xxi. un antes y un después
INVIERNO ROJO,
capitulo veintiuno: un antes y un después!
Washington D.C, 2014 - 2 años después.
MARKUS AÚN LE COSTABA LLEGAR A LA CONCLUSIÓN DE QUE LA LIBERTAD ERA SUYA. No por la simple esperanza de haberla deseado durante mucho tiempo de su vida, sino porque realmente le costaba creer que finalmente había conseguido la libertad de hacer lo que quisiera. No más objetivos, no más métodos de asesinato, no más crimen y cometido, él ya no debía esconderse más. En cierta forma, eso le aliviaba y también podía llegar a ponerlo un poco paranoico al ver tanta "libertad" en SHIELD. El castaño sabía perfectamente que la organización le miraba la nuca constantemente, pero eso demostraba ser algo diferente y de esa forma Markus podía sentirse menos pesado. Claramente, él era consciente de la cantidad incontable de crímenes que cometió en sus años como un Gorrión Negro. Sus compañeros también lo sabían, Markus Belova no tenía nada que ocultar.
Markus Belova sabía perfectamente de dónde venía.
(Pero no sabía a dónde se dirigía.)
El castaño observaba el paisaje que brindaba Washington temprano por la mañana, cómo el cielo empezaba a teñirse de colores rosas, los cuales luego formaban fucsia y al final de aquel túnel forma un color rojo tan intenso como la sangre derramada a los pies de Markus cuando el asesinó por primera vez. Parecía un recuerdo tan lejano, pero al mismo tiempo cercano y listo para atormentarlo. Recordó la cara de sus superiores cuando volvió aquella noche a la Academia con su dedo como prueba del éxito de la operación. Los ojos de aquel hombre fueron el tatuaje que su mente dejó impregnar en lo más profundo de su subconsciente, como un firme recordatorio del pecado que había cometido. Dominica se sentía igual, justo como Mikhail — él recordó hablar con los dos cuando el momento había llegado.
—Es como un fantasma—declaró Mikhail sentado contra la ventana, Dominica estaba junto a Markus sentados en sillas, allá en la Academia—. Es algo que te persigue hasta en tus propias pesadillas. No puedes escapar de él.
—La muerte puede ser tu única salvación—murmuró Dominica mirando a través de la ventana enrejada, los picos de los cerros estaban nevados, anunciando las cumbres del invierno que se acercaba a Rusia.
Markus miró a Dominica, dulce e inquieta Dominica Viktor, con tan solo 16 años de edad.
¿Acaso la muerte era la única salida que había de todo esto?
El infierno estaría más que alegre en recibir a los asesinos del Centro.
El mayor de los Belova sabía que esas eran pruebas de lealtad, que querían ver quien era leal de todos. Más cuando se enfrentaban a la Habitación Roja, más cuando lograban sumirlos a un estado inconsciente donde simplemente les limitaban a estar despiertos; eran seres dóciles, seres que tenían una consciencia cuerda y podían discernir entre los dos lados del reloj: lo bueno y lo malo. Sin embargo, ¿dónde estaban las opciones?¿Dónde estaba el sentido de justicia que tenían?
Esfumado, como todo lo demás.
Dreykov fue demasiado claro en sus instrucciones y se preocupó de transmitir eso a los superiores de Markus.
Ellos lo hicieron al pie de la letra.
—Tal vez esa no sea la única opción que tengamos—dijo Markus, rebosante a sus 16 años.
—Nosotros no tenemos opciones, Belova—señaló la rubia con desanimo.
—Podemos tenerlas.
Los dos agentes le miraron con atención, sus ojos brillando con la luz que entraba del sol que se ponía en el horizonte, creando sombras completamente suaves en sus rostros y al mismo tiempo tan tenebrosas que mostraban qué clase de monstruos eran. Desde ese momento, Markus supo que a él no le darían opciones, sin embargo, él era el dueño de crear esas opciones. Y él decidió que debía seguir adelante, sin importar qué. Seguir con las misiones, seguir con la muerte y causando estragos para poder mover la historia en el camino necesario. La Habitación Roja era la mente maestra capaz de ponerle un rumbo a la historia, con ellos y con los millones de agentes que tenían a su merced — justo en la palma de su mano.
Ahora que Markus lo pensaba: era absolutamente terrorífico.
No obstante, recordó que él tenía opciones.
Él sabía, muy por dentro de sí mismo, que a pesar de estar consciente y sumido a la manipulación que tenía el programa para sus reclutas — él siempre tendría la voluntad de pelear contra ese sentimiento de opresión.
Sus pensamientos divagaron a la mismísima noche en Budapest.
Siempre, siempre volvía a la misma noche.
¿Por qué deseaba torturarse con esos momentos?
¿Por vanidad?
¿Por vulnerabilidad?
¿O, tal vez, por el único sentimiento puro que sintió durante todo ese tiempo?
La noche oscura, él observando los edificios de Budapest, su tranquilidad antes de empezar la misión, la típica rutina de dejar a una muchacha pelirroja entrar a su habitación para hablar, encontrarse en los últimos pensamientos del otro previos a la misión. Allí podía abrirse verdaderamente a una persona, hasta incluso su hermana — aquellos simplemente eran momentos de vulnerabilidad, de delicadeza, de pura e incierta honestidad; algo que simplemente lo dejaba marcado y donde podía discernir quien era él, que parte era la que quedaba en su cabeza donde Markus simplemente podía ser Markus. Recordó el toque de Natasha y sus ojos vidriosos, recordó como su mano se alzó para poder limpiar aquella lágrima que intentó pasar inadvertida por esa mejilla pálida y perlada.
Parecía una gema esa noche.
Y él sentía como se derrumbaba todo a su alrededor.
Tal vez, eso era un pecado.
El simple hecho de caer rendido a ella.
O de que ella caiga rendida ante él, también.
(El dolor, después de todo, era algo que compartían los dos por igual.)
Markus también recordó una lección sobre el dolor, algo que empezó a sentir constantemente desde que vio a sus padres morir, hasta el día de hoy y que siempre supo que lo cargaría como un peso en sus hombros hasta el punto de sucumbir a las terribles garras de la muerte. El dolor parecía ser como un sujeto físico, tal como una sombra que termina persiguiendo al huésped de manera incansable, así siendo como la única compañía presente en la vida de un ser humano. Markus no podía negar la existencia del dolor, en realidad, nadie podía negar que el dolor no estaba allí — así que, tal vez, solo tal vez, era muchísimo mejor dejar que el dolor simplemente terminase por atravesarlo y seguir caminando hacia adelante.
—El dolor solo te hace más fuerte—dijo Melina una vez.
Markus no pudo evitar mirarla.
Vostokoff ladeó su cabeza a un lado, observando como Markus la miraba de manera solemne, casi acercándose a un sentimiento tan familiar a lo que podría ser contención y angustia. Yelena había bajado la mirada, limitándose simplemente a terminar su desayuno mientras que el resto se dedicaba a desayunar y charlar con los otros. Había algo en esa frase que puso a Markus algo sensible. Melina era una muchacha bastante madura, incluso más madura para su edad, teniendo en cuenta su experiencia — hasta incluso Markus podía creerse la broma de que ella hasta podría ser una figura materna o incluso una hermana mayor muy inteligente. La pelinegra no dejó pasar por alto esa mirada en ese momento, pero teniendo en cuenta de que se encontraban en una sala donde todos se limitaban a comer, tal vez ella debería dejarlo ser.
El dolor solo te hace más fuerte.
Había verdad en aquellas palabras.
Había pura y genuina verdad.
(Y en experiencia de Markus, esa declaración podía validarse.)
Melina decidió no decirle nada, en ese entonces, al menos. Ella lo encontró en el jet que utilizaban en las misiones cuando empezaron el entrenamiento en equipo gracias al programa diseñado por Derykov. Era algo normal montar guardia cuando Nicholai o Dominica estaban de pilotos en el transporte. Las pocas ventanas circulares descubiertas daban a la luz de la luna perlada y perfecta, iluminando sus facciones de manera irregular. Melina pudo jurar que los ojos de Markus se veían más que tenebrosos con la poca luz. Ella no se sentía intimidada por él, en realidad, ella tenía más que curiosidad. La pelinegra se puso a su lado, mirándole silenciosamente y Markus simplemente la miró por un momento antes de volver su mirada a la ventana.
El dolor solo te hace más fuerte.
¿Por qué esa frase reivindicaba un sentimiento horrible?
—¿Qué es lo que piensas?—preguntó Melina en voz baja.
—En la misión.
—¿Solamente en eso?
¿Qué era lo que ella quería con él?
Markus continuó mirando por la ventana—No es que tenga algo más en que pensar, Melina.
—De acuerdo, entonces te diré qué es lo que estoy pensando en este momento—señaló la pelinegra y midió bien sus palabras antes de hablar—. Estoy pensando en un muchacho de 16 años, quien está entrenando para el programa de la KGB, es un muchacho de cabellos castaños y ojos azules, determinado a sucumbir en su propia miseria.
El castaño rodó los ojos.
—Creo que estoy pensando en tirarte de este avión.
Melina bufó con diversión—¿Con paracaídas?
—Sin paracaídas.
Ella negó con la cabeza antes de soltar una carcajada amarga. Markus no pudo evitar hacer una mueca a forma de sonrisa al ver que el humor de Melina era más que honesto que todas las cosas que pasaban a su alrededor. Él se relamió los labios, volviendo a su labor de mirar por la ventana y Melina seguía manteniendo su mirada en el muchacho de orbes azules.
—¿Recuerdas esa vez que estábamos desayunando, hacía un par de meses?
Markus volvió a mirarla con una ceja alzada.
¿Acaso él debía recordar algo importante para la misión?
—No es sobre la misión, Belova—replicó la Viuda Negra—. Es sobre algo que dije. Una frase que captó tu interés, al parecer.
—¿De todas las frases de abuela que dices?—declaró el menor de los Belova—. Ty stareyesh', Vostokov (Te estás poniendo vieja, Vostokoff).
Melina le golpeó el hombro con un manotazo.
Eso sí que picaba.
—El dolor solo te hace más fuerte.
Oh, esa frase.
La mente de Markus nunca terminó por divagar en aquella frase.
—Ajá—respondió él.
—Juzgando por tu mirada, pensé que ya habías escuchado esa frase antes—replicó Melina con tono condescendiente, esperó a que Markus soltase alguna excusa, pero él no habló, permaneciendo absorto en sus propios pensamientos—. De alguien más, porque recuerdo que esa fue la primera vez que lo dije.
El mayor de los Belova apretó sus labios.
¿Cómo diablos lo supo?
—Y, juzgando por cómo me miras ahora, sé que estoy en el camino correcto.
Markus no sabía si él era pésimo manejando sus emociones hasta el punto de quedar en evidencia frente a cada miembro del equipo o si las espías rusas eran más que inteligentes que los hombres promedio; era muy probable que fuesen las dos.
—Es probable—masculló Markus intentando de no sonar tenso.
—Es probable que alguien cercano a ti te lo haya dicho—añadió Melina recostando su cabeza contra la misma ventana—. ¿Yelena, quizá?
—Yelena era pequeña cuando me lo dijeron.
—Oh, entonces...tu padre.
Markus negó.
Y Melina se permitió sonreír con tristeza.
Su madre.
—Tvoya mat' skazala tebe eto (Tu madre te decía eso)—dijo Melina con cautela, intentando de evitar alguna reacción violenta con el propio Markus—. Ona dala tebe pervyy sovet ot boli (Ella te dio el primer consejo sobre el dolor).
Markus simplemente asintió.
Oh, pero, ¿por qué?
¿Por qué Markus sentía que una herida volvía a abrirse?
—Vse, chto ona tebe skazala, pravda, Markus (Todo lo que ella te dijo es cierto, Markus)—recalcó la espía rusa mirándolo de manera casi suave, como si su propia madre estuviese mirándolo en ese mismo momento—. Bol' - odna iz veshchey, kotoraya vas ne ostanavlivayet, i yesli ona ostanavlivayetsya, vy prosto vstayete, chtoby snova khodit'. Eto zhizn', Markus (El dolor es una de las cosas que no te detiene, y si lo hace, simplemente te levantas para volver a caminar. Así es la vida, Markus).
Melina tenía razón.
—Klyanus', ya dumal, chto slyshal yeye golos, kogda ty eto skazal (Juro que creía haber escuchado su voz cuando lo dijiste)—dijo Markus de manera débil, como si tuviese muchísimas ganas de llorar en ese preciso instante—. Chto ona byla tam s nami, i chto ona vytashchit nas ottuda (Que ella estaba allí con nosotros, y que nos sacaría de allí).
Vostokoff llevó una mano a la pierna de Markus—Lo siento.
Él sabía que ella realmente lo sentía.
No todos tenían un buen final en su vida y Melina lo entendía muy bien, la vida de Markus podría haber sido igual de nefasta que la de ella — llena de la única cosa que podía mantenerlo vivo.
El dolor solo te hace más fuerte.
Tal vez, Markus recordaría esas mismas palabras en el futuro.
Y él simplemente se mantuvo mirando como la ciudad de Washington D.C era pintada con los rayos naranjas y amarillos del sol que iluminaban cada recoveco oscuro, iluminando su piel como si fuese una luz de opera a punto de empezar su apertura. Aquí era donde terminaba el antes y dónde empezaba el después.
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Hablar con Steve Rogers era algo reconfortante, a su modo.
(Al menos Markus lo encontraba de esa manera.)
Steve era una persona que tenía muchas cosas por experimentar y conocer del Siglo XXI, Markus en cierto modo lo vio como algo gracioso y como algo caótico, como un hombre se podría haber quedado tan varado en el tiempo gracias a una gran caída para poder evitar más destrucción. El capitán Rogers no se rendía con nada, eso era una gran ventaja de toda la situación — a Steve le encantaba aprender cosas nuevas y adecuarse a su tiempo, no parecía como esos abuelos que ya no querían ni ver una pantalla plana con la cantidad de colores con la que se veía en ese entonces.
El equipo de Markus se encargó de enseñarle todo lo que él se perdió.
Además de que aprender de cultura general formaba parte de su entrenamiento como agentes primarios de la KGB, claro.
Las películas de Star Wars, Star Trek.
A Dominica Viktor le pareció demasiado tierno ver al rubio escribiéndolo todo en un cuaderno pequeño, tomando nota como si fuese un niño a punto de empezar su gran aventura como Indiana Jones. Ella y Steve decidieron tomar las cosas muy despacio, ya que ninguno de los dos estaba preparado para salir en una especie de relación, así que empezaron por primera base — Markus aún recuerda la mirada asesina que le dio ella cuando él la molestó con un comentario sobre si por qué no salía a correr con Steve a las mañanas.
—Creo que ya la hiciste enfadar—murmuró Mikhail a su lado.
Markus inclinó su cabeza a un lado en dirección a su amigo, mirando como la rubia lo fulminaba completamente con sus orbes azules—¿Tú dices?
—Estoy un 95% seguro de que te asesinará mientras duermes—concluyó el pelinegro antes de hacer una mueca—. Probablemente te atacará con un cuchillo o le pondrá veneno a tu bebida.
—¿Veneno?—masculló Markus mirándolo de reojo—. Si a Dominica le gusta dejar una maldita escena del crimen como si fuese una pintura del barroco. No va a usar ningún tipo de veneno, ella ve morir a sus víctimas.
La rubia le miró desde la mesa donde estaba sentada—¿Quién te crees que soy?¿Hannibal Lecter?
—Huh, Hannibal Lecter era caníbal—añadió el menor de los Orlov.
Steve les miró con una ceja alzada—¿Quién es Hannibal Lecter?
Todos soltaron un jadeo, mirando a Steve como si lo que hubiese preguntado sería contado como pecado capital. Eso sí que lo llevaría al infierno y todos se compadecieron por él, pero el rubio se mostró más confundido al ver que ellos lo miraban raro.
—¿Ahora qué dije?
—Acabas de cometer uno de los pecados más gloriosos del mundo de los vivos, Rogers—dijo Natasha colocándose al lado de Markus, cruzándose de brazos—. Eso fue lo que hiciste.
—Hannibal Lecter es un personaje ficticio que tiene películas y ahora tiene una serie que terminó el año pasado—añadió Mikhail sonriendo mientras señalaba la televisión—. La serie de televisión es una obra de arte, muchísimo mejor que las escenas del crimen que deja Dominica.
Un cuchillo terminó clavado a su lado, en la pared.
Todos miraron en dirección a la muchacha Viktor, quien, tranquilamente, jugaba con uno de sus cuchillos mientras preparaba la piedra para afilarlos. Al sentir las miradas de todos, ella se encogió de hombros antes de empezar a afilar el que tenía en su mano. Steve no comentó nada al respecto sobre la pequeña ruptura que tenía en la pared de su apartamento, sin embargo, conservó el cuchillo de Dominica — el cual sigue incrustado en la pared. Había muchas cosas por explorar en el mundo, muchísimo cambio que terminaría abrumando al soldado que no era de este tiempo. Markus recordó su primera charla fue una noche donde todos estaban en su apartamento, claramente ebrios y dormidos. El mayor de los Belova fue la única persona que tenía un nivel bajo de alcohol en sangre y Steve había tomado bastante, pero parecía comunicarse como una persona normal y civilizada.
—Tomaste demasiado vodka, Rogers—declaró el ruso antes de tomarse un pequeño vasito con vodka.
—Lo dice la persona que sigue tomando—añadió el rubio y señaló a sus compañeros, quienes dormían. Markus alzó una ceja al ver a Mikhail soltando un gran ronquido—. Además, no puedo ponerme ebrio.
—Eso es una mentira.
—Créeme, no lo es—dijo Steve antes de tomarse el trago que le quedaba—. Ya lo intenté cuando perdí a un amigo.
Markus apretó los labios.
Él no debería preguntar por ese amigo que él perdió, no le gustaba desencadenar charlas incómodas; sin embargo, él se dio cuenta de que Steve podía sentirse muy desolado al ser un hombre de otro tiempo.
(Y, tal vez, él necesitaba a alguien que lo escuche.)
—¿Quién era él?
Steve levantó su mirada, encontrándose con la de Markus quien era algo cálida y reconfortante, no tan fría y calculadora como él lo había visto antes. Rogers se preguntó cómo era posible que él haya sido un asesino como Natasha teniendo un corazón como ella lo tenía. Probablemente, Markus Belova era la persona que Steve necesitaba para poder hablar.
—Su nombre era Bucky.
Markus decidió ir con cautela.
—¿Qué ocurrió con él?
Steve se relamió los labios, con el recuerdo tan vívido en la parte trasera de su cabeza. Él recordaba muchísimo de su pasado en la guerra, un momento tan distante en el tiempo y tan vivaz dentro de sí mismo que le era inevitable no pensarlo. Markus decidió esperarlo de forma paciente, dejando en claro que él podía tomarse todo el tiempo del mundo para pensarlo y decirlo, ya que, considerando la pregunta que el castaño le hizo, no sería un lindo recuerdo que sea fácil de decir con un desconocido como el propio Markus.
Tal vez, él realmente era un desconocido.
Tal vez, él debería volver corriendo a su nación o incluso esconderse para evitar más infortunios.
Tal vez, debería dejarlo solo.
Solo tal vez.
—Fue en una misión—respondió Steve al dejar el pequeño vaso en la mesa—. Debíamos capturar a Armin Zola, un científico que pertenecía a HYDRA, una organización que...—Markus levantó la mano, declarando de antemano que sabía quién era HYDRA y no dijo más al respecto, dejándolo seguir—. Estábamos en un tren, había agentes por todos lados, HYDRA había creado un gran agujero en uno de los vagones y Bucky estaba allí. Intenté llegar hasta él, pero no logré alcanzarlo y simplemente...
Steve Rogers no pudo evitar detenerse allí, sintiendo un gran nudo en su garganta.
Markus lo entendía, a su forma.
Perder a un compañero nunca era sencillo, más si esa persona creció junto a uno.
—Cayó—concluyó el ex asesino ruso y le sirvió otro trago más—. Él cayó y tú viste como moría, sin poder hacer nada, solo lo miraste.
—Solo miré...y lloré también.
Markus asintió—Es algo natural.
—Tú no lloraste cuando Sasha murió.
Oh.
Markus Belova ya no tenía más lágrimas para desperdiciar.
A pesar de que Sasha Zaitsev fue una gran amiga para Markus, él se sintió triste en ese momento, pero su duelo era distinto al de Steve; en muchos de los sentidos posibles, a pesar de que el concepto del duelo simplemente se reducía a una cosa: el dolor y cómo es el proceso del mismo. Todos tenían su duelo y Markus recordó haber llorado por muchísimo tiempo haciendo su propio duelo, pero eso había cruzado un límite muy fino entre las lágrimas y el constante dolor que evocaba a la violencia interna del muchacho — después de todo lo que había pasado en su vida, oh, ¿qué más había que llorar?
El castaño había llegado a la conclusión de que su duelo era algo más silencioso.
Más íntimo, que muy pocas personas lo conocía.
(No culpaba a Steve por haber hecho ese comentario, después de todo, él no lo conocía de manera absoluta.)
—Todos lloramos a nuestros seres queridos de maneras diferentes, Steve—señaló el castaño sirviéndose en su vasito antes de dejar la botella vacía en la mesa llena de empaques para pizza y otros aperitivos—. Nadie te enseña a abrazar el duelo, ni a cómo afrontarlo. Lo tienes que hacer tú mismo y a veces...—se relamió los labios, pensando en todas sus experiencias pasadas—. A veces cuesta mantener el camino "correcto" en uno, pero el dolor siempre está dentro a pesar de que no lo queramos. Sin eso, Steve, no seríamos humanos.
Steve tomó aquel discurso como una de tantas verdades y asintió en silencio.
—Tú sí que has perdido, ¿no?
Markus soltó una carcajada amarga, sintiendo pura e irónica melancolía.
—Decir eso es quedarse corto, super soldado.
—¿Tú dices?
—El dolor solo te hace más fuerte—señaló Markus y volvió a recordar a su madre diciéndoselo la primera vez que cayó al correr.
—Es algo sabio.
—Mi madre solía decírmelo—dijo Markus antes de mirar su vasito lleno de vodka—. Ella murió hace mucho tiempo, dejándonos a mi hermana y a mí, solos.
—La Habitación Roja, ¿verdad?
Markus asintió.
—Natasha no suele hablar tanto de ello, pero entiendo que fue una experiencia bastante fuerte para ella y al ver que estás aquí—prosiguió el rubio—. Es muy probable que fuese una experiencia igual de fuerte para ti y tus compañeros.
—Somos de la misma generación, a pesar de que Alexei y Melina son de una diferente. Y fue algo muy duro, algo que dejó cicatrices en nosotros. Ser soldados sin rostro era una enorme carga para todos y aún lo sigue siendo.
—Por eso no escaparon.
—¿Qué era lo que podíamos hacer?—añadió el castaño—. Éramos completamente conscientes de lo que hacíamos, pero no nos daban opciones. Era hacer la misión o morir, nunca había otra alternativa.
—Natasha sí la encontró.
—Natasha la encontró porque Clint se la dio—recriminó Markus cruzándose de brazos—. Ella tomó esa alternativa porque alguien más se la dio, nadie de nosotros tuvo eso. Ella tuvo suerte por su gran potencial como agentes.
—Así que es por eso que ustedes dos tienen asuntos pendientes—dijo Steve de manera comprensiva—. Ustedes tuvieron algo.
Markus miró a Steve con diversión—¿Qué fue lo que te delató eso, capitán?
—Lo que ocurrió en el quinjet durante nuestra misión a Alemania para capturar a Loki—respondió el rubio antes de relamerse los labios—. En ese momento no entendía la tensión, pero ahora, todas las piezas encajan en su lugar.
—Si te diría la verdad, tendría que matarte.
—La verdad se muestra con acciones, Markus, no con tan solo palabras.
Steve no lo podría haber dicho mejor.
—Pero supongo que tienes razón—continuó Steve tomando en su mano el vasito de vodka que le había servido Markus—. Por los hermanos caídos.
Markus alzó su vaso—Por los hermanos caídos.
Ambos chocaron sus vasitos antes de darle un último trago a la bebida. Steve cerró los ojos con fuerza, dejando que la sustancia queme su garganta conforme pasaba por ella. Markus estaba más que acostumbrado al sabor y a como su garganta se quejaba cada vez que tomaba eso, pero era algo bienvenido. En el fondo, Mikhail soltó otro ronquido profundo y el castaño debatía mentalmente si debía dejarlo dormir afuera o ponerle una almohada encima. Por ahora, el antes y el después había sido tan incierto con ellos.
Tal vez, solo tal vez, sería diferente esta vez.
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