ii. los gorriones negros
MANIFIESTO NEGRO,
capitulo dos: los gorriones negros!
MARKUS SE PREGUNTÓ MENTALMENTE CÓMO PUDO DORMIR COMO UN TRONCO. Era una de aquellas preguntas existenciales que le hacían doler la cabeza, dejándolo inquieto en cualquier entorno, sin encontrar una respuesta clara o al menos sensata para concluir con esa pregunta. Pero se dio cuenta de que era un esfuerzo en vano el simple hecho de ponerse a pensar — el muchacho de cabellos castaños llegó a la penosa conclusión de que podrían haber puesto algo en su bebida o que su cuerpo merecía un necesitado descanso por todo lo que pasó en el día. El día anterior había cruzado miradas con Yelena, estando sentados en la misma mesa, ubicados de forma intercalada — compartiendo toda una comida medida en una porción perfecta, en silencio, mientras los soldados custodiando cada rincón de la habitación los miraban como halcones.
Markus sentía sus ojos en la nuca.
En realidad, él nunca los había dejado de sentir.
Era una pesadilla que recién estaba empezando, y Markus sinceramente no sabía si rendirse — permitiendo que las pruebas lo maten en la primera oportunidad — o simplemente persistir cual ave fénix. Su razonamiento era estúpido de las dos formas. El día anterior todos los comandantes les presentaron cada sala de todo el establecimiento, a pesar de que Markus estaba dispuesto a encontrar cada sucio rincón o espacio recóndito de aquel lugar. Él sentía algo en su garganta, un nudo, algo, algo que no le permitía respirar — algo que lo ahogaba lentamente, como si estuviese hundiendo en un mar tan desolado y profundo, interminable a sus anchas. La KGB no tenía buenas intenciones con los nuevos cadetes, a pesar de que Nastia Morózov estaba dispuesta a implantarles lo contrario — hasta ella sabía que todos estos cadetes eran lo suficientemente inteligentes para discernir que era verdad y qué no.
Nastia Morózov sabía eso.
Pero ese no era el verdadero trabajo.
Nastia Morózov tenía el trabajo de manipular y moldear a sus soldados de la peor manera, ese era su verdadero trabajo. La verdad o la mentira no importaba, la cosa que sí realmente importaba en la Academia era la lealtad. Entrenar a sus soldados para ser leales, para ser manipulados a su merced y para que ellos mismos sepan manipular a los más débiles. Era una guerra continua entre bandos invisibles, donde las palabras, las miradas y el lenguaje corporal jugaban como si fuesen marionetas — una manipulando a la otra. Era inevitable una confrontación, pero el Centro había logrado que esta guerra coexistiera durante mucho tiempo. Ya había soldados que sabían las dinámicas de esta guerra, soldados que pasaron por las mismas cosas que pasarían Markus y Yelena ahora mismo.
Ahora era su turno.
Nastia habló sobre comportamiento y disciplina, algo que debía mantenerse en todo aspecto y en todo momento. Sergey habló sobre los entrenamientos y cómo se comportarán los escuadrones ante dichas órdenes, cómo se conformarían. Madame B habló sobre ejercicios rutinarios en diferentes áreas de experimentación y no descartó la disciplina del ballet para las chicas. Karpov habló sobre las intervenciones quirúrgicas que se harían una vez que su graduación empiece, lo cual era cuando los hombres y las mujeres llegasen a la edad de 20 años. Según el comandante ruso, eso significaba que todo agente de la Academia — hombres y mujeres — tendrían su verdadero lugar en el mundo.
Markus apretó sus labios en una fina línea.
Luego de todo el tour que les hicieron, la noche ya había caído demasiado rápido y fueron llevados al comedor donde les explicaron el horario que debían seguir rigurosamente. La rutina era algo muy común para el mayor de los Belova, así que eso no le importó. Los dos pelotones tendrían clases en horarios diferentes, los entrenamientos también. Solo estarían mezclados en los cortos recesos y en el comedor a la hora de sus comidas. Markus rezaba mentalmente para que lo pusieran en el pelotón con su hermana.
No tuvo nada de suerte.
Claro, como si la hubiese tenido consigo durante las últimas 24 horas.
Markus se levantó pesadamente de la cama, apoyando sus pies en el suelo de azulejos fríos, sintiendo aquel recordatorio de que ya no estaba con su familia de acogida. Todo lo que pasaba a su alrededor era real, era algo verdadero y, francamente, era algo que estaba destinado a perturbar al joven en los siguientes años — si es que él aún seguía con vida, después de todo. Markus respiró hondo, sintiendo cualquier tipo de movimiento de otra persona como si fuese algo ameno a su mente y su salud mental, los jóvenes de su habitación se movían de un lado al otro, algunos generando pequeñas e insípidas conversaciones con los otros cadetes y otros se encontraban en silencio. Markus prefirió andar en silencio, girando su cabeza hacia los pies de su litera compartida. Allí se encontró su uniforme, el mismo que se había colocado ayer, sin embargo, este traía consigo una pequeña banda elástica de color roja, el muchacho de cabellos castaños tomó la pequeña banda entre sus manos, observándola antes de levantar su mirada.
Los jóvenes que caminaban en la habitación tenían las mismas bandas, pero con colores que los diferenciaban: algunos llevaban la bandita roja como la de él en sus brazos y otros llevaban una de color azul —así diferenciando los dos grandes equipos que se matarán entre sí durante el entrenamiento organizado por la Academia. Markus no tardó en tragar saliva y procedió a ponerse su nuevo uniforme indefinido para llevarse la banda hacia el brazo. No era nada pesada, pero el mayor de los Belova sentía el constante nudo en la garganta gracias a ella.
Eso sí que era pesado.
Las puertas de las habitaciones se desbloquearon inmediatamente, abriéndose de par en par y dejando ver a dos soldados del Centro custodiando las mismas, los hombres se pusieron en dos filas, separados por sus colores — a pesar de las ordenes ya dadas por el soldado en la puerta — Markus permaneció con la mirada al frente, antes de girar su cabeza un poco al ver a un muchacho salir disparado hacia el pasillo, corriendo hacia las escaleras para escapar, su bandita roja distinguiéndolo como un objetivo para el cañón de un arma. Y así fue, la bala se dirigió hacia su cabeza, un disparo limpio y firme, matándolo al instante. Se escuchó el grito del pabellón de las chicas al otro lado, sobresaltando a los hombres. Markus no se dio cuenta cuando su respiración era desigual, como si ya tuviese naturalizado el simple hecho de sentirse al límite, de sentirse nervioso.
De sentir miedo.
—Dvigaytes', krysy, SEYCHAS! (¡Muévanse, ratas!¡AHORA!)—exclamó uno de los soldados en ruso.
Los muchachos se movieron rápidamente, sin rechistar, sin cuestionar su libertad robada y en silencio. Markus siguió el movimiento poco coordinado de sus compañeros reclutas y se preguntó quién sería el siguiente en morir. El grupo de hombres pasó al lado del cuerpo moribundo del muchacho que intentó escapar y el mayor de los Belova permaneció mirando un poco más aquella pobre alma a quién le quitaron la vida con una mísera bala. Su cabello era rubio, de piel pálida y sus ojos — sin vida y completamente desorbitados — eran tan verdes que el mismísimo Markus podría perderse en ellos. La marca de la bala pasando todo el cerebro hasta romper el cráneo del otro lado era limpio — pero un castigo para la traición. Markus sabía que el juego de peones y reyes estaba comenzando, Markus sabía que tenia que hacer sus movimientos con cuidado. El muchacho de cabellos castaños continúo con su camino, a la par de los cadetes que lo acompañaban antes de bajar las escaleras al vestíbulo principal y girar hacia su izquierda. Allí se encontraron con las mujeres, quienes también estaban custodiadas por dos soldados y uno de ellos arrastraba un cuerpo de otra chica.
Una chica de la edad de Yelena.
El corazón de Markus Belova no había latido tan fuerte en aquel momento y sentía que estaba a punto de salirse de su boca. El simple hecho de ver a Yelena siendo arrastrada como una muñeca de trapo destruida y sin vida, aquello era algo que asustó a Markus y mucho. Para su suerte — sí, su ingrata y melancólica suerte — Yelena estaba entre las muchachas, algunas sollozando en silencio, otras asustadas (como ella) y otras intentando de ponerse una máscara para ocultar sus sentimientos. El muchacho de ojos azules fijó su mirada en la figura de Yelena, concretamente en sus ojos verdes y los pequeños mechones que se escapaban de su trenza hecha una corona en su cabello rubio. Ella encontró los ojos de su hermano mirándola, de forma cautelosa, antes de asentirle — indicándole, de alguna forma, de que ella estaba bien y que su noche no fue tan desastrosa. Sin embargo, al ver la pequeña banda de color roja en el brazo de su hermano, la muchacha de cabellos rubios se desanimó.
Ella y Markus no estarían juntos.
Entraron al patio principal donde estuvieron la mañana anterior y Markus se dirigió hacia su respectivo lugar junto al resto de sus compañeros de pelotón y Yelena se dirigió hacia el suyo. Los dos géneros se mezclaron entre los dos pelotones y el murmullo constante proveniente de los dos grupos fue incesante a oídos de Markus. Pero el hecho de no saber que pasaría en los siguientes minutos era algo que le carcomía la mente. A su lado, un muchacho de cabello negro y tez más pálida que la de él se acercó, observando el barullo armado. Markus sintió su mirada en aquel momento.
—Napugana? (¿Asustado?)—preguntó este.
Markus le miró de reojo, encontrándose con dos orbes azules y cejas bastante gruesas. Estaba decidido a ignorarlo, pero una voz femenina a su lado habló antes de que él lo hiciera.
—YA ne lyublyu, chtoby drugiye videli menya takoy (No me gusta que otros me vean así)—dijo una muchacha rubia, la cual Markus reconoció enseguida y sintió cómo su sangre hervía en sus venas. El mayor de los Belova apretó sus labios y no habló, pero ella estaba dispuesta a hacerlo pasar por un mal rato—. ¿No vas a presentarte, Markus?
—YA obsuzhdayu, nadrat' tebe zadnitsu pryamo seychas ili sbezhat', chtoby menya ubili (Estoy debatiendo si patearte el trasero ahora mismo o salir corriendo para que me maten)—masculló el mayor de los Belova con la boca tensa.
El muchacho de cabellos oscuros soltó una carcajada a modo de resoplido y negó lentamente con la cabeza, sintiéndose divertido, antes de alzar su mano en dirección a Markus—Orlov, Mikhail Orlov.
Markus dudó en un momento.
¿Pero...qué cosa era de la que tenía que dudar?
El muchacho de cabellos castaños tomó la mano del joven de cabellos negros, aparentemente de su edad, estrechándola con un firme apretón—Markus Belova—señaló a Dominica—. Ella es Dominica Viktor—la joven rubia alzó su mano, estrechándola con la misma fuerza e intensidad de Markus—. Supongo que no has venido aquí por casualidad, ¿verdad?
—Ne (No)—negó Mikhail con la cabeza y se cruzó de brazos—. Mi hermano y yo acabamos aquí después de intentar robar en el mercado, en San Petersburgo. No teníamos armas, pero los soldados del Centro nos capturaron antes de que la policía lo haga.
—¿Tienes un hermano?—preguntó Markus de forma inquisitiva, intentando de distraerse del constante barullo provocado por todos los cadetes.
Mikhail permaneció con su mirada al frente, intentando de encontrar algo, o, mejor dicho: a alguien. El joven de ojos azules encontró a otro muchacho de cabello rubio y ojos azules-verdosos, probablemente un año menos que él. Markus observó como era empujado por los soldados hacia su zona, donde estaba el pelotón color rojo y le patearon el trasero para hacerlo tropezar, pero Mikhail lo atrapó antes de que su cara se estrellase contra el suelo de concreto. Markus se acercó para ayudarlo a ponerse de pie y el joven de cabello rubio se pasó una mano por su cabello.
—Chto sluchilos'? (¿Qué ocurrió?)—preguntó Mikhail al muchacho rubio con rostro preocupado. El joven no respondió y simplemente bufó con fastidio—. Chto, chert voz'mi, sluchilos', Nikolay? (¿Qué diablos ocurrió, Nicholai?)
—Oni pomenyali mne gruppy s mal'chikom, kotorogo oni ubili (Me cambiaron de grupo con el chico que mataron)—declaró el muchacho llamado Nicholai y miró a Markus, quien, junto a Dominica, observaban atentamente al muchacho—. Kto oni? (¿Quiénes son?)
Mikhail miró a los dos jóvenes rusos que se habían unido—Ellos son Markus Belova y Dominica Viktor—el rubio asintió a forma de saludo y el muchacho de cabellos negros palmeó su hombro—. Este es mi hermano, chicos. Nicholai Orlov.
Al menos, para la fortuna de Markus, esperaba que ellos fuesen sus futuros aliados en esta pesadilla. Varios disparos se escucharon al aire y todos gritaron, agachándose y cubriendo sus cabezas. Markus levantó su mirada, encontrándose con el comandante Sergey repartiendo tiros al aire como un desquiciado. Desde la puerta, Nastia y Madame B lo miraban de forma incomoda — no solo por su posible demencia a estas alturas, pero también por su imprudencia. Para Nastia y Madame B, era crucial tener un número de reclutas con vida y no matarlos con mano propia, si no que los mismos cadetes terminasen con la vida de otros o la de ellos mismos con sus propias manos. El patio se quedó en completo silencio cuando las dos mujeres entraron, el sonido de sus tacones altos resonando en el suelo de concreto. Markus fijó su mirada en Nastia, quien se paró en el centro junto a su compañera. Sergey y Karpov se les unieron después, examinando a los dos pelotones mixtos.
—VOU VOU. Utro tol'ko nachalos', a oni uzhe vyzyvayut problemy (Vaya, vaya. La mañana recién empieza y ya están provocando problemas)—declaró la mujer en ruso, el resto de los cadetes no emitió palabra alguna, muchos quedaron callados y otros murmuraban entre ellos—. Segodnya novyy den'. Kak vidite, u nikh na rukakh lenty drugogo tsveta, poetomu oni byli pripisany k svoyemu vzvodu. (Hoy es un nuevo día. Como verán, tienen unas cintas en sus brazos de un color diferente, así fueron asignados a su pelotón)—miró al pelotón rojo—. Otnyne oni sami po sebe, a eto znachit, chto im pridetsya srazhat'sya, chtoby vyzhit'. (Desde ahora, están por su cuenta y eso significa que tendrán que luchar para sobrevivir)—giró su cabeza para mirar al pelotón azul—. Otnyne oni budut na puti k tomu, chtoby stat' tem, kem oni byli na samom dele sozdany: Chernymi vorob'yami i Chernymi vdovami. (Desde ahora estarán en camino para convertirse en lo que realmente fueron creados para ser: Gorriones Negros y Viudas Negras).
Markus apretó su mandíbula durante todo el discurso.
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El muchacho de cabellos castaños se estremeció en su asiento. No solo por el frío que hacía en el gran salón donde tendrían sus clases, si no por el silencio que estaba reinando en el mismo. Todos estaban ubicados en mesas largas, de a 3 estudiantes. Markus estaba en la tercera fila, Dominica a su lado, mientras que Mikhail se encontraba detrás de él y Nicholai estaba delante de él. Nastia dejó que los dos grupos se separasen, cada pelotón en su respectivo salón de clases, siendo custodiados al menos por seis soldados armados. Markus se tensó al escuchar dos disparos en la habitación contigua, escuchando gritos que seguían a la posible muerte de algún cadete imprudente.
Nastia entró de forma firme, sin vacilar, sin detenerse y llegó hasta su escritorio, donde se sentó levemente — sus ojos observando a los muchachos y muchachas que, a pesar de estar asustados, miraban en dirección a su nueva comandante de una guerra invisible que nunca acabó. Markus permaneció con su mirada fija en la mujer de traje azul marino y repentinamente, sin intención de hacerlo, dejó de estremecerse.
—Nastoyashchaya bitva ne zakonchilas', kadety (La verdadera batalla no terminó, cadetes)—comenzó ella, llevándose ambas manos detrás de ella—. Rusia sigue siendo un gobierno en guerra, constantemente. Muchas naciones creen que la paz existe, que el conflicto puede cesar—dio un par de pasos al pasillo principal que separaba los pupitres de los cadetes—. Eso es una mentira, ellos mienten. La guerra es invisible, no muchos la pueden ver. No muchos pueden sentirla. Y por eso están aquí.
Markus no entendía como él podía contribuir en una guerra que era invisible.
Pero, diablos, Nastia sabía cómo empezar sus discursos.
Eso no quitó el simple hecho de odiarla.
—Ustedes tienen un propósito, un propósito que no todos poseen—continuó la mujer, alternando su mirada en las dos grandes filas creadas—. Fueron criados por la madre Rusia, ahora deben servir a su nación como soldados invisibles y armas letales. Ustedes son los nuevos reyes, moviendo hilos y corrompiendo a los más débiles con cada táctica y estrategia que tengan—Nastia caminó por entre el pasillo principal—. Desde este momento, ustedes son Gorriones Negros y Viudas Negras. Armas en la lucha global por el poder. Armas para generar un equilibrio, armas para desestabilizar una nación entera si quisieran. Sus cuerpos ya no les pertenecen a ustedes mismos, si no al gobierno y es su deber cumplir lo que el gobierno quiere.
Dominica alzó una ceja a Markus y él le advirtió que no dijera nada.
El mayor de los Belova volvió su mirada a Nastia, quien ya lo estaba mirando — esbozando una sonrisa de suficiencia a ambos y asintió, alzando su mano un poco para darles una simple orden. Markus y Dominica no tenían que adivinar cual era esa simple, inútil y ridícula orden. Los dos se levantaron de su asiento y se dirigieron hacia donde su comandante los deseaba ver. Markus salió después de la muchacha rubia y al caminar hacia su lugar correspondiente, miró como cada persona del recinto fijaba sus ojos en ellos dos.
Aquel era un sentimiento completamente desagradable.
Maldita sea, pensó Markus.
Ambos, ya de pie frente al escritorio de Nastia Morózov, mantuvieron el mentón arriba, las manos a los costados y la mirada fija en la comandante — quien no había borrado su sonrisa. Ella comenzó a caminar lentamente hacia ellos. Markus no dijo nada, pero por un momento se sintió perdido en el tiempo, observando sus posibles consecuencias por estar allí parado junto a Dominica. Simplemente no la escuchó hablar. Dominica permaneció a su lado, su rostro sintiendo tantas emociones que hasta el propio Markus se sintió bastante abrumado — aquella máscara estaba quebrándose más y más.
—Ustedes, cadetes, serán entrenados en el arte de la seducción y de la manipulación—declaró Morózov acercándose a los dos cadetes, deteniéndose en el espacio que los separaba—. Deben aprender a sobrepasar sus límites. A reconocer aquella parte faltante del rompecabezas y ser esa parte que los objetivos necesitan para decirlo todo. Usarán su inteligencia, su cuerpo, su espíritu como armas contra el prójimo—miró a los cadetes—. Quítense su ropa.
Markus se tensó.
El muchacho permaneció paralizado y eso estaba mal.
Muy, muy mal.
Él miró de reojo a Dominica, quien ya lo miraba, su mano se posaba en la polera negra que llevaba — a punto de quitársela, obedeciendo la simple orden. Pero Markus no hizo nada, permaneció quieto y la habitación también.
Nastia miró a los dos cadetes—Les di una orden, cadetes.
Markus y Dominica permanecieron quietos, sin mover ni un músculo. La rubia debía admitir que el muchacho que ayudó a escapar en la Plaza Roja era estúpido y valiente — capaz aquello si fue una buena idea, después de todo. Nastia volvió a insistir y Markus sintió su mirada, su penetrante y fuerte mirada sobre él. El muchacho de ojos azules permaneció con la vista al frente, intentando de regular su respiración. Intentando de mantener toda su mierda junta, intentando de no quebrarse cual muñeca de porcelana al caer al suelo.
Solo había dos salidas.
Una era que los soldados alcen sus armas y disparasen hacia ellos, matándolos al instante — pero la segunda era comprobar si Nastia era lo suficientemente misericordiosa para dejar pasar la situación y dejarlos regresar a su lugar.
Por favor, imploró Markus mentalmente.
Por favor.
Morózov se detuvo frente al muchacho, una batalla de azul contra ojos marrones se desató entre ellos. En silencio — un silencio que solo el infierno podría manejar contra sus demonios. Markus Belova permaneció con su mirada fija en ella, esperando el golpe, esperando ver cual sería la sentencia a su insubordinación. Markus esperaba encontrarse en el limbo infernal que lo llevaría a su inevitable muerte. Nastia volvió a esbozar aquella estúpida sonrisa, sin mostrar sus dientes perlados o su lengua de arpía idiota. Markus esperaba otra cosa, pero la comandante tenía otros planes para sus cadetes.
Ella sabía como hacer su puto trabajo.
Y Markus realmente deseaba verla muerta.
—Me agrada tu espíritu, cadete—declaró ella antes de dar un paso hacia él, sus rostros a centímetros, demasiado cerca para el gusto de Markus—. Pero veremos en cuanto tiempo logras marchitarte como una flor y sumirte al Centro. No me sorprendería que te quebrases tan rápido y tan fácil.
El mayor de los hermanos Belova apretó sus labios en una fina línea, tragándose su orgullo de forma muy dura, callando sus pensamientos y palabras dolorosas en el fondo de su mente — encarcelándolas en una prisión con fuego ardiente. Markus Belova no permitiría que nadie le haga daño a él ni a su hermana. Se limitó simplemente a decir las siguientes palabras:
—Sí, señora.
Aquello fue suficiente.
Al menos, para Nastia, quien seguía con aquella ridícula sonrisa.
—Vuelvan a sus lugares—ordenó su comandante y los dos asintieron.
Dominica golpeó a Markus levemente con su codo y él simplemente la fulminó con la mirada, antes de pedirle silenciosamente que no hable. Nastia los siguió con la mirada y luego carraspeó antes de proseguir con su introducción. Markus permaneció sentado en su silla, escuchando atentamente cada cosa que Morózov decía: reglas simples sobre la convivencia en el salón, levantar la mano para poder hablar, ser respetuoso con la comandante y compañeros de pelotón, los castigos de la insubordinación y la falta de atención en clase. Markus se mordió el labio en cuanto vio el reloj — solo había pasado 30 minutos y la comandante aseguró que las clases serían por horas y horas.
Markus sintió dos toquecitos en su pierna, los cuales pertenecían a los dedos de Dominica.
El muchacho miró hacia su pierna, observando como ella dibujaba las letras en fonética rusa. Era increíble como él podía entender un mísero mensaje.
Lo siento, escribió Dominica.
Nastia Morózov seguía hablando y hablando.
El sonido de las agujas del reloj moviéndose era algo que mareaba al muchacho de ojos azules. Tick. Tock. Tick. Tock.
Aquello era una epifanía, era un infierno viviente — un lugar donde Markus no se sentía cómodo y sufría las consecuencias de ello. Enrome y estúpidamente sufría las consecuencias de haberse metido en aquel pozo interminable, hecho de pura maldad y pura oscuridad, sin saber qué le depararía en el futuro — si es que él tenía uno.
—Siendo Gorriones y Viudas—continuó Morózov, sin importar quien la estuviese escuchando en aquel momento—. Ustedes tienen el poder de definir su destino y el destino de su misión, siempre recuerden que tienen un propósito. Dominen sus miedos, dominen aquellos sentimientos amargos que poseen—caminó de nuevo hacia el pasillo—. Sé que muchos no están aquí por elección, muchos están aquí para buscar su propósito, o por su suerte—miró a Markus de reojo antes de continuar—. O simplemente por que quieren sentir ese poder correr entre sus venas.
Markus no entendía a qué se refería la comandante con eso.
Simplemente, aquello era algo nulo.
Una mentira.
Un engaño.
—O...están aquí por que el destino les obligó a convertirse en esto—la comandante señaló a los soldados—. A ser armas, a ser los jugadores de una partida de ajedrez, a ser los soldados de las guerras invisibles, a ser las musas del engaño—comenzó a alzar su voz, haciéndola más estridente e imponente que cualquier persona en aquella habitación—. Ustedes son la nueva pieza del engaño y la muerte de la que todos temen, ustedes son armas, cada uno de ustedes siente la violencia, siente la angustia y el deseo. Está en su mente, está en sus venas, fluye en su cuerpo de forma constante y amenazadora.
Markus observó atentamente a la mujer, antes de llevar su mano a su pierna, escribiendo de forma invisible a la muchacha rubia que estaba a su lado.
Está bien, respondió en silencio.
¿Está bien?
Eso no estaba bien.
Ese discurso incitaba a muchas cosas.
A la matanza, a la rebeldía.
A una revolución.
Markus Belova no creía que el ser un asesino tenía esas cosas, pero se dio cuenta de que recién estaba rasgando la tierra, encontrándose con las dichosas dinámicas del espionaje. Él estaba dispuesto a salir con vida.
Y el reloj siguió contando.
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