I. Fimbulvetr
CAPÍTULO I ━━ FIMBULVETR.
❝el más grande invierno❞
❝Recuerdo a Fimbulvetr.
Tiempo de vientos, tiempo de lobos,
sol oscureciendo,
caerá por todas partes.
Tal es el invierno por venir.❞
─ Fimbulvetr, Skáld.
DIEZ AÑOS ANTES. AÑO 2024.
Thor ha muerto.
Ese era el mensaje que había llegado a la base de los Nuevos Vengadores, un mensaje enviado por los Guardianes desde lo más lejano del espacio. Rocket había lucido muy triste al decirlo aunque quisiera demostrar lo contrario. Y no solo por la muerte de un compañero que se convirtió en un amigo espacial, que el último asgardiano de sangre noble haya muerto era considerado un mal presagio. El único que ataba las cuerdas del destino para que no se soltara.
Neill Romanoff suspiró detrás del escritorio y apretó la mandíbula desviando la mirada de la proyección del mapache hablador. No había convivido demasiado tiempo con el rubio príncipe, igualmente una pérdida seguía siendo una pérdida, pero lo que afectaba más aquel mensaje es que Thor era hermano de su mejor amiga. Tal vez no por sangre, pero era básicamente la última familia que le quedaba. Ella lo había estado esperando desde que se fue de viaje, ahora debía informarle que estaba muerto y que no iba a volver.
—Le hicimos un funeral a su estilo —informó Rocket queriendo suavizar la información dada—. Lo lamento. Deberás decirle.
—Gracias, Rocket —asintió fijándose de nuevo en él, sus ojos azules brillaban a través de la pantalla pero no quiso demostrar cuánto le afectaba—. Hicieron lo que pudieron.
Con un último movimiento de cabeza la proyección del guardián desapareció, no quería decirle que no habían dado lo mejor y que falló en la promesa que le había dicho a la actual Reina de Nueva Asgard. El ex-espía se derrumbó en su asiento, asiento que le había pertenecido a su hermana hacia solo un año antes de... se dio la vuelta con la mano hecha puño sobre su boca para observar el ventanal tras él, la nieve caía con gracia dejando que se acumule en las esquinas con tanta tranquilidad, sin saber nada de lo que había pasado detrás del vidrio. O tal vez sí que lo sabía.
¿Cómo se supone que se lo diría a Keyl que ya había perdido un hermano antes? Sabía que en su cultura morir en batalla era considerado un destino admirable, pero ella había dejado de verlo de aquella forma cuando las pérdidas comenzaron a ser demasiadas. Le había dicho que nada puede ser así de sagrado si todos se iban, dejándola sola en un mundo quebrado. Neill la conocía desde hace dieciocho años, lo suficiente como para saber que Keyl haría lo que fuese por su familia. Una familia que ya no existía.
Sin tener de otra, se puso de pie y se encaminó hasta las escaleras que lo dirigían al hangar. Debía decírselo, estar para ella si se derrumbaba, así como ella estuvo para él cuando se enteró de la muerte de Natasha. Era irónico, al principio Keyl y Neill eran como el agua y el aceite —sin decir que se llevaban mal—, ahora despues de tanto tiempo eran demasiado similares que incluso le causaba risa. Sin familia, como fantasmas en vida vagando en un sitio pensando por qué ellos seguían ahí, visto y causado mucha muerte. Sirviendo en trabajos que le pertenecía a sus hermanos, un recordatorio constante de que ellos ya no estaban.
Neill ni siquiera era su nombre de nacimiento, pero las circunstancias de la vida lo obligaron a olvidar cualquier detalle de su vida pasada. Una vida de la que no estaba orgulloso. Creía, de hecho, que podía disfrutar de la nueva oportunidad que el universo le daba en contables ocasiones, ¿seguía teniendo sentido cuando todos los que amaba habían muerto? El destino funebre de la muerte era imparable, al final todos perecen, incluso un Dios como Thor Odinson, ¿qué les quedaba a simple humanos como él, como su hermana, como sus amigos? Se recordó llamar a Yelena, se recordó hacerlo más de seguido.
Caminó hasta el quinjet más cercano sin mucho protocolo, se detuvo un segundo para arreglar su abrigo y aprovechó para girar hasta las puertas abiertas. El viento eran como cuchillos que empujaba la nieve hasta adentro, todos tiritaban de frío y maldecian en voz baja, se incluía entre ellos, y es que todos tenían la misma duda: ¿por qué seguía nevando en primavera?
¿Tenía algo que ver el cambio climático en todo esto? La brisa movió su cabello pelirrojo y aunque se había acostumbrado a las bajas temperaturas de Rusia, esto comenzaba a molestarlo. Con una mueca se subió al jet y se preparó para partir a Noruega.
La melena oscura de la Reina se mecía con gracia mientras contemplaba el atardecer, parada al borde de la colina más alta de Tønsberg, ahora llamada Nueva Asgard. A solo unos pasos río arriba del pequeño pueblo asgardiano que había sobrevivido a tres ataques en un solo día hacía ya seis años atrás. Con las manos metidas en los bolsillos de su gabardina azul contempló la nieve cubriendo el suelo, no nevaba, pero tampoco parecía que no lo haría de vuelta.
Frunció el ceño moviendo sus ojos, de un impresionante color azul opacado por una capa blanquecina que la hacía parecer como si estuviera ciega y es que básicamente lo estaba. Eran varias las razones por las que no se miraba en el espejo, no por la gran cicatriz que corría desde su mandíbula y pasaba por su ojo izquierdo —cortesía de Hela— sino por la ceguera con su alma gemela. Veía espectacularmente bien, no cabía duda, pero había mantenido una conexión con Loki que se perdió cuando Thanos lo había asesinado. Le habían arrancado una parte de ella aquel día.
Había estudios que decían que los gemelos tenían una conexión incomprensible, estaba segura que nada se comparaba cuando sintió cómo la partían a la mitad, cómo se sintió morir al mismo tiempo que los ojos de su hermano dejaban de brillar. Ahí se dió cuenta de la diferencia, de todas esas veces que Loki fingió su muerte, ahí se dió cuenta que de verdad lo había perdido.
Sacó una mano del bolsillo poniéndose de cuclillas para pasarla sobre la capa de nieve y agarrar una porción. El frío se sintió cálido en su mano, suave y con una sensación de pertenencia. Nada ganaba analizando aquello, pero era el primer día de primavera y ella sabía que ocurría si el invierno decidía continuar. Aunque se encontraba confundida, el Ragnarok ya había pasado, era exactamente la razón por la que vivían en la Midgard, ¿qué otra razón le daba a esto?
—Que impresión, yo me muero de frío y tú estás solamente con un suéter y una gabardina —señaló una voz a sus espaldas que la sacó de sus pensamientos, giró aún en el suelo aunque ya había reconocido su voz, era el único que le hablaba en noruego cuando estaban a solas.
—Tal vez porque, lastimosamente, soy una jotun y no debería afectarme el frío, ¿no es así, mi mortal amigo? —preguntó con un toque de ironía a la vez que se ponía de pie, en el mismo idioma noruego.
Arik Rolvsson se puso a su lado con una sonrisa de lado dándole la razón con un movimiento de cabeza, el rubio, que tenía menos de cinco centímetros de altura que ella, había sido —y seguía siendo por honorabilidad— el Rey de Noruega, pero lo más importante, fue el primer amigo humano que tuvo Keyl y le tenía un gran cariño. Había sido afectado por el chasquido, había caminado por estos senderos durante cinco años con la esperanza en el suelo y la culpa en los hombros, había sido razón necesaria para arriesgarse a un viaje en el tiempo para traerlo de vuelta, a él y a todos.
—Si mal no recuerdo, hay fuego viviendo dentro tuyo —achicó sus ojos observando como el mar rompía contra las costas altas, puso su dedo indice en su mandíbula fingiendo recordar.
—Ese fuego está dormido desde hace años, Arik, no seas condescendiente —respondió mientras lo miraba y rodó los ojos al ver el mohín que hizo, el rubio rió pasando su brazo por los hombros de la pelinegra. Un escalofrío pasó por su espalda al tocarla, pues su piel palida estaba tan fría como la nieve caída, se atrevía a decir que incluso más, hasta lograba atravesar las pocas ropas que la Reina llevaba—. Si intentas entrar en calor conmigo, no funcionará.
Arik retiró su brazo con timidez, siempre había sido así con ella, sin embargo, con el paso del tiempo logró acostumbrarse a la presencia de la Diosa que su padre no le permitía rezar. Era la deidad de los enemigos, le había dicho, solo debes pedirle algún milagro cuando vayas a batalla, cuando luches y le implores que te de suerte al destruirlos, eso si ellos no se lo pidieron primero. Aprendió a temerle, le habían enseñado que no le debía lealtad a nadie, que la misericordia de los dioses no era como decía en los libros. Aún así se había arrodillado frente a ella cuando apareció frente a las murallas del castillo donde vivía, hace ya más mil años atrás, en una oleada de colores y brillo, pidiendo su ayuda. Una diosa temida pidiendo ayuda a un simple mortal.
Aprendió a respetarla, aprendió a notar que era su igual y se convirtió en su amiga cuando la vio sangrar, cuando la había ocultado para que sus hombres no la vieran y dejaran de creer en ella, porque un dios no debía sangrar, cuando había depositado toda su confianza en la mujer que cambiaba su color de ojos haciendo honor a su título. En la mujer dispuesta a ayudarlos, no en la diosa que los demás creían que era.
»¿Querías hablar conmigo? —preguntó la mujer, su vista no abandonaba la costa, la nieve la cubría por completo volviendo su páramo en océano blanco y congelado. Tal vez su tensión y la pequeña arruga en su frente se debía a la preocupación, la profecía asaltaba su mente con más fuerza, pero realmente no quería pensar en eso.
—Si, el grupo de teatro te está esperando para que apruebes su guión —mencionó metiendo sus manos en sus bolsillos, la escuchó bufar—. No lo vas a aprobar. Daven ya se los dijo.
—Claro que no, entiendo que su trabajo sea entretener a las personas pero estoy segura que hay muchas más tramas que pueden tocar que no sea lo que claramente quiero olvidar —suspiró, la misma discusión de siempre la ponía de mal humor—. ¿Daven está con ellos?
—Y tienen el suficiente respeto en no insistirle, pero sabes que solo te escucharán a ti. —Keyl inchó su pecho antes de soltar un gran suspiro, el aliento blanquecino salió de su boca.
Los sujetos del teatro la estaban persiguiendo desde hace un buen tiempo para tener su declaración y aprobación de una obra que querían realizar, pues sin la revisión de la reina no podían, lo hubiera hecho si no fuera porque la obra en cuestión se trataba de lo ocurrido hace seis años. Y no estaba dispuesta a contarles ni que ellos dramatizaran todo el dolor por el que había atravesado. Había perdido a su hermano, a sus amigos, ya era algo que lidiaba día a día para que todo el pueblo se entere de las pesadillas de su reina.
Al rubio tampoco le hacía mucha gracia exponer algo delicado como un espectáculo, hubieran seguido discutiendo el poco tacto de los artistas y las mejores formas de rechazar la propuesta de forma elegante cuando ambos callaron al notar un jet acercarse. El viento expulsado de las hélices hicieron volar los copos de nieve por sus rostros y movió su largo cabello negro con gracia. Cualquier pintor hubiera estado encantado en retratar esa escena.
Ambos reyes no se movieron de donde estaban al reconocer el símbolo de Los Vengadores al costado de la nave. Neill abrió la compuerta bajando por ella a las frías tierras nórdicas que le dieron la bienvenida con una brisa templada. Al instante que piso tierra volvió a nevar de una forma calmada e imperturbable a la vez que el pelirrojo daba pasos hacía ambos monarcas. Nevaba como si supiera lo que estaría a punto de acontecer. La reina sonrió sin mostrar dientes al verlo, una felicidad que fue aplacada cuando le revelaron la verdad. Neill no fue brusco, de hecho se tardó más de lo esperado, pero al final le había dicho, no tenía de otra.
—Lo siento.
Keyl liberó un suspiro y tragó el nudo alojado en su garganta sin mostrar algún indicio de dolor, asintió como si le hubieran dado uno de los típicos informes matutinos del que Val solía encargarse. Arik lucía conmocionado pero la miraba directamente a ella, con el ceño fruncido por la calma inquietante que mostraba.
—¿Cómo? —preguntó con voz suave, aunque pastosa. Neill y Arik la vieron de la única manera que nunca quiso que alguien lo hiciera, con pena. No era su intención, estaba claro, más si una persona acababa de perder a un familiar siempre lo iban a mirar con pesar.
—Un asesino de dioses, llamado Gorr, él también cayó a la vez que... a la vez que él —explicó moviendo las manos, mirándola, pero ella miraba mucho más allá del océano, pérdida entre la inmensidad de su peor enemigo. Su mente.
De alguna manera lo veía venir, no sabía cómo ni por qué, tal vez fue la nieve, tal vez el entumecimiento de su brazo tatuado o el aullido del viento. Hubiera deseado que Daven se encontrara con ella y no lidiando con el grupo de teatro. Deseaba muchas cosas que incluso con su divinidad eran sueños imposibles. Thor no compartía su sangre, no había compartido muchas cosas con ella y apenas se habían vuelto cercanos hace poco menos de una década, pero fue la última gota que logró rebasar su vaso lleno.
Pero intentó engañarse a si misma, intentó ignorar las señales, porque no quería volver a pasar por esto.
—Eso no es cierto, Thor es un buen guerrero, él no... —Su voz fue perdiendo fuerza, sus ojos miraron a los de Neill buscando alguna mentira, algún indicio que le confirmara que solo estaba jugando. El pelirrojo parpadeó y la pena en su mirada fue creciendo hasta el punto de molestarla. Dió un paso acercándose a ella, poniendo su mano sobre su brazo. El ruso era más alto que ella, por lo que su mirada desesperada se alzó junto a su cabeza.
—Keyl, no mentiría en algo así, Thor se ha ido —murmuró suave y tranquilo, sin querer alterarla, de la misma forma que ella lo hizo por Natasha.
No podía ser cierto.
El viento congelado que la golpeó fue la forma hostigadora de los Padres de Todos en decirle que aquel susurro tembloroso del lobo ruso era la verdad. Su hermano estaba muerto, había caído por la espada vengativa del carnicero a millones años luz, mientras ella se envolvía en sedas y en la calidez de su castillo. Él había muerto y ella ni siquiera pudo estar para defenderlo. Un cuchillo invisible fue incrustrado en su pecho y supuso que quienes giraban aquella arma por su maltrecho corazón eran los Altos Dioses, sin piedad, que le quitaban lo poco que tenía.
Sagrados sean los Padres de Todo que recibirían al Dios del Trueno en los salones del Valhalla, bendecidos sean los guerreros y amigos que se alegrarían de verlo, feliz de aquellos dos hermanos que se reunirían, reirían y se abrazarían, los mismos que le habían arrebatado. Que alegría por la familia real reunida en los salones de dorado y brillante oro, mientras la dejaban aquí.
Volvió a asentir mientras la tormenta comenzaba a llegar de forma tortuosa, se disculpó y se dio media vuelta volviendo sus pasos hasta el Palacio Iðavöllr, no se apresuró, movió sus piernas de forma mecánica por los blancos suelos del primer día de primavera. Sintió a sus amigos detrás de ella, dándole su espacio, agradeció aquello, porque ni siquiera ella sabía que hacer.
Cruzó el pueblo que se ocultaba para no ser llevados por los fuertes vientos, su rostro pétreo no miró otro lado que no fuera su camino. No quería ver las casas o el pobre estado en el que estaba Nueva Asgard en comparación con el brillante planeta oculto en el medio del Yggdrasil que ella había ayudado en destruir. El pueblo estaba hermoso y mejor que nunca, aún así nunca sería como su planeta y de repente notó toda la fealdad que trató de reemplazar.
No fue sino cuando estuvo oculta en su habitación que se atrevió a llorar, sin tener fuerza para ir a su cama, se deslizó hasta el suelo mientras el vendaval lograba entrar por el balcón abierto. Los copos de nieve llegaron hasta ella, rozando su mejilla, como las lágrimas que derramaba por su familia muerta. Es un camino honorable, se repitió mentalmente, pero ellos estaban reunidos en el Valhalla y la habían dejado sola.
Fue el último día que se logró ver al sol cuando las nubes grises taparon el cielo y los fuertes vientos azotaron cada rincón del planeta. A lo lejos un lobo aulló, uno al sol y otro a la luna.
El invierno lo había devorado todo, incluido el corazón de la salvadora divina.
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