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Capítulo XXXVII

Dos pares de pasos solitarios corrían por un pasillo estrecho y oscuro en busca de una salida. Aunque la lucha había quedado atrás y nadie las seguía, Tatiana continuaba arrastrando a su hermana sin detenerse un instante. Zoe pensó que había entrado en pánico, así que intentó detener su paso suicida por el templo.

—¡Tati! —gritó—. ¡Por favor, para un momento!

La aludida frenó ante el grito desesperado de su hermana e intentó mirar en su dirección, sin ver nada a parte de una sombra. Zoe jadeó en cuanto se detuvieron, las magulladuras que había sufrido al chocar con tanta fuerza sobre el suelo habían logrado aturdirla, pero seguía con fuerzas suficientes para seguir adelante.

—Lo siento —dijo su hermana—. Siento mucho lo que he hecho —se disculpó. Zoe la miró, aunque no podía ver mucho, sorprendida por su disculpa—. Era extraño ser yo misma, pero verme obligada a seguir sus órdenes sin poder hacer nada por rebelarme. Nunca he querido traicionarte. De verdad, lo siento mucho.

—Shhh... —murmuró con voz suave, acariciando su mejilla con ternura—. Sé que no lo has hecho porque querías. Te conozco, Tatiana. —Con la mano aún en su rostro, sintió que asentía con la cabeza e intentaba contener las lágrimas.

—¿Qué va a ocurrir? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué quieren matarte? —preguntó, tan deprisa que apenas pudo separar las preguntas. Zoe sonrió al escuchar a la verdadera Tatiana.

—Las preguntas después, aunque me alegra que por fin me las hagas —dijo mientras se incorporaba y comenzaba a caminar—. Por ahora, debemos salir de este templo. Necesito encontrar a alguien para que detenga esto. O que al menos lo intente.

Antes de que Zoe pudiera seguir andando, Tatiana se detuvo al escuchar un sonido familiar. Su hermana se volvió con el ceño fruncido, sin entender por qué su hermana se había parado en seco.

—¿Qué...?

—Recuerdo ese ruido —aseguró Tatiana mientras se apoyaba en la pared, en busca de algo—. Cuando tu ex me trajo aquí, estaba tan asustada que tardé un poco en calmarme y asumir que no estaba teniendo una pesadilla y que todo era real —explicó sin dejar de palpar la pared—. Me encerró en unas celdas clásicas, con barrotes de hierro y todo eso. No podía ver nada hasta que me acostumbré a la oscuridad. —De repente, su mano pareció encontrar algo—. Me mantuve callada y a la espera de cualquier sonido o cualquier cosa que pudiera ver o identificar. Unas horas más tarde, supe que a pocos metros de la celda había una puerta de piedra.

Cuando las manos apretaron algo en la pared, esta se abrió con un sonido de piedra rozando el suelo. La puerta de la que Tatiana hablaba acababa de abrirse a su paso.

—Tatiana —dijo asombrada. Luego volvió a ponerse seria—. De todos modos, esto nos llevará a los calabozos, no a una salida.

Tatiana sonrió ante la evidencia.

—Cierto. Pero encontrar este lugar nos ayudará a saber exactamente cómo salir. Porque conté todos los pasos que dimos hasta el exterior cuando una mujer me sacó del calabozo y me llevó directa hacia donde tú estabas —explicó Tatiana.

Zoe abrió los ojos de par en par al escucharla. Al parecer, su hermana había hecho lo que discutían cada vez que veían C.S.I. Recordaba un episodio, tras el cual pasaron toda la noche proponiendo diferentes situaciones, sobre un secuestro. Tatiana, después de muchas teorías, había asegurado que, si algún día la raptaban, contaría todos los pasos para poder saber cómo regresar o cuán lejos había ido. Zoe se había burlado de esa teoría, alegando que en el caso de que fueran en coche no podría hacerlo, y si era andando terminaría por perder la cuenta. Tatiana, enfadada por su falta de confianza, la retó a apostar lo que fuera a que la teoría era útil. Ella aceptó, aunque segundos después afirmó que era una apuesta inútil dado que nunca podría comprobarse. Era increíble que Tatiana hubiese recordado aquello en una situación tan descabellada.

—Recuérdame que te debo una. —Tatiana sonrió al comprobar que recordaba la apuesta.

—Entonces me debes una larga y detallada explicación de todo lo que has hecho y ha ocurrido aquí —sentenció. Zoe asintió, con los ojos en blanco, y aceptó la derrota.

—De acuerdo. Ahora, sácanos de aquí.

Minutos más tarde ambas se encontraban en el fondo de la mazmorra, ante unos barrotes de hierro que Tatiana reconoció al instante. Sin embargo, aunque iba a empezar a contar desde allí, Zoe se percató de la presencia de alguien en la celda. Con paso cauteloso se acercó hasta las rejas. Una cabellera larga cubría un cuerpo acurrucado en un rincón. Apenas podía ver quién era.

—Olvídala, se pasó todo el tiempo allí sin decir una sola palabra —dijo Tatiana, comenzando a contar. Sin embargo, Zoe fijó la mirada de nuevo en la joven al fondo de la celda.

—No vamos a hacerte daño —dijo en su dirección—. Podemos sacarte de aquí si... —Mientras hablaba, la joven alzó la cabeza, aunque todavía no podía ver su rostro.

—¿Zoe? —habló su voz acongojada.

—¿Eirene? —preguntó dudosa al reconocerla—. ¿Eres tú de verdad?

La joven se levantó con dificultad y se acercó a la verja. La cara de la joven estaba sucia y sus ropas húmedas y rasgadas, pero sus cabellos dorados y sus ojos como dos soles eran como los recordaba.

—¡Dios mío! ¿Qué haces aquí? —preguntó mientras encontraba un modo de abrir la celda.

—Zoe, tienes que huir, ya sé quién es el traidor. Afrodita...

—Lo sé —la interrumpió Zoe mientras buscaba algo con que abrir la celda.

Segundos más tarde recordó que su peinado, ya bastante deshecho, llevaba alguna aguja de pelo. La sacó sin mucha delicadeza, terminando de liberar el enredo en el que se había convertido su cabello, e introdujo la aguja en el cerrojo de la celda, palpando el cierre con las manos.

—Lo siento tanto, me trajo aquí para sustituirme. Sabía que confiabas en mí. Quería saberlo todo sobre ti, y al mismo tiempo que tú confiaras en ella para engañarte. —Zoe intentaba abrirla como podía, pero la cerradura era bastante complicada. Al parecer, ser un as para abrir los candados de las taquillas de la universidad no era factible contra cerrojos de celdas.

—Es una sirena. La hemos descubierto, aunque demasiado tarde. La guerra ha comenzado, y Afrodita ha iniciado su propia lucha. Las ninfas esas que tenían que atrapar a las sirenas...

—¿Las oceánides? —inquirió Eirene.

—Sí, eso. Ellas están luchando contra Zeus, Hermes, Ares y Apolo —explicó. Eirene frunció el ceño.

—¿Ares también? Pero él...

—Sí, resulta que también fue engañado por Afrodita. Aunque sus intenciones no eran buenas, ahora está ayudando para detenerla. No es suficiente para que deje de estar cabreada con él, pero es un comienzo. —Zoe notó la cerradura ceder un poco y se ayudó, poniéndose de rodillas—. Lo que no entiendo es cómo te han encerrado aquí con mi hermana si eras la pieza clave de la traición de Afrodita.

La cerradura cedió del todo y la puerta se abrió. Eirene salió y ayudó a Zoe a ponerse en pie.

—Es fácil, Ares nunca preguntó por qué estaba yo aquí.

Zoe sonrió y la abrazó. Eirene se quedó quieta mientras la joven la abrazaba, jamás nadie había demostrado ningún tipo de afecto hacia ella, era la primera vez que alguien le ofrecía un gesto tan puro y desinteresado. Tuvo que contener las lágrimas mientras aceptaba el abrazo. Zoe se separó unos instantes después.

—Me alegra ver que estás bien —afirmó—. Tenemos que salir de aquí, Tatiana ya debe estar a medio camino.

—¿Qué está haciendo? —preguntó mientras corría en pos de la joven, junto a Zoe.

—Contando para saber cómo salir.

—Yo sé cómo salir —afirmó. Zoe la miró con la boca abierta y ambas corrieron hasta alcanzar sin mucho esfuerzo a Tatiana, concentrada en los números. Pasaron por delante de la joven y Zoe la cogió del brazo para instarla a correr.

—¡Pero así no puedo contar! —gritó, resistiéndose.

—No es necesario, Eirene nos guiará. —Tatiana abrió la boca de par en par.

Mientras se precipitaban por el extenso pasillo, este empezó a cambiar, convirtiendo la pared izquierda en un ventanal donde podía verse un enorme salón blanco lleno de columnas griegas. Tatiana quedó asombrada mientras seguían corriendo. Pronto llegaron al final del pasadizo.

Eirene atravesó la puerta invisible seguida de Zoe y Tatiana. La mayor se quedó paralizada cuando descubrió que, bajo sus pies, el suelo era transparente. Parecía que caminaba sobre el aire. Tatiana la miró un instante y sonrió con sorna al recordar lo poco que le gustaban las alturas. Al percibir su mirada, esta alzó la cabeza y se obligó a no prestar atención a lo que había bajo sus pies, o, más bien, a lo que no había. Si pudo montar un dragón blanco gigante, podía con eso.

—O no... —murmuró la joven esclava. Zoe, la cual ya se había recuperado de la sorpresa inicial, se volvió hacia Eirene.

—¿Qué ocurre?

—Este sitio es una trampa. Jamás saldremos de aquí sin conocer el camino correcto —dijo apesadumbrada.

—Eso quiere decir que no sabes cuál es, ¿no? —La muda respuesta fue suficiente para Zoe.

Estaban perdidas. Si no lograban salir de allí, jamás podrían detener lo que Afrodita había comenzado. Tal vez su idea fuese una locura y no tuviese fundamento, pero era un inicio, y si su instinto era correcto... Pero nada podían hacer si estaban perdidas en ese laberinto de columnas griegas.

—¿Puedo contar ya? —preguntó Tatiana con los brazos cruzados.

Zoe la miró con los ojos abiertos y esperanzados.

—¿Puedes? —La joven resopló con resignación y se dirigió de nuevo a la puerta invisible.

—Cuando traspasé esta puerta, el sonido de vacío y la textura distinta del suelo... Si no recuerdo mal, fue cuando conté hasta doscientos cuarenta y siete —murmuró con los ojos cerrados. Luego giró hacia la izquierda—. Giramos y fueron exactamente ciento quince pasos más. Hasta el fondo —aseguró.

Zoe se abalanzó sobre su hermana y le dio un fuerte abrazo.

—¡Sabía que eras la mejor! —la aduló. Tatiana intentó apartarla con un suspiro pesado y con más quejas.

—Ya vale, ya vale... ¡Vámonos ya!

El sonido del acero y el chillido de las oceanides al atacar era lo único que podía distinguirse en el caos en el que se había sumido el templo. Zeus seguía luchando sin detenerse, intentando eliminar el mayor número de ninfas posible. Ares se enfrentaba a una diosa encolerizada por no haber logrado retener a la joven que aseguraba su éxito. Sin la divinidad de Zeus, ni Tatiana, lo único que le quedaba era matar a Zoe cuanto antes. Sin embargo, no podría lograrlo si Ares seguía obstaculizando su paso.

De repente, mientras la lucha seguía teniendo lugar a su alrededor, Afrodita relajó su postura y esbozó una sonrisa torcida.

—Eres un estúpido, Ares —murmuró.

—Es inútil, Amartía. ¿Por qué no te rindes? —propuso con la espada alzada.

—¿Por qué debería? Lo único que tengo que hacer es matar a esa niña insolente y todo habrá terminado. Además, este lugar puede cambiar a mi voluntad. Si me matáis, jamás lograreis salir de aquí —dijo con suficiencia—. Igual que esa jovencita que tanto protegéis.

Ares apretó la empuñadura de la espada con rabia. Era cierto. Ese lugar podía cambiar, lo había visto antes. Tal vez Zeus podría sacarlos de allí cuando todo terminara, o tal vez quedarían atrapados en la nada para siempre. La diosa del amor no era tan inofensiva como había supuesto.

—Pensaba que eras más ambicioso, Ares. Pero, en cuanto has visto que no podías contra Zeus, te has rebajado a su nivel. ¿Acaso crees que va a perdonarte después de lo que has hecho? —preguntó.

Ares sonrió.

—Estás muy equivocada, Amartía. No me he rebajado a nada, y sé que Zeus jamás me perdonará. De todos modos, mi plan no habría sido factible porque tú seguías actuando a mis espaldas —dijo indiferente—. Por desgracia para ti, querida, tus cálculos han errado en la parte más importante.

Afrodita frunció el ceño de repente al escuchar sus palabras. ¿Ella, fallar? Lo dudaba muchísimo.

—¿En qué?, si se puede saber —cuestionó con toda la indiferencia de la que fue capaz. Ares sonrió todavía más y la miró con ojos vencedores.

—En que matar a Zoe no te servirá de nada —murmuró—. Porque quien ha provocado realmente la guerra eres tú. Porque tú lo planeaste todo y provocaste la muerte de una diosa.

Afrodita se quedó un instante mirando a Ares, intentando contener la risa, pero la afirmación era tan estúpida que no pudo. La carcajada salió de su garganta, desconcertando al dios de la guerra, y su superioridad se vio reducida a un cincuenta por ciento. Afrodita avanzó un paso mientras la espada del dios descendía unos centímetros.

—¡Por favor! ¿Me crees tan idiota? —exclamó sarcástica—. Yo no maté a Hera, no provoqué nada de lo que le ocurrió. Lo único que hice fue hacer sugerencias y dar consejos. Fue Zeus quien decidió quitarle la divinidad, no yo. Fue Hera quien se enfrentó a Troya, no yo. Y fue ella quien mató a Paris y se condenó. —Luego ensanchó la sonrisa—. Y, de hecho, fue Helena quien la mató, no yo... Así que, si alguien es culpable de la guerra y de su propia muerte, es Hera.

—Hera está muerta —exclamó alguien detrás de Ares.

Zeus, con los rayos en sus manos, se enfrentó a Afrodita. Fue entonces cuando ella miró a su alrededor y pudo comprobar cómo las oceánides que quedaban vivas huían perseguidas por Hermes y Apolo, los cuales intentaban retenerlas sin mucho éxito.

—Zoe no es Hera —puntualizó Hermes, acercándose a ellos por detrás de Afrodita.

—En eso estoy de acuerdo —coincidió Ares.

Afrodita miró en todas direcciones, viéndose acorralada. Sin embargo, no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente.

—No importa si Zoe es o no Hera —dijo mientras centraba toda su energía en el templo, cambiándolo al tiempo que hablaba. Las paredes empezaron a empequeñecerse, el suelo se transformó en pared, la pared en techo, el techo en suelo. Todo comenzó a cambiar, separándolos y dejando a cada uno en lugares distintos—. Lo que importa, es que Zoe tiene la divinidad de Hera. Y fue por culpa de su divinidad que Hera murió.

Zeus abrió los ojos de par en par al caer en la cuenta de ese pequeño detalle, ignorando el hecho de que todo a su alrededor estaba moviéndose. Lo que Afrodita había dicho logró que viera las cosas de otro modo. Era cierto, su muerte fue provocada por su divinidad, o por la falta de ella, lo cual era lo mismo.

El lugar se oscureció y Afrodita desapareció de su vista por completo. Aunque intentó abalanzarse sobre ella antes de que todo terminara de ordenarse, lo único que logró fue chocar contra un muro sólido y hacer que sus rayos desprendieran chispas innecesarias. Afrodita había redistribuido el templo. Ni Ares, ni Hermes, ni Apolo estaban allí. Y apostaba lo que fuera que estarían en alguna otra parte del templo. Perdidos.

Con un suspiro cansado y furioso, Zeus intentó concentrarse para encontrar una salida. Tenía que dar con Zoe antes que Afrodita. Sobre todo, ahora que sabía cómo salvarla. Zoe no tenía que morir, lo que debía desaparecer era su divinidad. Afrodita no intentaría salvarla ni aunque pudiese, pero él sí quería hacerlo. Por desgracia, pensó afligido, que su divinidad desapareciese conllevaba algo a lo que todavía no estaba preparado. Perderla. Pero si quería que viviera no le quedaba otra que verla marchar.

—Qué extraño. Ya deberíamos haber salido.

Zoe había estado pendiente de su hermana todo el tiempo. Siguiendo sus pasos por el laberinto de columnas, escudriñando su rostro concentrado en recordar cualquier cosa que hubiese hecho anteriormente. Sus pies no cambiaron de dirección en ningún momento. De repente, se detuvo y abrió los ojos, confundida. Tatiana había supuesto que esa sería la salida, así que avanzaron un poco más sin que el paisaje cambiara nada en absoluto. Las columnas seguían allí, y el fondo blanco parecía que jamás iba a terminarse. Se detuvo unos minutos después frustrada. Cuando afirmó que no tenía sentido que siguieran allí dentro, Zoe supo que se habían perdido.

Tardarían muchísimo en encontrar una salida, y no disponían de tiempo. No sabía qué estaría ocurriendo en el salón donde tenía lugar la lucha contra las oceánides, pero no podía dejar de pensar en la posibilidad de que les ocurriera algo. Estaba segura de que Afrodita haría trampas a la menor oportunidad. Antes de haberse marchado, tendría que haberle dicho a Zeus que... ¿Qué exactamente? ¿Que ella también estaba enamorada de él? Apenas había podido pensar nada cuando dichas palabras salieron de sus labios. Cuando se acostó con él se había resignado a ese único contacto como despedida. Jamás había albergado la esperanza de que siguiera deseándola después de aquello. Es más, él mismo había asegurado que después perdería el interés en ella. Y lo cierto era que así lo había creído, pues el dios había estado muy distante desde su encuentro. No obstante, todavía se preocupaba por ella. La cuidaba, la protegía y procuraba que saliera viva de esa locura. No le habría importado perder su divinidad con tal de que ella regresara. Zeus, el dios rey de los dioses, acababa de confesarle que estaba enamorado de ella. Esa frase no podía confundirse. Era la primera vez que alguien le decía algo así, sin tapujos y con el corazón, o lo que fuese que los dioses tuvieran. No solo fueron sus palabras, sus ojos también hablaron en ese momento. Y ella se había sentido tan abrumada que no había podido emitir ningún sonido.

Tal vez... No, cuando todo terminase ya sería demasiado tarde.

—¿Qué hacemos? —preguntó Eirene, mirando hacia todos lados—. Si no encontramos una solución pronto, seguiremos dando vueltas hasta que no podamos avanzar más.

Tatiana lo pensó, pero no se le ocurría nada. Ese lugar era infinito, no terminaba nunca.

—Este lugar es real. Por lo tanto, tiene que tener un límite —aseguró Tatiana. Zoe se volvió un instante al escuchar a su hermana, y una sonrisa curvó sus labios.

—Lo tiene, pero es imposible encontrarlo. Se trata de un campo de bucle.

Tatiana iba a preguntarle a Eirene qué era eso de campo de bucle cuando un sonido escalofriante retumbó por todo el templo. Su hermana se había quedado quieta, mirando al infinito. Quería preguntar qué estaba ocurriendo, pero la joven parecía concentrada, y el templo comenzó a temblar todavía más.

Zoe cerró los ojos. El lugar donde estaban era una ilusión. El interior era inmenso, pero fuera debía tener el aspecto de un templo normal y corriente. Si eso era así, aunque fuese imposible salir, tal vez no lo era entrar.

Con manos temblorosas, Zoe había tocado el colgante con la escama del dragón blanco que Charis y los demás gigantes le habían regalado por salvar a su pueblo. «Con esta escama, el dragón te obedecerá a ti y solo a ti, había dicho la gigante—. Si precisas de su ayuda, solo hace falta que encierres la escama entre tus manos y pienses en él.» Zoe miró la escama con ojos decididos y la encerró entre sus manos, evocando al instante la imagen del dragón blanco volando sobre las cimas de las montañas, en todo su esplendor. Un increíble animal volador capaz de expulsar fuego de su boca y enfrentarse a cualquier amenaza. Su dragón.

Así que poco después, el sonido logró desconcertarlas a todas, provocando una sonrisa en los labios de Zoe. Su dragón blanco había llegado.

El techo, el cual parecía ser también infinito, empezó a resquebrajarse, rompiendo la ilusión. Las rocas y las piedras cayeron por doquier, obligando a las tres muchachas a retroceder unos metros. Un aire frío se coló por el agujero recién hecho, a la vez que el enorme dragón blanco se abría paso por la grieta. Los ojos de Tatiana e Eirene se oscurecieron de terror al ver al enorme animal. Mil veces mayor que ellas, ambas se apresuraron a salir corriendo. Sin embargo, Tatiana no estaba dispuesta a dejar atrás a su hermana. Al darse cuenta de que esta no avanzaba y se negaba a correr, se volvió y gritó su nombre.

—¡Corre, por Dios, Zoe, corre! —gritó pensando que había entrado en pánico y no podía moverse.

Regresó y la asió de un brazo para instarla a correr, pero Zoe se volvió con una sonrisa y el rostro sereno.

—¡No te preocupes! —gritó para que Tatiana la escuchara pese al ruido del viento—. ¡Lo he llamado yo!

Tatiana soltó a su hermana, viendo cómo esta se volvía de nuevo hacia el dragón que acababa de aterrizar sobre el espacioso templo. El entorno había cambiado cuando el enorme animal rompió el techo. Ya no había columnas, ni el suelo era transparente. Por el contrario, se trataba de una sala algo más reducida de un tono blanco luz, que había quedado alterado por los restos de techo que resquebrajaron el suelo y las paredes.

—Zoe... —murmuró Tatiana algo aterrada. Pues a pesar de que le gustaban los dragones, este en concreto era muy, muy grande.

Zoe se acercó, por primera vez segura de sí misma, hacia el animal, sujetando entre sus manos la escama con que lo había llamado. Vio la cabeza del dragón agacharse a su altura y descansar sobre el suelo. Una sonrisa adornó sus labios al ver que era cierto, el dragón estaba a su servicio. Acarició el morro del réptil y sus ojos se abrieron para observarla con reconocimiento. Unos ojos tan blancos como él.

—Me recuerdas, ¿verdad? —preguntó sin dejar de acariciarlo—. Voy a necesitar tu ayuda. Espero que esta vez no me dejes caer.

Posicionándose junto a su lomo, Zoe miró el punto entre el cuello y las alas, donde seguía manteniendo las delgadas riendas. Aquellas que instaban al dragón a escupir fuego. Se volvió hacia atrás en cuanto sujetó la rienda y miró a su hermana.

—Vamos, no es peligroso —dijo para tranquilizarla—. O al menos no más que todo lo que ha ocurrido hasta ahora.

Tatiana la miró recelosa. El dragón era muy grande, pero parecía sumiso ante la presencia de Zoe, y no creía que tuviera intención de atacar. Con paso cauteloso, se acercó poco a poco hacia su hermana hasta que esta pudo ofrecerle la mano. Cuando la aceptó, Zoe la ayudó a subir a lomos del animal sin que el dragón se inmutara. Una vez arriba, miró hacia la todavía asustada Eirene y le tendió también la mano. La joven semidiosa le dirigió una sonrisa forzada y negó con la cabeza.

—Creo que voy a declinar la oferta.

—Tenemos que salir de aquí y...

—No te preocupes, gracias a tu dragón la estancia ha recobrado la normalidad y puedo ver la salida —dijo segura de sus palabras—. Además, soy parte de un grupo de esclavas y esclavos que deben estar enzarzados en la guerra. Cuidé también de los más pequeños, seguro que estarán asustados —explicó—. Tengo que ir a salvarlos. Al fin y al cabo, son mi familia.

Zoe supo lo que quería decir. A pesar de ser una semidiosa, Eirene no pertenecía al mundo de los dioses. La habían traicionado quienes se suponía que debían protegerla; su propia familia. Llegó a aquel lugar con miedo e inseguridad, pero se hizo un hueco entre los esclavos como ella. Tal vez su familia real estuviera en la tierra y parte en el Olimpo, pero la que consideraba su verdadera familia eran aquellos que habían permanecido a su lado y habían comprendido sus sentimientos. Y entendía ese afán por querer protegerlos.

—Cuida de ellos entonces, Eirene. Y... cuídate también a ti —murmuró con un deje de nostalgia.

Lo cierto era que a pesar del poco tiempo que habían pasado juntas, Eirene se había convertido en una buena amiga. Todavía recordaba su primer encuentro. Ella había estado nerviosa intentando no delatarse, pero Eirene la había descubierto al instante. Fue brusco, pero su conducta pareció agradarle a la joven esclava. Zoe sonrió al recordarlo, viendo a Eirene alejarse corriendo. Instantes más tarde, ambas estaban ya encima del enorme dragón blanco, dispuestas a emprender la marcha. Cogió las riendas con fuerza y lo espoleó para que alzara el vuelo.

Zoe encerró entre sus brazos a Tatiana, evitando que cayera de lomos del dragón. No pudo evitar sonreír al ver cómo se sujetaba con todas sus fuerzas al cuello del animal. Por primera vez temerosa de mirar hacia abajo.

—¿Asustada? —preguntó, recordando todas las veces que se había burlado de ella por el miedo a las alturas.

—¡Calla! —gritó concentrada en mantener las manos sujetas en las escamas blancas.

El dragón sobrevoló el Olimpo a una distancia poco elevada. Desde allí, Zoe pudo ver la lucha que estaba teniendo lugar en el centro de los templos. La pequeña plaza que había atravesado no hacía tanto, asustada por la idea de reunirse con el más poderoso de todos los dioses. Se sentía tan distinta ahora. Su confianza en sí misma había aumentado, su fuerza y tenacidad eran ahora más firmes. Y sabía a qué se debía. Todo era gracias a él, a Zeus. Porque había sido el único que confió en ella, que la animó a superarse e hizo que se prometiera que confiaría en sí misma. De no ser por él, unos meses atrás jamás habría sido capaz de desafiar a una diosa, mucho menos subirse a un dragón dispuesta a tomar parte en una guerra entre dioses. De no ser por él... Zoe sacudió la cabeza intentando alejar todo pensamiento con referencia a Zeus. No era ese el momento para recordarlo. Tenía que concentrarse.

Dio un golpe suave con su pie izquierdo e hizo girar al dragón para que no se alejara del Olimpo. Miró hacia abajo, intentando ignorar lo lejos que estaban volando del suelo. Él debía estar luchando en medio de ese bullicio de dioses, no podía arriesgarse a aterrizar allí en medio. Aunque el dragón era tan grande que dudaba mucho que no la hubiesen visto ya. No obstante, decidió hacer descender al animal en una de las calles que sucedían a la plaza. Allí había alguna hija de medusa, y alguna esclava que intentaba escapar de la guerra. Nada con lo que no pudiera lidiar con un dragón como compañero.

Una vez en el suelo, Zoe bajó de su lomo, dejando a su hermana en la grupa para mantenerla a salvo. En cuanto el dragón apoyó sus zarpas en tierra firme, todos los presentes huyeron hacia otro lado, creyendo que se trataba de otro tipo de amenaza con la que no podrían lidiar. Eso le dio cierta ventaja, pues de ese modo nadie más escucharía lo que tenía que pedir.

—No te muevas —la advirtió.

—¿Dónde vas? ¿Qué quieres hacer? —preguntó su hermana.

Zoe no la miró, estaba concentrada en encontrar un modo de hacer lo que se proponía. Finalmente, se armó de valor y se apartó del animal.

—No te muevas —repitió, esta vez alejándose del dragón y de Tatiana.

Avanzó unos metros en dirección a la plaza, pero se detuvo mucho antes de llegar al final del camino. Miró hacia el templo algo destrozado que estaba a un lado. Aunque desde esa posición no podía ver el frontón, recordaba que al descender había visto un relieve con dos espadas cruzadas atravesadas justo en el centro por un hacha. Era un diseño bonito y sencillo. Y solo había un dios en todo el Olimpo que tendría un relieve como ese en su frontón.

Apretó los puños y se acercó más al templo que tenía al lado. Llenando sus pulmones de aire gritó su nombre con fuerza.

—¡Hefesto! —el grito, a causa del caos, apenas fue un murmullo. Aun así, Zoe no se rindió. Volvió a llenar los pulmones de aire y lo intentó de nuevo—. ¡Hefesto!

Lo llamó exactamente tres veces más, pero el dios no apareció. Aunque habían logrado salir del templo de Afrodita y había puesto a su hermana a salvo, no pudo evitar sentirse decepcionada al ver que el dios no aparecía. Ella era humana, solo otro dios habría podido detener a Afrodita, y acababa de perder la oportunidad de ayudar a Zeus.

Dándose la vuelta abatida, llegó a una firme conclusión. No iba a escapar ni a esconderse. Tal vez su plan no había salido como ella esperaba, pero ¿acaso no era ella quien se había enfrentado a Zeus? ¿No era ella quien había desafiado a las sirenas y las había derrotado? ¿Ella quien le había quitado el rayo con la divinidad del dios a Afrodita y había escapado de sus manos? Sin duda, después de todo lo que había pasado, podía lidiar con esa guerra. Y, por supuesto, podía derrotar a Afrodita.

—¿Eras tú quien me llamaba? —La voz grave a su espalda la detuvo en seco.

Se volvió al instante, intentando encontrar las palabras, pero se sintió abrumada ante la presencia del dios herrero. Se decía, o eso había escuchado, que Hefesto era el dios más poco agraciado del Olimpo. Feo, cojo y rudo. Al parecer, las historias se equivocaban bastante. Si bien era cierto que destacaba y era muy distinto a cualquier otro dios que hubiese visto, no era en absoluto desagradable a la vista. No era una belleza como Apolo, ni tan atractivo como Zeus o Hermes, pero tenía algo que no se apreciaba a simple vista. Su cuerpo era enorme, debía medir por lo menos dos metros de alto. Su complexión física era musculosa, con brazos que parecían piernas y piernas tan gruesas como columnas. Era puro músculo y su pecho estaba desnudo, cubierto por una capa de bello negro. Sus cabellos eran cortos, negros y rizados, era evidente que no cuidaba su aspecto. Una corta barba cubría su mandíbula cuadrada con pómulos pronunciados. En su opinión, le sentaba muy bien. Pudo fijarse que en su mejilla izquierda aparecía de vez en cuando un pequeño hoyuelo, sin embargo, nada era comparado con sus ojos. Eran algo fuera de lo común. Aunque el izquierdo era de un tono marrón, el otro era de un rojo tan intenso que parecía que las brasas del infierno hubiesen decidido posarse en él. Su mirada, en general, era agresiva y feroz. No era guapo exactamente, pero sí muy atractivo. Aun así, reconoció Zoe, no muchas mujeres podrían llegar a querer tener algún tipo de relación con él. No porque no pudiera ser deseado por alguna, sino porque imponía demasiado e inspiraba miedo.

—Eres la mujer que han confundido con Hera —apuntó de repente, sacándola de sus pensamientos. Zoe se obligó a recomponerse de su sorpresa inicial.

—Eso no importa. Necesito tu ayuda para detener a tu esposa —dijo sin rodeos. Hefesto no pareció escucharla.

—Sí lo eres. Dicen todos que quien ha iniciado todo esto es Zeus, por lo que intentábamos matarlo. Pero me parece que la verdadera culpable eres tú —dijo, dirigiéndole una mirada tan violenta que Zoe se vio retrocediendo un par de pasos sin apenas ser consciente.

—Afrodita... —balbuceó.

—¿Te das cuenta de lo sencillo que sería matarte y ganar? Esto podría ser una buena venganza por todos aquellos que creyeron que solo era un títere para los dioses, una especie de esclavo que les proporcionaba armas. Resultas... una tentación demasiado grande, pequeña —dijo, acercándose peligrosamente a ella. Zoe retrocedió un paso más.

—No... no lo entiendes. Creíamos que Ares era el traidor, pero Afrodita...

—Que me digas la relación que tiene mi esposa con ese idiota no va a salvarte, pequeña. Lo sé desde hace tiempo. —Zoe lo miró extrañada.

—Entonces, ¿por qué no...? —Pero se detuvo cuando vio que él avanzaba otro paso. Cada vez más asustada por la posibilidad de que siguiera avanzando y decidiera matarla, pensó que tal vez su idea no había sido tan buena, al fin y al cabo—. ¿No te importa que te haya sido infiel?

—Lo pagará. A su debido tiempo —apostilló con el ceño fruncido. Zoe se plantó.

—¿Y no piensas hacer nada al respecto? Durante todo este tiempo ha estado con otro y no has hecho nada. —Hefesto dio otro paso y este tronó contra el suelo, demostrando su furia.

—Si me has llamado para provocarme es que eres muy estúpida. Tenía intenciones de matarte de todos modos, pero ahora deseo hacerte sufrir —gruñó.

Sus pasos siguieron hacia delante, amenazantes. Su mano enorme intentó cogerla cuando, de repente, una llamarada lo instó a cubrirse con un escudo que hizo aparecer mientras retrocedía unos metros. El dragón blanco se había acercado para protegerla, manteniendo al dios a raya. Podía ser Hefesto, pero con un dragón protegiéndola, ni el peor de todos los dioses se atrevería a acercarse a ella.

Ahora más confiada en sí misma y sin tanto miedo, alzó la barbilla y miró a Hefesto con seguridad.

—Ella ha sido quien lo ha planeado todo. Sí, es cierto. No soy Hera. Me he hecho pasar por ella. Y sí, soy la responsable de todo esto. Pero la guerra terminará si me ayudas —explicó—. Por favor, estoy segura de que eres el único que puede hacer recapacitar a Afrodita. Quiere vengarse de Hera, y ahora quiere apoderarse de todo el Olimpo. Ha traicionado a Zeus, a Ares, a...

—Por fin ha hecho algo coherente. Si crees que voy a sentir pena por Zeus o... Ares... Y con lo que respecta al Olimpo, me da igual si se va al traste o si ella se convierte en su reina. No estaré aquí cuando eso ocurra.

Zoe, desesperada, insistió.

—Pero tienes que detenerla. En el fondo creo que lo único que quiere es que dejes de prestar atención al resto de los dioses y la veas a ella. Es absurdo, pero siente celos de Hera, los ha sentido siempre. Todo es por...

—No me interesa —la interrumpió, dándose la vuelta—. No tengo intenciones de salvarle el culo a Ares o a Zeus. Y con respecto a mi mujer, puede hacer lo que le venga en gana. Siempre lo ha hecho.

Zoe observó cómo Hefesto se marchaba sin intentar de nuevo matarla. No tenía intención de ayudarla, le daba igual el Olimpo y el mundo entero. Y en cierto modo era comprensible, pues ni el Olimpo ni el mundo habían tenido consideración nunca con él. Pero, aun así, lo necesitaba.

—¿Acaso no estás celoso de Ares? —preguntó a la desesperada—. ¡Porque es eso exactamente lo que pretendía ella tomándolo como amante!

Hefesto se detuvo ante sus palabras. Con un hacha enorme en una mano y el escudo en la otra, se situó de un solo golpe el arma en el hombro. Por un segundo, Zoe pensó que se daría la vuelta e iría de nuevo hacia ella. No obstante, Hefesto siguió andando sin decir nada.

Resignada, pateó un trozo de mármol que había en el suelo con rabia. Con el ceño fruncido, miró el pedazo que había tirado lejos con odio y apretó los puños.

—Zoe... —escuchó que murmuraba su hermana.

Sin mirarla a la cara, se volvió hacia el dragón para montar en él de nuevo. Hefesto no iba a ayudarla. Nadie pretendía detener la guerra porque era ese enfrentamiento lo que los dioses querían. Disfrutaban con la destrucción del mundo, y este empezaba a sentir las consecuencias de la guerra. Quedaba poco tiempo, y solo había una posibilidad. Detener a Afrodita e irse antes de que todo empeorara.

—Vamos —dijo intentando guardar esa rabia para lo que la esperaba.

Tenía que regresar al templo de la diosa. Aunque no fuera más que una humana insignificante.

A oscuras y sin ningún tipo de noción, siguieron corriendo sin parar y sin llegar a ninguna parte. A medida que avanzaban veían pasillos y muros que antes no estaban allí. No obstante, ninguno estaba dispuesto a detenerse.

—¡Llevamos una eternidad corriendo sin encontrar la maldita salida! ¿Por qué no admites de una vez que no sabes adónde vas? —gritó la voz frustrada de Hermes.

—Ha cambiado un poco, pero estoy a punto de localizarla —dijo sin detenerse.

El estrecho pasillo por el que corrían terminó de golpe en cuanto bifurcaron a la derecha. Sin opción de avanzar o girar, lo único que podían hacer era retroceder, otra vez.

Ares, el segundo par de pasos, tuvo intención de girar sin detenerse y seguir corriendo, pero Hermes frenó en seco.

—Esto es inútil. —Ares se dio la vuelta, deteniendo su carrera antes de llegar a la esquina.

—De todos los dioses inútiles con los que podría haberme perdido y tienes que ser tú —exclamó enfadado. Hermes frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Eso debería decirlo yo.

Ares miró a su nuevo compañero un segundo, barajando las posibilidades. Lo cierto era que no tenían muchas. Seguirían perdidos en ese laberinto hasta que Afrodita quisiera. No había forma de encontrar una salida, lo sabía, pero en cuanto se vio atrapado se sintió tan impotente que no pudo hacer otra cosa que correr. Ahora, por el contrario, se dejó caer contra la pared de piedra con los brazos apoyados sobre las rodillas, y con un gesto resignado hundió la cabeza entre los brazos. Escuchó al instante los pasos pausados de Hermes acercándose a él. Después, se sentó a su lado y supo que había dejado caer la cabeza contra el muro para contemplar la roca de delante.

—Zoe ha huido, y yo estoy aquí encerrado sin poder hacer nada —murmuró el dios mensajero con tristeza—. Cuando salgamos de aquí, ya estará muerta.

Ares alzó la cabeza y miró a su compañero con una ceja alzada. Se removió en el suelo un par de veces hasta que, al final, estiró las piernas sobre el suelo de piedra.

—¿Qué narices os pasa a todos con esa joven humana? El mundo va a terminarse a manos de una diosa del amor loca y tanto tú como Zeus os preocupáis únicamente por la vida de una humana insignificante. —Hermes miró al dios con los ojos encendidos. Sin embargo, la ira que reflejaban no surgió. Por el contrario, miró de nuevo hacia la roca de delante.

—Le prometí que le daría un instante que valiera la pena, y lo único que le daré será la oportunidad de morir —se lamentó—. La saqué de su mundo sin tener en cuenta que, aparte de poseer la divinidad de Hera, también es un ser vivo. Una mujer que tenía una vida. Y le arrebaté su futuro sin tener en cuenta nada más que mis propios intereses y los de Hera.

Ares dejó escapar una risa apagada y carente de humor. Alzó los brazos con indiferencia y los situó en su nuca.

—¿Sabes? En realidad eres un buen tipo —dijo, encogiéndose de hombros—. Un poco dependiente, pero sin duda leal. —Hermes se sorprendió ante las palabras de Ares. Finalmente, sonrió.

—Tú tampoco eres tan mezquino y egoísta como imaginaba.

Los labios de Ares se redujeron a una línea mientras enarcaba una ceja acusatoria. Iba a replicar a ese extraño alago cuando unos pasos llamaron su atención. Instantes después, una cabellera rubia y unos andares preestablecidos aparecieron por la esquina.

—¡Vaya, el que faltaba! —exclamó Ares mientras enterraba de nuevo la cabeza entre sus brazos, otra vez apoyados en sus piernas.

Apolo miró a los dos dioses un instante mientras se detenía y se encogía de hombros.

—¿Qué?

En otro lugar del templo, un Zeus totalmente encolerizado iba derribando muros y columnas con sus rayos, ignorando los pasadizos por los que debería pasar. Estaba claro que si seguía las normas de Afrodita jamás lograría salir de allí, así que lo único que le quedaba era confiar en su propio criterio. Tenía que encontrar a Zoe cuanto antes, llevarla fuera del templo de Afrodita y enviarla a Kayros. Él era el único capaz de destruir la divinidad de Hera, aquella que llevaba Zoe en su interior. Aunque en cuanto Kayros eliminara su divinidad, Zoe tendría que regresar. El propio dios del tiempo lo haría. Zeus sabía que por mucho que él quisiera que se quedara, Zoe no pertenecía a ese mundo. Su hermana la necesitaba, tenía una vida en el futuro, y una vez fuese una simple humana no podría permanecer en el Olimpo mucho tiempo más sin ser inmortal. Y para ello tendría que beber el manjar de los dioses.

Zeus derribó con rabia otro muro de piedra. Los trozos destrozaron las paredes consecutivas y provocaron una nube de polvo. Frustrado, avanzó entre las ruinas hasta encontrarse con otra pared que obstaculizaba su paso.

Recordaba cómo se había enfadado Zoe cuando Hermes dijo que tenían intención de hacerla inmortal para que permaneciera allí para siempre. Y recordaba también cómo sus ojos se iluminaban cada vez que hablaba de su hermana o de esas pequeñas cosas intrascendentes de su mundo. Nunca le pediría que se quedara. Ella no deseaba esa vida, y tampoco tenía claro si sentía algo por él. Sin embargo, lo que sentía por ella no era motivo suficiente para retenerla, sino para dejarla marchar. Porque por primera vez desde que comenzó su existencia, Zeus prefería la felicidad de otra persona antes que la suya. 

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