i. los peones del centro
MANIFIESTO NEGRO,
capitulo uno: los peones del centro!
Maryina Horka, Bielorrusia, Unión Soviética.
UNA FUERTE SACUDIDA DESPERTÓ A MARKUS BELOVA, sacándolo de sus sueños y golpeándolo hacia una nueva realidad que era muchísimo más cruda a la que estaba acostumbrado a vivir. Se mostró desorientado, intentando de identificar hacia donde se dirigían, pero el camión militar ruso estaba sellado, sin darle la posibilidad de mirar hacia afuera. Sin embargo, las luces rojas que iluminaban tenuemente en ambiente eran suficientes para poder colocar a Markus en tiempo y espacio.
Oh, claro — el maldito escape que casi les cuesta la vida.
El muchacho de ojos azules miró a su lado derecho, encontrándose con la figura de su hermana, quien dormía plácidamente — recostada contra su hombro, como si estuviese en su propio hogar: segura y resguardada por su familia. Claramente, una familia que la acogería estando en una situación completamente diferente a esta. Era de esperarse que esta situación era todo lo contrario, pero Markus decidió mantener vivo su espíritu y su insípida esperanza. El camión se sacudió otra vez y sintió que alguien se removía en su asiento frente a él. Markus miró hacia el frente, encontrándose con una muchacha rubia de su misma edad — la cual conoció hacia pocas horas en el Kremlin como Anya. Solo Anya. Ningún apellido conocido, ningún miembro que la distinguiera del resto.
Solo Anya.
Bueno, pues Anya no era realmente Anya.
Markus se sintió estafado de forma monumental y eso le resultó tan gracioso en ese momento, que le dieron ganas de reír amargamente ante la revelación de la verdadera identidad de la muchacha. Solo Anya. ¿Qué clase de persona hace eso? Obviamente, una persona con el perfil de Dominica Viktor — el verdadero nombre de la estafadora, a oídos de Markus — podría ser capaz de hacer tal acción, sin importar las consecuencias a ello. ¿Las consecuencias? Las consecuencias siempre repercutieron cuando las acciones, cuando las palabras, cuando las actitudes mismas terminaron de hacerse, siempre habría repercusiones. Y esta era una de ellas, Markus siendo arrastrado a un lugar completamente desconocido, con gente desconocida y con opciones de morir incluidas. Aquello sí que era el colmo, pero el muchacho de cabellos castaños cortos decidió no hacer comentarios al respecto.
Había veces que él debía cerrar la boca.
Esta era una de ellas.
El muchacho de ojos azules se recostó en la pared del camión militar, sintiendo el metal frío impregnándose en su piel como pegamento. El resto de los jóvenes que había allí seguían dormidos, a pesar de que Markus los vio despiertos en cuanto entró al camión junto con Dominica, era una mezcla mixta de hombres y mujeres: algunos parecían de su edad y otros tenían la edad similar a la de su hermana. En aquel camión había cuatro hombres — incluyéndolo a él — mientras que de mujeres había cinco en total. Markus miró hacia adelante, captando la mirada de una muchacha de tez pálida, cabello oscuro a sus ojos y ojos azules-verdosos. Ella desvió la mirada en cuestión de segundos y una pequeña carcajada surgió frente a él. Al girar su cabeza, se encontró con el rostro de Dominica Viktor — la muchacha que produjo todo esto.
—¿Qué es lo gracioso, eh?—preguntó Markus con absoluta hostilidad.
Dominica se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre sus rodillas, una sonrisa ladina jugando en sus labios — algo que a Markus no le cayó nada bien, considerando que estaba redoblando sus esfuerzos para no levantarse y partirle la nariz por su imprudencia. Aquello sería descortés, al igual que peligroso de su parte realizar un movimiento tan cobarde. El muchacho de ojos azules mantuvo sus pies plantados en el suelo y su espalda pegada al frío metal de la pared del camión. Dominica, durante toda aquella acción, se mantuvo mirando a Markus — sin mover su mirada hacia otro lado.
—Lo gracioso aquí es ver la confusión en tus ojos, Belova—respondió ella de forma directa, sin dar rodeos o excusas, sosteniéndole la mirada con la misma intensidad—. Y el miedo. Eso se huele a kilómetros.
—¿Y desde cuando a ti te interesa si siento miedo o no?
—De alguna u otra forma me agradecerás el haberte traído aquí—añadió la muchacha rubia, sintiendo una fuerte sacudida del camión—. Solo espera.
—¿A dónde nos llevan?
La cara de Dominica era un enigma, completamente indescifrable a ojos de muchos, incluso a ojos de Markus. Al ver su desconcierto, el muchacho de cabellos castaños cortos llegó a la penosa conclusión de que ni la propia Dominica Viktor sabía hacia donde se dirigían. Ahora era el turno de Markus para soltar una carcajada. La mirada azul de la rubia se entrecerró ante la amarga y cómica risa del mayor de los hermanos Belova. Intentando descifrar cual era la maldita razón para reírse en aquel momento — oh, el karma volvía a ella como una lluvia de balas silbantes. Asesinándola, en un caso real, en cuestión de segundos. Ella concluyó, en ese entonces, que Markus había descifrado la máscara que la rubia usaba para cubrir su miedo.
Ella estaba tan confundida como él.
Y aquella fachada estaba cayendo a sus pies como carámbanos de hielo.
—No me sorprende ver tu sentido del humor intacto, debil (idiota)—recalcó la rubia antes de recostarse contra la pared, cruzando sus brazos sobre su pecho—. Estoy igual de confundida que tú.
—Entonces, a ver si entendí—dijo Markus, irguiéndose en su asiento—. Tú nos arrastraste a este lugar y no sabes a dónde vamos, ¿verdad?
Dominica apretó sus labios rojizos en una fina línea, mientras se mantenía tensa en su lugar. El chirrido del motor era un sonido fuerte que apagó su gruñido de molestia y ella miró hacia abajo, derrotada por su misma carta. Markus vio el rostro derrotado de Dominica y como ella miraba hacia abajo, intentando de ocultar su rostro. El mayor de los Belova se dio cuenta de algo, algo que no se veía en muchas mujeres — incluso Yelena estaba desarrollándose así — y aquello era que Dominica no se rompería frente a una figura masculina o incluso una femenina. Ella no demostraría debilidad alguna, al menos hasta llegar al momento de sentir su propia muerte cerca.
Markus no presionó a Dominica.
¿Por qué lo haría?
El muchacho de ojos azules se reclinó en el asiento, sin quitar sus ojos de la figura de la rubia, a su lado, Yelena se removía, despertando de su sueño. Markus maldijo en voz baja, no solo por el hecho de verse envuelto en una situación completamente desconocida, si no por que su hermana estaba a punto de enfrentarse a una realidad muchísimo más intensa — algo que tenía una falta de redundancia a su edad, alimentando la incertidumbre de su espíritu más y más. Markus no quería que Yelena estuviese expuesta ante esa realidad, ante lo desconocido, pero diablos, los hermanos Belova ya habían pasado por situaciones espantosas.
—¿Markus...?—murmuró Yelena a modo de pregunta, su voz algo grave por la somnolencia—. ¿Dónde...?¿Dónde estamos?
Oh, si Markus tuviese la verdadera respuesta.
Lamentablemente, no era así.
El muchacho de ojos azules lanzó una mirada acusatoria a Dominica, quien le miraba con cara de pocos amigos—No lo sé, sestra. Eso es lo que me estoy preguntando yo ahora.
—¿Quiénes son ellos?—preguntó la rubia de forma cautelosa, señalando al resto de los jóvenes que se encontraban dentro del camión.
—Son cadetes, como nosotros—respondió Dominica antes de que Markus tuviese la oportunidad de pensar la respuesta, el castaño cerró la boca y vio que Dominica se inclinaba hacia Yelena—. Ayer partieron tres camiones llenos de chicos, los soldados del Centro son quienes nos están trasladando.
El Centro, aquel nombre se le hacía conocido.
El Centro...
Oh, por supuesto, maldita sea.
Markus levantó la mirada, de forma repentina y alarmante, sintiendo que su pulso empezaba a crecer en volumen. Los latidos de su corazón eran erráticos, siendo confundidos por el súbito miedo y la adrenalina del momento. El muchacho de cabellos castaños cortos sintió que le iba a dar un ataque al corazón cuando escuchó el puñetero nombre salir por los labios carnosos de Viktor. No, esto no puede estar pasándome, pensó Markus de forma desesperante. ¿Cómo pudo él haber permitido esto?¿Cómo se le ocurrió? El mayor de los Belova cerró los ojos, intentando de abrirlos después de dar bocanadas de aire para evitar un ataque de nervios.
El Centro.
Estaban siendo transportados a una base que pertenecería a la KGB.
Markus no quería esto.
—¿A dónde diablos nos están llevando?—exclamó Markus, empezando a enfurecer cual toro enjaulado—. ¿Qué quiere la KGB de nosotros?
—Como te dije antes, Belova—declaró Dominica, sin sentirse hostigada por el cambio de humor en Markus—. La madre Rusia siempre te perseguirá, eres su arma, eres su peón. A pesar de que no quieras estar aquí ahora mismo, como los idiotas que te acompañan, eres un peón de la nación que te crió. Lamentablemente, las cosas son así.
—Creo que a ti te han lavado el cerebro.
Dominica soltó una carcajada llena de ironía—Tú no tienes idea, Markus...¡Ni una puta idea!
—¡Entonces dime hacia donde nos dirigimos!—explotó Markus, ahora sí, ganándose el descontento de Dominica y varios gruñidos por parte de los cadetes que estaban junto a ellos. El mayor de los Belova mantuvo su mirada fija en la rubia, mientras que Yelena y el resto miraban en silencio y — aparentemente — confundidos. Markus no encontró respuesta verbal de su parte y supo que aquel era el momento de presionar a la rubia como debió hacerlo minutos atrás—. Ya deja de mentir, chert poberi (maldita sea). ¡¿Hacia dónde vamos?!
—¡NO LO SÉ!—gritó Dominica alzando la voz y su cuerpo al mismo tiempo, pero las esposas de metal la mantenían en su lugar. La muchacha volvió a sentarse con violencia en su asiento, dejando a Markus sin más que decir. Dominica Viktor se recostó contra la pared otra vez, resoplando por la boca con angustia y enojo—. No lo sé. Mi padre no quiso decirme nada.
Vaya, eso sí que era una revelación.
Markus suspiró con resignación y golpeó su cabeza contra la pared. Esperó alguna otra palabra de la muchacha rubia, pero ver su pánico y nerviosismo, eso fue suficiente para él. El camión volvió a sacudirse y, como si fuese repentino, se detuvo. El resto de los jóvenes permaneció en silencio, expectantes a cualquier movimiento del exterior. Se escucharon gritos de soldados en ruso, cosa que comprendieron al pie de la letra. Las puertas se abrieron, dejando entrar la luz blanca que se reflejaba en el cielo nublado, cegando a todos los cadetes dentro. Los soldados comenzaron a sacarlos de la camioneta uno a uno. Markus sintió como su cuerpo golpeaba en seco contra el barro.
Parpadeó un par de veces, sus pupilas se acostumbraron a la luz que traía el entorno y se vio rodeado de soldados — muchos de ellos arrastrando a jóvenes que forcejeaban contra el agarre que tenían los mismos. Markus jadeó y sintió que un par de manos agarraban sus antebrazos, levantándolo forzosamente. El muchacho soltó un gruñido, mientras que las quejas y los gritos de varios jóvenes lo acompañaban a un gran edificio. A vista de muchos, eso parecía una prisión. Torretas de ladrillo gris se alzaban en cada lado del perímetro, y unas escaleras llevaban a una puerta principal, la cual se abrió gracias al empuje de dos soldados — Markus vio el grosor de aquella puerta y se dio cuenta de que el mísero pensamiento de escapar era una pérdida de tiempo. Poco a poco, los jóvenes entraron a la gran fortaleza, encontrándose con un vestíbulo.
Markus buscó a Yelena con la mirada, encontrándose con más jóvenes gritando e intentando escapar. Uno de ellos logró zafarse del agarre del soldado ruso y salió corriendo hacia la salida, pero el soldado decidió levantar su arma — disparándole en dirección en su cabeza.
Solo bastó usar una bala.
Una bala y el cuerpo de aquel muchacho cayó sin vida al suelo.
Markus volvió a jadear con desesperación, siendo empujado por el soldado hacia las escaleras como el resto de los muchachos. El mayor de los Belova volvió a buscar a su hermana con la mirada y la encontró siendo arrastrada hacia unas escaleras abajo, Markus intentó gritar algo, pero no encontró la fuerza suficiente para llamar la atención de su hermana Yelena — así que, simplemente, se dejó arrastrar por el grupo de soldados. El grupo de jóvenes, los cuales eran de diferentes edades — algunos de la edad de Markus y otros de la edad de Yelena. Otros eran al menos dos años mayor que el propio Markus, pero eran muy pocos que uno podría confundirse fácilmente.
¿Qué diablos estaba pasando aquí?
Markus aún no estaba preparado para ver la respuesta a esa pregunta.
Al menos, no aún.
El grupo de adolescentes fue conducido hacia un pabellón donde había literas, esparcidas de forma equitativa y asimétrica, con sabanas y edredones de color gris en conjunto de un azul marino. Las ventanas que daban hacia el exterior estaban selladas con barrotes de metal — reforzando aquella fortaleza impenetrable y así hundiendo el espíritu de Markus Belova más y más. El muchacho se dirigió a una litera y se encontró con una camiseta gris, botas de color negro y un pantalón de color azul marino.
—Vse dolzhny otpravit'sya v glavnyy dvor cherez 10 minut v svoyey forme (Todos deben dirigirse al patio principal en 10 minutos con sus uniformes)—anunció el soldado y cerró la puerta, sellándose por fuera.
Markus tragó saliva, sintiendo un nudo en su garganta.
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El patio principal estaba recubierto de cemento, una base tan solida que terminaba por darle al lugar un aspecto más neutro, más lúgubre y el miedo de Markus aumentaba conforme daba pasos precisos hacia las puertas que daban al patio. El grupo de jóvenes fue mezclado en el camino, chicos y chicas se encontraban juntos, Markus logró llegar hasta Yelena — quien estaba más tranquila que antes y, gracias al diabólico dios que produjo esto, se encontraba bien. Cuando cruzaron el umbral de las puertas de metal con rejas para ingresar al patio gigante, los soldados hicieron una brecha, separando a los chicos de las chicas. Markus siguió a Yelena con la mirada, mientras que él se dirigía a su lugar — sin perderla de vista.
No perdería a Yelena por un error tan estúpido.
Todos los cadetes formaron filas armadas simétricamente, siendo separados por una distancia de un metro y cada soldado procuró que los cadetes colocasen sus manos por detrás, como símbolo rígido de respeto — cosa que a Markus le pareció algo absurdo, pero la promesa de su muerte acechándolo delante de sus narices era demasiado escalofriante como para mostrar un signo de insubordinación en la primera hora de supervivencia. Todo el mundo vestía la misma ropa y eso era demasiado alarmante a ojos de Markus. Aún intentaba de juntar las piezas del puzzle, intentaba saber donde diablos estaba y por qué estaba allí.
El murmullo colectivo de los cadetes se fue apagando cuando el repiqueteo de los tacones de cierta mujer resonó en los pasillos. Por la puerta enrejada, como si fuese una de las reinas del infierno mismo, apareció una mujer. Era joven, alta y su figura imponía poder — además de sufrimiento si alguien se atrevía a hacer algo indebido. Sus labios estaban pintados de un color rojo carmesí, brillante para el resto de los colores que abundaban en el entorno. Ella vestía un traje de color azul marino, la falda pegada a su cintura como cinta y piel pálida resaltando en el cielo nublado. Su cabello negro se encontraba aprisionado en un rodete bien sujeto a su cuero cabelludo. A su lado, un hombre con uniforme militar, quien tendría unos dos años más que ella, alzó su codo, el cual la mujer usó para pasar su brazo.
Ambos caminaron hacia una pequeña grada, esta tenía un mástil de metal, con pequeñas esposas de color negro. Markus tuvo que contener la respiración al darse cuenta de que eso era un instrumento de tortura. La mujer y el soldado subieron a la pequeña grada, enfrentándose a la multitud silenciosa de cadetes reprimidos y asustados. Markus intentó no verse afectado por la mirada penetrante de la mujer, no obstante, él estaba siendo afectado por todo lo que ocurría a su alrededor.
La mujer, después de un periodo largo de silencio, sonrió y dio un paso adelante—Dobro pozhalovat'! (¡Bienvenidos!)—exclamó ella con voz estridente y clara—. YA znayu, chto mnogiye smushcheny...dazhe napugany (Sé que muchos están confundidos...incluso asustados)—declaró mientras caminaba hacia el lado de las mujeres—. No im ne nuzhno tak chuvstvovat', zdes' oni budut v bezopasnosti (Pero no tienen que sentirse así, aquí estarán a salvo).
¿A salvo? Markus no se sentía a salvo.
Se sentía atrapado en su propia pesadilla.
—Menya zovut Nastya Morozova, i ya budu vashim pervym glavnokomanduyushchim (Mi nombre es Nastia Morózov, y seré su primera comandante en jefe)—se presentó la pelinegra, su sonrisa de orgullo y su acento ruso marcado a oídos de cualquiera—. Eto vtoroy glavkom, Sergey Kuznetsova (Él es el segundo comandante en jefe, Sergey Kuznetsova)—repentinamente, otra mujer más se les unió, acompañado de un hombre, ella vistiendo de la misma forma que Nastia y él con un uniforme similar al que tenían todos los cadetes—. I oni madam B (Y ellos son Madame B)—señaló a la mujer con cabello castaño—. i Igor'ok Karpov. Oni budut instruktorami vashego vzvoda (e Igoriok Karpov. Serán sus instructores de pelotón).
Ambos instructores mantenían la mirada en alto, mostrando una postura imponente frente a ellos. A Markus le dieron ganas de vomitar — pero tuvo que tragarse las ganas. La mirada de Madame B era bastante intimidante, al igual que la de Nastia; Markus llegó a la firme conclusión de que aquellas eran mujeres poderosas y recordó lo que Dominica Viktor le había dicho en el Kremlin horas atrás: "La gente como nosotros no es elegida para ser peones. Si no para ser las reinas y reyes de este imperio. Hay muchos que caen al principio, pero los fuertes siempre quedan."
Ella tenía razón.
Markus había sido arrastrado al juego donde los más fuertes quedan vivos.
Pero...¿Acaso él llegaría?
—Oni budut razdeleny na dva vzvoda, i eti dva vzvoda budut razdeleny na komandy, kotoryye budut deystvovat' vmeste (Serán divididos en dos pelotones, y esos dos pelotones se dividirán en equipos que actuarán en conjunto)—añadió la primera comandante, manteniendo el nivel de su voz—. Vy budete zhit' mezhdu soboy i budete podvergnuty ispytaniyu. Mogu vas zaverit', chto odin za drugim padut samyye slabyye, i ostanetsya tol'ko odin vzvod iz devyati chelovek (Convivirán entre ustedes y serán puestos a prueba. Les puedo asegurar que uno a uno, caerán los más débiles y solo quedará un pelotón con nueve integrantes).
La respiración de Markus se volvió irregular al escuchar la orden de la comandante, intentó no sentir miedo, intentó que la ansiedad no se vea — pero él sentía los ojos de Madame B fijándose en su cráneo, observando al primer objetivo en caer. Markus miró el frente, ordenándose mentalmente de calmarse, de no perder los estribos, ya que aquello se había convertido en la verdadera guerra. Nastia continuó hablando. Habló sobre la disciplina y los castigos que conllevaría la insubordinación, especificó que los hombres y las mujeres dormirían en habitaciones separadas, cualquier interacción amorosa y sexual estaba completamente prohibida y que los horarios debían respetarse al pie de la letra.
Aquel entorno era un infierno andante.
Markus deseaba escapar.
Sin embargo, al recordar a ese joven saliendo por la puerta de la base y recibiendo un disparo en la cabeza — matándolo instantáneamente — hizo recapacitar las opciones que Markus tenía a mano. Escapar claramente no era una opción viable. ¿Qué se suponía que debía hacer? Él miró de reojo a su hermana, quien miraba atentamente a la mujer que hablaba sin cesar, su mirada viajó hasta entrelazarse con la de Markus. Ella apretó sus labios, y dijo algo en voz muy baja — donde Markus tuvo que hacer un esfuerzo de leer sus labios.
Estoy bien, leyó él.
Te sacaré de aquí, dijo el propio Markus.
Él, si tuviese la oportunidad, lo haría sin dudarlo.
Yelena negó lentamente.
Nos matarán si lo intentamos, masculló ella.
Había veces en las que Markus realmente debía reconocer que su hermana Yelena era una maldita genio. Ella asintió, asegurándole de que debían seguir con ese plan y ambos miraron al frente. En las cinco filas creadas por los soldados, ellos se pararon a su lado. Markus no vio a ninguno de su lado, ya que se encontraban en el lado contrario, pero mantenían sus armas fijas en sus manos.
—Oni budut sformirovany kak soldaty i predany kak vorob'i, buduchi palachami etoy novoy epokhi (Serán moldeados como soldados y leales como gorriones, siendo los verdugos de esta nueva era)—exclamó Nastia con orgullo, su sonrisa arrogante se podía ver a kilómetros—. A teper' sdelayem nebol'shuyu uborku (Y ahora, haremos una pequeña limpieza).
Ella chasqueó sus dedos.
La fila de soldados les quitó el seguro a sus armas.
Markus permaneció con su mirada hacia adelante.
No.
No.
Los soldados abrieron fuego a la fila que tenían al lado, eliminando a los primeros cinco que tenían a su lado. Los gritos y sollozos se hicieron presentes en su mente, pero Markus — oh, pobre Markus, estaba tan rígido como una piedra. Sintió la muerte a su lado, sintió la sangre manchar el suelo de concreto — espesa y reluciente como la bandera rusa. El mayor de los hermanos Belova miró en dirección a Yelena, quien tenía lágrimas que caían por sus mejillas en silencio. Frente a ella, había una muchacha de la edad de Markus, tirada en el suelo — sin vida — y su sangre manchaba las botas negras de Yelena.
Así que esto era el Centro.
La KGB era el hogar donde los corruptos hacían esto.
Markus apretó sus labios y negó que sus lágrimas cayeran.
Él no podía creer que había caído en la trampa, que se había convertido en un peón de un juego macabro donde los mas fuertes podrían vencer. A sus oídos, la sonrisa de satisfacción que esbozaba Nastia y Sergey era tan odiosa que a Markus le repudió muchísimo. Escuchar los sollozos y el murmullo creado entre los cadetes — eso definitivamente no le trajo calma. Markus fijó su mirada en los cuerpos sin vida esparcidos por el suelo, mezclando la sangre que estaba desparramada — prometiendo una muerte desastrosa e injusta. Markus supo que él no debía cometer errores, que no debía cuestionar si no era necesario, que debía ser como ellos y sobrevivir.
—Eto odno iz posledstviy, s kotorymi oni stolknutsya, yesli popytayutsya sbezhat' (Esta es una de las consecuencias que enfrentarán si tratan de escapar)—declaró la comandante Nastia mirando al resto de los cadetes—. Sledi za svoyey spinoy i ne delay oshibok. Oshibki ne dopuskayutsya (Cuiden sus espaldas y no cometan errores. Los errores no serán tolerados).
Markus observó como los soldados se llevaban los cuerpos de los jóvenes asesinados como si fuesen muñecas de trapo — para usarse y, luego de un tiempo, tirarse para ser reemplazadas. El rastro de sangre era imponente a los ojos de los cadetes, infringiendo más y más miedo en ellos, sumiéndolos a una docilidad para servir y actuar como a ellos — los corruptos — les parecía justo.
—Dobro pozhalovat' v akademiyu (Bienvenidos a la Academia)—bramó Sergey, su voz grave y estridente resonó en el recinto—. Gde vashi sil'nyye i slabyye storony budut otkryty miru. Gde sbudutsya tvoi khudshiye koshmary (Donde sus fortalezas y debilidades se revelarán al mundo. Donde sus peores pesadillas se harán realidad)—dio un paso hacia adelante—. Etot kompleks okhranyayetsya 24 chasa v sutki, v techeniye vsey nedeli. Yesli kto-to popytayetsya proyti cherez vorota, ves' kompleks zakroyetsya kak mogila (Este complejo está vigilado las veinticuatro horas del día, durante toda la semana. Si alguien intenta cruzar las puertas, todo el complejo se cerrará como una tumba).
El mero pensamiento de intentar escapar ya no era viable. Markus y muchos jóvenes más ya perdieron la esperanza de una libertad segura. El muchacho buscó la mirada de Dominica Viktor entre el grupo reducido de las chicas, la mirada azul de ella se juntó con la de Markus y Dominica soltó un jadeo ahogado, sabiendo que el mayor de los Belova estaría dispuesto a matarla de alguna u otra forma. Markus quería hacer eso, ya que se vio arrastrado a un juego vil y cruel por su culpa. Ella simplemente quería ayudar, pero para Markus, aquello no había cambiado.
Él buscaba un escape.
Sin embargo, él se metió en algo más grande.
Y arrastró a Yelena a ello.
En un mundo donde los asesinos matan a toda persona que se entrometa o se interponga en el camino, Markus era una de las personas que debían ser asesinadas. Oh, pero la suerte podría haber cambiado para él — ya que Markus no era el chivo expiatorio al cual perseguir. Él no era el enemigo público. Markus Belova había entrado en el terreno de los asesinos y tardaría mucho tiempo en salir de allí.
El capitán Sergey continuó hablando, pero Markus, simplemente, no lo escuchó.
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