CATORCE Y QUINCE
CAPITULOS 14 Y 15.
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CAPITULO XIV: Furia.
Día 6 de la desaparición de Eire.
El carruaje se encontraba en deplorables condiciones, pero funcionaba y era lo que objetivamente importaba.
El muchacho se estaba comportando como un verdadero caballero, se encargaba de mantener segura a su nuevo trabajo, porque, a pesar de ser una persona a quien debía vigilar y cuidar, era un trabajo que le encomendó el Rey.
El pelirrojo azotó suavemente el lomo de su caballo marrón, causando que este frenase y las ruedas rechinaran, el polvo cubrió unos metros el lugar y la gente que caminaba alrededor se cubría los labios con sus mangas, aquel era un hábito completamente cotidiano.
–Permíteme ayudarte, Malvina –Le tendió la mano luego de abrirle la puerta. La rubia aceptó gustosa el cortejo y pisó suelos pueblerinos por primera vez. Observó hacia todos lados y con su velo, se encargó de tapar bien su rostro.
–En medio del pueblo, no es la idea más inteligente que ha tenido Jaha –Opinó. El muchacho la observó con rostro confuso, ¿cómo se atreve ella a hablar así del Rey? Malvina carraspeó y agregó: –. Quiero decir, aquí cualquiera puede encontrarme, aunque, dicen que cuando las cosas están a la vista, menos se ven –Repuso para no generar sospechas –. ¿Qué opinas de esa frase, Oberón?
–Creo que es acertada, el Rey seguro estaba pensando en aquello –Malvina sonrió, había sobrellevado la situación y Oberón tampoco insistió en el tema.
–Entonces, ¿aquí me quedaré? –Preguntó mirando la entrada de la choza, era pequeña, techo de paja y hermosas flores naranjas bañando la entrada principal.
–Así es, pase por favor.
Al adentrarse, el aroma a pan recién horneado llenó sus fosas nasales, la rubia se dedicó a mirar todo el espacio de la pequeña sala, era bonito, le hubiera encantado que Lennox viera ese lugar.
«Lennox, ¿En dónde estás?»
Cerró sus ojos con fuerza tratando de disminuir el dolor que su alma sentía, cuando un golpeteo en su hombro la sacó de sus pensamientos.
Una muchacha sonriente y con el cabello rojo cereza, le tendió una bandeja llena de panes saboreados.
–Prueba uno –Ofreció la muchacha. Malvina tomó uno y lo saboreo.
–Es realmente exquisito –Confesó. Dejó el pan en la mesa al mismo tiempo que la joven dejaba la bandeja –. Me llamo Malvina.
–Déjame presentarme –Le sonrió y le tendió la mano –, me llamo Nur.
Día 17 de la desaparición de Eire.
Tristán tiritaba del frío a pesar de su estrafalario abrigo.
Cargaba con su espada brillante y tres dagas que hurtó de la sala de entrenamientos físicos, y en su bolsillo derecho, tenía la ampolla con veneno que Morgana acababa de darle.
La noche caía oscura y se sentía horriblemente malhechor por haber dejado que pasen dieciséis días sin ir a buscar a su hermana, pero más era la furia que sentía hacia su padre por no hacer bastante por hallarla.
«Si quieres que las cosas salgan bien, Tristan, debes hacerlo tú mismo. Nunca olvides eso»
Los dos guardias que custodiaban el portón principal, hicieron una reverencia al verlo.
– Majestad, no debería estar afuera a estas horas –Dijo. Eran pasadas la medianoche.
– Usted no debería decirme en donde debo estar.
– Discúlpeme, su majestad –El guardia hizo otra reverencia. El pelinegro blanqueo los ojos y pasó de esa situación.
– Ábranme las puertas –Ordenó. Dirigió toda la seriedad en su rostro a ambos guardias al ver que no le estaban obedeciendo –. ¿Qué esperan?
–Tenemos órdenes, nadie puede salir del palacio a la noche. Son medidas de seguridad –Tristan se aproximó al muchacho y lo tomó del cuello de su traje.
–Sus estúpidas medidas de seguridad no sirvieron para mi hermana –El guardia tragó en seco, las gotas de sudor estaban bailando en su frente.
–Se implementaron luego de lo de la princesa, son órdenes de su majestad, el Rey Jaha –Tristan lo soltó y tomó aire, reprimiendo su ira.
–Ordenes de mi padre.
–Lo lamento, su majestad. Debo pedirle que regrese adentro.
Día 11 de la desaparición de Eire.
Eire abrió los ojos, todo se veía borroso, unos rayos de luz se sentían molestos en su piel cuando las ramas de los árboles se movían.
Tomo conciencia del lugar en el que estaba, dio una ojeada a su izquierda y veía la madera. Su espalda se sentía incomoda como el infierno y la cabeza le ardía.
Se levantó de repente y sujetó su frente.
Estaba echada en la carreta que Lennox cargaba con sus armas, lo más sorprendente fue el lugar en el que se encontraban, bajo techo y sonaba música pueblerina.
– Despertó –Vociferó Lennox a sus espaldas, el rubio estaba apoyado con sus brazos cruzados en el marco de una puerta. Eire, sin comprender la situación se levantó y caminó a su lado.
– ¿En dónde estamos?
– En el pueblo.
– Sí, yo sé. Se más específico, me refiero a este lugar.
– Una cantina, he rentado esta habitación–Comentó mientras se dirigía hacia una mesa al otro lado de la habitación, se sentó en la mesa y tomó una botella que colgaba en un mueble de la pared.
– ¿Qué... qué me pasó?, ¿Por qué estamos aquí?
– Le advertí que vendríamos al pueblo. Me dijo usted que quería conseguir un trabajo y hacerse una vida normal –Recordó. Abrió la botella y dio enormes tragos –. Así que, aquí estoy, y ahí está usted. Ya la traje al pueblo, mi misión aquí acabó. Esta por su cuenta –Se dirigió a la puerta y antes de desaparecer por el pasillo dijo: –Adiós.
Eire frunció el ceño y comenzó a perseguirlo.
–¿Estás loco? –Dijo con una chispa de furia –No puedes dejarme, simplemente –Lennox continuaba caminando, llegando a donde la gente se encontraba bebiendo todo tipo de trincadas alcohólicas. La castaña tapó sus fosas en cuanto el olor a borrachera penetró hasta en su alma –. Lennox –Revirtió, esta vez lo detuvo tomándolo de su brazo con ambas manos. El rubio frenó y pareció congelarse ante el acto –. Por favor, no me dejes sola aquí.
Sin voltear, Lennox tomó una mano de Eire para alejarla y darle un sutil empujón hasta alejarla de él.
Lennox ladeo una sonrisa, en ningún tiempo él iba a dejarla por su cuenta, solo montó aquella escena para ver cuál era la reacción de Eire. Quería que ella sintiera lo que era perder el orgullo, orgullo que él tuvo que tuvo que dejar de lado muchas veces.
– Lennox –Llamó. Él volteo con semblante serio.
– ¿Desea algo, Princesa? –Eire frunció su nariz.
– ¿Acaso no escuchaste nada de lo que te dije? –Lennox caminó detrás de ella y apoyó sus manos en sus hombros guiándola hacia la habitación en la que estaban antes. Caminando rápido y torpemente.
– Dúchese y cámbiese de ropa, en unas horas nos iremos de aquí.
– Lennox, no tengo otra ropa –Lennox le tendió una caja. Eire la abrió, contenía un vestido gris oscuro, sencillo con el cuello en V -¿De dónde lo has conseguido? –Al no recibir respuestas, ella lo miró con desaprobación –. ¿Lo has robado?
–Lo he comprado.
«Insolente princesa, ¿cómo se atreve a pensar que robé algo?»
– ¿Con que dinero?
– Las piedras que le quité a tu vestido –Eire abrió la boca con furia y entrecerró sus ojos.
– ¿Intercambiaste mis piedras?, ¿Cómo puedes? –Lennox se acercó a ella para tomarla de los hombros y forzarla a caminar hacia el baño.
– No tenemos mucho tiempo.
Día 18 de la desaparición de Eire.
La melena negra de Tristan era el foco de atención por los pasillos cuando era visto cargando la bandeja de plata con detalles en oro puro, el desayuno de su padre.
Sin inmutarse, el pelinegro seguía su camino sin importarle las miradas de los criados, ellos estaban tan anonadados como él. Un príncipe real, tan respetado y serio, cargando un alimento cual adulador, era exasperante.
La noche anterior, durante la cena familiar, decidieron que en una semana sería la coronación de Kennet, frente a todo el país.
Tristan frunció el ceño y apretó sus ojos, recordó cuando casi le ruega de rodillas a su hermano que su primera orden sea enviarlo a él mismo a buscar a su hermana, sino era capaz de triplicar a los rastrilleros. Ante la negativa de Kennet, el pelinegro azotó la puerta, sin comprender el desinterés de su hermano por encontrar a Eire.
«Imbécil»
Deseaba gritarle, pero ya no podía... pronto seria Rey.
Tocó tres veces la madera tallada y le dieron el paso al instante; se halló con el demacrado rostro de su padre, una criada estaba acomodando su almohada a sus espaldas hasta que lo vio y se acomodó para hacer una reverencia a Tristan.
–Puedes marcharte –Ordenó el joven. Jaha le dirigió la mirada, amaba a su hijo, lo enervaba mucho su forma de ser tan tacaña y seria, sin embargo lo entendía, cada uno de sus hijos tenían algo parecido a él.
Kennet era responsable y puntual; Tristan era aplicado y calculador, y Lennox, él era como un diamante en bruto, grotesco por fuera pero con una enorme tesoro dentro.
–Me ha traído el desayuno –Susurró mientras hacia una seña para que su hijo se sentase a su lado en la cama.
–Decidí que quiero ocuparme de usted, majestad –Confesó. Se pavoneo a regañadientes hasta hincarse hacia el hueco que el Rey le hizo en la cama.
–No debe hacerlo, debe tener mucho por hacer.
–Nada más importante que su salud –Carraspeó –Además, quiero recordarle, que Eire desapareció hace dieciocho días.
–¿Y qué quiere que haga? –Alzó la voz, cansado de que cada día se lo recuerden. El príncipe jugueteó con su anillo en su anular derecho.
–Lo que sea, es el Rey, puede hacer lo que sea.
–Kennet será Rey, es ahora su carga– El anillo de Tristan cayó al suelo, lo observó unos segundos hasta que se agachó para recogerlo y lo siguiente pasó lento.
–¿Se refiere a la búsqueda de la princesa como... a una carga? – Del bolsillo de su túnica azul eléctrico, cayó la minúscula botella llena de veneno que Morgana le otorgó hacia un par de noches.
–Lo es, tristemente. Hay otras cosas de las que debe encargarse un Rey... -El pelinegro dejó de escucharlo. No soportaba, no soportaba la despreocupación de todos.
Una brisa bailo por la espalda de Tristan, su mirada viajó instantáneamente a la taza de café de su padre.
–¿Hay cosas más importantes que Eire? –Susurró más para sí mismo que para su padre. El joven seguía agachado mirando la botella en el suelo junto a su anillo. Jaha observó la espalda ancha de su hijo. Él era delgado, pero fuerte –Dice eso... no le interesa, Eire.
–No es prioridad cuando pasan más de quince días sin solución.
–El plazo de dos semanas es para los negocios navales –El príncipe arrugó la nariz con furia. Su hermana no era un maldito bote. Quitó rápidamente el corcho de la botellita y se levantó mirando de frente a su padre, se posó delante de la bandeja –.Tiene razón, discúlpeme –Dijo haciendo una reverencia, en la que aprovecho para voltear el frasco y verter una gotas del veneno en el café.
–No se haga problema Tristan, sé que es difícil controlar los sentimientos.
–Lo es –Sonrió, pensando en lo que acaba de hacer –Permítame marcharme –Jaha asintió.
Es verdad, es difícil controlar los sentimientos, no solo los de preocupación y amor, también los de odio. El odio que le causaban su padre y Kennet con tanta indiferencia.
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CAPITULO XV: Flecha blanca.
Día 12 de la desaparición de Eire.
La noche anterior había transcurrido más rápido de lo que Lennox hubiera deseado.
Cuando tenía diez años, descubrió la manera en que podía comunicarse con la conciencia de otras personas, no solo las que existían vivas, sino con gente fallecida inclusive.
Era consciente de que no podía eternizar ocultándose de la Ordenadora, quien surgió en sus sueños estos últimos días para advertirle de que irían a por él.
Luego de darle a Eire de beber, ella se desplomó instantáneamente. Lennox agitó la cabeza, no quería recordar aquello... eso significa que el fin de Eire estaba cerca.
Inevitablemente, el recuerdo inundaba su mente; entonces él la observó mientras el cuerpo de la princesa descansaba y se transformaba, partícula, por partícula.
Arrimó su mano izquierda al rostro pálido en donde unos mechones de cabello le cubrían parte de sus cejas; tembló. Estaba mal, estar tan cerca de ella estaba mal.
Sentir calor ante su presencia estaba mal. Ella era una princesa, Princesa Eire Acacia Arwen, primera mujer heredera al trono de la ciudad de Radost, dueña de una parte de las islas Immense, hija legítima del magnífico Rey Jaha y Lennox, ¿Qué era Lennox?
«Lennox Petrov, criado, único limpiador de estanterías polvorientas, primer bibliotecario con diecinueve años, dueño de ni una propiedad, niño bastardo con un par de alas que por cierto, oh sí, una es defectuosa; ¿Quién es Lennox Petrov para alguien como Eire? Lennox no es nada»
A la sazón, el rubio pasó por alto a la razón y mimó el rostro de la princesa. Cerró sus ojos con fuerza antes de alejarse, la tomó en sus brazos y la acomodó en la carreta, estaba dispuesto a llevarla al pueblo, a cualquier cantina en la que le rentarán una pequeña habitación para descansar.
Antes debía pasar por las ferias para comerciar, necesitaba un caballo, comida, bebida y un nuevo vestido.
Mientras Eire seguía en el vehículo en estado inconsciencia, Lennox se recostó en un acolchado cerca de ella en el que quedó dormido.
Pero no pudo reposar, la Ordenadora recorrió millares de consciencias hasta toparse con la de Lennox.
–Tendría que haber hecho esto antes, tu mente, Lennox, es muy poderosa.
–¿Qué quieres? –Escupió mirándola con furia. Nunca, en su vida, alguien se metía en su mente.
La Ordenadora lo encadenó hacia un poste, cual pérfido.
–Yo quiero todo, la pregunta aquí es... ¿Qué quieres tú? –Lennox continuaba mirándola con la furia recorriendo su ser. Ante su silencio, ella continúo: –. Yo sé la respuesta, pero no puedo cumplir con tu deseo.
–¿Lo sabes?, ¿Ah? –Vociferó.
–Lo importante ahora, es la advertencia. Mis bestias irán a por ti y por tu querida Eire.
–¿Por qué me lo adviertes?
–Porque no es divertido luchar con alguien fácil de exterminar –Susurró y desapareció.
Sus ojos se encontraron con el techo de paja, Eire seguía inconsciente, pero estaba viva.
Ahora, él tenía que huir, abandonar el país.
No era una solución que sirviera del todo, pero retrasaba lo inevitable.
–Lennox, ¿qué día es tu celebración? –La voz aguda de Eire lo sacó de sus pensamientos. El rubio volteó apenas su rostro para obtener una mejor vista de ella.
–¿Qué? –Objetó. No le había comprendido.
–¿Qué día naciste?
–¿Por qué le incumbe? –La castaña le echó un vistazo con una ceja elevada, en plan no-me-desafíes-criado. Lennox rodó los ojos cuando volteó su cabeza al frente para que ella no lo viera –Veintitrés de julio.
–Y... ¿Cuántos años tienes? –Los cascos del caballo resonaban en las piedras de la calle esa fría mañana, Eire lo montaba con gracia como la princesa que era, Lennox fortificaba su estatus de criado cargando la carreta con sus pertenencias, caminando delante de ella cual guardián.
–Diecinueve.
–¿Tu color favorito?, ¿Segundo nombre?, ¿Apellido?
–¿Puedo saber por qué pregunta? –Quiso decir «¿Y a ti que rayos te importa?» pero era ilegal hablarle groseramente a alguien con más jerarquía.
–Contéstame.
–No recuerdo mi segundo nombre, mi apellido es Petrov y no tengo un color favorito –La tez de Lennox se erizó –, supongo que... –Unos chillidos salían de la profundidad del suelo. El rubio desaceleraba sus pasos –el az... –Frenó y apoyó su oreja en la acera.
Eire frunció el ceño, descendió del potrillo y se acercó al muchacho.
–¿Qué haces? –Pero él no le contesto, solo atino a cerrar sus ojos con fuerza concentrándose en lo que oía, lo que sentía. Con todas sus habilidades a flor de piel.
Abrió los ojos y al santiamén se alzó causándole una consternación a la alteza.
–Debemos irnos, Princesa –Dijo apurado, tomándola de la mano.
La brisa hizo resonar en los oídos del rubio el gemido que salió de los labios de Eire ante su tacto y sintió su corazón oprimirse.
–¿Estás bi...
–Suba al caballo, debemos apurarnos –Apuntó mientras la empujaba y la ayudaba a montarse, lo más rápido que podía.
Tomo una soga que estaba torpemente enganchada al carriel del asiento del potrillo e inició a apurar al animal. Eire le dio un ligero tirón para hacerlo ir más alígero y liberar a Lennox de aquella acción.
Fisgonamente, no parecía costarle en lo más mínimo cargar con aquella carreta, tampoco parecía cansarle caminar sin parar.
Lennox visualizó la entrada a un túnel. El escondite perfecto.
–Debemos entrar allí –Señaló. El lugar lúgubre y oscuro.
Eire no discutió, simplemente cumplió con lo que el muchacho le decía; al cabo de unos segundos, su vista se acostumbró a la irrisoria luz. Bajó del caballo y se dispuso a caminar al lado de Lennox.
–¿Sucede algo que yo no sepa?, ¿Acaso nos estamos escondiendo de alguien? –El rubio bajó su cabeza para mirarla, ella se ruborizó –Contéstame –Ordenó gritando. El rubio se puso en frente de ella y levanto su dedo índice señalándola.
–Deje de gritarme Princesa. Le estoy salvando la vida y usted lo único que hace es darme mentecatas órdenes. ¿Quiere cerrar su bocota de una vez por todas? –Eire abrió la boca indignada.
–¿Te atreves a desafiarme?, recupera la razón Lennox, soy la princesa, no puedes hablarme as... -No pudo continuar, la palma del muchacho le cubrió la mitad del rostro.
–Guar-da silen-cio –Susurró mientras la espoleaba hacia un hueco en las paredes.
Los ojos verdosos de la princesa se iluminaron, no de felicidad, ni tranquilidad, sino a causa de la luz de las antorchas y sombras de bestias.
Bestias idénticas a la que la atacó en el agua, aquella que Lennox le prometió que fue una alucinación.
Sintió algo frio y duro deslizarse entre sus dedos, el rubio le estaba tendiendo una espada de la carreta; le soltó el rostro y le susurró unas cosas que la dejaron atónita.
Sin tener mucho tiempo para digerirlo, un grito agudo resonó por todo el lugar haciendo eco hasta en su estómago y una avalancha de sombras negras se abalanzaron sobre Lennox quien al instante comenzó a luchar con una daga pequeña, tan pequeña que entraba en el bolsillo de su saco.
Todo era lento para Eire, no terminaba de procesar lo que veía.
Lennox apuñaló en el corazón a una de las tres criaturas que lo rodeaban y volteo para atacar al segundo, pero el tercero se colgó de sus hombros y comenzó a tirarle del cabelló como si fuera un niño pequeño.
Los ojos grises del muchacho se encendieron y desplegó sus alas.
La brisa que estas hicieron, empujaron a Eire quien cayó al suelo pasmada, confundida.
Lo miró atónita, ¿alas?, ¿Qué cosa era Lennox? No dejaba de observarlo, mientras luchaba, con una fuerza sobrenatural, empujaba a las criaturas a largas distancias sin siquiera llegar a tocarlas.
Entonces sintió un lazó en su cuello. Llevó sus manos hacia aquel frio que le quitaba el oxígeno y forcejeo. A duras penas tanteo la espada con la que no pudo defenderse.
La criatura la volteó para que lo observara a los ojos.
–Memoriza mi rostro muchacha –Vociferó sínico –. Estuve esperando durante dieciocho años para matarte, dulce Eire –El rostro de la castaña se tiño de rojo, en esa posición podía rebanar las rodillas del hombre que la ahorcaba.
Este calló al lado de ella, liberándola poco a poco del agarre. Eire abrió sus ojos con fuerza, un líquido color ocre comenzó a brotar por todos lados, su sangre, estaba a punto de llegar a sus pies. Dio unos pasos hacia atrás, continuaba estupefacta, todo pasó de ser lento a rápido.
Unos brazos la tomaron del cuello, una vez más y la empujaron contra la pared, en donde la deslizaron hacia arriba. Sus pies estaban lejos del suelo.
Lennox tomó de los tobillos a una criatura para acercarlo a él y así presionar su mandíbula hasta hacerla añicos. Lo reventó. Su fuerza estaba tomando el control en su cuerpo, ya no era Lennox. La sangre color ocre baño su brazo, con la misma mano brindó un puñetazo hacia otra bestia que broto de la nada misma a su lado, manchándolo con la sangre de su compañero.
Eire pataleaba, quería gritar por la ayuda de Lennox, porque la tomaron desprevenida.
Entonces la criatura la empujó, la sacó de la pared hasta dejarla en el aire, en donde su cuerpo no soportaba aquel dolor.
Hasta que las pupilas de la castaña se dilataron hacia una punta de color blanco que atravesó en el cráneo del hombre que la sostenía; este se agacho y calló encima de Eire, quien apenas y tenía fuerzas como para mantener alejado el cuerpo robusto con la punta de la flecha asesina a escasos milímetros de su ojo derecho.
Unas minúsculas gotas de sangre bañaron las mejillas de Eire.
Como si fuera una pluma, Lennox empujó el cuerpo y rápidamente se agachó a la altura de la castaña. Ambos se miraron con intensidad. Con su brazo bañado en sangre la sostuvo del cuello y con la otra mano le limpió las manchas. Sus rostros estaban tan cerca que ambos podían sentir el calor de sus respiraciones agitadas.
–¿Qué eres? –Preguntó ella mirando en su espalda, donde había visto sus inmensas alas negras.
Sus cuerpos se tensaron como de costumbre, como solía suceder siempre que estaban tan cerca.
Más allá de sus cabezas, una muchacha los observaba con un deje de tristeza instalado en su rostro. Ella aún tenía sus brazos en posición, sin terminar de creer que había atinado al blanco y que atravesó un cráneo.
Lennox se separó rápido de Eire, queriéndose librar de su pregunta y miró a la chica en el fondo. Alzó sus cejas.
–¿Nur? –Ella sonrió. Su nombre, en los labios de Lennox, seguía sonando bello.
–La misma –Afirmó mientras se acercaba rápido a él.
Cuando estuvo frente a él, el ambiente se tornó tenso. La castaña se posó al lado de Lennox con una expresión de confusión en su semblante.
–Nur –Repitió Lennox haciéndose un paso hacia atrás y señalando a Eire de manera elegante –. Te presento a Eire, princesa de la ciudad de Radost –La pelirroja parpadeo tres veces y tiró al suelo el arco con las últimas tres flechas que le quedaron e hizo una reverencia.
–Oh... su alteza –Dijo bajando la cabeza –. Es un honor conocerl...
–¿Quién eres? –Interrumpió Eire. Nur tragó en secó, creyó que su comienzo no fue bueno.
–Me llamo Nur, soy una humilde pueblerina.
–Nur, de Nurges, ¿Verdad? –La pelirroja asintió, aun con la cabeza baja –. Me has salvado, gracias –Admitió. Lennox la miró confundido, ella a él hasta ahora no le había agradecido en nada, se relajó en cuanto supuso que estaba siendo amable –Lennox, tenemos un camino por continuar –Dijo dirigiéndose hacia su lado izquierdo, en donde estaba parado el rubio –Gracias por aparecer en el momento indicado, Nurges –Su nombre lo dijo con más color –. Debemos irnos ya, no hay nada más por hacer. Tenemos que hablar Lennox –Sonrió y volteo en busca de su caballo.
Lennox se quedó plantado. Eire había estado a punto de morir sofocada, había sangre en sus mejillas, había rebanado en dos a una criatura y ella pretendía irse como si nada hubiera pasado.
«Algo anda mal»
El muchacho se acercó trotando hacia ella y la tomó del brazo deteniéndola.
–¿Qué haces?, No me toques, salvaje –Sentenció la castaña.
–¿Hay algo mal aquí?
–¿Qué fue eso Lennox?
–No es el momento adecuado –Eire enalteció su rostro y señaló disimuladamente hacia Nur.
–¿De dónde la conoces? –Lennox suspiró aliviado.
–Ah! Eso –Sonrió. La castaña quedó hipnotizada, la primera vez que lo veía hacer tal cosa –. Ella me dio trabajo en un bar cuando hui del palacio.
Él sonreía así, probablemente porque los recuerdos que tenía con Nurges lo hacían feliz. Eire bajó la cabeza suspirando con frustración.
–Pues, parece que le gustas –Lanzó y se tapó la boca con ambas manos. El rubio abrió sus ojos ante la insolencia de Eire –Lo siento, eso fue un comentario de una situación que no me incumbe.
–Disculpen –Exclamó una voz aguda. Ambos le dirigieron la mirada –.Lo siento, no quiero interrumpir.
–Lo estás haciendo –Clamó Eire, irritada. Nur bajó la mirada, pero continuó:
–Es que... no los encontré de casualidad –Dijo sonriendo, sin dejar de mirar a Lennox –Resulta que conocí a tu madre, Lennox –En cuanto confesó aquello, él se posó frente a Nur y reposó su mano ensangrentada en su hombro, no con furia, ni brutalidad sino con delicadeza, demostrando curiosidad.
Eire miró aquel acto que por alguna razón parecía romperle el corazón; suspiró.
–¿Cómo es eso, Nur?
–Es una historia graciosa en realidad, te la contaré rápido...
–¿Qué te parece si me la cuentas en el camino? –Ofreció el rubio, ahora acercándose a Eire para ayudarla a montarse en el caballo. La castaña rechazó su ayuda y se montó sola, también comenzó a andar sin esperarlos.
Lennox y Nur pasaron de largo aquel gesto despectivo de Eire y emprendieron camino detrás de ella.
El rubio tomo rápidamente la carreta que quedó volcada y cargó el arco de Nurges en él.
–Resulta que mi hermano trabaja en el castillo, ya te lo he contado, ya sabes –Comentó rápidamente –. Entonces Jaha ordenó a que Malvina se alojase en el pueblo porque Maeve la exilió del palacio y...
–Eres una insolente –Clamó Eire. Lennox y Nur dejaron de mirarse para dirigirse a ella, que estaba en frente suyo con semblante furioso –¿Cómo te atreves a dirigirte así a su alteza el Rey Jaha?, una pueblerina como tú no tiene derecho a expresarse así, y, ¿''Maeve la exilió de palacio''? –Imitó a la vez que preguntaba –. Su alteza, la Reyna Maeve -Iba a defenderla, a decir que ella jamás sería capaz de hacer algo así pero calló, porque el recuerdo de lo que su madre hacia la bañó como agua helada. Sus ojos comenzaron a arder –... Esta vez te absuelvo de tus falacias Nurges. La próxima no tendré clemencia, la próxim...
–Calma, Princesa –Dijo Lennox –. Recupere la razón. Fue un error desafortunado que no volverá a ocurrir, ¿No es cierto Nur? –Preguntó dirigiéndose a la pelirroja. Nur asintió apenada.
–Los dejaré a solas –Escupió Eire. Sin ganas de ver como Nur y Lennox se miraban cómplices.
Se alejó unos metros. Bajó del caballo, lo guio hacia el otro lado de la acera y lo dejó libre para alimentarse con la hierba de la vereda.
«No es como si ellos dos estuvieran juntos o algo así...»
Pensó y miró hacia el otro lado en donde Nur se acomodaba un mechón de pelo detrás de su oreja mientras reía.
Lennox flexionó las rodillas para observar mejor el rostro de la pelirroja.
–¿Es cierto lo que dices, Nur? –Ella asintió riendo.
–Cada palabra. Tu madre está a salvo bajo la protección de mi hermano y... –Lennox la interrumpió dándole un abrazo de agradecimiento. Nur quedó petrificada.
Ella ya había sentido antes el cuerpo del muchacho, pero fue una noche de borrachera, sin duda, que él la abrace sobrio y porque él lo deseaba era mil veces mejor. Ella le correspondió, apoyó su mejilla en su pecho y cerró sus ojos sintiendo el aroma corporal de él.
–Gracias –Susurró el rubio separándose de ella. Sus ojos brillaban.
–¿Por qué me agradeces? –Preguntó.
–Porque has salvado a la persona que me importa –Confesó.
–¿Tu madre? –Rió –No, ese fue mi hermano –Dijo y al instante su rostro comenzó a tornarse serio, comprendiendo la situación –... te refieres a Eire –Afirmó.
Hola :D
¿Por qué Lennox tiene miedo de estar cerca de Eire?; ¿Acaso se siente atraido hacia ella?; ¿Acaso sabe que son hermanos y por eso le importa tanto mantenerla con vida?;¿Son realmente hermanos?; ¿Que pasó entre Nur y Lennox?; EIRE VIO LAS ALAS DE LENNOX !!!!!!! No entiendo nada; nah mentira, es mi historia, yo si entiendo jojujejimuajaj.
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