MANIFIESTO NEGRO,
capitulo seis: la graduación!
20 de Noviembre del 2000, un año después.
MARKUS BELOVA SE MIRÓ AL ESPEJO CON ESCEPTISISMO. Observando que los cabellos duros que salían de su barbilla eran una gran molestia para su rostro. Sus ojos azules permanecieron fijos en su reflejo, cada vez más claros entre ellos y su mirada bajó a su cuerpo, observando las pocas cicatrices que quedaban en su torso. La comandante en jefe, Nastia Morózov, dijo una vez que las cicatrices eran como simples trazos de pincel en un lienzo de piel blanca y limpia, donde se creaba una obra de arte según culturas orientales. Pero Markus no veía eso en su piel, ni siquiera en la piel de sus compañeros, ni siquiera en la piel de aquellas personas que debía espiar y asesinar con sus propias manos. No, esos no eran trazos de pincel en color arcoíris que pocas veces veían cuando la lluvia dejaba entrar al sol por entre las montañas; esos eran trazos de caos, de tristeza y un sentimiento de soledad tan oscuro que la violencia era la única forma de hacer esos trazos con el pincel — todo era rojo y negro, todo era violencia dulce y aquellas marcas en los lienzos inocentes de aquellos chicos era un constante recordatorio de lo que eran, de lo que se convertirían.
Monstruos.
Asesinos.
Personas que buscaban su lugar en el mundo.
Oh, y lo encontraron, de la forma más agria y corrupta posible.
Aquellos trazos también les recordaban de que, al ser monstruos, no había posibilidad de volver a su forma original y Markus se preguntó si Nastia Morózov había llegado a la desagradable conclusión de que estaban a punto de romperse — si ella era consciente del próximo movimiento que haría, el cual terminaría por romperlos de forma completa y absoluta. ¿Acaso ese momento llegaría pronto?¿Acaso ese momento terminaría por convertirlos en humanos sin almas? El mayor de los hermanos Belova, luego de aquellos cinco años, supo que las cosas no volverían a ser las mismas y eso le apenó muchísimo — pero el castaño sintió que sus lágrimas no emergían, que su cabeza no dolía por el penoso y miserable sufrimiento que sentía, que ya no sentía su cara retorcerse por sus lágrimas. Markus Belova no tenía más ganas de llorar, Markus Belova ya no tenía lágrimas con qué llorar, solo un dolor rojo y negro, mezclado con ira tan dulce corriendo por sus propias manos que amenazaba con salir cada vez que debía asesinar a alguien.
Markus se dejó convertir en ese monstruo.
(Y eso le daba tanta, pero tanta rabia.)
El castaño de ojos azules se giró un poco, observando las pocas cicatrices que tenía en la espalda, provocadas por lo que ocurrió hace un año cuando aún seguían en el entrenamiento de la Habitación Roja. El intento de escape, la camioneta, los helicópteros, las armas, los disparos, las balas, la sangre que emanaba de su nariz. Todo se repitió como un recuerdo doloroso y agridulce en su mente, recordando exactamente como fue que aquella chispa de esperanza se apagó de manera tan súbita que ni ellos pudieron aferrarse a ello con sus dedos ensangrentados. Recordar las pisadas, las voces, el frío y el dolor seco que su espalda sufrió aquella noche eran un simple mensaje que hizo que Markus finalmente apagara el fuego de su corazón. Él soltó un respingo cuando tocó la primera cicatriz, marcando el primer golpe contra su piel sucia por haber tragado barro gracias a los soldados.
Y los errores tienen su costo.
Recordó el dolor de sus rodillas y como temblaba como una hoja, todos los cadetes temblaban bajo la luz de la luna en el patio de concreto — ya dentro de la Academia. La cantidad de soldados se había duplicado exponencialmente desde que ellos habían salido, a pesar de que luego de aquella experiencia no se volvería a repetir, la KGB no escatimó en ello. Markus recordó tener a Yelena a su lado, quien sentía una gran frustración por el plan fallido, Nicholai respiraba de forma agitada en su lado izquierdo y el resto estaba en silencio. El muchacho de cabellos castaños recordó la imponente presencia de Nastia y Sergey — observándoles con tal frialdad que parecían dos gárgolas de mármol con vida, esperando para darles un castigo y sumirlos a estar de rodillas frente a ellos.
Markus estaba aterrado.
Los errores tienen repercusiones.
Las repercusiones tienen consecuencias.
Las consecuencias podrían ser letales, pero consecuencias, después de todo.
—Kto zhe pridumal ves' etot deshevyy tsirk? (¿Quién fue la persona que ideó todo este circo barato?)—preguntó Nastia en ruso y Markus tuvo que apretar sus dientes para no contraatacar como un perro—. Kto byla toy krysoy, kotoraya podtolknula vas k takomu postupku? (¿Quién fue la rata que incentivó a hacer tal acto?)
Los cadetes permanecieron en silencio.
El miedo, la desesperación, todo flotaba sobre ellos, haciendo el ambiente más tenso.
—YA dumayu, chto v vashikh interesakh nachat' razgovor do togo, kak vashi posledstviya stanut boleye ser'yeznymi. (Pienso que está en su mejor interés ponerse a hablar antes de que su consecuencia sea más severa)—bramó Sergey con aquel acento bien marcado, cruzándose de brazos mientras miraba a los nueve cadetes—. Kto byl? (¿Quién fue?)
Markus no lo comprendía, ¿a quién diablos buscaban?
Un culpable.
Un mártir que se sacrifique por la causa.
A un líder.
—Govorite, neumelyye krysy! (¡Hablen, ratas ineptas!)—exclamó Sergey perdiendo su paciencia por primera vez en cinco años—. Govorite seychas, yesli ne khotite, chtoby situatsiya ukhudshilas'! (¡Hablen ya si no quieren que esto empeore!)
Markus tembló y no pudo detenerse en ese entonces—Eto byl ya, ser. (Fui yo, señor).
El silencio reinó y Markus Belova podía sentir la mirada de todo el grupo sobre él, como dagas congeladas incrustándose en cada parte de su cuerpo, sacando sangre en exageradas cantidades — pero él no sintió dolor, no sintió el agudo sentimiento que dejaba el dolor; sintió miradas de terror y pena. Y, como si fuese instantáneo, Markus no podía sentirse más desolado que antes. Nastia chasqueó su lengua y miró como Markus bajaba la mirada, tragándose toda la culpa de la idea, entregándose a un pelotón de soldados para que, con solo una orden, lo ejecutasen a sangre fría. El mayor de los Belova supo que había cometido un gran error al haber abierto la boca, no obstante, aquel era un precio para poder asegurar de que Yelena y sus compañeros podrían seguir de pie — no le importaba si era una simple bala u horas incontables de tortura las que terminarían con su vida, no, eso era lo de menos.
Fui yo, señor.
Esas tres palabras retumbaron en su cabeza.
Tan claras como las balas que silbaron cuando le dispararon a la camioneta.
(Markus continuó temblando.)
—YA tozhe, ser. (Yo también, señor.)
Escuchar la voz de Natalia Romanova le hizo dejar de respirar, como un puñetazo directo a su estómago y giró su vista en dirección al rostro de la muchacha pelirroja. Su rostro carecía de cualquier emoción a ojos de cualquiera, su mirada perdida y tez blanca perlada completamente sucia con barro y sangre seca — tan idéntica a la que él tenía en esos momentos. Sin embargo, Markus podía sentir el miedo en ella, emanando de un aura que muchos no lograban leer como muy pocos sabían. El mayor de los hermanos Belova no podía creer que ella estuviese haciendo eso, justo en esos momentos de tensión agitada — y aún así lo hizo. Natalia se vio como otra culpable más, tomando el papel que nadie le pidió tomar, que nadie le pidió que formara parte. Él sintió la mirada de Nastia fija en ella, observando como su cuerpo, embarrado por la suciedad del barro y la sangre que emanaba de su herida, se mantenía quieto en todo momento, controlando de no temblar para no demostrar debilidad.
—YA pomogal yemu vse splanirovat'. (Yo lo ayudé a planear todo.)
Nastia sonrió de lado y miró a Markus—Eto pravda, Markus? (¿Es verdad, Markus?)
Markus sintió pánico—Ne...! (¡No...!)
—Eto pravda! (¡Es verdad!)—exclamó Natalia interrumpiéndolo—. Ostav'te ostal'nykh v pokoye, komandir. Byli tol'ko ya i Markus, nikto drugoy. (Deje al resto en paz, comandante. Solo fuimos Markus y yo, nadie más.)
Markus la fulminó con la mirada y ella se la devolvió, con un mensaje silencioso entre sus orbes claros. Tú realmente tienes un deseo de muerte, Markus.
El mayor apretó la mandíbula y sus ojos se encajaron como dagas congeladas en la figura de la muchacha pelirroja. No sigas el mismo destino que yo.
Lo que no esperó fue que ella bajase la mirada, sumiéndose más en aquel hueco donde había cavado su ansiada tumba y Markus supo que a ella no la matarían con una bala, si no la única cosa que le terminaría quitando la vida sería un sacrificio, la caída de un propio ángel a las garras de la muerte. Markus no entendía por qué ella hacía eso y pasado un año, seguía sin entenderlo por completo — probablemente Natalia no quería que él lo entendiese. Markus recordó haber sido privado de su ropa, al igual que Natalia, ambos permanecieron temblando ante el frío del invierno. Él recordó sus ataduras en las muñecas, las cuales ardían como si las propias llamas estuviesen consumiendo su carne poco a poco. Sus compañeros permanecieron en el mismo lugar y Markus sintió su humillación frente a los ojos del mundo. Al ser atado en un poste, con Natasha siendo atada a otro a pocos metros de él, se vio que la luna podía ser la única cosa que podía juzgar lo que ocurría en el mundo de los vivos.
Tú realmente tienes un deseo de muerte, Markus.
Tal vez, él lo tenía.
El primer azote que sintió contra su espalda desnuda le hizo soltar un aullido de dolor, su boca abierta, ahogándose en su dolor blanco y seco que emanaba de su golpe. Natalia también gritó y pegó su frente al poste de metal, apretando los dientes con fuerza. Yelena permaneció putrefacta, mirando fijamente como los azotes se hacían más y más fuertes — sus ojos llenos de lágrimas y un deseo tan crudo de asesinar a Sergey, quien era la persona que hacía tal acto. Markus recibió otro azote y se estremeció de dolor, sintiendo ya una herida en su espalda; una sustancia recorriendo su columna, pero él también podía saborearla, por que su labio se había roto de morderlo tan fuerte. Natalia sollozaba en silencio a su lado, sus ojos y mejillas húmedas por el dolor. Markus, luego de unos veinte azotes, dejó de moverse y se sintió cansado, su cuerpo había llegado al límite. Natalia había ofrecido un poco más de resistencia, pero luego colapsó por el dolor y el cansancio, sus orbes claros fijos en la figura de Markus.
Ambos habían sentido el dolor aquella noche.
Pero Markus recordó que la luna era la única que juzgaba de todos.
Fría y distante como él en aquel momento.
El mayor de los Belova se sintió más ligero, sin tanta carga y recordó haberse desmayado; se despertó un par de horas después en la enfermería, las luces rojas iluminando poco y nada de su entorno. A su lado, Natalia parpadeó, recostada sobre su estómago y con una capa de nieve cubriendo su espalda desnuda. Markus también sintió el peso de la nieve fría contra su espalda y tembló un poco — la muchacha de cabellos pelirrojos, de forma lenta, extendió su mano hacia la del castaño, tomándola entre sus delicados dedos. Markus observó como ella tomaba su mano y le daba un firme apretón, como si los dos se entendieran con tan solo mirarse, sin ninguna palabra, solo con una simple vista y un choque de orbes azules. Belova se dio cuenta en ese momento, a pesar de las circunstancias, que Natalia era algo más que una máquina capaz de matar como él — que ambos eran algo más que los monstruos diseñados para traer el equilibrio en el mundo y encontrar su lugar en él.
—Esta bien—murmuró Natalia con voz ronca.
Markus permaneció en silencio, su mirada viajaba del rostro de la pelirroja a sus manos agarradas.
Ella era algo más.
Una aliada, una compañera, quizá.
Pero Markus supo que ella era algo más.
Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, Markus no dejó de sostener la mano de Natalia y pudo ver que solamente estaban ellos — ellos y nadie más. Ella era algo más y Markus decidió devolver aquel apretón, agarrando con fuerza la mano cálida de la muchacha pelirroja.
—Está bien—dijo él.
━━━━━━━━
Un año había pasado y Markus seguía siendo una flor que estaba a punto de florecer en un lugar tan frío, tan aislado, que ni él sabía si perecería por el frío o por el dolor de su propia alma. El muchacho juntó su cabello castaño, un par de mechones cortos cayeron frente a sus ojos, pero no estorbaron su vista — si no que utilizó una pequeña goma de cabello negra que le quitó a Dominica meses atrás para poder atar su cabello largo de forma efectiva. A aquellas alturas, Nastia decidió no llamarle más la atención con su cabello ya que era más que innecesario seguir insistiendo con un cadete a punto de graduarse. Markus lo agradeció en silencio durante todos esos meses, incluso cuando su cabello creció hasta sus hombros cuando él cumplió finalmente los 18 años de edad. Sus ojos azules se fijaron en la figura de su rostro en el espejo — ya madurado y perfectamente estructurado, su barbilla limpia de cualquier vello que estuviese a su paso.
Aquellos cinco años fueron demasiado duros para él.
Sin embargo, él sabía la graduación estaba girando por la esquina y que las misiones ya serían más oficiales que clandestinas como lo eran durante su entrenamiento. Markus entendía perfectamente de lo que se trataba aquel ritual, como decía Nastia, y que, de todas formas, era demasiado exagerado para hacerse — pero necesario según la comandante. Encontrar su lugar en el mundo del infierno era algo sencillo, sin embargo, los pasos a seguir fueron brutales y este no le quitaba su aspecto siniestro y enfermo del resto. Él apoyó sus manos en el lavabo, tensando los músculos de su espalda y abrió la llave de agua fría para así poder espabilarse de su sueño. Su pecho estaba completamente desnudo, mostrando sus cicatrices y músculos tonificados por el arduo entrenamiento que tuvo durante todo ese tiempo; finalmente para hundir las manos en el agua y lanzársela a la cara. Un par de gotas cayeron de los mechones que tenía y así a él no le importó.
Detrás de él, otro muchacho de su misma edad se asomó al baño.
—¿Estás listo, Markus?—preguntó Mikhail Orlov con poco interés—. Abrirán las puertas en dos minutos.
—Ahí voy.
El mayor de los Belova miró al muchacho Orlov por el rabillo del ojo, su reflejo en el espejo sucio era suficiente para notar el cambio del joven cabellos oscuros. Su rostro estaba cansado, pero aún podía notarse el brillo de sus orbes celestes y su cuerpo había madurado muchísimo físicamente: músculo, afinidad, destreza y fuerza combinadas. Tal como había ocurrido con su hermano, Nicholai, quien estaba casi pelado, pero se notaba el rubio dorado en el poco cabello que le quedaba. Alexei se había cortado el cabello hacía poco y se lo notaba más corpulento pero el musculo seguía en él y más por el uniforme que debía usar. Markus volvió a ponerse su polera negra para salir del baño y reunirse con sus tres compañeros de equipo, esperando pacientemente a que la puerta del pabellón se abriese por los soldados.
La alarma sonó y la puerta soltó un sonido mecánico, abriéndose para ellos.
—Buen día, soldados—los recibió la comandante Morózov, esbozando una sonrisa de suficiencia—. Hoy seré yo quien los escoltará al comedor.
Durante los cinco años de entrenamiento, Markus se dio cuenta de que Nastia habló muchísimo en ruso y que las veces que hablaba otro idioma eran demasiado pocas para contarlas con los dedos. Los cuatro cadetes asintieron, alineándose en una fila para seguir a la comandante por los pasillos en absoluto silencio. El mayor de los Belova permaneció con su mirada en el frente, observando las pocas canas que aparecieron en el cabello de Nastia — él recordó entonces de que había conocido a la comandante en sus cuarenta y seis años al principio y que pronto llegarían sus cincuentas. Empezaban a notarse muy pocas arrugas, sutiles a ojos del muchacho castaño, en el rostro estilizado de Morózov y sus ojos se encontraban cansados, además de estar algo apagados. Se notaba muchísimo que el tiempo había pasado en ella y Markus no la culpaba por ello.
Las canas de Sergey eran muchísimo más prominentes, si Markus podía hablar con libertad.
—El invierno vino antes de tiempo, muchachos—declaró la mujer rusa caminando de forma recta y derecha—. Deberían abrigarse mejor.
Markus rodó los ojos ante el comentario.
(Nastia podría considerarse como una figura materna a estas alturas, si las circunstancias fuesen diferentes, según el propio Markus.)
Sin embargo, Nastia era la madrastra malvada.
Al bajar por las escaleras, ella no giró en dirección al comedor, si no que se dirigió al patio de concreto, donde se encontraban las chicas esperando pacientemente al grupo de cuatro. Markus no tardó en fruncir el ceño y Yelena, desde lejos, le envió una mirada de advertencia. Al juntarse con las chicas, ellos miraron a los tres comandantes que aún se encontraban de pie en aquel podio y ellos se pusieron firmes. Dos años después de la entrada a la Habitación Roja, los cadetes se enteraron que Igoriok Karpov fue asesinado en una misión de rutina con el ejercito ruso durante un conflicto que involucró a un pelotón de Estados Unidos — así que quedaron ellos tres.
—YA znayu, chto eto rutina, k kotoroy vy boleye chem privykli, i ya khochu skazat' vam, chto vy gordost' matushki Rossii (Sé que esta es una rutina a la que están más que acostumbrados y quiero decirles que ustedes son el orgullo de la madre Rusia)—anunció Nastia cruzándose de brazos—. No segodnya nachinayetsya vypusk neskol'kikh kursantov iz etogo vzvoda, sdelayte shag vpered, tem, komu bol'she 18 let. (Pero hoy empezará la graduación de varios cadetes de este pelotón, por favor den un paso al frente los mayores de 18 años.)
Markus, Mikhail, Alexei, Melina, Dominica y Sasha dieron un paso adelante.
—Tseremoniya vrucheniya diplomov - vazhnoye sobytiye ne tol'ko potomu, chto oni uzhe budut protsvetat', i mir budet u ikh nog. (La ceremonia de Graduación es un evento importante, no solo por que ya florecerán y podrán tener al mundo a sus pies)—habló Nastia mirando a los seis integrantes que habían avanzado—. Yesli by ne potomu, chto oni nakonets nashli svoye mesto v etom mire, svoyu tsel' i svoyu missiyu v etom meste. Kakoy grekh ne imet' tseli v etoy strane zhivykh? (Si no por que finalmente encontraron su lugar en este mundo, su propósito y su misión en este lugar. ¿Qué pecado es el no tener un propósito en esta tierra de los vivos?).
El mayor de los Belova miró a su costado, encontrándose con el cabello corto de Sasha Zaitsev — como si fuese un chico, peinado de forma descuidada, mostrando la simpleza de su persona y su personalidad destructiva, ella había crecido bastante, llegando hasta los hombros de Markus al menos. Dominica llevaba un corte un poco arriba de sus hombros y su flequillo había desaparecido por completo, sus hombros se encontraban muchísimo más derechos y además de haber ganado musculatura con los años. Melina aún conservaba su flequillo al igual que Natasha y se encontraba a la misma altura que las chicas — pero todas habían madurado como mujeres asesinas en una sociedad tan patriarcal como la madre Rusia y mantenían su cabeza en alto.
Sin embargo, la graduación no era algo bueno para ellas.
Markus recordó haber escuchado cómo sería el procedimiento para poder llevar a cabo la Graduación: era una intervención quirúrgica, de largas horas, donde los sujetos — ya sean hombres o mujeres — se someterían a una vasectomía en caso de ser hombres y a una cirugía de esterilización para las mujeres. El mayor de los hermanos Belova sabía lo que eso conllevaba: ambos géneros quedarían infértiles de por vida y él no se sintió mal por ello, pero comprendía lo que conllevaba a una mujer — el simple hecho de no poder dar vida a un nuevo ser humano era algo triste y Markus se dio cuenta de eso durante sus misiones de espionaje. A pesar de haber pasado mucho tiempo aislados, Markus y su equipo pudieron aprender muchas cosas del mundo exterior; el hecho de ver a mujeres pelear para crear una vida y fallar en el intento fue algo que golpeó mucho al pequeño grupo femenino. No obstante, Belova recordó las palabras de su amiga rubia con tal claridad que se terminaron tatuando en su cerebro:
—Tal vez mi propósito no es ser una madre—dijo ella una mañana y miró al suelo—. Es mejor así, que intentar criarlo en un mundo donde constantemente intentarán pisotearte.
Markus no dejó de pensar esa frase.
(Probablemente, su propósito tampoco era ser un padre o tener una familia. El mundo podría ser demasiado cruel para un nuevo huésped, incluso para el propio Markus.)
Nastia chasqueó su lengua y le señaló a los cadetes que siguieran a Sergey, sin antes dar un último comentario—Naydi svoye istinnoye mesto v etom mire. (Vayan a encontrar su verdadero lugar en este mundo.)
El grupo caminó hasta la salida para entrar al interior de la Academia, bajando por una puerta que daba a las alas médicas subterráneas de la Academia; un pasillo iluminado por luces blancas y tan grotesco que a Markus le dieron ganas de vomitar. Allí Sergey les pidió que se preparasen para la intervención y los dejó solos a los seis integrantes. El silencio era impenetrable y se movía entre ellos como una serpiente escurridiza, esperando por un final que estaba demasiado lejos como para alcanzarlo. Markus se quitó la ropa lentamente, siguiendo las indicaciones del segundo comandante en jefe y se colocó la bata quirúrgica. Sasha se sentó en una de las sillas y permaneció con la mirada fija en la pared, Belova a su lado derecho — los dos en silencio.
—Estos son los sacrificios que debemos hacer, les guste o no—anunció Melina Vostokoff—. Ya no somos peones de la madre Rusia.
Oh, ella estaba demasiado equivocada.
—Seguimos siendo peones de este juego, Melina—respondió Markus con frialdad, sin siquiera dirigirle la mirada—. Nunca seremos libres, solo la muerte nos sacará de este lugar. Ya perdimos.
Ella sonrió de lado—La esperanza es lo último que se pierde, mocoso.
—Pues la estoy perdiendo—murmuró él.
Los doctores salieron de las habitaciones y pidieron cordialmente a los cadetes que se acercasen para poder dividirlos en dúos: Dominica y Markus se fueron a una habitación con dos doctores, Sasha y Mikhail se fueron a otra, dejando a Melina y Alexei en otra habitación igual. El pasillo quedó abandonado por completo. Markus se sentó en una camilla y a pocos metros de él se encontraba Dominica recostada. El médico les explicó como sería el procedimiento, pero ellos no escucharon con atención — gracias a la cantidad de veces que se les fue mencionado. El castaño se recostó en la camilla, su mirada directa en la gran linterna que se encontraba sobre él y escuchó atentamente como los enfermeros ordenaban todo. Markus se preguntó cual sería su lugar en aquel mundo, en aquel infierno consumido por cada llama pecadora con forma humana. El mundo de los vivos ardía en llamas y él se preguntó si era la persona indicada para apagar cada llama y llevarla al infierno. ¿Acaso esa era su verdadera misión?
¿Su propósito era destruir?
El dolor ya no se sentía.
El sufrimiento, súbitamente, tampoco.
Un lugar en el mundo.
Él miró en dirección a Dominica Viktor, quien le miraba, por segunda vez, con lágrimas en los ojos y recordó muy bien sus palabras en el Kremlin hace cinco años: "La gente como nosotros no es elegida para ser peones. Si no para ser las reinas y reyes de este imperio. Hay muchos que caen al principio, pero los fuertes siempre quedan."
Oh, un lugar en el mundo.
Tal vez, solo tal vez, Melina tenía razón.
—Empezaremos con el procedimiento, cadete Belova—anunció el doctor y él simplemente asintió—. Respire hondo, le prometo que esto no tardará mucho.
Markus permaneció quieto, mientras se le acercaba la enfermera, inyectándole una intravenosa en su brazo derecho y él se estremeció un poco. Le colocaron una mascarilla al mismo tiempo que le inyectaron la anestesia; sus párpados comenzaron a sentirse pesado y su cuerpo entumecido pidió reposo y miró fijamente al techo otra vez. Su cuerpo más y más ligero, hasta sentir que caía en un agujero negro con su propia amargura — las palabras de Viktor resonando en su atrofiada consciencia.
Hay muchos que caen al principio, pero los fuertes siempre quedan.
Oh, un lugar en el mundo: aquel era su lugar.
━━━━━━━━
sin editar
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro