o. una oferta poco convencional
MANIFIESTO NEGRO,
capitulo cero: una oferta poco convencional!
1995.
MARKUS BELOVA NO CREÍA EN LOS HÉROES. Y eso era una ironía demasiado amarga para su propia vida. ¿A quién engañaba? Su vida ya era una mierda en sí, cargada de la misma insípida rutina con su familia de acogida: ellos se iban a trabajar mientras que él salía a las calles a ver una forma más práctica de sobrevivir el siguiente mes con ellos. Yelena era la "preferida" de los dos — a pesar de ser dos años menor que él — su encanto y ojos color verdes eran lo que daba un toque melodramático a su rostro. En un principio, se la llevarían a ella con otra familia y el mismísimo Markus Belova quedaría solo por su cuenta, pero la constante tristeza de su hermana con el simple pensamiento de no volverlo a ver era demasiado grande como para negarlo. Lo mejor fue dejarlos a los dos juntos.
Los Belova habían perdido demasiado.
Había noches en las que Markus despertaba con el sudor frío que desprendía su piel en una noche de invierno en Moscú, añadiendo la respiración entrecortada y las súbitas lágrimas que se deslizaban sin permiso por sus mejillas. Aquellas noches eran aterradoras para el mayor de los Belova, ya que su hermana menor dormía sin ningún sueño perturbando su subconsciente — pero Markus permanecía con los ojos abiertos, procurando ver la figura relajada de Yelena recostada sobre el colchón y tapada con el edredón hasta la barbilla. Muchas veces, si las pesadillas eran muy intensas, él simplemente se recostaría en el suelo junto a la cama de su hermana — manteniendo aquella noción de que Yelena estaba físicamente allí con él, respirando lentamente, balbuceando cosas pequeñas mientras dormía, pero físicamente presente. No una mezcla de huesos, sesos y sangre esparcida por el suelo de la cocina como ocurrió tres años atrás.
Las pesadillas repetían ese mismo día en la mente de Markus.
Una y otra, y otra vez.
Markus consideraba eso como un castigo.
No un castigo común, eso era seguro.
Un castigo a su incompetencia, seguramente.
O un castigo por servir a los corruptos del país más poderoso de todo el mundo.
Era una ironía para él: aquellas personas a las que vio como héroes alguna vez, eran simplemente unos bastardos que quitaban a quien no se pusiera de rodillas como él. Y por eso, varias noches, Markus volvía a repetir el mismo día como si fuese un disco rayado, como si eso fuese lo único que lo convencía de estar realmente vivo y no muerto como las dos personas que se deshicieron frente a él. Simplemente desaparecieron, como ceniza, como polvo que se esparcía por todo el entorno y no volvía a verse jamás. Agradecía mentalmente, cada vez que despertaba de aquella espeluznante pesadilla, que Yelena no hubiese visto aquella escena atroz con aquellos hermosos ojos verdes que él envidiaba — no es que le desagradaran sus orbes azules, para nada, pero Yelena sabía cómo usar su encanto. Pero que sus ojos vieran como la sangre salía disparada hacia todos lados...eso sí era algo inhumano y traumatizante para una niña.
Markus simplemente se quedó quieto, observando la escena, mientras que sus tímpanos silbaban con violencia ante la explosión súbita de los cuerpos de sus padres. La voz lejana de Yelena se filtraba como si fuese algo tan lejano, como si ella estuviese en la otra esquina o atrapada en una habitación recubierta de vidrio — ella era un sonido tan ameno a la situación que Markus presenciaba. Sin embargo, cuando la policía soviética apareció en su humilde morada, él recordó aquellos gritos de su hermana: pidiendo que la suelten, pidiendo ayuda, completamente indefensa, siendo arrastrada cual muñeca de trapo hecha jirones. Markus se sintió de aquella misma forma, se sentía un alma torpe, inútil — un alma inservible para el mundo de los vivientes.
Los policías rusos se limitaron a gritarles en el rostro, preguntando que había sucedido.
Era bastante gracioso el simple hecho de que ellos sabían exactamente lo que sucedió, pero vestían una máscara donde escondían la verdadera corrupción con la que castigaban a tantas pobres almas que no se sumirían a sus reglas. Aquella era una realidad tan dura en Rusia que había pocas almas puras que lograban escapar de las garras del diablo en persona. Markus ya entendía esa esa dinámica. Él era uno de los que quería escapar y, claramente, fallaba en el maldito proceso. Durante varios meses, ambos estuvieron de un lado al otro, cambiando de familia cada vez que el gobierno soviético lo mandaba. Madurando a su manera, siempre manteniendo la mirada gacha, de forma serena y siempre silenciosa.
Siempre había alguien que caería por intentar levantarse o por no complacer a los corruptos.
Era un algoritmo que actuaba a la perfección, y no había errores — al menos, eso es lo que ellos creían. Un simple error era lo que ellos temían, que el sistema fallara, que todos los círculos del infierno que ellos habían creado con la corrupción, el crimen y la muerte se quebraran como un florero hecho de vidrio cristalino. Eso era el único miedo que los asesinos tenían, no importaba el resto. La corrupción en Rusia era un sistema perfecto a ojos de muchos, pero demoníaco para las personas que vivían en él. Todos eran peones en un juego de ajedrez, y si perdían: era seguro que las puertas del infierno estarían abriéndose para dejar pasar a cualquier alma perturbada a su santuario de torturas interminables.
Markus, afortunadamente, no era una de esas personas, todavía.
Ni siquiera una persona de trece años, como el propio Markus, tenía el derecho de morir aún — a pesar de ver las peores pesadillas del universo. Ninguno de los dos tenía derecho a morir, sino a sobrevivir al sistema tortuoso al que se enfrentaban. Y así lo hicieron durante tres años hasta ahora. En aquella misma noche fría, Markus permanecía mirando por la ventana, mientras que Yelena — demasiado concentrada — leía un libro de cuentos que pertenecía a la hija de su familia de acogida. El mayor de los Belova, en parte, permanecía con su mirada fija en la luna, la cual cambiaba cada noche sin que él lo supiera. Ambos permanecían en un silencio cómodo, como si estuviesen en su propia casa y todo lo que ocurrió tres años atrás jamás hubiese sucedido.
En un mundo perfecto, probablemente, podría haber sucedido.
Sin embargo, aquel no era un mundo perfecto.
—Mañana pasará algo, Markus.
Aquella voz lo quitó de sus pensamientos. Él giró su cabeza en dirección a la voz imperturbable de su hermana, fijando sus orbes azules en la figura de Yelena, quien mantenía su mirada fija en el libro que sostenía. Markus ladeó la cabeza un poco a su izquierda, intentando descifrar el libro que su hermana menor estaba leyendo. Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Caroll. Aquel nombre se encontraba estampado en letra cursiva manuscrita, con tinta dorada en la portada y una pequeña ilustración de la protagonista debajo del mismo. Markus aún se preguntaba cómo Yelena podía leer una versión que eran más palabras que dibujos.
Aquella niña era demasiado inteligente para su edad. Y para su propio bien, también.
Pero tener 11 años no duraría para siempre. Markus era consciente de ello. Ya llegaría el día en que Yelena podría protegerse a si misma y aquello era algo aterrador. Uno no podía permanecer siendo niño en un mundo tan cruel, tan crudo y vengativo como este. La inocencia se perdía con los años y el espíritu se apagaba con el correr de las agujas del reloj. Nada duraba para siempre, todo era efímero — hasta incluso los demonios morían y eran remplazados por unos nuevos. El ciclo terminaba y volvía empezar como un reloj de arena, marcando más vida y más muerte en su camino: quien prevalecía hasta el final y quien perecía para quedarse en el camino, enterrándose en el vasto olvido de la vida misma.
El mayor de los Belova se irguió para dirigirse a la cama de su hermana, sentándose de forma silenciosa, como si fuese un felino intentando de atrapar a una presa. Era bastante claro que Yelena ya se había percatado de su mísera presencia — pero esta decidió no levantar la mirada.
—¿A qué te refieres, sestra?—decidió hablar Markus, intentando de captar su atención.
—Politsiya, Markus—declaró Yelena sin quitar su mirada de la fábula con pocas ilustraciones. Permaneció leyendo por un buen rato, esperando una respuesta verbal por parte de su hermano mayor, consiguiendo más silencio cómodo en la habitación. La pequeña de once años levantó su mirada del libro y miró a Markus—. Creo que nos cambiarán de familia. O algo peor.
El muchacho de ojos azules alzó una ceja, claramente confundido por el comentario de Yelena—¿Dónde escuchaste eso?¿De otets?
—Konechno net! (¡Claro que no!)—exclamó la rubia en voz baja, procurando de no despertar a los dos adultos que dormían plácidamente en la habitación contigua—. Lo escuché de mama, hoy llamaron mientras estabas fuera y escuché la conversación.
—Dudo que sea algo bueno.
—¿Nos van a separar?—preguntó Yelena después de un silencio incómodo.
Markus ya no sabía qué decirle para hacerla sentir mejor. Una cosa era cierta: darle falsas esperanzas terminaría por empeorar todo. El mayor de los Hermanos Belova era realmente consciente de sus acciones, de lo que hacía o no hacía, de lo que decía o no decía. Yelena aún tenía mucho por aprender y ella quería hacerlo junto a su hermano, ya que él era la única persona en el mundo que la comprendería como ella realmente es. Markus no quería romper aquel último lazo, no se atrevía y eso realmente le asustaba.
El ojiazul soltó un suspiro—No lo sé.
Esa fue la única respuesta que supo decir, con un poco de certeza.
A Yelena le pareció suficiente y no se quejó, pero dejó el libro con un marcador en la mesita de luz vieja para poder mirar a su hermano a los ojos. Aquella batalla interna se desencadenaba entre ellos: azul contra verde, verde contra azul, como todas las noches que se encontraban juntos en la misma habitación. Markus debía admitir que Yelena, cuando eran pequeños, era la niña más odiosa de toda Rusia y ella se quejaba por ello todo el tiempo. Ambos se odiaban bastante, al menos, hasta que ellos perdieron a sus padres. Yelena no tenía una figura que le enseñara algo o que la protegiera como su padre lo hizo alguna vez, ella tenía a Markus y eso logró opacar ciertas conductas que Markus consideraba odiosas de ella.
Aún se odiaban un poco, pero era algo natural de hermanos.
—No te volveré a ver.
Una frase que Markus tenía miedo de escuchar.
—Molchi (Cállate)—dijo el mayor sin dejar de sostenerle la mirada a Yelena—. No digas eso.
—Desaparecerás, como lo hicieron papá y mamá—insistió ella con tono tembloroso, como si ella tuviese realmente miedo de no ver los ojos azules de su hermano jamás—. Me dejarán sola...
—Yelena.
La rubia parpadeó reiteradas veces, intentando de esconder las lágrimas que intentaban escapar de sus ojos — saladas y dolorosas lágrimas que ocultaban la miseria, el dolor y la angustia a la que Yelena se enfrentaría si sus palabras se hiciesen realidad. Ella rezaba silenciosamente en su cabeza para que eso no ocurriese. Markus miró con preocupación a la muchacha de cabellos rubios, sin creer aquella máscara que Yelena se colocaba por encima de su rostro — el lado bueno de su personalidad, ocultando el miedo y la desesperación sobre la incertidumbre del nuevo mañana que se avecinaba con el correr de las horas.
—¿Vas a dejarme?
Markus sintió que alguien le apuñalaba en el corazón, una y mil veces. El temblor en la voz de Yelena era demasiado evidente como para pasarlo por alto y eso hirió al mayor de los hermanos Belova. Él negó lentamente con la cabeza, pero Yelena, esta vez, no le creyó. Eso era algo bueno para Markus, por que él sabía que ella no era una niña tonta, ella sabía muy bien las dinámicas de la mentira y que alguien tan cercano como el propio Markus le mintiera en la cara — era como darle una bofetada en la mejilla con una mano fría. Ella necesitaba que él dijese la verdad, como sea.
—¿Quieres que te deje?—preguntó Markus sin miedo de que su voz temblara.
—No.
—Entonces ahí tienes tu respuesta.
Yelena abrió la boca para protestar, pero no salió nada de ella, salvo un pequeño sollozo. La rubia volvió a parpadear y usó la manga de su pijama para secarse las pocas lagrimas que dejó correr por sus mejillas. Markus la detuvo agarrando su mano para poder atraerla hacia su cuerpo, envolviendo sus brazos alrededor de ella. Yelena hundió su rostro en el pecho de Markus, temblando un poco mientras que con la poca compostura que le quedaba, rodeaba su torso con sus brazos. Markus abrazó la figura de su hermana con fuerza, escuchando los sollozos ahogados contra su pijama por parte de la rubia. El muchacho de ojos azules simplemente se limitó a permanecer en silencio, sintiendo el dolor de Yelena como si también fuese el suyo.
Si él tuviese el poder de quitarle el dolor a su hermana, para evitar su angustia, él lo haría sin dudarlo.
Él acomodó a Yelena en la cama y dejó que llorara en silencio, sin soltar su cuerpo, acariciando su espalda pausadamente — mientras que Markus buscaba distraerse con alguna otra cosa para no llorar junto a ella. Sin embargo, no pudo encontrar la luna en la ventana, sin dejarle más opción que unirse a las acciones de su hermana. Varias lágrimas silenciosas cayeron por sus mejillas y abrazó con fuerza a Yelena.
Markus no soltó a su hermana en toda la noche.
Ambos lloraron hasta dormirse.
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La mañana siguiente fue bastante agitada y Markus se dio cuenta de que su hermana estaba en lo cierto. Los padres de familia se encontraban demasiado nerviosos por la mañana, así que Markus supuso que algo malo iba a pasar con ellos. Eso solo significaba una cosa: que él debía tomar una decisión basada en sus instintos, basado en el nudo que se le produjo en la garganta cuando vio la actitud errática de ambos, basado en el miedo de su hermana Yelena. Él debía decidir si escapar con ella o dejar que la corriente infernal los ahogase a ambos y que él no volviese a ver a su hermana otra vez. ¿Aquello era lo que ambos realmente merecían?
Definitivamente, Markus debía salir a dar un paseo.
Al dejar a Yelena en la casa, sola, eso le daba a Markus tiempo para pensar. No solo reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo frente a sus narices, si no también pensar una vía de escape, alguna solución al problema que se avecinaba — el simple hecho de encontrar una forma de enfrentar aquel abismo que se abría a sus anchas, tan amenazador como el vacío mismo. Una de las soluciones era permitir esto, permitir el cambio, dejarlo entrar y dejar que aquello termine hundiéndolo por completo en un infierno eterno. Otra de ellas era escapar con Yelena, pero...¿a dónde diablos irían?¿acaso ese sería el plan maestro?
Únicamente traerían más problemas en el camino, aunque valía la pena intentarlo.
Markus giró en una avenida, reconociendo la torre Borovitskaya desde la lejanía, alzándose como una fortaleza impenetrable — llena de aquella corrupción que el muchacho de ojos azules tanto detestaba. Llegar al Kremlin no fue algo tan complicado, teniendo en cuenta que tuvo que esquivar a un pequeño grupo de soldados para evitar que lo interrogaran por andar solo en la calle sin supervisión adulta — cosa que Markus consideraba como algo estúpido. En cuanto estuvo frente al gran edificio, Markus encontró un pequeño banco para sentarse, enfrentándose a la majestuosa obra arquitectónica rusa. Soltó el aire contenido, que él no sabía que lo tenía e intentó concentrarse para tener un plan.
Nada venía a su mente.
—Vamos, Markus—masculló él entre dientes, en voz alta—. Schitat' (Piensa).
El muchacho de ojos azules respiró hondo y cerró los ojos, esperando que alguna idea impacte contra su cabeza. Sin embargo, luego de un largo rato, nada vino a su mente. Markus se pasó una mano por su cabello castaño corto y se mordió el labio.
—Podumat' o chem? (¿Pensar en qué?).
Markus se giró en dirección a la voz femenina que le habló, encontrándose con una muchacha bastante bella de apariencia, su cabello rubio peinado en una corona trenzada para mantener todo en su lugar. Sus ojos azules resaltaban aquella piel de porcelana, adornados de cejas rubias cortadas a la perfección. Ella llevaba un tapado de color azul marino, con una manzana en la mano. Markus la analizó lentamente, alzando una ceja. Aquella muchacha podría ser de su edad, ya que parecía un poco más grande de la edad de Yelena.
—Sozhaleyu? (¿Disculpa?)—inquirió Markus demostrando desconcierto en su tono.
La muchacha rubia se acercó—YA ne khotel tebya bespokoit'. No mne lyubopytno, vot i vse (No quería incomodarte. Pero soy curiosa, eso es todo)—le tendió la manzana a Markus—. Khochesh' chego-nibud'? YA ne protiv delit'sya. (¿Quieres un poco? No me molesta compartir.)
Markus no sabía si aquello era una broma de mal gusto o la muchacha era realmente amable con él. Sin embargo, él mismo aceptó el riesgo. El muchacho asintió lentamente, con cautela, mientras que la muchacha rubia esbozaba una sonrisa genuina — antes de sentarse a su lado. Ella, con bastante fuerza, apretó la manzana y la partió a la mitad, entregándole su parte a Markus, quien no tardó en darle un bocado (no por tener hambre, si no que hacía muchísimo tiempo que no comía fruta). La muchacha de cabellos rubios comió un bocado de la manzana, observando a Markus de forma atenta, examinando como él se movía en el entorno, examinando su respiración, la dilatación de sus pupilas, si estaba nervioso. Ella no se percató de la pregunta súbita que hizo el muchacho.
La rubia parpadeó.
—Sozhaleyu? (¿Disculpa?)—preguntó ella saliendo de su trance.
—Tu nombre—respondió Markus mirándola de forma inquisitiva—. Normalmente aceptar cosas de una extraña va en contra de mis principios.
La muchacha de ojos azules soltó una pequeña carcajada y le tendió la mano—Anya.
—¿Solo Anya?
—Sí, solo Anya—replicó la muchacha de cabellos rubios trenzados—. ¿Y tú?
Él aceptó su mano, estrechándola con fuerza, sorprendiéndose de encontrar el agarre de Anya bastante fuerte—Markus.
—¿Solo Markus?
Belova simplemente asintió.
—De acuerdo, ¿y que haces aquí solo?—preguntó la muchacha de ojos azules—. ¿Pensar?¿Llorar?
—Pensar.
—De ahí venia mi pregunta—declaró Anya alzando una mano—. ¿Pensar en qué?
—En escapar—Markus mordió otro bocado de la manzana después de decir eso y masticó en silencio, sintiendo la presencia de Anya a su lado como algo imperturbable. Al tragar, soltó el aire respirado para mirar a Anya—. En irme con mi hermana a cualquier lugar que no sea este.
—La madre Rusia siempre te perseguirá, ¿sabes?
—Ya me cansé de ser un peón de la madre Rusia.
—La gente como nosotros no es elegida para ser peones—dijo Anya en tono solemne, mirando al muchacho de cabellos castaños por el rabillo del ojo—. Si no para ser las reinas y reyes de este imperio. Hay muchos que caen al principio, pero los fuertes siempre quedan.
—Eso significaría hundirse en este sistema.
—Tal vez.
Eso fue lo único que ella respondió.
Markus estuvo a punto de insistir, pero una voz lejana llamaba el nombre de la muchacha rubia y ella se levantó suavemente, saludando con su mano al hombre que llamaba su nombre y se giró para mirar al muchacho de ojos azules — esbozando aquella mísera sonrisa.
—Espero volver a verte, Markus.
Claramente, Markus Belova no contaba con ello.
Caída la noche, el muchacho de cabellos castaños estaba a punto de tener un ataque de nervios. No solo por el hecho de no tener un plan, si no del hecho de no saber que diablos pasaría aquella noche. Yelena se encontraba tranquila, lo cual era bueno. Pero no había noticias de los padres de familia. Markus miraba por la ventana de su habitación, intentando encontrar alguna señal de peligro.
No había nada.
La puerta del frente se abrió de repente y Markus corrió a la cocina, encontrándose con sus padres de acogida. Permanecían de forma serena y calmada, como si lo que ocurrió esta mañana no hubiese sucedido — como si todo fuese normal, una familia normal que cenará un plato caliente esta noche. Markus sentía aquel nudo en su garganta otra vez y volvió a pensar sus opciones: las cuales eran ninguna. Ellos saludaron al mayor de los Belova y el padre se agachó para buscar algo entre los cajones de la cocina, mientras que la madre buscaba a Yelena para saludarla.
Markus vio un brillo salir del cinturón del padre. Un cañón escondido en el pantalón, de metal plateado y una culata de madera. Él escuchó el pequeño sonido de las balas chocando entre ellas en uno de los bolsillos de su pantalón — aterrándolo hasta la médula. Escuchó un golpe seco contra la puerta y supo que Yelena estaba encerrada en el baño. Un grito histérico por parte de la madre resonó en el pasillo, claramente asustando a su hermana y Markus decidió ir a ayudar, pero el padre colocó una mano sobre su hombro.
—Idi v svoyu komnatu (Vete a tu habitación)—ordenó firmemente.
Markus tenía miedo.
Markus no sabía qué hacer.
Otro golpe más grande, un grito de la madre, ordenándole a Yelena que abriese la puerta del baño. Markus fue arrastrado hacia la habitación que compartía con su hermana y, a pesar de su inútil forcejeo, terminó siendo golpeado con la culata de un revolver. La puerta se cerró frente a sus narices y él quedó en el suelo, tendido como una manta. Su cabeza dolía demasiado, pero los golpes hacia la puerta del baño y los sollozos de Yelena eran demasiado agudos para ser ignorados. Markus se levantó con pesadez, acercándose a la puerta, observando a través de la cerradura lo que pasaba.
La madre pateaba la puerta con violencia, mientras que el padre buscaba en sus bolsillos las balas que tenía, decidido a volar la puerta a balazos, sin importar si Yelena estaba dentro o no. Markus miró hacia su ventana y la abrió, encontrándose con el patio marchito de la casa. El muchacho corrió hacia el otro lado lo más rápido que pudo, a pesar del dolor que sufría en su cabeza. Al llegar, escuchó dos balazos y temió lo peor, pero vio a una muchacha rubia salir por la pequeña ventana que tenía el baño.
Era Yelena.
Ella aterrizó en seco, pero Markus la ayudó a ponerse de pie.
—¿Estás bien?
Yelena asintió, asustada—Ellos...
—Debemos correr, ahora.
Otros dos balazos se escucharon y aquella fue la señal de escape. Los hermanos Belova echaron a correr con todas sus energías, intentando perder la casa lo más pronto posible. Escuchando los gritos de los padres que buscaban sus cuerpos. Markus tomaba la mano de su hermana y corría sin detenerse, escuchó más balazos detrás de ellos — pero el miedo a voltearse era más grande que ellos, así que miraron únicamente hacia adelante. El viento frío de invierno era insoportable, pero se sentía bien en sus rostros. No solo por el hecho de que ambos estaban despiertos y activos, si no por que aún seguían con vida.
Markus guió a Yelena por las avenidas, hasta tomar el mismo camino que lo llevó frente al Kremlin aquella misma mañana. Su hermana comenzó a desacelerar el paso así que Markus decidió cargarla en su espalda para continuar hacia allí. El mayor de los Belova realmente se sentía fatigado, pero el sentimiento de que alguien les seguía era demasiado fuerte como para detenerse. Llegaron hasta el edificio de Armería del Kremlin, donde chocaron contra otro cuerpo femenino. Markus sintió nauseas por un momento, mientras que Yelena lo ayudaba a ponerse de pie.
—¿Markus?
El muchacho de cabellos castaños reconoció aquella voz.
Él miró en dirección a aquella voz, encontrándose con la figura de Anya frente a él, vestía de forma diferente, un traje negro — incluyendo armamento. ¿Acaso ella era una policía o algo? La muchacha se acercó a él y tocó la herida que el padre le había provocado cuando estrelló la culata del arma contra su sien.
—Quieren asesinarnos—logró balbucear él.
Anya miró hacia ambos lados, observando si alguien les había seguido. Al ver a dos personas correr hacia ellos, la rubia tomó las manos de ambos y los arrastró hacia las puertas de la armería — escondiéndose de ellos. Todo se encontraba a oscuras, pero la rubia guió a los dos hermanos entre los viejos camiones del ejército soviético. Ella les pidió que subieran a uno de ellos y que permaneciesen en silencio. Un par de voces resonaron en el recinto, para luego ser ahogadas con balas que un fantasma tan tétrico como el de la muerte podría disparar. Markus se mostró confundido, ya que él no tenía idea de donde estaban. Repentinamente, sintió un sonido seco contra una de las paredes del camión. Las luces dentro se volvieron rojas.
Markus no podía creer lo que veía.
Ellos no estaban solos, había más muchachos y muchachas como ellos, esposados a los asientos — justo como Anya lo estaba haciendo ahora mismo. Markus forcejeó contra sus ataduras, pero no parecían ceder. Yelena se veía asustada, pero no luchó contra su verdugo. El camión comenzó a moverse y los ojos azules de Markus se fijaron en los de la rubia frente a él.
—¿Qué es esto, Anya?
La rubia suspiró—Mi verdadero nombre es Dominica—declaró ella antes de recostarse contra la pared—. Lo lamento, Markus. No había otra opción.
—¿Qué...?
—Tú querías un escape, Belova—espetó antes de cruzar sus piernas—. Este es tu escape.
Markus Belova tenía miedo de caer en ese vacío, pero finalmente, decidió saltar hacia él. No le importó quebrar su espíritu allí. Solamente vio el silencio como algo más poderoso y cómo se alejaba de las calles de Moscú rápidamente, en un camión militar lleno de adolescentes.
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