Capítulo IV
Zoe había tenido que marcharse de esa casa. No era lo que quería. En realidad, se moría por volver y llevarse a su hermana fuese como fuese. Pero debía pensar con la cabeza. Si quería recuperarla legalmente y no convertirse en una fugitiva de la justicia, eran necesarios los pasos correctos. Y sin arriesgar la seguridad de su hermana, claro.
Había pedido despedirse de ella antes de marcharse. Aunque reacios a ello, pues iban a volver a verse y no iban a llevarse a su hermana a otro país o a la otra punta del mundo, le concedieron su petición.
Zoe la abrazó con fuerza, aprovechando para decirle en susurros que no se fiara del hijo de esa gente. Que se mantuviera todo lo alejada posible de él. Y que tuviera el teléfono cerca con el numero de emergencias a mano. Antes de llamarla a ella, que llamara al 112 inmediatamente. Tatiana quiso preguntar porque, pero el señor Gracia y su esposa aparecieron entonces impidiendo seguir con la conversación.
Zoe sabía que su hermana entendería por qué se lo había dicho. Algo había ocurrido mientras ella estaba a solas con el hijo de los Gracia. Y no debía ser algo bueno. Iba a estar atenta.
No se marchó a casa después, en realidad, fue directamente a la policía para contactar con los agentes de protección al menor y denunciar la situación.
Debería haberlo pensado mejor. En los archivos estaba apuntada su actitud respecto a los sucesos. Estuvo hablando con la agente, pero no tenían constancia de ningún inconveniente con la familia a la que su hermana había sido encomendada. De hecho, enfatizaron que eran muy cuidadosos con esos temas. Que, de haber tenido alguna duda sobre la corrección y legalidad de dicha familia, jamás le habrían entregado la custodia de una menor.
Zoe se sintió impotente cuando le dijeron que comprendían su preocupación, pero que su hermana estaría bien. Y podría seguir visitándola sin ningún problema. Como no habían tenido denuncias de un mal trato, no tenía prohibido visitarla. El único problema era que tenían constancia de que la niña pasaba mucho tiempo fuera de casa, faltaba al colegio y había repetido curso. No tenía un buen ambiente familiar, y eso atentaba contra sus necesidades básicas.
Zoe habría querido reírse en la cara de la agente. ¡Por supuesto que no había un buen ambiente familiar! ¡Sus padres habían muerto! Y ella tenía veinticinco años, tenía una carrera y nadie quería contratarla por un sueldo que pudiera solventar todos sus gastos. Decían que era joven y tenía una carrera. Que no podían fiarse de que no los dejara a la estacada por un trabajo mejor a la primera de cambio. Nadie veía las dificultades económicas que tenía. Nadie veía que estaba haciendo todo lo posible por sacar su vida y la de su hermana adelante. ¡Nadie!
Como reírse sería contraproducente, se marchó antes de terminar perdiendo el derecho a visitas.
Encontraría otro modo. Solo esperaba que Tatiana no se viera obligada a llamar al 112 antes de lograrlo. Esperaba que la situación se arreglara antes de que sufriera consecuencias irreversibles.
Cuando llegó a casa su inquietud no había menguado. Se sentía incapaz de hacer nada más. Agotada de luchar todos los días. Agotada de ver que todos sus esfuerzos no servían para nada.
Miró el retrato de sus padres en el recibidor, y por primera vez lo arrancó del sitio y los miró con los ojos llenos de furia. Estaba enfadada. Muy enfadada con ellos. ¿Cómo habían podido marcharse así? ¿Cómo habían podido dejarla sola? ¿Cómo habían permitido que una familia así se quedara con su hermana? ¡Una familia con la que habían perdido el contacto hacía años! ¡Por dios! ¿En qué estaban pensando?
No se vio capaz de seguir mirando la cara de sus padres inmortalizada en esa foto para siempre. La guardó en un cajón. Por primera vez, recordar a sus padres era más doloroso que el temor a olvidarlos.
Se dirigió a su habitación, evitando encender las luces, y permaneció allí plantada unos minutos. Lágrimas silenciosas empezaron a rodar por sus mejillas. No había estado preparada para la muerte de sus padres, mucho menos para ocuparse de una casa y una adolescente mientras estudiaba una carrera de educación infantil en la universidad. Y tampoco lo estaba ahora para perder a la única familia que le quedaba. Preocupándose por la posibilidad de que la gente con la que había ido a vivir fueran unos psicópatas.
Mientras miraba su habitación borrosa por las lágrimas, Zoe escuchó un ruido que provenía del comedor. Se limpió los restos de ese líquido salado con rapidez y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Estaba segura de que había oído unos pasos. Alguien había entrado en su casa.
Empezaba a pensar que alguien le había echado un mal de ojo de esos chungos. De los que acababas en la cuneta comida por las ratas y los bichos. O quizás, en otra vida debió hacer algo muy malo y ahora el karma se lo estaba cobrando.
Se acercó en silencio a la puerta de su habitación. Por suerte, no había encendido las luces. Si alguien había entrado a robar, iba a llevarse una buena sorpresa. Porque no encontraría nada que valiera la pena llevarse. El televisor era muy viejo y solo había un ordenador, un portátil, y estaba en su habitación. No tenían ahorros escondidos. El teléfono no era inalámbrico...
¡El teléfono! Sí, eso era, tenía que llamar a emergencias.
Pensó en lo irónico que era, había temido que fuera su hermana la que llamaría al 112, y resultaba que antes tendría que hacerlo ella.
Sacó su móvil del bolsillo e intentó desbloquearlo. Frunció el ceño cuando vio que no se encendía la pantalla. "¿En serio? ¡Esto es de coña!" Intentó encenderlo, pero apenas duró unos segundos, los suficientes para ver la batería agotada.
Genial. Y encima, recordó, ¡el cargador del móvil estaba en el maldito comedor! ¿No podía salirle nada bien o qué?
Decidió que lo mejor era encontrar algo con lo que defenderse (por si se encontraba de cara con el ladrón), e ir al comedor para llamar desde el teléfono fijo. Miró su habitación, pero a no ser que quisiera tirarle un libro encima, no había nada que sirviera. Se asomó por la puerta, pero el pasillo estaba desierto. Bien, podía llegar a la cocina. Allí seguro que encontraría un cuchillo o algo mejor que un libro para defenderse. Aunque quizás un cuchillo era algo drástico. Con la suerte que tenía, quizás acababa matando al ladrón y yendo a prisión por asesinato. No sería el primer caso que veía en las noticias.
Quiso convencerse que podía lograrlo. Que ya no podían ir peor las cosas en el día de hoy.
Estaba equivocada.
Se detuvo antes de llegar a la cocina. ¡El ruido venía de allí! Su primer impulso fue volver a su habitación, pero entonces vio el cuarto de baño justo al lado y se metió dentro. Bueno, al menos estaba más cerca del comedor.
Tanteó a ciegas en busca de algo que pudiera servir como arma. ¡Era un maldito cuarto de baño! Algo debía haber. Y lo había. Alzó la mano con aquello que había cogido a ciegas y compuso una mueca al percibir el olor. El karma tenía un sentido del humor muy retorcido, pensó mientras alejaba de su nariz la escobilla del váter. «Esto es lamentable, con un poco de suerte, ni siquiera será necesario atizarle con esto. Morirá del asco».
Con pasos decididos y con la escobilla goteando bien cogida con ambas manos, fue hacia el comedor revisando antes la cocina. Estaba vacía, y al parecer no faltaba nada en ella. Ni siquiera un cuchillo, cosa que la alivió un montón. Prosiguió su camino, sujetando con fuerza la escobilla a modo de escudo, y entró con cautela en el comedor, olvidando por completo que podría haber entrado en la cocina y coger un cuchillo.
Zoe esperaba encontrarse con alguien registrando su comedor en busca de algo de valor, pero no vio nada fuera de lo normal. Bajó poco a poco la escobilla y observó cada rincón con la mirada. Esbozó una sonrisa aliviada al comprender que lo había imaginado y encendió la luz. Cuando esta bañó toda la habitación, Zoe pensó que había sido una tonta. «Solo era el ruido de los vecinos. Estoy demasiado cansada». Se giró para volver a su habitación, sintiéndose más relajada y más estúpida.
O al menos esa había sido su intención.
Zoe Vinarós no solía gritar con facilidad. No obstante, cuando se giró y vio el enorme cuerpo delante de ella, un cuerpo amenazador, lo único que pudo hacer fue aferrar de nuevo la escobilla y golpearlo con fuerza mientras gritaba con desesperación.
Mientras el pánico se apoderaba de ella, en un acto reflejo apagó las luces de nuevo y volvió a girarse para escapar del intruso. La altura del sujeto había impedido que le viera la cara. De todos modos, lo único que quería era escapar. Le daba igual que robara todo lo que había en la casa, que no era mucho, pero esperaba de todo corazón que se marchara sin hacerle nada a ella. Solo quería pasar el resto del día con un único problema, ese que ya había previsto; cómo sacar a su hermana de esa casa de locos. Aun así, por culpa de ese ladrón, su futuro empezaba a ser cada vez más incierto.
¿La mataría? ¿La violaría? ¿O tal vez primero haría una cosa y después la otra? ¿El orden le importaría mucho?
Con la respiración entrecortada se quedó quieta detrás de uno de los muebles de la habitación contigua que conectaba con la cocina. No sabía si él la habría visto esconderse, pero estaba segura de que la vio huir en esa dirección. No podía quedarse allí mucho tiempo. «Al menos —se dijo—, dispongo de la ventaja de la oscuridad». Aunque si el sujeto quería podía volver a encender las luces y nada de lo que había hecho tendría sentido.
Seguía sujetando la escobilla del váter con las manos, temblando furiosamente. Y por primera vez en su vida, Zoe hizo algo que nunca había hecho ni siquiera cuando sus padres murieron y las cosas empezaron a ir mal: suplicar. Deseaba con todas sus fuerzas que el sujeto encontrara más interesante el televisor viejo o el ordenador portátil de su habitación que el hecho de correr detrás de ella. Deseaba que el tipo pensara que no valía la pena descubrirse y tener que acabar con ella. Ojalá pudiese, simplemente, desmayarse. De ese modo no estaría sufriendo pensando que en cualquier momento ese hombre entraría por la puerta y la pillaría. Porque si la mataba, no habría nadie que pudiera ayudar a su hermana. Y entonces, se quedaría sola.
Todavía temblando, descubrió que la luz seguía apagada, y ningún ruido atormentaba la tranquilidad de la casa. Tal vez había decidido marcharse, tal vez había encontrado más sensato llevarse todo lo que pudiese e ignorarla. Cuando creía que volvía a estar a salvo y que todo había pasado, una mano la cogió por detrás y le tapó la boca impidiendo que gritara. Zoe se volvió tan pálida como la pared y empezó a patalear para quitarse de encima al sujeto, pero nada de lo que hacía parecía inmutar al hombre que tenía pegado a su espalda.
—Quédate quieta, no grites —dijo en un susurro cerca de su oreja.
Por alguna razón, la voz del hombre le pareció ligeramente familiar. Aunque no supo decir dónde la habría escuchado antes. El hombre logró darle la vuelta con una facilidad sorprendente, pegándola a la pared sin dejar de taparle la boca. Sus esfuerzos por zafarse de su agarre fueron inútiles, su cuerpo era igual que un muro enorme de piedra. Su mano aflojó un poco el agarre mientras sentía cómo sus ojos la observaban. Estaba segura de que la oscuridad era la misma para ella que para él, de todos modos, Zoe tuvo la sensación de que, a diferencia de ella, el hombre la veía a la perfección.
—Retiraré la mano... ¿Vas a gritar?
Zoe lo miró, o lo habría hecho si hubiese habido un mínimo de luz, y negó con la cabeza. Si gritaba lo único que conseguiría era que la hiriese, y nadie acudiría en su ayuda. Al menos no a tiempo. Así que, si quería tener alguna posibilidad de escapar, lo mejor era no mentir y hacer lo que él le pedía. Cuando el hombre retiró la mano poco a poco, Zoe se quedó tan quieta como su cuerpo tembloroso fue capaz. Sentía el frío de la pared a su espalda y deseó con todas sus fuerzas que se apartara de delante de ella.
Conteniendo la respiración, pudo comprobar cómo su deseo se cumplía y el sujeto se alejaba de ella, aunque no demasiado. Seguramente por miedo a que saliera corriendo de nuevo. Zoe pensó que era una estupidez, pues no tenía ninguna intención de volver a hacerlo. ¿De qué le serviría? ¿Retrasar lo inevitable? Al menos encarando al hombre tenía la posibilidad de tranquilizarle y llegar a algún tipo de acuerdo, si es que podía.
Abrió los ojos despacio y vio la sombra del hombre delante de ella. Pudo percibir que vestía algo blanco porque era lo único que podía ver con más claridad. Era muy alto y daba un poco de miedo. Mientras su cuerpo se mostraba ansioso por salir corriendo y gritar como una loca, su mente racional la obligaba a mantenerse en pie justo donde estaba.
—Si vas a robarme... No voy a impedírtelo, solo vete.
El hombre seguía observándola. Estaba tranquilo, como si esperara algo. No entendía qué pretendía, pero no estaba dispuesta a quedarse para averiguarlo. Se incorporó un poco y fingió serenidad. Como veía que no decía nada ni impedía que se moviera, intentó dar un nuevo paso y comenzó a caminar lejos de él. No obstante, en cuanto dio el primer paso, el hombre la sujetó del brazo impidiendo que avanzara.
—No te muevas.
—¿Qué quieres?
La oscuridad impedía que viera su aspecto, pero la intuición empezaba a revelarle su identidad. Zoe notó cómo el hombre sonreía, soltó su brazo y se acercó a la pequeña terraza para que la luz de fuera mostrara su aspecto. Zoe empezó a fruncir el ceño.
—¡Dios santo! ¿Se puede saber qué haces aquí? —gritó, substituyendo el miedo por la rabia—. ¡Esto es ilegal! ¿Cómo has entrado en mi casa? ¿Cómo...?
El hombre la interrumpió tapándole de nuevo la boca. Esta vez Zoe ya no tenía miedo, le mordió la mano y le dio un empujón mientras se dirigía al comedor en busca del teléfono para poder llamar a la policía. La agente con la que había hablado hacía unas horas había pensado que eran paranoias suyas. Bien. ¡A ver qué decía ahora!
Cuando hubo marcado el primer número, una mano colgó el teléfono con tal tranquilidad que logró enfurecerla todavía más.
—No vas impedir que la policía se entere. ¡Y ni de coña vais a quedaros con mi hermana! —dijo indignada.
Para su sorpresa, el hombre sonrió y la empujó para tirarla encima del sofá. Zoe sintió cómo el corazón le martilleaba a gran velocidad en el pecho. Su rostro se volvió pálido de nuevo y empezó a asustarse de verdad. La mirada del intruso, ahora reconocido, no era violenta, ni con intenciones lascivas, era una mirada decidida.
—Te dije esta tarde que solo había venido para traerte de vuelta. Así que es eso exactamente lo que voy a hacer.
Zoe lo miró desde el sofá y se hizo un ovillo, como si al estar más apretujada la protegiera de algún modo.
—No sé de qué has estado hablando esta tarde, pero necesitas ayuda. Conozco a alguien que podría echarte una mano. En serio. Es muy buena escuchando a la gente.
—No estoy loco —la interrumpió—. Sé que en esta época la gente suele creer eso, pero mi deber es que recuerdes lo que eras antes de llegar aquí. Tienes que volver, sino estamos todos perdidos.
Zoe intentó tranquilizarse mientras procuraba no escuchar las palabras de ese hombre. Estaba claro que no se encontraba bien de la cabeza, del mismo modo que quedaba claro que creía por completo lo que decía. ¿Dónde quería llevarla? ¿Qué ocurriría si cedía y se daba cuenta de que no podía llevarla a ninguna parte? ¿La mataría si creía que su fracaso se debía a que ella era una impostora en lugar de que su cabeza no estaba cuerda y lo había imaginado todo? No sabía si ese hombre era peligroso o no. Todavía no la había herido, pero eso no significaba que no fuera a hacerlo. Y aunque no quería seguirle la corriente, se dio cuenta de que no sabía qué más decir en esa situación.
—¿Dónde tengo que volver? —se atrevió a preguntar. Al menos ganaría algo de tiempo.
—Te hablé de ello esta tarde, pero no quisiste escucharme. Sé que no crees una sola palabra de lo que te digo, pero estoy dispuesto a mostrártelo.
Zoe palideció al momento. ¿Qué es lo que iba a mostrarle? Algo que, sin duda, no iba a ocurrir. Sus temores se estaban empezando a cumplir con la afirmación de aquel hombre. Se daría cuenta de que no pasaba nada, se daría cuenta de que era todo falso. La pregunta era, cuando se diera cuenta ¿a quién echaría la culpa? Zoe se pegó más al respaldo del sofá ante la duda. Estaba asustada. Pero sabía que ese no era el mejor modo de actuar. No. Si quería salir de esta, al menos el tiempo suficiente para llamar a la policía, tenía que seguirle la corriente. De algún modo que no implicara demostrarle algo que no podría hacer.
Escurriéndose el cerebro, al final hizo lo único que se vio capaz de hacer. Cambió la expresión del rostro todo lo que pudo y suspiró intentando sonar aliviada.
—No será necesario —dijo con la mejor voz que pudo—. Te creo. Pero necesito tiempo para hacerme a la idea. Si me concedieras unos días... —Al ver el rostro del hombre supo que se estaba equivocando—. Tal vez unas horas serán suficientes —finalizó.
No obstante, el rostro del hombre no cambió. Al parecer, además de loco era listo. No era fácil de engañar, había adivinado que intentaba zafarse de él. Pero, aunque Zoe sabía que no la había creído, el hombre relajó la mirada, se alejó de ella y se marchó.
Se quedó quieta unos minutos sin saber qué hacer o cómo reaccionar. ¿Ya está? ¿Se había ido así, sin más? Estas cosas nunca pasaban. Bueno, no es que tuviera una experiencia en allanamientos de morada ni nada parecido, pero en las pelis y los libros, el intruso nunca se marchaba tan fácilmente. Se incorporó un poco en el sofá y escuchó la puerta de su casa abrirse para luego volver a cerrarse.
Se levantó poco a poco, atenta a cualquier movimiento. Tal vez había fingido que se marchaba y estaba escondido en alguna parte. Cuando llegó al recibidor, supo que allí no estaba. Ni en la cocina, ni en el baño, ni en las habitaciones. Incluso miró dentro de los armarios y detrás de las puertas. Debajo de las mesas y en la terraza, por si acaso. Y solo entonces se dirigió a la puerta de entrada y la cerró con la llave y el pestillo. No la había cerrado hasta entonces para no verse atrapada en su propia casa si descubría que él seguía allí.
No perdió ni un minuto más antes de llamar a la policía. Cogió el teléfono, que seguía colgando del cable desde que lo había descolgado, y marcó el 112. Esta vez la iban a escuchar. Una cosa es que dijera que el hijo de la pareja que se había quedado con la custodia de su hermana le había dicho cosas muy raras y estaba loco. Pero esto era algo totalmente distinto. ¡Había entrado en su casa! Eso era un delito. Aunque no le había hecho nada, había forzado la puerta y la había amenazado.
Esperó a que contestaran la llamada, intentando organizar sus pensamientos para poder decir las cosas claras y coherentes. Pero se le olvidó todo lo que tenía pensado decir cuando escuchó la voz al otro lado de la línea.
—Supongo que no necesitas más tiempo. Perfecto, porque yo tampoco lo tengo.
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