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[CAPÍTULO 34]

08/03/2022 | Castillo de Ashfield, Ashfield, Japón.

El chico entró a la habitación aún notoriamente devastado, pero tratando de mantener su fortaleza por su madre, de quien se había despedido en el pasillo.

Pero nada más entrar a su cuarto y quitarse la capa empapada, se dejó caer al suelo, contra el piecero de la cama, permitiéndose las lágrimas y desesperación que tuvo que contener en el funeral que acababa de celebrarse.

Estuvo alrededor de media hora llorando, pero sintió como si hubiera estado ahí por días, pues el dolor de su corazón no parecía querer terminar pronto.

—Tenías razón —murmuró para sí mismo, sorbiendo su nariz antes de recargar la frente en su mano—, tendré que ser fuerte de ahora en adelante.

Se quedó en esa posición unos pocos minutos más, hasta que escuchó cómo alguien tocaba la puerta. No quiso hablar, no se sentía como para hacerlo aún, pero al oír la voz al otro lado de la puerta, sintió un ligero toque cálido dentro de su helada habitación.

—Soy Leo —se mantuvo unos segundos en silencio pero luego colocó la mano sobre la manija de la puerta—. Voy a entrar, ¿sí?

No se sorprendió al ver a Edgar en tales condiciones, aunque nunca lo hubiera visto tan devastado. Sólo se sentó junto a él, viendo cómo seguía teniendo el resto de la ropa así como el pelo empapados. La lluvia azotó la capital desde la noche, acompañando el luto de Ashfield con una mañana nublada y lluviosa.

Estuvo a su lado en completo silencio, sólo tomándole la mano tratando de mostrar su apoyo. Edgar se fijó en las manos de Leonardo, pequeñas y pálidas, al tacto se podía sentir el callo en sus palmas resultante de su maestría con la espada. Las uñas moradas por el frío, los rasguños y pequeñas cicatrices que habían quedado como recordatorio de todos sus combates y entrenamientos. Miró todo eso por varios segundos, hacerlo lo distraía al menos un poco.

—Deberías bañarte, te vas a enfermar con tanto frío si te quedas con la ropa mojada —habló Leonardo después de otros minutos, pero Edgar sólo suspiró.

No quiso hablar más por temor a hacerlo sentir peor, así que sólo se quedó junto a él por más tiempo. Así fue hasta que lo vio comenzar a temblar de frío. Se decidió y fue directo a la chimenea de la habitación para encenderla y hacer que esta se iluminara un poco así como aumentaba lentamente su temperatura.

—Te voy a traer algo caliente para tomar, ¿sí?

Se agachó dejando una mano en su hombro para luego tocar su mejilla dándole un suave toque de calidez. Edgar alzó la mirada y se topó con la empática sonrisa de Leonardo, quien nada más ser observado, se acercó más al mayor hasta poder abrazarlo con fuerza antes de salir de la habitación.

Fue a la cocina donde ya se encontraban algunos de los empleados simplemente sentados, hablando preocupados por la situación actual. Quienes notaron que Leonardo había entrado, se pusieron de pie para saludarlo y ofrecerle ayuda, pero sólo les dijo que calentaría un poco de té para llevárselo al príncipe.

Eso lo hizo pensar: según las leyes de Ashfield Edgar ya no era príncipe pues, aunque hubiera sido de la peor forma posible, el reinado de su padre había terminado.

De camino al cuarto de Edgar se encontró con su madre, a quien ya no debería llamar reina, pues las leyes de Ashfield de nuevo dictaban que, una vez terminado el reinado del gobernante en cuestión, todos los cargos que conllevaba su mandato quedaban revocados. No por fallecer su marido, ella podría tomar el poder, así como Edgar tampoco lo podía heredar pues después de todo no era una monarquía real, el gobernante tenía que ser elegido.

—¿Cómo está? —le preguntó ella a lo que se mantuvo en silencio antes de asentir lentamente.

—Estará bien.

Ella asintió de nuevo con tristeza, y luego suspiró.

—En una hora será la reunión general, en la sala del rey.

—Ahí estaré, mi reina... —asintió, aún teniendo aquella manía al referirse a la mujer. Bajó lentamente el ritmo de su voz al darse cuenta, a lo que ella sonrió aún con tristeza, sabiendo lo confuso que estaba siendo todo en aquellos momentos.

—Iré en representación de los Partinus, así que si Edgar no se encuentra bien todavía no tiene por qué ir —Leonardo asintió—. ¿Quieres que le avise a tu hermano? Si prefieres no ir, lo entiendo. Massimo puede ir en representación de los Imperiale, y aún tiene tiempo de llegar si le aviso ahora.

—No se preocupe por mí, estaré en la reunión.

Finalmente regresó a la habitación, pero al entrar no vio a Edgar. No tuvo ni que llamarlo, pues cuando Partinus escuchó la puerta abrirse, supo que era él así que lo llamó desde el baño anexado a su alcoba.

Al entrar al baño lo vio ya sumergido en la bañera, así que se dio la vuelta dejando la bandejita donde llevaba la taza y tetera sobre el mueble del lavabo.

—Aquí te dejo esto, te esperaré en el cuarto...

—Leo.

Se quedó en su lugar al escucharlo, pero aún sin atreverse a dar la vuelta.

—Estás empapado, báñate tú también.

—No, así estoy bien, ya me cambié la ropa.

—Te va a hacer daño quedarte así, tú mismo lo dijiste.

—No, Edgar, por favor.

Dijo justo antes de salir del baño. Pero al oír cómo el chico salía del agua, supo que no iba a ser tan fácil evitarlo.

Edgar se puso una toalla en la cintura y otra en los hombros para así cubrir la mayor parte de su cuerpo, esperando que eso tranquilizara un poco a Imperiale.

—No pienses en cosas raras. En el ejército rara vez había duchas con separación, es normal bañarse con otros chicos.

—Sabes que conmigo es distinto.

—Yo no soy el problema aquí, no importa lo que yo pueda pensar. Lo que me preocupa es... ¿qué pasó, Leo? ¿Qué te pasó como para que no soportes ver a otro hombre sin camisa?

Nada más intentar pensar en una respuesta, sus ojos se llenaron de lágrimas. Fue tan fuerte el recuerdo que pasó de darle la espalda a abrazar a Edgar aún estando sólo cubierto por las dos toallas.

—Ni siquiera tu madre lo sabe bien —murmuró Edgar mientras correspondía al abrazo—, y quién sabe cuántos años llevas así. ¿No has pensado en que quizás si lo cuentas, si lo sacas de ti, pueda aligerarse esa carga?

Ante el silencio de Leonardo, Edgar ya había asumido que ese sería otro intento fallido de que le contara aquello que tenía clavado tan profundo en el corazón, otro día en el que se sentiría impotente e ignorante frente a lo que el chico sufría.

—Fue el día en que murió mi padre —pero las palabras de Imperiale le helaron la sangre—. Massimo me fue a buscar a la escuela para darme la noticia, me fui antes de clases e iría directamente a casa con él. Pero justo en la calle principal estaban desfilando todos los que regresaron de la batalla, la ciudad empezó a hacerse un caos por el hecho de que Ashfield se rendiría al fin. Y entonces asimilé que mi papá ya no iba a volver. Me entró tanto miedo, tanta desesperación que me fui corriendo, fui a la torre que estaba detrás de la escuela; donde me llevaba mi papá de niño.

Los ojos de Leonardo adquirieron una mirada muerta, apagada, pero increíblemente dolida y asustada.

—Me quedé en la torre tratando de seguir asimilándolo. Ese día hacía tantísimo calor que me quité la camisa del uniforme, me quedé sólo con una camiseta interior, pero no me quería ir de ahí, era el único lugar donde me sentía seguro. Y entonces llegaron ellos. Chicos de la escuela, eran unos dos años mayores que yo. Al parecer ellos iban a la torre, era su lugar, y al verme ahí nos empezamos a pelear. Terminó en que ellos...

—Entiendo —asintió para así ahorrarle profundizar más en sus recuerdos. Probablemente la parte de la violación era lo único que ya sabían tanto Edgar, como los hermanos de Leonardo y su madre; lo sabían por lo evidente que era, pero no tenían idea de cómo o por qué había pasado—. ¿Todos ellos?

—Los cuatro, sí. Lo hicieron mientras se burlaban de mí, me golpeaban, me escupían... Te podrás imaginar que no me dejé así como así: forcejeaba mucho y eso hacía que doliera más —un sollozo se escapó finalmente de Leonardo, haciendo que Edgar lo abrazara con más fuerza—. Nunca entendí qué querían, o a qué precio... Los pateaba, los golpeaba, y aún así seguían. Y cuando me cogieron las piernas para que me quedara quieto, supe que no iba a poder liberarme solo, me desesperaba, necesitaba que alguien viniera: mi hermano, mi mamá... pero sobre todo necesitaba a mi padre más que nunca. Cuando volví a casa no pude decirle a nadie lo que pasó. Mi mamá se dio cuenta por los moretones un par de días después, asumió lo que había pasado, pero por más que lo intentó nunca le dije quiénes habían sido ni cómo pasó con detalle, así que no pudimos hacer nada.

—Leo...

—Y desde entonces tuve miedo. Cada vez que algo me asustaba buscaba a mi papá para estar juntos un tiempo, con él me sentía seguro... Pero esa noche, cuando más lo necesitaba, fue justo el primer día que ya no estuvo conmigo. Y la torre pasó de ser el único lugar donde me sentía a salvo a ser el único lugar de Ashfield que no he vuelto a pisar. Ya no tenía nada ni nadie que me hiciera sentir seguro, por eso empecé a tenerle miedo a todo.

Edgar apretó la cabeza del chico contra su hombro y en silencio le dejó saber lo importante que era para él, el privilegio que sentía al haber sido el primero en saber lo que realmente le había pasado, así como la ira que lo recorría.

—¿Pero tú sí supiste quiénes fueron?

—De uno nunca supe el nombre. Los demás fueron Nilsen, Stafford, y un chico que se apellidaba Messina.

En ese momento Edgar lo separó para verlo a los ojos, ahogándose con sus palabras, preguntando desesperado con la mirada.

—Sí, Nilsen y Stafford del tercer y cuatro batallón de infantería —asintió sabiendo lo que le quería preguntar—. Creo que ya aprendí a vivir con ello, pero... es un miedo del que creo que nunca me voy a poder deshacer.

—Lo siento mucho, en verdad, Leo. Si pudiera, de verdad que yo...

—No tienes por qué hacer nada —apretó los ojos volviendo a abrazarlo, sintiendo alivio en ese momento, incluso cuando por el movimiento la toalla de sus hombros se había resbalado—. Me sacaste esto del corazón, no creí que sirviera de nada pero en verdad me siento mejor. No es como si no hubiera pasado nada, pero tenías razón, es como si ya no estuviera tan solo.

Edgar lo miró a los ojos, finalmente pudiendo compartir el dolor al que ya estaba acostumbrado Imperiale. Y así dejó un beso en su frente con la mayor de la suavidad posible.

—Siento tener que cortar esto así, pero tengo que irme, debo ir a la reunión —Leonardo se separó un tiempo después, al recordar la hora a la que había acordado con la reina, bueno, antigua reina.

—¿La reunión?

—Sí. Sé que es difícil que esto tenga que ser justo después del funeral del rey y de todas las víctimas, pero Ashfield puede caer si no nos reorganizamos rápido, más rápido que ellos.

—¿Sólo irás tú?

—Sí. Tu madre va a ir en nombre de tu familia, no te preocupes. Descansa, ¿sí?

—No, no, yo voy también.

Ni siquiera se esforzó en insistirle, es más, le alegró ver cómo había recuperado suficiente fortaleza como para verse tan seguro, como para volver a comportarse como el Edgar Partinus de siempre.

Se cambió rápidamente, y le entregó un largo pañuelo negro a Leonardo, quien lo aceptó con una sonrisa y se lo puso sobre el hombro, dándole a su ropa sencilla un toque más formal para la reunión. Una vez listos fueron a la zona del castillo donde estaba la llamada sala del rey.

La puerta cerrada daba a entender que la reunión había comenzado, pero nada más verlos a ambos caminar por el pasillo, los dos guardias que custodiaban la puerta los saludaron formalmente antes de permitirles el paso, cautivando todas las miradas al entrar.

—Disculpen la demora —se excusó Edgar en nombre de ambos.

Quedaban libres dos asientos en la mesa. Edgar automáticamente tomó el más cercano a la esquina, justo enfrente de su madre, pero al sólo quedar libre ahora el asiento mayor que le correspondía por etiqueta al rey, Leonardo inmediatamente se dio la vuelta pretendiendo ir hacia las sillas que rodeaban a la mesa principal.

—Capitán —se volteó al escuchar la voz de un hombre llamarlo desde la mesa.

—Por favor, siéntese aquí. No es necesario tener dos representantes de la familia Partinus en la mesa principal —al girarse vio a la reina levantarse cediéndole su lugar. Por un momento lo negó, pero la mirada de la mujer lo convenció.

Besó su mano como agradecimiento, pero antes de tomar su lugar, se paró junto a la silla ocupada al otro extremo de la mesa. Allí mismo agachó la cabeza llevando la mano derecha al costado izquierdo de su pecho en señal de respeto por aquel hombre. Este colocó una mano sobre la del chico y con la otra le tomó el hombro antes de mirarlo a los ojos, hablando con el corazón.

—Gracias, Leonardo. En verdad muchas gracias —cuando el menor alzó la mirada, Ivar se levantó para abrazarlo con fuerza y volver a repetir más bajo—. Gracias.

Hizo un gesto de modestia y respeto antes de tomar su lugar, sintiendo como si acabara de recibir la mejor de las condecoraciones. Ivar Aksnes, el antiguo rey de Ashfield, y aquel quien había luchado junto a su padre y tanto admiraba Leonardo, no sólo lo había recibido con un abrazo, sino que le había agradecido con su vida en ello.

Evidentemente se comenzó a discutir el tema más preocupante después de haber aclarado cómo se reforzaría el ejército, y las tácticas defensivas ya sabiendo que estaban aliados con la Rebeldía: el gobierno de Ashfield.

—No hay tiempo para presentar unas candidaturas en condiciones.

—¿Entonces qué haremos? ¿Escoger a uno de los posibles candidatos sin tener en cuenta la opinión del pueblo?

—Quizá lo más razonable sería dejar que la reina o el príncipe tomen el poder durante lo que resta el reinado de los Partinus.

—Sí. No se quedará en ellos el gobierno, sólo tomarán las riendas hasta que acabe el periodo y se puedan preparar unas elecciones con normalidad.

—Parece lo más lógico.

—No —todos se voltearon a ver a la reina cuando esta habló poniéndose de pie aún frente a su asiento, así fue hasta que uno de los almirantes así como Ivar, le pidieron que tomara asiento en el trono de su difunto esposo para estar en la mesa central.

—Mi señora, es lo más razonable vistas las condiciones.

—Aunque sea durante los años que restan para que se cumpla el mandato de mi marido, ni el príncipe ni yo hemos sido escogidos por el pueblo, aunque pertenezcamos a la familia de los Partinus. No podemos hacer unas elecciones ni una votación así como está la situación. Pero si tomamos el poder, por ambigua que sea la infracción de la ley de nuestra región, estaremos rompiendo una de las leyes más importantes para nuestra gente, una que nos ha mantenido en concordia durante todos estos años dentro de estos reinados: la gente elegirá a su rey.

—¿Entonces qué propone para mantener el gobierno frente a esta época de guerra que se viene?

—Quizá el poder deba recaer en todos nosotros. El poder militar seguirá al cargo del General Aksnes, el poder Legislativo al cargo del Senador Sallow...

—¿Y quién será el que una a todos los poderes? Esa es la función del rey: encargarse de la coordinación de todos los poderes.

—Creo que seremos capaces de coordinarnos en reuniones como esta. El gobierno se ha mantenido estable, funcional, purgándose a sí mismo de la corrupción desde los tres reinados anteriores... Seremos capaces de mantener el orden.

—Lo que dice la reina es verdad, deberíamos poder mantenernos estables. Somos nosotros contra el Centro. Alguien que traicione a su reino no sólo no merece tener poder, sino que tampoco merece la vida —habló Ivar.

Al poco tiempo todos estuvieron de acuerdo, pero aún había peticiones y pendientes.

—Aunque estoy de acuerdo con la reina, sigo opinando que aunque nos gobernemos así, necesitamos alguien que ocupe el símbolo del rey. No por nosotros, sino por la gente. ¿Cómo podremos darles tranquilidad si saben que no hay un rey o reina al cargo, si nadie se presenta cargando el peso del pueblo a modo de corona?

El silencio se hizo ante las palabras del senador.

—El Senador Sallow tiene razón. No podrán estar tranquilos o confiar sin que alguien les dé la seguridad de que Ashfield se mantendrá fuerte —Aksnes volvió a tomar la palabra esta vez.

—Necesitamos un representante.

—¿El príncipe?

—No, no. Caeríamos en lo mismo de antes: estaríamos extendiendo el reinado de los Partinus sin haber sido elegido. Además, eso podría incluso causar más inseguridad en la gente por temor al inicio de alguna dinastía realmente hereditaria.

Leonardo miró a Edgar, sintió una especie de orgullo al oírlo tomar aquella decisión con tal firmeza.

—¿Y el General Aksnes? La gente lo adoraba, su reinado fue uno de los más poderosos al fin de cuentas.

Esta vez la mirada de Leo recayó en Ivar, sintiendo miedo de que aceptara el cargo, pues aunque él estaría más que encantado de servirle a su general ahora como rey, justo como hizo su padre, eso implicaría la reelección en el gobierno, algo prohibido y nunca sucedido en Ashfield.

—Ni hablar. Agradezco mucho su consideración, pero eso supondría la reelección de un rey, algo estrictamente prohibido por la ley, y muchísimo más teniendo en cuenta que no fue mediante la votación del pueblo. Seguiré asumiendo mi cargo como líder del ejército.

Leyó los pensamientos de Imperiale, causándole alivio y aún más admiración por Aksnes. Pero sus siguientes palabras jamás habían sido concebidas por la mente de Leonardo.

—Pero si se me permite, sugiero al Capitán Leonardo Imperiale como rey de Ashfield.

Todas las miradas se posaron en él, mientras que Leonardo sintió cómo se ahogaba con su propia saliva.

—¿D-disculpe?

—Nunca nadie había ocupado un puesto como el suyo a tan temprana edad, viene de una familia leal a sus reyes y que ha luchado por la defensa de Ashfield. Y por si fuera poco, encabezó la misión de rescate del Coliseum, siendo el primer ciudadano de Ashfield que ha logrado llegar tan profundamente al corazón del Centro. Aunque no pisó directamente la capital, sí que intervino y dominó un ataque de Ashfield en territorio del Centro, causando un impacto decisivo. Fue quien declaró la guerra de manera oficial.

Poco a poco las palabras de Ivar comenzaban a cobrar más sentido para todos los demás, pero para Leonardo, aunque se lo estuviera diciendo su admirado general, camarada de su padre y antiguo rey de Ashfield, no lograría convencerlo en absoluto.

—Lo siento mucho pero no creo que eso sea posible... —antes de que cualquiera pudiera aprovechar aquellos momentos de inseguridad que sufrió, él recuperó la entereza con una profunda respiración y observó a toda la mesa— Pero si me permiten una sugerencia, creo que ya tengo al rey perfecto para Ashfield.

Acaparó la atención completamente, y nada más hablarlo y ser aceptada su propuesta, se levantó la reunión, procediendo con Edgar, Ivar y Leonardo yendo a buscar al candidato bien aceptado por el consejo de líderes de Ashfield.

Una vez se presentaron con él, Leonardo fue el que le realizó la propuesta, el que habló con convicción y esperanza en que aceptara.

—Se lo pido por favor, Ashfield lo necesita.

—Y-yo...

La propuesta era ciertamente abrumadora, y Leonardo comprendía el sentimiento a la perfección pues era lo que él había sentido minutos atrás en la reunión, justo antes de dar su propuesta que convenció a todos los presentes:

—Einar Aksnes.

Hubo un silencio total antes de que él prosiguiera.

Ustedes mismos acaban de decidir que no necesitamos a alguien que realmente coordine los poderes, no necesitamos a un rey sabio y experimentado, sino a un símbolo. ¿Y qué mejor símbolo que el Príncipe de Ashfield? El protagonista de la leyenda más contada en nuestro reino, quien no sólo es hijo de uno de los reyes más poderosos, sino que es el más claro símbolo de la fuerza de Ashfield: Fue capturado por el temor del Centro al creciente poder de nuestro reino, y fue ese mismo poder, enfurecido por la pérdida de un hijo de Ashfield, el que consiguió traerlo de vuelta. No será la vuelta al poder por parte de la familia Aksnes, será el símbolo de la resistencia de Ashfield.

El chico llevó la mano a la de su padre quien lo sujetaba del hombro.

—Pero yo no tengo idea de cómo gobernar, no puedo tomar un puesto así aunque no tenga realmente poder.

—Por favor, Einar —su padre le apretó ligeramente el hombro al ver su mirada perdida angustiarse por la cantidad de pensamientos que le azotaban la mente.

—Es el arma más poderosa de Ashfield. Es el símbolo de la fuerza que puede tener nuestro reino, y además conoce lo más profundo del corazón del Centro. La gente lo adora, no tiene idea de cómo celebraron su regreso, les hizo recordar que después de todo somos fuertes incluso frente a la mismísima capital.

El chico suspiró viéndose aún inseguro.

—Quiero ayudar pero no sé si sea lo suficientemente aceptado como para no causar más problemas. Después de todo me crie en el Centro.

—Pero a la fuerza, siendo un rehén. La gente luchó porque regresaras —dijo de nuevo su padre.

—Por favor —Leonardo le tomó la mano mirándolo fijamente a los ojos, sabiendo que no podía ser correspondido—, ocupe su lugar como el Príncipe de Ashfield. Le aseguro que nadie se opondrá a ello.

Einar apretó de vuelta la mano de Leonardo, sintiendo cómo la situación lo superaba y estando a punto de negarse firmemente, pero entonces Imperiale volvió a hablar.

—Con todo el respeto que me merece, aunque sea rey usted no va a gobernar, no le asignaremos una responsabilidad así a alguien que ya ha cargado con mucha incluso sin haberlo querido. Pero en serio necesitamos levantar la moral de nuestro reino, demostrar que no hemos caído después de la muerte del rey, sino que hemos vuelto más fuertes que nunca. Un símbolo, eso es todo lo que necesitamos, y usted es el símbolo capaz de convencer a nuestra gente y al país entero de que podemos ganar esta guerra.

Sus palabras fueron mayores de lo que él mismo creyó. Einar se quedó en silencio un par de segundos y luego habló en voz baja.

—¿Sería yo quien le diera esperanza a la gente? ¿Quien los anime a no dejarse vencer?

—Sí, eso es —asintió Leonardo con más energía.

—¿Sería yo quien dé la cara por Ashfield? —Imperiale volvió a afirmar y entonces Einar comenzó a asentir lentamente— Entonces sí cuenten conmigo, haré lo que pueda.

La sonrisa de Leonardo logró alumbrar la habitación. No sabía si estaba más entusiasmado por saber que Einar sería rey o porque había sido él quien lo había logrado convencer incluso con lo difícil que parecía al inicio. Pero a Ivar no le sorprendió, es más, miró a Leonardo con orgullo, sabía que si alguien convencería a Einar, ese sería Imperiale. El chico era especialmente persistente, era capaz de convencer a cualquiera siempre y cuando él creyera firmemente en ello. Por eso estaba seguro de que sería un buen rey, pero él no quiso.

Ivar no quería que su hijo recibiera el cargo de rey de Ashfield, no quería que siguiera cargando un peso que no le correspondía, pero sí que era consciente de que Einar era el único capaz de levantar al reino después de la pérdida de su anterior monarca, y no se oponía a ello. Ashfield no tendría rey, tendría un símbolo hasta que se terminara la guerra, y ese símbolo sería Einar. Y esta vez Ivar no sería el único que estaría dispuesto a protegerlo con su vida, sabía que Leonardo, Edgar, Massimo, toda la Guardia Real, Ashfield y sus aliados lo harían. La mejor forma de protegerlo no sólo del enemigo sino principalmente de sus aliados era nombrándolo rey, convenciéndolos de que no tenía nada que ver con el Centro, que apoyaba al bando que ganaría la guerra.

—Muchas gracias, en verdad que todo Ashfield se lo agradece —Leonardo le besó la mano a modo de agradecimiento y muestra de respeto y lealtad.

Einar aún estaba algo agobiado por la idea, pero seguro de su decisión.

—Lo haré hasta que termine la guerra y podamos elegir a un rey que sí se haga cargo de nuestro reino. Juro que haré todo lo que esté en mi poder por ayudar —en ese momento Ivar no pudo evitar abrazarlo muy cuidadosamente y siendo correspondido, pues Einar rápidamente recargó la cabeza en el hombro de su padre. Ya había sentido la calidez del abrazo de sus padres varias veces en las últimas horas, pero no dejaba de hacerle falta. Tomó aire y luego habló en voz baja—. Llevo toda mi vida sintiéndome en deuda y culpable por mi pueblo, si así puedo arreglar al menos un poco las cosas entonces en verdad quiero hacerlo.

Esas palabras fueron duras incluso para Leonardo, no imaginaba que esa fuera la opinión de Einar frente a la situación, no entendía cómo podía sentirse culpable cuando él siempre fue la víctima. Pero Ivar habló por los dos y por prácticamente todo el reino.

—No, Einar, es todo Ashfield quien lleva años en deuda contigo.

La noche siguiente finalmente Einar recibió el alta, así pudo volver finalmente a Ashfield, yendo directo al castillo donde volvería a vivir después de veinte años. Aún no estaba bien recuperado, pero ya se podía mantener en pie y la herida estaba cicatrizando bien, así que él mismo fue quien insistió en volver lo antes posible.

La situación sin duda era difícil. Edgar seguía asimilando la muerte de su padre, Einar se mentalizaba sobre su nueva vida en Ashfield viendo cada vez más lejos su antigua vida en el Centro. Estaban en guerra, claro que todo iba a ser difícil, claro que iban a tener otras prioridades, pero a Einar no dejaba de dolerle la idea de que todos aquellos que fueron sus conocidos e incluso sus amigos en el Centro, ahora serían oficialmente sus enemigos, todos menos Bái Lóng, si es que finalmente era aceptado en la Rebeldía, pero por el momento todavía no sabía nada del veredicto.

Al menos entre ellos trataban de alegrar pequeños momentos de paz. Como cuando Edgar le enseñó a Einar el cuarto que le cedía. Aunque Einar se convertiría en rey, después de que le enseñaran la habitación principal decidió que era muy grande para él, pues originalmente estaba pensada para un matrimonio, y que le costaría más memorizarla y adaptarse a ella, así que eligió la habitación que le correspondía al príncipe, la que Edgar llevaba utilizando estos años y la que él habría tenido que usar en su infancia.

Partinus e Imperiale lo ayudaron a recorrer el cuarto, sintiendo las paredes y explicándole la disposición del mismo, pasaron varios minutos charlando como si nada mientras Edgar le contaba anécdotas y vivencias suyas en la habitación, como cuando la chimenea se tapó y esta se llenó de humo, o cuando escondió a varios amigos, entre ellos Leonardo, después de que rompieran un mueble del salón del trono y la guardia del lugar los buscara enfurecidos.

Al igual que todo el mundo, trataban de buscar momentos tranquilos e incluso alegres pues no sabían por cuanto tiempo podrían disfrutarlos. Si se centraban sólo en la muerte y en el horror de la guerra que finalmente estallaba no iban a soportar mucho tiempo en ella, y ese era su principal cometido: aguantar hasta el final, hasta que triunfaran.

Finalmente llegó la mañana del once de marzo, el día de la coronación oficial, el día en que Ashfield anunciara que seguía en pie. Ya todo el reino lo sabía, incluso la noticia corrió entre los aliados rebeldes, pero ese día sería cuando el resto del país lo sabría, y cuando se vería de forma oficial que el príncipe había vuelto a Ashfield para volverse rey.

—Ven, ya es la hora —fue su madre quien le tomó la mano para llevárselo de su habitación hacia el patio principal del castillo donde sería la ceremonia. Einar estaba frente al espejo, aunque no pudiera ver con detalle cómo lo habían peinado y maquillado, sí que notaba su silueta diferente por el traje blanco y dorado que llevaba. Su primera impresión fue que le recordaba mucho al uniforme formal de la Unidad Imperial. Además por el peso que había perdido después de la herida, su silueta se asemejaba aún más a la de Sasha, aunque Einar fuera unos pocos centímetros más bajo. 

Tocó todo el traje para darse una idea de su apariencia, mientras pensaba con nostalgia en su amigo. ¿Ya nunca iba más hablaría con Sasha? ¿Ya nunca más lo iba a saludar tomando su mano para que pudiera tocarle la cara? Él siempre vio a Sasha como alguien que aspiraba a cosas demasiado grandes, opinaba que su apodo de Tsar, el Zar, le quedaba perfecto de acuerdo a sus ambiciones, a su poder y a sus capacidades. Él lo apoyaba y cuando estaban en la preparatoria más de una vez imaginó cómo sería su amistad cuando Danilov estuviera en la cima del Centro, en menos de cinco años esas fantasías se volvieron una realidad y ambos estaban bien con eso. Ambos terminaron metidos en el gobierno de una forma u otra, pero la transición de Einar de locutor en programas de radio casuales a presentador en la radio y televisión nacional fue suave y lenta, de ahí que no sintiera un gran cambio. Él simplemente lo veía como su trabajo y nada más. Mientras que Danilov cargaba con el trabajo de ordenar el ejército a su parecer, él volvía a casa todas las noches sin que su vida repercutiera en la ciudad.

Y ahora, de un día al otro, él iba a ser rey. Sin duda el título sí que le quedaba grande, o eso pensaba él.

¿Qué pensaría Sasha? ¿Lo felicitaría? ¿Bromearía con él como hacían en el instituto? ¿De un momento a otro lo trataría como a un desconocido? ¿Se habían vuelto verdaderamente enemigos? Nunca lo sabría, las posibilidades de volverse a encontrar y hablar casualmente eran prácticamente nulas, y eso lo deprimía.

También pensó en Noel, él seguía fuera de Ashfield, a él sí que no pudieron rescatarlo. ¿Él qué pensaría cuando se enterara de cómo había terminado Einar? No sabía nada de Noel desde que terminó la tercera arena. Sin aviso se lo llevaron al Ludus y al día siguiente entró en la arena. Estaba seguro de que Noel y Sasha se habían enterado de eso demasiado tarde, sino habrían impedido que entrara, los conocía bien. 

Noel pasó horas angustiado sin separarse del televisor mientras Einar se desangraba en el Coliseum, por eso se alivió al ver que lo habían rescatado, y con el tiempo incluso aceptó que las cosas habían pasado de la mejor manera. Aunque lo hubieran metido en esa competencia a muerte, su lugar no era el Centro, y finalmente había conseguido volver a Ashfield, lo que Noel llevaba esperando tanto tiempo. Lo extrañaba, lo extrañaba demasiado, Einar consideraba a Noel como su hermano mayor, aunque este nunca se vio como tal, sino más bien como un sirviente completamente leal, pero el vínculo era el mismo. Loubté estaba finalmente tranquilo, había cumplido su verdadera misión hasta el momento: cuidar a Einar hasta que volviera con sus padres.

La gente ya estaba reunida en el patio, a pesar de ser una ceremonia apresurada seguía siendo impresionante cómo lo habían preparado todo.

La tradición era que el antiguo rey coronara al nuevo, pero por primera vez en la historia de Ashfield no sería así, esta vez sería la reina quien cedería la corona de su difunto marido.

Edgar y Massimo estaban al lado derecho del palco donde se realizaría la coronación, ambos luciendo el uniforme de la guardia real. Mientras que en el lado izquierdo estaban Ivar y Leonardo representando al ejército del reino. Entre otros cargos importantes ahí presentes.

La reina aguardaba de pie en el centro junto con una soldado de la guardia real quien llevaba la corona sobre un cojín negro con bordados dorados.

Todos voltearon a ver el momento en que Einar bajó las escaleras del brazo de su madre, una vez llegados al final de las escaleras, ella se colocó junto a Massimo mientras que Edgar la sustituía guiando a Einar del brazo hasta colocarlo delante de la reina, a quien el rubio saludó con una reverencia correspondida.

La reina entonces tomó la corona en sus manos y lo miró fijamente.

—Yo, Anne Partinus, hago entrega de la corona de Ashfield en nombre de su majestad Owen Partinus, quien perdió la vida por su reino y le confía el mismo poder a su sucesor. Le entrego el peso y la voluntad del gran reino de Ashfield al nuevo monarca. Nombro rey de Ashfield a su majestad Einar Aksnes.

Quizá fue por los nervios, su recuperación incompleta o por el peso físico del metal, pero en el instante en que la reina dejó la corona sobre él, sintió sus hombros tensarse, incluso le temblaron las manos, el cuerpo se le quedó helado hasta que respiró profundamente e irguió la cabeza finalmente.

Se dio la vuelta y Edgar cuidó que diera exactamente los dos pasos al frente que habían calculado, una vez hecho, se arrodilló al igual que los demás presentes en el palco.

Llevaba toda su vida hablando frente a cientos de personas que no conocía, gente cuyos rostros no podía tocar para saber a quién se dirigía, pero nunca le había costado tanto trabajo como ahora. Por primera vez en años se sentía nervioso frente a un público. Pero no era por la cantidad de gente que lo miraba ni por los miles que lo escucharían, sino por el peso de lo que diría.

—Yo, Einar Aksnes, juro ser quien proteja al noble reino de Ashfield, quien salvaguarde el orden y la fuerza de nuestro reino. Acepto con honor el peso de esta corona y de la voluntad del pueblo como anteriormente hicieron su majestad Owen Partinus, su majestad Ivar Aksnes, su majestad Odette Laurent y su majestad Clement Ward. Es mi honor ser nombrado rey de Ashfield.

Aquel era el juramento que los tres anteriores reyes y reina habían tenido que pronunciar, a partir de entonces podían añadir algún discurso previamente aprobado por el consejo. En el caso de Einar esto no estaba previsto, no había tenido tiempo de prepararlo ni de que fuera revisado, apenas la noche anterior había llegado al lugar. Pero Leonardo le había mostrado los vídeos de las coronaciones de los cuatro monarcas que había tenido Ashfield. Escuchó sus discursos y Leonardo le explicó algunas de las cosas que hacían. De hecho habían ensayado en la noche cómo sería la coronación, especialmente porque Einar no conocía el lugar y tampoco podía verlo. Por suerte su experiencia participando en eventos parecidos ayudó mucho, tardaron menos de la mitad del tiempo previsto en que memorizara el juramento y protocolo.

Pero interrumpió los aplausos de la gente al llevar su mano derecha al mango de la espada que desenvainó callando a todos los presentes y sorprendiendo especialmente a los más cercanos, pues sabían que eso era lo único que no estaba planeado.

—Esta guerra comenzó llevándose la vida de nuestro rey, pero terminará con nuestra victoria. ¡Porque no vamos a luchar hasta la muerte sino hasta la gloria! ¡Ashfield no va a caer, nuestro ejército es fuerte, nuestro pueblo es fuerte, y como su rey también seré fuerte! Debemos defender nuestra tierra, después de tantos años de sumisión finalmente nos hemos levantado y recuperaremos la libertad que nos arrebataron.

Leonardo miró con admiración y una emoción peculiar a Einar en el momento en que alzó ligeramente la espada y su voz adquiría más fuerza. La misma sensación se repitió en Ivar y Agatha, quienes no sólo sintieron el escalofrío por las palabras firmes y llenas de coraje del ahora rey, sino también una ola de orgullo al saber que esas palabras salían del corazón de su propio hijo. Por primera vez el país entero lo estaba escuchando decir algo que nadie más había escrito y pensado por él, por primera vez estaban escuchando hablar al verdadero Einar Aksnes.

—No pudimos darle el luto que se merecía nuestro rey, tampoco ejercer la elección del monarca, pero tuvimos que levantarnos de este golpe y demostrar que no han podido con nosotros, que no van a poder jamás. Entiendo la controversia de mi proclamación, que nuestra ley dicta que el pueblo elegirá a su gobernante. Entonces si no quieren verme como a un rey véanme como a un símbolo, porque eso es lo que seré hasta que acabe esta guerra. ¡Pienso ser el símbolo de nuestra fuerza, quien represente y reúna la voluntad de luchar de las víctimas, los caídos, los guerreros y los vencedores! ¡Porque acepto esta corona con el honor de ser su símbolo, con el honor de luchar por el reino junto a nuestros aliados, el ejército y el pueblo de Ashfield! Y lo juro en nombre de la flor de lis, de la rosa y del cuervo blanco. Lang liv emk Konnegdhim na Ashfield!

Ni siquiera lo pensaron, no se miraron ni se pusieron de acuerdo; Leonardo y Edgar se pusieron en pie desenvainando sus espadas al mismo tiempo y juntando las puntas con la de la espada que Einar empuñaba apuntando al frente.

—Lang liv emk Konneg Einar na Ashfield!


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