Capítulo XXI
Tarragona, actualidad
El reloj marcó las doce menos veinte.
Hay ocasiones en las que te ves obligado a decir cosas que no quieres decir con tal de obtener el resultado que deseas. Y ciertamente, esas ocasiones suelen presentarse muy a menudo a lo largo de la vida.
Con una carpeta en la mano, una mochila en el hombro y una sonrisa que pretendía ser amistosa, Tatiana Vinarós se disponía a lograr entrar en la sección privada del Archivo Histórico Municipal de Tarragona. Según tenía entendido, en esa sección guardaban documentos privados sobre gente que había vivido en la ciudad y pueblos que la rodeaban. Con un poco de suerte, si lograba que ese hombre la dejase entrar, encontraría algo referente a la gente con la que actualmente vivía.
Había pasado un mes desde la extraña llamada de su hermana, y también había pasado un mes desde la última vez que la vio. Como los señores Gracia aseguraban que Zoe estaba bien y no tenía ningún modo de corroborarlo, tampoco había podido hacer nada para denunciar una desaparición que no se había producido. Sin embargo, Tatiana conocía muy bien a su hermana, y sabía que Zoe no desaparecería y la abandonaría a su suerte así como así.
Había empezado a investigar a sus tutores legales desde el día que habló por última vez con su hermana mayor. Por desgracia, por internet no había encontrado nada, y en la sección de archivos menos. Tampoco había nada sobre Daniel, el tío bueno que había querido hablar con su hermana a solas y el cual tampoco había vuelto a ver desde ese día. Tenía la certeza de que tenía algo que ver con la supuesta desaparición de su hermana, a pesar de que la Señora Vinarós, la esposa del Señor Gracia, aseguraba que su hijo pasaba mucho más tiempo fuera de casa que dentro y que tenía una residencia fuera de la ciudad.
—Lo lamento. No está permitido ver los archivos privados —dijo el muchacho de seguridad sin mirarla. Tatiana se recolocó la mochila y frunció el ceño, para luego suavizarlo cuando el tipo de seguridad la miró a los ojos.
—¿Por qué hay una sección con archivos si nadie puede verlos? ¿No cree que es absurdo tener esa sección supuestamente privada si nadie puede aprovecharse de la información que contiene?
El hombre de seguridad la miró con suspicacia. La joven se caracterizaba por ser una rebelde sin causa y una vaga en lo referente a los estudios, lo cual no significaba que no fuera lista.
—Eso no es asunto mío. Los archivos son privados, eso es lo único que importa.
—Sí, eso lo entiendo, de verdad, pero he buscado en todas partes y no he encontrado nada, es el único sitio donde me queda por mirar. ¿Qué sugieres que haga? ¿Existe algún modo de encontrar lo que busco?
El joven alzó una ceja, intentando decidir si ayudarla o no.
—En los ordenadores también hay archivos que pueden ser de utilidad. ¿Lo has mirado?
—¿Te refieres al buscador? Claro, por eso mismo estoy aquí.
El muchacho suspiró.
—Lo siento, pero no puedo hacer nada. Necesito este trabajo, y no puedo arriesgarme a que me despidan.
Tatiana empezaba a estar harta. Sabía que había algo ahí dentro, un modo de saber a lo que se enfrentaba. Los documentos de los Gracia, por alguna extraña razón, estaban guardados en ese archivador privado. Alguien se había tomado muchas molestias en que no se supiera nada de ellos. Y Tatiana estaba dispuesta a saber por qué.
—De acuerdo. Supongo que no tengo otra opción... —murmuró mientras pensaba deprisa. El joven pareció picar el anzuelo.
—No conseguirás entrar —sentenció. Tatiana suspiró, fingiendo pesar y cierta vergüenza.
—¿No te has preguntado por qué estaba este puesto libre? —el joven alzó una ceja, y supo que esperaba que siguiera hablando a pesar de fingir desinterés—. Digamos que pillaron al de seguridad fuera de su puesto, más concretamente en el interior de ese archivador privado. Lo despidieron porque lo encontraron enrollándose con una chica entre las estanterías de los documentos.
El muchacho abrió los ojos de par en par.
—¿Cómo sabes eso?
Tatiana enrojeció.
—Bueno... Lo sé de primera mano... —aseguró. El muchacho pareció entenderlo—. Y la verdad es que dejé olvidada mi cartera, con el DNI, entre otras tarjetas, ahí dentro —murmuró señalando avergonzada el archivador—. No me interesan en absoluto esos documentos, de verdad. Pero sería genial poder recuperar mi cartera antes de que alguien la encuentre y sepa quién era la chica con la que... bueno, ya sabes.
Por supuesto, Tatiana no se había arriesgado a mentir sobre ese rumor. Muchos lo sabían, y todos aseguraban no saber quién era la chica misteriosa. Al asumir ese papel, Tatiana se arriesgaba a que la noticia falsa se corriera, pero necesitaba entrar allí dentro como fuera, a pesar de las consecuencias.
—¿Lo dices en serio? —el joven parecía sorprendido—. Si quieres, puedo recuperarla yo si me dices donde la dejaste.
—¿No te buscarás un problema si dejas tu puesto? Yo no tardaría nada. Además, no me sé este sitio de memoria. Estaba demasiado... ocupada como para poder describirte el sitio exacto —Tatiana dejó escapar una risa avergonzada que consideró que le había quedado especialmente bien.
—No puedo dejar que entres sola, debería acompañarte —Tatiana supo en ese instante que tenía la discusión ganada.
—Claro, aunque después de la experiencia anterior, no sé si sería buena idea que te encontraran ahí adentro conmigo, ¿no crees?
El muchacho parecía debatirse entre su responsabilidad y la discreción de la joven. Tatiana lo vio dudar una vez más antes de que suspirara y señalara el archivador.
—Ve, pero rápido. No quiero buscarme problemas.
Tatiana sonrió avergonzada y le dio las gracias.
—Será un momento.
El interior del archivo privado era igual que el público. Estanterías y más estanterías, y cajones y más cajones. Buscó a toda prisa la letra «G», intentando encontrar el apellido de los Gracia en ese galimatías. Según el ordenador, existían documentos, solo tenía que encontrarlos.
Cuando llegó a la sílaba «GRA», Tatiana descubrió que había por lo menos cincuenta archivos con el apellido Gracia. Maldijo su suerte, buscando sin perder tiempo alguna referencia con los «Vinarós». Y la encontró. Un archivo entero entre los cincuenta Gracias que había en esa sección. Lo extrajo de la estantería con cuidado, dándose cuenta de que iba unido a una carpeta de los Gracia. Abrió esta última para verificar la procedencia cuando escuchó la voz del joven de seguridad pidiéndole que se diera prisa.
—¡Ya estoy! Acabo de encontrarla —aseguró. Volvió la mirada un instante a los archivos, y abrió los ojos de par en par cuando vio el contenido del documento—. No puede ser... —susurró para sí.
Tan deprisa como fue capaz, se guardó las carpetas en la mochila y extrajo su cartera, o dicho de otro modo; su coartada.
Se dirigió a la puerta a paso ligero, se detuvo un instante para mostrársela al muchacho y la guardo en el bolsillo de su chaqueta en un gesto casual.
—La encontré —aseguró—. Muchas gracias por la discreción. Siento las molestias, esto habría sido muy vergonzoso.
El joven sonrió por primera vez desde que se presentó delante del archivador. Y sin perder más el tiempo, Tatiana se dio la vuelta dispuesta a marcharse.
—¡Espera!
Tatiana se detuvo, sintiendo huir la sangre del rostro temiendo haber sido descubierta. Si le pedía que abriese la mochila, estaría perdida.
—¿Sí? —preguntó dándose la vuelta. El joven seguía manteniendo la sonrisa.
—No me has dicho tu nombre.
Tatiana suspiró.
—No creo que sea buena idea después de lo que te he contado, ¿no crees?
El muchacho se encogió de hombros.
—No me favorecería explicarlo, no debería haberte dejado entrar.
Tatiana sonrió.
—Cierto.
Antes de que pudiera añadir nada más, salió del Archivador Municipal prácticamente corriendo. Con un poco de suerte, no volvería a tropezarse con ese tipo nunca más.
Asegurando la mochila sobre su hombro, se dirigió de nuevo al instituto, luego ya se preocuparía por los documentos.
Mientras se alejaba por la calle, el reloj marcó las doce en punto.
***
Tatiana se encontraba en clase minutos después de salir del Archivador Municipal. Historia. No le gustaba especialmente, sobre todo con el profesor que tenían. Por esa razón no había prestado atención en las dos horas que llevaba sentada en la última fila. En lugar de eso, estaba estudiando otro tipo de historia. Una que relacionaba su familia con los Gracia y con, curiosamente, Daniel, el hijo de la familia con la que vivía ahora.
—Tati... Tati... —escuchó que murmuraba alguien a su lado. Se dio la vuelta para encontrarse con el rostro de Nuria, una chica de su clase—. ¿Puedes quedar esta tarde?
—No lo creo. Mis lo que sean, esperan que llegue puntual —contestó, haciendo rodar los ojos ante lo absurdas que sonaban sus propias palabras—. Lo siento.
Nuria hizo un gesto con la mano y sonrió.
― No te preocupes, en realidad no haremos gran cosa. Pero podrías decirles que mañana o pasado tienes un trabajo de grupo, de ese modo te dejarían salir.
Tatiana lo pensó un instante. Sí, era tentador. Y lo habría hecho de no ser por lo que intentaba investigar. Su hermana era más importante que salir y tener amigos. Si algo le había ocurrido, jamás se lo perdonaría. No estaba para fiestas.
― Tienen más contactos de los que crees, Nuri. Te aseguro que no se les puede tomar el pelo. Créeme, lo he intentado. ―Nuria se encogió de hombros y volvió a prestar atención a la clase. Tatiana, por el contrario, se concentró en la fotografía que había tenido entre las manos cuando Nuria había llamado su atención.
En realidad era mentira. No lo había intentado, y si lo hubiese hecho los habría engañado sin lugar a dudas. Era buena engañando y haciendo creer a la gente lo que ella quería que creyesen, así que no dudaba ni por un instante que si hubiese querido salir lo habría podido hacer.
La fotografía que tenía entre sus manos era de hacía unos veinte o treinta años. En ella aparecían sus padres y los Gracia muy jovencitos. Sin embargo, eso no era lo curioso, lo extraño era que en la imagen salía un hombre que era imposible que pudiera estar allí. Sentado en un taburete del bar restaurante donde habían ido a comer, vuelto un poco observando las dos parejas atentamente, peinado y vestido acorde a los años ochenta, había un hombre que identificó al instante. Era imposible que ese fuese Daniel, pero si no lo era se le parecía muchísimo. Habría pensado que era casualidad que saliera en la fotografía alguien que se parecía tanto al hijo de los Gracia, pero no era la única. Había como diez o quince fotografías más en las que también aparecía. Siempre en una esquina, por detrás. No tenía ni idea de por qué estaban esas fotografías allí, mucho menos por qué habían sido archivadas. Sin embargo, fuera por la razón que fuese, era como si...
― Es... como si los siguiera... ―murmuró con apenas voz. Sin embargo, al estar la clase en completo silencio, la nota expresada en voz alta se escuchó más de lo que en un principio pretendía.
― Señorita Vinarós, ¿algo que objetar sobre la guerra de sucesión? ―dijo el profesor justo delante de ella. Gracias a Dios, los archivos estaban bien ocultos en el cajón de su pupitre.
― No, claro que no ―dijo Tatiana con una sonrisa forzada. El profesó la miró por un instante y volvió a dirigirse a la clase.
― Intenta prestar atención, o te costará aprobar el examen de la semana que viene ―puntualizó para luego seguir explicando la guerra de sucesión al resto de la clase.
Tatiana suspiró y decidió guardar los archivos y mirarlos más tarde. Al fin y al cabo, mejor no tentar a la suerte dos veces.
La hora terminó y salió del instituto casi a la carrera. Intentó no pararse con nadie para hablar, de ese modo tendría tiempo suficiente para revisar los archivos a fondo. Los Gracia siempre le daban unos veinte minutos de margen, contando que se pararía a hablar con sus amigos y que tendría que esperar el autobús que pasaba a y media. Por lo que tenía media hora larga para revisar los archivos y pensar dónde guardarlos.
Llegó a la parada de buses y se sentó en uno de los bancos. Al parecer había llegado muy pronto, porque no había nadie. Como era un autobús que solían coger los estudiantes y eran las dos, los que lo cogían todavía no habían llegado. Sobre todo teniendo en cuenta que salía dentro de media hora.
Abrió la mochila con agilidad y extrajo los archivos. Había varios documentos de nacionalidad. Su madre había tenido que hacer algunos trámites que pasaron a ser archivados, y al parecer olvidados. En ellos ponía su nacionalidad Italiana y un documento adjunto con su árbol genealógico. Pasó las páginas observando recortes de diarios. Al parecer había trabajado en varias editoriales y había escrito un libro titulado; Los sueños que nacen. Tatiana frunció el ceño extrañada, pues no sabía que su madre hubiese escrito un libro. En la fotografía del recorte de diario estaba ella en blanco y negro con el libro entre las manos. Sus ojos denotaban ilusión y orgullo, era la misma sonrisa que esbozaba cuando la miraba a ella o a su hermana. Unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos al recordar aquello. La extrañaba tanto... les extrañaba a ambos. Y ahora que su hermana había desaparecido...
― ¿Por qué una niña tan bonita oculta esos bellos ojos con lágrimas?
Tatiana se sobresaltó al escuchar el sonido de aquella voz. Se dio la vuelta ocultando como pudo los papeles entre sus manos. Era un joven de la edad de su hermana, alto, guapo... realmente guapo. Aunque...
― ¿Qué haces aquí? ―dijo Tatiana frunciendo el ceño al reconocerle―. Ya no vivo con mi hermana. Márchate ―le espetó volviéndose dispuesta a ignorarle.
Por el contrario, el joven se sentó a su lado sin inmutarse por la brusquedad de su afirmación.
― No quería preguntarte por tu hermana.
― Estoy esperando el bus. Que yo sepa no tienes necesidad de cogerlo ―Luego se volvió hacia él con la molestia teñida en la mirada―. No me caes bien, no te caigo bien. ¿Por qué no dejas de fingir y te largas?
El joven chasqueó la lengua y se apoyó sobre sus manos en el asiento.
― Eres una maleducada ―la reprochó con una sonrisa cargada de malas intenciones―. Pero... por hoy pasa. ¿Sabes por qué? ―dijo enigmáticamente.
Tatiana suspiró con cansancio y le siguió el juego.
― ¿Por qué?
― Porque gracias a ti voy a ganar. ― Tatiana miró al hombre con el ceño fruncido.
― Si te has vuelto a pelear con mi hermana, no es mi problema. No voy a ayudarte ―le dijo con desdén.
Él la miró un instante y no pudo contener la risa.
― ¡Oh, no te preocupes! Tu hermana es el menor de tus problemas, créeme. No quiero que me ayudes con eso. ―Tatiana lo miró de reojo sin dejar de fruncir el ceño.
― ¿Entonces, qué quieres? ―Él esbozó una sonrisa de medio lado y se abalanzó sobre ella mientras le tapaba la boca haciendo que se desmayara al instante.
― A ti... ―murmuró mientras desaparecía de la estación de buses conTatiana entre sus brazos.
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