v. errores costosos
MANIFIESTO NEGRO,
capitulo cinco: errores costosos!
MARKUS OBSERVÓ COMO YELENA SE MOVÍA ÁGILMENTE EN PUNTAS DE PIES CON LOS ZAPATOS DE BAILARINA. El muchacho sentía orgullo por su hermana, luego de todos estos años, él podría decir que su hermana era la copia exacta de su madre — en gracia y habilidad, como en aspectos físicos también. Ella podría ser el nuevo equilibrio entre la calma y el caos, después de todo lo que pasaron durante los últimos años, ella podría ser todo lo que Markus no podía ser en ese momento; ya que uno de los propósitos del de cabellos castaños había cambiado rotundamente: ya no era buscar un lugar para esconderse y vivir mejor. Ni siquiera encontrar una nueva familia para terminar su adolescencia de forma tranquila y segura, así manteniendo a su hermana a salvo, no, nada de eso.
El propósito siempre fue claro.
Escapar.
Desde el momento en que pusieron un pie en la Habitación Roja, Markus juró que se dejaría convertirse en aquel monstruo que la KGB quería que fuera, un arma capaz de perturbar la paz y destruir a las personas que querían una muerte segura por pecados que ellos mismos cometieron por mano propia. Markus se encargaría de encontrar su libertad para dejar de ser un peón y aquello era una promesa sagrada que él estaba dispuesto a cumplir a toda costa, y él no era capaz de hacerlo a un costo cualquiera. El muchacho de ojos azules miró atentamente como la muchacha de cabellos rubios se movía con completa fluidez, como si aquel talento fuese innato y aquel fuese su propósito. Markus Belova deseó que así fuera. Oh, pero el mundo era un lugar tan cruel. Tan cruel como ellos lo eran y tan cruel como los próximos asesinos serían después de ellos. Aun así debían aprender de él y librar batallas exhaustivas para poder hacerlo menos cruel que antes.
La voz de Nastia Morózov resonó en los tímpanos del mayor de los Belova—Opyat' taki (Otra vez).
Natalia, al lado de Dominica, soltó un gruñido por lo bajo antes de colocarse en la primera posición otra vez. La música clásica comenzó otra vez y los hombres se irguieron en sus asientos, cada uno sosteniendo sus brazos hacia el frente. Markus calculó que llevaban en aquella posición unos buenos veinte minutos desde que empezaron con el entrenamiento otra vez. Sus brazos pedían descanso, pero eso era un lujo que podía darse. Él miró como los músculos de sus brazos se tensaban y ejercían fuerza contra las pesas que les dieron al entrar al salón de baile. El muchacho de orbes azules observó que sus compañeros también sentían el cansancio de sus brazos, pero no flaquearon; se podía notar el cambio físico por el que habían pasado todos en el trayecto del entrenamiento en a Academia: habían tonificado sus músculos y mejorado mucho en su aspecto físico, además de haber madurado demasiado rápido para un adolescente promedio.
Markus Belova deseó al menos tener una vela para soplar cuando cumplió los 17 años.
Y Yelena se sintió culpable por ello.
Sin embargo, ambos lo celebraron en silencio. Justo como el cumpleaños número quince de su hermana menor. Una fecha muy poco especial para la KGB, pero muy especial para el propio Markus, ya que agradeció una vez más — como lo hacía todos los años desde que tiene recuerdo — el simple hecho de tener a Yelena en su vida. Con ello, todo era más que suficiente para él. Markus continuó mirando a las chicas bailar con suma delicadeza, sincronizadas al punto de parecer una sola bailarina ocupando el gran salón de baile, la elegancia se veía en ellas y el veneno también — el mayor de los hermanos Belova se lamentó por los pobres idiotas que probablemente se interpondrán en su camino, por que cada persona que se enfrente a las Viudas Negras terminaría completamente envenenado.
Aquella era su única maldición.
Sergey miraba atentamente a los muchachos, quienes mantenían sus brazos y hombros levantados hacia el frente. El equipo de hombres, luego de haber terminado con la lección de tiro junto con las chicas, acompañaron al equipo contrario para el salón de ensayo, pasando otra vez por el patio de concreto — examinando sus alrededores de la forma más meticulosa, rápida y silenciosa que podían. Los soldados no habían cambiado su posición en el techo, permanecieron de la misma manera durante aquellas primeras cinco horas. El temblor de los dedos de Markus no era tan prominente como era al principio cuando empezó su entrenamiento en la Habitación Roja y por ello logró mantener su agarre firme en las mancuernas de metal pesado durante todo el ensayo de las Viudas.
No ver más soldados resultó mucho más sospechoso de lo que él pensaba.
¿Qué estaba ocurriendo allí?
(Markus deseó tener telepatía para poder hablar con su hermana y así tener un punto de vista diferente, pero los milagros no pasan.)
Nastia repitió algo en ruso, aquellas dos palabras que exigían a las jóvenes a volver a hacer el número de baile y Markus se preguntó como Yelena no podía marearse con eso por la cantidad de veces que la comandante les obligó a hacerlo una y otra y otra vez. Juzgando por el rostro de su hermana al dirigirle la mirada, Markus se dio cuenta de que Yelena realmente le tenía un desprecio desesperante a la comandante Morózov. El mayor de los hermanos Belova sintió que una de las comisuras de su labio se levantaba, a punto de formar una sonrisa de lado al ver que ambos estaban en la misma página — mostrando el claro disgusto hacia su comandante en jefe.
Si pudiesen eliminarla del camino, la vía sería muchísimo más sencilla.
¿Pero, realmente, conseguirían aquella libertad que pedían?
Markus Belova deseó eso.
Así que, cuando la hora del almuerzo llegó, supieron que debían poner el plan en movimiento. El grupo salió del gran salón, después de una larga sesión de estiramiento luego del intenso entrenamiento que seguiría por la tarde. Markus se preguntó si eso los dejaría sin fuerzas por la noche, obligándolos a posponer el plan para un futuro más cercano — pero él se dio cuenta de que no había más tiempo que perder, cada minuto contaba y de aquella forma realmente sabrían si podían contar con la idea de poder ser libres o si realmente eran los monstruos de los que ellos pensaban que serían. Los cadetes volvieron a pasar por el patio de concreto y verificaron una vez más si la posición de los soldados era la misma. A pesar de que los músculos del muchacho de orbes azules ardían demasiado, intentó aminorar el dolor enfocándose en buscar una salida para formular un plan decente y pulirlo conforme el día avanzaba.
Ingresaron al comedor y el mayor de los Belova sintió como un reloj sonaba dentro de su cabeza.
Tick.
Tock.
Tick.
Tock.
Aquella era una flama danzante que empezaba a soltar chispas para encender aquel fuego que se encargaría de quemar todo.
Los nueve cadetes recogieron sus bandejas con comida caliente y se dirigieron hacia sus asientos en una mensa del centro, la misma donde se sentaron por la mañana. Mikhail movió sus hombros de adelante hacia atrás, intentando de estirarse un poco más y gruñó por lo bajo, Yelena empezó a darle un sobró a la botella de agua y Melina miró la comida de forma muy concentrada. Alexei está vez se sentó junto con Nicholai mientras que Sasha estaba a su lado, probando un bocado de la comida. Markus miró hacia su plato y observó la pasta con una salsa diferente esta vez, Natalia, a su lado, hizo una mueca de asco, pero tomó el tenedor de todas formas.
—La pasta sabe a plástico—murmuró la muchacha de cabellos pelirrojos de forma baja—. O será mi estómago revuelto por la cantidad de veces que repetimos el baile con Madame Nastia. Madame B no era así con nosotras.
—La salsa le da el toque—respondió Alexei con absoluto optimismo antes de guiñarle el ojo a los dos muchachos.
Sasha y Dominica hicieron una mueca de claro disgusto, pero no hicieron comentario al respecto. Yelena, en cambio, decidió empezar con la conversación en código morse:
Toque, toque, toque, línea, toque.
No hay más que cuatro soldados en el techo.
Melina miró cautelosamente a Mikhail y a Yelena, tocando un par de veces sus dedos en una mezcla de toques simples y secos con trazos derechos.
Debemos averiguar si hay soldados en el perímetro de los alrededores. Hay que ser más inteligentes que ellos.
Sasha apretó sus labios y tocó sus dedos contra la mesa.
No hemos visto ningún soldado por aquí dentro, lo que significa que no habrá rotaciones de puestos.
Markus se llevó un buen bocado de pasta a la boca, ingiriendo los fideos calientes con entusiasmo. Él miró en dirección a su hermana, teniendo un debate mental sobre si aquello parecía una buena idea. Yelena se encogió de hombros, sintiéndose como una estúpida al no tener las respuestas adecuadas a las preguntas de su hermano mayor — había veces donde lo inexplicable era mejor mantenerlo como una incógnita sin respuesta. Tal vez era la opción más viable esperar y ver que reacción querían que el equipo tuviese ante aquellas circunstancias; mantener un perfil bajo pero alerta. ¿Por qué la KGB intentaría hacer un movimiento tan descuidado? Ellos eran las personas que poseían el ojo en todos los lugares posibles, vigilaban todo, se percataban de calcularlo todo — el margen de error humano era bajísimo pese a la inteligencia de otras naciones. ¿Por qué a ellos?
Natalia tocó varias veces sus dedos, entre combinaciones de líneas y puntos.
Escapar por la noche será lo mejor. Los guardias estarán cansados, e intentarán rotar con los de abajo.
Markus le codeó un poco, fingiendo que se quemaba con la pasta—¡Ugh! Creo que me quemé la lengua.
Toque, toque.
Las puertas de los pabellones de cadetes se cierran automáticamente cuando entramos y hay cámaras por todos lados.
Yelena rodó los ojos—Brat, eres un idiota.
Toque, toque.
Las ventanas están bloqueadas por rejas, pero podríamos quitarles los tornillos.
Nicholai alzó una ceja antes de enrollar su pasta con el tenedor, mirando cautelosamente toda la escena. Él tenía más que entendido que los ojos de los comandantes estaban fijados en sus espaldas, no solo de él, de cada puto cadete. Markus también se llevó un bocado a la boca, saboreando de nuevo la salsa de tomate condimentada un poco picante para su gusto, pero los fideos la hacían más pasable. El muchacho siguió el movimiento de los dedos del muchacho rubio con completa reserva, esperando que sus propios movimientos no lo delatasen.
Pero eso nos supondrá otro problema, no tenemos herramientas.
Natalia le pisoteó el pie y Nicholai le envió una mirada asesina, Markus no tardó en soltar una risotada en voz muy baja. La joven de cabellos pelirrojos se encogió de hombros, fingiendo sonreírle a forma de disculpa.
—Lo siento, necesitaba estirar las piernas.
Toque, toque.
Dominica tiene un destornillador que robó cuando la cadete Priya intentó romper la ventana de los baños, mientras lo arreglaban.
(Markus no tardó en rodar los ojos.)
Algo tan típico de la muchacha Viktor.
Markus se giró para ver a la muchacha de cabellos pelirrojos, quien, al notar la mirada del ojiazul sobre ella detuvo su movimiento para tragarse los fideos, los cuales colgaban de su boca y Markus sonrió de lado — Natalia, a pesar de no poder controlarlo (y por eso se odiaba a si misma) se sonrojó ante el gesto vergonzoso que estaba haciendo en ese momento y evitó la mirada del muchacho castaño. El mayor de los hermanos Belova no quitó aquella sonrisa de sus labios por unos largos minutos, mientras que agarraba el vaso con agua para tomarlo. El resto de sus compañeros pensaba un plan para poder escapar de forma más efectiva. Sin embargo, Markus sabía que tarde o temprano ellos deberían forzar las cosas y aquello definitivamente no era algo nuevo para nadie. La KGB estaba dándoles una invitación para escapar y vivir sobreviviendo al día, pero Markus se preguntó a qué costo sería eso.
Toque, línea, toque, toque, línea, toque.
Es ahora o nunca.
Dominica era quien había hablado esa vez.
Alexei volvió a llevarse el tenedor a la boca e hizo un movimiento lento y seguro, dando a entender que asentía ante ellos. El resto alzó los pulgares lentamente, a puntos ciegos de la cámara, coincidiendo en seguir con el plan. Dominica dejó un poco de pasta, ya que el faltaba el apetito y el muchacho Shostakov sonrió abiertamente—¿Vas a comerte eso?
—¡Der'mo, Alexei!—insultó Melina quitando la mano del mayor con un golpe de la suya—. A estas alturas terminarás siendo un espía gordo.
El grupo no pudo contener las risas.
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La noche cayó demasiado prisa para ellos, Markus podía ver como las luces de los pasillos empezaban a encenderse y la luna llena decoraba con luz blanca el patio de concreto — Markus miró por las ventanas y los soldados no habían cambiado su posición. Ahora toda la situación se había convertido en una completa discordia, además de ser una maldita incógnita para todos los cadetes restantes. El momento para escapar se estaba acercando y se les estaba acabando el tiempo. Los cadetes se separaron cuando salieron del comedor y Yelena le dio una última mirada a Markus antes de seguir a sus compañeras por el pasillo para así poder retirarse a su pabellón. Los hombres subieron la escalera, siguiéndolo a Sergey — quien les decía que al día siguiente continuarían con algo nuevo en la Habitación Roja y otras cosas que a oídos de Markus realmente le parecían tonterías sin sentido. En cuanto cruzaron el umbral del pabellón, Sergey se despidió de ellos con una sonrisa bastante extraña para su rostro, pero nadie del grupo de los hombres dijo nada al respecto.
La puerta se cerró y la cerradura bloqueó la puerta con un pequeño clic.
El resto de los muchachos se retiró a sus respectivas literas, recostándose sobre las firmes camas que utilizaron durante los últimos cuatro años, pero nadie se tapó.
Y esperaron.
Tick.
Tock.
Tick.
Tock.
Markus miraba directamente hacia el colchón de arriba, donde se encontraba el mayor de los hermanos Orlov, quien permaneció tan quieto como el cadáver de un muerto. El joven de cabellos castaños analizó sus opciones con cuidado, pensando en aquella posibilidad de éxito: ¿Qué diablos pasaría después de ello?¿Qué pasaría si ellos no fracasaban? El mayor de los Belova pensó que irse con Yelena del país sería un buen comienzo, buscar asilo con las habilidades que aprendieron en las pocas misiones que tuvieron podría funcionarles por un largo periodo de tiempo — pero nada sería estable, nada sería completamente permanente. La oportunidad de esconderse y rezar para que la KGB no envíe a sus mejores asesinos a matarlos era un riesgo demasiado alto. Estar en equipo, también, sería una misión suicida — probablemente, enviarían a un equipo mejor entrenado que ellos a hacer el trabajo sucio de asesinarlos por traición. Pero estar solo, eso sí que podría llegar a ser deprimente para Markus Belova.
Tick.
Tock.
Markus ladeó su cabeza hacia un costado, fijando sus orbes azules en un reloj de la pared.
12 am.
—Debemos estar locos de remate—murmuró Alexei en el medio de la oscuridad.
Las luces se apagaron.
Markus bufó en voz baja—Al fin puedo coincidir contigo, compañero.
Una sombra apareció en la ventana y los cadetes se irguieron, levantándose de la cama para abrir la ventana a la muchacha que se asomaba frente a ellos. Cuando la abrieron, la brisa fría inundó toda la habitación y Dominica Viktor sonrió con audacia. Ella dejó el destornillador dentro de las rejas y se colocó en una columna, mientras que sus compañeros quitaban los tornillos de las rejas que se acoplaban a las ventanas. Markus observó como una muchacha de cabellos rubios y otra de cabellos oscuros corrían en silencio hasta dos soldados, derribándolos y utilizando sus cuchillos para asesinarlos. Mikhail y Markus quitaron las rejas de la ventana, posándola en silencio contra el suelo.
Natalia apareció y se coló por la ventana con Dominica.
—Melina y Yelena se encargaron de los dos soldados—anunció la pelirroja.
—Bajaremos en silencio hacia el vehículo que está en la esquina del predio y ustedes lo empujarán hasta que estemos en una distancia considerable para luego encenderlo—añadió Nicholai acercándose al círculo.
—¿Tenemos armas?—preguntó Markus.
Dominica le miró—Dos Makarov y dos fusiles de asalto.
—Teniendo en cuenta que venga el imprevisto de que nos persigan, tendremos munición—declaró el mayor de los Viktor—. No tenemos más tiempo.
Alexei fue el primero en saltar, aterrizando de la forma más sutil y silenciosa de todas. Dominica y Natalia fueron las siguientes, siendo atrapadas por el muchacho Shostakov, el resto de ellos bajaron sin problemas y Markus miró hacia atrás por última vez. ¿Por qué sentía un nudo en su garganta? A pesar de eso, él sabía que debían intentarlo y si morían por ello, entonces sería por que el destino así lo predijo — él se lanzó de la ventana.
Ya había empezado.
Markus corrió hacia su equipo, mientras que Alexei junto con Mikhail lo esperaban en la parte trasera — Nicholai, Yelena, Natalia, Sasha, Dominica y Melina estaban dentro del camión, así que ellos empezaron a empujar en cuanto Nicholai les dio el gesto afirmativo de que el freno de mano estaba quitado. Empujaron, empujaron, empujaron, empujaron, el camión empezó a moverse y ellos también. Markus procuró seguir el ritmo de sus compañeros, a pesar de que la brisa fría le estaba congelando los huesos. Él apretó los dientes con molestia y continuó empujando. Dominica miraba hacia el frente, siguiendo el rastro del camino mediante la poca luz que le otorgaba la luna a sus espaldas. Los tres cadetes continuaron empujando con más fuerza y fluidez, sabiendo que agarraban velocidad. Pisada, más pisada, más pisada, empezando a trotar con fuerza.
La Academia estaba alejándose frente a ellos.
—Sólo un poco más, chicos—murmuró Yelena detrás.
Ellos continuaron empujando.
El corazón de Markus latía muy rápido.
(¿Acaso era el miedo?)
La voz de Nicholai resonó adelante—Y en tres, dos, uno...
Natalia y Yelena abrieron la parte trasera del camión, dejando pasar a los tres chicos y Nicholai exclamó algo en ruso — indicándole a Melina que encendiese el vehiculo. El motor rugió y las luces delanteras se encendieron, los muchachos cerraron la puerta y la joven de cabellos oscuros apretó el acelerador. Siguieron por un par de metros y bajaron una colina, despidiéndose del gran edificio. Dominica intercambió lugares con Alexei, quien fue al frente y los cadetes estaban atrás.
—¿Hacia dónde?—preguntó Melina.
—Primero buscaremos un lugar para escondernos, luego trazaremos un plan—dijo Markus.
—¿Ya se habrán dado cuenta?—inquirió Yelena.
—No quiero tentar a la suerte—añadió Sasha haciendo una mueca.
Los muchachos permanecieron en silencio durante el trayecto y Markus, por lo que veía, pensó que se habían alejado unos buenos treinta kilómetros de la base. Al menos hasta que el motor empezó a chirrear, estaban perdiendo velocidad y eso podía suponer un problema. Melina soltó un insulto en ruso con exasperación y le pegó al volante, esperando impacientemente a que el vehículo se detuviera y así lo hizo. Markus se mordió el labio, no solo por que el transporte se detuvo, si no que estaban en el medio de la nada, y que podrían encontrarlos en cualquier momento.
—La única cosa que podría salir mal era esto—gruñó Melina con enojo.
Alexei le tocó el hombro—Tranquila, seguramente es algo con el aceite. Iré a verificarlo.
—O la gasolina.
—O por que no tiene baterías.
—O por que Melina estaba conduciendo.
Vostokoff se giró para mirar a sus compañeros—¡Cierren el pico, mocosos!
Markus no decidió hablar cuando comenzó una guerra verbal de insultos y sobrenombres malos, el barullo de sus compañeros le quemaba los tímpanos de forma absoluta, pero él permaneció en silencio durante los cortos minutos. Allí se puso a pensar en las posibilidades que quedaban, si valía la pena intentar escapar o morir en el intento. ¿Qué pasaría entonces?¿Volverían a hacer el programa? Markus miró de reojo a sus compañeros pelear, cosa que consideró algo estúpido y poco maduro para cadetes espías que podrían ser capaces de generar un golpe de estado en un país en una puñetera noche.
Hasta que escuchó algo.
Algo inaudible a orejas de muchos.
El sonido de algo con fuego.
Una luz roja se alzó en el suelo y el inconfundible sonido de las hélices de un helicóptero se escuchaba a lo lejos. El viento empezó a hacerse más fuerte y Markus se levantó para mirar al frente. El corazón en su puño, su respiración cortada y sus ojos bien abiertos.
No.
No.
Los habían descubierto.
—¡ALEXEI!—exclamó Sasha con miedo—. ¡APÚRATE CON ESO!
El silbido de las balas no tardó en escucharse.
La muerte, tan cerca.
—¡Yelena!—gritó Markus, abalanzándose sobre ella.
Las balas pasaron sobre ellos, agujereando el camión y todos los cadetes se cubrieron como pudieron. Natalia soltó un chillido de dolor y Markus sintió que varias células auditivas se le morían poco a poco. Dominica empezó a disparar con su pistola, siendo ayudada por Melina. Sasha y Nicholai salieron para buscar a Alexei. Mikhail se levantó pesadamente y se llevó una mano a los ojos.
Los habían descubierto.
Todo ocurrió tan lento.
Markus sintió que alguien lo agarraba de los hombros, alejándolo de su hermana. Yelena gritó algo, pero Markus se sentía tan aturdido que intentó luchar contra su captor para poder proteger a su hermana. Pero la verdad lo hizo chocarse fuerte contra una pared: Yelena ya no lo necesitaba. El mayor de los Belova sintió algo solido chocar contra su costado, provocando dolor en su brazo y en su cabeza. Una muchacha de cabello pelirrojo cayó a su lado, con un hilo de sangre cayendo por su labio, el cañón de un fusil de asalto contra su nuca.
—Natalia—bramó Markus.
Ella negó y Markus no pudo escucharla.
No te muevas.
Yelena cayó a su lado, luego los hermanos Orlov, luego Dominica, Vostokoff, Sasha y Alexei. Markus quería cerrar sus ojos y no ver el destino que les esperaba, por que eso le daba más miedo de lo que estaba pasando en el presente y las ganas de vomitar eran incesantes. Él sabía que estaba la posibilidad de fracasar, pero, ¿a que costo estaba el margen del error? Pues ese, era un error muy costoso que él estaba a punto de pagar junto a sus compañeros. Odiaba esto, odiaba tener miedo, pero ellos se habían encargado de romperlo tantas veces que por un segundo él dejó de sentirlo. Markus dejó de sentir presión contra su cuello y se permitió mirar al frente, su rostro embarrado por el barro.
Allí había dos personas.
(Markus no pudo evitar adivinar.)
Nastia y Sergey, los comandantes bastardos.
—Neuzheli oni deystvitel'no dumali, chto im eto soydet s ruk? (¿Realmente creyeron que podrían salirse con la suya?)—preguntó Nastia en ruso.
Nadie respondió.
—Vy neobkhodimyye predmety, poetomu ubivat' vas bespolezno (Ustedes son elementos necesarios, así que matarlos no serviría de nada)—señaló la mujer acercándose lentamente en ellos, chasqueando su lengua al ver que sus tacones se ensuciaron con barro—. No uveryayu vas, ya budu strozhe v vashem nakazanii. Posledstviya, rebyata, vsegda budut, kogda vy vyberete to, chto vy delayete. Vashi deystviya vsegda budut imet' posledstviya. (Pero les aseguro que seré más severa en su castigo. Las repercusiones, chicos, las repercusiones siempre estarán cuando eligen lo que hacen. Siempre habrá repercusiones de sus acciones.)
Markus no tembló.
Los soldados los agarraron, uno a uno y los llevaron al camión con el que llegaron, siendo escoltados por el doble de soldados. Markus permaneció allí sentado, con Natalia al lado, los dos esposados junto a dos soldados a sus lados. Natalia intentó tragarse su sollozo por la herida que tenía en su muslo y se mantuvo firme, Dominica intentó forcejear, pero recibió un golpe que la dejó inconsciente. Mikhail intentó hacer algo para defenderla y le sostuvieron entre dos para mantenerlo quieto. El resto del equipo permaneció en silencio, con la mirada baja y Markus se preguntó cuáles serían las repercusiones.
Los errores eran costosos.
━━━━━━━━
sin editar
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