(18) ╋ Juegos Retorcidos ╋
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DESCONOCIDO
Asesinar ya no era suficiente.
Al principio, la emoción y la adrenalina por terminar una vida eran suficiente para mi, me llenaba, me excitaba, me daba ese golpe de energía que necesitaba pero llego un punto donde hasta eso me aburrió. Todos suplicaban, morían y sangraban de la misma forma, sus expresiones de miedo tan parecidas que ya no sentía nada al causarlas.
Necesitaba algo más.
Y por un momento pensé que mis días sangrientos llegarían a su fin, que ya nada me llenaría, que viviría mi vida vacía sin adrenalina hasta que me di cuenta de que me entretenía mucho más la tortura, jugar con mis víctimas, incrustarme en su mentes como un puto parasito que destruye todo a su paso.
Ese proceso lento, doloroso era tan entretenido que dudaba que algún día me aburriera.
Esa era mi fuente eterna de adrenalina: su sufrimiento, verlos quebrarse frente a mi hasta que solo quedaba lo más frágil, lo más puro de sus seres. Aunque la muerte seguía siendo mi compañera, eran los momentos que llevaban a ella lo que me motivaba a seguir siendo lo que era: Un auto-proclamado ángel de la muerte. Era superior a ellos después de todo.
Exhalé el humo de mi cigarro lentamente, estaba sentado en una silla, inclinado hacia atrás, mis ojos sobre el techo. Ahogándome en el recuerdo satisfactorio de hace unos días.
Jessie.
Una sonrisa victoriosa se desplegó en mis labios al recordar su mirada desde allá arriba, desde la altura del techo de la preparatoria. Por un segundo, ella había dudado, había considerado no hacerlo, pero le bastó con encontrarme en la multitud para asegurarse de saltar. Tenía que saltar.
Estar ahí de pie en medio de la gente, en plena luz del día, expuesto, fue alucinante, increíble, de solo recordarlo me daban escalofríos de emoción. Y que ella no pudiera decir nada, que yo estuviera controlándola como una estúpida marioneta humana había sido lo mejor que había hecho hasta ese momento. Me había superado a mi mismo esta vez. Tanto lo había disfrutado que ese golpe de emoción me había durado un par de semanas, me había quedado tranquilo pero había sido suficiente.
Quiero más.
Pronto tendré más.
Porque mi próxima víctima no estaba lejos de caer en mis garras, mi próximo juego estaba por comenzar, otra mente que romper, otra chica que quebrantar. Otro juguete para entretenerme hasta que llegue el momento de tener a mi atracción principal, hasta que llegue el momento de tenerla a ella.
Exhalé el humo del cigarro nuevamente, viéndolo esparcirse y desvanecerse encima de mi. Al terminarlo, lo apagué en el cenicero y me puse de pie, caminé al mural que estaba mi derecha, estaba lleno de fotos de ella, no de mi próxima víctima, sino de la única persona que quería a mi lado para siempre: La escogida para mi, la meta final de mis juegos.
Todas las fotos las había tomado sin que ella se diera cuenta, se veía perfecta, pura, y tan hermosa en cada una de ellas. Ella necesitaba permanecer a mi lado para siempre, era la única forma en la que podía salvarla, alejarla de todo mal y suciedad de este mundo. Yo era su salvador, sonreí, pasando mi dedo por el contorno de su rostro en la fotografia, yo sería su Dios.
Ella no lo sabía pero necesitaba ser salvada. Y yo era el único que podía hacerlo y para eso necesitaba más información de ella, mucha más.
Y mi próxima víctima serviría para eso y para entretenerme también en mi aburrimiento, tendría doble uso, me encantaba cuando las cosas eran tan productivas. Una simple chica me serviría de mucho y vaya que era simple, nada comparada con ella.
Ella era el premio principal, el trofeo anhelado.
En los pasados días, me había dado cuenta de que para obtenerla, tendría que lidiar con ellos, esos que la rodeaban como moscas hambrientas, ¿Por qué ella atraía chicos como esos? Supuse que yo no era el único enganchado a su pureza, a su potencial. Ella tenía el potencial de ser la perfección, la obsesión de muchos pero ella era mía.
Mi celular vibró en el bolsillo de mis pantalones y lo saqué para responder la llamada, mis ojos sobre las fotos.
—¿Qué quieres?
Silencio.
—No lo hagas.
Eso me hizo bufar.
—¿Quién eres para darme ordenes?
—Es muy peligroso,— ella dijo mi nombre en un susurro, —lo de Jessie está muy reciente.
—Estás mintiendo.
—¿Qué?
—No estás preocupada por mi,— hablé honestamente, —y no deberías usar el teléfono para decirme cosas como esa, ¿eres idiota?
Ella colgó.
Guardé mi celular para tomar mi chaqueta y salir del lugar. El aire fresco y nocturno de otoño movía las hojas café y naranjas sobre el suelo, los arboles ya exponiendo su desnudez, el invierno se acercaba. Metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta, caminando calle abajo hasta el lugar detrás de unos arboles donde había estacionado mi auto, entré al mismo y lo encendí, manejando hacia el centro del pueblo de Wilson.
Revisé mi reloj: 8:55 pm. Ya casi era hora.
Era la hora de que mi próxima víctima terminara su turno en el restaurant del pueblo. Estacioné mi auto frente al mismo y la observé a través de las ventanas transparentes, sirviendo mesas y sonriéndole a los clientes antes de desaparecer de mi vista. Sabía que seguro había ido a cambiarse porque ya era hora de irse a casa. Esperé, la paciencia era una de mis cualidades.
Ella salió del restaurant con su mochila y caminó hacia su bicicleta a un lado del estacionamiento, sacándola del lugar antes de subirse y pedalear calle arriba en el sentido contrario a donde estaba mi auto.
Encendí mi auto y la seguí con las luces encendidas hasta que la alcancé, estando a un lado de ella en la calle, toqué mi bocina y ella brincó del susto, mirándome. Sus pequeñas cejas arrugándose al verme.
—¿Necesitas un aventón?
Ella meneó la cabeza.
—Estoy bien.
—¿Segura?
Ella siguió pedaleando, adelántadose, así que tuve que acelerar para quedar a su lado de nuevo.
—Oye,— suavicé el tono de mi voz, —solo estoy siendo amable.
—Lo se, pero no necesito un aventón, mi casa está al bajar la colina.
Había olvidado lo tímida que ella era. Eso era algo que había notado al observarla. Jamás se metería a un auto con un chico.
—¿Puedo acompañarte así entonces? Es tarde y me sentiré mal si te dejo ir sola.— le dije, manejando a su lado, la luz de mi auto iluminando la calle oscura para ella.
—Estaré bien.— me dijo sin mirarme, eso me hizo sonreír, ah, las tímidas eran tan divertidas.
La acompañé hasta que llegó al frente de su casa y se bajó de su bicicleta, ella se quedó ahí parada sin saber que decir, sus manos nerviosas sobre su bicicleta, no estaba acostumbrada a la atención del sexo opuesto. Ella no era particularmente atractiva y su timidez no ayudaba con ese hecho, a mi me parecía adorable y una presa fácil para mi.
—Eh, bueno,— ella dudó al hablar, —gracias por acompañarme aunque no era necesario.
—De nada.— fingí mi mejor sonrisa, y ella apartó la mirada, —¿puedo acompañarte así todas las noches cuando salgas del trabajo?
—No, no, no es necesario.
—Siempre estoy por aquí a esas horas así que no es problema.
Ella sacudió su cabeza.
—No, de verdad, estoy bien. Debes tener cosas más importantes que hacer.— sus ojos evitaban los míos a toda costa. Ah, las tímidas llevaban mucho trabajo pero yo contaba con tiempo, de hecho, lo necesitaba para que la gente se olvidara de la chica que saltó del techo de la preparatoria.
Qué buen recuerdo.
—No realmente, no hay mucho que hacer en Wilson y creo que lo sabes.— me encogí de hombros, —esto me daría algo que hacer todos los días, ayuda a una persona aburrida, ¿si?— usé mi mejor sonrisa y ella me la devolvió con disimulo.
—Está bien, pero si un día no quieres, o estás ocupado, por favor, no te preocupes por mi. No quiero incomodarte.
—Es un placer acompañarte. Bueno, ¿nos vemos mañana?— ella asintió y se despidió con la mano antes de darse la vuelta y caminar a su casa.
Mi sonrisa se desvaneció apenas se fue y arranqué mi auto con rapidez. Ya el juego había comenzado.
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No me sorprendió encontrar a mi hermana esperándome en mi habitación cuando llegué a casa. Ella estaba sentada en mi cama, con sus piernas cruzadas y sus manos sobre la cama a sus costados. La ignoré con la esperanza de que eso la hiciera dejarme en paz.
—Has comenzado, ¿no es así?— me preguntó mientras me quitaba la chaqueta y la ponía en el guindadero de la puerta de mi closet.
—Te he dicho que me dejes en paz.
—Y yo te he dicho que te estás volviendo descuidado.
—Para.— le dije, quitándome la camisa por encima de la cabeza, —deja de meterte en mis asuntos.
—¿Qué es lo que te ha desestabilizado de esta forma? Nunca has sido tan descuidado.
—No estoy siendo descuidado.— me giré para enfrentarla, sus ojos bajaron a mi pecho desnudo a mis abdominales y meneé la cabeza, —Para.
—No estoy diciendo que debas parar pero que te tomes un tiempo, deja que las cosas se calmen.
—Me estoy tomando mi tiempo, acabo de empezar mi juego, me toma tiempo quebrantarlas y lo sabes.
—No quiero que sea ella.
Bufé, riendo con sarcasmo, ¿quién se creía ella para decidir? ella habló de nuevo, poniéndose de pie.
—Puedes escoger a otra víctima, no tiene que ser ella.
—¿Por qué no?
Ella dudó.
Di un largo paso hacia ella, y sorprendentemente ella retrocedió, había algo que no me estaba diciendo. Dije su nombre con lentitud y ella apartó la mirada.
—¿Qué pasa?— indagué su rostro, buscando la razón, lo que estaba escondiendo con tanto cuidado.
—Me gusta.
—¿Qué?— eso me hizo arrugar mis cejas.
—Ella me gusta.
Eso me hizo darme la vuelta y reír abiertamente. Esto iba a ser mucho más divertido de lo que pensé.
—¿Me estás jodiendo?— le pregunté al volver a mirarla pero ella aún evitaba mis ojos: estaba diciendo la verdad, de verdad le gustaba. Lo cual no me sorprendía, ella era bisexual pero que a ella le gustara la que yo había escogido como mi próxima víctima me parecía trágicamente gracioso.
—Por favor, hay muchas otras chicas en el pueblo, no tiene que ser ella.— me suplicó, y yo ladeé la cabeza.
—¿No has pensando que al decirme eso solo has logrado volverla aún más interesante para mi?
Sus ojos encontraron los míos y la rabia brillando en ellos ensanchó mi sonrisa.
—¿Quieres que te ruegue?— puso sus manos en su cintura, molesta.
Me rasqué un lado de mi frente como si pensara.
—No lo sé, hermanita.— la molesté aún más, ella se tensó.
—Ambos sabemos que no tiene que ser ella. Nunca te he pedido nada.
—Por divertido que sea esto, no te entrometas en mis planes, ya lo he decidido así y no tengo que cambiar nada por ti.
—Lo intenté por las buenas,— su rabia se intensificó, caminó hacia la puerta pasándome por un lado, —supongo que me tocará abrir mi boca y contar algunas cosas.
De golpe, la seguí, la agarré del pelo y la estampé contra la puerta, ella gimió de dolor, su rostro contra la madera, ella de espaldas a mi. Me incliné para hablarle al oído.
—Que sea la última vez que me amenazas.
—Suéltame.— ella habló entre dientes.
—Tu mejor que nadie sabes de lo que soy capaz. No me provoques.
—No te tengo miedo.— apreté mi agarré en su pelo, presionando su cara aún más contra la madera.
—Que no me tengas miedo no quiere decir que no pueda acabar contigo.
Ella no dijo nada así que continué.
—Además, las palabras no funcionan conmigo. Tú sabes como puedes convencerme, ¿o no?
Mi mano libre bajó a la orilla de su falda, escabulléndose dentro de la misma. Ella se mantuvo en silencio mientras la tocaba. Di un paso atrás liberandola porque sabía que ella haría lo que fuera por esa simple chica que le gustaba. Ella se giró, arreglando su cabello, dándome una mirada asesina y se arrodilló frente a mi, sus manos viajando a mi cinturón para desabrocharlo y luego los botones de mis pantalones.
—Muéstrame que tanto te gusta esa chica, hermanita.
Me preparé para disfrutar el momento, supuse que podía escoger otra chica, las cosas que hacia por mi hermana, que nadie nunca dijera que yo no ponía a mi familia primero.
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Nota de la autora: ¡Ewwww! Este desconocido está loco y enfermo. Las cosas se siguen poniendo feas, gente, ¡Qué Altisímo este con nosotros!
#SELESQUISO
Muakatela
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