TREINTA
CAPITULO XXX: Hasta siempre Eire.
Día 32 de la desaparición de Eire: En los aposentos de Jaha.
Un brillo bailaba juguetón en los ojos bicolores de Tristan, que observaban a Malvina con inmiscuida atención.
–Merecemos lo que nos sucede –Repitió en un susurro y miró a su alrededor cuando hasta la brisa a su alrededor pareció quedarse petrificada –. ¿Qué Diantr...
–Obra mía –Se mofó Abarta pasando por su lado –. Si, no podrás entenderlo aunque intente explicártelo, Sibilino –Ladeó su sonrisa mientras miraba el espacio, concentrándose en Malvina.
Quedo quieta a medio parpadeo, Tristan dirigió su mirada colorida hacia las cortinas carmesí que adornaban el ventanal del balcón, ya no bailaban y hacia afuera, en el cielo, las estrellas no titilaban.
–¿Por qué haces esto? –Preguntó con pesar.
–¿Hacer qué? ¿Buscarte, tal y como te dije que iba a hacer? ¿Cumplir mi promesa? –Farfulló con burla.
Su forma descarada, atrevida y sarcástica de comunicarse no le agradaba para nada a Tristan, lograba sacarlo de quicio; sentimiento obstinado que poca gente le causaba.
–Cuida tus palabras, Abarta –Advirtió alzando su dedo.
El dios ayudante alzó sus hombros restándole importancia, y continuó:
–Debo llevarte hacia la Ordenadora –Avisó.
–¿Insistes con eso?
–No tienes opción...
–¡¿Acaso no notas que no deseo hacerlo?! –Interrumpió.
–¡¡¡Eres el elegido!!! No existe nadie vivo que sea digno, solo tu Sibilino.
–¿Y si no quiero? –Amenazó.
–Si no quieres –Se quejó Abarta en un susurro alzando sus manos de manera teatral –. ¿Tú sabes quién soy yo? –Se acercó a él – Te quitaré la vida, Sibilino.
–No podrías hacer eso ni aunque te lo rogase, créeme –Vociferó al mismo tiempo que un nervio bajo su ojo izquierdo retembló.
–No lo hará, ¿ni siquiera por vengar la muerte de su hermana? –Preguntó una nueva voz detrás de él.
Sintió su estómago estrujarse, Tristan podía percibir como el malestar en su espalda desaparecía... aquella voz, lo conocía, la escuchó alguna vez y causó el mismo efecto.
Volteó para observarlo a los ojos, los recibieron un par de ojos similares a los suyos, uno verde y otro azul; el hombre alzó una ceja al momento que agitaba levemente su rostro hacia el lado derecho.
–¡Oh vamos! –Bramó Abarta cruzándose de brazos –Siempre llegas para arruinarlo todo, eres un aguafiestas –Se quejó.
–Abarta –Advirtió con voz y mirada acusadora.
–¿Solo vienes a probarme que no soy eficiente para mi trabajo? Yo puedo patear a este niño hacia la Ordenadora, sin tu ayuda –Se excusó.
–¿Niño? –Exclamó indignado Tristan –Yo te conozco –Intentó recordar, el hombre ladeó una sonrisa al mismo tiempo que Abarta abría su boca sorprendido.
–Por supuesto que me conoce, su alteza –Afirmó.
–Es una locura –Susurró tomándose la cabeza con ambas manos –. Estoy volviéndome desequilibrado.
–No diga eso, alteza, usted está completamente cuerdo... usted ha soñado conmigo una vez –Confesó y el rostro de Tristan se desfiguró en su totalidad.
¿Acaso así se sentía la locura?
–¿Quién Diantres eres? ¡¿Cómo entraste aquí?! –Se desesperó. Sus cabellos quedaron despeinados, haciéndolo lucir despreocupado, cuando en realidad, su mente era todo un embrollo.
–Eres el único humano que ha hablado con el mismísimo Apócrifo, amistosamente, y te quedas atónito al verme en persona. Me he confundido en muchas cosas, pero no creí que me equivocaría con usted, Majestad, con mi elegido.
–¿Soy tu elegido? –Lanzó un gruñido –¡¿Soy tu maldito elegido?!
–Lo eres, porque me recuerdas a alguien que solía ser mi amigo –Abarta rodeó los ojos mientras hacía muecas a modo de burla.
–¿Acaso no podías elegir a alguien más para arruinarle la vida?, ¿Sabes lo infeliz que he sido?
–Desde mi punto de vista, su vida ha sido maravillosa, alteza –Aseguró sincero –. Te concedí poderes –Abarta murmuró que fue él quien lo hizo, pero obvio, aquello fue obra de Apócrifo aunque no quisiera admitirlo –, todo lo que se propuso lo logró, destronó a su hermano en unos días, salvó a su país de la peste... salvó a su país de mis actos. ¡Hombre!¡Yo mismo he creado la llamada peste negra para probarte! Y has ganado.
–¿Y qué más?¿Asesinaste a mi hermana? –Su voz ronca se cortó – Eire es lo único que tenía, es la única persona que me importa y me la arrebataste.
–Yo no se la arrebaté –Respondió con tranquilidad –. Abarta se lo advirtió y usted no ha hecho más que hacer la vista gorda. Lo lamento, Sibilino, solo dependía de usted y nadie más –Concluyó. Volteó con la intención de terminar esa charla y dejar a Tristan pensando en un futuro alterno en el que salvaba a su hermana, pero eso no sucedió.
El Rey no se quedaría sentado sin hacer nada, iba a hacerse odiar hasta su último aliento, iba a lanzar tanto veneno como pudiera, iba a hacer de las suyas como siempre.
–Apócrifo, él todopoderoso, no es capaz ni siquiera de deshacerse de la Ordenadora, ¿es realmente omnipotente? No lo parece –Escupió –. ¿A qué clase de Dios le he estado siendo fiel? ¿A clase de Dios nefasto le estuve dedicando mis plegarias? Usted no es más que un ser ineficiente –Apócrifo presionó su quijada, Sibilino lo estaba provocando.
–¿Me está desafiando, alteza? –Quiso saber.
–Le propongo un trato –Dijo, seguro de sí mismo. Al notar que no recibía respuesta de su parte, continuó: –. Si yo gano, me dará cualquier cosa que pida.
Apócrifo ladeó una sonrisa y relamió sus labios, volteó para mirarlo con profundidad: –Continua.
–Si acabo con la Ordenadora, me devuelves a Eire –Demandó sin preámbulos.
–No puedo hacer algo como eso –Dijo sincero, pues aquel era el trabajo que designó a Abarta y no quería entrometerse.
–Ya veo, pues su reputación es una farsa –Provocó.
–Pruébame –Respondió luego de unos segundos inquietantes. Abarta alzó sus cejas indignado, luego las bajó... notó que Apócrifo estaba engañando a Tristan, él no iba a devolver a Eire, pues él ya se había encargado de ella –. Atrévase a desafiar mi grandeza.
–Ya me atreví–Lanzó veneno al mismo tiempo que revelaba sus alas blancas, pulcras y brillantes.
En ese instante, Apócrifo desapareció dejando no más que un rastro de polvo en su lugar. Abarta se acercó a Tristan para señalar la salida, en donde se encontraba Lennox cabizbajo.
–¿Qué hace él aquí? –Preguntó el pelinegro a Abarta – Creí que te encargarías de borrar su memoria.
–De ninguna manera, no me quites el placer de vengar la muerte de... ella –Murmuró.
Tristan lo miró de arriba abajo, estudiando cada rasgo y movimiento en su cuerpo; al instante asintió y como si de una necesidad inconmensurable se intimase, Lennox se permitió liberar sus alas.
Observó las de Tristan, tan perfectas, se preguntó desde cuando las tenía y si él era un heredero o de plano un descendiente como él.
–Las tiene agraciadas porque nunca las ha usado, son como las armaduras, si nunca has ido a la guerra entonces estará resplandeciente y nunca debes enorgullecerte de tener una armadura sin abolladuras –Dijo Abarta con cierto recelo, estaba celoso de su propia creación, le molestaba que alguien más cargase con unas alas tan preciosas.
–¿Cómo destruiremos a la Ordenadora? –Preguntó cambiando de tema. Las alas de Tristan era lo que menos le importaba realmente.
–Solo luchando –Respondió el Rey.
–No es tan fácil, ella es casi indestructible allí dentro, tiene el apoyo de sus criaturas.
–Nos deshacemos de ellas.
–No es tan fácil –Repitió –. Ellas se regeneran cuando son asesinad...
–Conozco la leyenda –Interrumpió –. Entraremos a la brecha.
–No podemos hacer eso, es imposible.
–No lo es –Aseguró acercándose a Abarta para tomarlo del brazo con fuerza –. Él nos hará entrar.
–Disculpen muchachos, yo no debo entrometerme en lucha ajena –Comentó con mueca extraña en su rostro, al terminar su oración sintió una peculiar picazón en su brazo. Bajó la mirada, Tristan estaba haciéndole algo.
–No me provoques Abarta, no estoy bromeando –Advirtió con cara de pocos amigos.
–¡Yo no bromeo! –Contestó zafándose de su agarre con la intensión de huir, Lennox, al notar aquello, le propinó un golpe en el mentón dejándolo inconsciente.
–Será mejor que vayamos –Avisó tomando al dios ayudante entre sus brazos –. Conozco la entrada.
Tristan asintió quedando detrás de él, observando una vez más como las cosas a su alrededor estaba quietas, intactas, como si el tiempo no pasara, a pesar del estado de Abarta, lo que sea que haya hecho, seguía allí. Entonces un estruendo lo volvió a su realidad, Lennox había quebrado unos vidrios al atravesarlo cuando salió volando.
Al instante lo persiguió, inseguro, no le gustaba como se sentía eso. Tristan nunca se había sentido inseguro y mucho menos había volado alguna vez, pero le salía natural, sus alas parecían moverse solas y observó con detalle el cuerpo de Lennox frente a él, estaba tornándose negro.
–¿Qué te está sucediendo? –Preguntó Tristan con interés.
–No es de tu incumbencia –Respondió con su voz notoriamente más grave –. La entrada hacia la brecha queda justo en medio del camino de Dagas, Abarta nos tendrá que meter allí.
–Si es de mi incumbencia –Concluyó.
En menos de una hora, ellos habían llegado al lugar antes mencionado.
Lennox quedó paralizado ante una mancha azul esparcida en el suelo, quedó petrificado, recto, con su rostro mirando de lleno en el espacio congelado. Tristan se acercó, quedando igual que él.
– ¿Fue... ?
–Sí –Asintió Lennox.
–¿Cómo sucedió?
–Estábamos luchando, tendrías que haberla visto, era una con la espada –Ladeó una sonrisa –. Pero algo salió mal... una bestia se acercó y yo... yo no pude –Presionó sus ojos sin ser capaz de aguantar la culpa –. Fue mi culpa.
Tristan alzó la mirada, su expresión triste se tornó sería, calculadora, como si nada lo perturbase.
–Murió en batalla, su muerte fue digna de gloria.
–¿Cómo puede decir eso? –Preguntó con sus ojos aguados –¿No piensas llorarla? ¿No piensas hacer luto aunque sea un momento?
–No estoy criado para esas cosas –Dijo sincero, aunque deseaba llorar y descargarse, primero tenía otra prioridad, lapidar a la Ordenadora y si lo lograba, Eire iba a volver.
No iba a llorar porque no era necesario, estaba seguro de que lo lograría.
Tristan no rompería una promesa a su hermana. Él siempre le decía que iba a mantenerla a salvo y así sería, aunque le costara su vida.
–Siento pena por ti –Dijo con sinceridad, porque no era una persona, Tristan era como una roca.
Aunque él podía notar que sus ojos estaban quebrados, y que su alma estaba de luto incluso más que la de Lennox.
El rubio lanzó al suelo el cuerpo inconsciente de Abarta y se inclinó para golpetear su rostro.
Tristan, al notar que el dios ayudante no reaccionaba, se hincó a su lado y fue él esta vez quién lo golpeteaba.
–Despierta –Ordenó Tristan.
Lo hizo, se repuso al instante y sus pupilas se dilataron al ver al pelinegro con su semblante arrogante. Volteó para observar a Lennox con mirada severa y frunció el ceño.
–Nunca vuelvas a hacerme algo como eso otra vez, no dudaré en llevarte a conocer a la muerte.
–No lo provoques Abarta –Advirtió Tristan –. Abre una brecha para nosotros y haré el trabajo que tanto me pides.
–Te aviso que no será fácil, la Ordenadora no está sola.
–Hay criaturas, hay que asesinarlas sin piedad –Exclamó Lennox –. Ellas no volverán a nacer porque mueren en su propia tierra y cuando dejemos a la Ordenadora sin defensas... entonces será su turno.
–Ojalá lo logres Sibilino –Comentó sincero para luego alzar su dedo y comenzar a trazar una línea morada en el aire. Tristan lo frenó.
–¡Espera! –Abarta lo observó. Él tragó en seco: –Apócrifo no va a devolverme a Eire, ¿verdad? –Afirmó más que cualquier cosa.
–Él no puede hacer eso, solo yo puedo –Dijo y Tristan ladeo una sonrisa.
–Por alguna razón que desconozco, tu deseas que yo acabe con ella –Dedujo el pelinegro – y lo haré, por mi vida te juro que lo haré...
–¿A qué quieres llegar? –Preguntó sin preámbulos.
–A la parte interesante, mi alma, será tuya a cambio de la de Eire –Ofreció sin titubear.
Abarta comenzó a mofarse de la risa, sosteniendo su estómago de manera teatral.
–Tú no te atreverías a dar tu alma por la de ella, sabes que estarás condenado al Nahled, ¿Verdad? –Tristan alzó una ceja.
–No me importa a donde vaya, ¿Aceptas o no?
–Tengo algo mejor para ti –Sonrió. Tristan lo miró atento –. Una hora, una hora de vida tienes para destruir a la Ordenadora; si lo haces en ese lapso entonces te coronaré Ordenador, un minuto más tarde y te llevo al Nahled –Abarta extendió su mano derecha esperando que el muchacho mortal frente suyo la estrechara.
–¡Espera! –Interrumpió Lennox –¿Confías en su palabra? ¿Cómo es posible que devuelva a Eire de entre los muertos? Y aunque lo hiciera, ya no sería ella...
–Lennox –Murmuró Tristan con voz quebrada –. Es lo único que me queda –Dijo sin más y extendió su mano, en cuanto se tocaron, un calor abrazador los rodeó para dejarlos dentro de una zona montañosa.
–Porque me agradas, Sibilino, mi regalo es este –Miró a su alrededor –. Sin criaturas que la defiendan, cara a cara con la Ordenadora.
Dicho y hecho, Abarta se esfumo tan efímeramente que fue casi irreal.
Tristan y Lennox comprendieron viaje hacia cualquier lado, no conocían el lugar.
Tal como aseguró Abarta, no había ni una criatura.
–¿No te parece sospechoso? –Inquirió Lennox inseguro –¿Por qué nos lo dejarían tan fácil?
–Por supuesto que es una trampa, Lennox. No soy estúpido, nadie quiere que Eire reviva y solo me dio una hora, no puedo hacer nada con ese tiempo –Lennox paró en seco y se le enfrentó.
–Pero debes hacerlo, en caso de ser real, ella podría volver.
–Y a ti solo te importa ella –Bramó con ojos brillantes.
–Y a ti también.
–Y a mí me importan sus muertes –Farfulló una voz a sus espaldas. Lennox se puso en guardia al instante –. Que astucia la de ese farsante, quitarme mis criaturas para que ustedes ganen fácilmente, es trampa, un acto de cobardía.
–Cobarde es usted, ser despreciable que envía a sus criaturas a salvarle el pellejo –Respondió Lennox.
–Lennox, Lennox, Lennox... me has causado muchos problemas –Hubo un minuto de silencio que se tornó eterno –. Pero ya es hora de tu final –Dijo de repente posándose al frente de los ojos plateados del muchacho, logrando erizar la piel en su cuello.
Lennox empujó el rostro de ella con su palma, empujándola hacia el suelo en donde se formaron grietas debido a su caída. Ella con un movimiento de sus manos ganchudas, hizo que las ramas del árbol detrás del rubio comenzaran a moverse, atando a Lennox por sus extremidades dejándolo en segundo plano.
Tristan la observó respirando fuertemente por su fosas, negaba con delicadeza.
–Sibilino, esta lucha es nuestra... es mi vida o mi vida –Aseguró.
–Como yo lo veo, es tu muerte o tu muerte... y sabe Dios qué te mataré.
Ella se acercó a él con sigilo, Tristan no tenía experiencia luchando, nunca había tomado esas clases, las consideraba innecesarias, a cambio tomaba las de política o economía.
La Ordenadora lo empujó hacia el suelo, posándose encima de él seduciéndolo, sujetó su cuello con fuerza intentando dejarlo sin aire hasta que él apoyó su mano sobre la de ella causando que su brazo comenzase a arder increíblemente.
El dedo de Tristan lo había salvado; ella se retorcía en el suelo viendo como sus manos se derretían convirtiéndose en alquitrán espeso.
Lennox forzaba las ramas que eran dos veces más gruesos que él hasta romperlas, se repuso al instante para cortar los lazos de la Ordenadora que amenazaban con apuñalar a Tristan.
Tomó dichos lazos que quedaron petrificados y le lanzó uno a Tristan para que lo use como espada.
Ella se levantó, cuatro lazos se regeneraron en sus espaldas que se alargaron significativamente en el aire, dándole un aire tétrico al escenario, el ambiente se tornó sombrío y frío.
Cuando los estiro más, lanzó una brisa que provocó que ambos muchachos cayeran al suelo, dejándolos completamente anonadados, solo escuchaban zumbidos que hacían a Lennox retorcerse del dolor.
Entonces sucedió, una luz anaranjada se posó sobre la oscura mujer, y unos rayos bailaron por sus manos, solo pudieron visualizar dos espadas que giraron en forma de media luna cortando en tres a la Ordenadora, dejando un rastro de fuego a cambio.
Cuando el viento cesó, Lennox cubrió su frente con su antebrazo para ver mejor, una melena castaña y garras afiladas es todo lo que podía reconocer, además de alas color fuego.
Ella volteó, dejándolo sin palabras.
Eire.
Eire quedó petrificada en cuanto su mirada colisionó con la de Tristan, repasó su cuerpo, tenía alas... su hermano tenía alas y estaba intentando asesinar a la Ordenadora.
«¿Qué está sucediendo?»
Observó sus propias manos, como las de Lennox, las de ella también se habían tornado negras y sus venas comenzaban a tomar color oscuro, además de sentir en su espalda un par de alas que, Dagda le había advertido que serían temporales.
Una sombra pudo visualizar acercándose a ella con duda, alzó la vista para encontrarse cara a cara con Lennox, sus ojos estaban más pequeños, rojos y sus labios resecos. Eire no sabía que había pasado un día muerta, ni mucho menos era capaz de notar que había sido el peor día en la vida de Lennox.
Él se encontraba respirando con dificultad, luchando consigo mismo tratando de descifrar si aquello se trataba de un espejismo o si realmente estaba viendo a Eire frente a él.
–¿Eir... Eire? –Tragó con dificultad.
La mirada verdosa de la Princesa comenzó a brillar, su voz, la voz de Lennox había encendido algo dentro de ella. Solo se dignó a asentir levemente y antes de que él se atreviese a hacer algo más, Tristan se interpuso al rodear a su hermana con un abrazo tan cariñoso que impactó tanto a Abarta, como a Apócrifo.
–¡Eire! –Murmuró desesperado. Ella le correspondió al instante como si fuera de vida o muerte.
Tristan la abrazó por su cuello y besaba su melena castaña a la vez que cerraba sus ojos con fuerza aguantándose el impulso de llorar, la tenía ahí, a salvo, con vida. Su pequeña estaba ahí mismo abrazándolo.
Ella lo tomó de la cintura y lo presionó, apoyando su rostro en el pecho aspirando su aroma limpio, ella si se permitió derramar lágrimas de alegría. Lo había extrañado tanto.
–Perdóneme por favor –Pidió ella. Tristan se separó un poco para poder observarla bien y limpiar sus lágrimas con cariño.
–¿Perdonarla? ¿Qué tendría que perdonarle yo?
–Le he fallado, me escapé, no se lo conté, si lo hubiera hecho, si hubiera escuchado su consejo de que guardara la calma y que le dejara investigar más, tal vez no hubiera pasado nada de esto, es enteramente mi culpa –Bajó su rostro, el que Tristan se encargó de enaltecerlo haciéndola mirarlo a los ojos.
–Eire, su rostro es digno de resplandecer, nunca agache la cabeza –Ordenó con afecto –. No le dé importancia a lo que sucedió, ¿de acuerdo? –Ella asintió –Volverá a casa, sana y salva.
–Volveremos, quiso decir –Corrigió. Tristan dejó de mirarla a los ojos para ver por detrás de sus hombros.
Eire volteó para notar que Abarta era a quien su hermano observaba.
–¿Tristan? –Preguntó con la voz nerviosa.
Abarta se acercó a ellos y tendió su mano hacia Tristan.
–Es momento de cumplir, Sibilino –Avisó el dios ayudante.
–¿Cumplir qué cosa? –Quiso saber Eire, quien tiró con más fuerza de su hermano en cuanto él comenzó a soltarla –Tristan, espera, ¿qué pasa?
–Eire, todo irá bien, lo prometo –Aseguró ladeando una sonrisa seductora –. Hice un trato con Abarta, volverá el tiempo, justo en el día anterior al que yo le quite el puesto a Kennet como Rey, pero será diferente, será como una historia distinta, en esa, tú no escapaste y Jaha no enferma al borde de la muerte.
«Tampoco muere Morgana, pero lamentablemente tu tendrás que casarte con un hombre al que no amas, porque te estoy dejando en los brazos de mi hermano, aquel hombre que no es capaz de hacer todo por ti como lo hago yo»
–¿Qué hay de Lennox?
–Su vida volverá a ser la habitual. Nadie recordará nada de lo sucedido –Interrumpió Abarta –. Excepto ustedes, Kennet, Lennox, Tristan y tu recordaran cada detalle, no puedo borrarles esto porque... debe ser una lección con la cual tienen que convivir.
–¿Entonces volveremos a casa? –Inquirió esperanzada. Tristan negó –¿No?
–No –Reconoció en un susurro.
–Tristan se queda aquí Eire, él ha entregado su vida a cambio de la tuya –Los ojos de Eire se cristalizaron y observó como él se alejaba de ella con seguridad.
–Confía en mí, Eire –Rogó su hermano haciendo fuerza en su mandíbula.
Un estruendo agudo comenzó a resonar desde todos lados, Eire y Lennox llevaron sus manos cubriéndose sus oídos, Tristan y Abarta continuaban mirándose cómplices.
–Se cumplió la hora, Sibilino –El pelinegro asintió.
Abarta alzó su manos y chasqueó los dedos, todo a su alrededor se movía excepto ellos dos.
Tristan observaba como todo sucedía al revés, incluso veía como él abrazaba a su hermana, luego él se iba corriendo hacia atrás con una sonrisa que cada instante iba desapareciendo; un brillo cegador que se apagaba dejando ver a la ordenadora a quien la espada de Eire dejaba de cortarla al medio y todo pasó de hacia atrás.
Hasta que comenzó a ver los caminos que habían recorrido las criaturas que habitaban ese lugar, la luna convirtiéndose en sol y el sol haciéndose luna.
Hasta que llegó el momento en que Abarta dejó todo quieto y La Ordenadora, mirando el mar gris comenzó a borrarse, se esfumaba haciéndose polvo.
–Sibilino, la Ordenadora cayó, tu legado comienza ahora.
***
Eire observaba su cuerpo envuelto en aquellas telas de color azul, ese vestido era su funeral y el muchacho detrás de ella, estaba muerto a partir de ese momento.
Lo único más grande que el amor hacia sus propias elecciones, era el odio que sentía por Kennet, su hermano, el hombre que la vendió. Aquel ser despreciable... estaba destruida.
Kennet tragó en secó al notar la mirada severa en el rostro de su hermana a través del espejo y se puso en pie hasta acercarse a su espalda para acomodar su velo con delicadeza.
–Cambia esa cara, por favor –Pidió con cierta tristeza en su voz.
–Todos olvidaron lo que sucedió, nadie recuerda cuán grande fue Tristan, ni que fue su Rey, ni que desapareció porque Abarta se encargó de volver el tiempo atrás –Recitó con pena –. Pero nosotros no olvidamos nada y yo menos.
–Eire...
–Kennet, acabas de matarme –Dijo con sus ojos cristalizados.
–Lo lamento, no soy tan buen Rey como lo seríaTristan, yo necesito venderte para lograr la estabilidad del pueblo y lamentomucho entristecerte pero bien sabes que es tu destino; el amor no es un lujoque podamos darnos los de la realeza –Tomó una bocanada de aire para continuar: –. Llamaré a Morgana para que acomode tus ropas.
Luego de que Abarta creara una vida alterna para ellos, Morgana nunca había sido ejecutada por Tristan pero Eire no iba a olvidar que ella lo traicionó alguna vez, ni tampoco olvidaría que era cómplice de su madre. La mujer que la hacía beber aquel liquido azul que tanto bien le hacía.
Las lágrimas comenzaron a caer sin cesar de los ojos verdosos de Eire, Kennet abandonó sus aposentos brindándole su tiempo, comprendía la decepción de su hermana pues ella no era la única decepcionada, él también lo estaba consigo mismo.
Eire cayó sobre sus rodillas y limpiaba sus lágrimas con sus palmas, sin importarle arruinar su maquillaje, lo odiaba y si Lyssandro la veía poco atractiva, mucho mejor.
Aun así, no podía dejar de lamentarse.
Se asomó hacia su balcón, en donde podía visualizar a los plebeyos ingresar a los jardines, expectantes y contentos con la nueva unión, todos creían que sus casamientos eran cosas mágicas, dignas de ser admiradas y en realidad, no eran más que un infierno.
–No soporto verte triste –Dijo alguien detrás de ella.
Eire se espantó y pegó un salto en cuanto vio a Lennox sentado en las barandas del balcón, con sus piernas colgando hacia el vacío.
–¿Qué haces aquí? –Preguntó sin querer dejar de mirarlo.
Habían pasado dos semanas desde la última vez que lo vio, en la brecha, justo antes de hablar con Tristan por última vez, desde ese instante no supo más de él y comprendió que él tendría que continuar con su vida como bibliotecario, ella tenía prohibido esa zona del castillo y Lennox tenía prohibido acercarse a ella.
Ordenes de Kennet.
–Recibí una invitación –Respondió elevando un sobre en color amarillento con tinta dorada en la parte posterior.
–Me refiero, a mi balcón –Lennox ladeó una sonrisa y se acercó a ella.
–No tuve tiempo para decirte que... me alegra mucho que estés aquí –Tragó en seco, mirándola con profundidad, deseando abrazarla con fuerza y llevársela lejos –. Con vida.
–Lennox...
–Princesa –Interrumpió él, pero ella sonrió y sus ojos brillaron tanto que él simplemente se quedó sin habla.
–Y a mí me encanta que me llames así –Dijo esperanzada.
–No, esta vez... esta vez es así, Princesa Eire Acacia Arwen...
–¿Qué? –Preguntó. Su rostro mostraba tristeza y decepción a cada palabra que lanzaba Lennox.
–Te casarás con...
–Lennox, no me dejes ir, por favor... no está vez –Lennox cerró sus ojos, hacia un par de días, cuando ella estaba sucumbiendo en sus brazos, ella le rogaba que la dejase morir y él no fue capaz de abandonarla, no pudo.
Pero en ese instante era diferente, ahora Lennox no era capaz de hacer nada. Debía dejar que cumpla con su deber como princesa.
–Lo lamento, Eire –Susurró. Ella tomó sus manos con fuerza, con su mirada le rogaba que no se fuera y él, no se alejó, solo se quedó disfrutando de su tacto y su mirada, guardando el color de sus ojos verdes en sus recuerdos –. Debes casarte con Lyssandro, es lo correcto.
–¿Kennet te envió a decirme esto? –Se enfureció y alejó sus manos de las de él, pero Lennox fue quien las sostuvo esta vez. Negó.
–Kennet no se atreve a hablarme, él está tan roto como nosotros.
–¿Por qué estás aquí? –Lennox acariciaba sutilmente los pulgares de Eire.
–Vengo a despedirme, no voy a trabajar más aquí.
–¿Renunciarás? –Se sobresaltó.
Lennox no solo estaba abandonándola sentimentalmente, sino que ahora pretendía borrarse de su vida, para siempre.
–Ya he renunciado, esa noche, cuando te vi ahí parada sobre la Ordenadora, destrozándola de un solo movimiento con tu espada, lo noté... ya no me necesitarías jamás, ya has aprendido todo lo necesario –Mintió. Renunció porque no sería capaz de ver a la chica que ama sostener las manos de alguien más.
–Me estás mintiendo Lennox –Él negó –. ¿Vas a dejarme cuando te pido que no lo hagas? –Su voz se tornó temblorosa –Cuando te pedía que lo hagas, no eras capaz de dejarme y me rogabas que me quedara contigo, me decías que no perdonarías que te dejara Lennox –Alzó su dedo acusándolo –. ¡Ahora soy yo quien te lo dirá!
–Eire, por favor no...
–No voy a perdonarte que me dejes sola, Lennox –Interrumpió.
Él simplemente negó y se separó de ella lentamente, no deseaba hacer aquello, pero tenía que.
Él era un criado; ella una princesa.
Él era un heredero; ella una descendiente.
Él tenía una vida por delante con destino desconocido; ella tenía una vida por delante con futuro armado.
No había nada en común, excepto el amor reciproco.
Lennox extendió sus alas y se elevó unos centímetros, acercándose poco a poco a los barandales del balcón, sin dejar de mirarla ni un segundo.
Y se alejó sin más. Voló hacia el cielo, en donde su figura se mezclaría con las nubes para luego llegar a su nuevo destino, las costas del Graeach, en donde había un pequeño pueblito y él, con la esperanza de que lo contrataran en su biblioteca.
Comenzar una nueva vida, superar a su primer gran amor y no meterse en más problemas con respecto a su ser.
Se quedó planeando en el lugar, agudizó su vista para ver a la distancia a Eire mirando hacia su dirección, ella no lo podía ver, aun así lo estaba esperando.
Ella tenía la ilusión de que Lennox volviese, le diera un abrazo y le diga que no iba a irse, no sin ella... pero eso no sucedió.
Lennox bajó su rostro decidiendo que sería la última vez que iba a verla y se despidió, preparándose para adentrarse a su nueva gran aventura, su nueva vida.
–Hasta siempre, Eire –Murmuró y luego continuó volando hasta perderse en la inmensidad.
¡Hola!
Si les quedaron dudas, las van a resolver en el epilogo, que voy a subirlo a lo largo de esta semana ( es super cortito) En el que voy a escribir sobre lo que sucede con Tristan.
Ademas de que voy a subir también el prologo de lo que seria la segunda parte de esta historia, porque es obvio que sigue, no puedo dejarla acá con Eire volviendo de entre los muertos como si nada y con Lennox dejándola sola. No.
Solo que lo termino acá, justo a los 30 capítulos para que no sea tan largo.
¿Entienden? ¡Esta historia sigue!
Ojalá que les guste el final que le voy a dar a esta parte y que sigan leyendo la segunda <3
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