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8

¡Illa! ¡No es culpa mía! ¿Quién iba a pensar que mi pasado nos acabaría perjudicando en la misión?

—¡Todos, Orfeo! —respondió Agria con furia calmada, algo normal en ella cuando se encontraba con un conflicto personal—. Si vas con esa actitud de golfo paseándote por la eternidad, al final siempre acabas dañando a los demás.

Intentando ignorar la discusión, Helena caminaba por detrás del grupo a través de las cavernas húmedas y frías que formaban el Hades. Llevaba el arco en sus manos, pero no estaba cargado. Solo quería que el margen de error en caso de ataque fuese inexistente o, al menos, el mínimo posible.

Contempló a Hilo, que seguía en cabeza revisando cada recoveco por el que iban pasando, con su espada en posición de ataque mientras las venas de sus brazos se marcaban por la tensión de sostener el pesado objeto. Un pensamiento intrusivo pasó por su mente, al recordar todas las veces que esos brazos le habían abrazado en románticos y lujuriosos encuentros, pero lo desechó con un gesto. No podía dejar que su parte inconsciente dominase su razón, tenía que completar la misión lo más rápido posible para poder volver a su tranquila vida de trabajo duro, dardos y puestas de sol con una cerveza en la mano.

A pesar de estar sumida en esta sencilla fantasía, no dejaba de estar atenta a todo lo que le rodeaba. No quería volver a estar con la guardia bajada si alguna otra criatura les atacaba o, más bien, no quería tener que deberle nada a Hilo. Solo le faltaba que el héroe tuviese un motivo más para victimizarse ante sus comportamientos agresivos, sabiendo todo lo que le había hecho en el pasado. 

De repente, el grupo se paró en seco, pues ante ellos se encontraba un portón enorme que cortaba el pasadizo. La discusión entre Agria y Orfeo había terminado en el momento que la hechicera se dio cuenta de que nada de lo que dijese serviría para cambiar ni un ápice la forma de ver la vida del músico.

—No vuelvas a intentar hacer la misma estupidez, Hilo —dijo Agria al ver como el rubio rebuscaba en la bolsa—. Estoy segura de que esta puerta no se abrirá por la fuerza.

—No pensaba hacerlo —respondió Hilo mientras dejaba la mochila en el suelo y un leve rubor manchaba sus mejillas.

Orfeo, con expresión seria, se acercó al portón de madera y comenzó a observar los grabados. Estaban escritos en griego antiguo y las palabras ocupaban toda la superficie. Helena comenzó a explorar por el lado contrario, intentando descifrar lo que en él ponía.

—Parece que cuenta la historia del descenso de Hades como señor del Inframundo —señaló Orfeo.

—¿Nunca habías pasado por aquí? —preguntó Agria, extrañada, pues todos sabían que el chico había nacido en las profundidades del reino de los muertos.

—Una pechá de veces. Aunque nunca había visto antes esto. Seguramente, Hades sabe que venimos y ha decidido ponernos más trabas. Eso explicaría la presencia de Quimera, a la que espero que Zeus acoja en su gloria —dijo mirando al cielo, compungido.

Helena, que seguía investigando los grabados, sintió una punzada de decepción. Estaba segura de que el dios del Inframundo sabría de su presencia, tarde o temprano, pero había esperado que la rapidez del plan les otorgase algo más de tiempo antes de que pudiese contraatacarles. Aunque odiase admitirlo, Orfeo tenía razón. Que Cerbero no hubiese estado presente era una pista de que Hades sabía de sus intenciones, porque el músico hubiese dominado a la bestia con una simple melodía de su lira. Sin embargo, les había recibido una de sus tantas conquistas. Tenían que darse prisa antes de que pudiese ponerles más trabas a su pequeña misión.

—¡Esperad! —exclamó Hilo, haciendo que todos se girasen a ver lo que estaba pasando—. Esta parte es extraña, no cuadra con el resto de la narración: "Las puertas del infierno se abrirán cuando las desavenencias comiencen a flotar"

—Maldito sea... —murmuró Helena.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Hilo, viendo que todos le miraban con diferentes expresiones en el rostro.

Menos él, todos lo tenían claro. Hades quería poner a prueba a los héroes en un terreno en el que no se sentían nada cómodos. Podían luchar contra mil Hidras, rescatar a damas en apuros o destruir ciudades enteras, pero les era bastante complicado hablar de sus sentimientos más profundos.

—Quiere decir —comenzó a explicar Agria con paciencia— que tenemos que decirnos si tenemos algún problema entre nosotros para poder continuar.

—Bien, empiezo yo, muchachos. No me gusta que me deis golpes constantemente, me vais a dejar más p'allá de lo que estoy. Ni que nunca tengáis en cuenta mi trabajo. ¡Ah! Y tampoco que me miréis con desprecio. ¿No podéis dejarme ser feliz?

Orfeo, tras estas palabras, levantó los brazos y se alejó de sus compañeros. A pesar de que él creía que sus palabras habían causado mella en ellos, fueron acogidas con indiferencia.

—Además de que estar rodeada de seres humanos, héroes o no, me produce una sensación bastante incómoda, me pone muy nerviosa pensar que la misión puede salir mal si no arregláis lo que sea que pase entre vosotros.

Agria señaló a los otros dos mientras se apoyaba en la pared y permanecía en silencio, esperando. Tanto ella como Orfeo miraban a sus compañeros, dándoles el tiempo necesario para arrancar con su confesión y pudiesen continuar con su camino.

—Pues, si tenemos que decir toda la verdad —comenzó a decir Hilo mientras miraba a Helena—, me frustra que nunca aceptes mis disculpas. No sé qué más tengo que hacer para que me perdones. Puede que nunca volvamos a tener la misma relación, pero no es justo que todo lo que hemos vivido durante estos años acabe de esta manera. Tenemos toda la eternidad por delante, Helena. ¿Quieres seguir albergando rencor?

La heroína apretó los puños, mientras todos los demás esperaban su respuesta. Le costaba demasiado hablar de este tema delante de tanta gente e incluso le era difícil hacerlo a solas con Hilo sin reprimir la necesidad de cortarle la cabeza a cada momento.

—Os odio a todos —dijo, encogiéndose de hombros, sin responder a la pregunta de su antiguo amante.

¡Chocho! —gritó Orfeo retrocediendo al ver la mirada de odio de Helena— Perdón, ha sido la costumbre. Pero, Helena, tienes que sacar lo que lleves dentro para que podamos continuar.

—De acuerdo. —Cogió aire, preparándose para hablar—. No te perdono, Hilo, ni lo haré jamás. Por un simple motivo, me destrozaste. Sí, nunca volveré a ser la misma. Lo hiciste en cuerpo —Señaló su pierna— y en alma. Lo único que puedo hacer es coexistir contigo hasta que acabe esta misión sin matarte, qué es lo que más me apetece hacer a cada segundo. Ojalá no tenga que volver a verte nunca más. Y, ya que estamos, a ninguno de vosotros.

Todos se quedaron en silencio, haciendo que la cavernosa gruta pareciese más vacía aún. Miles de pensamientos rondaban la cabeza de nuestros héroes, pero Orfeo era el único que no parecía triste o preocupado por las palabras de Helena. Estaba acostumbrado a que las personas de su alrededor sufriesen estos estallidos emocionales, la mayoría provocados por él, y no le resultaba extraño. Se acercó al portón, esperando que algo le indicase que se estaba abriendo, pero no fue así.

—Algo estamos haciendo mal —dijo, pensativo—. ¿Estáis seguro de que habéis dicho todos la verdad?

Hilo y Agria asintieron, mientras Helena permanecía callada. La hechicera se acercó y giró el desvencijado pomo, haciendo que la puerta comenzase a chirriar al abrirse. Mientras atravesaban el umbral, Helena se quedó rezagada y se fijó en la frase que había encontrado Hilo y les había hecho superar la prueba. Pero lo que encontró debajo le hizo enrojecer de furia.

"Las puertas del infierno se abrirán cuando las desavenencias comiencen a flotar...

o, también, podéis girar el pomo y empujar"

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