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(10) ╋ Fría Crueldad ╋

╋10 ╋

- DESCONOCIDO -

Me gusta silbar cuando atormento a alguien.

El suave silbido resonaba por todo el pequeño sótano, llegaba a confundirse con los casi inaudibles sollozos de la persona que estaba encadenada a la pared, justo en el rincón. Sus ropas desgarradas en algunas partes, moretones viejos y algunos nuevos formándose, marcaban su pálida piel. Su cabello tan sucio, grasoso y pegado a su craneo que ya no se distinguía su color.

Aún así, lucía tan preciosa. Y eso me molestaba, sin importar lo que hiciera, cuanto manchara su alma, ella seguía luciendo hermosa.

Tomé una silla, la giré y me senté a horcajadas en la misma, apoyando mis brazos sobre su espaldar. Estaba justo a frente a ella, la observé por un buen rato. Sin embargo, ella se mantenía en silencio, que bueno que haya aprendido a quedarse callada.

—¿Me extrañaste?— pregunté con una sonrisa burlona danzando en mis labios.

Ella solo me dio una mirada de odio puro, logrando ensanchar mi sonrisa.

—Estás de mal humor hoy.

—Vete a la mierda.

Me reí un poco.

—Que grosera, Göttin.

Esperé que me dijera que ese no era su nombre, que su nombre era Jessie pero ella ya sabía que no le convenía llevarme la contraria o hacerme enojar. Ella me tenía fascinado, generalmente no me tomaba mucho tiempo quebrantar la voluntad de mis víctimas, hacer que me rogaran por sus vidas pero Jessie había superado mis expectativas. Era más fuerte de lo que pensé.

—¿Vas a rogar hoy, Göttin?

—¿Vas a matarme hoy, loco de mierda?— me encantaba cuando me hablaba con tanto desprecio.

—Suenas impaciente por morir.— me levanté, y ella se tensó aunque trató de disimularlo.

Caminé hasta arrodillarme frente a ella, sus ojos siguiendo cada uno de mis movimientos con precaución. Estiré mi mano hacia su rostro y ella no me detuvo, me dejó acariciar su mejilla a pesar de estarme asesinando de mil formas con su mirada.

—Eres tan hermosa.

—Y tú eres un jodido enfermo.

Tomé su mentón con fuerza, apretando lo suficientemente fuerte para que ella hiciera un mueca de dolor.

—No me provoques, Göttin.— la solté pero me quedé arrodillado frente a ella, —Además, debo recordarte que estás aquí por tu culpa, tú eras la que seguía viniendo a mi, abriendo tus piernas para mi cuando se me daba la gana.

—No sabía que eres un maldito psicópata en ese momento.

—¿Segura?— pasó mi dedo indice por el contorno de sus labios, —Creo que si lo sabías, sabías que yo era peligroso y aún así seguías volviendo a mi cada vez, ansiosa por desatar tus deseos más oscuros. Creo que en el fondo, anhelabas ser corrompida por mí.

Ella apartó su cara, mis dedos quedando en el aire sin contacto con su piel.

—Tenía una idea errónea de tí, es todo.

—Aún recuerdo todas esas noches, Göttin.— ella ya no me miraba, —Recuerdo la forma en la que gemías mi nombre, como rogabas por más, lo bien que—

—¡Calláte!— me gritó, volviendo a mirarme, furia en sus ojos, —No hables del peor error de mi vida.

Lagrimas rodaron por sus mejillas amoratadas.

—Eres un...

Mis labios se curvaron en una sonrisa sínica.

—¿Monstruo?— me pasé el dedo por el labio inferior, —Tengo curiosidad, ¿Qué se siente saber que gemiste el nombre de un monstruo una y otra vez?

Ella no dijo nada así que continué.

—¿Qué es lo que te duele más, Göttin? ¿Haberlo disfrutado? ¿Haberte involucrado con un hombre como yo? ¿O haberme entregado tu virginidad?

Ella mantuvo su silencio, apartando sus ojos de mí de nuevo. Me puse de pie, suspirando.

—Supongo que lo de la virginidad,— le di la espalda, —Tan sobrevalorada, ¿No crees?

—Van a buscarme, encontraran este lugar y todos sabrán la clase de monstruo que eres.

Eso me hizo reír.

—Subestimas mi inteligencia, nadie va a encontrarte, por lo menos no mientras aún respires.

Ella me miró de nuevo, tratando de mantener una expresión impasible pero yo podía ver a través de ella claramente. Podía leer cada gesto, cada mueca por minúscula que fuera en su rostro, en su lenguaje corporal: Está asustada.

—¿Te asusta morir, Göttin?

—No.

Meneé la cabeza.

—¿No te enseñaron a no decir mentiras de pequeña? Sabes que no me gustan las mentiras, ¿Debería castigarte?

—No, espera,— la agarré de un tobillo para jalarla hacia mí, ella soltó un chillido que se mezcló con el ruido de sus cadenas al moverla tan bruscamente. Debajo de mi, ya no se veía valiente, temblaba como una presa bajo las garras de su depredador.

—Por favor, no.

Pero ella no luchó en lo absoluto.

Ella volteó la cara para no mirarme, podía actuar toda digna lo que quisiera pero el hecho era que ella seguía sintiéndose atraída a mi a pesar de la situación. Jessie tenía un lado masoquista extremo que estaba seguro desconocía, lo descubrí al hacerlo con ella tantas veces, cada vez ella revelaba una parte retorcida de sus fetiches. Así que en el fondo, ella quería que la tomara de nuevo pero ella jamás lo admitiría. Bendita moralidad inútil que tienen algunos, me alegra estar por encima de eso.

Jessie tembló debajo de mi pero su respiración ya se había tornado irregular, sus pezones endureciéndose, visibles a través de la tela frágil que usaba. Ni siquiera la había tocado y sabía que ya estaba excitada.

Que divertido.

Le sonreí y me levanté, poniéndome de pie a su lado, ella se sentó, abrazándose a si misma.

—Tranquila, sabes bien que no tengo intenciones de follarte.— comenté, observando su reacción, la desilusión en su rostro fue tan obvia que no pude evitar soltar una risita.

—Te odio.

—No, de hecho, no puedes odiarme y eso hace que te odies a ti misma,— expliqué, —A pesar de que te he secuestrado, de que estás encadenada como un animal en mi sótano, no puedes odiarme, sigues fantaseando con que te folle de nuevo y te aborreces a ti misma por eso.

—Estás loco.

—Solo digo los hechos, Göttin, apuesto que esta fue una de tus fantasías, estar encadenada y que un hombre apuesto hiciera lo que quisiera contigo.

—Deja de decir cosas sin sentido, no te deseo y eso jamás cambiará. Van a encontrarme y todos sabrán la clase de psicópata que eres, incluyéndola a ella.

De golpe, me incliné sobre ella para agarrarla del cuello, levantarla y estamparla contra la pared. Ella gimió de dolor.

—No hables de ella con esa boca impura.

—¿Por qué?— ella habló tratando de respirar cuando apreté su cuello aún más, —No es como si de verdad la quisieras.

—¿Estás celosa, Göttin?

—Claro que no.— Su mirada se desplazó de un lugar a otro: Esta mintiendo.

—Los celos no te quedan bien,— solté su cuello y di un paso atrás, ella tosió un poco, —Creo que he subestimado mis habilidades en la cama, ¿Tanto lo disfrutaste?

—Solo déjame en paz.

Volví a mi silla, sentándome frente a ella y saqué un cigarro del paquete en mi bolsillo para encenderlo. Ella solo me observó acercar la llama de mi encendedor al mismo y darle una calada, inhalando para luego soplar el humo hacia un lado.

—Aunque estés de mal humor, aún necesito información, Göttin, aún necesito que me des información sobre ella.

—¿Para qué? ¿Para que puedas envolverla en uno de tus juegos enfermizos? ¿Por qué estás tan obsesionado con ella? No tiene nada de especial.

Sacudí la cabeza.

—Te he dicho que los celos no te quedan bien.

Ella bufó.

—Estás muy jodido si crees que estoy celosa.

Puse el cigarrillo entre mis dientes para meter mi mano dentro de mis jeans y sacar su teléfono. Sin decir una palabra, giré la pantalla encendida hacia ella.

—Por fin se ha cargado por completo, ¿lista para darme la contraseña?

—No hay nada ahí que te interese.

Le di una falsa sonrisa.

—Eso lo decido yo.

Ella no dijo nada y apretó sus labios incomoda.

—¿Qué pasa, Göttin? ¿Tienes miedo de alguna otra perversión tuya que pueda descubrir?

Ella murmuró mi nombre como eso me hiciera sentir algún tipo de remordimiento o lastima por ella.

—Contraseña ahora.

—Ya te la he dicho.

Arrugué mis cejas en confusión pero lo comprendí:

—¿Mi nombre es tu contraseña?

Ella no me miraba en lo absoluto.

—Guao, ¿tan obsesionada estabas conmigo?— sonreí mientras escribía mi nombre y el teléfono se desbloqueó delante de mis ojos, —estoy halagado.

Indagué sus mensajes, sus llamadas, sus redes sociales, todo lo que pude mientras ella esperaba en silencio como la chica buena que había entrenado.

No había nada interesante hasta que vi los mensajes con su querida mejor amiga Natalia, esos si que tenían un montón de información relevante para mi. Entrecerré mis ojos cuando encontré mensajes con un chico que ella llamaba su señor, su dueño, ¿qué clase de juego sexual era ese? La molestia me hizo devolver el teléfono a mi bolsillo y tirar el cigarrillo a un lado.

—¿Tu dueño, eh?

Ella se tensó cuando lo dije y se abrazó a si misma como si supiera lo que venia.

—Solo eran juegos.

—Juegos donde le decías que le pertenecías, que te venias pensando en él, incluso en noches que estabas conmigo.— solté una risa falsa, —he subestimado lo jodida que estás.

—¿Lo jodida que estoy? ¿Te has visto en un espejo, loco de mierda?

Ah, desearía que ella no me hubiera provocado, ya estaba lo suficientemente molesto como para que ella me insultara. Me acerqué a ella en dos pasos largos y ella se cubrió con ambas manos, cayendo de rodillas.

—¡No! ¡Por favor! ¡Lo siento!— suplicó a mis pies, —tú eres mi dueño, soy solo tuya.

—De pie.

—Por favor...

—¡De pie! ¡Ahora!

Temblando, ella obedeció, el miedo claro en su rostro.

—Vólteate.

—Por favor.

—¡Qué te voltées!

Ella se giró, quedando de espaldas a mi, sus manos contra la pared. Ella sabía lo que venia, y aunque lo negara hasta la muerte, lo anticipaba y lo deseaba.

Habiendo tenido mi entretenimiento del día, me di la vuelta y me alejé de ella. Apagué las luces dejándola en la oscuridad de mi sótano, mi lugar de juegos donde las personas eran el entretenimiento principal. Cerré la puerta de metal con un candado y sacudí el polvo de mi ropa.

La perfección es mi fuerte, la gente a mi alrededor es tan ingenua, ignoran el hecho de que un ser superior a ellos como yo se mezcla con ellos con tanta facilidad.

—Me sorprende que aún no la hayas matado.— mi hermana comentó al verme salir del pasillo. Estaba recostada contra la pared, sus brazos cruzados sobre su pecho.

—No te metas en mis juegos.— le pasé por un lado.

—Qué delicado.— ella bufó, siguiéndome, —¿Puedo jugar solo un poco?

—Los juegos compartidos no son lo mío y lo sabes.

—Eres tan aburrido.

La ignoré, y seguí mi camino a la puerta.

—¿A dónde vas?— su curiosidad era tan molesta.

Me giré hacia ella, pronunciando su nombre con lentitud y frialdad antes de advertirle.

—Mantente fuera de mis juegos.

Ella voltea los ojos y levanta las manos en señal de paz.

—De acuerdo, entendido.— su rostro se endureció, mostrando su verdadera naturaleza, —pero cuando tenga mi propio juego y sea más divertido que el tuyo no vengas a pedirme que te deje jugar.

Como si eso fuera pasar, sus juegos eran patéticos, le faltaba tanto para estar a mi nivel.

Salí de casa, metiendo las manos en mis bolsillos, una sonrisa expandiéndose por mi rostro al recordar que la pieza principal, la protagonista de mi juego pronto estaría bajo mi poder, y una vez que eso pasara, ella jamás dejaría mi lado, sin importar las cadenas que tuviera que usar para mantenerla ahí, ya fueran cadenas emocionales o reales, ella sería mía.

Absolutamente mía.  


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