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Capítulo X

—Intenta no pensar en voz alta.

La afirmación había sido totalmente inesperada. Cuando Hermes se acercó a las ninfas para decirles algo que no pudo oír, ella optó por regresar donde había estado sentada antes de que Hermes apareciese, y así recoger el libro. Aunque el volumen la había ayudado en la teoría y las ninfas la habían instruido en ciertos aspectos, dudaba que le fuera de mucha más utilidad. No le iba a servir de nada ese libro si Hermes no le enseñaba cómo debía proceder. La relación entre los Dioses era una cosa, pero el modo en que actuaban entre ellos era otra muy distinta. Para poder ser una Diosa primero tendría que aprender a comportarse como tal.

—¿Qué quieres decir con pensar en voz alta?

Seguramente era ese el motivo por el que la había llevado corriendo hacia el árbol sagrado. Su árbol. De algún modo, había cortado completamente la conexión con Zeus. Los había puesto a salvo.

—Cuando te reíste de ese modo fue de un pensamiento. De un recuerdo. Cuando los Dioses piensan en voz alta, Zeus puede captar mejor sus emociones. Por esa razón Hera se mostraba tan fría. No quería que su marido supiese sus puntos débiles al percibir sus sentimientos cuando ella los expresaba en voz alta. 

Zoe llegó a la conclusión de que no había terminado de entender lo que Hermes le estaba contando. ¿Qué significaba eso de no expresar emociones en voz alta? Era humana a pesar de que él insistiera que fuera lo contrario, las emociones formaban parte de su vida. ¿Cómo podría detenerlas para no delatarse? Era simplemente imposible.

—No sé cómo lo hacen los Dioses, pero aquí, los humanos, no podemos controlar las emociones. Y yo, a pesar de todo, sigo siendo humana. 

Con el libro rojo ya en las manos y Hermes a su lado, se dispuso a guardarlo en la corteza de un árbol para que quedara oculto y seguro. 

—Lo sé. No te preocupes, lo único que estoy diciendo es que vigiles lo que dices o haces cuando exteriorizas tus emociones. Los Dioses también sentimos, esa habilidad no es solamente humana. ¿Cómo crees si no que hemos alimentado tanto las leyendas? Lo que quiero decir es que hay ciertas emociones, como cuando te reíste antes, que son más perceptivas. Crean una especie de eco que llega directamente a los oídos de Zeus.

Zoe enarcó una ceja y se cruzó de brazos.

—¿Me estás diciendo que mi risa crea una especie de vínculo? —La pregunta fue tan surrealista que se preguntó si la confusión y la incertidumbre también harían eco. 

—Hay emociones en los Dioses, muy pocas, que crean ciertos ecos. No sé cómo explicarlo de un modo que lo entiendas. —Hermes lo meditó unos segundos antes de proseguir—. Las emociones que los Dioses expresan son siempre negativas, o interesadas. Es decir, que la alegría que destilaba tu risa tiene más poder que los gritos que dan los dioses para destruirse mutuamente. Están acostumbrados a la ira y al rencor. La alegría es algo nuevo que puede crear vínculos —Hizo una pausa mientras andaba hacia un lugar apartado donde no había un solo árbol—. Los Dioses que han encontrado la felicidad entienden cómo es ese vínculo.

—¿Te englobas entre ellos? —preguntó sin pensar.

Cuando Hermes congeló su expresión sin dirigirle la mirada, supo que no era así. Al parecer, esos ecos de los que hablaba debían ser poco frecuentes. Debió aterrarle escuchar esa risa alegre que ella había emitido y que se había oído tan bien y tan fuerte. Incluso ella se asustó al escucharla. Así que debía intentar contener las emociones positivas, al menos exteriormente.

—Es posible que no pueda acompañarte todo el rato —dijo después de unos segundos.

Zoe lo miró con el miedo reflejado en los ojos. ¿Se iban? ¿Ya? ¿Tan pronto?

—¿Dónde vamos?

—No puedo retrasarlo más. No estás preparada, no voy a mentirte, pero no lo estarás más por esperar más tiempo. Cada segundo que pasas aquí sin mostrarte ante los Dioses, o al menos ante Zeus, creas más sospechas. Si pasas más tiempo aquí, la prueba será más complicada. Si lo hacemos ahora nadie va a poner en duda quién eres, te lo aseguro. Solo tienes que comportarte...

—... como una Diosa. ¿Sabes? Me parece que es precisamente ese punto el mayor de mis problemas. —Hermes sonrió.

—Tranquila, lo peor que puede ocurrir es que el mundo se acabe. —Zoe se volvió blanca como el mármol ante esa idea.

—Me parece que la palabra tranquila no funciona demasiado bien con el resto de la frase.

Antes de que pudiera quejarse o decir nada más, Hermes la había cogido de nuevo y habían desaparecido del jardín de las Hespérides. No estaba segura de que el miedo fuera una emoción que pudiera crear un eco. De lo que sí estaba segura era que el pequeño gemido de terror que había emitido al comprender que estaban en marcha, jamás lo podría haber reprimido.

Olimpo,

La brisa marina levantaba suavemente la arena de una extensa playa. El sol del atardecer iluminaba las olas mientras un cuerpo desnudo era envuelto por el agua salada. Sus ojos cerrados descansaban de la luz solar, y su cuerpo estirado sobre la arena era la auténtica visión del pecado.

Al llegar, ella fue lo primero que vio. Esbozó una tenue sonrisa torcida y avanzó con cuidado por la arena virgen. Ella no se movió, permaneció quieta hasta que sus pasos se detuvieron a escasos centímetros de su cuerpo. No fue hasta entonces que abrió los ojos y se incorporó con una lentitud perfecta, con movimientos extremadamente calculados pero naturales. Su cabello dorado y rizado quedó esparcido por su espalda y pecho, ocultándolo.  Sus ojos azules y profundos como el mar se alzaron, mirando al intruso directamente. Su piel suave y brillante como la seda de curvas perfectas, relució con cada destello de sol del atardecer. Era una mujer preciosa. ¿Qué menos para la Diosa del amor; Afrodita?

La mujer esbozó una sonrisa torcida, calculadora, y supo que lo había estado esperando. En realidad, ya suponía que aguardaría su llegada, pues le había prometido que regresaría con noticias de Hera lo antes posible.

Afrodita chasqueó la lengua a la vez que terminaba de levantarse de la arena. Esta se había adherido en ciertos puntos de su cuerpo, y creaba una visión más tentadora de la Diosa. Su posición era relajada, pero su porte era tan estudiado que se hacía evidente que estaba acostumbrada a recibir todo tipo de atenciones.

—Has tardado —habló con voz aterciopelada.

—¿De veras? 

Ningún Dios era tan vanidoso como para hacerse el indiferente con ella, ninguno excepto aquel que había elegido como su amante: Ares. El Dios de la guerra era el más desagradable de los dioses, o eso se decía. No tenía amigos ni enemigos, solo rivales. Todo aquel que se interpusiera entre él y sus objetivos era un nuevo reto. No se tomaba nada en serio, todo lo hacía por diversión. Y todo el mundo aseguraba que Afrodita no era nada más que otro juguete con el que pasar el rato.

Por otro lado, Afrodita no era precisamente la más bondadosa de las Diosas. Muchos decían, después de descubrir el romance que ella y Ares compartían, que eran tal para cual. Mientras Ares competía por ser el más fuerte y poderoso, ella lo hacía para ser la más hermosa de todas. Por esa razón odiaba a Hera con todas sus fuerzas. No era de extrañar que ambos compartieran ese tipo de romance indiferente, que el hecho de ser rechazado en ciertos momentos fuera una nimiedad que ni siquiera consideraban como un ataque personal. Ares la utilizaba, Afrodita lo utilizaba. Por lo cual, no se sabía muy bien quién utilizaba realmente a quién. 

—Algunos Dioses murmuraban que habías empezado a cortejar a Hera, puesto que ambos habíais desaparecido —dijo Afrodita con evidente enfado—. No me gusta que nadie insinúe que un Dios que ha estado conmigo prefiera antes a Hera que a mí, ni siquiera aunque sea un rumor. Sabes que ella es...

—Humana. 

La inminente afirmación hizo callar a Afrodita al instante. Frunció un poco el ceño a la vez que chasqueaba los dedos para hacer desaparecer la playa y cambiarla por un precioso templo griego completamente blanco. La Diosa ya no iba desnuda, sin embargo, llevaba puesto un manto de seda tan liviano que no suponía demasiada diferencia.

El cambio de Afrodita, tanto de humor como de espacio, no había alterado la postura de Ares. Estaba completamente acostumbrado a que la Diosa expresara sus emociones con su entorno, y también a encontrarla en su templo sin mucha ropa encima. No obstante, aunque fuese completamente desnuda, cada vez que él se acercaba a ella tenía que ingeniárselas para poder conquistarla. Tal vez era esa la razón por la que todavía no se había cansado de ella.

—¿Humana? ¿Cómo que humana?

Ares se encogió de hombros y empezó a sentarse al mismo tiempo que hacía aparecer un trono lleno de cojines blancos. Se acomodó en él sin dejar de mirar esos ojos azules y profundos como el mismísimo mar del que había nacido.

Aunque algunos aseguraban que surgió de la espuma marina, sus ojos eran un reflejo del océano. No muchos lo defendían, pero Ares sabía que ella procedía de las profundidades del mar, y que Poseidón la ayudó a salir a la superficie. De ese modo, los Dioses la encontraron enredada entre la espuma. La razón por la que había creído siempre en ello fue porque Poseidón era el único que no la despreciaba después de que los Dioses descubrieran que había sido infiel a su esposo: Hefesto. El pobre era tan feo —había pensado Ares—, que no entendía cómo la Diosa pudo casarse con él. Por mucho que la obligaran a ello. 

—Como te dije cuando vi a Hermes ir en busca de Kayros, supe que algo gordo tramaba. Tuve razón. Hera ha muerto —respondió con una sonrisa de medio lado.

Kayros era el Dios más importante que existía. Muchos sabían que su simple nombre podría suponer la extinción del mundo entero. Su divinidad englobaba todas las divinidades. Era tanto Zeus, como Atenea. Incluso como Cronos, padre de Zeus. Se decía que si alguien requería su ayuda era porque lo que había ocurrido era digno de una catástrofe. Según lo que los mismos Dioses aseguraban —incluido el orgulloso Zeus—, Kayros sería el rey del mundo de los Dioses si este hubiese querido. No obstante, el Dios prefería mantenerse al margen de todo. 

—Pero... acabas de decir que Hera es humana.

—Y lo es. Hermes le pidió a Kayros que le prestara un poco de su elixir del tiempo para ir hacia el futuro y poder regresar —Afrodita, por primera vez desde que la conocía, abrió la boca de un modo poco sensual.

Kayros poseía muchos poderes, pero sobre todo era considerado Dios del tiempo y las estaciones. Podía controlarlo a su antojo. De hecho, con un poco de su elixir, cualquiera, Dios, humano o bestia, podría ir hacia delante y hacia atrás en el tiempo a placer. No obstante, había un límite dependiendo de la cantidad. Una gota, un viaje. Por lo que Kayros le había ofrecido a Hermes dos gotas para él, una para ir y otra para regresar. Y seguramente otra más para la intrusa.

—¿Por qué iba a pedirle eso sabiendo el precio que tendría que pagar?

Los Dioses no eran conocidos por su generosidad incondicional, todos los que ofrecían un favor tenían que recibir algo a cambio. Cuando se trataba de un humano, usualmente era su alma. En el caso de que el trato fuese entre Dioses, el pacto podía variar dependiendo de las preferencias del Dios al que se pedía dicho favor. 

El precio que Kayros pedía a cambio de sus favores era la divinidad. Por esa razón, los Dioses se lo pensaban dos veces antes de acudir a él. Dado que Kayros adoraba su intimidad, era perfectamente razonable que su condición fuese un precio tan elevado que pocos se atrevían a pedirle nada.

—Porque no iba a pedirle un favor, sino que se hiciese un favor —Afrodita volvió a enarcar una ceja.

Sus movimientos fluidos empezaban a ser nerviosos. Paseando de un lado a otro en un incansable baile.

—Eso no tiene ningún sentido. Kayros no es tan estúpido. —De repente, se paró en seco y se volvió hacia él. Con una mirada furiosa, lo amenazó cogiendo al Dios por el cuello e instándolo a levantarse de su cómoda posición. Ares no se lo impidió—. Escúpelo de una vez, Ares. ¡Odio que te vayas por las ramas!

—Si me sueltas...

La Diosa lo miró con suspicacia durante unos instantes antes de soltarlo a regañadientes, sus ojos reflejaban un evidente deseo de terminar la faena y estrangularlo de verdad. Ares respiró con dificultad mientras con una mano se masajeaba distraídamente el cuello. La Diosa era realmente fuerte a pesar de su aspecto frágil.

—Hera murió el día que Paris y Helena perecieron en la guerra de Troya. Como me aseguraste, la divinidad de Hera había desaparecido durante la guerra, y Helena la mató como venganza por matar al hombre que amaba. Los humanos pueden asesinar en nombre de aquel a quien profesan su amor, lo cual demuestra que no son mucho más morales que nosotros en ciertas ocasiones. —El gruñido que escuchó procedente de la Diosa lo advirtió que fuera al grano. Tosió para aclararse la garganta—. No pude escuchar lo que Hera, en su lecho de muerte, le dijo a Hermes, pero sí lo que Hermes le dijo a Kayros cuando fue a verle.

Ares observó cómo Afrodita se apartaba de él para asimilar la información. O al menos eso es lo que pensó antes de que ella expusiera sus propias conjeturas.

—La muerte de un Dios, razón de más si se trata de Hera, puede causar una guerra en el Olimpo. Amenazó a Kayros con la guerra inminente si no lograba hacer creer a los Dioses que Hera seguía viva, ¿cierto?

Ares se sorprendió ante la certera deducción. Aunque, por otro lado, no era tampoco muy difícil haber llegado a esa conclusión. Si Hera había muerto, el único resultado sería una guerra que afectaría inevitablemente también a Kayros. Y el Dios no toleraba ningún contratiempo que violara su intimidad.

—Ya conoces a Kayros. Con saber que Hera había muerto y que la única solución era encontrar una sustituta para evitar la guerra, fue suficiente para que el Dios no se lo pensara dos veces en ayudar a Hermes y enviarlo al futuro.

La idea arrancó una carcajada a Afrodita. 

—¿Así que Kayros ha sido, por primera vez, flexible en su trato? —Cuando se giró y vio que Ares no daba señal alguna de compartir su diversión, emitió una segunda carcajada—.  ¿Y cuál es tu plan? A parte de hacerte con el Olimpo y desterrar a Zeus, claro.

Ares se acercó lentamente hacia ella mientras hacía desaparecer el trono donde había estado sentado hacía unos minutos. Sus cuerpos estaban a centímetros, y Afrodita no parecía querer apartarse. Le retaba con la mirada y Ares la mantenía fija en sus ojos azules.

—Destruir el mundo entero. —Afrodita alzó nuevamente una ceja ante esa idea.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —La sonrisa que Ares esbozó habría asustado al más valiente.

—¿Qué te parece haciendo que descubran a la impostora cuando todo el mundo crea que es realmente Hera?  

Afrodita alzó los brazos y le rodeó el cuello mientras entornaba los ojos.

—¿Así que... piensas quedarte no solo con el Olimpo, sino con el mundo entero? Tu ambición no tiene límites. 

Cuando la sujetó por la cintura pegándola a su cuerpo, Afrodita apenas protestó.

—Soy el Dios de la guerra, Amartía, Ambición es mi segundo nombre.

Afrodita acortó el poco espacio que había entre ellos y lo besó con pasión.

Sí. Afrodita era precisamente eso: Amartía, Pecado. Y sería la detonante de la destrucción del Olimpo.

Y del mundo entero.


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Otro más ^^ Ya se acerca el momento en el que Zoe se encontrará de cara con Zeus, uno de los problemas que más teme. ¿Qué os ha parecido? :)

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