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V

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CAPÍTULO 05:
La madre.


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Thor recorrió las calles del mercado con lentitud, observando las pocas personas que lo frecuentaban al atardecer y a aquellos que ofrecían sus cosechas por unas cuantas monedas de oro. Traía puesta una tela que cubría su cabello y parte de su vestimenta, por lo que lograba pasar casi desapercibido entre la multitud; le ayudaba el hecho de que la mayoría de ellos estaban ocupados examinando alimentos y hierbas, negociando precios y buscando puestos como para fijarse en que él iba caminando a su lado.

Resultaba que, tras el ataque de Sindr y una escena de preocupación por parte de Syntherea, terminó yendo con la castaña en busca de una ayuda extra por parte de Heimdall, quien posiblemente tendría información acerca de aquel nombre ambiguo que la pelirroja había mencionado mientras era afectada por el elíxir de la verdad. Pensaba que el guardián podría ayudarlo en su travesía, y no se equivocaba; el moreno reveló que el paradero Laussa estaba en el reino, y afortunadamente todavía vivía, llevándolo a ilustrarle el camino a tomar para encontrarla. El rubio decidió dejar a su amiga momentáneamente libre, ya que era un asunto que él debía solucionar a solas, más que todo como una estrategia para evitar que aquella mujer se pusiera a la defensiva.

Al llegar al mercado, se dispuso a buscar el lugar previamente indicado, tratando de identificar un puesto de plantas medicinales que muchos visitaban para aliviar los pocos malestares que llegaban a aquejarlos. Esquivó algunos niños que corrían tras comprar unas manzanas de Idunn, lo cual le indicó que estaba cerca. Respiró hondo al diferenciar a la mujer tras una variedad de hojas, flores, raíces y plantas secas, las cuales estaba empacando con cuidado en una canasta; decidió acercarse, teniendo presente las indicaciones que le había dado el guardián para asegurar su atención positiva.

—¡Oh! Estaba a punto de irme, corre con suerte. ¿En qué puedo ayudarle? —dijo ella, sonriéndole cálidamente al percatarse de su presencia.

—Busco a una mujer, quizás usted la conozca —comenzó a decir él, sabiendo perfectamente que era ella, pero haciendo lo posible por apelar la mayor sutileza que podía otorgarle—. Su nombre es Laussa.

Su sonrisa se distorsionó levemente.

—¿Qué necesita de ella?

—Quisiera hablar de su hija.

—Su hija se perdió, nadie sabe de ella.

El rubio apartó la tela de su cabeza, revelándose y logrando que la mujer palideciera.

—Por favor, necesito hablar con ella.

Extendió su mano, tal y como el moreno había especificado, ella notó aquel gesto y tomó su extremidad con fuerza. Thor sintió una corriente seguida de un leve mareo, su vista se hizo borrosa por un momento y creyó que perdía el equilibrio; solo volvió a la normalidad cuando la mujer lo soltó, dando un respingo. Pudo reconocer que había palidecido, separó los labios para decir algo, pero sus palabras no lograban manifestarse; la mujer terminó por tragar con fuerza y observarlo de pies a cabeza. El príncipe sacudió la cabeza para centrarse de nuevo, necesitaba volver a la realidad para continuar su misión.

Observó a la mujer, sintiéndose sorprendido y un tanto orgulloso de haberla encontrado.

—Lady Laussa, necesito su ayuda.

La mujer espabiló unos segundos después, asintiendo pausadamente mientras digería lo que estaba ocurriendo.

—Acompáñame.

La mujer arrojó todo a la canasta antes de dar la vuelta y alejarse del puesto, Thor se escurrió entre la estructura y la siguió, viendo cómo movía las manos para dejar caer una tela translúcida sobre su zona de venta. El rubio la alcanzó con pasos largos, bajando la cabeza para poder murmurarle:

—¿A dónde me llevas?

—A un lugar donde podemos hablar con mayor tranquilidad.

El príncipe se enderezó, siguiéndola de cerca hasta llegar a lo que parecía ser su casa, un poco retirada de los terrenos usuales del pueblo, pero apta para la siembra de los productos que ofrecía; abrió la puerta y le permitió pasar, dejando la canasta en una esquina antes de regresar a la entrada y cerrar. La vio respirar hondo y tragar con fuerza, tomando valor para tocar el tema que él deseaba.

—Toma asiento —pidió ella, dirigiendo su mirada a la mesa con dos puestos que tenía. El rubio aceptó la invitación con tranquilidad y ella se apartó de la puerta—. ¿Desea beber algo?

—No, gracias.

Ella asintió pausadamente. Thor no pudo evitar detallarla por simple curiosidad. Tenía el cabello rubio recogido en un simple peinado, sutiles joyas doradas adornando su cuello y brazo derecho, además del vestido color crema con una manga que cubría todo su brazo izquierdo. La vio sentarse frente a él, demostrando lo tensa que estaba y que sus mejillas aún no retomaban el color.

—Entonces, la encontraste —comenzó ella, observándolo fijamente. Él asintió—. ¿Dónde está?

—No puedo decirle eso, todavía no.

—¿Entonces para qué viniste?

—Vine buscando respuestas —admitió—. Me temo que la información que tengo de ella es algo... obsoleta.

La mujer enarcó la ceja, cruzándose de brazos.

—Podía jurar que el Padre de Todo se vanagloriaba de todos sus triunfos con sus hijos.

—Bueno, no exactamente. Debo admitir que Padre ha llegado a omitir algunas cosas —hizo una mueca leve—. Una amiga buscó algo de información, pero creo que no hay nada como el testimonio de alguien que estuvo allí cuando sucedió.

Una mueca se formó en el rostro de la rubia.

—¿Por qué te interesa mi hija? —preguntó, intentando unir los puntos.

—Ella me pidió ayuda —la rubia frunció el ceño—. Padre me envió a capturarla y no estoy muy seguro de cómo lo hice, pero pude hablar con Kári. Ella dijo que "la puse a dormir".

Laussa se mantuvo en silencio, observando al príncipe mientras lentamente se formaban las lágrimas en sus ojos.

—Deseo ayudarla, de verdad quiero hacerlo.

La mujer apartó una lágrima que rodó por su mejilla de un manotazo.

—¿Qué deseas saber? —inquirió ella.

—Honestamente, todo —comentó él—. Necesito conocer su historia a fondo para poder ayudarla. Siento que voy a ciegas y no conseguiré más que quemaduras, frases ambiguas y amenazas.

La mujer caviló un momento la situación, procediendo a ponerse de pie y buscar algunas cosas que necesitaría para responder a las preguntas del príncipe. Levantó los brazos para tomar una especie de plato de bronce con símbolos grabados de una repisa, descubriendo su antebrazo izquierdo con su acción y mostrando una quemadura en su piel –la cual el rubio pareció reconocer como la forma de una mano–, la rubia llevó el recipiente hasta la mesa, dejándolo en el medio para regresar a los estantes, tomando distintos frascos para luego regresar a la mesa, acomodándolos a un lado. El príncipe no cuestionó nada, simplemente observó con curiosidad lo que la mujer hacía; le vio verter líquidos y hierbas en el cuenco, los cuales comenzaron a reaccionar al contacto, creando una ligera nube de vapor que bajaba hasta la mesa y se desvanecía.

—Acompáñeme —pidió ella, tomando el recipiente y yendo hasta otro lugar de su vivienda.

El rubio la siguió de cerca, llegando hasta una puerta que daba a unas escaleras al sótano. Ambos comenzaron a bajar por ellas, la rubia con más seguridad que él puesto que la luz no llegaba hasta el punto donde estaba, al menos hasta que escuchó un chasquido y las velas del lugar se encendieron a la vez, mostrando los alrededores. Había más estantes con más recipientes y frascos, también había extrañas plantas organizadas en recipientes esparcidos por el suelo y las mesas; en el medio de todo eso, había una especie de pozo, lugar al que se dirigió la mujer. Dejó el cuenco al borde e hizo un movimiento de cabeza para que él se acercara. Tenía algo de miedo, debía admitirlo, pero debía confiar en que la mujer deseaba ayudarle y no perjudicarlo de alguna manera, o mostrarle información falsa; aunque todos esos pensamientos se disiparon al verla humedecer su dedo índice en la sustancia que había creado y hundirlo en el agua, logrando que esta iluminara al contacto.

—Necesito que mire el agua con atención y se concentre en mi voz —dijo ella, el rubio asintió al escuchar lo que pedía.

Laussa tomó el cuenco y se lo llevó a los labios, bebiendo un poco del brebaje para luego verter el resto en el agua con delicadeza. Notó que el líquido se esparcía, oscureciendo el pozo, donde comenzaron a formarse imágenes. Le pareció extraño hasta que reconoció a la mujer que lo había recibido y estaba frente a él.

Estaba mostrándole recuerdos.

—Sindr no siempre fue parte de Kári, fue adquirida, no heredada —comenzó a decir ella, en el agua se mostró un bebé de pocos meses, envuelta en una manta y profundamente dormida—. No existe una manera natural de cruzar Gigantes de Fuego con otras especies, por obvias razones, así que mi hija adquirió a Sindr por medio de magia; Heid, quien debes conocer por ser partícipe en la guerra con Vanaheim, la maldijo como venganza, deseaba tener un pase directo al Ragnarok y para ello introdujo el alma de un Muspel en una niña inocente —la imagen cambió a la de una mujer encapuchada irrumpiendo en el lugar y usando su poder contra ella. Momentos después sostuvo al bebé en brazos, solo para verla exhalar un denso humo negro directo a su rostro, siendo absorbido por la pequeña criatura casi de inmediato—. Sin embargo, el tiempo pasó y ante la ausencia de síntomas, pensé que podríamos vivir con normalidad, pensaba que la magia de Heid había perdido efecto tras su desaparición, que mi hija podría vivir en paz sin el tormento del demonio en su interior, pero me equivoqué.

» A la edad de diez, ella comenzó a dar señales de la presencia invasora. Lo noté una noche que hicimos una fogata y Kári se le quedó mirando fijamente, evitaba demostrarlo, pero podía notar lo fascinada que estaba con las llamas. Al principio pasó desapercibido, pensaba que era el simple reflejo de las llamas en sus ojos y no una manifestación de Sindr, pero cuando introdujo la mano en la hoguera y la sacó sin inmutarse, aún con las llamas envolviendo sus dedos, supe que los problemas apenas habían comenzado. Con el tiempo todo fue a peor, su piel subía de temperatura, se perdía en sus pensamientos cuando ella le hablaba, pero podía mantenerlo bajo control. Yo le ayudé a mantenerla bajo su control. Aprendí que alejarla del fuego era una manera de lograrlo y funcionó hasta cierto punto. Sindr creció al igual que ella y se hacía más fuerte con el paso del tiempo, ella hablaba dentro de la cabeza de mi hija, lo que le permitía atormentarla y mostrarle cosas horribles en sus sueños, logrando así tomarla con la guardia baja y manifestarse en ella hasta que reaccionaba. Aprendió a lidiar con ella, pero cuando se hizo más fuerte, ocurrió lo que postergué por mucho tiempo.

Se encontró sumido un silencio abrumador cuando ella terminó de hablar, creyendo que simplemente estaba tomando aire antes de continuar; intuía que para ella era duro hablar del tema, pero la quietud se extendió y comenzó a preocuparse. Decidió levantar la vista para mirar a la rubia, sin embargo, no se esperaba que al fijar su atención en ella le soplaría un denso humo que le hizo sentir como si entrara en un trance. Cerró los ojos con fuerza, y al abrirlos se encontró con un entorno completamente diferente; pudo reconocer que era algún lugar de Midgard por la luna llena que adornaba el cielo, había gente abrigada fuera de sus hogares y reunidas alrededor de enormes fogatas para lidiar con el frío que les calaba los huesos.

—El día que Kári perdió el poder que tenía sobre su cuerpo fue cuando llegó a Midgard. Sindr había logrado hipnotizarla para llegar a una de las entradas secretas y terminar en la Tierra, en un pueblo cercano al lugar donde años atrás los Gigantes de Hielo atacaron. No eran estudiados ni nada por el estilo, eran campesinos devotos a los dioses, a quienes adoraban a cambio de que se les fueran otorgados diferentes privilegios para vivir tranquilamente. Eran sumamente precavidos debido a los antecedentes de esas tierras, al punto de conocer a todo aquel que viviera en el pueblo y sus alrededores, además de seguir de cerca a cualquier desconocido que pisara sus dominios. Con Kári no fue distinto.

La mujer guardó silencio justo cuando la pelirroja salió de las sombras y camino por el pequeño pueblo al que había llegado; a pesar del frío que azotaba esa noche, ella permanecía inmutable con un vestido que dejaba sus brazos descubiertos y ocultaba la ligera armadura negra bajo la tela –la cual usaba en caso de que su otra parte tomara el control, para evitar la carbonización completa de sus prendas–. La joven de cabellos naranjas observaba todo con inocencia y un destello de curiosidad en sus ojos, además de una extraña tonalidad que invadía su iris momentáneamente.

«Acércate, no te harán daño», dijo una voz. Thor reconoció el tono tras un momento, era Sindr quien hablaba.

La pelirroja se acercó hasta una pequeña fogata donde había niños saltando alegremente alrededor mientras recitaban una canción. Una niña se percató de los ojos que les observaban y se detuvo de golpe, pensando en su debería acercarse a la extraña, sus amigos siguieron su acción, quedando pasmados ante la joven de extrañas ropas y telas ligeras.

¿Quién eres? —preguntó la niña, ladeando la cabeza.

Mi nombre es Kári —le respondió la pelirroja, sonriéndole a la pequeña—, vengo de Asgard.

Ante su respuesta, uno de los niños más grandes bufó.

Sí, claro —se burló.

¿No tienes frío? —inquirió otra niña sin poderse resistir a su curiosidad.

La verdad es que no —y no mentía, la brisa que le erizaba la piel a los pueblerinos para ella era completamente normal. Su percepción era distinta gracias a su condición.

¿De qué hablas? ¡Está helando! —dijo el otro niño que los acompañaba, frotándose los brazos por encima del grueso abrigo que lo cubría.

No deberíamos estar hablando con ella, es una desconocida —advirtió el que se había burlado momentos antes—. Hay que avisar a nuestros padres, conocen las reglas.

¡Se ve inofensiva, Baldr! —replicó la niña del inicio—. No nos meteremos en problemas.

El mencionado iba a replicar hasta que una fuerte ventisca azotó el lugar, disminuyendo las llamas que ardían con la madera hasta apagar la fuente de luz y calor. Los niños se lamentaron al unísono.

«Puedes avivar las llamas. Déjame hacerlo»

Se escucharon gritos ahogados cuando el fuego apareció de repente, formando una gran llamarada que propició el pánico en el niño llamado Baldr.

¡Mamá! —gritó antes de salir corriendo en dirección a donde estaba la fogata más grande y los adultos observaban a la desconocida con cautela y temor.

Los rostros de los pequeños restantes eran todo un poema, algunos la miraban con fascinación y otros demostraban su temor ante la acción que desencadenó, además del chispeante color naranja en su iris. Una sonrisa enorme se dibujó en sus labios cuando al mover sus dedos, se comenzaron a crear formas en las llamas, no obstante, sintió como si su cuerpo ya no le perteneciera y se preocupó de inmediato.

«Basta», pidió ella en su cabeza, esforzándose por recuperar el control de su anatomía.

¡Hey, tú! —le llamaron—. ¡Quédate donde estás!

No giró de inmediato, necesitaba manipular por completo su cuerpo y aún sentía resistencia. Sin embargo, para cuando lo logró los niños ya no estaban, los habían hecho retroceder y los protectores del lugar estaban a su alrededor, apuntándola con ballestas, arcos, espadas e incluso hachas.

¿Quién eres y qué haces en nuestro pueblo? —inquirió uno de los hombres, el que tenía una piel animal cubriéndole el cuerpo y parecía ser el líder.

S-Soy Kári de Asgard, no vengo a hacerles daño —explicó ella esforzándose por mantener el control, manteniendo un tono calmo para que ellos bajaran sus armas.

¿De Asgard? —el hombre rio, haciendo que los demás lo acompañaran—. Niña, somos humildes pero no estúpidos. Lo que acabas de hacer no fue precisamente una muestra de paz y no pienses que creeremos que vienes de Asgard. La blasfemia se paga con la muerte.

Lamento lo del fuego, pero no soy una amenaza. No herí a nadie y tampoco soy blasfema; Asgard es de verdad mi hogar, pregúntenme lo que quieran y les responderé.

¡Está loca! —exclamó una mujer que presenciaba el suceso—. ¡Blasfema! ¡Ejecútenla antes de propiciar la ira de los dioses!

Quienes presenciaban esa escena comenzaron a alentar la petición de la mujer. Quizás sólo Kári lo estaba notando, pero cuando cada habitante comenzaba a unirse a los gritos de "ejecución", ella veía un hilo de humo negro siendo inhalado por ellos justo antes de exclamar la condena. Cuando el humo llegó hasta el líder sintió temor, la voz en su cabeza comenzó a reír levemente y para cuando se dio cuenta, sintió un golpe en su nuca que le hizo perder el conocimiento.

Cuando despertó, estaba completamente desorientada, no hallaba explicación al cómo lograron golpearla con la fuerza suficiente para dejarla inconsciente –puesto que era sabido que los humanos no poseían la misma fuerza que los asgardianos–, sin embargo, tenía peores problemas que el dolor en su cabeza. Estaba inmovilizada, tobillos y muñecas fuertemente atadas con sogas que lastimaban su piel y sentía algo sólido en su espalda; intentó removerse en su lugar, pero notó que también tenía una soga alrededor de su pecho y cuello para mantenerla en su lugar. Trató de ver a su alrededor, pero en su aturdimiento sólo pudo ver manchas luminosas frente a ella, al menos hasta que su vista se aclaró y reconoció su situación. Estaba atada a una gran estaca de madera y tenía mucha leña a sus pies, acomodada de la misma manera en que se haría con una fogata, a su alrededor estaba un grupo de adultos, el mismo grupo que la acusó de ser blasfema y probablemente quienes la habían puesto en ese lugar. Tenían antorchas en sus manos y le observaban expectantes.

¿Q-Qué es todo esto? —comenzó a decir ella—. ¿Qué creen que hacen? ¡Déjenme ir!

«Qué tonta eres, niña. ¿De verdad piensas que te dejarán ir con tanta facilidad?»

¿Qué me hiciste?, se dijo ella mentalmente, sabiendo que ella podía escucharla.

«Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo

¡Hermanos! —escuchó la exclamación de un hombre, el líder, que se había posado frente a Kári—. En esta noche, los dioses nos han enviado una prueba para demostrar nuestra devoción hacia ellos. Han enviado una hechicera ofreciendo calor y una sonrisa amable; intentó seducir a nuestros niños y estoy seguro de que nosotros seríamos los siguientes, ¡pero nuestra voluntad es más fuerte! ¡No somos estúpidos! Supimos reconocer las intenciones de los dioses, y sabemos que esto les dará a conocer que somos dignos de sus bendiciones. No se dejen engañar por la criatura, no estamos haciendo nada malo, estamos cumpliendo la voluntad de los dioses y eso es sólo una vía para lograrlo. ¡Se acabarán las noches frías! ¡No habrá más amenazas!

El horror se plasmó en el rostro de la pelirroja al escuchar los vítores de los pueblerinos ante las barbaridades de su líder. ¿Prueba? ¿Dioses? ¿Cuáles bendiciones? Los mortales a su alrededor parecían estar delirando, y temía lo que pudieran hacerle en medio de su estado. Al mirar en la multitud, vio a una mujer encapuchada cuyo rostro era iluminado por las antorchas, y en su cuello portaba un collar con una gran gema carmesí en el centro; le sonreía macabramente, logrando reconocer que los ojos comenzaron a brillarle en un tono amarillo antes de ver de nuevo la nube de humo negro llegando a los habitantes del pueblo. No tardó mucho en reconocer a la mujer como la bruja que su madre le había contado tiempo atrás, aquella que se hacía llamar Heid, y supo que todo había sido un plan.

No tendría salida.

¡Fuego al fuego! —exclamó un hombre, levantando su antorcha e incentivando al resto a hacer lo mismo.

Pronto, sus oídos se llenaron de esas tres palabras en fuertes cánticos simultáneos que comenzaban a hacerla enojar.

«No tienes poder aquí

Para cuando se dio cuenta, el líder acercó su antorcha a la leña bajo los pies de la pelirroja, encendiéndolos tras un momento.

¡No, esperen! ¡No lo entienden! —intentó hacerlos entrar en razón, pero nadie escuchaba.

Las llamas se esparcieron con rapidez, creciendo más y más hasta llegar a la tela del vestido y quemarlo. Kári no sentía el calor, pero gritaba en agonía por la fuerza que empleaba para evitar que Sindr saliera, sin embargo, con el fuego a su alrededor, estaba perdiendo la batalla. Los mortales observaban las llamas naranjas y escuchaban los gritos de la mujer con amplias sonrisas dibujadas en sus rostros. Para ese momento, la mujer encapuchada había desaparecido y solo le quedaba esperar a que su labor diera frutos, lo cual estaba sucediendo justo en ese momento.

Los alaridos de la pelirroja continuaron hasta que se convirtieron en carcajadas tétricas que lograron borrar las sonrisas de los mortales en un segundo. Se miraron los unos a los otros preguntándose si estaban escuchando lo mismo, y las respuestas no fueron de lo más alentadoras.

¿Creen que son tan importantes para que los dioses los pongan a prueba? —inquirió ella, adoptando la voz con el tenue eco que les puso la piel de gallina de inmediato—. ¿De verdad piensan que les importa lo que suceda con ustedes?

Escucharon su risa nuevamente. Algunos pueblerinos salieron corriendo del lugar, otros se aterrorizaron tanto que no pudieron reaccionar como se debía y terminaron manchando sus pantalones o volviéndose piedra en sus lugares, no obstante, otros se armaron de valor al ver las llamas moverse salvajemente a pesar de que la brisa era suave.

Nuestros dioses nos protegen —respondió aquel que inició el fuego.

Las llamas se abrieron, mostrando a la pelirroja vestida con la armadura negra intacta y permitiéndole dar unos pasos fuera de aquel lugar, aprovechando que el fuego carbonizó las sogas que ataban su cuerpo. Sus ojos ahora eran de un tono naranja brillante y su cabello suelto flameaba, mostrando así la otra naturaleza que poseía.

Sus dioses los han abandonado —replicó ella, sonriendo de una manera tétrica.

Cuando menos lo pensaron, la mujer comenzó a atacarlos, moviendo el fuego de la hoguera en distintas direcciones con solo mover las manos, muchos comenzaron a correr al sentir las llamas quemándoles la espalda y observaron aterrorizados cómo sus hogares se prendían fuego gracias a ella. Algunos valientes intentaron ir a matarla, pero ella los envolvía en un tornado de fuego o dejaba que se acercaran, solo para tomarlos del cuello y carbonizarlos mientras escuchaba sus gritos agonizantes hasta desvanecerse.

El escenario se convirtió en algo completamente desolador, casas en llamas, cuerpos sin vida esparcidos por el lugar, personas huyendo y unos pocos valientes haciendo un esfuerzo por detener al monstruo que habían liberado.

Pero no todo estaba perdido para los mortales, un rayo de colores cayó desde el cielo, trayendo consigo un ejército de Einherjar junto a su comandante, quien tenía una peculiar apariencia que plasmaba perfectamente lo que podía hacer. La mujer de cabello blanco separó a los soldados, enviando algunos en busca de Sindr y otros le ayudarían a sacar a todos de ese lugar.

El demonio de fuego, al ver los nuevos visitantes que tenía, tomó ciertas medidas que, si bien funcionaban, se le dificultaban hasta cierto punto, pero nada que evitara que saliera victoriosa de la situación. Acabó con la mayoría de soldados que llegaron a atacarla y el plato fuerte llegó cuando la comandante, Sjöfn, se dispuso a pelear con ella; debía admitir que le resultaba difícil atacarla de lejos, puesto que el hielo que manipulaba lograba evadir todos sus ataques, sin embargo, de cerca no podría hacer mucho. Cuando menos lo pensaron, Sindr se acercó lo suficiente para posar sus manos alrededor del cuello de la Diosa guerrera, al principio brotó humo por el choque de temperaturas, pero el horror se plasmó en el rostro de la platinada al sentir el calor penetrando su piel a pesar de sus esfuerzos por mantener el frío en su anatomía.

Las llamas en su cabello se movieron más salvajes y un remolino de fuego las envolvió, debilitando aún más a la platinada. La comandante tomó fuerzas y empujó a la pelirroja, solo para caer de rodillas al suelo y tomarse el cuello entre las manos, tanto por la quemadura en su piel como por la falta de aire que hacía que le ardieran los pulmones. No obstante, todo se detuvo cuando un rayo de energía impactó en la espalda de Sindr, mandándola lejos de la platinada. El nuevo visitante era Odín, luciendo imponente con su armadura dorada y acercándose a la pelirroja, mientras dejaba que otros soldados se encargaran de Sjöfn. Sindr intentó ponerse de pie y atacar de nuevo, pero el Padre de Todo atacó antes, dejándola inconsciente al instante.

Thor sintió un leve dolor de cabeza, llevándolo a sacudir la cabeza y acabar con la magia de Laussa. Respiró hondo para digerir lo que acababa de ver y resultó teniendo muchas más preguntas que antes. Levantó la mirada, solo para ver a la rubia respirando hondo con añoranza.

—¿Eso responde a alguna de sus preguntas? —inquirió ella, observándolo con atención.

El príncipe guardó silencio un momento.

—¿Le molesta si hago unas cuantas más?

La rubia negó con la cabeza, sonriendo de lado. El Dios del Trueno necesitaba toda la información posible para ayudarle a Kári, y si su madre estaba dispuesta a colaborar, la obtendría y conseguiría una solución.

Debía haber una solución.







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