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Capítulo 18. Desfile sobre objetivo.

A pesar de su estatura y complexión, Silver era capaz de estar en bulliciosos lugares sin llamar demasiado la atención. El centro de Petral reflejaba la celebración de la Independencia de Terrenal, todos los edificios fueron adornados con los colores de la bandera nacional; azul, rojo y verde. Los comercios habían colgado banderas del país fuera de sus locales y exhibían increíbles ofertas por la ocasión. En los altos edificios gubernamentales se alzaban pantallas reflejando eventos de la historia del país. Silver se detuvo, una de las pantallas proyectó la imagen de su padre. No quitó la mirada hasta que la pantalla dejó de mostrarlo. Siguió recorriendo el centro entre ciudadanos que llevaban a sus hijos a la celebración inculcándoles el ciego y ferviente amor por su nación perfecta. Claro que sabía de eso, después de todo su padre había sido ningún otro que el teniente general Pietro R. Porath. A veces la nostalgia lo invadía y le hacía preguntarse si estuvo bien perder su estatus en Terrenal por la causa que seguía persiguiendo. Habría sido divertido ver su imagen junto con la de su hermano León en esas pantallas, en vez de haber sido lanzado al olvido y desprecio por todos. Silver alzó el rostro y lo dirigió a una calle cercada. A lo lejos observó varios autobuses que se estacionaban.

—Así que ya llegaste, hermano —susurró Silver, se ajustó la capucha que traía y siguió con su camino.

Mientras Silver seguía paseando y recordando viejos momentos, los cadetes llegaron al desfile. La tortura a la que los sometió la capitana Will en esas extenuantes prácticas al fin culminaría. La capitana fue dura con ellos, incluso llegaron a decir que había sido más estricta que el sargento mayor Hill y la capitana Moral juntos. Las calles principales se cerraron, fueron cercadas y limpiadas. El cielo era celeste y el frío cortante y seco. Frente a la explanada del Palacio Militar se armó el palco de observación para los altos gobernantes del país.

—¡Este año han adornado todo muy hermoso! —Susie salió contenta del autobús estirando las piernas y brazos—. Mis papás me prometieron que estarían aquí y que nos tomarían fotos.

—Mi mamá también me lo prometió. —Fanny bajó después que Susie—. Espero que sí, ¡es mi primer desfile! Y quiero presumir a mi familia. ¡Se morirán de envidia cuando vean el álbum en línea!

—No lo sé, a mí me da flojera, es decir, hace un súper frío y todavía tenemos que desfilar. —Luis salió sin mucho ánimo—. No me gusta eso. ¡Odio el frío! ¡Odio el frío de febrero!

—Hay que esforzarse, la capitana Will trabajó mucho en entrenarnos. ¡Debemos mostrarnos con orgullo! Y nosotros somos su pelotón. —Gary salió después de Luis regañándolo.

—¿Quieres que todo sea perfecto? ¿Eh? —Luis golpeó un poco a Gary, las mejillas aperladas del líder se enrojecieron.

—Es la primera vez que veré a la mariscal Gentile en persona, ¿será igual que en las fotos? —preguntó Fanny.

—Dicen que están retocadas —murmuró Luis a Fanny.

—Se nota que son los alumnos de Miranda Will, mira que dejarlos al final para el saludo largo. ¡No tienen vergüenza! —Una conocida voz se escuchó.

—Tú no tienes control, ¿o sí, Lucas?

—Y tú a la defensiva, Marshall. ¿Qué clase de santa te crees? —contestó petulante Lucas con otra pregunta.

—¡Cadetes! —Miranda se acercó interrumpiendo la molesta escena—. Prepárense para salir. Los llevaré al lugar de partida. Antes de eso, como saben hoy es un día de asueto oficial, así que les tenemos una sorpresa, hemos preparado todo para que al final del evento vayamos todos al parque Aventuras Central. ¡Lo sé! ¡Qué divertido! Entonces, terminando el desfile suben a los camiones para irnos sin escalas, comerán allá, ¿de acuerdo?

Los chicos estaban muy contentos con la noticia, aunque algunos consideraron que no era un pago tan justo por todo su esfuerzo.

—Bien, avisaré a sus compañeros también, pasen la voz. ¡Vamos a prepararnos! Todo debe salir... —Miranda calló unos segundos.

—¡Perfecto! —completaron al unísono los cadetes.

—Así me gusta.

A la orden de Miranda, los cadetes se colocaron en posición, esperaban en un amplio salón conectado a la vía principal para salir.

—¡Tom! Amigo ¡estás súper temblando!

—Es que, es-estoy muy nervioso, Luis, ¿y si me caigo? Nunca he sido bueno para esto; la capitana me llamó la atención muchas veces en práctica. ¿Qué pasará si los pongo a todos en ridículo? ¿Y si yo...? —Tom se frotaba las manos inquietas y jalaba la tela de los guantes blancos.

—¡Relájate! —Luis acomodó el quepis de su compañero y ajustó la banda a su barbilla—. Ponte en piloto automático. Solo marchamos unos minutos y nos quedamos saludando unos segundos ¡es todo! Si te pones en piloto automático ni lo sentirás.

—¡Ese es un buen consejo, Luis!

Gary animó también a Tom y le acomodó con delicadeza las charreteras blancas del uniforme.

—¿Ponerse en piloto automático? Entiendo, creo...

—Confía un poco más en ti. —Gary sacudió con suavidad el polvo en el hombro de su amigo y se alejó a platicar con la capitana.

—García, Bianco —llamó Lucas a Ben e Ian quienes se acomodaban entre ellos sus charreteras.

—¡Hola, Lucas! ¿Irás a molestar a Fields? Míralo, tiembla tanto que se le ve en las piernas. —Ben soltó varias carcajadas.

—No, no tengo ánimo para eso. —Lucas contempló al líder de los halcones conversando con la capitana Will—. Solo que me llamaron mucho la atención dos cosas.

—¿De qué se trata? —Ian intrigado levantó la ceja derecha.

—Una, ¿han notado que Kent pasa mucho tiempo con la capitana Will? Dos, ¿han notado que Fields y Kent están más unidos?

—Gary es nuestro líder, supongo que es normal que pase tiempo con nuestra tutora —respondió Ian sin darle importancia.

—No seas tan inocente, Ian, se rumorea que tienen una aventura. En cuanto a lo segundo; sí, antes Gary pasaba más tiempo con nosotros dos, ahora pasa más con Tom y Luis. ¿Por qué alguien como Gary le tiene tanta estima a alguien tan idiota?

—Quizás sean confidentes y guarden un secreto, un secreto que podría ayudarnos a sacar ese sujeto de una vez por todas.

—No te preocupes más por eso, Lucas. No creo que sobreviva para el siguiente año escolar.

—Eso dices tú, García, pero el cabrón tiene mucha suerte. Lo he decidido; si él no sale yo lo haré salir. ¿Me apoyarán?

Ben e Ian se observaron y de inmediato asintieron dándole la mano a Lucas.

—Es un trato, dragón rojo, pero necesitarás más gente —le hizo notar Ian.

—¿Y quién dijo que estamos solos en esto? —Lucas sonrió malévolamente.

Tom repasaba en su mente los pasos que tenía que repetir, estar en modo automático quizás le ayudaría. Siguió a su pelotón quienes estaban listos para desfilar. El séptimo pelotón salió y solo faltaban dos antes de ellos. De pronto, otra sensación fue más intensa que los nervios. Tom empezó a girar el rostro alertado, el corazón le palpitaba agitado, era abrumador, pero a la vez familiar.

—¿Tom? —le susurró Susie—. ¿Estás bien?

Tom posó la mirada sobre ella, a Susie le pareció que por un instante le brillaron los ojos a su amigo, quizás fue su imaginación, pensó.

—¿Tom? —insistió Susie.

Tom movió la cabeza, dejó de sentir ese agobio en un instante.

—¡Sí! —respondió—. Son, son mis nervios.

—¡Recuerda! ¡Piloto automático! —le gritó Luis desde su posición.

Tom asintió y trató de ignorar esa alarmante sensación que en un instante lo invadió. Era como si alguien o algo lo llamara. El momento llegó y los halcones salieron. Gary iba delante cargando la banderilla del pelotón, a su derecha iba Luis quien daba las órdenes. La imponente voz de Luis resonaba por los alrededores y era audible para los diez chicos aun con todo el ruido del desfile. El momento de saludar al palco no tardó mucho en llegar.

—¡Papi! —gritó Miranda quien acompañaba al teniente general Will—. Mira eso, ese pelotón, el último, es el mío. ¡Halcones Dorados!

—Qué perfectos van, que orgullo portan, eres una gran instructora, hija. ¡Todos han estado a la altura! ¿No lo crees, Isabel?

—¡Por supuesto! —contestó la mariscal quien ocupaba el asiento principal delante de todos en el palco. Portaba un uniforme embestido con medallas y joyas que abarrotaban la vista; lo mandó a hacer especial para la ocasión. Detrás de ella estaba Herman Will con Miranda y a la izquierda estaba el recién electo presidente democrático, Misael Allende Flores—. ¿Qué opina, Misael? ¿No le parece extraordinario el poder militar de su país?

—Mariscal, usted sabe lo que opino —respondió sin mucho ánimo el delgado hombre mientras se tallaba el rostro cansado.

Misael no había querido asistir al desfile, pero poco podía hacer ante las órdenes de la mariscal, incluso siendo él mismo el presidente del país. Para su mala suerte comprobó lo que todo el mundo le decía, ser presidente de Terrenal era como ser un presidente de cartón.

—Acomode su banda, Misael, la trae chueca —le pidió condescendiente la mariscal al hombre.

Misael molesto obedeció y soltó un largo suspiro al ser olvidado de nuevo por los militares. El presidente no pudo evitar examinar el uniforme especial de la mariscal que concordaba con los pomposos adornos de la explanada y el Palacio Militar. Sin duda, toda la impotencia que lo carcomía avivaba sus más locos deseos, y sus agruras. Cada vez lo pensaba más, el país necesitaba un cambio.

Los Halcones Dorados hicieron su presentación delante de los altos mandatarios y el presidente.

—Automático, automático, piloto automático —se repetía Tom en la cabeza. Alzó un poco la vista al palco, el corazón se le estremeció, por alguna razón la vista lo incomodó así que la desvió e intentó enfocarse—. Automático, automático —repetía su mantra.

—¡Saluden! —ordenó Luis al llegar al punto de saludo—. ¡La Primera Escuela Militar Teniente General Pietro Ross Porath presenta a sus cadetes de primer año! ¡Presentamos al pelotón Halcones Dorados! ¡Adelante, Líder!

Gary se adelantó cinco pasos, alzó la bandera y la presentó finalizando con el saludo militar. Los oficiales en el palco se levantaron y saludaron también. Gary volvió a su lugar y los halcones siguieron su camino.

—¿No son perfectos mis chicos? —exclamó Miranda orgullosa—. En particular Gary, ¿no es el mejor?

—¿Es Gary el nombre del líder?

—Sí, señora mariscal —respondió con mayor orgullo Miranda—. Le aseguro que es sumamente especial.

—Ya veo, es muy atractivo. Me pregunto: ¿debería hacerlo mi asistente?

—¡Señora mariscal! Es un niño —objetó Miranda intentando esconder su enojo.

—Estoy bromeando, capitana Will —respondió la mariscal y soltó algunas monótonas risas.

El pelotón recorrió un par de kilómetros más y concluyeron su circuito. A la vez que terminaban, los cadetes se dirigían a los camiones para salir al parque. Miranda se bajó antes del palco para esperarlos en el camión.

—¡Charlie! —llamó Miranda al coronel Toriello al verlo subiéndose al autobús.

—¡Hola! Me alegra haberlos alcanzado.

—¿No irás a la comida con la mariscal?

—¡No! Qué aburrido, además tengo años sin ir a un parque de diversiones.

—¿Y tu corazón?

—No me preocupa, tú me cuidarás, ¿no es así?

—Eres un irresponsable —respondió Miranda y le sonrió—. Esta salida me recordó algo, ¿sabías que a León no le gustaban los parques?

—¿Qué sí lo sé? —preguntó entre carcajadas Charles y se sentó al lado de la capitana—. León tiene un particular miedo a las montañas rusas. Una vez perdió una apuesta con Noel y tuvo que subirse a una. El pobre casi se desmaya; no, ahora que lo recuerdo ¡sí se desmayó! ¡Pobre hombre!

—¡Qué malvados! —se burló Miranda.

—¡Él aceptó la apuesta! Oye hablando de eso y aprovechando que estamos a solas. Por favor, sé más discreta con Kent, ya me han llegado algunos comentarios de otros maestros.

—¡Qué se metan en sus asuntos! —vociferó Miranda con un puchero.

—No eres la favorita del profesorado y lo sabes.

—Soy la favorita de mi papi y eso debería bastar.

Charles suspiró y tomó las manos de Miranda entre las suyas.

—Miranda, eres una persona inteligente, así que seguro eres consciente de lo que los demás dicen de ti, ¿no es así?

La capitana descendió la mirada sin responder.

—Claro que no estoy de acuerdo con ellos. Te conozco desde hace mucho y sé por lo que has pasado. Nadie ve eso de nosotros, nuestros dolores, las heridas. Lamentablemente solo ven lo que uno proyecta.

—La gente es envidiosa —musitó Miranda.

—También. Pero procura moderar tu comportamiento en público. Además, sé cuanto extrañas a León, pero te pido que seas discreta. Kent sigue siendo un alumno, y está prohibido lo que haces.

—¡Eso lo entiendo! Y te aseguro que no he hecho nada prohibido con él.

—Te creo, pero no debes llamar tanto la atención. ¿Qué tal si hay espías cerca? ¿Y si por tu actitud descubren que es Kent el portador como dices? ¿Qué harás?

Miranda se asomó por la ventana, los cadetes al fin llegaron.

—Puede que tengas razón. Intentaré ser más discreta.

Los chicos subieron al camión, se quitaron el quepis y el pesado saco del uniforme, y los guardaron en sus maletas. Estando todos listos el camión partió. Como era día feriado no había tráfico y en unos cuantos minutos se observaban las imponentes atracciones en el horizonte. Los camiones arribaron y los alumnos hicieron fila para entrar. Ese día el parque estaba vacío, solo había algunos empleados. El lugar era exclusivo para ellos.

—¿Supieron que abrieron una montaña nueva? —Fanny daba pequeños saltos emocionada—. La llamaron: "La serpiente mortal".

—¡Qué nombre! ¿Es esa? —Luis señaló una mientras entraban—. ¡Está súper alta! ¿Cuántas montañas hay?

—Dos pequeñas, tres medianas y dos gigantes —explicó la siempre bien informada Fanny—. Y obviamente nos subiremos a todas, ¡a todas! —gritó—. ¡Vamos!

—Así que también eres una loca de las montañas rusas —se burló Luis.

—Déjala, Luis, además a todos nos gustan —dijo Susie acercándose a Luis—. ¿Verdad, Tom? ¿Tom?

—Tom, amigo, ¡estás súper pálido! —Luis se impactó al ver el rostro blanco y sin vida del chico.

—¿Estás bien? —le cuestionó Susie angustiada.

—Sí, sí, estoy bien...

—¿Seguro? —preguntó Gary al notar lo mismo—. Es cierto, no te ves bien, te ves muy pálido; es decir, más pálido de lo normal.

—Sí... yo, ustedes suban. Les tomo fotos desde aquí abajo...

—¿Te dan miedo las montañas rusas?

—¡Sí, Luis! —contestó Tom con un aguardentoso y agudo quejido—. Puedo, ¿puedo quedarme allí? —Tom señaló un pequeño carrusel que estaba en la entrada.

—¡Negativo, soldado! —Fanny corrió hacia Tom y lo tomó del brazo—. Tienes que superar tus miedos, ¡es parte de tu entrenamiento militar! —Con una peculiar fuerza lo arrastró.

—¿¡Qué tiene que ver esto con el entrenamiento!? —gritó Tom—. ¡Piedad! ¡Pido piedad!

—Bueno, tenemos que asegurarnos de que el pobre no se desmaye o se muera por culpa de Fanny, ¿vamos? —Gary y los chicos rieron ante la extraña escena mientras seguían a Fanny quien arrastraba al sepulcral Tom.

Así, con varios intentos de desmayo y sin misericordia, los chicos recorrieron las primeras dos montañas. Al menos no hacían a Tom repetir como ellos y lo llevaban a atracciones más relajadas también. Los chicos decidieron descansar y tomar algún bocadillo, se acercaron a un pequeño quiosco, pidieron algo de comida y esperaron sus órdenes. El frío se había despejado un poco y el sol los calentaba. Estar al aire libre les sentaba bien, y siendo que solo había cadetes en el parque el lugar estaba muy despejado y tranquilo.

—Nada más nos falta una montaña, ¡casi lo logras, Tom!

—Eres, eres cruel, Fanny —respondió Tom temblando mientras intentaba tomar su refresco de cerveza de raíz.

—¡Gary! —Mientras los chicos esperaban, llegaron dos cadetes.

—¡Fran! Que bueno que pudieron venir —saludó Gary a los dos cadetes.

—Creo que elegiste un buen lugar. Los presento, ella es Diana Maya y es la otra cadete A de mi escuadrón. —Diana sonrió y agitó la mano derecha saludando a todos.

—Mucho gusto, Diana —saludó Gary a la chica de cabello corto y rojizo—. Ellos son parte de mi pelotón, no estamos todos. Chicos, les presento a Francis Aleide y Diana Maya, ellos son los cadetes A de los Tigres Esmeraldas.

Luis se acercó a saludar, los otros chicos se presentaron también.

—¿Estás bien? —preguntó Diana a Tom al verlo en tan triste estado—. Te ves muy, ¡muy muerto!

—¡Así es él! ¡Ignóralo! —Fanny le sugirió.

—¿Te han estado obligando a subirte a las montañas? —asumió Diana con voz dulce y comprensiva.

—¡Sííí~! —chilló Tom entre lágrimas y buscando esperanza en los oscuros ojos de la recién conocida chica.

—Vaya, ¡qué malvados son! Pero un soldado debe superar sus miedos. —Diana tampoco tuvo piedad.

Tom casi se desmaya, de nuevo. El asustado cadete estaba tan angustiado que no se percató de que Fran no había dejado de verlo. Fran quería conocer más a su "rival en potencia" como decidió etiquetar al cadete Fields. Gary notó la mirada prendida de Fran sobre Tom, un tanto extrañado decidió hacer regresar la atención del tigre hacia él.

—Entonces, ¿Francis?

—¡Oh! Gary, a lo que venía, hablemos de negocios. ¿Has considerado lo que te dije? Debemos ser tres pelotones aliados, no más, no menos. Además, creo que el plan de Diana es muy bueno —explicó Fran a Gary mientras Diana aprovechaba y pedía comida para ella y Fran.

—La verdad que sí y concuerdo. ¿Hablaste con Heise Grant?

—Lo hice —respondió Fran y se sacudió la cabellera rubia—. Ella platicó con su pelotón, están de acuerdo. La alianza sería: ellos, las Águilas Plateadas, nosotros, Tigres Esmeraldas, y ustedes Halcones Dorados. Creo que estamos bien balanceados. ¿Qué opinas?

—Me parece bien. Los Dragones Rojos querían aliarse también.

—Ellos no le dan confianza a Diana y ella tiene un sexto sentido para eso. Y cuatro ya seríamos multitud. Además, no sé como se pondrían respecto a su otro cadete A.

—¿Tú también? —preguntó Gary sin ocultar su molestia.

—Para nada —Fran contestó tranquilo—. Solo lo he visto de lejos y me parece que todos exageran. Tengo la impresión de que tiene un potencial oculto.

—Yo también lo creo. Y dime: ¿has podido investigar sobre la dinámica de los juegos?

—Un poco. Serán por zonas de guerra y nos dejarán separados. Si tenemos suerte podrían dejarnos juntos, pero es al azar.

—Ya veo —murmuró Gary mientras razonaba la información de Fran.

—Oye, esos hombres...

Fran levantó la mirada, Gary la siguió. Cuatro hombres desconocidos caminaron hacia ellos y se sentaron en unas bancas a unos cuantos metros de donde estaban.

—¿No se ven muy grandes para ser cadetes? —le preguntó Fran en voz baja a Gary.

—Sí, y no traen uniforme. Dudo que trabajen aquí, sin contar que el parque está cerrado al público hoy.

—Fran, esos hombres no me dan buena vibra. —Diana se acercó a Fran y Gary.

En ese momento otros tres hombres llegaron de la nada por el lado contrario del quiosco donde habían pedido su comida.

—Amigos, creo que están armados —advirtió Fanny quien también se acercó a Gary y Fran seguida de los demás advirtiendo el peligro—. ¿Qué querrán?

—Calma todos, quédense detrás de mí —les pidió Gary y se levantó. Uno de los hombres en las bancas se puso de pie y caminó rumbo a él—. ¿Se les ofrece algo? —lo enfrentó Gary.

—Estamos buscando a Gary Kent Díaz, niño.

Los chicos se alarmaron al escuchar al hombre pronunciar el nombre completo de su amigo.

—¿Quiénes son ustedes? —cuestionó ahora Fran y se les acercó también.

—¿Eres tú Gary Kent Díaz?

—Respondan la pregunta —exigió Fran con voz dura.

—No están en la posición de preguntar —advirtió el hombre y mostró su arma, el resto de los desconocidos se levantó también y los acorralaron—. Pero les diremos, nosotros somos los santos justicieros, ¡somos sanjus!

—¡Terroristas! —gritó alarmado Luis.

—No lo somos —se defendió uno de ellos—. El gobierno militar nos hace defendernos, somos pacíficos.

—Entonces, ¿por qué nos intimidan con armas? —preguntó Gary—. No oculten lo que son, terroristas.

—¡Ya cállate, niño! ¿Dónde está Gary Kent Díaz? Si no sale nos llevaremos a todos.

—Amigo —le susurró Fran a Gary—, no les digas nada, debemos esperar a que llegue alguien.

—No creo que sea una opción. El parque está vacío, no veo ni cámaras ni drones cerca y no nos dejarán avisar a nadie. —Gary frunció las cejas y apretó el puño derecho dando un paso adelante—. ¡Yo soy Gary Kent Díaz!

—¡No! ¡Gary! —lo llamó Fran, al instante se cubrió la boca al darse cuenta de su error.

—Soy yo —aseguró Gary y les mostró su identificación—. Ahora, ¿dejarán a mis amigos irse de aquí?

—Claro, nada más te queremos a ti. —El hombre le hizo señas a Gary para que se moviera.

Gary fue escoltado por dos hombres, el resto de los supuestos sanjus se quedó con los otros cadetes.

—¿Por qué no los dejan irse? ¡Lo prometieron! —reclamó Gary.

—Y lo haremos, pero no todavía, no nos arriesgaremos a que pidan apoyo.

—No es posible, no podemos dejar que se lo lleven —dijo Fran a sus compañeros.

—¡Cállate! No hay nada que puedan hacer. Aprovechen su sacrificio, ¡y no hagan algo estúpido! —los asustó uno de los sanjus que los bloqueaba.

Tom volteó atrás, los hombres se llevaban a Gary. Asustado, no encontraba la forma de poder ayudar. En su desesperación tuvo una idea, debía actuar rápido y se puso en piloto automático.

—Luis —llamó Tom a su amigo en voz ultra baja.

—¿Qué pasa? —Luis carraspeó y preguntó también en voz baja.

—Quizás pueda distraerlos.

—¿Qué? Pero ¿cómo?

—Confía en mí, pero deberás tratar de desarmarlos.

—Tom, ¿de qué hablas? —Luis insistió en preguntar.

—A la de tres —le dijo Tom y alzó el puño derecho para contar.

Tom alzó el meñique, Luis meneaba la cabeza confundido pero la mirada decisiva de Tom le hizo confiar y le asintió a su amigo. Tom asintió también y siguió con el anular y al final el dedo medio, varios rayos eléctricos de la nada aparecieron y golpearon los brazos de los hombres que estaban amenazándolos. El impacto eléctrico los hizo soltar las armas.

—¿¡Qué mierdas!? —exclamó uno de los hombres intentando procesar lo que recién pasó.

—¡Ahora! —gritó Luis, Fran y Diana reaccionaron presurosos al llamado de Luis y alejaron las armas de los hombres.

Uno de los sujetos que escoltaba a Gary se dio cuenta de lo que sucedió y corrió con sus compañeros. Pero antes de poder hacer nada otra oleada de electricidad los desarmó. Esta vez, Gary aprovechó para quitar sus armas.

—¡Tom! —Susie socorrió a Tom quien cayó agotado—. ¿Estás bien?

—Sí, sólo que hacer eso con hambre me cansa mucho...

—¿Tú lo hiciste?

Susie lo veía y no lo creía. Hasta donde sabía sus implantes no tenían megas cargados. Debía ser imposible para ellos expresar FOLD así. ¿Cómo era capaz de hacerlo Tom? Con el pasar del tiempo Tom no dejaba de sorprenderla.

—Necesito hacer un ataque más.

—No, podría ser peligroso —le dijo Susie preocupada—. ¡Te dije que comieras algo!

—¡Lo iba a vomitar! Pero sólo uno, para ayudarlos.

Los cadetes peleaban haciendo gala de sus habilidades marciales, aunque era obvio que la cantidad pronto los podría afectar. Una tercera oleada atacó a otro par.

—¿Qué está pasando? Eso fue ¡FOLD! ¿Quién fue? —gritó desesperado uno de los atacantes.

—¡No los dejaremos! —exclamó Gary y seguido de Diana, Luis y Fran siguieron combatiendo al resto de terroristas.

—¡Vienen en camino! Jackie me contestó de inmediato —informó Fanny—. Y ellos son tan increíbles, ¡están sometiendo a los terroristas!

—Sin armas no son nada, así son ellos, ¡sólo unos cobardes! —dijo Susie despectiva—. Tom, lo hiciste bien.

Tom asintió avergonzado, de repente abrió los ojos con impacto, asustado volteó a su derecha. El chico comenzó a temblar y se apretó con fuerza el pecho con ambas manos.

—¿Estás bien? ¿¡Qué pasa!? —Susie lo notó de inmediato.

—Él, él está cerca —respondió Tom, la voz se le rompía. Una intensa molestia lo invadió desde el pecho y se extendió por todo el cuerpo.

—¿De qué hablas? —Susie desesperada intentó verlo a los ojos, pero él estaba perdido.

Tom no se quedaba quieto y estaba empapado en sudor.

—No sé cómo explicarlo, ¡lo he sentido antes! ¡Tenemos que irnos de aquí! ¡Es peligroso!

—¿Tom?

Susie no comprendía que estaba farfullando Tom, ni el porqué de su estado. ¿Acaso tendría otro ataque?

—De-demasiado tarde —gimió Tom con voz aguda.

—¡Eso me pasa por enviar reclutas nuevos! —Una fuerte voz se escuchó cercana, justo de la dirección a donde Tom volteaba.

—¡Líder! —Los hombres se levantaron y corrieron hacia el dueño de tan imponente voz.

—Los sometieron unos niños, increíble. —Negó con desaprobación aquel que llamaron "líder".

—¡Pero expresaron FOLD!

—Bueno, era una posibilidad —respondió el líder y se dejó ver. Su tez morena contrastaba con su largo cabello plateado recogido con una cola de caballo que ondeaba con el viento frío. —Tú eres Gary Kent Díaz, ¿verdad? —preguntó el hombre a Gary y lo examinó con sus expresivos y finamente rasgados ojos verdes turquesa.

Gary se limitó a contemplar al líder de esos maleantes sin responderle.

—¡Sí, señor! Él lo confesó —informó uno de los sanjus.

—Entiendo y ustedes, ¿por qué siguen aquí? ¡Huyan, cabrones!

Los atacantes salieron despavoridos quedando nada más este misterioso hombre frente a los cadetes.

—Entonces, Gary —llamó el hombre al cadete y le sonrió siniestro—, ¿me recuerdas?

Gary seguía sin contestar.

—Seguro debe ser difícil para ti estar en un lugar así ¿no? —le preguntó el hombre a Gary—. ¿Aún le tienes pánico a las montañas rusas?

Gary se mantenía en silencio. Silver lo examinó con detenimiento.

—Hay algo diferente en ti, ¿en serio eres tú? —dijo Silver con el entrecejo fruncido.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres con mi amigo? ¡¿Quieres que te partamos la madre también?! —Luis se adelantó irritado y gritando.

—¡Uh! Este humano adolescente está molesto. ¿Por qué no me sorprende? —contestó el hombre prepotente—. Así son todos...

—¡Aléjate de ellos, Saint!

Se escuchó una fémina voz y potentes disparos impulsados por fuego se dirigieron directo al hombre quien sin mucho esfuerzo los esquivó.

—Mira esto, cuñada, parece que has mejorado tu expresión de fuego.

—¡En tu perra vida me vuelvas a llamar así! —gritó Miranda iracunda mientras se acercaba a la escena seguida de Charles. Miranda sostenía su arma de fuego y la apuntaba a Silver.

—¡Charlón! ¿Eres tú? El tiempo no te ha tratado bien, mucho menos a mi cuñada por lo visto. Parece que las terapias de rejuvenecimiento de piel que tanto aman no son tan efectivas.

—¡Cierra la boca, imbécil! —Miranda volvió a disparar y de nuevo el misterioso hombre evadió los disparos con facilidad—. Cadetes, quédense detrás de mí y del coronel —ordenó Miranda a los jóvenes.

—Saint, por favor, retírate. No sólo somos nosotros, viene más gente por ti.

Silver no objetó, en cambio carcajeó estruendoso y se acercó a Gary.

—¿No oíste? ¡Que te largues! —vociferó Miranda y tomó a Gary antes de que Silver lo tocara—. Gary, tranquilo, te protegeré —le murmuró al joven quien procuraba guardar la calma y le asintió.

Miranda apuntó y volvió a disparar.

—Siempre detesté tus berrinches, cuñada —contestó Silver con voz helada, cerró los ojos y los abrió antes de que los impactos lo alcanzaran.

Las balas llenas de la expresión de fuego de Miranda se detuvieron al abrir Silver los ojos los cuales resplandecían. Silver movió un poco la cabeza y un impacto eléctrico golpeó la mano de Miranda haciéndola tirar el arma. Silver movió otro poco la cabeza y con un ataque plasmático concentrado hizo el arma pedazos.

—¡Miranda! —Charles la llamó y la colocó detrás de él junto con Gary.

—No... no... a ellos no... —Tom murmuraba en el suelo, Susie no sabía que hacer para calmarlo—. Por favor, Saint, hermano —gemía—, a ellos no...

—Tom... —Susie al escuchar esas palabras sin sentido entendió que su amigo estaba pasando por un episodio.

—¿Cómo está? —Fanny conmocionada se acercó a Susie quien sostenía a Tom.

—Está teniendo un ataque —explicó Susie impotente.

—¿Por qué justo ahora? —chilló Fanny.

—¡Saint! Te lo advierto, ¡no me obligues! —gritó Charles.

—Charlón, quítate, a ti no quiero lastimarte. Además, sé que tu implante está vacío. Sabes que a mí no puedes engañarme con eso.

El coronel contempló al insurgente y rechinó los dientes. Silver tenía razón, no estaba preparado para el combate y aunque lo estuviera estaba consciente de que no era rival para el temible total folder que tenía delante. Charles tenía que proteger al heredero a como diera lugar y de forma discreta, para su fortuna parecía que Silver había mordido también el anzuelo. Quizás podría apoyarse con eso mientras llegaban los refuerzos.

—¡Miranda! ¡Llévatelo! —ordenó Charles a la capitana quien asintió. Miranda agarró a Gary y salió con él de la periferia de visión de Silver, o eso intentó, un fuerte relámpago les cortó el camino.

—Cuñadita —la llamó Silver condescendiente—, te propongo un trato: dame al muchacho y los dejaré vivir, a ti, a Charlón y a esos cadetes.

—¡No! Me lo quitaste una vez, no volverá a pasar.

Luis, Fran y Diana se quedaron al margen observando la dramática situación. Ese siniestro hombre parecía estar decidido en llevarse a su amigo. El trio se miraba entre ellos y alrededor buscando alguna manera de ayudar y salvar a Gary.

—¡Dame al muchacho! —demandó Silver intimidando con más electricidad.

Los cadetes se conmocionaron más. Si daban un paso en falso podrían ser golpeados por la violenta electricidad que emanaba el hombre. Tom, aun en su temblor levantó el rostro, se dio cuenta de lo que pasaba. Silver se acercaba amenazante y con una sonrisa cínica a la capitana. Miranda tenía a Gary detrás de ella, aguardando el momento preciso para huir sin que los alcanzara la expresión eléctrica de Silver.

—¡Tom! Tus ojos... —Fanny notó que los ojos de su amigo se iluminaron.

—No... no lo permitiré... —murmuró Tom, como pudo alzó una mano y antes de que Silver llegara a Miranda fue detenido por un potente ataque eléctrico.

Silver frenó su paso, pero la electricidad no se interrumpió, en cambio se expandió y lo persiguió. El insurgente movió las manos y canceló el ataque con un campo magnético. Por poco Silver habría caído en ese feroz ataque, ¿había sido Gary? Juraría que ninguno de los presentes traía el implante cargado salvo Miranda, así que Gary era la única posibilidad. Sin embargo, no sintió la conversión en el cuerpo de ese cadete que Miranda tan determinada protegía. Aunque no hubo duda para Silver, conocía demasiado bien esa expresión, era de la semilla de FOLD de su hermano. Estaba confundido. Mientras tanto, Charles pensaba en que hacer para evitar que Silver lo dedujera.

—¡Tom!

El fuerte grito de Susie y Fanny retumbó, parecía que Tom se había desmayado. El insurgente volteó hacia Tom y abrió los ojos con impacto. Silver sonrió, contempló a Charles y soltó una carcajada estrepitosa.

—En definitiva, Miri, tú sólo estás obsesionada con mi hermano, siempre lo supe —le declaró Silver burlón a la capitana.

—¿Qué dices? —preguntó la mujer extrañada quien seguía abrazando a Gary con fuerza.

—Así es y lo sé por la forma en la que abrazas y proteges a ese chico. Ya lo verás, cuando te des cuenta de que no lo amas como dices será demasiado tarde.

—Silver —escuchó el líder insurgente en su comunicador—. Unas cincuenta unidades nacionales llegan en treinta. Tendrás enfrentamiento forzoso.

—Roger. Te veo en la base, Verde —respondió Silver con voz baja—. Vaya, ¡qué buen trabajo has hecho, Charlón! —soltó Saint con una sonrisa todavía más expandida—. Pero está bien, no tengo ganas de tratar con humanos necios hoy.

—¡Si te vas a largar! ¡Hazlo de una maldita vez! —Charles le gritó intentando distraerlo—. Vete ¡y llévate tu mierda contigo! ¡Eres un traidor! ¡Un vil traidor!

—Ustedes son ciegos, por eso hoy les digo: los Santos Justicieros hemos venido por lo que nos corresponde. Te informo, Charles, que he abandonado ese nombre y ese apellido manchado por ese asesino. Me pueden llamar: ¡Silver Stain!... ¿te estás riendo, Charlón?

Charles no pudo seguir con su mirada seria, tosió un poco y siguió.

—Bien, ¡entonces lárgate como sea que te llames! Sigues siendo un traidor para mí.

En la melodramática escena el misterioso hombre al fin se fue, no sin antes observar hacia Tom y después a Charles, dirigiéndole una sonrisa al coronel. Los terroristas ya habían salido del parque y la policía militar se encargaba de buscarlos. Charles tuvo una seria plática con los cadetes, quienes no reconocieron al hombre de cabello plateado. Decidió por el bien de ellos no revelarles la identidad de ese hombre y les ordenó ser en extremo discretos con lo sucedido. Eso sí, los felicitó por su extraordinaria valentía y habilidad para enfrentar a esos terroristas. Después de recibir primeros auxilios fueron llevados a la clínica de la Academia, aunque ninguno de ellos corría peligro no podían arriesgarse.

—¿Cómo siguió Kent? —preguntó Charles a Miranda quien observaba la ambulancia alejarse.

—Afortunadamente bien.

—¿Y tú?

Miranda lo miró y sin contenerse lo abrazó.

—Charles, ¡ese hombre estuvo a punto de llevárselo! No puede ser. ¡No puede ser! Si lo perdía otra vez, yo, yo... ¡tenías razón! ¡Quizás yo lo expuse!

—Tranquila, ya pasó todo, llegamos justo a tiempo, y los chicos dieron una ejemplar pelea. Unos cadetes de primer año hicieron frente a terroristas. ¡Debes estar orgullosa!

—Lo estoy, pero tengo miedo de ese horrible hombre y de lo que es capaz.

—A mí me parece que te enfrentaste a él con mucho valor.

—¿Qué esperabas? ¡Lo odio! Todo fue su culpa —sollozó—. Eso no quita que comprendo lo peligroso que es, sólo me dejé llevar por mi enojo. ¿¡Cómo puede ser tan cínico!? Te habla a ti como si nada hubiese pasado. ¿¡Cómo es posible!?

—Ya no pienses en eso —la consoló Charles y la abrazó más fuerte—. Mejor infórmame, ¿cómo está el resto de los cadetes?

—Ellos están bien —respondió Miranda intentando contener las lágrimas y limpiándose el rostro con las manos—. Fields se nos desmayó de miedo, pobre chico.

—¿De miedo?

—Eso me dijeron Nielsen y Marshall. Me da lástima, mientras los otros A y hasta uno B se enfrentaron a esas personas el pobre se desmayó. Aunque me prometió que se esforzaría parece que todavía no se compromete al cien. Ahora que lo pienso, es triste ¿no te parece?

—¿Cómo?

—Vaya, me refiero a que me parece de lo más cruel que le hemos dado falsas esperanzas a ese pobre niño. Esperanzas de aspirar a ser un oficial, cuando tú y yo sabemos que es prácticamente imposible para alguien cómo él. ¿Cómo llegó un niño así a la lista de candidatos? Me sigue pareciendo un misterio que ni Julio me ha podido resolver.

—Bueno, quizás esta experiencia le servirá en su vida, aun cuando no se convierta en un oficial. ¿No te parece?

—Eso sí. Al menos por el tiempo que este aquí lo apoyaré, quizás descubro alguna habilidad que le pueda servir a tener una carrera fructífera. —Miranda soltó un largo suspiro—. Pobre niño.

—Dejemos eso, ahora lo importante es que nuestros cadetes estén bien, y te aseguro, Miranda, ese hombre no le pondrá las manos encima a Kent. Lo prometo.

—Gracias, Charlie. Mientras esté a salvo seguiré siendo feliz. Por cierto, ¿notaste lo que hizo Gary?

Charles contempló a la capitana sin respuesta. Miranda siguió:

—¡La expresión eléctrica! Nadie traía el implante cargado más que yo y no uso ese principio. Fue Gary, él se enfrentó a esos terroristas y a Saint e inconscientemente uso FOLD. ¿Sabes que significa eso? ¡Está despertando!

El coronel le sonrió a la capitana ocultando la culpa que le causaba la incómoda situación. Como le habría gustado decirle la verdad. Aunque, por una parte, parecía que al fin Miranda comenzaba a aceptar al cadete Fields, por lo menos un poco. ¿Sería capaz Miranda de descubrir la realidad del cadete Fields?, se preguntó Charles.

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