol que se visualizaba de color azulado. Hizo cálculos mentales...

–Es el comienzo del eclipse.


Entonces ella se colocó al lado de él, se sentía triste sin recordar por qué.

Estaba ahí sin saber que buscaba.

Existía sin saber que lo hacía.

–Me dejaste... cuando te dije que te quería –El rubio tragó en seco causando que la nuez de Adam en su garganta se moviese de manera elegante. Bajó la cabeza y al instante se acomodó el cabello –. ¿Acaso tu no me quieres?

–No es eso –Negó rápidamente, como si su vida dependiese de que ella supiera que una parte de él... la ambiciona.

–¿Qué es? –Lennox se puso frente a ella para tomarla con ambas manos de su mentón, como de costumbre lo hacía en ese lugar. Tan cerca uno del otro que sus respiraciones se entremezclaban.

–No entiendes pero, no puedo quererte, pase lo que pase Eire, no puedo hacerlo –Murmuró molesto.

–¿Por qué no puedes?

–La vida me enseño que tu, vas primero, y no puedes quererme a mí.

–No importa lo que digas, ya es demasiado tarde... –Abrió los ojos.

Hacía mucho que Eire no soñaba con Lennox.


Hola :D 

Este capitulo fue, oficialmente, el más largo de todos.

¿Les gusta Lennox?

¿Por qué los brazos de Lennox se teñían de negro?; ¿Por qué él no se permite querer a Eire?; ¿Qué va a pasar cuando sea el eclipse?;¿Eire soñando nuevamente con Lennox?; ¿Qué va a pasar cuando los guardias le cuenten a Maeve que Lennox y Eire están juntos?

Lo más importante: ¿Quién es Dagda?

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