2. Peligro en los pastos
A la mañana siguiente y tal y como lo había prometido, Heidi acompañaría a Pedro y a los niños a los pastos. Brígida se quedaría hilando en la cabaña y Trueno le haría compañía. Pedro se sentía feliz de que Heidi fuera ese día con ellos, desde que la joven se había casado con él y desde que habían nacido Tobías y Ana apenas podía acompañarle a los pastos. Sabía perfectamente que ella ahora tenía otras obligaciones como mujer casada y madre, aunque echaba de menos su compañía. Pero a pesar de no tenerla a ella él nunca se aburría porque Tobías y Ana siempre le alegraban los días. Aunque cuando Heidi podía escaparse un rato de hacer sus quehaceres les acompañaba.
-La última vez que subimos los cuatro juntos fue hace un par de semanas, estoy tan feliz de volver a los pastos con vosotros... -dijo Heidi.
-Y nosotros también los estamos. ¿Verdad niños? -le preguntó Pedro a sus hijos.
-Sí, contigo todo es más divertido, mamá. -dijo Tobías.
-Vaya, ¿y conmigo os aburrís o qué?
-No papá, pero es que a mamá se le ocurren los mejores juegos. -dijo Ana riéndose.
Pedro les miró levantó una ceja.
-Cáscaras, qué malos sois...
Tobías y Ana soltaron una carcajada. En ese momento, pasaron por las praderas de alta montaña y Heidi agarró a sus hijos de la mano y corrió con ellos hacia los hermosos prados de flores para tumbarse encima de estas y jugar un rato los tres juntos mientras reían alegremente. Pedro no pudo evitar reírse tiernamente al ver la escena, no podía sentirse más feliz por la suerte que tenía de tener a Heidi, a Tobías y Ana. Ellos le alegraban la vida.
-¿Amor, podemos quedarnos un rato aquí? -preguntó Heidi.
-Está bien, todavía es temprano. -dijo Pedro.
El joven silbó para reunir al rebaño cerca de ellos y después se tumbó sobre las flores mientras escuchaba la risa de sus hijos jugando con Heidi. La joven hizo dos coronas de flores, una para ella y otra para Ana, y ambas se la pusieron en la cabeza.
-¿Has visto la corona que me ha hecho mamá? ¿Verdad que es bonita? -le preguntó Ana a su hermano.
-Sí, pero aunque sea bonita tú sigues siendo igual de fea que sin ella. -bromeó Tobías.
-Tonto. -dijo Ana frunciendo el ceño.
-No le hagas caso a tu hermano, estás preciosa mi niña. -dijo Heidi.
-¡Gracias mami!
-Sí, estás muy guapa. Pareces una princesa. -dijo Pedro mientras cogía en brazos a su hija y jugaba con ella. -Eres mi princesita.
Ana se reía felizmente con su padre y Heidi les miraba con ternura.
-¿Una princesa? Ni de broma. -dijo Tobías riéndose.
-Tobías no seas así o te pongo yo también una en la cabeza. -bromeó Pedro.
-¡¿Qué?! No que pareceré una niña, cáscaras.
Heidi y Ana se echaron a reír al escuchar eso. La niña se dirigió hacia su hermano y se puso a jugar con él. Tobías y Ana se perseguían el uno al otro, mientras que Heidi se acercaba un poco más a Pedro.
-Me gusta mucho cuando te haces esas coronas de flores y te las pones en el pelo. Te hacen ser más bonita de lo que eres. -le dijo Pedro a Heidi pasando su brazo por encima de los hombros de ella haciendo que esta sonriera.
-¿Yo también parezco una princesa?
-Sólo Ana es mi princesa.
-¿Y yo no? -preguntó Heidi poniendo cara de pena.
Pedro negó con la cabeza.
-¿Por qué? -preguntó la joven poniendo más cara de pena todavía.
Pedro sonrió y se acercó hacia el oído de su esposa.
-Porque tú eres una reina. Mi reina. -susurró el joven y después la besó con cariño en la mejilla.
Heidi se rio tiernamente y le besó en los labios. Después apoyó su cabeza en el hombro de Pedro, mientras ambos veían jugar a sus hijos. Al rato, decidieron reanudar su marcha hacia los pastos y nada más llegar, las cabras se esparcieron para comer y la familia se sentó sobre la hierba. La mañana transcurrió con normalidad.
Llegó la hora de comer y Pedro reunió al rebaño cerca de él para poder vigilarlo mejor. Después, los cuatro se pusieron a comer tranquilamente unos buenos trozos de queso y de pan mientras conversaban y reían. Pedro y Tobías se dirigieron hacia sus cabras y se pusieron a ordeñarlas. Cuando acabaron, les dieron un tazón de leche a Heidi y a Ana para que ellas bebieran también. Pedro y Tobías nunca utilizaban tazón, se tumbaban debajo de la cabra y bebían la leche directamente de las ubres del animal. Ese era otro de los hábitos que Tobías había heredado de su padre, a parte de sus ansias por la comida.
En ese momento, una familia de marmotas había salido de su escondite.
-¡Mirad, las Dormilonas! -exclamó Pedro, señalando a los graciosos animalitos.
-¡Oh, pero si es una familia entera! -exclamó Heidi.
-¡Es verdad, qué bonitas son! -exclamó Ana.
-Están el padre, la madre y sus pequeños. -dijo Pedro.
-Como nosotros, ¿verdad papá? -preguntó Tobías.
El joven asintió con la cabeza. Tobías y Ana miraban con curiosidad a aquellos animales que tanto les gustaban. Pero poco duró el tiempo en el que la familia de marmotas fue visible, en seguida se escucharon los graznidos del gavilán que volaba muy cerca y las Dormilonas se escondieron.
-¡Mirad, el gavilán! -exclamó Tobías mientras lo señalaba.
-¡Es verdad, qué grande es! -exclamó Ana.
-Sí, ya sólo nos falta por ver al Señor de las Cumbres. ¡Vayamos a buscarlo! -dijo Tobías mientras agarraba a su hermana de la mano y ambos se ponían a correr.
-No tan rápido. ¿A dónde vais? -preguntó Heidi.
-Vamos a buscar al Señor de las Cumbres, mamá. -dijo Tobías.
Heidi miró Pedro.
-Bueno, está bien... Pero no os alejéis mucho y no os acerquéis a los barrancos. -dijo el joven. -Tobías, cuida bien de tu hermana.
-Sí, no te preocupes papá.
Los dos hermanos se fueron corriendo para buscar al Señor de las Cumbres, aquellos majestuosos íbices de las montañas de los Alpes.
-Son iguales que nosotros cuando éramos niños. -dijo Heidi riéndose tiernamente.
-Sí, es verdad. Nos encantaba explorar cada rincón de las montañas. Que recuerdos... -dijo Pedro suspirando con algo de nostalgia al recordar aquellos tiempos. -Todavía recuerdo todas las preguntas que me hacías y todas las cosas que te tenía que explicar.
-Es verdad. -dijo Heidi riéndose tiernamente al recordar todo aquello. -Pero también había veces en las que no veíamos los peligros.
-Sobre todo tú, Heidi. Siempre tenía que tener cuidado contigo. Muchas veces estuviste a punto de caerte por los barrancos...
-Cierto, pero tú siempre estuviste ahí para cuidarme y protegerme. -dijo Heidi mientras le abrazaba.
-Y siempre estaré ahí para ello, cariño. -dijo el joven mientras le daba un tierno beso a su esposa y se tumbaba con ella mientras la besaba.
-Bueno, creo que me echaré una siesta. -dijo Pedro después de los besos.
-Está bien, amor.
Mientras tanto, Tobías y Ana buscaban al Señor de las Cumbres sin darse cuenta de que se estaban alejando un poco de sus padres.
-Cáscaras, ¿dónde se habrán metido los íbices?
-A lo mejor están más arriba.
-Tal vez. Voy a asomarme por el barranco a ver si los veo en las cumbres más altas.
-No Tobías, papá nos dijo que no nos acercáramos a los barrancos.
-Solamente será un momento para buscarlos. Me asomaré y me retiraré en seguida.
-Pues vete tú, yo te espero aquí.
-¿Por qué? ¿Es que tienes miedo, Anita? -preguntó Tobías haciéndose el valiente.
-No pero...
-Venga vamos, tranquila que no pasará nada. -dijo Tobías agarrando a su hermana de la mano.
-Bueno... está bien...
Tobías iba muy seguro, pero Ana no. Los dos hermanos llegaron al borde del barranco y el niño se asomó un poco dirigiendo su mirada hacia las cumbres de las montañas. Desde ahí había unas preciosas vistas de los Alpes. De repente, Tobías localizó con sus ojos a los íbices.
-¡Mira Ana, ya los veo! ¡Allí están!
-¿Dónde? Yo no veo nada.
-Mira allá arriba, cáscaras. -dijo el niño señalando hacia una de las cumbres más altas.
-¡Ah sí, ya los veo! ¡Qué grandes son! ¡Qué bonitos!
Pero de repente, la pequeña se asomó demasiado sin darse cuenta y perdió el equilibrio, haciendo que uno de sus pies se resbalara justo en el borde del barranco.
-¡Tobías me caigo!
-¡Cuidado Ana!
Tobías agarró de la mano a su hermana pero no fue suficiente ya que él también perdió el equilibrio y los dos resbalaron. Ana cayó en un saliente un poco más abajo, pero Tobías se deslizó más que ella y se quedó colgando en el borde del saliente.
-¡Tobías! -gritó Ana asustada.
-¡Ayúdame Ana!
La niña agarró la mano de su hermano pero ella sola no podía subirlo, no tenía tanta fuerza, necesitaban ayuda.
-No puedo Tobías.
-Tranquila, intentaré subir yo.
El niño intentó acercar sus pies a la pared de la montaña, pero no lo conseguía con sus propias fuerzas.
-Es inútil Tobi, no lo conseguirás.
-Anita, silba lo más fuerte que puedas, papá y mamá nos escucharán.
-Está bien, lo haré.
Ana se puso de pie, inspiró todo el aire que pudo para llenar sus pulmones y soltó unos cuantos silbidos fuertes que se escuchaban a bastante distancia.
Mientras tanto en los pastos, Pedro estaba tumbado sobre la hierba, durmiendo, y Heidi acababa de ordeñar a una de sus cabras para después tomarse un buen tazón de leche fresca. De repente, la joven escuchó a lo lejos algo que parecía un silbido. Inmediatamente, Heidi dejó de beber y fue corriendo a despertar a su esposo.
-¡Pedro! ¡Pedro!
-¡Cáscaras! ¿Qué pasa Heidi?
-Shhh. -le mandó callar la joven. -Escucha.
Ambos se quedaron en silencio unos segundos y escucharon los silbidos de Ana a lo lejos. En ese momento, Pedro y Heidi se miraron y entendieron lo que estaba pasando.
-¡Dios mío, los niños! ¡Están en peligro, Pedro!
-Quédate aquí, iré a buscarles.
-No, yo voy contigo.
-¿Y las cabras?
-No importa, estará bien. ¡Pedro por favor, nuestros hijos! ¡Soy su madre, necesito ir a buscarles!
-Está bien. ¡Vamos!
Pedro agarró a Heidi de la mano y rápidamente se pusieron a correr en busca de sus hijos. Mientras tanto, Ana dejó de silbar, ya se había cansado.
-No puedo más.
-Está bien, espero que nos hayan escuchado.
Mientras Pedro y Heidi se acercaban a la zona en donde estaban sus hijos, ambos les llamaban a voces.
-¡Tobi! ¡Anita! -exclamaba Heidi, angustiada. -Pedro no les veo. Dios mío, ¿dónde estarán?
-Tienen que estar por aquí cerca. -dijo el joven mirando de un lado para otro. -¡Tobías! ¡Ana! ¿Dónde estáis?
En ese momento, los niños escucharon las voces de sus padres.
-¡Mamá, papá! ¡Estamos aquí abajo! -gritó Ana.
Pedro y Heidi escucharon la voz de su hija y se acercaron rápidamente al borde del barranco. Al asomarse, vieron a Ana en el saliente que había más abajo y detrás de ella a Tobías colgando del borde.
-¡Dios mío! -exclamó Heidi.
-Yo iré a por ellos, quédate aquí.
-Déjame ir contigo.
-No Heidi, es peligroso. Tú quédate aquí.
Ante la mirada preocupada de Heidi, Pedro descendió poco a poco hasta llegar a los niños para ayudarles a subir. Una vez que llegó al saliente, rápidamente agarró a Tobías y consiguió subirle.
-¿Estáis bien?
-Sí papá. -dijeron ambos.
-Tenemos que escalar hasta arriba, subíos a mi espalda.
Tobías y Ana se subieron a la espalda de su padre mientras este intentaba escalar por la pared de la montaña. De repente, un pie de Pedro piso una roca en mal estado, lo que le hizo resbalar y deslizarse un poco hacia abajo, los niños gritaron del susto.
-¡Pedro! -gritó Heidi asustada.
-Maldita sea... ¡Estoy bien, tranquila!
Poco a poco, Pedro iba escalando por la pared de la montaña hasta llegar casi a la altura de Heidi. La joven le tendió la mano, él consiguió agarrarla y subir hasta arriba con su ayuda. Por fin estaban todos a salvo. Pedro se tiró en el suelo, exhausto, mientras que Tobías y Ana se refugiaron en los brazos de su madre llorando del miedo que habían pasado.
-¡Me habéis asustado, no volváis hacer eso nunca más! -gritó Heidi, a punto de llorar también por el susto.
-Perdónanos mamá... no fue nuestra intención... -susurró la niña.
-Ana no tiene la culpa, fui yo quien se acercó al barranco. Ella se resbaló y ambos caímos. -dijo Tobías.
-¿Qué? ¡Te dije que no os acercarais! -exclamó Pedro muy enfadado.
-Déjales ahora Pedro, están muy asustados.
-¿Que les deje? ¡¿Sabes lo que les podría haber pasado?!
-Por favor Pedro. -le rogó Heidi mientras abrazaba a los niños.
Tobías y Ana le miraron todavía asustados por el pequeño incidente. Pedro frunció el ceño y decidió callarse por el momento para no soltar por la boca lo primero que se le ocurriera. Hizo un gesto con su cabeza para que todos regresaran a los pastos y, una vez allí, el joven cabrero reunió al rebaño y la familia se dispuso a bajar de la montaña junto a las cabras.
Por fin llegaron a la cabaña, pero ese día el pequeño Tobías no se quedaría en casa ayudando a preparar la cena.
-Tobías, hoy quiero que me acompañes a llevar a las cabras al pueblo. -dijo Pedro, seriamente.
-Vale... está bien... -susurró Tobías algo asustado ya que sabía que su padre iba a hablar con él.
Heidi entendió que padre e hijo debían de tener una conversación y decidió entrar con Ana en la cabaña.
-Vamos adentro Anita. ¿Nos ayudas a la abuelita Brígida y a mí a preparar la cena, princesa?
-¡Claro que sí, mami!
-¡Estupendo! Así estará lista cuando tu padre y tu hermano lleguen.
Pedro y Tobías se dispusieron a bajar hasta el pueblo junto con las cabras. Durante el camino ambos iban callados, Tobías iba algo asustado porque sabía que no había hecho bien y su padre seguramente le castigaría. Mientras que Pedro pensaba una y otra vez las palabras correctas para hablar con su hijo. Cuando llegaron a Dörfli, devolvieron todas las cabras a los aldeanos y padre e hijo tomaron el camino en dirección a la cabaña.
Mientras iban cruzando el bosque, Pedro por fin decidió romper el silencio.
-Tobías... ¿En qué estabas pensando? ¿No te dije que no os acercarais al barranco? Cáscaras.
-Papá yo... yo no quería desobedecerte...
-¿Sabes que has puesto tu vida y la de tu hermana en peligro?
-Lo sé... -susurró Tobías, bajando la cabeza.
-Te digo esto porque tanto tu madre como yo os queremos y deseamos que no os pase nada malo a ninguno de los dos.
-Lo sé papá... lo siento... Pero no creía que fuera a pasarnos nada malo. Parecía seguro, y además había unas vistas muy bonitas.
-Tobías, la montaña es muy bonita pero también tiene sus peligros, y si no estás alerta en todo momento pueden ocurrir accidentes que se conviertan en desgracias irremediables. -dijo Pedro con el tono de voz más amable que pudo. -Tienes que estar muy atento a todo en cada momento y tener cuidado. Y no solo por ti, sino también por tu hermana.
Tobías asintió con la cabeza.
-Está bien... Pero... ¿Vas a castigarme sin cenar? -preguntó Tobías poniendo cara de pena.
-Cáscaras, tampoco soy tan malo. -dijo Pedro riéndose.
Tobías suspiró aliviado al oír eso.
-Pero quiero que me prometas que no lo volverás a hacer.
-Te lo prometo papá. -dijo Tobías con una sonrisa.
-Eso espero porque si no cumples tus promesas, ¿sabes lo que te pasará?
-Sí... mamá siempre nos lo dice... Si no cumplimos nuestras promesas nos crecerán las orejas...
-Así es. -dijo Pedro riéndose.
-Bueno, pero a mí no me crecerán porque lo que he prometido lo voy a cumplir. -dijo Tobías con una amplia sonrisa.
Pedro volvió a reírse.
-¿Sabes algo? Ana y tú sois igual que vuestra madre cuando ella tenía vuestra edad.
-¿Ah sí?
-Sí, muchas veces no veía el peligro y yo siempre tenía que estar pendiente de lo que hacía y cuidar de ella.
-Bueno, también eres mayor que ella y conoces mejor que nadie las montañas.
-Sí, eso es verdad.
-¿Y qué le pasó? ¿Ella también estuvo a punto de caerse por un barranco?
-En más de una ocasión la salvé de que se cayera e incluso tuve que protegerla del ataque del gavilán.
-¡¿El gavilán quiso atacarla?! -preguntó Tobías muy sorprendido. -¿Pero por qué? Mamá es muy buena con los animales.
-Estaba protegiendo a Pichí, el pajarito que ella tenía cuando era pequeña. El gavilán quería comérselo.
-¿Y cómo la salvaste?
-Me lancé sobre el gavilán. No me pasó nada, solo me llevé unos cuantos arañazos en la espalda...
Tobías escuchaba atentamente todo lo que Pedro le contaba, se daba cuenta del padre tan bueno, fuerte y valiente que tenía.
-¡Cáscaras! ¿Tan bien cuidaste de mamá? Pues a partir de ahora yo también estaré atento a todo, seré un buen hermano y protegeré a Ana de cualquier peligro.
-Así me gusta, hijo.
-Aunque espero no tener que enfrentarme al gavilán. -dijo Tobías riéndose.
-Yo también espero que no. -dijo Pedro uniéndose a la risa de su hijo.
-Quiero ser tan fuerte y tan valiente como tú. -dijo el niño mientras agarraba la mano de su padre.
Pedro le miró sonriendo tiernamente y se sintió feliz al escuchar eso.
-Anda vamos. -dijo el joven cabrero acariciando la cabeza de su hijo. -Seguro que la cena ya estará lista.
-Sí, me muero de hambre, cáscaras.
-Yo también. -dijo Pedro riéndose. -¡Venga, te echo una carrera hasta casa!
-¡Seguro que te gano yo! -gritó Tobías mientras se ponía a correr.
-¡Eso habrá que verlo! -exclamó Pedro siguiéndole.
Padre e hijo corrieron por la montaña de camino a la cabaña riendo y jugando. Durante unos instantes, Pedro volvía a su infancia, aquella que había vivido junto a Heidi.
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