Capítulo III
—No se preocupe por su hermana, la cuidarán bien.
La voz de aquel hombre era cualquier cosa menos común. Su cuerpo, a pesar de mantenerse firme y correcto, estaba relajado. A diferencia de ella, que era todo tensión y cautela. Estaba dispuesta a enfrentarse a él si era necesario, a pesar de las dos cabezas que le sacaba y de ser el doble de corpulento que ella.
Caminaron juntos hasta llegar a una enorme terrada cerrada que habían transformado en un precioso invernadero. Estaba compuesto con plantas tropicales de muchos colores. El estilo clásico con el que la habían decorado, daba la impresión de ser un jardín interior. No tenías que ser muy listo para llegar a la conclusión de que se habían gastado un dineral en la distribución de esa casa. Costaba entender por qué no vivían en un chalet en lugar de en un piso. Incluso la forma de hablar que tenían era refinada y ostentosa.
Zoe suspiró mientras el joven se sentaba en uno de los bancos que decoraban el jardín. A continuación, él señaló el sitio libre a su lado. Zoe no movió un solo músculo. Alzó una ceja, creyendo que el gesto sería suficiente para señalar que no iba a relajarse. No estaba allí para charlar, Zoe había venido por una razón en concreto. Una que había temido todos los días desde la muerte de sus padres: no ser capaz de mantener a Tatiana, no poder cuidar de ella.
El joven permaneció paciente, señalando el lugar vacío del banco. No parecía querer hablar hasta que ella hiciera lo que se esperaba. ¿Sería incorrecto hablar con ella estando de pie? Realmente no lo sabía, pero algo estaba claro; si quería terminar cuanto antes con todo aquello, no le quedaba otra que ceder. Al menos por el momento.
—¿Por qué quieres hablar conmigo? —se atrevió a preguntar una vez se hubo sentado en el lugar más alejado posible del banco.
El hombre la volvió a someter a un examen completo de los pies a la cabeza. Luego clavó los ojos en los suyos. Zoe se obligó a no acobardarse y mantener la cabeza alta. Había tenido que soportar miradas más intimidantes en esos cuatro años, aparentar ser fuerte no era una novedad.
—La vi en el juzgado —puntualizó—. Creí que necesitaría tiempo para darse cuenta de que lo mejor que podía ocurrir era que su hermana saliera de su vida.
Zoe se quedó con la boca abierta cuando escuchó sus palabras. ¿Quién se creía que era para decir algo semejante? Estaba claro que no había entendido nada en absoluto. Que el evidente desdén que había intentado transmitirle desde el mismo instante que entró en la habitación fue ignorado por completo.
Se levantó de su lado de inmediato. Los ojos oscuros del joven la miraron sin decir nada, como si esperara algo de ella que para él parecía evidente. Por el contrario, Zoe respiró hondo y mantuvo la calma.
—Mi vida no es asunto tuyo. No sé por qué razón quieres hacerme creer que esto es lo mejor para mí, pero te aseguro que es una decisión que yo no he tomado ni tomaría nunca. Quiero a mi hermana y voy a seguir a su lado, aunque no me dejen quedarme con su custodia. Me necesita y yo la necesito a ella.
El joven la estudió de forma concienzuda. Se sentía como un bicho bajo un microscopio mientras el doctor lo examina por si tiene algo contagioso.
De repente, sus ojos se cerraron y dejó escapar una risa ahogada.
—Te pareces, pero no tienes su espíritu.
Zoe abrió la boca para volver a cerrarla al instante. Sacudió la cabeza y notó que sus nervios empezaban a crisparse. ¿De qué demonios estaba hablando?
—¿A quién me parezco? Si esto es una especie de broma...
—No, no lo era —apenas dicho eso, se levantó.
Zoe se quedó de nuevo con la boca abierta, viendo cómo se alejaba. Sin embargo, antes de que llegara a la puerta sucedió algo que pensaba que jamás le ocurriría, algo que se había prometido evitar, perdió los papeles ante de un desconocido.
—¡¿Estás de coña?!
Cuando el joven se giró para mirarla con los ojos teñidos por la incredulidad, los de Zoe estaban inyectados en ira y sorpresa. Ni siquiera había pensado lo que estaba diciendo, pero sus labios se negaban a detenerse.
—¿Disculpa?
—Nada de disculpa. No hay nadie en este mundo que pueda convencerme de que estar sin mi familia es lo mejor para mí. Y tú no serás el primero —le gritó, acercándose a él—. Y no tengo ni idea de por qué querías hablar de esto conmigo. Como si intentaras convencerme de que estás haciéndome un favor o algo así. Puede que sintáis lástima de mí porque he perdido a mi familia, pero te aseguro que tengo mucho más valor que cualquier ricachón con aires de superioridad como tú.
El hombre se quedó mirándola, dejando de lado la incredulidad para dar paso a otro sentimiento que no supo identificar. Pero no fueron sus ojos los que la inquietaron, sino su sonrisa. Después de haber dejado escapar toda la frustración y el enfado que había intentado, sin mucho éxito, ocultar, ¡él se reía de ella en su cara!
—¿Te hace gracia?
El hombre dejó de reír al instante y se acercó a ella con pasos decididos. Con una mano sujetó su rostro y la examinó con curiosidad. El primer impulso que tuvo fue el de apartarlo con brusquedad y, tal vez, darle un fuerte tortazo. Por el contrario, se quedó inmóvil. A pesar de lo que intentaba aparentar, Zoe había salido adelante a base de fuerza de voluntad. No tenía un carácter fuerte por naturaleza, ni tampoco desafiante. Toda la fuerza y valor los había exteriorizado de forma predeterminada, consciente de que era el único modo de no dejarse pisar. Por lo que se conocía lo suficiente como para saber que, si intentaba ahora ser fuerte, lo único que conseguiría sería ponerse en ridículo.
—No ha surgido del todo. Pero gracias a los dioses no me he equivocado —Zoe observó aliviada que se apartaba de ella una vez dicha la frase.
—¿El qué no ha surgido del todo? —consiguió decir—. ¿Mi mal humor? Porque estás consiguiendo sacarme de quicio. Y no te gustará estar aquí cuando me cabreé de verdad.
—Ella no era tan educada, perdía la compostura con mayor facilidad. Pero tienes su temperamento, de eso no hay duda. Y eres su viva imagen.
Zoe se apartó un poco, empezando a entender que ese hombre estaba hablando de ella como alguien a quien debía conocer y a quien debía parecerse. Era eso o pensar que estaba como una cabra, cosa que tal vez también era cierta.
—¿De qué estás hablando? —preguntó desconcertada.
—Tú eres ella. Te he estado buscando durante mucho tiempo, mi diosa —e hizo una reverencia. Zoe se quedó plantada delante de él sin saber qué decir o qué pensar.
—¿Qué?
El joven esbozó una sonrisa de medio lado, alzando la cabeza con gesto premeditado.
—Mi diosa. Hera.
Zoe permaneció en silencio unos segundos, que fueron interrumpidos por la fuerte carcajada que se vio incapaz de seguir conteniendo. Vale. Quizás no era lo mejor que podía hacer en esos momentos, pero era incapaz de hacer otra cosa. Enfadarse tanto, indignarse, gritar a un desconocido... Era más de lo que había hecho nunca en su vida. Y terminaba la conversación con esas absurdas palabras. ¿Qué le pasaba a ese tío? Estaba como una regadera, seguro. Y que fuera hijo de la familia con la que su hermana pequeña debía quedarse no era motivo de risas. En realidad, debería estar acojonada. Pero los nervios le estaban jugando una mala pasada, y no se veía capaz de hacer nada más que reír.
—¿Cómo han dicho que te llamabas? Daniel, creo, ¿no? —dijo cuando remitieron las risas.
—Lamento que esto ocurra así. Mi verdadero nombre es Hermes. He venido para traerte de vuelta. No me queda mucho más tiempo para ser sutil con todo esto. Si no me doy prisa, ellos se darán cuenta.
Zoe intentó no volver a reírse.
—Sí, claro. Por supuesto, Hermes —añadió pasando por su lado sin volver a dirigirse a él.
Iba a llevarse a su hermana. Como fuese. Aquello era razón de sobras para que la alejaran de ese lugar. De ninguna manera iba a dejar a su hermana pequeña con alguien que no estaba en sus cabales. La idea del asesino en serie empezaba a tener más sentido ahora.
El hombre que se había nombrado a sí mismo como Hermes la cogió por el brazo, deteniendo su avance. La mirada que Zoe le dirigió lo dejó helado. Sus ojos, del verde claro de las aguas, lo miraron con frialdad y advertencia.
—Ni se te ocurra tocarme. No he tenido una buena semana. Bueno, en realidad no he tenido un buen año. Así que te aconsejo que me sueltes.
Como si la mirada de Zoe le hubiese quemado, la soltó. Ella no tardó en volverse de nuevo y salir por la puerta. Hermes se quedó parado en el jardín observando cómo la viva imagen de su diosa, Hera, se alejaba envuelta en una aureola de ira. Sin duda alguna, las circunstancias habían hecho de ella una mujer humana muy fuerte, pero el carácter seguía estando allí. Su espíritu estaba en ella. No se había equivocado con Zoe Vinarós. Después de siglos dando vueltas por el espacio y el tiempo, ella era la única que le había dado esa sensación. Y ahora que la había encontrado, debía darse prisa para que aprendiera a emplear su papel y volver al Olimpo antes de que Zeus se diera cuenta de su ausencia. Claro que, ahora, lo que realmente debía pensar, era un modo de que ella creyera en su palabra. Y algo le decía que iba a ser difícil. Muy difícil.
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