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Capítulo XXIII

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Zoe con un leve temblor en la voz—. Ellas ya se han ido...

Zeus se volvió, pero no los miró a los ojos a ninguno de los dos. Su expresión era seria, y toda la ternura que podría haberle parecido a Zoe que albergaba se había esfumado por completo. Volvía a ser el dios letal, egoísta y autoritario que siempre había sido, y eso solo podía significar que la situación era bastante preocupante.

—Las esfinges deben estar a punto de llegar —murmuró, ignorando la pregunta de Zoe. Hermes se apartó un poco de ella, evitando a la vez que viera de nuevo la escena que tenían a su espalda.

—Las esfinges... ¿Quieres decir las que estaban luchando contra esos bichos que son mitad mujeres y mitad pájaros? —murmuró Zoe mientras miraba a Zeus.

—Tendrán que devolverlas a esta costa. Hablaré con Poseidón para que esté atento —dijo Zeus mirando a Hermes.

—Dijiste que mientras las sirenas estuvieran en tierra eran cosa tuya, no pensé que hablaríamos con Poseidón...

—¿Po... Poseidón...? ¿Ese no es un dios bastante importante? —dijo Zoe. intentando entrar en la conversación.

—Tenemos que advertirle que vamos a regresarlas al mar. Por desgracia, él es el único que puede devolverlas a su naturaleza.

La voz helada de Zeus hizo que Zoe dejara de mirarle. Ninguno de los dos parecía entender sus preocupaciones. ¿Cómo iba a seguir siendo Hera si permitía que la ignorasen? Daba igual cuánto se esforzara. La descubrirían, y con ello el mundo se vería arrastrado hacia una guerra de dioses que lo consumiría hasta los cimientos.

—Tendrás que advertirle también que serán las esfinges quienes las lleven de vuelta. Si no quieres que las mate a todas, claro —dijo Hermes, dejando a Zoe oculta detrás de él.

—Escuchad, creo que no habéis pensado que...

—Por eso estoy esperando a que venga. Quiero que tengan claro que esto es algo que debe hacerse. Todos los dioses del Olimpo, incluso los gigantes, están ayudando contra esta amenaza —la interrumpió Zeus.

—Pero... —intentó Zoe de nuevo.

—Se trata de Poseidón, sabes que no se rige por esas reglas.

—Pues tendrá que hacerlo —replicó Zeus con firmeza.

—Podéis escucharme un momen...

—¿Y si no lo hace? —inquirió Hermes.

—Pues...

—¡Maldita sea, queréis escucharme de una vez! —gritó Zoe, haciendo que ambos se giraran hacia ella.

Sus mejillas estaban rojas por la ira. Su cuerpo se había tensado, incapaz de retener la rabia que vibraba en su interior. Odiaba que la ignorasen, pero al margen de eso lo que en realidad odiaba era el miedo que sentía. Miedo a no saber hacer su papel. Y parecía más que evidente que no lo lograría. No si seguían considerándola una humana aquellos que querían que fuera una diosa.

—Me habéis traído hasta aquí montada en un animal enorme que le ha dado por descender en picado. Y eso solo después de despertarme con una resaca que no había sufrido en mi vida. Luego me traéis aquí, me hacéis ver lo que hacen las sirenas y decidís por vuestra cuenta hablar con un dios que se supone que al verme va a pensar que soy la verdadera Hera. —Su voz fue subiendo a medida que iba hablando. Tenía los puños cerrados y la atención centrada en Hermes y Zeus—. ¡Se supone que soy una diosa y me estáis tratando como a una humana! Si vosotros no sois capaces de tomarme en consideración como diosa, ¿cómo van a hacerlo los demás? ¿Habéis pensado en lo que ocurrirá cuando Poseidón me vea? ¿Vais a arriesgaros a que esté aquí y me descubra? ¿Pensáis en serio que estoy preparada para enfrentarme a un dios de esa categoría después de descender en picado desde el Olimpo montada en un enorme grifo?

Ninguno de los dos se había atrevido a abrir la boca, algo irónico dado que uno de ellos era el poderoso Zeus. La joven los miraba con el ceño fruncido, alterada, mezclando el enfado con el miedo. Hermes se giró hacia el dios del Olimpo con una sonrisa en los labios, y este dejó escapar una pequeña risa para volver a ponerse serio al instante.

—Sí —dijeron a la vez. Zoe los miró con la boca abierta y los ojos dilatados.

—Estáis locos —dijo incrédula, alzando los brazos y gesticulando—. Han perdido la cabeza. Esto es una locura. Voy a morir... —murmuraba para sí.

Hermes se aproximó a ella y la obligó a girarse, mientras Zeus la miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Hera no era civilizada en absoluto, era autoritaria y tenía muy mal humor. Solía contestar de este modo a los demás dioses, o bien demostraba indiferencia. Guarda esa furia en tu interior y deja que se refleje en tus ojos. Piensa en las sirenas, en lo que han hecho, piensa en el grifo que te ha hecho pasar tanto miedo. Cualquier cosa que te enfurezca será válida —la aconsejó Hermes con voz tranquila.

—Si quieres puedo ayudarte, parece que se me da bastante bien enfurecerte —apuntó Zeus sin cambiar su expresión.

Aunque parecía una broma, Zoe estaba intrigada. Zeus parecía estar... ¿enfadado? O tal vez sabía que no saber qué le ocurría la enfurecía más de lo que lo había hecho el grifo. Sí, tenía que ser eso.

—Espera... ¿Queréis decir que esto, todo lo que habéis hecho era... era para enfurecerme? —preguntó incrédula.

—Y parece que ha funcionado —Hermes esbozó una sonrisa. Luego relajó la postura—. Verás, Zoe, no pretendemos que aprendas a comportarte como una diosa de la noche a la mañana. Sería inútil y frustrante, porque ni en mil años aprenderías a ser como Hera.

—Vaya, gracias —murmuró Zoe irónicamente.

—No, no. No tienes que ofenderte. No es malo, en realidad, es lo que pretendemos —puntualizó Hermes, confundiéndola por completo.

—¿Pretendéis que no sea como ella? —consultó. En esta ocasión, sin embargo, fue Zeus quien contestó.

—Pretendemos que los dioses no te maten. Aquí, Hermes, creyó que si eras un poco de ambas al final los dioses no pensarían que no eres Hera por comportarte como Zoe.

Zoe abrió los ojos y miró a Hermes. Entonces recordó algo que le había dicho él no hacía mucho, logrando que sospechara que pretendía convertirla en la sustituta permanente de Hera, lo que significaba que cuando todo esto terminara no podría regresar a casa. Nunca más volvería a ver a su hermana... a su única familia. Aunque había aceptado ese hecho porque pensaba que iba a morir, nunca habría creído que tendría que seguir fingiendo ser alguien que no era por el resto de la eternidad. Lo que la llevó a preguntarse...

—Pretendéis hacerme inmortal cuando todo esto termine, ¿no? Queréis que sea la sustituta de Hera para siempre —afirmó, mirando hacia la nada.

—Me parece que no era el momento para sacar este tema —dijo Zeus con rotundidad.

Zoe no supo si lo decía para ella, para Hermes o en general. No le importaba, había recibido la respuesta sin que nadie contestara a su pregunta.

—No —Hermes la miró incrédulo. Por contra, Zeus no parecía sorprendido con su reacción—. No. ¡No! —gritó alzando la cabeza de golpe.

—No puedes decir que no. Es lo correcto, aceptaste el trato y...

—¡No! ¡Lo único que acepté fue hacerme pasar por Hera, no sustituirla para siempre! ¡No pienso pasarme una eternidad fingiendo ser alguien que no soy! Es más, ¡no quiero ser inmortal! —dijo Zoe indignada.

Hermes tenía los ojos abiertos de par en par, intentando entender sus palabras. Por otro lado, Zeus parecía tranquilo cruzado de brazos, observando la escena.

—No es momento para pensar eso. Tienes que concentrarte, lo verás de otro modo cuando todo termine y...

—¡De ninguna manera! ¿Sabéis qué? Me he equivocado, no sirvo para esto. Buscad a otra que lo haga, ¡yo paso! Si queréis, matadme ahora, pero no pienso seguir con esto —gritó, dándose la vuelta para marcharse.

Evitando mirar la masacre, empezó a caminar deprisa hacia el poblado, hacia cualquier sitio, cualquiera que estuviera lejos de allí. Se había equivocado, jamás sería lo suficiente buena para fingir ser una diosa. No era nadie, ni siquiera era alguien siendo ella misma. Nunca sería capaz de hacer nada.

—¡No puedes irte así, sin más! —gritó Hermes acercándose a ella. No se detuvo—. ¡Maldita sea, Hera, vuelve!

Zoe se quedó quieta al instante. ¿Cómo la había llamado? Se giró para mirarle. Al parecer él también se había dado cuenta de su error, porque estaba quieto, con la disculpa a punto de salir de sus labios. Aunque pareció arrepentirse antes de decir nada porque agachó la cabeza, avergonzado.

Hermes esperaba que dijese algo, que le gritara, que se enfadara... Pero no ocurrió nada. Zoe parecía haberse quedado sin palabras, y con el rostro helado se dio la vuelta y se marchó. Aunque habría querido seguirla, no pudo. Él también se había quedado congelado, incapaz de hacer nada más que mirar cómo se alejaba.

Zeus también la observó marcharse, perdiéndose entre las calles del pueblo de Olinto. Luego se dirigió a Hermes.

—No digas nada —logró decir el dios mensajero antes de que se le ocurriera abrir la boca. Esa debía ser la primera vez que le hablaba de ese modo, y eso lo sorprendió.

—No iba a decir nada —contestó, encogiéndose de hombros—. Creo que cualquier cosa que pueda decir ya la sabes.

Hermes suspiró y relajó la mirada. Ya no parecía enfadado o frustrado, por el contrario, estaba triste y, sobre todo, arrepentido. Miró a Zeus levantando la cabeza y sonrió con tristeza.

—La he fastidiado, ¿eh? —dijo. Zeus miró por donde se había ido la joven y luego hacia el mar, un mar que empezaba a embravecerse.

—Poseidón está al caer —comentó ignorando su comentario—. Busca a la joven y llévatela a algún lugar seguro. Al final del día nos encontraremos en el Monte Olimpo. Yo me ocuparé de Poseidón y las esfinges. 

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