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CAPITULO 5

— ¿Rubio claro?, ¿Ultra claro?, ¿Oscuro?, ¿Ceniza? —removió las diferentes cajas sintiéndose frustrado— al diablo, de todas formas es rubio.

— Ultra claro, va mejor con tu tono de piel —recomendó una voz suave bajo el humbral de la puerta.

El príncipe se sobresaltó un poco desde su sitio. Frunció aún más su seño al darse cuenta que fue interrumpido en pleno intento por retomar su tonalidad de cabello.

Dos ojos, azules como el cielo y una cabellera azabache, con la actitud osada de una muchacha amistosa y amable.

— Por un demonio... —se quejó entre murmuraciones— ¡¿Acaso no dije que nadie podía entrar a mi habitación?!, ¡Nadie!.

No parecía tener la intención de marcharse. Estaba divertida al ver la molestia que cargaba consigo el heredero al trono, no pudo evitarlo, dejó salir una gran carcajada al observar el cabello de este.

— Wow, que carácter te cargas y yo que creí escuchar que la princesa del castillo se había marchado —lo molestó con una sonrisa ladina.

Gogeta se puso de pie para confrontarla y que se largue en ese mismo instante.

— Lárgate —ordenó colérico tirando de su brazo en dirección a la puerta.

— Ouch, yo solo quería ayudar —se excusó con expresión fastidiada en el rostro— príncipe...

— Me vale pito, ¿Me oíste? —finalmente cerró la puerta de su cuarto en su cara— ni siquiera se quién demonios eres.

Creyó conocer toda la servidumbre en su palacio; sin embargo, no recordaba haber visto a esa muchacha en toda su vida. Regresó a sus asuntos y estaba a punto de meterse dentro de la ducha cuando una voz —que si conocía— se escuchó al otro extremo de la puerta.

— Hija, no te dije que solo preguntaras cuando se haría el despegue —reconoció la persona apenas culminó su oración; era Bulma.

Recordó que Vegeta les había advertido incontables veces que nunca se toparían con una voz tan chillona como esa. Pues, al parecer su hija tenía la misma cualidad de hablar exageradamente alto y agudo para el gusto de Gogeta.

Se puso de pie junto a la puerta para escuchar el merecido reproché que tendría la entrometida muchacha por irrumpir de esa forma en su habitación, esperaba con ansias que su madre le diera su merecido; sin embargo, la muchacha no parecía reaccionar arrepentida o asustada. No, ella se reía a carcajadas fuera de la puerta.

— Lo hubieras visto mamá —comentó con diversión— su cabeza parecía un algodón de azúcar. ¡No!, más bien, parecía uno de los Trolls mutantes que salen en la televisión.

— Aún así, eso no te da el derecho de burlarte —la corrigió con ambos brazos cruzados.

Gogeta asentía desde el otro extremo de la puerta, satisfecho con las palabras de la terricola.

— Da igual mamá, no pensé que su carácter fuera tan terrible.

— Al parecer, es igual a su madre —comentó con obviedad— su hermano, por el contrario, parece ser más agradable.

— Es un gruñón, solo trataba de ayudarlo —se encogió de hombros con una expresión inocente.

El mayor de los príncipes abrió la puerta con enojo, encontrándose con la mirada sorprendida de ambas. Estaba enojado, pues no era la primera vez que escuchaba ese tipo de comentarios, desde pequeño se lo dijeron cientos de veces:

"Tienes el mal carácter de tu madre"

"Te pareces mucho a tu madre"

"Tienes el mismo defecto que tú madre"

Estaba harto de ser todo el tiempo comparado y le molestaba aún más viniendo de un par de extrañas.

— Oh, príncipe —la mujer mayor lo observó con vergüenza—lamento mucho si lo estamos molestando.

— No soy como mi madre —expresó con una mirada fría y actitud severa.

— Como digas, pequeña pink —lo ignoró la joven hija de Bulma.

Su madre la protegió poniéndose frente al príncipe con una actitud culposa. Según Bulma, era la exacta copia de la princesa Vegeta y parecía estar molesto.

— ¿Tienes idea de quién soy yo? —indagó autoritario, en una especie de desafío que la joven estaba dispuesta a tomar.

— jeje, bueno, supongo que es mejor irnos —se antepuso tomándola de la muñeca, con la intención de marcharse.

— Tienes razón mamá, no vale la pena tratar con un mal educado —desistió caminando junto a su progenitora.

Al de cabellos en punta le fastidió demaciado su actitud. Irrumpió en su cuarto sin permiso alguno, lo incómodo, y aún así el parecía ser el malo.

Si es cierto que su humor no era el mejor pero...

— ¡El despegue será cuando se me den las pelotas! —gritó a todo pulmón viendo a ambas marcharse— ¡Ahora pueden irse al infierno!, ¡Por favor!. ¿Es suficiente educación para ti?.

— Uff, es muchísima, demaciada —alegó aún dándole la espalda.

— Gracias —aceptó cerrando la puerta esta vez con seguro.

— Era sarcasmo, idiota.

Dió un inmenso suspiro una vez que estubo a solas. No paraba de quejarse y maldecir por lo bajo.

— Tsk, si no fuera por mi madre dejaría que tú estúpido planeta arda en llamas. Maldita insecta.

Se abofeteó mentalmente luego de acabar la frase.

Sin dudas, no podía negar ser hijo de Vegeta.

•  •  •

En la tierra.

— ¡U-ustedes dos!, ¡No pueden destruir la tierra!, ¡No aún! —ordenó exasperado un científico con larga barba albina.

Ambos jóvenes, de apariencia adolecente se burlaron en su cara tras escuchar estás palabras.

Le pareció abominable, escalofriante. Su propia creación, a la que tanto tiempo y esfuerzo había invertido lo estaba desafiando por pura rebeldía.

Ya no tenía control sobre ellos.

El dominio del planeta tierra y la destrucción se le había ido de las manos.

— ¿Y porque no? —cuestionó la rubia frente a él con coquetería— prometiste encontrar el radar de las malditas esferas y concedernos un deseo a cambio de obedecer.

— Pero parece ser, que el viejito no puede siquiera servir de chivo espiatorio —continuó hablando el joven de cabello azabache.

— Es algo que nosotros, tranquilamente podríamos realizar en un parpadeo —presumió paseándose al rededor del laboratorio— ¿Que se hace cuando algo ya no es de utilidad?.

Ambos observaron al cientifico con un rostro cargado de sadismo. Sus manos comenzaron a temblar, su cuerpo se estremeció al mismo tiempo que un sudor frío le recorría la columna vertebral.

Estaba aterrado; sin embargo, aún tenía un As bajo la manga. No permitiría que llevaran a cabo sus crueles intenciones de matarlo.

En una seña cauta, le indicó al sujeto a su lado de tes blanca, que acerque un dispositivo que pondría a ambos con los pelos de punta. Sus intenciones fueron exitosas, los había asustado y ambos ya no parecían comportarse de manera hostil.

— Un par de días, esperen mis instrucciones —imploró señalandolos a ambos con el aparato— escuché decir en el laboratorio de Bulma, que grandes guerreros vendrán a restaurar la paz.

— Patrañas —se negó a creer con una expresión engreída. 

— Podemos acabar con ellos también —aseguro el muchacho.

El científico negó con la cabeza, asegurando que los guerreros que se avecinaban eran de respetar. El mismo, había escuchado el rumor sobre su raza y que derrotaron al emperador del mal Lord Freezer, si esto era cierto, sabía que sus creaciones estarían limitadas ante tal poder.

— Seremos cuidadosos, denme tiempo, usaremos su poder en su contra; por el momento, vamos a escondernos y parar con la aniquilación —fanfarroneó en una risa siniestra, anunciando sus plan por acatar— mi más grande creación, ¡por fin será completada!. Y nosotros, gobernaremos el universo.

No muy alegres, al unísono dejaron escapar carcajadas tambien —falsas— pues sus únicas intenciones eran deshacerse de su "creador".

•  •  •

Devuelta a Vegeta.

— ¡Principe!, ¡Principeeee! —los gritos no cesaban, con el toquido repetitivo en la puerta— ¡Es una emergencia!, ¡Por favor príncipe!.

Un relajado gogeta, quien estaba sentado frente al televisor jugando videojuegos, simplemente ignoró el llamado.

— No juntas reales, no quiero cena, que mis criadas se tomen el día libre, porque haré lo que Vegeto hace con frecuencia —sentenció con frivolidad, concentrado en pasar su nivel de Mario Bros— ya está decidido, voy a rascarme el culo todo el día. Aunque de lo mejor de mi, de todas formas la gente me toma el pelo y hace bromas molestas. ¡Ya llegue a mi limite!.

— ¡Principe, se trata de su hermano! —trató de persuadirlo de abrir la puerta— ¡Otra vez surgió un incidente!

De nuevo hizo oídos sordos, precionando los botones de su consola con furia.

— Ese no es mi hermano, es mi enemigo —garantizó aun receloso— estúpido dragón, solo deja que la princesa y yo forniquemos tranquilos ya deja de secuestrarla para joder mi existencia con tus estúpidos niveles súper difíciles —protestaba entre divagaciones.

La puerta fue derribada a patadas y antes de que pudiera quejarse, se topó con la mirada de angustia de su también mejor amigo.

— ¿Ya terminaste de quejarte? —dudó con fastidio— Gogeta, el imbécil hijo de Nappa, de nuevo volvió a provocar a Vegetto.

— ¿Y?.

Su amigo, con nerviosismo esperaba hacerlo cambiar de actitud.

— Oh vamos, tu no eres el infantil —pidió entornando los ojos— sabes que no hizo las cosas con mala intención. B-bueno, ahora no es lo importante, ¡se transformó en súper saiyajin!.

— ¡¿Que hizo que?! —cuestionó en el mismo tono alterado— ¡Mierda!, ¡¿Y que demonios esperabas para decirme?!.

— Bueno, te lo estoy diciendo ahora, genio.

— ¡Como sea!, ¡Hay que impedir una catastofre!, ¡No te quedes ahí parado!.

Ambos corrieron en socorro del planeta.

Gogeta sabia que si Vegetto perdía por completo el control, podía causar destrozos de gran magnitud. Sus padres, siempre habían podido calmarlo porque eran lo suficientemente poderosos como para hacerlo cuando esto sucedía, entre los dos, podían calmarlo, cuando estos brotes de histeria y poder desmedido surgían.

Pese a haber entrenado años y practicar disciplina junto con su hermano, Vegetto no había podido controlar nunca su transformación del súper saiyajin. Para poder realizarla, tenía que sobrepasar el limite de sus capacidades, ese límite no podía controlarlo y lo llevaba incluso a perder su raciocinio destrozando lo todo.

Un plan.

Un plan.

Fue lo que repitió su hermano en su cabeza esperando le surja alguna idea.

Después de mucho correr y traspasar pasillos a lo loco chocando sin querer a la servidumbre. Llegaron al campo de entrenamiento, el cual era su destino.

Allí vieron a Vegetto.

Su poder era sorprendente.

Incluso Gotenks se quedó estático por completo en su lugar, olvidando que ahora su amigo no era conciente de su raciocinio.

— ¡Maldición Gotenks!, ¡Hay que sujetarlo o lo matará! —advirtió con su amigo viéndolo temeroso— ¡Vegetto! ¡Detente!.

Ordenó Gogeta, justo a tiempo para interferir.

Se acercó donde el estaba, con intenciones de suavizar su agarre; pero fue lanzado contra unas rocas cercanas, por un codazo que su propio hermano le proporcionó.

Esta vez fueron Gogeta y Gotenks juntos a detenerlo.

El resultado fue el mismo y el pánico cada vez crecía aun mas con los amigos del hijo de Nappa y distintos soldados intentando interferir.

Los cráteres en el suelo y el arranque de vegetación de los alrededores hablaban por si solos, comenzó un fuerte terremoto, que azotó cada casa del planeta Vegeta. Una sola descarga mas de poder y el planeta se desintegraría por completo.

— ¡Calmantes!, ¡Denme un jodido calmante! ¡Con la droga mas potente que tengan! —solucionó el príncipe como último recurso en plena desesperación.

El equipo medico y los súbditos se pusieron en marcha.

Los gritos de Vegetto y la energía a su alrededor fueron frenados, cuando una gigantesca inyección traspasó su cuello y el liquido se deslizó en sus venas inmovilizandolo por completo. 

•  •  •

Aroma a medicinas, aire de hospital, esas paredes pálidas y sin vida que te hacían sentir peor de lo que estabas. Le extraño su alrededor, le pareció raro, loco estar ahí, si su salud siempre había sido muy buena.

Lo recordó.

— ¡Mi hermano! —proclamó con urgencia, recibiendo una puntada por haber tomado asiento tan deprisa.

Las manos de su mejor amigo, lo retuvieron por los hombros.

— Alto ahí, hombre de la bolsa en la cabeza —bromeó entre risas.

Llevó una mano a su cabello, encontrándose con el áspero tacto del plástico que mantenía amoldadadas sus hebras en punta. Había olvidado quitarse el tinte de cabello por la pelea de Vegetto.

— ¿Y mi hermano? —cuestionó, recibiendo una seña con el dedo índice que apuntaba a espaldas de Gotenks.

Estaba recostado en una camilla paralela a la suya. Descansaba y dormía a brazos extendidos con rastros de baba humedeciendo la sabana.

— El, está bien —lo tranquilizó con una sonrisa reconfortante.

Su hermano se alegró tras oír estas palabras. Aunque le parecía increíblemente extraño su propia jaqueka que ahora lo estaba matando.

— Y... ¿Que me pasó?.

Gotenks dejo escapar unas cuantas risas cuando lo escucho emitir esa pregunta.

— Te desmayaste cuando viste el tamaño de la inyección.

— Oh, verdad —admitió y al recordar esto su piel adquirió una tonalidad pálida.

Su mejor amigo no paraba de reírse y molestar cosa que le fastidiaba bastante. Le reconfortaba que el estuviera bien, mas cargaba con una preocupación que no había podido atender. No se había comunicado con sus padres desde la partida.

— Como sea, has algo útil y consigue me comida que muero de hambre —cortó de raíz con una expresión fastidiada. 

— ¿Que soy?, ¿Tu criada personal? —se negó con molestia el de mechones lilas.

De todas maneras insistió sabiendo que terminaría por ceder.

— ¿Que esperas? —incitó con intenciones de molestarlo— y después dicen que yo soy grosero y desconsiderado. Acabo de sufrir un desmayo y me siento terriblente mal, cada vez hay menos bondad en este mundo.

— Tsk, tu ganas por esta vez —cedió de mala gana arrastrando sus pasos al caminar.

Con cuidado, Gogeta se puso de pie y se dirigió al baño privado de la habitación con el propósito de lavarse rapidamente el cabello. Estaba asustado porque los colorantes o el tiempo execivo que dejó estar la tintura fueran a dejarlo calvo como consecuencia.

Tomó la manguera de la ducha y dejó caer el agua sobre su cabeza, dando pequeños masajes circulares que luego del champú y enjuague dejaron su cabello sedoso. Finalmente escurrió todo con una toalla, para después cerrar el grifo y finalizar su secado.

Se sintió complacido y se sonrió asi mismo en el espejo cuando con una toalla secó su —de nuevo— cabello rubio. A una edad, no muy avanzada había decidido dejárselo así por el increíble parecido que tenía con su hermano y porque con frecuencia eran, confundidos.

Regresó a ver como el mencionado se encontraba y para su sorpresa este estaba despierto. Frotando con ambas manos sus ojos y observando confundido el alrededor.

— ¿Como te sientes? —lo interrogó sentandose junto a él, en un pequeño banquito.

— Bueno —comenzó a hablar aturdido— soñé que estaba en un mundo paralelo, donde mamá era amable y generosa y papá era un hijo de perra, tu te casabas con un saibaman, yo montaba un poni. ¿Estoy muy drogado?, ¿No?.

— Mas que una clínica de adictos —asintió tocando su frente con preocupación. 

— Descuida, estoy bien ahora —sonrió para después cerrar sus ojos lentamente y recostarse en la gigantesca cama.

Gogeta quería preguntar mas sobre su pleito con Onio pero las ojeras que reposaban bajo sus párpados y sus ojos hinchados demostraban que necesitaba un descanso.

Se puso de pie, preparado para partir y dejarlo descansar.

— Date un respiro —sugirió dando una pequeña caricia en su cabello— mañana partiremos bien temprano.

— ¡¿Que?! —exclamó un poco alterado, levantándose de la cama.

Gogeta intentó tranquilizarlo, pero ahí estaba de nuevo su actitud loca y evasiva. Parecía ser que cuando se tocaba el tema de ir a la tierra se molestaba muchísimo, no quería abandonar su hogar. No quería abandonar la tarea que su madre le había encomendado y mas importante no quería decepcionarla.

— Vete tu solo —sentenció de brazos cruzados— si así de terco eres, pues bien. Tu tonta búsqueda por encontrar esas absurdas esferas pondrá en riesgo toda la vida del planeta y a mi tambien... Pero, ¡De acuerdo!, ¡Bien!, ¡Dejame solo lidiando con toda esta mierda!.

— Vegetto —apretó sus puños con frustración al no ser comprendido por su hermano.

Lo necesitaba.

Necesitaba que fuera con el a buscar una salvación; sin embargo, no podía obligarlo a irse con el por la fuerza. Lo sabia.

— ¡Vegetto un carajo! —protestó dándole la espalda— vete al fin del mundo si así lo deseas, no me arrastres en tus tonterías.

— Tsk, ¿porqué no puedes confiar un poco en mi?, ¿Cuando tomé en mi vida una decisión estupida y precipitada? —intentó persuadir lo— tu me conoces.

— Tu también... Y aun así no quieres decirme la verdad.

El silencio los aturdió por completo a ambos. Ambos estaban molestos por diferentes razones, ambos dudaban de el otro y su madre sin notarlo abrió una brecha de desconfianza para ambos.

El mayor desistió. 

— Esta bien, voy a decírtelo. La verdadera razón por la que se marcharon nuestros padres es...

Se quedó callado.

Sintió una puntada en el pecho, viendo como su hermano lo observaba con curiosidad. No quería ver lo que sucedería después, la noticia lo iba a devastar justo como a el.

De todas formas ya había largado la piedra, ahora no podía esconder la mano.

— Mamá sufre de una enfermedad terminal, ella está muriendo de a poco. Salieron urgentemente... para buscar una medicina, una cura, un remedio, algo —explicó con la voz entrecortada— esas absurdas esferas como tu las llamas, creo que son nuestra única salvación. 

 

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