Cuatro.
Habían pasado más de una semana y no había rastro alguno de ella, el día de hoy no salí al pueblo, el oficial Jasper me había visitado un par de veces durante la semana, charlábamos y bebimos té, sin embargo con el paso de los días su mirada hacia mi cambió, estaba asustado y de alguna manera seguro de algo y un día sin más dejó de venir, la enorme casa se sentía más vacía que nunca.
Me levante de la cama y con calma camine hacia la sala, me propuse a limpiar todo el hogar, quería que estuviera impecable, después de todo, la policía ya lo sabía y no faltaba mucho para que viniese por mi.
Claro, después pues de haber encontrado restos de pastel en el estómago del cadáver de la última chica, seguramente el oficial Jasper los relaciono con los mismos pastelillos que me vio observar aquel día. Pero ahora si me atrapan o no, eso ya no importa, mi trabajo terminó y ahora solo queda esperar.
Cuando termine de hacer la limpieza, me di un baño largo y me vestí con las mejores ropas. Una vez lista, baje nuevamente a la sala tome un libro y poniéndome cómoda en el sofá, comencé con la lectura.
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es -dije musitando- un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenaban de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”
Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más…
Y entonces dos golpes leves a mi puerta se escucharon, era como vivir en carne propia, el demencial y maravilloso relato de Edgar Allan Poe.
Y entonces me puse de pie, esperando que al abrir esa puerta, solo encontrará oscuridad y nada más o en un sueño fantasioso, un gran cuervo de brillante plumaje oscuro.
Pero fue entonces que la fantasía se rompía y la oscuridad junto con el cuervo se desvanecían, dejando en su lugar, al uniformado jefe de policía.
La brusquedad con la que es posaron mis manos, fue tanta, que podía sentí las pequeñas gotas de sangre caliente pasear por las palmas de mis manos.
Podía escuchar como se paseaban de un lugar a otro, buscando, destrozado todo a su paso, pero fue cuando finalmente llegaron a sótano, que los gritos de pánico, las arcadas y el vómito comenzaron.
Me obligaron a bajar con ellos, sintiendo los fríos dedos del jefe, apretando un poco mis mejillas me obligó a ver aquella atroz vista.
Múltiples partes de cadáveres diferentes, formando uno sólo. Piel pálida, cabello rubio y hermosos ojos verdes.
Y entonces la vi, ella estaba su lado de aquel conjunto de miembros. Pero esta vez ella era diferente y compartía la apariencia con el cadáver y entonces volví mi vista hacia el trabajo que me había costado meses.
Y entonces vi lo que todos en la habitación.
Piel morena, ojos con el mismo color del océano y cabello tintado perfectamente de azul.
Fue en ese entonces, cuando la realidad regresó a mí.
Y entonces la voz del oficial se escuchó.
Peridot Johnson, esta bajo arresto.
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