Capítulo 12 - Masacre
Nada más Belcebú Esponja hubo terminado con la vida de aquel crustáceo que no era realmente su jefe, se retiró de encima suya igual que una señorita. Y retirándose la sangre de la ropa, puso ojitos tiernos y dijo medio drogado:
- Ja... Estoy libre del trato... - le arranca un brazo al cadáver y lo levanta hacia arriba con gesto rebelde - Vuelvo a ser un overlord... ¡Yuju!
Apenas hubo cantado victoria, cuando se dio cuenta de que no se encontraba solo en ese local.
Ante él se encontraban los chicos con los que se había topado antes: la ardilla plana, la estrella de mar atontada, la narval fea y el sepio. Todos ellos lo observaban con caras de espanto, quedándose arrinconados en una esquina y abrazándose unos a otros. Quizás porque lograron comprender finalmente que no era la persona que se creían que era.
Dándose cuenta de que habían presenciado su acto de asesinato, el pequeño imp, nervioso porque hubiera testigos y que eso le trajera problemas en su mundo, hizo ademán de ir a por ellos. No podía haber nadie que se enterara de la existencia de unos demonios sicarios que iban a la Tierra a por mortales pecadores.
Éstos parecieron darse cuenta de sus intenciones. Así que se estremecieron al verlo acercarse.
Pero antes de que pudiera abalanzarse sobre ellos y acabar con sus vidas, el sonido de unas sirenas provenientes de la calle y el alumbramiento de unas luces por toda la oscura habitación hizo que este dejara lo que estaba haciendo y que se diera la vuelta extrañado. ¿Y ahora qué pasaba?
Alrededor del restaurante se acababa de formar un circulo policial, lleno de coches patrulla y de guardias armados.
No podía ser. Alguien había detectado sus movimientos y se había encargado de llamar a la policía para ir a por él.
- Mierda... - murmuró furioso, alzando su cuchillo en señal de amenaza.
Entre la multitud el chico pudo descubrir a una adolescente grandullona. Una ballena de cabellos rubios que iba en camisón de dormir y en zapatillas de casa. Esta señalaba las puertas del restaurante a los agentes con lágrimas en los ojos. Y al darse cuenta de que allí estaba Belcebú Esponja, se puso a agitar las manos en plan exagerado y exclamó medio histérica:
- ¡Ahí está! ¡Ese es el demonio que ha acabado con la vida de mis amigas! - da pisotones en el suelo, haciendo temblar la tierra - ¡Ir a por él!
Como si acabaran de recibir las órdenes de un oficial, un grupo de tres guardias fueron directos al interior del local, con pistolas en mano y en posición de ataque.
Por otro lado, la chica emo de antes, la cual iba con la ballena, gravaba con el móvil lo que estaba pasando llena de curiosidad y asombro.
Cuando dentro los agentes se encontraron con el acorralado Belcebú Esponja, quien se puso a gruñir como un perro al verlos aparecer, lo apuntaron con las armas y le exigieron a voz en grito:
- ¡Levanta las manos!
Este, sabiendo que no podía hacer nada por el momento, hizo caso a las órdenes de aquellas personas. Y levantó ambas manos ensangrentadas, pero sin soltar su cuchillo.
Por supuesto, y ésto no lo entendió la policía presente ni tampoco la pandilla asustada de detrás de él, en sus labios se dibujó una sonrisa macabra. Era como si le diera completamente igual que lo fueran a detener. ¿Pero por qué? Si estaba casi desalmado.
Acto seguido, uno de los hombres del grupo de policías, mirando a este con algo de temor, hizo el gesto de apretar el gatillo y le dijo un poco nervioso:
- Vale... Buen chico... - mueve su bigote a un lado - Y ahora... - frunce el ceño - Suelta el cu...
¡ZAS!
- Argh...
De repente, un segundo atacante irrumpió en escena con hacha en mano. Un calamar delgado vestido de negro, con una cresta en el pelo del mismo color. A sangre fría y pegando gritos de guerra, atacó primero al poli que estaba hablando degollandole el cuello con la hoja de su arma. Y posteriormente repitió la misma acción con los otros hombres, derramando un torrente de sangre a su paso.
Cargado sobre su espalda, igual que a un niño pequeño, tenía cargado a Bob Esponja, el cual seguía llevando la trampa para osos y estaba atado a la silla a la que lo habían amordazado. Sus piernas se agitaban y parecía ser que estaba pegando gritos ahogados por todo lo que estaba viendo. No podía caerse de encima de su secuestrador porque unas cintas, similares a los brazos de una mochila, lo tenían bien agarrado a la espalda de este. Menuda noche de locos estaba pasando. Y eso que sólo había salido a tomarse un helado en el Goofey Goober.
Mientras el intrépido Calazrael iba realizando su acto de ayuda, la pandilla de los cuatro chicos de al fondo pegaban gritos de horror al ver que había alguien más del lado del otro demonio. Por algo antes ese niñato había sonreído sin miedo. Sabía que la ayuda iba en camino. Y debido a lo asustados que estaban, no sé dieron cuenta de que Bob Esponja estaba ahí, agarrado a la espalda de ese asesino punky.
- ¡Wooooooooh! - gritaba la chica emo desde el exterior, grabando todo eso como quien graba un concierto - ¡Tíos, sois geniales!
La policía y su amiga la miraron con caras de desprecio y desentendimiento. ¿Pero es que acaso no estaba asustada?
Por otro lado, Belcebú Esponja contemplaba a su compañero en plan alagado y enamorado. Menos mal que al menos había logrado llegar a tiempo el muy narizotas antes de que fuera demasiado tarde para él. Normalmente era Satina la quien lo salvaba de cosas así. Pero en este caso fue el ángel caído el encargado de cumplir con esa tarea. Por algo Don Cangrejo lo obligaba a ir con la esponja. No quería que a su empleado favorito le pasara nada mientras estuviera en el mundo de los vivos.
Una vez hubo acabado con todos ellos, Calazrael, manchado hasta los ojos de sangre de pescado, se dispuso a soltarle una regañeta a Belcebú Esponja, pues por su culpa ahora habían sido vistos por seres vivos, incluidos los mocosos esos que estaban gritando ahí cerca de ellos. Pero antes de que pudiera decirle nada, se percató del peligro que se avecinaba allí a las puertas del restaurante.
El cordón policial, todos ellos alzando sus armas, estaban a punto de iniciar un tiroteo múltiple, sin importarles la vida de esos inocentes que todavía continuaban allí dentro. Estaba claro que solamente buscaban abatir a los malhechores y así terminar con el trabajo sucio de golpe. Daba igual las vidas que fueran a correr peligro.
Dándose cuenta de la acción que iban a hacer, la ballena grandota se llevó corriendo a su amiga la emo de allí, a otra parte más alejada del peligro, mientras esta seguía haciendo fotos y videos del panorama muy ilusionada. Se notaba que a la muchacha le faltaba un hervor.
Viendo lo que estaba a punto de venirle encima, Calazrael no sabía lo que hacer. No podía terminar con la vida de esas personas armadas de un sólo plumazo antes de que atacaran. Tenía muy poco tiempo para salir de ese problema.
Y todo parecía estar perdido, tanto para él como para su víctima y esos jóvenes de detrás suya que no hacían más que gritar. Hasta que la ayuda se les apareció de sopetón a todos ellos, delante de sus ojos.
Belcebú Esponja irrumpió en la escena de un salto, poniéndose delante de su amigo y frente al ejército policial que los tenían rodeados. Y con una sonrisa de oreja a oreja exageradamente puntiaguda, hizo lo que en esos momentos se le había ocurrido hacer ante esa situación de peligro.
En su mano derecha tenía bien agarrada una granada plateada, que quizás la habría sacado de uno de sus bolsillos. Siempre llevaba una a las misiones en caso de emergencia. Y al ser esa ocasión una situación así, era hora de utilizarla.
- ¡TOMAR ESTO, HIJOS DE PUTA!
Sin remordimiento alguno, deseando pasar a la acción, quitó el seguro de la bomba con los dientes, la lanzó contra el grupo de agentes de la zona exterior y...
- Ah... ¡Al sue...!
¡BOOOOOOOOOOOOOOM!
No hubo tiempo para esos agentes de escapar del ataque sorpresa del despiadado demonio.
Una luz anaranjada cubrió todo el lugar. Todas esas personas armadas desaparecieron en un haz de luz, antes de que pudieran escapar. Y las ventanas del restaurante vibraron por la onda expansiva de la explosión. Se levantó una nube de polvo y un viento fuerte que atizó a los que se encontraban en el interior del local.
Calazrael, medio tapándose la vista con la mano, observaba el panorama fascinado. Bob Esponja, desde su hombro, contemplaba horrorizado lo que acababa de hacer ese despiadado monstruo. La pandilla asustada se quedó en silencio al ver aquello, sin ser capaces de recapacitar tal imagen que parecía estar sacada de una película.
Por supuesto, Belcebú Esponja reía como un loco en medio de tanto silencio, contemplando con una tenebrosa alegría cómo esas gentes ardían en las llamas tras la explosión. En sus ojos se reflejó el fuego que ahora mismo brillaba ahí fuera. No podía sentirse más que satisfecho ante la horrible hazaña que había cometido. Para él, ver sufrir a los condenados era lo mejor que podía presenciar. Por algo amaba su trabajo como sicario del infierno.
Después de que el fuego se hubiera medio apagado, el alegre y trastornado Belcebú Esponja se dio cuenta de que alguien lo estaba observando desde lejos. Entonces, esperando que no fuera otra amenaza, se giró en plan perverso hacia esa persona.
Por suerte, sólo se trataba de su compañero, quien, para su sorpresa, lo miraba sonriendo, con los ojos brillantes, en medio de aquel rostro ensangrentado por la matanza que había cometido antes.
Normalmente no solía tener ese gesto de fascinación hacia él, ya que no tenían de costumbre llevarse demasiado bien el uno con el otro. Esa era de las primeras veces que lo miraba así. Y eso sólo podía significar una cosa: lo deseaba por haberle salvado el pellejo. O más bien solamente se estaba volviendo a poner cachondo por haber matado a esos asaltantes.
Sin dudarlo ni un momento, teniendo en cuenta que una cosa así no se iba a repetir, el loco polífero optó por seguirle la corriente a su compañero de trabajo. Entonces soltó el cuchillo y se dirigió a su lado, saltando a sus brazos.
Se dieron unos besos apasionados en medio de las llamas que rodeaban el exterior de la calle, justo delante de las puertas de salida del restaurante. Sus lenguas se enrollaban la una con la otra. Y gemían extasiados.
Bob Esponja, quien seguía atado a la espalda de Calazrael, contempló la situación asqueado. Le daba la sensación de que se estaba viendo a sí mismo besarse con su amigo y vecino Calamardo. De sólo pensarlo, se le formó un nudo en la garganta.
No sólo él era el único incómodo. La pandilla también observó a esos dos un poco extrañados. O sea, si eran compañeros y ambos eran de género masculino... ¿Por qué se besaban así? ¿Estaban reforzando su amistad? ¿Desde cuándo dos personas del mismo género podían amarse de esa manera? Era lo que pensaban mientras contemplaban en ambiente muy callados.
Más bien eran amigos con derechos (esto se puede justificar con la excusa de que son demonios).
Tras el beso, dejando un hilo de babas entre sus bocas, Belcebú Esponja soltó un ligero suspiro y le comentó a este, ignorando a esos mortales que los estaban observando a punto de vomitar:
- ¿Sabes? Lo cierto es que me está a punto de dar un calentón de mil demonios y necesito alguien que sacie mi sed... - le arquea las cejas - ¿Qué te parece si tú y yo nos colamos en algún hotel, nos revolcamos hasta quedarnos satisfechos y después nos ocupamos de matar al bebé que llevas contigo?
Calazrael, pese a que su prioridad principal en todas las misiones era terminar el trabajo a tiempo, tomó la decisión de apuntarse a lo que quería hacer su compañero cachondo. De todos modos ya tenían en sus manos a la víctima. Sólo tenian que matarla. Y aparte de eso, a él también le estaba dando un calentón que necesitaba apagar. Odiaba a esa esponja con toda su alma. Pero como no sentía nada por él, le traía sin cuidado si para acabar con ese deseo tuviera que ser ese imbécil quien se liara con él (cosas de demonios). Así que le dijo:
- De acuerdo, gilipollas... - lo mira en plan coqueto y le da una bofetada - Haremos eso y después nos ocuparemos de joder a este cabrón... - señala con la cabeza a Bob Esponja, quien no entendía a qué querían jugar esos dos. No entendió nada.
Dicho y hecho, los dos colegas locos se dirigieron a la salida del restaurante, dispuestos a tener un descanso de placer entre compañeros. Al menos así reforzarían su amistad.
Pero antes de que pudieran salir de allí con gesto triunfal, uno de los miembros de ese grupo que estaba con ellos, la mujer narval, se dio cuenta de que llevaban consigo a Bob Esponja, el cual estaba amordazado y con una cara que mostraba poca salud. Estaba muy pálido.
Alarmada, Narlene, señalando con el dedo a esos dos, exclamó con una voz chillona muy estridente:
- ¡Mirar lo que llevan con ellos! - abre los ojos como platos - ¡Tienen a Bob Esponja!
Éstos se giraron al oírla decir eso.
Tras haberse dado cuenta de ese detalle gracias al señalamiento de la narval, Arenita soltó una exclamación muy preocupada, Patricio se quedó atónito y Calamardo simplemente murmuró un ligero y amargado "meh...". Tampoco era que le importara mucho la vida de ese desquiciado.
Fue ahí cuando se dieron cuenta de que el polífero chiflado que había matado antes a Don Cangrejo no era el que ellos conocían realmente. El original lo tenían ese par de demonios locos. ¿Pero cómo? ¿Por qué? ¿Quién haría algo así a una criatura tan dulce y buena?
Antes de que pudieran estos reaccionar ante tal descubrimiento (del cual pudieron haberse dado cuenta antes), la primera en intervenir a la acción fue Narlene. No podía dejar que esos chorizos se salieran con la suya.
Como una bala, fue directa hacia esos dos con los puños en alto, igual que Popeye después de haberse tomado su lata de judías. Y soltando un aullido de ballena, exclamó con gesto valeroso:
- ¡Nadie toca a mi quesitooooooooooo...!
De golpe y porrazo, Calazrael, sin comprender por qué esa niña intervenía a luchar así de esa forma tan estúpida, tumbó a la narval de un simple y brusco testerazo. Agarró a Bob Esponja por la silla y con él le propinó un buen golpetazo a esta en la cabeza. Debido a que la dio justo por la parte en la que el pequeño polífero tenía puesta la trampa para osos, su daño fue peor que como si la hubiera golpeado con un bate de beisbol. Y un chorro de sangre emanó de la nariz de la chica tras el ataque.
Cayó desplomada contra el suelo. Y eso fue suficiente para que los presentes se olvidaran un momento de ellos tres y fueran a socorrerla. Parecía ser que le habían hecho mucho daño.
Bob Esponja, tras el cabezazo, agitó la cara medio mareado y dolorido. Al menos él no había sufrido ningún daño. Sólo le había salido un chichón en la frente. Pero nada más ver ante sus ojos el cuerpo moribundo de su amiga y todos sus demás seres queridos yendo a socorrerla, su cara se tornó a gris. Unas lágrimas brotaron de sus ojos y todo su cuerpo se quedó tenso.
Habían hecho daño a alguien que quería.
- ¡Mmmmmmmmmph! - gritó horrorizado, tras aquel cachivache que le estaba tapando la boca.
Calazrael, consciente de que había herido a una inocente sin pensarlo, murmuró un poco culpable:
- Lo... Lo siento... - alza una mano a ellos - Yo...
Pero antes de que pudiera decir nada, Belcebú Esponja lo agarró de la cola de su espalda y le chilló molesto:
- ¡Deja a esa perra y vámonos!
Los tres huyeron de allí antes de que las cosas se torcieran aún más.
Mientras se alejaban de aquel lugar, dejando atrás la calle en llamas, entre el desastre, la chica emo, quien logró ver cómo se alejaban, les hizo una foto antes de que desaparecieran en medio de la oscuridad. Y exclamó ilusionada:
- ¡Toma! ¡Qué exclusiva!
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