Capítulo XXXII
—Ya están aquí, mi dios.
La voz de una de las esclavas resonó por el templo. Los dioses más importantes del Olimpo, que se habían congregado en el templo de Zeus, donde siempre se celebraban las fiestas, ignoraron a la joven y siguieron hablando y discutiendo unos con otros. Todos parecían enfadados ante la ausencia de este y los recientes desastres que habían acontecido, tanto en la tierra como en su mundo. A esas alturas, todos sabían ya que la madre tierra, Gea, se estaba muriendo. Por supuesto, también estaban al corriente de la aparición de las sirenas en los pueblos, y la guerra entre esfinges y arpías. Ya no hablar de las oceánides. Todos parecían indignados, y los murmullos habían llegado hasta los seres menos importantes del Olimpo.
—Está bien... Les daremos la bienvenida. Ve a buscarla —dijo la voz grave del dios que había estado sentado con tranquilidad en el trono de Zeus, como si se tratara del suyo propio. La esclava supo al instante a quién se refería, hizo una reverencia y se alejó en silencio.
Ares, el dios de la guerra, hijo de Zeus y Hera y amante de Afrodita, se acercó a todos los presentes con paso firme. Había conseguido la confianza de todos los dioses gracias a la desaparición de Zeus. Desde que las sirenas habían empezado a invadir el mundo terrenal también comenzaron las quejas, los murmullos y los rumores. Lo único que tuvo que hacer Ares fue ponerse al frente de la refriega y sembrar más dudas entre los dioses para ponerlos en contra de Zeus.
«Un dios que es incapaz de mantener la paz en el mundo terrenal y permite que su propia madre muera, no es digno de nuestra lealtad», había dicho. Y no fue necesario ningún argumento más.
Ares se dio cuenta al instante que todos parecían cansados del mal mandato de su padre. ¡Zeus no era digno de ese trono! ¡Un dios que caía tan fácilmente en una trampa tan sencilla no tenía derecho a llamarse rey de los dioses! Y luego estaba esa maldita humana.
Zoe, se hacía llamar. La maldita mujer que era la viva imagen de su madre. Una joven ingenua e insegura incapaz de hacer nada sola. Siempre necesitando el apoyo de alguien, incluso aunque ese alguien la menospreciara y la odiara. Sí, él sabía muy bien de qué hablaba, y ella lo sabría muy pronto. Se moría por ver la expresión de sorpresa en el rostro de la joven cuando entrara por la puerta. ¿Se pondría a llorar? No le extrañaría, era tan patética.
Por otro lado, Ares todavía se preguntaba si Zeus sabría quién era la joven o si ella habría logrado engañarlo todo ese tiempo. Aunque algo le decía que sabía muy bien quién era la muchacha y qué hacía allí. De todos modos, no importaba. Zoe iba a descubrirse del modo que Afrodita había predicho. Exactamente igual que Perséfone. Y él había conseguido su propia granada.
—¡Dioses y diosas del Olimpo! —exclamó desde la tribuna—. ¡He sido informado de que Zeus ha regresado de la tierra! —En aquel instante todos los dioses empezaron a murmurar entre sí—. ¡Ha hecho un pacto con Poseidón y ha logrado devolver o exterminar a las sirenas del plano terrenal! ¡Las esfinges se han retirado, por consiguiente, las arpías también lo han hecho! —continuó—. Sin embargo, ha logrado crear inseguridad en nuestro mundo y una gran duda en nuestra existencia.
—Vaya, no me equivocaba, eras tú.
La voz del aludido se escuchó desde la entrada del templo. Todos los dioses se volvieron para verlo aparecer en todo su esplendor y lleno de confianza. Ares esbozó una sonrisa satisfecha y avanzó hacia él, a medida que seguía exponiendo sus opiniones.
—¿Acaso no prometiste nuestra protección? —le preguntó, para luego volverse hacia los demás—. ¿No prometió, acaso, ser nuestro protector y que con él como rey de los dioses jamás tendríamos que preocuparnos por nada?
Unos pocos se atrevieron a asentir con la cabeza, otros empezaron a afirmar sus palabras en voz alta, y esos pequeños murmullos lograron infringir la confianza necesaria en los demás para que el sí fuese unánime. Ares sonrió más ampliamente mientras dirigía la mirada hacia la joven que estaba a su lado y había enmudecido. Pudo apreciar cómo su piel empalidecía y lo miraba con verdadero asombro. «¿Va a desmayarse?», se preguntó Ares con curiosidad y humor.
—Un placer volver a verte, Hera... —murmuró hacia Zoe. Zeus se volvió un segundo hacia ella y frunció el ceño al verla tan pálida.
Al llegar al Olimpo, Hermes había hecho una revisión completa. Ningún dios estaba en su respectivo templo, así que Zeus había adivinado el lugar donde estarían todos reunidos; su propio templo. Zoe había estado nerviosa, pero había mantenido la compostura hasta el momento. Se dio cuenta en esos instantes cuán fuerte se había vuelto la joven. Había hecho un gran cambio desde su llegada al Olimpo. Era ingenua, pero el tiempo que había pasado allí la había vuelto decidida y cautelosa. Capaz de subirse a un dragón blanco sin titubear un segundo para provocar una enorme avalancha. Haciendo amistad con gigantes, salvándoles la vida y encariñándose con cierto Vipertooth al que llamaba tiernamente Lagartija. Haciendo el amor con él como ninguna otra mujer antes lo había hecho. Sorprendiéndole ante la madurez de sus actos, queriendo solo lo más adecuado aunque eso significase su infelicidad...
Zoe había cambiado mucho desde la primera vez que la vio. Por esa razón, no pudo más que extrañarse cuando empalideció en presencia del dios que había causado todos sus problemas.
—¿Qué ocurre? —murmuró en un susurró tan bajo que solo Zoe pudo escuchar. Ella volvió la mirada asustada hacia él y tragó con fuerza.
—Es... es él... —dijo en el mismo volumen. Zeus frunció el ceño.
—Sí, Ares es el traidor —Zoe negó con la cabeza.
—No. Ares... él... sabe quién soy. Me conoce, lo conozco. De mi época —dijo mientras el dios se acercaba de nuevo a la tribuna, ignorando a los recién llegados.
—¿En tú época? ¿Qué hacía Ares en tu época? —preguntó sin entender nada.
Zoe se acercó más a él y susurró:
—Salir conmigo. —Luego, lo miró a los ojos—. Ares... fue mi pareja.
Después de esa confesión hubo un enorme silencio. Zeus miró un segundo a los presentes y luego miró a Ares con furia contenida.
—¿Nos disculpáis un segundo? —murmuró con cortesía forzada.
Sin esperar que nadie les diera permiso, Zeus salió de la sala con Zoe cogida del brazo. Hermes, el cual se había quedado prudentemente alejado, fue ahora el centro de toda atención. Sonrió incómodo y se encogió de hombros.
—Ya los conocéis... —murmuró—. No importa que haya una rebelión, tienen que pelear de todos modos —prosiguió, a la vez que se le escapaba una risa nerviosa algo extraña.
Mientras tanto, cuando quedaron ocultos de miradas indiscretas, Zeus empujó a Zoe lejos de la entrada del templo.
—¿Qué has dicho que era? —preguntó Zeus en un grito ahogado.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¡Vas a descubrirnos! —exclamó Zoe, asustada, mientras miraba alternativamente de Zeus a la entrada del templo. Él la obligó a detenerse y mirarlo.
—Lo que he hecho ha sido evitarlo. Ahora contesta, ¿quién dices que era?
—Mi pareja, bueno, mi ex... Aunque ahora ya no tengo muy claro lo que fue realmente. Debió creer que saliendo conmigo podría... —dijo ella nerviosa.
—Espera —la interrumpió—. ¿Estás diciéndome que tuviste una relación con ese... con ese...? —Zoe puso los ojos en blanco.
—¡No sabía que era un dios! Para empezar, entonces no sabía ni siquiera que existían los dioses —susurró histérica—. Solo sabía que era guapo, simpático y todo un caballero. Y además, quería salir conmigo.
Zoe se vio obligada a callarse de golpe. A Zeus le ardían los ojos, literalmente. Estaba enfurecido. Y lo peor de todo era que ese no era el mejor momento para tener esa discusión.
—¿Te dejaste... te dejaste seducir por semejante idiota?
—¡Te repito que no sabía que era un idiota! Bueno, lo supe cuando me dejó. Entonces tuve claro que nunca debí haber salido con él solo porque era guapo y estaba interesado en mí. En cualquier caso, no he sabido que era un dios hasta ahora —sentenció. Zeus, indignado, la cogió por los hombros.
—¿Por qué? —preguntó enfurecido—. ¿Cómo pudiste salir con él?
—Ya te lo he dicho. Además, no es momento ahora de hablar sobre...
—¡Yo diré cuándo es momento y cuándo no! ¿Por qué saliste con él? —exigió. Zoe lo miró ardiendo de rabia y lo apartó de un empujón.
—Pues porque nunca nadie se había fijado antes en mí, mucho menos un hombre atractivo. Sí, lo sé, soy patética, pero... ¿qué posibilidades tenía de que otro tío como él se fijara en una mujer como yo? —dijo furiosa. Zeus la cogió de los brazos y la apretó contra una columna a la vez que la miraba a los ojos.
—Dime que no lo amabas —exigió de un modo frío y algo siniestro. Zoe se sintió muy confusa. Las palabras no evocaban ningún sentimiento, todo lo contrario al sentido de la frase.
—¿Qué te importa a ti si yo...? —empezó a responder impulsada por la orden exigida por el dios.
—Solo dime... que no lo amas —repitió.
Esta vez las palabras parecían estar cargadas de algo parecido a la angustia. Como una súplica en lugar de una exigencia, y Zoe se vio impulsada a contestar.
—No lo amo —dijo con la voz resquebrajada.
Zeus la soltó de golpe y volvió a ponerse su máscara de indiferencia y frialdad. Zoe lo miró, por un segundo intentando adivinar sus pensamientos. Luego la instó a entrar de nuevo, lo cual significaba que volvían a estar en zona peligrosa.
Y no sabían cuánto.
Todos los dioses se volvieron hacia ellos en cuanto entraron de nuevo en la gran sala del templo. Ares no se movió de la tribuna en la que estaba subido, y sus ojos no titubearon cuando los vio avanzar hacia él mientras todos los demás se apartaban para dejarles paso.
Zeus continuó avanzando hasta detenerse justo enfrente de Ares, dejando a Zoe al pie de la tribuna.
—Eres un traidor tan común que empiezo a creer que usar la palabra traidor contigo ya no tiene sentido —dijo Zeus. Ares sonrió con suficiencia.
—No soy yo quien ha sembrado la duda en todos nosotros, padre —dijo con evidente desprecio—. Nos has defraudado. —Zeus, enfurecido, lo cogió por el quitón con brusquedad amenazante.
—¿Quieres que te mate? —murmuró con voz gutural. Ares sonrió.
—Si lo haces perderás toda credibilidad y autoridad entre los dioses —dijo a duras penas—. Si eres tan poderoso... es porque nosotros estamos al pie de tu pirámide.
Zeus lo miró con ira una última vez antes de soltarlo. Ares tosió y se recolocó el quitón con el ceño fruncido, mirando a su padre con resentimiento.
—Sin embargo —murmuró mientras se ponía de nuevo en pie, hablando en voz alta para que todos pudieran oírlo—, en mi opinión, nuestro dios merece una segunda oportunidad. Una oportunidad para demostrarnos que es digno de ser nuestro rey.
Zeus abrió los ojos de par en par, sorprendido. Pero la sorpresa duró poco. Al instante entornó de nuevo la mirada, desconfiando del dios de la guerra.
—¿Qué pretendes, Ares? —preguntó avanzando hacia él. Ares se encogió de hombros.
—Lo único que quiero es la paz en nuestro mundo. Si tú caes habrá una guerra para decidir quién debe tener el poder. Intento evitarla —dijo con inocencia. Zeus no se creyó una sola palabra—. Claro que, con tus actos, has perdido nuestra confianza.
Todos parecían estar de acuerdo con Ares, y eso solo conseguía enfurecerlo todavía más. No obstante, mientras la perspectiva de perder su trono se hacía cada vez más evidente, se dio cuenta de que ya no le importaba. No estaba preocupado por perder su mandato, estaba preocupado por perder a Zoe. Angustiado de que algo pudiera ocurrirle a ella si las cosas se torcían.
—Así que hemos creído precisa una muestra de lealtad —sentenció.
Zeus, que había estado mirando a Zoe todo el rato, se volvió hacia Ares sin fiarse un pelo de él.
—¿Qué tipo de muestra de lealtad?
Ares sonrió ante su pregunta y dio un par de palmadas, que formaron un eco por el templo.
—Con un sacrificio humano como muestra de que tu lealtad sigue estando con los dioses.
El tiempo se paró mientras una de las esclavas traía a una joven atada y amordazada que intentaba resistirse. Zeus nunca había visto antes a esa joven, pero al instante supo que era una trampa.
—Si es que eres capaz de hacerlo, claro.
Cuando escuchó el grito ahogado de Zoe y tuvo que frenarla de echar correr hacia la joven que acababan de traer con el rostro teñido por la preocupación, supo quién era ella y cuál era el plan de Ares.
Zoe sintió que se le aflojaban las piernas cuando Zeus la sujetó, evitando que se reuniera con la pequeña que la esclava acababa de traer. Sabía que ese era el peor error que podía haber cometido y que era una trampa. Pero no pudo hacer otra cosa que intentar correr cuando la esclava llegó acompañada de su hermana pequeña.
Tatiana.
Zeus sujetó con fuerza a Zoe mientras le lanzaba una mirada asesina al dios que tenían delante. Había imaginado millones de ardides antes que ese. Sin duda, había jugado sucio. No solo había utilizado a todos los dioses para quitarle su puesto, sino también a la muchacha. ¡Había usado su confianza, todo lo que ella amaba para herirlo a él! En ese instante, Zeus se dio cuenta de que lo que Ares había hecho no difería mucho de lo que él había pretendido hacer con ella desde un principio. Ambos la habían utilizado para su propio beneficio. Y eso era lo que más le dolía, saber que Zoe había formado parte de un plan todo este tiempo en lugar de ser la pieza clave para evitar la guerra entre dioses. Al final, Hera había sido la única que pensó en ella como una mujer capaz de salvarlos a todos, en lugar del objeto para conseguir o evitar algo. Hera seguía protegiéndola incluso ahora, evitando que su humanidad desapareciera. Tal vez su difunta esposa sabía lo que hacía mucho mejor que ninguno de ellos. O tal vez había decidido cambiar las cosas en el Olimpo a partir de su muerte. Ella no era una joven normal y corriente, era la única que podía hacerse pasar por una diosa, y también la única incapaz de actuar como tal. No podía ser manipulada. En lugar de cambiar ella, Zoe los había vuelto a todos un poco más humanos. A él, Zeus, a Hermes. Habían llegado allí con la intención de convencer a todos de que ella era una diosa para evitar la guerra, pero Hera nunca había atravesado esa puerta. Fue Zoe, humana a pesar del poder que el brazalete ejercía sobre ella.
La joven tenía sus propios motivos, un único motivo en realidad. Su hermana, la vida de la pequeña era lo único que le importaba. No quería salvar el mundo, ella sabía que eso era inútil, no era una superheroína, solo quería salvar a su hermana pequeña. Y todos sus esfuerzos habían sido en vano. Porque su misión como diosa, el trato que había hecho con Zeus para mantener el mundo en pie, había sido el que había puesto en peligro a Tatiana. El simple hecho de tener en su interior la divinidad de Hera, hacía de su hermana el blanco perfecto.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ares con fingida inocencia—. Es solo una jovencita humana, además es huérfana. Nadie lamentará su muerte —dijo, mirando a Zoe. Ares se acercó a la esclava y cogió a Tatiana sin muchos miramientos.
Zoe se había quedado quieta intentando contener todas sus emociones, pues tenía a todos los dioses pendientes de ella. Había tenido una reacción que no concordaba para nada con la diosa que fingía ser. Ares lo sabía, estaba jugando con ella y no podía evitar interpretar el papel que él quería. La impotencia logró enfurecerla. ¿No podía hacer nada para salvar a su hermana sin delatarse?
De todos modos, pensó, Tatiana estaba en peligro fuera cual fuese el resultado. Si se descubría, comenzaría una guerra entre dioses que provocaría el fin del mundo, pero si no lo hacía, Tatiana tendría que servir de sacrificio. Parecía ser que hiciera lo que hiciese el resultado sería el mismo: su hermana iba a morir. Zoe se obligó a mantener la mente abierta. No era momento de pensar en las posibilidades de fallar, debía pensar en el modo de que los dioses no mataran a su hermana. Tal vez...
Justo entonces recordó por qué había ocurrido todo aquello. Ares había utilizado un método para entretenerlos mientras él conspiraba a sus espaldas, y de ese modo logró hacer lo que pretendía sin ser descubierto. «Las sirenas son solo un señuelo para mantenerle ocupado», recordó. Era cierto, había utilizado a las sirenas para que ellos se mantuvieran al margen. ¿Podía hacer ella lo mismo? Si lograba convencer a los dioses que ella era la única traidora... Tal vez si confesaba ahora y lograba centrar todo el odio de los dioses en ella, si creían que los había engañado a todos fingiendo ser una diosa, tal vez se olvidarían de Tatiana y la tomarían solo con ella. Al menos el tiempo necesario para que Hermes o Zeus se la llevaran de allí. Y tal vez de ese modo, tendría una oportunidad de salvarla.
Zoe miró a Zeus un segundo y le suplicó con la mirada que protegiera como fuera a Tatiana, pero Zeus no supo cuáles eran sus intenciones hasta que la vio separarse de él para correr hacia la pequeña.
—¡Yo! ¡Yo lamentaré su muerte! —gritó Zoe mientras apartaba a Ares de su hermana pequeña. Tatiana, la cual seguía amordazada, se quedó detrás de ella con los ojos muy abiertos.
Ares sonrió con suficiencia ante el giro esperado de los acontecimientos. Sí, eso era lo que quería, que fuera ella misma quien se delatara. Porque como había dicho Afrodita, no podía ser él quien la descubriera, sino ella misma. Así que no fue sorprendente que su rostro se desencajara cuando escuchó las palabras de Zeus, desbaratando todos sus planes con algo que ni en todos los millones de años que llevaba vivo habría imaginado nunca que pudiese ocurrir.
—¡Por supuesto que lo lamentará! —gritó mientras andaba hacia Zoe. Sonrió un segundo y miró a Ares desafiante—. Porque mi querida esposa no desea que siga gobernando. Es evidente que no quiere que sea perdonado —dijo hacia los dioses—. Si matara a esta joven —argumentó señalando a Tatiana—. Seguiría siendo el rey de los dioses. Y eso, a mi esposa no le gustaría nada. —Luego sonrió hacia Zoe—, ¿verdad, Hera?
Zoe se quedó muda. No iba a hacerlo... ¿verdad? La había protegido, pero con ello había condenado a su hermana. Ahora no le quedaba más remedio que matarla para ganarse la confianza de los dioses. Si no lo hacía perdería su trono. Y al fin y al cabo, Zeus había hecho un trato con ella para recuperar su mandato, o para no perderlo, que dadas las circunstancias venía siendo lo mismo. Ella se estaba ayudando a sí misma, el dios no había asegurado su seguridad cuando hicieron el trato. Sí, era cierto, luego prometió devolverla a su casa, pero en ningún momento había dicho que la protección también se la concediera a su hermana pequeña. Y Zeus no perdería su trono por salvar a su hermana.
—No permitiré que la mates —dijo Zoe con firmeza. Bien, si quería asegurar su seguridad, también aseguraría la de Tatiana.
—Y no voy a hacerlo —sentenció.
Zeus sonrió y luego encaró a Ares. Los dioses dejaron escapar fuertes exclamaciones de sorpresa ante la actitud de su dios. Sin embargo, la más sorprendida fue Zoe.
—Perderás tu trono si no la matas —dijo Ares realmente asombrado.
—Si tengo que matar a esa niña humana para ser vuestro rey... —dijo Zeus, mirando un segundo a Zoe para luego fruncir el ceño en dirección a Ares—. Entonces renunció.
Tanto Ares, como Zoe, como los demás dioses del Olimpo se quedaron de piedra. No, estaba claro que ese que estaba de pie en la tribuna no era Zeus. Ese no era el dios arrogante, cínico, autoritario y egoísta que todo el mundo conocía. Zeus, el poderoso Zeus, jamás renunciaría a su puesto por una simple humana. Jamás.
Los murmullos se extendieron, creando una gran confusión. Ares no podía creer que el mismísimo Zeus hubiese renunciado a su mandato por una simple humana, sin embargo, parecía ser que ese cambio de actitud era justo lo que no necesitaba. Los dioses habían empezado a mirarlo con otros ojos. La razón principal por la que todos querían derrocar a Zeus era por su falta de escrúpulos, su autoridad y egoísmo. Esa muestra desinteresada de compasión por un ser humano había logrado enternecer a ciertos dioses, a otros simplemente los tranquilizaba. Si no era capaz de matar a una humana por su trono, no provocaría una guerra. Así que todos habían empezado a considerar perdonarle y no comenzar una lucha cuando el dios que se suponía que quería empezarla no tenía intenciones de dar el gran paso.
Ares se enfureció. ¡Eso no podía estar sucediendo! ¡Zeus no tendría que haberse inmiscuido! Zoe, ella tenía que delatarse. Con la rabia contenida al ver cómo Zeus empezaba a ser respetado por todos, se dirigió a la joven dispuesto a desenmascararla. Ella no lo vio venir, estaba aun aturdida por las palabras del dios que amaba, y no podía creer que hubiese hecho eso por ella. Así que cuando Ares le quitó a Tatiana de un empujón, no pudo hacer otra cosa que caer al suelo.
—¡Entonces la mataré yo! —gritó Ares, con la pequeña entre sus brazos y amenazándola con un cuchillo. Zoe abrió los ojos de par en par y se levantó de golpe, dirigiéndose hacia el dios para salvar a su hermana.
—¡No! —gritó. Ares la apartó con la mano en la que tenía sujeto el cuchillo.
Zoe se cubrió a tiempo con el brazo apartándose de su lado. Intentó volver a encararse al dios, pues seguía reteniendo a Tatiana, pero Zeus fue más rápido, alzó una mano hacia ellos y moviéndola con brusquedad apartó a Ares de la joven. En cuanto Tatiana cayó al suelo, Zoe corrió hacia ella y se agachó para comprobar que estuviera bien. Apenas pensó que sus actos distaban mucho de ser los de una diosa, mucho menos los de Hera. Le daba igual, Tatiana había estado a punto de morir.
—¿Estás bien? —preguntó Zeus preocupado. Zoe lo miró y sonrió a la vez que asentía con la cabeza.
Se levantó a duras penas y ayudó a su hermana a levantarse. Hermes, el cual había acudido en cuanto vio a Ares encaminarse hacia Zoe, cogió a Tatiana con cuidado, dejando espacio a la joven para que se levantara por sí misma.
—¡Dioses compasivos! ¡Eso es sospechoso! —gritó Ares, levantándose del suelo con el rostro encendido por la ira y una sonrisa siniestra en los labios—. ¡Pero más sospechoso es que sangren! —exclamó señalando a Zoe—. ¡Los dioses...! —Y sonrió al finalizar la frase—... no sangran.
Fue entonces cuando Zoe reparó en el corte profundo que la espada del dios le había propinado al apartarla con el cuchillo que amenazaba a su hermana. Una hilera de sangre había empezado a brotar de él y unas pequeñas gotas rojas cayeron al suelo, proclamando su mortalidad. Aunque la herida a simple vista parecía grave, a Zoe no la asustó el corte, sino lo que ello significaba. Los dioses callaron de golpe al ver la sangre derramada en el suelo, y en cuestión de segundos se encontró detrás de un cuerpo fuerte y alto que la protegía. Aunque eso no aplacó los murmullos de todos los presentes.
—¡Sangre! —gritó uno de ellos—. Ares tiene razón, los dioses no sangran. Eso quiere decir...
—¡Una humana! ¡Tiene que ser una humana! —Se oyó que gritaba otro. Y entonces los murmullos y los gritos indignados se intensificaron.
Zoe miró a Ares, el cual sonreía con devoción al ver cómo todos los dioses empezaban a llegar a la conclusión correcta. Ella era humana, ella no era una diosa, ella... no era Hera.
Zeus se tensó al instante cuando todos los dioses empezaron a actuar. Hizo aparecer en su mano un rayo de luz enorme, igual que la vez que atacó a Megera, la Erinia. La diferencia era que esta vez el rayo no era para herir a nadie, sino para protegerla a ella. Ares se había puesto al frente, era inevitable que todo se descubriera, la propia sangre de Zoe la había delatado. Había estado tan preocupada por su comportamiento, por actuar como una diosa, que no había tenido en cuenta de que físicamente era humana. Y que sería descubierta por algo que ella no podría controlar.
Los demás dioses empezaron a preguntarse dónde estaba la verdadera Hera. La verdad se abría paso con cada segundo que pasaba, y Ares era el detonante.
—¡Ella no es nuestra diosa! —gritaban—. ¿Dónde está Hera?
Entonces vio la sonrisa cínica de Ares, reflejando la victoria y la inminente guerra que se produciría en el Olimpo en cuestión de segundos, a la vez que lo veía empuñar una espada y materializar una armadura en torno a su cuerpo. Sí, sin duda era el dios de la guerra. Zoe se giró hacia Hermes mientras veía cómo todo pasaba demasiado deprisa.
—Por favor. Mi hermana —suplicó.
Hermes lo entendió al instante y empezó a alejarse con Tatiana, a la vez que las palabas de Ares terminaban por comenzar la lucha entre dioses.
—Si una humana ha podido hacerse pasar todo este tiempo por Hera, es que ella tiene parte de su divinidad —exclamó.
Sin embargo, fue otro dios quien terminó lo que Ares había empezado.
—Eso querría decir que Hera esta...
Pero no hizo falta terminar la frase. Muerta, todo el mundo supo al instante que Hera estaba muerta.
Y de este modo comenzó la guerra.
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