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(41) ╋ Noche Trágica ╋

41

LEIGH

Oscuridad.

Al despertar y abrir los ojos no vi absolutamente nada, sin importar cuanto parpadeara, la oscuridad seguía frente a mí. Me tomó unos segundos sentir la venda sobre mis ojos. De inmediato, intenté levantar mis manos y no pude, sentí las ataduras en mis manos y mis pies. Mi pecho subió y bajó con rapidez mientras se aceleraba mi respiración, el pánico se asentó dentro de mi, y tensó todos mis músculos.

Mi mente entró en un bucle de recuerdos sobre lo último que recordaba: Imágenes de la congregación de la iglesia, de esos enmascarados entrando y disparando, los gritos de los Philips, la desesperación y dolor en la cara de Carter cuando su padre cayó al suelo. Ya estaba comenzando a hiperventilar, soplé una y otra vez, intentando calmarme porque ya me estaba mareando.

Pero no solo era eso y el hecho de que estaba secuestrada lo que me tenía al borde del colapso, era algo mucho peor.

Esta no era la primera vez.

No era la primera vez que me pasaba algo así.

Ese recuerdo que había reprimido con tanta fuerza comenzó a quebrantarse, a emerger a la superficie porque la sensación de ataduras y una venda sobre mis ojos era la misma a aquella noche. Lagrimas de miedo llenaron mis ojos, el deja vú dejándome sin aliento. No quería recordar, no podía hacerlo pero mi cerebro traumado no tuvo otra opción que recordar al ser expuesto a una situación similar.

Las vendas eran mucho más apretadas aquella noche y mi boca también estaba cubierta. Murmullos de confusión era todo lo que me rodeaba, lo último que recordaba era estar de compras con mamá y luego una van había aparecido de la nada en nuestro camino y unos enmascarados nos habían agarrado y lanzado dentro sin importar cuánto luchamos, luego oscuridad hasta que desperté. 

Mamá...

—¡Leigh!— la voz de mamá me hizo tensarse e intentar sentarme. No tenía ni idea de donde estaba, solo sentía la tierra helada debajo de mi, el frío en el aire, y ese olor a naturaleza que rodeaba el bosque, —¡Hija! ¿Estás bien? ¡Leigh!

Me incliné hacia delante, y llevé mi rostro a mis atadas manos para arrancarme la venda de los ojos y la de la boca. La luz de día me obligó a entrecerrar los ojos por un momento mientras me acostumbrada. Parpadeé y vi el rostro preocupado de mamá a unos metros de mí, ella también estaba atada, su lindo vestido rosa pálido ya se había ensuciado de tierra, mechones de cabello negro habían escapado de sus trenzas y decoraban su rostro.

—Mamá...

El miedo y el pánico de toda esta situación me pasó factura y rompí en llanto. Mamá se preocupó aún más.

—Leigh, hija, está bien, estamos bien, por favor no llores— sus ojos derrochaban inquietud, —¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Leigh?

—Estoy bien,— murmuré entre sollozos, —estoy bien, ¿tú estás bien?

Ella asintió.

—¿Te han hecho algo?

—No lo sé, no recuerdo nada.

—Está bien, hija, vamos a estar bien.

—¿Dónde estamos?— eché un vistazo a nuestro alrededor pero solo vi arboles sin fin.

—No lo se, podrían ser las montañas al norte del pueblo u otro lugar, no sé cuanto tiempo hemos estado inconscientes.

—¿Mamá?

Ella pareció ver la pregunta en mi rostro.

—No lo sé, hija, no sé quien ha sido o porque estamos aquí, quizás tu padre...— ella no terminó.

—Papá nos salvará, estoy segura, mamá— soné más confiada de lo que me sentía.

Mamá me sonrió, las arrugas en su rostro se hicieron más evidentes. Ella estaba tratando de mantener la calma, la conocía pero sabía que estaba tan asustada como yo. Revisé nuestros alrededores y me sorprendió ver una navaja a unos pasos de mi, como si la hubieran dejado ahí para que pudiéramos soltarnos.

—Mamá, mira— señalé la navaja antes de comenzar a arrastrarme hacia ella.

Después de soltarme con la ayuda de la navaja y hacer lo mismo con mamá, nos pusimos de pie y sentí un poco de alivio al no ver a ninguno de esos enmascarados por ahí. Quizás solo habían querido darnos un susto, presionar a papá, y nos habían dejado aquí para que encontráramos nuestro camino a casa solas.

Sin embargo, mi optimismo se iba desvaneciendo con el pasar de cada hora, con la llegada de la sed y del hambre. Caminamos por horas y seguíamos viendo arboles y más arboles, nada más. La noche cayó sobre nosotras y nos detuvimos en un claro al lado de una roca, el frío de invierno se volvió insoportable sin la luz del sol. Mamá y yo nos abrazamos para intentar mantenernos calientes, nuestras respiraciones eran visibles al dejar nuestros labios morados por el frío.

Estábamos temblando y no tenía ni idea de como podríamos dormir así pero esa no era mi mayor preocupación, sino mamá. Ella había sido diagnosticada con diabetes tipo 1 cuando era una niña, toda su vida había sido dependiente de la insulina y yo sabía los riesgos que ella corría al no comer ni beber nada, ni aplicarse su inyección de insulina por un periodo de tiempo prolongado. Tomé su mano entre la mía.

—¿Cómo te sientes?

—Estoy bien— ella acarició mi rostro, y me guió para que descansara mi cabeza de lado en su hombro, —Descansa, necesitaremos la energía mañana.

Pero ambas sabíamos que con este frío era casi imposible dormir así que inicié una conversación para distraernos.

—Mamá, ¿qué es lo que hace papá?

Yo sabía que aparte de su trabajo de abogado en la ciudad, papá hacía muchas cosas más, aunque en casa no se hablaba de eso, mamá y yo lo sabíamos.

—¿Qué bien te haría saberlo, Leigh?

—No lo sé, solo estoy tratando de entender porque nos secuestrarían para dejarnos en medio de la nada, ¿quién haría algo así? Tiene que ser alguien que odie mucho a papá.

—Aún no sabemos si esto tiene que ver con tu padre, Leigh.

—¿Quién más nos haría algo así?

—Deja de pensar tanto, es— mamá tosió un par de veces y yo me enderecé para darle unos golpecitos en la espalda.

—¿Estás bien?

—Solo es el frío, vamos, a dormir— volví a recostar mi cabeza sobre su hombro, —¿y si te cuento tu historia favorita?

—Ya no soy una niña, mamá.

—Oh, bueno.

Los ruidos nocturnos del bosque se volvían cada vez más aterradores así que cambié de opinión, y bajé para descansar mi cabeza sobre su regazo.

—Bien, quiero escucharla.

Mamá se aclaró la garganta y comenzó a acariciar mi cabello.

—En una de las más preciosas cascadas al sur de los ríos de Wilson, cuando solo existían dos estaciones climáticas, existía una joven llamada Iris cuyo cabello blanco resplandecía en la luz del sol. Iris era de clima caluroso, representación del verano, ella se encerraba en su hogar cuando llegaba el invierno porque no podía soportarlo. Sin embargo, un día, un toque a su puerta en pleno invierno la tomó desprevenida y su sorpresa fue inmensa al ver un joven frente a ella, de cabello azul y ojos del mismo color. El joven estaba sin camisa, partes de su pecho cristalizado brillaban bajo la luz de las velas dentro de la casa de Iris. Él era la representación del invierno en un cuerpo y aunque era hermoso, Iris le repudió de inmediato porque ella odiaba todo lo que él representaba. Él no se rindió, la visitaba todos los días a pesar de que ella le cerraba la puerta en la cara una y otra vez, él traía un regalo diferente de su invierno cada vez: frutas exóticas, flores, mascotas e incluso trucos de magia. Nada funcionó, los meses de invierno terminaron y con ellos desapareció el joven. Ya en verano, Iris salía a disfrutar del calor pero cuando volvía a casa por las noches, se encontró extrañando ese toque gentil en su puerta, esa presencia fría que le sonreía en el portal cada vez y le ofrecía algo en sus manos. Por primera vez en años, Iris sentía curiosidad porque llegara el invierno, ¿volvería el joven? ¿qué traería esta vez? Así que cuando llegó el frío, Iris esperó al lado de la puerta por varios días seguidos, pero el joven no volvió.

Suspiré, imaginándolo todo y mamá continuó.

—Después de días, Iris tomó la decisión de ir por él pero no sabía de donde había venido así que solo le quedo seguir las corrientes de frío hasta que llegó a las montañas del norte de Wilson, el aire helado le quemaba la piel ya que ella era el verano pero no se detuvo hasta llegar a una cueva en las montañas con cristales azules a los lados que le recordaban el color del cabello del chico. Nerviosa, levantó su mano y tocó los cristales con la misma gentileza que él había tocado su puerta el invierno pasado. El joven emergió de la oscuridad, cargando un montón de objetos variados, y se sorprendió al verla porque él iba saliendo a visitarla. Charlaron mucho esa noche, pero Iris no podía soportar frío mucho tiempo así que no podían estar juntos por mucho y el joven al ver como le hacia daño el frío decidió pedirle que no volviera a él. Iris no se rindió, debían encontrar una solución, ella que era verano, él que era invierno, se unieron en un beso gentil que calentó un poco la frialdad de él y refrescó el calor de ella, encontrando un punto medio entre las dos estaciones de verano e invierno. Y así fue como nació el otoño y la primavera, las dos estaciones que son ese punto medio entre frío y calor, solo porque un joven helado fue persistente y una chica cálida encontró la solución. Fin.

Suspiré profundamente porque amaba esa historia aunque me la sabía de pies a cabeza.

—¿Por qué crees que el joven frío decidió ir por ella al principio, mamá?

Mamá siguió acariciando mi cabello.

—No lo sé, quizás los seres humanos venimos a este mundo como piezas de rompecabezas, y siempre habrán momentos en los que necesitaremos de otras personas para completarnos. Quizás, él la necesitaba.

Esa noche no dormimos mucho, cuando no nos despertaba el frío, nos despertaba el hambre pero sobretodo la sed. Nunca había valorado el agua y lo mal que uno podía llegar a sentirse cuando no bebías ni una gota por mucho tiempo.

Cuando por fin salió el sol, mamá estaba muy pálida y la realidad de la situación pesó aún más sobre mis hombros. Teníamos que salir de aquí, teníamos que sobrevivir, traté de mantener la calma por mamá. No ayudaría en nada que me pusiera a llorar en ese momento.

Un día después encontramos un arrollo y bebimos de el desesperadas. El no comer nada por casi dos días comenzaba a pasar factura, estábamos débiles y mamá se había mareado varias veces.

Al quinto día, mamá ya no se podía mover, se mareaba cuando se levantaba y su pulso era tan bajo que me había dado unos cuantos sustos. Ella necesita comer, necesitaba su insulina. El miedo y la desesperación comenzaron a carcomerme, mamá tenía que estar bien, por primera vez, el pensamiento de que íbamos a morir en ese lugar recobró fuerza en mi mente.

Y había comprendido que no nos habían dejado ahí porque solo era un susto, sino porque no planeaban que sobreviviéramos.  

La noche del quinto día todo empeoró, vi en pánico como copos de nieves comenzaban a caer del cielo, la primera nevada de invierno y nosotros no teníamos como protegernos del frío, ni fuerzas para buscar un lugar donde meternos.

Temblando, me quité mi abrigo para envolverlo alrededor de mamá.

—¿Qué haces? ¡No, Leigh!— ella me reprochó pero no tenía fuerza para obligarme a tomarlo de nuevo.

Ambas estábamos pálidas, nuestros labios quebrados y rotos, las ojeras bajo nuestros ojos bien marcadas. La respiración de mamá era lenta y elaborada, me senté frente a ella y acaricié su rostro.

—Mamá...

Ella se esforzó por sonreír y eso me estrujo el pecho, y no pude contener las lagrimas que llenaron mis ojos.

—Vamos a salir de aquí, mamá.

—¿Te acuerdas de esa muñeca horrorosa que tenías de pequeña?

—¿Lindy?

—Ah, esa— la nostalgia en su voz era obvia, ella pausaba para respirar como si se cansara de solo hablar, —no se la comió el perro de la antigua vecina, yo la boté, lo siento.

Eso me hizo reír un poco, gruesas lagrimas rodando por mis mejillas.

—Eso fue cruel, mamá.

—No, esa muñeca estaba llena de gérmenes, tú no me dejabas lavarla, siempre has sido tan testaruda, Leigh.

Lamí mis labios, probando lagrimas saladas.

—Y tú siempre has sido fuerte, no te rindas ahora, mamá, ¿si?

—Deberías seguir sin mi, Leigh, yo no puedo moverme, tú—

—No.

—Leigh.

—No voy a dejarte sola. 

—Hija,— su voz se quebró un poco y a mi se me partió el corazón aún más, —tenemos que ser realistas, yo no estoy bien y no sé cuanto tiempo más—

—Mamá, no.

—Leigh.

—No, vamos a salir de esto juntas.

Sus rostro se estrechó, lagrimas formandose en sus ojos y cuando pensé que las migajas de mi corazón no se podían romper más, lo hicieron al verla llorar.

—Lo siento, hija,— su voz era un susurro, su mano tomó mi mejilla, —no he podido ser fuerte hasta el final, ¿eh?

—Mamá...

—Me siento muy mal, Leigh— admitió, y la impotencia de verla debilitarse hasta llegar a este punto y no poder hacer nada, me quemaba por dentro, —te quiero mucho, preciosa.

La abracé con todas las pequeñas fuerzas que me quedaban, repitiéndole lo mucho que la quería.

Esa noche mamá se durmió y no despertó, aún respiraba con debilidad pero era como si hubiera caído en un sueño profundo. Sabía lo que le pasaba, era una de las cosas que más temíamos en casa de su condición: un coma diabético. Era mortal y yo en medio de la nada no tenía mucho que hacer.

Después de ir a los alrededor sin perderla de vista y gritar por ayuda, volví a ella y solo pude sentarme a verla morir lentamente frente a mí. Lloré, grité, le rogué que aguantara un poco más, que haría lo que fuera por ella porque ella era todo para mí pero solo pude observarla tomar su último aliento.

No podría explicar el dolor tan grande que sentí, como invadió cada parte de mi ser. Mamá era una mujer buena, una madre que me había dado la mejor infancia de mi vida y se había ido así frente a mi sin que yo pudiera hacer algo. La nieve comenzó cubrirlo todo.

A veces me sentía observada, a veces veía sombras al lado de los árboles pero desparecían tan pronto que tenía que ser mi imaginación. Sin embargo, esa noche, vi claramente a alguien encapuchado de pie en la oscuridad a unos cuantos arboles de distancia.

Intenté ponerme de pie para ir a él ya fuera a reclamarle si tenía algo que ver con esto o a pedir ayuda, pero mis piernas me fallaron y cuando volví a mirar ya no estaba. Así que me acosté al lado de mi madre y la abracé, llorando desconsoladamente.

En la madrugada, me desperté de golpe al escuchar ruidos a mi lado. Me senté dándome cuenta de que me había rodado mientras dormía y cuando me giré para ver donde estaba mamá, el horror me hizo soltar un chillido. Perros o lobos, no tenía ni idea, estaban mordisqueando el cuello de mamá, sangre estampando su lindo vestido rosa pálido.

—¡No!— tomé un palo como pude, los espanté. Me acerqué a mamá y con manos temblorosas, traté de volver a poner la piel donde estaba, las heridas en el cuello eran tan profundas que podía ver su traquea expuesta. Me llené de sangre pero no me importó, cubrí su cuello con un pedazo de tela de la parte de abajo de mi vestido blanco que ahora tenía manchas de sangre por todos lados.

A la siguiente noche, volvieron más animales y no pude espantarlos a todos, incluso uno me mordió el brazo y debió perforar algún nervio porque no podía sentir los dedos de esa mano.

Por segunda vez, solo pude observar, como animales salvajes se alimentaban de mi madre. No sabía si era la falta de comida, pero mi mente ya no funcionaba bien, se mezclaba la realidad con recuerdos y me encontraba hablando sola, o a veces hablaba con mi madre. A veces podía verla ahí, bien, donde ahora estaba su cadaver despedazado.

Entraba y salía de la inconsciencia, otra nevada cayó y ni me esforcé por cubrirme. Permanecí ahí acostada, como si ya esperara mi muerte.  

Cálido...

Algo cálido me cargaba, me esforcé por abrir los ojos pero no podía, estaban tan pesados, yo estaba tan débil. Algo cálido se presionó contra mi frente, como un beso de mamá. Murmuré por mamá, mis palabras no tenía sentido al dejar mi boca pero lo tenían dentro de mi cabeza. 

Esos días me habían marcado, en esos grandes bosques, mi madre, Laura Fleming murió.

Su lugar luego fue reemplazado por su hermana Lilia Fleming porque se parecían mucho y yo necesitaba una figura maternal. Y era mucho más llevadero para mi fingir que mi madre aún vivía. Papá y Lilia estuvieron de acuerdo porque ellos harían cualquier cosa por mí.

Al volver a la realidad, me desesperé por quitarme todo y al no poder, lloré y grité. Pasos apresurados se acercaron a mí, y ni siquiera me alteré al ver a Heist cuando me arrancó la venda de los ojos.

—¿Leigh?

La preocupación en su expresión no me importaba, el dolor me asfixiaba, me sofocaba, me arrebataba toda razón y pensamiento. Sollozos desesperados dejaban mis labios mientras trataba de calmarme. Heist tomó mi rostro con ambas manos.

—Ey, ey, Leigh.

—¡Haz que pare! ¡Por favor! ¡Désatame! ¡Por favor! Estas ataduras son...— tan iguales a las de aquella vez, —por favor, Heist.

Él no dudó en sacar una navaja de su bolsillo.

"Mamá, mira," recordé arrastrarme para buscar una de esas y desatarnos.

Heist cortó mis ataduras y me agarré del frente de su camisa para enterrar mi cara en su pecho, olía como siempre, limpio y a colonia costosa. Necesitaba normalidad, algo del presente, necesitaba volver al ahora, mi mente se había estacando en ese recuerdo del pasado y no podía manejarlo.

—Leigh...

—Por favor, abrázame, solo... abrázame, por favor.

Él lo hizo, me apretó contra él con gentileza pero a la vez con esa firmeza y seguridad de que me mantendría a salvo. Que ironía.

Heist era el causante del problema, del regreso tan vivido de ese recuerdo, pero también era mi ancla en ese momento al presente, a la realidad, lo que lo convertía en la solución. Pero ese era Heist Stein, el chico que creaba problemas para poder solucionarlos y obtener lo que quería.

Y quizás, mamá tenía razón aquella noche, habrían momentos en la vida en los que necesitaríamos a alguien, una persona que pudiera entender, que pudiera sostenernos por un segundo sin hacer preguntas porque no tendríamos las respuestas. Quizás, todos habíamos sido ese chico frío invierno de mi historia favorita por lo menos una vez en la vida porque todo extremo llegaba a ser poco llevadero y solitario, quizás, habíamos dejado nuestra zona segura para ir en busca de calidez, exponiéndonos, siendo vulnerables como él lo hizo, y nos cerraron la puerta en la cara muchas veces pero finalmente, llegaría una Iris a nuestras vidas, esa fuente de calidez y podía llegar a ser la persona que menos esperabas.

Enterré mi rostro aún más en el pecho de Heist, porque a veces con la persona que menos esperabas, podías crear tu propia estación climática, que tal vez estaba lejos de la perfección pero era estable y cálida.






Nota de la autora: T_T R.I.P Laura Fleming #SeLeQuiso Este capítulo fue agotador emocionalmente porque aunque yo sabía lo que pasaría, es otra cosa verlo escrito y sentir cada parte de el. Ya entendemos un poco más porque nuestra Leigh está tan... ¿inestable?

Otra cosa que me gustó mucho fue la historia del chico invierno y de la chica verano, es una historia corta muy básica que escribí para este capítulo pero terminó gustándome mucho, espero que a ustedes también.

#SeLesQuiso

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