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[CAPÍTULO 20]

26/02/2022  |  Zona oeste, Rebeldía, Inazuma, Japón

Pocus y Onyx llevaban ya un rato caminando hasta el edificio indicado. Pocus aliviaba el frío de la mañana al sostener el recipiente con la comida aún bastante caliente, mientras que su hermano lo hacía guardando sus manos en los bolsillos.

Finalmente llegaron. Al entrar al edificio que tenía la puerta principal abierta, el frío se sentía igual, pero confiaban que en la casa estuviera un poco más cálido.

Subieron las escaleras, pero cuando Onyx se detuvo a tirar un papel de su bolsillo en el bote de basura del primer piso, Pocus se acercó observando su mano al igual que él.

—¿Cómo vas de eso?

—Bien, ya paró —asintió mirando mejor su mano.

—Ten cuidado que no vuelva a abrirse. En el bolsillo tengo pañuelos, coge uno y vuelve a cubrirte un poco por si acaso.

Él le hizo caso a su hermano y sacó la bolsita de pañuelos que llevaba en el bolsillo de la chaqueta, cubriendo la parte interna de su muñeca y parte de su palma.

Se trataban de unos pequeños arañazos de parte de Hel, lo hasta cierto punto común para los dueños de gatos, pero lo que en situaciones normales sólo habría causado un momento de dolor y algo de enojo con la gata, había convertido el departamento de los Sesame en un pequeño caos por casi diez minutos.

Mientras Anya preparaba el desayuno que tendrían que llevarle a su compañera, Pocus terminaba de ducharse mientras que Onyx, recién bañado también, se ocupaba de arreglar la sala, y al intentar sacar a Hel de debajo del sofá, esta respondió con aquel arañazo que por un momento sólo lo hizo quejarse y asomarse para reclamarle a la gata, pero al levantarse vio cómo la sangre ya había manchado el suelo. Se quiso cubrir con la mano pero la sangre continuó saliendo e incluso dejando un pequeño rastro en el suelo cuando se dirigió a la cocina avisándole a su madre.

Lo que hubiera sido un simple rasguño que dejaría unas pocas gotas de sangre a lo mucho, la hemofilia de Onyx hacía que se convirtiera en todo un espectáculo al no poder parar el sangrado. Estuvo esos casi diez minutos con el brazo en el lavabo y su madre intentando detener la hemorragia mientras que mandaba a Pocus, con sólo una toalla en la cintura, a traer más utensilios y darle la vuelta a la comida para que no se quemara.

—¿Puedo estrangular a tu gata? —preguntó Pocus aún continuando por las escaleras.

—Si lo haces te arranco la lengua y te ahorco con ella.

—Pero tremendo espectáculo se hizo porque tu niña se puso roñosa y de mala mañana.

—Seguro que en algún momento tú también le habrás hecho algo a Hocus y le haya salido sangre, aunque sea jugando.

—Sí, y muchas veces. Pero él no se desangra si le haces un rasguñito. Ahora mamá está enojadísima, además de preocupada, no sabemos en qué momento te vas a desmayar por haber puesto a remojar los platos en sangre.

—Bueno, a lo mejor cuando lleguemos mamá ya habrá hecho kotlet de carne de gato, o a lo mejor la encerró en el baño o la sacó de casa —se encogió de hombros Onyx justo cuando llegaron a la puerta indicada.

Pocus tocó un par de veces y eternos segundos después alguien abrió la puerta.

—Luna, buenos días —saludó con un tono de voz algo neutro recibiendo de vuelta la mirada hinchada y triste de la chica.

Su cabello estaba un poco descuidado, además de tener marcas de lágrimas en las mejillas. Pero lo que le sorprendió fue ver su departamento oscuro y sin ningún tipo de calefacción.

—Lo siento, ¿te despertamos? —ella sólo negó intentando verse amable— Menos mal. Sentimos molestar a esta hora pero estamos preocupados, no has cogido ninguna llamada y... Bueno, nuestra madre te manda esto, está recién hecho.

Ella recibió el recipiente notando con gusto la calidez de este para luego mirar a Pocus.

—Gracias.

—Si quieres que te traigamos más comida sólo dilo, sabes que no tenemos problema.

—No se preocupen, mi mamá ha estado viniendo conmigo todos los días. Lleva unos días quedándose conmigo, pero ayer se fue a casa para traer más ropa y ordenar un poco, pero volverá dentro de un rato.

Escuchar su voz de esa forma le dolía al propio Pocus, pero sabía que hablar del tema, aunque fuera con buenas intenciones, no traería nada muy bueno. Por eso intentó seguirlo evitando como hacía ella.

—Ah, ya veo. Bueno, si necesitaran algo, no duden en decirnos, ¿sí? —dijo él con una sonrisa a lo que ella asintió agradeciendo la amabilidad.

Onyx sabía lo que pasaba, por eso se había quedado callado y al margen, es más, no se había asomado al umbral de la puerta, pero justo cuando Pocus pensaba alguna forma de despedirse cortésmente sabiendo que no podía hacer mucho más por su compañera, él habló.

—Luna, disculpa —estaba tan distraída que hasta entonces notó la presencia del menor—. ¿Puedo pasar a tu baño un momento?

—Ah, claro —ella asintió dándole el paso, pero Pocus se fijó rápidamente en cómo ya se había vuelto a manchar el pañuelo que se puso alrededor de la herida. Le explicó a Luna lo que pasaba pidiendo entrar también con su hermano.

Ya en el baño se quitó el papel manchado y dejó correr el agua para limpiar la herida y volver a cubrirla con papel.

—¿Necesitan algo? —preguntó ella asomándose al baño encontrando la escena de Onyx con el brazo alzado cubriendo la herida con papel, y Pocus limpiando el lavabo.

—No te preocupes, se detendrá pronto —dijo el menor con una pequeña sonrisa.

Ella los miró unos segundos más y luego entró para tomar unas vendas del botiquín y entregárselas por si acaso. Al ver cómo debía volver a cambiar el paño y mantener el brazo en alto, se preocupó un poco aunque viera a los dos hermanos tranquilos. Y aunque no fuera un sentimiento agradable, no se dio cuenta de que la había distraído al menos por unos minutos del desgarrador recordatorio de que Davy ya no estaba con ella.

Mientras tanto en el Centro, al estar de nuevo en los días entre las diferentes arenas del Coliseum, las rutinas y horarios volvían a la normalidad haciendo que algunos lo maldijeran más que otros.

—¡Llegas tarde! —escuchó la voz de Jynx Jenkins, uno de los encargados de supervisar los entrenamientos de los chicos.

—Sí, ya sé —respondió Konrad quitándose la sudadera y dejándola en el asiento.

—Pues debería importarte más, un miembro de la Unidad Imperial debería dar más ejemplo —siguió regañándolo mientras caminaba hacia el pequeño grupo de chicos que ya esperaban en la parte de fuera donde se encontraba el circuito para correr.

—Pues sí, pero es que tuve mis cosas —siguió hablando con pesadez.

—Ese es el problema de las unidades de élite. Después de ganarse, o a veces recibir regalado el puesto, pierden el interés, dejan de esforzarse... Y es por eso que se debilitan los ejércitos, gestos como esos hacen que los de otras unidades empiecen a mostrar su inconformidad.

Suspiró hasta integrarse en el grupo junto a chicos de la Unidad Luz, Sombra e incluso Monte Olimpo.

—¿Qué la Ogre no era de élite? —murmuró haciendo que su compañero riera con disimulo. Pero Jenkins fingió no haber oído y cerró las puertas del gimnasio colocándose al lado de la pista.

—Cha'ak, estás al mando —siguió como si nada.

—De acuerdo —Muun asintió aún compartiendo una risa discreta con Konrad.

—¡Media hora, comienza ahora!

Empezaron a correr en grupo por la pista que rodeaba el gimnasio de tres plantas exclusivo para los militares del Centro. Este se encontraba cerca de los cuarteles generales, en el este de la ciudad. Estaba cerca del aeropuerto militar y los arsenales de armas, pero el propio centro de entrenamiento tenía un helipuerto y zona apta para que los soldados se familiarizaran con los vehículos como helicópteros, tanques, automóviles especiales e incluso aviones pequeños.

Para no descuidar a sus militares aunque se encontraran inactivos, el Centro les obligaba a cumplir ciertas horas de entrenamiento mínimo por semana. De ahí que el gimnasio y la zona de entrenamiento fueran tan concurridos

En el grupo algunos se adelantaban, otros bajaban el ritmo para poder seguir... No importaba las vueltas que dieran, sólo debían trotar por aquella media hora.

Konrad estaba maldiciendo a todo el linaje de Jenkins y de paso al idiota que decidió controlarlos con las horas necesarias, pues él debía cumplir las horas que no hizo en el anterior descanso entre arenas. No era su mejor día para hacer ejercicio, pero era el único que tenía si no quería ser penalizado.

Bajó el ritmo un momento quedando atrás en el grupo para así comenzar a caminar con las manos en la cintura y la cabeza agachada ya sudando al llevar más o menos la mitad del tiempo.

—¡Gerlach, no te pares!

Lo ignoró y sus siguientes pasos fueron para salir de la pista y quedarse en la zona de césped y tierra. Ahí se quedó unos segundos aún escuchando las réplicas de su entrenador, hasta que consiguió provocarse una tercera arcada con la que vomitó lo poco que tenía en el estómago.

—¡Gerlach, vuelve al grupo, maldita sea!

—¡Estoy vomitando, déjame en paz, carajo! —respondió después de escupir para buscar quitarse el sabor ácido de la boca y luego volver caminando a la pista.

Esperó a que el grupo volviera a pasar para luego seguir detrás de ellos. Pero a los pocos metros recibieron una orden nueva.

—¡Llevan veinte minutos! ¡Pararemos antes de los treinta si suben hasta la la torre de vigilancia en menos de cinco, si no lo logran, después de bajar volverán a hacer otros diez!

Entre los chicos se escucharon quejas en voz baja, todos estaban cansados y aunque pudieran aguantar más, una cuesta como era la que llevaba a la antigua torre de vigilancia en menos de cinco minutos era una completa tortura.

—¡Pueden agradecerle a Gerlach!

En ese momento sí que consiguió hacerlo enojar, tomó aire decidido y murmuró para sí mismo antes de colocarse bastante más adelante en el grupo.

—Ahora vas a ver, hijo de perra —y luchando contra sus ganas de tirarse al suelo y dejarse morir, siguió a Muun quien guio al grupo hacia la colina, colocándose a su lado como los primeros del grupo.

A la mitad de la colina ya sentía que volvería a vomitar, que la cabeza le daba vueltas, pero hizo un último esfuerzo pensando en sus ganas de cerrarle la boca a Jenkins, en la satisfacción de ser el primero en llegar a la cima y poder reírse por unos segundos de su entrenador.

Y nada más llegar, siguió hasta tocar las ruinas de la torre y luego recargarse en ellas respirando el aire fresco de la mañana con desesperación.

Muun llegó segundos después de él y tocó la torre también, parándose a descansar después.

—¡Vamos chicos, ya casi llegan, ustedes pueden! —los animó sin aliento todavía.

Y los demás siguieron llegando también cansados, pero dentro del tiempo acordado.

—Muy bien, lo consiguieron —los felicitaba Muun al verlos llegar a algunos completamente reventados.

Y finalmente Konrad recuperó el aliento para ver desde arriba cómo Jenkins les decía que lo hicieron dentro del tiempo indicado y que bajaran de vuelta.

—¡Ja! ¿¡Vieron eso!? ¡Jenkins puede comerme toda la-!

—Cuidado, no te vaya a escuchar —lo interrumpió Muun entre risas mientras bajaban la cuesta ahora caminando—. ¿Estás bien? Parece que hoy sí lo sufriste... Encima se picó contigo —dijo poniéndole la mano en la espalda.

—Sí, no pasa nada. Bueno, también yo, que me pasé de borracho —su respuesta le arrancó una carcajada al moreno quien preguntó por esta—. Es que Noel y yo quedamos en que si Riccardo di Rigo sobrevivía al Coliseum o hacía alguna estupidez importante, celebraríamos en la noche, y resulta que hizo las dos —dijo con una carcajada.

—¿Lo apoyaban? —alzó una ceja.

—No, de hecho lo detesto, me parece tan idiota... Si no le hubieran matado a la familia sería un aristócrata del Centro, ni siquiera estaría aquí corriendo a las siete de la mañana con nosotros, seguiría dormido en su mansión. Pero ahora resulta que detesta al Centro y se pone de revolucionario rebelde —se encogió de hombros—. La apuesta más que nada fue sobre que hierba mala nunca muere, y tuve razón: míralo de vuelta en el Ludus y con todo un show detrás suyo. Entonces ayer en la noche, después de la reunión, fuimos a comprar comida, sacamos las reservas y lo dimos todo aunque yo sabía que hoy tenía que venir.

—Ay, pues lo hubieran celebrado hoy en la noche.

—Pues sí, pero fue la emoción, cuando reaccioné ya me había embriagado. Noel supo controlarse un poco pero yo no me medí, llevaba tanto sin hacer fiestas que ni me lo pensé. Caí como a las tres y algo de la mañana.

—¿Osea que dormiste tres horas a lo mucho? —preguntó ahora con una corta risa.

—Sí. Vengo desvelado, entre crudo y ebrio... Vengo hecho un asco en general —entonces suspiró—. Hubiéramos invitado a Sasha de no ser porque está con el pulmón colapsado, con él se arman graciosas las fiestas porque no sabes si está borracho o no, tiene un montón de aguante. En año nuevo, ya eran como las cuatro de la mañana, llevábamos ya un rato de desmadre intenso...

—¿A qué nos referimos con desmadre intenso? —lo interrumpió de nuevo con un par de risas que le contagió.

—A que Bai Long y Einar ya se habían dormido acurrucaditos en el sofá con una mantita; que Cora ya se había quedado dormida por ahí; Michael y Rina se habían ido a dormir porque no querían seguir en ese pozo de perdición; Namazuo ya no sabía ni con quién se besaba pero seguía, de hecho con Gen se besó un par de veces; que Luciel y Ángel ya se reían por todo; que Sasha y yo cantamos su medio pulmón canciones de la era soviética... Eso es el desmadre intenso. Una vez Cora cae, todo el control se viene abajo.

—Entiendo, entiendo.

—Entonces Nyx encontró la bayoneta de Luciel y dijo que a ver quién se atrevía a jugar el juego del cuchillo. Gen y Noel empezaron por mandarla a volar, que estábamos ebrios pero no tan idiotas, pero entonces me volteo para ver a Luciel, porque ya sabes que esa bayoneta es su vida, pero mis ojos se cruzaron con la escena de Sasha pasándose otro trago de vodka y levantándose de golpe para recibir el cuchillo. Entonces jugó pero con la mano de Luciel, yo me encargué de ponerle Katyusha a todo volumen y no dejar que se nos deshidratara de alcohol cada cierto tiempo. Primero Luciel sólo se reía con miedo, pero después del segundo trago seguía sin rozarle los dedos así que a Luciel le entró el pánico y decía cosas en ruso asustado y Sasha le respondía, supongo que le decía que se quedara quieto o algo así, pero luego les entró la histeria y se empezaron a gritar. Yo me ahogaba de la risa porque no entendía nada pero veía a Luciel con ganas de llorar y a Sasha como si estuviera ordenando la retirada de Sebastopol. Y entonces sonó el teléfono, era el amargado de turno que se le ocurrió ponerse a revisar los archivos un uno de enero a las cuatro y media de la mañana. Entonces Sasha contestó, pausamos la música y le respondió como si nada hubiera pasado, bueno, tenía la garganta un poquito cascada por los gritos, pero no sonaba a borracho ni nada. Yo creo que a ese en vez de suero le ponen vodka en el hospital o algo así, digiere mejor el alcohol que el agua.

Muun no dejaba de reír en el camino de vuelta incluso quedando ellos dos bastante atrasados en el grupo.

—Ay no, qué mal que no pudimos ir esa vez, ojalá para la siguiente, se ve que se saben armar sus buenas fiestas.

—Mira, si llegamos a Navidad o Año Nuevo, te prometo que los secuestro para llevarlos a la fiesta si es necesario, toma mi palabra.

En el interior del gimnasio, Michael, Rina y Namazuo llevaban ya un rato en las bicicletas estáticas, aprovechando para hablar sobre temas triviales y otros más importantes.

—Pobres diablos, los hicieron subir la cuesta —suspiró Namazuo al ver cómo iban bajando de vuelta ya bastante cansados.

—Seguro que ahora los va a poner a hacer algún entrenamiento de fuerza o algo así, conozco a Jenkins —dijo Rina, quien también ya estaba un poco cansada.

—Es que por lo menos Konrad ayer estuvo de fiesta —comentó Michael.

—Ah sí, me invitó pero quería aprovechar para estar con Zaphod —asintió Namazuo—. ¿Ustedes fueron?

—No, yo hoy tengo que completar horas de ejercicio y sabía que no iba a ser buena idea —negó Rina con una corta risa antes de volver a respirar profundamente para seguir con el ejercicio. Michael también negó y se fijó en cómo Muun le repartía botellas de agua a los demás chicos mientras que Konrad se tiraba en el césped.

—Muun es la mamá de medio Centro —rio Mirzayeva.

—Del Protocolo Omega para abajo diría yo —puntualizó Rina.

—Cierto. No soporta ni al Dragon Link ni a los de la Segunda Fase. Con ustedes sí se lleva bien, ¿no? —preguntó Mirzayeva justo cuando acabó el tiempo que los tres habían establecido para la bicicleta.

—Sí, con nosotros todo bien. Konrad y Luciel se llevan muy bien con él, mi hermana igual. Sasha no los conoce mucho, pero en reuniones y asuntos oficiales se llevan bien. Y su hermano ves que es un poco más especialito, pero por ejemplo, con Nyx y Michael se lleva bien. Con ustedes ni pregunto.

—Nosotros debemos llevarnos bien sí o sí —rio Namazuo—. Incluso con Yaak llevamos todo bien. Claro, en lo que respecta a las unidades y el trabajo, ya en lo personal a mí me tiene más de lejitos. Con Bái-Lóng hace como si nada, supongo que él se da un poco más a respetar, pero conmigo se cuida para que no le pegue lo mariposón.

—¿Y no es sólo que no te conoce? Enver, sé consciente que en una primera impresión tú puedes espantar bastante —el comentario sincero de Ibara hizo reír al mencionado y también a Michael, pero luego Mirzayeva negó.

—No, no es eso. No estoy en posición para contarlo pero... A muchos nos prefiere tener lejos. Y no me molesta, después de todo, varios hemos vivido suficientes cosas antes de estar aquí.

Rina hizo un gesto de comprensión pero luego suspiró dejando sus brazos colgar a sus lados.

—¿Y qué pasa con Muun entonces? —la pregunta de Rina fue muy acertada.

—No lo sabe. Muun es de clóset —negó Enver sorprendiendo bastante a ambos.

—¿Muun es de clóset? Pero si todos saben que está saliendo con Cronus —alzó una ceja recibiendo el apoyo de Michael.

—Todos saben menos Yaak —afirmó Namazuo—. Seguro que sabe, pero no lo quiere aceptar.

Se formó un silencio mientras le daban vueltas a lo que había dicho Honebami. Pero justo alguien subió las escaleras que llevaban al piso donde ellos estaban y vieron cómo se trataba de aquel que llevaba los últimos minutos en boca de los tres.

—Buenos días —saludó dirigiéndose a ellos. Saludó a Rina con un abrazo, a Michael con una palmada en el hombro y a Enver sólo con un gesto de mano que fue correspondido con naturalidad.

Muun y Yaak Cha'ak eran hermanos gemelos, y el líder y sub-líder de la Unidad Sombra, aquella que al no conseguir desarrollarse como se esperaba por el escaso número de integrantes a causa del sabotaje de un transporte años atrás, fue fusionada con la Unidad Luz. No fue hasta el año pasado que Muun, con influencia de Sasha, consiguió convencer a los jefes de que la reconocieran como una unidad independiente. En misiones trabajaban casi siempre con la Unidad Luz, pero sus trabajos como unidad eran sobre todo centrados en el espionaje y ayuda administrativa o de diferentes tipos para el ejército del Centro.

—Creímos que estarías corriendo con los demás —Rina señaló la pista con la cabeza y él negó.

—No, yo ayer ya cumplí mi condena, hoy sólo vine a completar horas y listo.

Pero antes de que Rina volviera a hablar, dos chicas más entraron a la sala. Iban hablando entre ellas sin fijarse en el pequeño grupo que estaba en las bicicletas o en los demás que entrenaban. Pero ellos sí que las miraron durante todo su recorrido hasta la sección de pesas.

—Bueno, supongo que hoy no haré pesas —dijo Yaak volteando la mirada al lado opuesto.

—¿Tú tampoco las aguantas? —rio Rina rodando los ojos para dejar de prestarles atención.

—Ay no. Ni a Calíope, ni a Serafina, ni a nadie del Dragon Link —dijo con molestia.

—Es algo típico de las unidades inferiores —dijo Enver.

—Exactamente —le dio la razón.

—Bueno, nosotros también tenemos nuestros roces —intervino Michael.

—Yo aún recuerdo un día que Danilov no estaba bien y mandaron a Slocker representando a la Unidad Imperial a una reunión sólo de líderes. Quentin desahogó todo su odio, nos gritó, nos dijo de qué nos íbamos a morir... Muun me tuvo que callar, Mehr se puso a discutir y acabó llorando, Ghiris entonces se enojó; los de los Protocolos Omega igual se pusieron a ladrar. Cronus se tenía que aguantar todo lo que le dijeran; Bai Long discutió también pero no demasiado; Namazuo y Gerlach estaban aguantándose la risa por los pleitos ajenos...

—Sí, me acuerdo de ese día —asintió el nombrado.

—Pero lo impresionante fue cuando Quentin, todo inspirado por llevar más de cuarenta minutos regañando a todos, se pone frente a Slocker para empezar su regaño personalizado. Pero se quedó con una expresión tan... indiferente, tan fría, que poco a poco se le fue bajando el tono a Cinquedea. A Danilov ya lo conoce, ya sabe cómo lo regaña aunque también le importa lo que viene siendo poco, es más, él sí le discute de vuelta, pero Slocker tenía mirada de hielo, era como gritarle a una pared. Y él solito se calmó porque por mucho que le gritara, él sólo asentía y seguía mirándolo con cara de no importarle nada absolutamente.

—Así es él, sí —Rina le dio la razón con una corta risa.

—Por cierto, ¿dónde está? —preguntó ladeando la cabeza.

—Creo que en su departamento, ahora está cubriendo a Sasha así que tiene mucho trabajo.

—Ah, es cierto. ¿Y él qué tal? Las malas lenguas dicen que lo operaron del corazón, ¿es cierto?

—Sí, pero fue algo sencillo. Le colapsó un pulmón, le dieron el alta antes de tiempo y no se recuperó bien así que pasó lo que pasó. Pero ya está mejor.

Aunque Rina había respondido muy segura que Luciel estaba en su departamento, ellos sabían bien que no era así, que estaba cumpliendo una de las órdenes que Aleksander le había dado incluso antes de esta recaída.

El día anterior había llegado al Myr, fue a la capital donde pasó el resto del día y más tarde se alojó en una posada pretendiendo ir hacia el norte nada más despertar. Y así fue, ya estaba en el distrito de Mibu.

Su misión era recolectar información de forma clandestina, ver cómo se encontraba la zona durante el Coliseum y justo antes de la arena donde se enfrentarían sus dos representantes. La mejor forma que tuvo para hacerlo fue haciéndose pasar por un turista cualquiera, y a quien le cruzaba la palabra, aprovechaba para hacer preguntas con discreción. Aunque realmente todo estaba mucho más tranquilo de lo que esperaba.

¿Necesita algo? —escuchó una voz masculina a su espalda justo cuando miraba los decorados del jardín del edificio del gobierno tras haberse rendido al intentar leer el anuncio del tablón al estar en japonés.

—Ah, sólo estaba viendo los jardines —respondió en ayu al haber entendido un poco de lo que le había dicho el chico. Una vez se volteó, el opuesto sonrió.

—Son muy bonitos en verdad, aunque a veces olvidamos observarlos con todo el ajetreo del día a día —se colocó a su lado—. ¿De dónde viene? ¿Rusia? ¿Estados Unidos?

—Rusia —asintió un poco sorprendido—, bueno, actualmente vivo en el Centro pero sí soy de ahí. ¿Tan fácil fue de adivinar?

—Aunque en esta zona del Myr hay gente de todos los tipos, por su ropa sé que no es de aquí, además le digo que es raro que alguien local se pare a ver tan detenidamente los jardines. Y lo del país lo acerté porque los turistas que se dejan ver por aquí suelen ser de esas regiones, no crea que lo espío o algo así.

—Ah, claro. No, no te preocupes, no creí algo así —negó con una sonrisa.

—¿Tiene cámara? ¿Quiere que le tome una foto?

Luciel seguía un poco sorprendido. La gente con quien se había cruzado era muy amable y no dudaban en hacerle conversación, pero casi todos habían sido adultos mayores de cuarenta años, los más jóvenes parecían demasiado ocupados como para pararse a hablar con un turista, ese chico era el primero en hacerlo.

—Sí, si no es molestia...

—En absoluto —recibió el teléfono de Luciel con ambas manos y dejó en el suelo lo que llevaba cargando para poder alejarse lo suficiente como para sacar un par de fotos a Luciel quien entró en un momento de pánico. ¿Debía posar? ¿Sonreír? Mostró una sonrisa tenue y esperó a que el chico le devolviera su teléfono.

—Muchas gracias —entonces aprovechó para preguntarle acerca del cartel.

—Claro, me imagino que debe ser todo un alboroto leer con tantos kanjis y palabras tan... locales, el ayu cada vez es más diferente del japonés —mencionó él antes de leer el cartel para luego poder decirle a Luciel lo que estaba escrito—. Avisa de que la próxima semana, en este mismo edificio, comenzará la campaña médica anual. Dice los horarios y toda la información.

No era nada valioso para Slocker, pero aún así le causó un poco de curiosidad personal.

—Digamos que el sistema de salud en el Myr, o más bien dicho, en Mibu, no es muy bueno. Hay mucha gente de los campos de refugiados, y de por sí este distrito no recibe mucha ayuda de parte del gobierno central, así que cada año se hace una campaña donde vienen médicos de otras regiones y se hace una especie de clínica aquí. Solemos venir a revisiones generales y las personas con alguna enfermedad también lo agradecen mucho, les dan varios tratamientos y lo que necesiten. El problema es que aunque hay médicos y bastante buenos en Mibu, son bastante caros y mucha gente no se lo puede permitir o queda endeudada, así que no se suele gastar tanto dinero en una revisión general. Antes eran campañas rebeldes, pero desde que el Myr pasó a ser del Centro, una de las cosas que más preocupó a la gente fue que ya no nos dieran esta ayuda, así que se exigió que se nos diera mejor atención sanitaria... o por lo menos un sistema de salud público, pero lo único que hicieron fue mantener las campañas —se encogió de hombros con algo de resignación—. Es mucho mejor que nada, la verdad.

—Entonces si alguien se pone enfermo grave y no está la campaña y no se puede permitir un médico o más deudas...

El chico asintió con resignación.

—Vivir en el pasado también tiene sus inconvenientes. Al resto del país parece costarle entender que aquí también vivimos personas, que no es un atractivo turístico y ya. Pero bueno, supongo que siempre hay que trabajar para ganarse la vida, aunque sea en el sentido literal —se quedó callado unos segundos—. Mi hermano menor tiene leucemia desde hace años. Debo agradecer que somos de una familia hasta cierto punto privilegiada, pero aún así tenemos que preocuparnos por el dinero si no queremos que un día no podamos atender a Riku cuando se ponga mal... De hecho yo vengo de mi trabajo.

—Ah, lo siento mucho. Debes estar cansado y con ganas de ir a casa, ya no te interrumpo más, disculpa.

—No, no se preocupe, aún no voy a casa —negó con una risa—. Ahora me dirijo a mi dojo, tengo entrenamiento. ¿Tiene algún plan para esta tarde?

—No realmente, sólo seguir conociendo la zona y encontrar alguna posada para dormir.

—En ese caso, ¿le gustaría venir a ver el entrenamiento? El edificio del dojo es el cuartel de uno de los clanes del Myr, es muy tradicional y realmente bonito, además seguro que lo dejan entrar a ver el entrenamiento, no solemos tener muchas visitas. Luego si quiere puede cenar con nosotros en casa y si le molesta dormir en casas ajenas, hay una posada cerca a la que lo puedo llevar.

Por un momento Luciel llegaba a sentirse hasta abrumado por la amabilidad del chico, que era la misma que había recibido desde su llegada al Myr. ¿Así era la vida antes de la guerra? ¿La gente convivía tan tranquilamente sin temer que se tratara de algún enemigo? ¿Así de cálida era la convivencia? Le entristecía pensar en que sí, en que él había nacido en una época donde no se podía ayudar a todo el mundo por temor a terminar perjudicado, en una época donde la indiferencia era una forma de supervivencia. Pero aquel chico lucía tan convencido que terminó por aceptar agradeciendo las molestias.

Él se agachó para recoger el bulto que llevaba en la espalda y la bolsa alargada donde suponía que llevaba alguna espada, y le indicó con ánimo el camino.

—Soy Fukui Kazuo, mucho gusto —dijo deteniéndose un momento para hacer una reverencia casual.

—Yo Luciel Slocker, igualmente.

—Slocker es el apellido, ¿verdad? —preguntó con bastante ánimo siguiendo un paso ligero.

—Sí.

—Es que nosotros ponemos primero el apellido, entonces cuando vienen turistas y se presentan algunos cambian el orden para que quede como lo decimos nosotros, pero hay otros que no y entonces termino sin saber cuál es el nombre y cuál es el apellido.

—Ah, claro, debe ser confuso. Hasta donde yo sé en el resto del país nos presentamos con el nombre primero.

Fukui asintió y luego volvió a mirar a Luciel.

—¿Cómo prefiere que lo llame? ¿Por su nombre o su apellido?

—Cualquiera está bien, como te sientas más cómodo... ¿y yo cómo debería?

—Kazuo está bien —asintió.

—En ese caso también preferiré que me llames Luciel. Así suena con un poco más de confianza... ¿no?

—Cierto. Debemos tener más o menos la misma edad. ¿Le molesta que le hable de usted?

—No me molesta, sólo que... Siento como si fuera alguien muy importante o mayor, y quizá eso te haga sentir incómodo o algo así...

—No, por mí no hay ningún problema, pero si prefieres que te hable de tú, no tengo problema tampoco.

Finalmente llegaron al cuartel del Shinsengumi donde entraron dejando sus zapatos en la zona indicada y Kazuo los llevó por el pasillo que rodeaba la sala principal por fuera, pasando al lado de unos jardines que cautivaron por completo a Luciel, para finalmente llegar a otra parte donde las puertas ya estaban abiertas y había un par de personas ya dentro, se trataba del dojo.

Kazuo se dirigió inmediatamente al sensei del dojo y le preguntó si Luciel podía quedarse a mirar el entrenamiento a lo que aceptó con bastante alegría.

—Soy Isami Kondō, mucho gusto —se presentó el sensei estrechando la mano a Luciel quien respondió con formalidad.

—Yo Luciel Slocker, igualmente. Gracias por dejarme quedarme a ver —dudó un poco al presentarse, pero rápidamente diferenció el nombre y apellido de aquel hombre, lo que junto al apretón de manos lo hizo deducir que se estaba presentando como lo harían normalmente fuera del Myr.

—Es todo un placer tenerte aquí. Pero le estaba diciendo a Kazuo que si quieres incluso podrías participar en el entrenamiento.

—¿Yo? Es que no sé nada de kendo, no sabría...

—No te preocupes, tenemos material de sobra, además te enseñaríamos lo básico.

—En ese caso, si no es ninguna molestia, me encantaría.

Parecía que Luciel se estaba olvidando de todo lo que solía hacer en el Centro. Podría decirse que esas eran sus primeras vacaciones en la vida, y se notaba lo mucho que las necesitaba. Estaba respirando al fin. Llevaba tiempo sin saber lo que era poder mandarse a sí mismo, ir a donde él quisiera sin ninguna orden. Sólo debía recopilar información, y al ver todo tan tranquilo había llegado a la conclusión de que si había algo de información para obtener, sólo la conseguiría hablando muy personalmente con la gente, y eso estaba haciendo.

De pronto no sentía incomodidad al hablar con la gente, hablaría por horas recibiendo esas miradas y respuestas cálidas. Consiguió superar esa sensación abrumadora al recibir tanta hospitalidad y comenzó a disfrutar de esta, se volvió adicto a esta. 

—¡Yamato! —lo llamó su padre haciendo que rápidamente llegara sorprendiéndose al ver a Luciel— Préstale la ropa de alguno de tus hermanos, hoy va a entrenar y ver la clase, ¿de acuerdo?

Sí —asintió con una sonrisa.

—Él es mi hijo menor, Yamato. Te prestará algo de ropa para que puedas entrenar. Regresen cuando estén listos, comenzaremos el calentamiento pronto.

Se fue con Yamato al interior de la casa donde este lo guio hasta el piso de arriba donde llegó al cuarto que antes Sōji compartía con Hajime, otro de los chicos que pertenecían al clan.

—Es la ropa de mi hermano, yo creo que esta te va a quedar mejor que la de Tetsu... mi otro hermano —aclaró al entregarle la muda de ropa para entrenar que sacó del armario.

—¿Él no la va a necesitar? No quiero dejar a nadie sin ropa para entrenar, no quiero molestar.

—No, no te preocupes, él ahora no está aquí... —por el tono de voz que usó y por el ambiente de la habitación, por un momento Luciel pensó que había metido la pata al mencionar a alguien que ya había fallecido, pero las siguientes palabras de Yamato casi en susurros igual de tristes lo hicieron sorprenderse— Está en el Coliseum.

—¿Tu hermano es... Sōji Okita? —preguntó aún impactado y él asintió.

No siguió el tema pues debían apresurarse. Se cambio con ayuda de Yamato pues nunca se había puesto una hakama y desconocía todos los lazos que debía hacer. Pero una vez listos volvieron rápidamente al dojo donde terminaron el calentamiento con los demás y luego Kazuo fue asignado para enseñarle lo básico a Slocker durante parte de la clase.

Cuando Kondō mandó a que todos se pusieran la armadura para poder seguir la práctica, Luciel pasó a la tutela del propio sensei quien siguió enseñándole pero ahora dejando que él golpeara sobre la armadura y no al aire como llevaban haciendo hasta ese momento.

Cuando faltaba media hora de clase, le indicaron que ya había terminado y que podía sentarse a observar los combates y entrenamientos más duros que venían.

El sonido ensordecedor del bambú de los shinais chocando contra ellos mismos y sobre las armaduras, de los pies golpeando el suelo provocando un eco asombroso, los gritos cada vez más fuertes y cansados... Era impresionante para él. Él también entrenaba hasta morir, los presionaban para obtener la perfección. Recordaba los días en la formación para cadetes, las horas de entrenamientos profesionales, todo por lo que habían tenido que pasar hasta llegar a la élite. Recordaba cómo se le salían las lágrimas por la presión cuando los hacían reptar por la tierra sin poder alzar su cuerpo más allá de unos centímetros pues supuestamente serían disparados. Recordaba la tierra entrar en su nariz mientras se aferraba al fusil que no podía soltar si no quería ser regañado. Los entrenamientos de combate cuerpo a cuerpo, aún soñaba con esos golpes que lo inmovilizaban pero que aún así debía levantarse para continuar.

Pero la sensación que lo inundaba al ver aquel entrenamiento difería mucho de las que le provocaba recordar los suyos. En ese contexto le surgió un pensamiento infantil y ambicioso a su parecer: si algún día él podía ver el final de la guerra, le gustaría vivir en el Myr de ahí en adelante.

Al acabar volvió a la casa para cambiarse y devolverle a Yamato la ropa antes de salir junto a Kazuo quien lo llevaba en dirección a su casa para poder tomar un baño y cenar.

—¿Entonces estudias en la mañana, trabajas de diez a cinco y luego entrenas de seis a ocho? —repitió la información que Fukui le había dado a lo largo del día y este asintió— Es impresionante que aguantes todo eso.

—Bueno, es lo que hay —rio para luego bajar un poco su tono—. Es algo difícil vivir en estas condiciones, pero aunque nosotros debamos cuidar a Riku y mantener a la familia, somos afortunados. Entrenar o ser parte de un clan ya no es por honor o capricho, es por supervivencia, por proteger nuestra tierra. ¿Ves a Yamato? —Luciel asintió— Él tiene dos hermanos mayores, los tres son adoptados, pero se criaron juntos desde muy pequeños. Su hermano mediano se llama Tetsu, es sólo un año mayor que él, ahora debe estar a punto de cumplir los dieciocho si no me equivoco. En el ataque del Centro de hace unos meses, todos los clanes tuvimos que defender a la ciudad, y ellos dos, con dieciséis y diecisiete años también tuvieron que defender su tierra a muerte. A Tetsu en el ataque le cortaron el cuello, fue una herida profunda pero por puro milagro consiguieron llevarlo a la Rebeldía justo a tiempo para que lo atendieran y se recuperara. De hecho comenzaron a llamarlo Kiseki  por el milagro de haber sobrevivido así.

Luciel había vivido también demasiado, desde niño vio crueldades y por su tiempo en el ejército aún más, pero le sorprendía escuchar de cosas así también en el Myr, ver que Yamato, aquel chico tan risueño, llevaba sobre él ya varias muertes y el temor de que sus dos hermanos pudieran fallecer también. Se imaginaba a otro chico que a sus diecisiete años ya debía luchar por su vida por culpa de la guerra en que vivían.

—La vida aquí es algo dura, nunca sabes si al despertar ya cambiaron las leyes, si va a haber un ataque o no en la noche, si podrás cuidar de tu familia durante un mes más... Por eso los clanes siguen siendo tan importantes, queremos protegernos y la única forma de lograrlo es en comunidades. El otro hermano de Yamato, Sōji, estuvo enfermo desde la adolescencia, pero aún así él siguió combatiendo hasta que definitivamente ya no pudo más. Lo escogieron para el Coliseum así que lo mandaron también a la Rebeldía para intentar estabilizarlo un poco antes de la competencia. Yamato siempre admiró mucho a su hermano, si no se ha rendido incluso con todo lo que ha vivido ahora ha sido porque vio que Sōji nunca lo hizo. Y yo también lo admiré desde siempre... —entonces dejó libre una risa— la verdad es que a mí me gustó Sōji desde que éramos niños, fuimos muy amigos y me declaré un par de veces pero él me rechazó, quería que siguiéramos siendo amigos y yo estaba bien con eso, me gustaba estar a su lado, me asombraba ver cómo tenía tantas ganas de vivir, tanta fuerza para luchar incluso cuando no podía ni respirar. Cuando nos despedimos le dije que me esforzaría por él, que intentaría ser tan fuerte como lo fue para que cuando regresara pudiéramos seguir como antes, pero creo que él ni siquiera se acuerda de esa despedida. Creo que empezó a salir con otro chico unos meses después de llegar a la Rebeldía, y en verdad estoy feliz por él, sé que debe estar muy contento pero... —volvió a reír ahora con una mirada triste que en el fondo ocultaba las ganas de llorar— mentiría si dijera que ya no estoy enamorado de él. Aún así, lo sigo admirando y aunque no recuerde mi promesa, yo voy a cumplirla.

Luciel caminó en silencio, sintiendo su corazón ablandarse por lo que decía Kazuo. Notaba que el corazón de Fukui seguía roto aunque quisiera seguir adelante, y en el fondo él también lo entendía.

—Lo siento, ya te aburrí contándote esto —rio intentando despejarse.

—No, es algo importante para ti y yo te escucho con atención. De hecho creo que puedo entenderte en cierto punto. Yo llegué a Inazuma cuando era bebé, vivía con mis padres en la Transición, allí me criaron. Junto a nosotros vivía otra familia, ellos venían de China, tenían dos hijos, el mayor me superaba por dos años, pero el otro niño y yo éramos de la misma edad. Aún éramos pequeños pero en serio estuvimos muy unidos, jugábamos todos los días, fueron mis primeros amigos... Y a mí me gustaba él, Tài-Yáng se llamaba —recordó su nombre con una sonrisa—, éramos pequeños así que no entendíamos bien lo que significaba, pero él me decía que también yo a él. Más de una vez jugamos a que nos casábamos, teníamos una casita dentro de una caja grande que encontramos por ahí y jugábamos a que vivíamos ahí, a que era nuestra casa... Creo que es lo más parecido a ese tipo de amor que he sentido. Lo quería mucho, buscaba excusas para que me abrazara, no me importaba hacer cualquier cosa con tal de que él estuviera bien. Pero luego vino el reclutamiento de cadetes y se llevaron a su hermano así que su madre se lo llevó a la Rebeldía a los pocos meses por temer que el siguiente a quien se llevaran fuera a Tài-Yáng. Luego a mi padre le dieron un trabajo en el Centro y nos tuvimos que ir, éramos casi prisioneros porque él aún no tenía la ciudadanía del Centro, así que a mí me obligaron a hacerme cadete, como a prácticamente todos los extranjeros del Centro. Ahí me volví a encontrar con Bái-Lóng, el hermano de Tài-Yáng, pero él ya no sabía nada más de su familia, seguimos siendo amigos.

Ahora era Kazuo quien lo miraba en silencio, escuchando todo lo que le estaba contando.

—Hace unos años mi padre tuvo un accidente pero como nunca le dieron la ciudadanía seguía siendo extranjero, prácticamente un esclavo, así que no lo atendieron bien y falleció. Ya había superado toda la fantasía de volver a verlo, sabía que ahora Tài-Yáng tenía otra vida, que quizá yo sólo era un recuerdo sin importancia para él, pero cuando mi padre murió por algún motivo sentía la necesidad de que precisamente él me consolara como hacía siempre que estaba triste cuando éramos niños. Quería verlo de nuevo, verlo de mi edad, saber qué había sido de su vida, y en el fondo tenía la esperanza de que pudiera volver a decirle que lo quería, poder decirle lo importante que fue para mí incluso ya separados.

—¿Y ya nunca más lo viste?

La garganta de Luciel se hizo un nudo pero consiguió asentir.

—Pero no pude decirle nada, ni siquiera saludarlo o dejar que me viera. Su hermano lo quiso ver antes del Coliseum así que fue al Centro unas horas. Se encontraron en el vestíbulo del Ludus y yo ya estaba ahí, tenía que ayudar con algunas cosas, de hecho yo le avisé a Bái-Lóng cuando él llegó. En un principio me impactó saber que ahora él tenía cáncer, y cuando Bái-Lóng fue con él no quise interrumpirlos, me hizo un gesto para que fuera a saludarlo pero sólo me escondí. Iba con otro chico así que empezó a intimidarme un poco, pensé en ir a verlo cuando se fuera con su hermano a la habitación, pero los vi despedirse de beso, ahí supe que ya... definitivamente no existo en sus recuerdos así que lo dejé pasar. Creo que puedo entenderte. No es que nos hayamos enamorado de la persona incorrecta, son muy especiales para nosotros, quizá sólo fue que las circunstancias no fueron las adecuadas.

—Sí, definitivamente es así —Kazuo asintió aún con una sonrisa resignada—. Pero ahora lo único que podemos hacer es seguir adelante, tener otro motivo para luchar y seguir haciéndolo.

Luciel le dio la razón y justo llegaron a la casa de los Fukui, una bastante impresionante también. Fue una mezcla de factores lo que convenció a Slocker de no decirle a Kazuo que el novio de Sōji, del chico de quien seguía enamorado, era precisamente aquel a quien Luciel aún le guardaba sentimientos.

Por un momento pensó en qué hubiera pasado si Kazuo y Sōji fueran novios, quizá él sí podría haberse atrevido a saludar a Tái-Yáng, a darle el abrazo con el que soñaba desde que se separaron. Pero quizá él no sería feliz, Sōji tampoco. ¿La felicidad de ellos dos valía más que la de Slocker y Kazuo? Sabían que no, por eso trataban de convencerse que la felicidad de Sol y Sōji era también la suya. Se engañaban de esa manera para sobrellevar el dolor de aquel desamor, para recuperarse lo más rápido posible, pero cuando recordaban que sólo era una mentira creada por ellos mismos, la herida ardía más de lo normal.

Kazuo presentó a Luciel a su familia diciendo que cenaría con ellos después de bañarse, y para su sorpresa fue muy bien recibido, incluso su padre se empeñó en que durmiera con ellos, que tenían un cuarto para invitados que podía usar sin problema.

Y una vez salió del baño que agradeció bastante pues la caminata de vuelta a casa por la noche fría teniendo el cuerpo cálido por el entrenamiento, le estaba empezando a pesar; su teléfono vibró al recibir una llamada. En la pantalla salió el nombre de Sasha así que contestó inmediatamente.

Hola.

—Luciel, ¿qué pasó? ¿Todo va bien? Te llevo llamando todo el día.

—Lo siento, es difícil tener cobertura por aquí, no me había llegado ninguna llamada —se excusó sentándose un momento sobre el futón que le habían preparado—. Todo parece tranquilo, pero algo de información sí que tengo, ya hablaremos bien mañana. ¿Sigues en el hospital?

—Todavía sí, hasta la próxima semana no parece haber mucha esperanza —admitió mientras se acomodaba mejor en la cama para poder ver el cielo estrellado del otro lado de su ventana—. ¿Ya sabes todo lo que ocurrió ayer?

—¿Ayer? No, no he sabido nada, ¿qué pasó?

—Ya acabó el Coliseum, pero se hizo todo un escándalo. Hubo revueltas en el alto mando. Lo que pasa es que di Rigo...

*** *** ***

Después de muchos eones sin aparecerme, al fin está publicado un nuevo capítulo. Con este capítulo se termina de cerrar la arena vikinga y comenzamos a inaugurar la arena asiática. Aún estamos en los días entre arenas, pero ya pronto comenzarán de nuevo los cocolazos.

Esta vez conocimos y nos centramos en los personajes de fuera de las competiciones. ¿Qué onda con los hermanos estos? ¿Habrá más desmadre de la Unidad Imperial? ¿Por qué nadie quiere a las dos chicas que entraron al gimnasio? ¿¡SERÁ QUE LUCIEL ENCONTRÓ EL AMOR CON EL QUE ESTÁ ENCULADO DEL QUE LE QUITÓ EL NOVIO A ÉL!?

Planeaba subir esto el miércoles pero no se pudo hasta hoy, tómenlo como regalito navideño, aunque a lo mejor subo un especial de Navidad entre hoy y mañana en Los Diarios de Heathmoor.

Atsushi~

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