Capítulo 7 - El local de Goofey Goober
Mundo de los vivos - Fondo de Bikini...
- Alabado sea Satanás...
Un grupo de cinco niñas preadolescentes, las cuales vestían sus pijamas y tenían el pelo repeinado, se inclinaban alrededor de un círculo dibujado en el suelo, en cuyo centro estaba dibujado en rojo la estrella del diablo. Alrededor de ellas, unas velas blancas iluminaban el oscuro e inmenso salón, las cuales danzaban al ritmo del ritual que estaban llevando a cabo.
Justo estaban haciendo ésto cuando una chica cachalote, cuyos cabellos rubios estaban recogidos por una coleta, entró a la habitación con su saco de dormir en la mano.
Cuando las vio haciendo eso, sin entender nada, pues cuando había salido de allí ellas se encontraban charlando sobre chicos y comiendo ganchitos tan tranquilas, frunció el ceño. Y con cara de extrañada, les preguntó:
- ¿Qué estáis haciendo?
Estas, no demasiado sorprendidas por su aparición, le dijeron a la vez:
- Invocar al diablo...
- ¿Por qué? - preguntó esta sin comprender a qué venía eso de repente.
Una de ellas, que iba vestida por completo de negro y su rostro mostraba una seriedad fría y siniestra, fue la primera en hablar.
- Es guay hablar con lo oscuro...
Las otras cuatro añadieron:
- No tenemos novio...
- Nos quitaron el móvil...
- Nos aburrimos...
- Por hacer algo...
Acto seguido, ignorando a la gigante adolescente, el grupo de chicas prosiguió con lo que estaban haciendo. No iban a terminar hasta que hubiera una señal de una fuerza espectral o algo así. Necesitaban saber si eso que habían leído en los libros de hechicería y satanismo de la biblioteca era cierto. Que los demonios existían.
- Alabado sea Satanás... - predicaron a la vez, inclinándose sobre el círculo varias veces - Maestro siniestro... Oh... Rey de las oscuras tinieblas...
Apenas fue decir eso cuando de repente un vórtice rojo, de la misma forma que el dibujo, se abrió debajo de ellas. Todas, excepto la chica emo, que logró pegar un salto hacia un lado, cayeron al abismo que acababa de abrirse. Sus gritos fueron apagados tras un estridente chasquido, y posteriormente una humareda con aroma a pescado frito salió de aquella apertura. La chica cachalote, horrorizada por lo que acababa de ver, no daba crédito a lo que estaba presenciando ante sus ojos. ¿Acababan de abrirse las puertas del infierno de verdad? ¿El truco de sus amigas había funcionado?
De golpe, del vórtice salieron de un salto un Belcebú Esponja animado y ansioso por dar comienzo al acto de asesinato, y un Calazrael con aire pasota justo detrás de él, quien llevaba el papel donde estaba la información de la víctima a la que tenían que matar. No parecían muy preocupados de que acabarán de echar a las llamas infernales por accidente a un grupo de chicas supuestamente inocentes.
Nada más verlos aparecer, Perlita, que así se llamaba la joven cetáceo, se desmayó de sopetón, cayendo de espaldas contra el suelo y haciendo temblar parte del inmobiliario de alrededor. Era demasiado difícil recapacitar todo eso.
Por otro lado, la chica emo, todo lo contrario a sentirse asustada, observó a aquella pareja de demonios con los ojos brillantes. O sea que era cierto, el infierno existía de verdad.
- ¡Jo, tío! ¡Qué alucine! - exclamó emocionada. Nunca había visto nada tan maravilloso. Satán les había contestado.
Belcebú Esponja y Calazrael miraron un momento el lugar donde se encontraban ahora, explorándolo con la mirada detenidamente. Y cuando se hubieron dado cuenta de la ballena tumbada y de la cara embobada de la chica vestida de negro, se quedaron un segundo muy quietos, igual que dos gamos tras percatarse de la llegada de cazadores en el bosque. No esperaban presencia de mortales nada más llegar al mundo de los vivos. Casi nunca solía pasarles eso. Había sido mera coincidencia.
Entonces, nada más darse cuenta de que no estaban en el lugar que buscaban, Calazrael se giró a Belcebú Esponja y murmuró:
- Al parecer eran unas manzanas más adelante...
- Eso parece... - añadió este, quien pareció sentirse algo alagado por la cara de admiración de esa joven pez ante su presencia.
Ignorando por completo a la presente, Calazrael retiró con la mano a la chica de su camino y se dirigió a las escaleras de la casa, dirigiéndose a la salida. Su pequeño compañero fue tras él, no sin antes firmarle el camisón a la pequeña adolescente gótica.
- Os amo... - dijo muy feliz, mirando la firma que le acababa de hacer Belcebú Esponja con mucho entusiasmo - Siempre creí en el diablo... Sabía que existíais...
- Por supuesto que existíamos, corazón... - le dijo el pequeño imp en tono cariñoso - Las pecadoras vírgenes y puras como tú recibirán un buen lugar en nuestro reino después de la muerte... - le regala una pícara sonrisa - Drogate, haz orgias y disfruta de tu libre albedrío, jovencita... - y le dio la espalda - Nos veremos muy pronto...
Seguidamente, mientras la muchacha daba brincos de felicidad por haber visto presencia demoníaca, Belcebú Esponja descendió las escaleras hasta alcanzar a su amigo, el cual estaba sirviéndose un pedazo de tarta que encontró en la nevera de la cocina.
- Bueno, angelito mío... ¿Por dónde se supone que anda el chupa pitos ese al que tenemos que desmembrar?
Este, tras haber devorado de un bocado su postre gratuito, extrajo de sus pantalones rotos negros su móvil. Y a través de una aplicación, que consistía en una especie de localizador, pudo ver cómo un punto rojo y parpadeante brillaba en medio de un mapa de lineas verdes. Dicho punto parpadeante, que en el mapa digital lo señalaba el programa con el nombre de "víctima a matar", parecía estar situado sobre un lugar en el que rezaba el nombre "restaurante Goofy Goovers".
Tras comprobarlo, el cefalópodo comentó:
- No parece encontrarse en su local de trabajo habitual... - agudiza la vista en el mapa - Al parecer se ha ido de marcha a un bar de nombre extraño... - se acaricia la cresta de su cabeza cuidadosamente - Y no se encuentra demasiado lejos de donde nos encontramos...
Tras oír su explicación, Belcebú Esponja, poniendo cara de malo, murmuró:
- Apuesto a que está en un puticlub, magreandose con varias perras... - el párpado izquierdo le comenzó a temblar - Jejeje... De seguro que es un malote bien malote... - se lleva las manos a los oyuelos - Esa clase de tíos me ponen bien burro...
- Enano, callate... - le ordenó este, dándole un manotazo en la nuca - Concéntrate en la misión y deja ya de hacer el capullo... - se vuelve a su móvil - Hay que ir para allá antes de que decida irse a otra parte el dichoso cabroncete... - tuerce el gesto - De lo contrario, lo perderemos... - traga saliva - Y Don Cangrejo nos castigará por ello...
Lo último que dijo el chaval pareció incomodar a la esponja endemoniada. Pero al poco rato sonrió y añadió feliz:
- Uh... - se frota las manos, deseoso por ponerle las manos encima a su víctima - Ya entiendo... - agarra su cuchillo con precisión - Vayamos a por nuestra presa...
Dicho y hecho, los dos se cubrieron la cabeza con unas capas negras que llevaban puestas, fundiéndose en la oscuridad. Y posteriormente salieron de la casa por la que se habían aparecido hace unos minutos atrás, la cual consistía en un gigantesco ancla. Pero no se molestaron en pararse a contemplar de dónde habían salido. Tenían que darse prisa si no querían perder al objetivo. Aparte de que tarde o temprano la policía estaría buscando a esas adolescentes que se habían chamuscado en el fuego infernal.
Caminaron por una calle oscura y desierta, sin ningún alma alrededor. Era de noche, las ocho en punto supuestamente. Y por el ambiente silencioso del lugar, parecía ser que estaban a mitad de semana. La gente estaría en casa descansando tras el trabajo. Y eso era una oportunidad perfecta para ambos demonios. Así pasarían más desapercibidos.
No pasaron apenas diez minutos hasta que llegaron a un local cuya portada era un cartel de colorines que rezaba con letras saltarinas: "restaurante Goofy Goovers". No cabía duda de que habían llegado al destino.
- Bueno... - dijo Calazrael con gesto de asco, pues no le gustó nada el aspecto infantil del lugar. Y eso le hizo entender que la víctima no era alguien normal - Veremos a ver a quién nos enfrentamos...
- Jijiji... Sí... - rió en plan nervioso el polífero - Ya puedo imaginarme lo grande que la tendrá y lo bien que fo...
- Para ya con eso, guarrona... - le gruñó el otro, pues no le gustaba cuando se ponía así a la hora de matar a alguien - Y ahora... - suspiró y miró hacia la entrada del restaurante - Acabemos con ésto...
- Chachi... - sonrió de oreja a oreja el enano psicópata - A por la zorra...
Manteniéndose encapuchados para no levantar sospechas ante los mortales que estuvieran allí dentro, entraron por la puerta con sigilo, el alto delante y el bajito detrás. Mantuvieron sus armas escondidas antes de dar el primer salto. El jefe les había explicado que la clienta quería una muerte lenta para su víctima. Así que antes que matarla en el acto, debían de secuestrarla y posteriormente torturarla hasta que dejara de respirar. Con eso cumplirían la misión y dejarían al tacaño crustáceo satisfecho.
Nada más hubieron cruzado el umbral, dejando atrás un pasillo oscuro, pasaron a lo que sería la sala principal del restaurante. Y nada más hubieron visto lo que les esperaba al otro lado, ambos no pudieron evitar poner caras de repulsión.
Se trataba de un lugar colorido y lleno de niños (y no tan niños), comiendo helado en sus mesas correspondientes. Todos ellos llevaban puestos gorros en forma de cacahuete. Y por sus caras, parecían estar muy felices.
Al fondo había un escenario cuyas cortinas de tono rosa pastel estaban corridas. Sobre él un señor disfrazado de cacahuete gigante con cara cantaba una canción chillona y muy infantilona, mientras los críos la canturreaban de fondo en plan desentonado.
Yo soy un cacahuete, sí...
Tú eres un cacahuete...
Somos cacahuetes, sí...
¡Cacahuetes de verdad!
Todos reían y aplaudían llenos de júbilo, radiantes de felicidad por el espectáculo y la dulce cena de aquella noche. Sin embargo, entre esa multitud de mocosos pegajosos y adolescentes sudorosos un Belcebú Esponja y un Calazrael estupefactos, que no se creían que ese fuera el local en donde se encontraba la persona que tenian que matar, murmuraron a la vez:
- Pero qué mierda...
Esperando que no se hubieran equivocado, Calazrael comprobó varias veces el localizador. Y no cabía duda de que se encontraban en el sitio correcto.
Esperando que no se tratara de un error, pues un sitio así no era propio de un criminal sanguinario y cruel, fueron a tomar asiento. Echaron con mala gana a dos enamorados quinceañeros de una mesa y la ocuparon. La pareja los miró con desdén y salieron del local de brazos cruzados.
Una vez estuvieron sentados, Belcebú Esponja tomó unos prismáticos y se puso a explorar los alrededores de la sala pintoresca, en busca del blanco que estaban a punto de encontrar. Pero entre tanta música, tanto grito y tanta gente pegando botes desde sus asientos apenas podía ver nada. La dichosa cancioncita de fondo los estaba haciendo enloquecer a todos los chavales de allí. No había manera de que cerrara el pico. Repetía y repetía la misma estrofa todo el rato.
Yo soy un cacahuete, sí...
Tú eres un cacahuete...
Somos cacahuetes, sí...
¡Cacahuetes de verdad!
Calazrael se percató de la irritación de su compañero de trabajo. Y sabiendo lo rabioso que era ese maníaco por naturaleza, estuvo a punto de decirle que se calmara. Sin embargo, alguien o algo le arrojó una bola de helado de chocolate bien fría en la cara, lo que hizo que se girara hacia su supuesto lanzador con cara de pocos amigos. ¿A qué venía eso?
Se giró para ver a su supuesto lanzador, a quien mataría sin importar que se tratara de un niño. Los humanos son escoria y no hay que dejar viva a la gente pecadora. Y justo fue girarse cuando se encontró con unos ojos saltones y azules al otro lado de la sala, los cuales le lanzaron una mirada traviesa y tierna. Tras verlos, el asesino se quedó casi boquiabierto. Porque se trataba de la persona que acababa de tirarle la bola (a saber por qué). Y su sonrisa pícara y sus pestañas acentuadas las reconoció él al instante en el que lo miró. ¿Ese no era...?
Yo soy un cacahuete, sí...
Tú eres un cacahuete...
Somos cacahuetes, sí...
¡Cacahuetes de verdad!
El tipo ese alargado y con cuerpo de cartón no se callaba. Y los niños chillaban y desentonaban más y más.
Entonces, Belcebú, ausente de la incidencia del helado, a punto de que le estallara la cabeza por la rabia que le estaba dando no poder concentrarse con tanto jaleo de por medio, alzó la cabeza hacia el cacahuete cantarín y exclamó furioso:
- ¿¡Quieres hacer el favor de puto callarte, condón usado de mierda!?
El público guardó silencio de golpe y porrazo, soltando exclamaciones por la barbaridad que acababa de soltar ese niño (o al menos ellos creían que se trataba de un niño). La música dejó de sonar y el cacahuete parlanchín dejó de cantar. No esperaba que un crío fuera a tener ese vocabulario tan horrible. Además, les sorprendió a todos ellos que al decir una palabrota no sonara un delfín de fondo. Normalmente, cuando en su mundo alguien soltaba tacos, pasaba eso.
Por otro lado, Calazrael, alarmado porque su compañero hubiera atraído la atención de las miradas, todavía con parte de la cara manchada de caramelo, estuvo a punto de reñirle que se dejara de tonterías. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de abrir la boca, cuando una sonora y estridente carcajada resonó por todos lados, haciendo que los dos abrieran los ojos como platos.
BAHAHAHAHAHAHAHAHA...
Con los instintos puestos en alerta, los dos sicarios se giraron hacia esa supuesta risa atronadora. Y nada más descubrir al autor de semejante carcajada, se quedaron casi atónitos.
Allí, sentado solo en una mesa, junto a una enorme copa de helado de plátano y golosinas, había una esponja pequeña, amarilla y cuadrada, de oyuelos rosados y ojos redondos y azulados. Llevaba puesto unos pantalones marrones y parte de la crema del helado le descendía por sus labios, de los cuales sobresalían dos dientes de conejo muy acentuados.
A simple vista, era como Belcebú Esponja en imágen y semejanza, sólo que sin los cuernos y los colmillos. En lugar de parecer siniestro, mostraba una actitud pacífica y al mismo tiempo extraña. Desprendía un aura un tanto rara que no se sabía si era de locura o de infantilismo. Tenía una expresión muy rara, como linda y al mismo tiempo perturbadora. Igual que un loco mental...
Tras terminar de reírse perdidamente, el chico, secándose la boca cuidadosamente con una servilleta que sacó de sus pantalones, se cruzó de piernas y dijo con una voz gritona y aguda:
- ¡Qué bien ver a gente nueva en mi restaurante favorito! - los saluda con la mano en plan simpático - Tenéis un sentido del humor interesante... - se vuelve al cacahuete bailarín - ¡Goofey Goober! ¡Por favor, siga cantando! ¡Él sólo se estaba divirtiendo!
Algunos se quedaron un poco incómodos por su actitud alocada. Daba la sensación de que estaba borracho. Quizás se encontraba bajo los efectos del azúcar del propio helado. Eso a veces les había pasado a algunos clientes que fueron allí.
Por otro lado, la mascota del local, el cual se quedó un momento en silencio sin saber qué hacer, contemplando a ese dúo de encapuchados un poco asustado, hizo caso a la petición de la esponja feliz. Y retomando de nuevo su actuación, prosiguió con ella. Y la música volvió a sonar otra vez.
Una vez todo hubo vuelto de nuevo a su orden habitual, Belcebú Esponja, girándose hacia su compañero con cara de sorpresa, miró un segundo por el rabillo del ojo a ese muchacho endulzado, quien en esos instantes estaba distraído con su banana split. El caso es que se le hizo atractivo pese a no tratarse de un chico malo. Y tras echarle un vistazo de arriba a abajo, frunció el ceño y le dijo por lo bajo al cefalópodo:
- Es él... - aprieta los puños - Es nuestro objetivo... - soltó un gruñido similar al de un chihuahua rabioso - Y yo pensando que iba a ser un chico malo...
- Las apariencias engañan, enano... - le respondió este, mirando a ese tipo amarillo y dientudo como alguien que mira una pared - Según el localizador, Bob Esponja tiene 50 años... - arruga la frente - Y el hecho de que venga a un local de niños pequeños a cenar ya es un signo de sospecha... - se pone muy serio, gesto que llamó la atención de su enano compañero - Parece tener ganas de orinar...
Eso último era verdad. Al joven esponjoso le estaba comenzando a temblar las piernas.
- En cuanto vaya a los baños, nosotros iremos tras él... - se vuelve a Belcebú Esponja - ¿Entendido?
Este, que no podía esperar a pasar a la acción, asintió con la cabeza y murmuró en plan psicótico:
- Ansío acuchillar a ese mamón por detrás...
A los pocos minutos, como unos diez o quince, la canción del cacahuete se acabó por fin. Cada vez eran más adolescentes los que ocupaban la sala y menos niños. Hubo un momento en el que sólo había jóvenes de quince y diecisiete años en la sala. El grupo de los peques se había marchado.
Acto seguido, nada más terminar el espectáculo infantil, tal y como predijo el triste ángel caído, Bob Esponja fue corriendo a los baños de caballeros. Tenía las manos puestas en su entrepierna y no dejaba de sudar. Algo le había sentado muy mal, eso estaba claro.
Tras ver cómo se iba a las letrinas, los dos demonios se levantaron de su mesa e iniciaron el paso hacia su objetivo. Si lo pillaban solo en los servicios, podrían atraparlo sin que nadie se diera cuenta.
Sin embargo, justo antes de que pudieran llegar hacia su destino, un estruendo resonó en la entrada del local, lo que causó que tanto ellos como los demás jóvenes de la sala se giraran hacia allí.
Acababa de pasar por las puertas del colorido restaurante, derribandolas de una patada, un grupo de matones fuertes y grandullones. Todos ellos iban de negro y con tatuajes por todo el cuerpo.
La manada, compuesta por siete hombres, era encabezada por un matón alto, con un sombrero de vaquero en la cabeza y un pañuelo cubriéndole la boca. En su chaqueta de cuero ponía el nombre Dennis.
Al verlos llegar, los jóvenes que comían en sus mesas se quedaron petrificados y callados. El cacahuete bailarín, pese a la situación, prosiguió con un número de magia que estaba haciendo. Y los camareros y otros encargados no dijeron ni una palabra. Tenían mucho miedo.
Los únicos que no mostraron temor alguno fueron los dos demonios sicarios, quienes contemplaron a esa panda con gesto curioso. No sabian que los mortales fueran tan estilosos.
Nada más hubieron llegado, esos hombres malotes rodearon el interior de la sala y se pusieron a pedir dinero a todos y cada uno de los presentes. Ninguno se negó a darle parte de sus ganancias. Llevaban pistolas y cuchillos. No iban a arriesgar su vida para que luego los mataran.
Al ver ese panorama, Calazrael pareció preocupado en un principio, pues esas gentes eran pobres inocentes. Y los cuatreros que acababan de llegar no eran más que delincuentes asquerosos que los estaban amenazando. Pero no podían perder más tiempo. Si no terminaban con la misión lo más pronto que pudieran, el jefe se enfadaría mucho con ellos. Y no quería que los castigara por llegar tarde (al igual que otras veces). O peor aún. Podrían "llevarlos..."
Aterrado por pensar en eso, se dispuso a continuar con la misión. Pero antes de que pudiera volver a dirigirse al baño otra vez, se dio cuenta de que Belcebú no estaba a su lado. Y eso hizo que por poco sufriera un ataque. Por algo no le llegaba el olor inconfundible a azufre que desprendía el muchacho.
Giró en redondo un poco desesperado, esperando por amor a Satán que el muy descerebrado no se hubiera largado muy lejos. Era el empleado favorito de Don Cangrejo. Si lo perdía en el mundo de los vivos, lo pagaría bien caro.
Se puso algo nervioso al no verlo por ninguna parte de la sala del restaurante. Hasta que de pronto sus oídos oyeron el repiqueteo de unos chelines. Y ese era el ruido que hacía la esponja endemoniada cada vez que caminaba, debido a sus botas negras.
Esperanzado, se dio la vuelta rápidamente. Y pudo ver cómo el pequeño imp chalado corría en dirección hacia el jefe de la mafia que acababa de llegar, con los brazos en alto, mientras su cola de demonio serpenteaba en plan exagerado.
- Malote... - murmuró Belcebú Esponja, atraído por el aspecto fuertote y macarra del tal Dennis - Jijiji...
Alarmado, Calazrael fue tras él, apartando a la gente que se topaba en su camino a un lado y medio inclinado para tratar de detener al pequeño. Los presentes, en este caso los clientes, se le quedaron mirando con extrañeza, sin saber por qué su acompañante había reaccionado así tras la llegada de esos bandidos.
De sopetón, el ángel caído logró llegar al lado del estúpido diablillo. Y rápidamente se lanzó como una flecha hacia él, arrodillándose en el suelo. Logró de un tirón agarrarlo y levantarlo del suelo, causando así que el muy idiota se quedara agitando las piernas y sonriendo igual que un pánfilo, como si todavía creyera que estuviera corriendo.
Justo fue atraparlo, cuando de frente, los ojos del calamar dieron con las lentes oscuras de Dennis, quien lo miraba de pie con gesto de curiosidad. Su persecución lo había llevado ante el jefe de los matones. Una mala suerte que tuvo al no mirar por donde andaba. Y no sólo eso. Al agacharse se le desprendió la capucha de la cabeza. Y todo el mundo pudo verle la cara. Lo mismo pasaba con Belcebú, a quien se le cayó la capa nada más el otro lo hubo atrapado. La gente de alrededor no pudo evitar clavar sus miradas en esos alargados cuernos que tenía la esponja sobre la cabeza.
Al ver a ese escuchimizado punky y a su acompañante esquizofrénico, el forzudo señor, inclinándose hacia ellos para verlos mejor, les murmuró con una voz suave y de tono educado:
- Hola, chavales... - se pone bien sus gafas con el dedo - ¿Tenéis algo que ofrecerme?
Calazrael, que pudo darse cuenta de que no sólo Dennis, sino que los otros miembros de la pandilla se pararon a mirarlos por sus pintas y porque no recordaban que les hubieran pedido dinero antes al igual que los demás, trató de parecer natural. Y mirando al humano con gesto frío, sin soltar a Belcebú (quien no dejaba de agitar las piernas), le dijo:
- No hemos traído nada para pagar... - frunce el ceño - Sólo hemos venido a sentarnos...
Los amigos del ladrón se rieron por su respuesta, pues pensaron que el chaval se sentía intimidado.
- Ya... - le respondió Dennis, sabiendo que algo le estaba ocultando. Seguidamente, se para a mirar a la esponjita con cuernos - Veo que traes a un amiguito contigo... - le toca la fina nariz, haciendo que sonara un débil "squish" - ¿De qué va disfrazado? - sonríe bajo su pañuelo - ¿De cabra loca?
Pero justo fue tocarle la nariz, cuando Belcebú abrió sus fauces y trató de morderle la mano al matón. Por suerte, este logró retirarla antes de que ese loco pequeñajo le arrancara el dedo de cuajo.
- Ay... - se echa para atrás, mirando a ese polífero con un poco de miedo - Veo que el polizón es un rebelde... ¿Uhm?
- Adoro la carne fresca... - murmuró Belcebú Esponja en plan esquizofrénico - Jijiji...
Dennis lo miró un momento. El caso era que le sonaba de algo ese enano. ¿Se habían visto antes?
Entonces, de golpe y porrazo, le vino a la mente un recuerdo de hace ya mucho tiempo. Un recuerdo en el que él tenía que acabar con la vida de dos idiotas por órdenes de un tal Plackton...
No podía ser. El Bob Esponja Pantalones Cuadrados... Ese tarado que lo logró derrotar hace años tras la aventura de Concha City...
Era ese niño. El imbécil que le hizo pasar un mal rato, el quien lo hirió y lo dejó para el arrastre. El queso con patas.
Impactado, sintió cómo la sangre le comenzaba a hervir. Por lo visto seguía viviendo en la ciudad feliz y con alegría. Y sin pensárselo dos veces, dispuesto a vengarse, blandió su cuchillo y gruñó a esos dos:
- Maldita sabandija amarilla... - alza el arma hacia ellos - ¡Voy a acabar contigo!
Calazrael, que no entendió por qué de repente ese musculitos quería atacarlos, logró reaccionar a tiempo y se retiró de un salto de la trayectoria del cuchillo, sin soltar a Belcebú, quien se rió al ver la reacción de aquel hombre tan apuesto. Dennis sólo logró acuchillar a un camarero que pasaba por ahí, partiéndole en dos la cabeza.
Acto seguido, con la mano llena de sangre, el matón pegó un silbido con su mano libre para avisar a sus pandilleros, quienes alzaron las cabezas tras su llamada.
- ¡Matarlos! - les ordenó furioso, señalando a los dos muchachos con el dedo ensangrentado.
Éstos, sin rechistar, sacaron sus armas y se dirigieron a por la pareja de sicarios, quienes al ver que iban a tratar de matarlos, no tuvieron más remedio que aceptar el desafío. Y se lanzaron a la batalla, pegando un grito de guerra.
A partir de ese punto, los gritos resonaron por todas partes. Y la sangre brotó por cada rincón de la sala colorida.
Belcebú Esponja derrotó a gran parte de los siervos grandullos de Dennis a partir de mordiscos, cuchilladas o desmembramiento. A uno de ellos le llegó a arrancar el corazón con la boca y escupirlo. Por otro lado, Calazrael consiguió acabar con los que se le tiraron encima gracias a su inseparable lanza angelical, la cual llevaba consigo. Con ella despedazó a más de uno. Y logró desviar varias balas de las pistolas de sus enemigos.
Debido a que volaron disparos por todos lados, algunas de ellas golpearon a la gran mayoría de los clientes presentes, quienes en lugar de huir se quedaban allí observando. Estaba claro que los mortales eran unos seres bastante estúpidos. Ninguno logró quedar en pie. Todo se tiñó de rojo en un instante. Incluso en medio de la pelea, el señor Goofey Goober se unió a la pelea en favor de los dos demonios. Pero terminó recibiendo un hachazo en la cabeza, inexplicablemente, de la mano de Belcebú Esponja, el cual exclamó enloquecido:
- ¡Odio los putos payasos!
Cuando al fin habían acabado con todos, después de una intensa pelea, el dúo se giró hacia Dennis, el cual estaba parado en medio de la sala encharcada de sangre. Y sin tener ni idea de cómo logró volverse tan imparable ese crío, sabiendo que quizás quería vengarse por lo mal que se portó con él en el pasado, no se le ocurrió otra cosa que echar a correr en dirección hacia la salida. Tenía miedo y no quería terminar igual que sus hombres.
Pero antes de que pudiera cruzar la puerta y pedir ayuda, la esponja endemoniada se abalanzó sobre él y se lo cargó a mordiscos, arrancándole parte de la carne de su cuerpo. Era evidente que no querían dejar testigos en la sala.
Satisfecho, el imp polífero, con la boca llena de tripas y entrañas que le sobresalían de los labios, se giró a Calazrael y comentó decepcionado:
- Arf... Qué mentiroso... - le da una patada al cadáver de Dennis con gesto molesto - No era realmente un chico malo...
Su compañero, mientras se retiraba la sangre de la cara con un pañuelo, se rió en plan débil y exhausto por su comentario. Ese niño era un caso perdido. Su obsesión por la gente mala nunca lo entendió.
Sin embargo, antes de que se pusieran a charlar tranquilos por haberse merendado a todos esos sinvergüenzas, tuvieron la sensación de que había alguien más en la sala. Alguien que los estaba observando atentamente...
Poniéndose muy quietos, respirando con fuerza por el cansancio, se giraron lentamente hacia él o la que los estaba mirando. Era increíble que alguien hubiera sobrevivido a ese tiroteo que casi estuvo de destruir casi toda la sala.
Al fondo, asomado por la puerta ensangrentada y agujereada de los baños, Bob Esponja, cuyo rostro estaba pálido, clavó su vista en ellos dos. Miró a Belcebú, luego a Calazrael y así sucesivamente. Sus pupilas estaban dilatadas. Y su cara expresaba entre sorpresa y terror.
Los otros dos también se quedaron un tanto asombrados. ¿Había estado todo el tiempo observando la pelea? ¿En qué momento había salido a ver lo que pasaba?
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