7. Un pequeño milagro
A la mañana siguiente, las dos familias se levantaron poco después de la salida del sol. Ese día irían todos juntos a los pastos con las cabras. Heidi y Clara se habían levantado a la vez, entre las dos prepararon la comida que ese día iban a llevar y la metieron en sus respectivas mochilas. También prepararon el desayuno para todos y lo llevaron a la mesa del comedor.
Poco a poco, los demás miembros de ambas familias se fueron levantando y fueron sentándose a la mesa para poder desayunar todos juntos. Sobre la mesa había leche fresca y recién ordeñada, trozos de queso y rebanadas de pan.
Tobías, Ana y Greta se levantaron casi a la vez y se fueron rápidamente a lavar la cara. Después se dirigieron hacia el comedor y se sentaron junto a sus respectivos padres.
El desayuno transcurrió con tranquilidad mientras ambas familias conversaban felizmente sobre temas variados.
-Bueno, yo ya terminé. -dijo Pedro mientras se levantaba de la mesa. -Mientras termináis de prepararos iré a la plaza del pueblo para recoger a las cabras. Os esperaré allí.
-De acuerdo, Pedro. -dijo Heidi.
-Yo voy contigo, papá. -dijo Tobías.
-Estupendo, vamos.
El joven cabrero y su hijo se dirigieron hacia el corral para sacar a Campanilla, a Canela y a Traviesa. Después se dirigirían hacia la plaza del pueblo para esperar al resto del rebaño mientras su familia y sus amigos terminaban de prepararse. Heidi fue a despedirles a la puerta de la casa aunque en breve volverían a verse otra vez.
-Os esperamos en la fuente de la plaza. -le dijo Pedro a Heidi mientras él y su hijo salían de casa.
-De acuerdo, en seguida vamos para allá.
En cuanto todos estuvieron listos se despidieron de Brígida y de Trueno hasta la tarde. Salieron de casa y se dirigieron hacia la plaza del pueblo, Pedro y Tobías ya estaban allí esperándoles con todas las cabras.
-¡Ya estamos aquí! -exclamó Heidi acercándose hacia su marido e hijo.
-Estupendo, pues ya podemos irnos. -dijo Pedro.
Después de eso, el joven cabrero silbó al rebaño y todos se pusieron en marcha, les esperaba una larga caminata hasta llegar a los pastos. Sin embargo, disfrutarían mucho del trayecto.
Durante el camino, todos empezaron a contar viejas anécdotas de años anteriores e incluso de la infancia. Ambas familias disfrutaba mucho cuando estaban juntas y pasaban el día en la montaña, especialmente Hans y Clara. El día a día de ellos era muy diferente al de Pedro y Heidi, apenas podían disfrutar de la naturaleza. Pocas veces podían ir con Greta a pasar el día a aquel bonito bosque que había a las afueras de Frankfurt. Hans estaba casi todos los días trabajando en la empresa o de viaje de negocios junto a su suegro, el Señor Sesemann, y Clara se encontraba trabajando desde su casa. Aunque a veces el trabajo les resultara agobiante sabían que era necesario para obtener dinero y así poder pagar sus gastos y alimentar a la familia. Por eso, todos los años esperaban con muchas ganas la llegada de la primavera para poder venir a los Alpes y desconectar un poco de la ciudad y de sus ocupaciones. Y, sobre todo, disfrutar de la agradable compañía de sus mejores amigos. También lo hacían porque sabían que su pequeña Greta era feliz rodeada de naturaleza y de buenos amigos.
Un tiempo después, pasaron justo al lado de la cabaña de los Alpes, el dulce hogar de Pedro y Heidi durante el buen tiempo. A excepción de cuando venían sus amigos, ya que vivían todos en la casa del pueblo porque era mucho más grande y había más espacio para todos. Las dos familias se pararon unos segundos a escuchar el sonido que hacían los inmensos abetos cuando el viento golpeaba sus ramas. Después, siguieron con su camino.
Mientras las dos parejas iban hablando, los niños se pusieron a cantar alegremente las canciones que Pedro y Heidi les habían enseñado a Tobías y a Ana y que ellos también cantaban cuando eran pequeños.
♫♪Vamos todos a las cumbres
donde vive el gavilán
donde la nieve se duerme
bajo un cielo de cristal.♪♫
Sus padres les miraban tiernamente.
-¿Cantamos la otra? -preguntó Greta. -Esa es más larga y me gusta mucho.
-¡Sí, a mí también! -exclamó Ana.
-Pues venga, vamos a cantarla. -dijo Tobías.
Los tres amigos se pusieron a cantar otra de esas canciones:
♫♪Ya viene el pastorcillo entre el romero en flor
no lleva su cayado, tampoco su zurrón.
Ai la li li rai li li rai la la li li rai la la li li rai la.
¿A dónde vas tan solo entre el romero en flor?
Vengo a ver vuestra fiesta, os traigo una canción
y un tamboril que tiene muy largo y dulce son.
Ai la li li rai li li rai la la li li rai la la li li rai la.
¿A quién andas buscando entre el romero en flor?
Busco a una rubia niña que ayer me sonrió
tiene azules los ojos, como el cristal la voz.
Ai la li li rai li li rai la la li li rai la la li li rai la.♪♫
-¡Muy bien! -exclamaron Heidi y Clara aplaudiendo a los pequeños.
-Que recuerdos me trae esa canción... -dijo Hans.
-¿Recuerdos de qué, papá? -preguntó Greta.
-Esa canción me la enseñaron Pedro, Heidi y tu madre la primera vez que vine a las montañas con el tío Bruno.
Nada más escuchar ese nombre, Pedro y Heidi se miraron y en sus mentes aparecieron los recuerdos de aquel famoso verano. Cada vez que Pedro escuchaba el nombre de Bruno, los músculos del joven se tensaban, no lo soportaba. A pesar de que ya habían pasado casi 8 años, Pedro todavía recordaba todo lo que intentó hacer Bruno para separar a Heidi de él y le entraba una rabia muy grande. Heidi le notó tenso y se acercó a él, le tomó de la mano y le dedicó una de sus más tiernas sonrisas. El joven le devolvió la sonrisa aunque esa había sido una sonrisa algo forzada. Clara se dio cuenta de la reacción de sus amigos y disimuladamente le dio con el codo a su marido haciéndole ver que había hablado de más. En ese momento, Hans lo entendió.
-Perdón, no me di cuenta. -le dijo en voz baja a su esposa.
En ese instante, llegaron a las praderas. Estaban repletas de hermosas flores, como se notaba que era primavera.
-¡Mirad cuantas flores! Las praderas están preciosas. ¿Verdad? -dijo Clara para cambiar de tema y que sus amigos se olvidaran de lo que Hans había dicho anteriormente.
-Sí, la primavera en los Alpes es hermosa. Llena las montañas de vida, los campos de un verde muy intenso y los prados de flores de bonitos colores y de olores deliciosos. -dijo Heidi sonriendo.
Pedro la miró y también sonrió. Para él la primavera también era una época del año muy especial ya que le recordaba a la fecha de su aniversario con Heidi, la cual estaba cercana.
Tobías, Ana y Greta, que siempre estaban dispuestos a jugar, se agarraron de las manos y mientras se reían felizmente corrieron hacia las flores para tirarse encima de ellas y jugar los tres juntos como el año anterior. Heidi y Clara se miraron y se rieron ya que ambas habían pensado hacer lo mismo. Las dos amigas se agarraron de la mano y fueron a donde estaban sus hijos para tumbarse ellas también sobre las flores. Pedro y Hans les miraban tiernamente. Daba igual los años que pasaran, esas cosas eran algo que ellas siempre adoraban hacer.
-Hay cosas que nunca cambiarán. -dijo el joven cabrero mientras reía.
-Eso es verdad. -dijo Hans uniéndose a la risa de su amigo.
Mientras los niños jugaban a tirar las flores hacia el cielo y que les cayeran encima, Heidi y Clara planearon gastarles una broma a sus respectivos esposos.
-¡Pedro ven!
-¡Tú también, Hans!
-¿Han dicho que vayamos? -preguntó Hans.
-Eso parece. -dijo Pedro antes de silbar al rebaño para que se quedara cerca.
Los dos jóvenes se acercaron hacia sus respectivas esposas.
-Pedro, cariño... anda, ayúdame a levantarme. -dijo Heidi.
-¿No te puedes levantar? ¿Te hiciste daño o algo? -preguntó el joven frunciendo el ceño.
-Hans, mi amor, ayúdame.
-¿Tan mayor estás ya, Clara? -bromeó Hans.
Pero, en cuanto Pedro y Hans agarraron cada uno a sus esposas para ayudarlas a levantarse, estas les agarraron del brazo y tiraron de ellos haciendo que ambos jóvenes perdieran el equilibrio y se cayeran encima de las flores. En ese momento, las dos amigas se levantaron rápidamente y se pusieron a correr mientras reían. Pedro y Hans comprendieron que les habían gastado una broma.
-Nos la han jugado, Pedro. -dijo Hans riéndose.
-¡Cáscaras, ya me he dado cuenta! -exclamó Pedro. -Pero esto no quedará así. ¡Vamos a por ellas, Hans!
Los dos amigos corrieron detrás de sus mujeres para atraparlas. Pedro logró atrapar a Heidi y Hans a Clara. Ambos empezaron a llenar a sus esposas de cosquillas mientras estas se reían sin parar. Tobías, Ana y Greta miraron atónitos a sus padres durante unos segundos y después se echaron a reír ellos también. En ese momento a Ana y a Greta se les ocurrió hacerle a Tobías lo mismo que sus padres es estaban haciendo a sus madres. Las dos amigas se acercaron al niño y comenzaron a hacerle cosquillas.
-¡Cáscaras! ¡Parad! -se quejaba Tobías mientras reía.
Ana y Greta se reían a carcajadas.
-Mirad quienes nos están imitando. -le dijo Pedro a Heidi y a sus amigos al ver a los niños.
Segundos después, Tobías había conseguido liberarse de las cosquillas de su hermana y su amiga y comenzó a perseguirlas. Sus padres se reían tiernamente de la escena.
Tras aquellos divertidos momentos, todos volvieron a poner rumbo hacia los pastos.
Una vez que llegaron, las cabras se esparcieron para comer y ambas parejas se sentaron encima de la hierba para descansar de la larga caminata que habían hecho, excepto los niños. Tobías, Ana y Greta se pusieron a jugar a perseguirse entre ellos. Cómo se notaba que era niños y que no estaban cansados, siempre estaban dispuestos a jugar. Un rato más tarde, Pedro fue a buscar un poco de hierba olorosa para dársela a Campanilla, a Canela y a Traviesa y que su leche fuera más rica y nutritiva, al igual que siempre lo había hecho con Copo de Nieve o con las cabras de Heidi y el abuelito: Bonita, Blanquita y Diana.
Cuando llegó el mediodía, Pedro silbó al rebaño para que este se acercara y así el joven pudiera vigilarlo mejor mientras comía en compañía de su familia y de sus amigos. Después, fue con Tobías a ordeñar a sus cabras para obtener leche fresca. Mientras tanto, Heidi y Clara sacaron la comida de sus mochilas y fueron repartiendo los trozos de queso y de pan que habían traído de casa. Todos se pusieron a comer disfrutando de la compañía y de las hermosas vistas a las montañas de los Alpes.
Pero de repente, sucedió algo inesperado.
-Tía Heidi, ¿me puedes dar otro pedazo de queso? -preguntó Greta después de haberse terminado el suyo.
En ese instante, todos dejaron de comer y miraron sorprendidos a la niña, en especial Clara y Hans. ¿Su hija había recuperado el apetito?
-¡Dios mío, Greta! -exclamó Clara, emocionándose.
-¿He oído bien lo que has dicho? -preguntó Hans abriendo los ojos por completo.
-¿Qué pasa? -preguntó la niña.
-Greta, ¿has dicho que quieres comer más? -preguntó Clara, sin creérselo todavía.
-Sí, tengo hambre, mamá.
Clara dio un gritó de emoción y abrazó fuertemente a su pequeña.
-¡Dios mío, no sabes cuanto he esperado que llegara este momento! -exclamó la joven mientras algunas lágrimas caían por sus mejillas.
Hans abrazó a ambas, emocionado. Su pequeña Greta había recuperado el apetito. Pedro y Heidi miraban con ternura la escena. La joven también sentía que sus ojos se empezaban a llenar de lágrimas. La recuperación de Greta le recordaba, en cierto modo, a la recuperación de Clara. Heidi no pudo evitar recordar la vez en que su amiga había sido capaz de levantarse de su silla de ruedas y caminar unos cuantos pasos agarrada a ella y a Pedro y que después lo hiciera ella sola y sin ayuda. Parecía que aquellas montañas de los Alpes producían milagros.
-¡Greta ya come bien! ¡Viva! -exclamaron Tobías y Ana dando saltos de alegría al ver que su amiguita había recuperado el apetito.
Los dos hermanos agarraron a Greta de las manos y se pusieron a bailar y a reír. Clara se acercó a Heidi y a Pedro.
-¡Heidi, Pedro, muchas gracias! -exclamó la joven sin dejar de llorar de la emoción.
-No nos las des a nosotros, Clara. -dijo Pedro sonriendo.
-Son las montañas las que han hecho esto posible. -siguió diciendo Heidi tiernamente.
Clara asintió con la cabeza y abrazó fuertemente a su querida amiga. Las dos familias pudieron seguir disfrutando de lo que quedaba del día en los pastos después de aquel feliz momento.
Al caer la tarde, todos juntos pudieron disfrutar de la preciosa puesta de sol que en seguida pintó el cielo y las montañas con sus característicos colores rojizos y anaranjados. Un bello espectáculo.
Instantes después, Tobías silbó para reunir al rebaño ante la atenta mirada de su padre y de los demás.
-Tobías está aprendiendo muy rápido, seguro que será un gran cabrero. -dijo Clara.
-Pedro se encarga de enseñarle todo lo que debe de saber, se está esforzando mucho. -dijo Heidi.
-Intento enseñarle lo mismo que yo tuve que aprender cuando era un niño. Mi padre también era cabrero, pero él murió cuando yo era muy pequeño por lo que yo tuve que ocupar su puesto y algunas cosas tuve que aprenderlas por mi cuenta... Pero bueno, todos estos años he aprendido muchísimas cosas y ahora estoy feliz de poder enseñárselas a mi propio hijo. -dijo Pedro.
-Pues no me extraña que aprenda tan rápido, tiene a un buen maestro a su lado. -dijo Hans mirando a Pedro.
El joven sonrió.
-¡Papá, Traviesa no quiere hacerme caso, cáscaras! ¡Ven a ayudarme! -exclamó Tobías a lo lejos intentando que su cabra no se separara del rebaño.
-Aunque claro, siempre hay cosas nuevas que aprender. -añadió Pedro antes de ir hacia donde estaba su hijo. -¡Ya voy! Así no se hace Tobías, anda déjame que te enseño...
Heidi, Clara y Hans se reían tiernamente. En ese momento, Ana y Greta se acercaron a Heidi.
-Mamá, ¿podemos hacer mañana una tarta de queso y grosellas?
-Claro que sí Anita.
-¡Viva! Me encantan tus tartas, tía Heidi.
-Me alegro mucho Greta, y también estoy feliz de que ya tengas más apetito.
-Es que como hemos estado todo el día jugando y corriendo me entró mucha hambre.
-Eso es bueno. -dijo la joven con una sonrisa en su rostro.
El sol ya se estaba escondiendo por detrás de las montañas, era hora de volver al pueblo. Una vez que Tobías reunió al rebaño con la ayuda de su padre, todos pusieron rumbo a Dörfli.
Durante el camino, Pedro y Tobías iban por delante junto a las cabras, Hans se acercó a ellos y les acompañó en sus conversaciones. Detrás iban Ana y Greta jugando y riendo y, un poco más atrás, Heidi y Clara hablando entre ellas.
-Heidi, no sabes lo feliz que estoy de que mi niña se esté recuperando. El doctor tenía razón, ha sido una gran idea venir aquí.
-Sí, y no te olvides de que tú también te curaste aquí, Clara.
-Sí, pero lo mío era diferente.
-Ya, pero lo decía en el sentido de que tú también te curaste al estar en medio de la naturaleza y respirar este aire tan puro. Eso ayuda mucho a las personas que padecen alguna enfermedad o algo parecido.
-Sí, es verdad. Este ambiente ayuda mucho a mejorar la salud de las personas.
-No lo dudes. ¿Recuerdas cuando estuve viviendo en Frankfurt y me puse enferma?
-¿Cómo no recordarlo? Nos tenías a todos muertos de miedo pensando que había un fantasma en la casa.
Las dos amigas se rieron recordando aquellos tiempos.
-Es verdad. Pero cuando regresé aquí, mi salud mejoró mucho, me recuperé de la nostalgia que sentía por estar lejos del abuelito, de Pedro, de las montañas...
-Es cierto. Viendo todo esto... creo que cuando Hans y yo seamos unos viejecitos tendremos que venir más de una vez al año por aquí. -bromeó Clara.
-Pues ya sabes Clara, cuando estéis viejecitos os venís a vivir aquí con nosotros. -bromeó Heidi.
-¿Vivir aquí? Nunca lo había pensado, aunque ahora sería imposible con nuestros trabajos.
-Pero cuando Hans y tú os hagáis mayores estaréis jubilados y seguramente que Greta ya estará casada y habrá formado su propia familia. Y tu padre, por desgracia y aunque me duela decirlo, ya no estará, y quizás los padres de Hans tampoco. ¿Qué haréis entonces?
-La verdad es que sería una preciosa idea vivir todos juntos aquí.
-¡Sí! -exclamó Heidi entusiasmada.
Clara se echó a reír y Heidi se unió a su risa.
-Bueno quién sabe lo que nos deparará el futuro, Heidi.
-Eso es verdad, de momento tenemos que aprovechar los momentos que pasamos todos juntos.
-Exacto.
Justo en ese instante, se escucharon las voces de Pedro y de Hans, los cuales iban más adelante con los niños.
-¡Heidi!
-¡Clara!
-¡Vamos, que os quedáis atrás, cáscaras! Al paso que vais se os hará de noche. -bromeó Pedro.
Las dos amigas se echaron a reír y aceleraron el paso.
Una vez que llegaron al pueblo y Pedro devolvió las cabras a los aldeanos, todos juntos se dirigieron hacia casa, en donde pudieron disfrutar de una cena más en buena compañía. No había ninguna duda de que aquel día había sido muy feliz para todos, en especial para Hans y Clara.
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