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3. Buenas noticias para Pedro

Pasaron algunos días desde aquel susto con Tobías y Ana en los pastos. Ese día, una vez que Heidi terminó de hacer sus quehaceres en casa y de elaborar queso, decidió bajar al pueblo para hacer algunos recados y comprar pan.

La joven bajó a la despensa de su casa, cogió unos cuantos quesos y los metió en una cesta para dárselos al panadero y que este le diera pan a cambio, al igual que hacía siempre su abuelo. Después de eso, se dispuso a bajar hacia Dörfli.

Ese día hacía un sol de primavera espléndido, apenas quedaba nieve, solo en las cumbres de las montañas. De camino al pueblo, Heidi contemplaba todo lo que había a su alrededor: podía ver a las liebres y a los conejos correr felizmente por los campos que empezaban a florecer, a las ardillas saltando de árbol en árbol y a las aves que habían regresado de su migración, al mirarlas no pudo evitar acordarse de su querido Pichí. Todas esas pequeñas cosas le hacían muy feliz, la naturaleza y los animales formaban parte de su vida.

Por fin, Heidi había llegado al pueblo. La joven se dirigió a hacer sus recados, los cuales les llevó algo de tiempo. Una vez que terminó, se dirigió hacia la panadería a comprar algo de pan.

-Buenos días, Señor panadero. -dijo Heidi nada más entrar.

-Buenos días Heidi, me alegro de verte. ¿Cómo estás?

-Muy bien, gracias. ¿Y usted? ¿Qué tal está su esposa?

-Estamos bien, gracias. Ella salió a hacer unos recados.

-Me alegro de que estén bien. Yo también vine a hacer algunos recados y de paso a comprar algo de pan. -dijo la joven poniendo la cesta en el mostrador.

-¿Qué tal están tus hijos? ¿Y Brígida? A Pedro ya le veo todos los días cuando viene a recoger a las cabras, pero seguro que los niños estarán ya muy grandes.

-La tía Brígida está bien, aunque algún día que otro está con dolores.

-Me imagino.

-Y los niños sí, están ya muy grandes. Crecen muy rápido.

-Si no recuerdo mal deben de tener como 6 años. ¿Verdad?

-Exacto, tienen 6 años. Están en la edad de jugar y divertirse. -dijo Heidi riendo tiernamente.

-Tienes razón, están en la mejor edad. Yo todavía recuerdo cuando era niño, me lo pasaba estupendamente jugando con mis amigos.

-Sí, yo también lo hacía. -dijo Heidi sacando los quesos de la cesta y recordando con una sonrisa su infancia jugando con Pedro y con Clara. -Tome, le cambio estos quesos por pan.

-Estupendo. -dijo el panadero mientras le daba unas cuantas hogazas de pan a la joven. -Aquí tienes.

-Muchas gracias, dele saludos a su esposa.

-Gracias, y saludos a tu familia. Adiós Heidi.

-Hasta luego. -dijo la joven mientras salía de la panadería.

Heidi caminaba por una de las calles del pueblo en dirección al camino que subía a la montaña. Pero de repente, vio a un grupo de aldeanos agrupados hablando de algo entre ellos. La joven, llena de curiosidad, se acercó para intentar averiguar de lo que se trataba.

-¡Buenos días! -exclamó Heidi.

-Buenos días Heidi. -dijo Barbel, una de las aldeanas.

-Hola Barbel, ¿de qué estáis hablando?

-¿No te has enterado de lo de mi hijo?

-¿Tu hijo? ¿Le ocurre algo? -preguntó la joven algo extrañada.

-Por la cara que has puesto veo que no lo sabes. Pues escucha...

Barbel le empezó a contar a la joven que su hijo y su nuera se marchaban de Dörfli porque les habían ofrecido un buen trabajo en Frankfurt. La pareja tenía que vender su pequeña casa y el precio no era caro, lo justo para un pueblo tan pequeño. Necesitaban encontrar a alguien que la comprara, ya que el dinero les urgía. Barbel dijo que quien la comprara podría utilizarla como vivienda o convertirla en un pequeño negocio si le hacía algunos cambios. En ese momento, una gran idea se le ocurrió a Heidi: Pedro siempre estaba diciendo que soñaba con tener su propia carpintería, poder vender sus propios trabajos y no vivir solamente de hacer encargos, aunque los hacía con mucho gusto. El joven tenía unos cuantos ahorros que había guardado durante todos esos años que había trabajado como carpintero en su pequeño taller. Heidi no se lo pensó dos veces, después de hablar bastante tiempo con Barbel y de enterarse bien de todo, se despidió de ella y de los demás y rápidamente tomó el camino de regreso a la cabaña.

Cuando Heidi llegó a casa, Pedro y los niños acababan de llegar de los pastos junto al rebaño.

-¡Mamá! -exclamaron Tobías y Ana al ver aparecer a su madre.

Los dos hermanos corrieron hacia ella para abrazarla mientras que Pedro estaba guardando a Campanilla, a Canela y a Traviesa en el corral.

-Hola mis niños, siento llegar tan tarde. -dijo la joven abrazándoles tiernamente.

-Heidi, cáscaras, ¿dónde te habías metido? -preguntó Pedro.

-Estuve en el pueblo, tenía que hacer algunos recados y comprar pan.

-¿Y tanto has tardado? Ya me había preocupado.

-Es que me entretuve hablando con Barbel. -dijo Heidi sonriendo. -Pedro, tengo que hablar contigo urgentemente.

-Tengo que bajar al pueblo a devolver las cabras. ¿No podemos hablar cuando vuelva?

-No Pedro, tiene que ser ahora. ¿Puedes quedarte unos minutos? Por favor.

-Está bien. -dijo el joven antes de silbar al rebaño para que se quedara cerca de ellos. -A ver, cuéntame.

-Tobi, Anita, mientras id poniendo la mesa. -dijo Heidi a sus hijos.

Los niños asintieron con la cabeza y en seguida entraron en la cabaña para hacer lo que su madre les había mandado.

Heidi hizo sentar a Pedro en el banco que había afuera, en el cual solía sentarse siempre su abuelo, y la joven le empezó a contar con lujo de detalles todo lo que Barbel le había dicho acerca de la casa de su hijo. Pedro escuchaba atentamente a su esposa.

-¡Sería estupendo, Pedro! ¡Podrías tener tu propia carpintería! -exclamó la joven entusiasmada.

-Sí, pero... -empezó diciendo Pedro dudando y frunciendo el ceño.

-¿Pero qué? -le interrumpió Heidi. -Tienes ahorros suficientes para ello.

-Sí, pero no es sólo eso. Tendré que gastar dinero en convertirla en una carpintería porque ahora es una vivienda, también habría que comprar más material... Tendría que trabajar de algo más, con el dinero que gano como cabrero más algunos trabajos de carpintería que hago no sé si nos llegaría para tanto...

-¿Y con lo que gano yo dando clases de apoyo en la escuela durante el invierno?

-Eso también nos ayuda, pero no sé si será suficiente.

-Cariño, por algo se empieza. -dijo Heidi sonriéndole tiernamente.

Pedro pensó durante unos segundos en eso.

-Bueno... podría intentarlo. -dijo Pedro.

-¡Claro que sí!

-Está bien, me has convencido. -dijo Pedro mientras se levantaba del banco. -Decidido, en cuanto devuelva las cabras hablaré con el hijo de Barbel.

-¡Estupendo Pedro! -exclamó Heidi abrazándole.

-Después te cuento. -dijo el joven guiñando un ojo y dándole un beso a su esposa.

Pedro silbó al rebaño y se dirigió con este hacia Dörfli. Heidi le miraba feliz, deseaba que pudiera cumplir su sueño al igual que ella había cumplido el suyo al convertirse en maestra de apoyo.

Más tarde, Pedro regresó a la cabaña.

-Ya está aquí papá. -exclamó Tobías, al verle por la ventana.

Heidi dejó de cortar el pan que tenía entre sus manos al oír eso y rápidamente se dirigió hacia la puerta de la cabaña. En ese momento, Pedro entró.

-¿Y bien? ¿Qué te dijo el hijo de Barbel? -preguntó Heidi sin apartar sus ojos de él.

-Pues bueno... hablé con él y me dijo que hay otros dos aldeanos más interesados en comprarle la casa. Pero dijo que lo iba a pensar y que en unos días hablaría conmigo.

-Ojalá te la venda a ti. -dijo Heidi juntando las palmas de sus manos.

- Yo también lo espero. Y si no... Pues nada, tendré que conformarme con mi pequeño taller. 

-Sí... Pero bueno, a ver qué te dice.

-Lo sabremos en unos días.

Ni Pedro ni Heidi perdían la esperanza de que esa pequeña casa pudiera ser de ellos y convertirla en la carpintería que tanto soñaba el joven. Sin embargo, la incertidumbre no les abandonaría hasta conocer la decisión del aldeano.

Pasaron tres días y Pedro no recibía respuesta todavía, el joven pensaba que al final no le iban a escoger a él como comprador y se desanimaba. Pero Heidi pensaba todo lo contrario, algo en su interior le decía que al final él sería el escogido.

Durante una tarde, después de que Pedro y los niños hubieron bajado de los pastos con el rebaño, Tobías y Ana se pusieron a jugar en el columpio de madera que, años atrás, su padre les había construido. El joven se dirigía hacia el pueblo para devolver las cabras a sus dueños. Mientras tanto, Heidi estaba preparando la cena y Brígida estaba echándole una mano.

Heidi puso un mantel sobre la mesa, después se dirigió al armario y sacó los cuencos, platos y cucharas para la cena. La joven había dejado la mesa puesta, ya solo faltaría servir la cena cuando llegara Pedro.

Después de eso, Heidi fue hacia su habitación para descansar un rato. Ese día había hecho muchas cosas: había limpiado la cabaña en profundidad, lavado la ropa, limpiado el corral y barrido el pequeño taller de Pedro, ya que a veces el joven antes de acostarse se ponía a trabajar un poco la madera y dejaba algunas virutas sin barrer. Después de eso, le había sobrado tiempo para preparar una de sus deliciosas tartas de queso y grosellas, las cuales gustaban a toda la familia.

La joven se sentía agotada y hasta que Pedro llegara podría relajarse un poco en su cama leyendo uno de sus libros favoritos, mientras Tobías y Ana jugaban felizmente en su columpio. Trueno estaba tumbado cerca de ellos, observando a los pequeños.

Tiempo después, la puerta de la cabaña se abrió. Pedro ya había regresado del pueblo.

-¡Heidi! ¿Dónde estás? -preguntó el joven al no verla.

-¡Estoy arriba en la habitación!

Pedro subió las escaleras rápidamente.

-¿Estás bien? ¿Te duele algo? -preguntó el joven al verla tumbada en la cama.

-No. -rio tiernamente Heidi mientras cerraba su libro y lo guardaba en el cajón de su mesita de noche. -Estaba descansando, he tenido un día bastante agotador. No he parado de hacer cosas en la cabaña.

-Escucha, tengo algo que decirte... -empezó diciendo el joven mientras se sentaba en el borde de la cama.

-¿El qué, Pedro?

-Tengo noticias sobre la casa del hijo de Barbel.

-¿Sí? -preguntó Heidi mientras se levantaba de la cama. -¿Que pasa al final? ¿A quién se la vende?

Pedro estaba serio. Se quedó callado durante unos segundos mientras que Heidi le miraba impaciente.

-¿Qué pasa Pedro? ¿Por qué te quedas tan callado? Me asustas.

Una pequeña risita por parte del joven se empezó a escuchar.

-Pues... ¡Que me la va a vender a mí! -exclamó Pedro alegremente.

Heidi abrió los ojos por completo mientras una amplia sonrisa aparecía en su rostro.

-¡¿De verdad?!

-¡Sí! Y además me dijo que puedo pagarla a plazos, así no tendré que agobiarme tanto por conseguir el dinero necesario de golpe. Por lo menos la tendré. Como tú bien dijiste, por algo se empieza.

-¡Que alegría más grande, Pedro! -exclamó la joven aplaudiendo con sus manos y dando saltos de felicidad.

Heidi abrazó fuertemente a Pedro, el joven la agarró por la cintura y la levantó del suelo. Dio giros con ella durante unos segundos mientras ambos reían felizmente. Después de eso dejó a Heidi en el suelo.

-¡Estoy tan feliz cariño, por fin podrás tener tu propia carpintería!

-Sí, y todo es gracias a ti. Tú fuiste la que te enteraste de eso y la que me animó a conseguirlo.

-Lo hice porque te quiero y porque sé lo que significa para ti la carpintería. Sé que trabajar de carpintero te hace muy feliz.

-Sí, es verdad. ¿Pero sabes qué? Tú me haces más feliz, mi amor. -dijo Pedro acariciando las mejillas de Heidi.

La joven sonrió y Pedro acercó sus labios a los de ella para besarlos con ternura. Después de eso bajaron abajo, Brígida ya estaba a punto de servir la cena. En ese momento, Tobías y Ana, después de haberse lavado las manos en la fuente, entraron en la cabaña con ganas de cenar.

-¿Cuándo cenamos? Me muero de hambre, cáscaras. -dijo Tobías.

-Ahora mismo, mi vida. -dijo Heidi. -Yo también tengo bastante hambre. Después de este largo día de trabajo en la cabaña tengo demasiado apetito.

-Podéis sentaros a la mesa, ya os sirvo yo. -dijo Brígida.

-Yo te ayudo tía Brígida. -dijo la joven mientras agarraba el pan para cortarlo en rebanadas.

-Cáscaras, casi se me olvida. -dijo Pedro dirigiéndose hacia su zurrón, el cual estaba colgado en una percha al lado de la puerta. -Te traje algo, Heidi.

-¿El qué?

El joven sacó de su zurrón una pequeña caja y se la dio a Heidi. Eran bombones de delicioso chocolate suizo.

-¡Oh, son bombones! -exclamó la joven nada más abrir la caja. -¡Muchas gracias, cariño! Van a combinar genial con la tarta de queso y grosellas que preparé para esta noche.

-Cáscaras mamá. ¿Hiciste una tarta? -preguntó Tobías, abriendo mucho los ojos.

-Sí, la hice después de hacer limpieza, y vendrá genial para celebrar la gran noticia.

-¿La gran noticia? -preguntó Ana.

-¡Papá ha conseguido comprar la casa del hijo de Barbel!

-¡Bravo! -exclamaron los niños.

Los dos hermanos dieron saltos de alegría y abrazaron fuertemente a su padre. Este les cogió en brazos a los dos juntos.

-¡Cuanto me alegro hijo! -exclamó Brígida.

-Gracias madre. Bueno, ¿cenamos ya? Durante la cena os contaré cómo me gustaría que fuera la carpintería -dijo Pedro, dejando a Tobías y a Ana en el suelo.

-Sí, vamos a cenar. ¿Sabéis? también hay carne ahumada. -dijo Heidi sonriendo.

-¡Cáscaras! ¿Carne? -preguntaron Pedro y Tobías a la vez.

Heidi, Ana y Brígida se rieron tiernamente, no había duda de que eran padre e hijo.

Las dos mujeres sirvieron la cena mientras Pedro y los niños se sentaban a la mesa. Después suegra y nuera también se sentaron y la familia se puso a cenar mientras conversaban felizmente sobre el gran proyecto de Pedro. Los cinco pudieron disfrutar de la cena juntos, y en especial de los ricos bombones que había comprado Pedro y de la deliciosa tarta de queso y grosellas que había hecho Heidi.

Antes de irse a la habitación para acostarse, Heidi agarró el último bombón que quedaba en la caja y se lo comió. De repente, oyó un ruido que provenía del taller y fue hacia allá para ver de qué se trataba. Nada más entrar vio a Pedro sentado en su mesa de trabajo con algo que parecían ser planos y croquis delante de él. Heidi se acercó a él, rodeó el cuello del joven con sus brazos y le besó tiernamente en la mejilla.

-¿Qué haces amor? Pensé que ya estabas en la cama. -preguntó Heidi apoyando la cabeza en el hombro de Pedro.

-Aún no tengo sueño. Estoy aprovechando para dibujar más o menos como me gustaría que fuera la carpintería. Mira, ¿qué te parece algo así?

Pedro le mostró a Heidi los planos y los croquis que había dibujado y que mostraban una idea de cómo quería el joven que fuera su carpintería. Mientras los observaba, Heidi dejó escapar una pequeña risita.

-Cáscaras, ¿tan mal dibujo?

-No me reía por eso, además lo haces muy bien. Es porque lo dibujaste tan pronto... Se nota que estás muy ilusionado con este proyecto.

-Sí, hace tiempo soñaba con esto. Con tener una carpintería, y no solamente un pequeño taller y conformarme en trabajar en lo que me encarguen los demás, aunque eso lo hago con gusto. Pero soñaba con tener un lugar en donde poder vender mis propios trabajos.

-Lo sé, mi vida.

-Pero solo espero que no ocurra nada y me lo arruine.

-¿Y qué podría ocurrir? -preguntó Heidi levantando una ceja.

-No sé, Heidi, la vida está tan llena de imprevistos...

-Es cierto... pero es mejor no pensar en eso, hay que ser positivos siempre. -dijo Heidi sonriendo.

Pedro miró algo dudoso a la joven pero después asintió con la cabeza mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

-Me encanta la manera que tienes de ver las cosas, siempre ves el lado bueno de todo.

-Al hacer eso me siento más feliz.

-Pues esa felicidad es contagiosa, me haces sentir muy feliz a mí también.

Heidi sonrió al escuchar eso y Pedro también. Él la agarró de la cintura y la sentó sobre una de sus piernas y ambos se besaron dulce y lentamente en los labios. Hasta que Pedro comenzó a besar su cuello y a acariciar suavemente uno de sus pechos. Heidi sentía que su cuerpo empezaba a pedirle más caricias, besos y mucho más.

-Pedro... será mejor que nos vayamos ya a la cama...

En ese momento, él detuvo sus besos y ambos se miraron. Heidi sonrió de manera traviesa y metió la mano por dentro del pantalón de Pedro para acariciarle suavemente. El joven la miraba fijamente y al sentir esas caricias tan acertadas también empezó a desearla a ella.

-Tienes razón, así que... ¡Vamos a la cama, mi reina! -exclamó Pedro con una mirada pícara mientras se levantaba con ella de la silla.

Pedro cargó a Heidi en brazos como a una novia y la joven se echó a reír. Ambos se dirigieron hacia su habitación, y en cuanto llegaron se besaron intensamente a la vez que se desvestían y se dirigían hacia la cama, su lugar favorito en el mundo. Se dejaron caer en ella y se entregaron el uno al otro. Besos, caricias, gemidos y la placentera unión de sus cuerpos. Juntos disfrutaron del amor de la manera que más les gustaba.

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