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18. El nuevo carpintero de Dörfli

Durante las siguientes semanas, la familia pudo tener algo más de desahogo económico gracias a Bruno y Frida, aunque Heidi seguía haciendo y vendiendo tartas, pero en menor cantidad.

Durante una de sus visitas semanales, el doctor vio recomendable quitarle por fin la escayola a Pedro y dejarle la muñeca solamente con una venda. La herida de la cabeza ya tenía un mejor aspecto y los rasguños de su cuerpo ya habían desaparecido. El joven se estaba recuperando muy bien y mucho más rápido de lo que se pensaba, gracias al reposo y los ejercicios de rehabilitación que estaba empezando a practicar. 

Y, debido a todos esos meses sin poder mover su mano dominante, no había podido si quiera afeitarse. Ahora tenía una barba muy grande, la cual hacía gracia a sus hijos, ya que nunca le habían visto con ella, y a Heidi. Estuvo bastante tiempo intentando arreglársela.

Días más tarde, Pedro comenzó a practicar sus ejercicios después de haber desayunado en familia. Tobías y Ana estaban sentados en el suelo, observándole. Pedro estaba haciendo varios ejercicios que el doctor le había recomendado, los cuales consistían en flexionar sus dedos, apoyarlos en una pared y moverlos simulando que están subiendo una escalera, agarrar una toalla y retorcerla haciendo giros con cada muñeca y, por último, agarrar una pelota pequeña con la mano y estrujarla. De vez en cuando, se escuchaban algunas risitas por parte de los niños.

-¿Tanta gracia os hace lo que hago? -preguntó Pedro mientras les miraba levantando una ceja.

-Es gracioso. -dijo Ana.

-Y entretenido. -añadió su hermano.

-Cáscaras, ya veo que habéis encontrado un nuevo pasatiempo.

Sus hijos se rieron y segundos después Pedro también. De repente apareció Heidi, la cual venía de la cocina con algunas tartas envueltas en cajas.

-Ya veo que os divertís mucho viendo a vuestro padre haciendo los ejercicios. -dijo ella sonriendo. -Tengo que ir a vender algunas tartas. ¿Queréis acompañarme o preferís quedaros aquí?

-Vamos contigo mamá, nos gusta acompañarte. -dijo Ana.

-Y a mí me viene bien para coger experiencia.

-Todavía te queda mucho para convertirte en quesero. -dijo Pedro riéndose tiernamente.

-Lo sé, pero cuanto antes aprenda antes lo seré. Y cuando estés mejor volveremos a los pastos para que me sigas enseñando más cosas y así convertirme en el mejor cabrero de los Alpes.

Pedro se rió con cariño.

-Ya me gustaría volver, pero cuando me recupere del todo ya hará mal tiempo. Hasta la próxima primavera no volveremos a los pastos.

Tobías y Ana se desanimaron al escuchar eso, los dos niños amaban ir allí con las cabras.

-Además, pronto comenzaréis la escuela. -añadió Heidi.

-¿Escuela? -preguntaron Tobías y Ana poniendo cara de desagrado.

-Sí, será vuestro primer año. Pero como todavía no tenéis los 8 años solo os daré clase yo, primero tenéis que perfeccionar vuestra lectura, especialmente tú, Tobías.

-Cáscaras... -se quejó el niño.

Heidi se rio mientras agarraba una cesta para transportar las tartas que iba a vender ese día.

-¿Nos vamos? -preguntó la joven a sus hijos. -Después podemos ir al bosque a recoger castañas y grosellas.

Los dos niños asintieron con la cabeza sonriendo, se despidieron de su padre y, junto a su madre, salieron en dirección a la plaza del pueblo para vender las deliciosas tartas.

Después de vender todas, Heidi se dirigió con sus hijos al bosque que su abuelito le había mostrado hacía muchos años y donde recogían castañas y grosellas. Tiempo después había hecho eso mismo con Pedro. Y ahora, lo hacía con sus hijos. Entre los tres, consiguieron recoger muchísimas castañas que después asarían en casa. También recogieron muchas grosellas, con las cuales Heidi elaboraba la mermelada que utilizaba como cobertura de sus famosas tartas de queso.

Durante las semanas que quedaban de otoño, Pedro se dispuso a hacer algunas modificaciones que no requerían apenas esfuerzo a la pequeña casa que le compró al hermano de Barbel para transformarla en una carpintería. Pero el joven no lo hizo solo, algunos aldeanos le echaron una mano en los trabajos con más esfuerzo, incluida la propia Heidi y sus hijos. Todos cooperaban y ayudaban a Pedro en lo que podían.

Semana tras semana, el joven dedicaba tiempo a organizar la futura carpintería. Colocó su mesa y su silla de trabajo, estanterías y armarios para guardar la madera y todas las herramientas con las que el joven trabajaba. Lo organizó todo muy bien, en sus ojos se notaban su entusiasmo y su ilusión.

Por fin llegó el día más esperado, Pedro inauguraba su carpintería. El joven ya se había recuperado del todo del accidente, su muñeca ya estaba curada y podía moverla con facilidad siempre y cuando fuera precavido. Ya no había rastro de ninguna herida ni ningún golpe en su cuerpo, ni siquiera en su cabeza. Pedro volvía a ser el mismo de antes, pero ahora estaba mucho mejor, oficialmente se había convertido en el nuevo carpintero de Dörfli.

El día de la inauguración, los aldeanos se acercaron para ver cómo había quedado la carpintería. Aquello era muy diferente al pequeño taller que él se había hecho en su antigua casa años atrás o al de la cabaña de los Alpes. Sin duda que el joven había hecho un gran trabajo.

Brígida se sentía orgullosa de su hijo, Tobías y Ana estaban muy contentos y Heidi se sentía muy feliz de que al fin Pedro se hubiera recuperado del todo y hubiera conseguido llegar a cumplir su sueño. El joven no paraba de recibir felicitaciones de todos los aldeanos de Dörfli.

-¡Enhorabuena Pedro!

-No hay duda de que tenemos a un gran carpintero entre nosotros.

-El Viejo de los Alpes hizo un gran trabajo contigo.

Pedro no pudo evitar sonrojarse al recibir tantos halagos y felicitaciones, pero los agradecía mucho.

Mientras los aldeanos hablaban con el joven carpintero, Heidi se encontraba apoyada en una pared un poco alejada de todos. Observaba tiernamente a Pedro, estaba muy orgullosa de él y, en esos momentos, no pudo evitar recordar a su abuelo al escuchar a los aldeanos hablar sobre él. Sin duda, el Viejo de los Alpes le había instruido muy bien, había sido su maestro, le había enseñado todos los secretos que conocía de la carpintería y Pedro había aprendido a usarlos muy rápido y muy bien. Heidi hubiera dado todo porque el abuelito estuviera ahí para ver al gran carpintero en que se había convertido Pedro. -Ojalá pudieras verle abuelito, seguro que estarías muy orgulloso de él. -susurraba Heidi mientras sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Se emocionó al pensar en su querido abuelito, ya que pronto se cumpliría otro año más en el que no estaba junto a ella.

En ese momento, Tobías y Ana corrieron en busca de su madre, cada uno la agarraron de una mano y se dirigieron con ella hacia donde estaba Pedro. Los cuatro se abrazaron felizmente delante de todos. Con esa tierna escena se podía comprobar perfectamente el amor y la unidad que desprendía esa familia tan querida por todos.

Las semanas pasaban y Pedro trabajaba cada día en su carpintería, en la cual hacía maravillas con la madera. Construía de todo: desde pequeños objetos como utensilios de cocina y juguetes, hasta otros más grandes como mesas, sillas y armarios. Pero, sin duda, su trabajo estrella eran los trineos. El joven siempre había sido bueno construyéndolos en su primer taller, pero con el tiempo los había mejorado mucho. Y, como el invierno estaba próximo, el trabajo de reparar y construir trineos era abundante, prácticamente se centraba sólo en ellos.

La familia había decidido quedarse a vivir definitivamente en la casa de Dörfli ya que así Pedro tendría el trabajo más cerca y podrían tener más relación con los aldeanos que tanto les habían ayudado últimamente. Heidi y su familia se habían ganado el corazón de todos.

Sin embargo, el hecho de no vivir más en la cabaña había entristecido a Heidi ya que ese lugar significaba mucho para ella. Pero también por esas fechas, todos los años, la joven se sentía triste recordando a su abuelo. El día del aniversario de su muerte, siempre iba con Pedro y los niños a llevarle flores a la tumba y se quedaba unos ratos ahí llorando al recordarle. La joven se sintió nostálgica durante algunos días.

Pasó una semana y, aquella tarde, Pedro volvió a casa mucho antes que otros días ya que había acabado pronto de trabajar. Durante sus ratos libres, el joven había estado trabajando en unos regalos para Heidi y los niños. Después de cenar con su familia, sacó un cesto delante de ellos.

-Tengo algo para vosotros.

-¿Un regalo? -preguntó Ana.

-¡Cáscaras! Dime que es comida. -dijo Tobías abriendo los ojos por completo.

Heidi sacudió la cabeza pensando que su hijo no tendría remedio mientras que Pedro se echó a reír.

-Yo también hubiera preguntado lo mismo. Pero no hijo, no es comida. -respondió el joven. -Pero ya que has hablado empezaré por ti.

Pedro metió la mano en el cesto y sacó un bonito silbato de madera con una cuerda. El joven se lo colgó a su hijo en el cuello.

-¡Cáscaras, un silbato! -exclamó Tobías agarrándolo con sus manos para verlo mejor.

-Sé que silbas estupendamente pero esto también te ayudará a llamar a las cabras.

-¡Me encanta, muchas gracias papá! -exclamó el niño abrazando fuertemente a Pedro.

-Que bonito Tobi. -dijo Ana mientras miraba el silbato de su hermano.

-Para ti hay algo que seguramente te va a gustar. -le dijo Pedro a su hija mientras metía de nuevo la mano en el cesto.

El joven sacó un bonito maletín de madera en el cual había tallado unas pequeñas flores en el medio.

-Esto es para que guardes tus dibujos y tus pinturas, mi princesa.

Los ojos de Ana se abrieron por completo, era el mejor regalo que podrían darle.

-¡Es precioso papi, muchas gracias! -exclamó la niña abrazando con mucho cariño a su padre.

-Cáscaras, que bonito es. -dijo Tobías.

En seguida, los dos hermanos les enseñaron los regalos a su madre.

-¿Te gusta mi maletín mami?

-¿Y mi silbato?

-Me encantan. Son unos regalos preciosos, mis niños. -dijo la joven sonriendo. -¿Por qué no se los enseñáis a la abuelita?

Tobías y Ana asintieron con la cabeza y se fueron corriendo a buscar a Brígida para enseñarle los fantásticos regalos que su padre les había hecho con tanto cariño. En ese momento, Pedro y Heidi se miraron y sonrieron.

-Para ti también hay algo. -dijo el joven guiñándole un ojo a Heidi.

-¿Sí? -preguntó la joven entusiasmada.

-Pero antes de dártelo quiero decirte algo, Heidi.

-¿El qué?

-Sé que los últimos meses han sido muy difíciles, especialmente para ti. -comenzó diciendo Pedro mientras agarraba las manos de Heidi. -Y créeme, jamás voy a olvidar todo lo que has hecho por mí, por los niños... por todos. Te has sacrificado mucho por todos, Heidi.

-Eso es lo que hace una buena esposa que ama de verdad a su esposo. Tú desde siempre te has sacrificado por mí y por los niños. ¿Cómo no lo iba a hacer yo por ti también?

Pedro sonrió ante aquellas palabras.

-Por eso quería agradecértelo. Sé que no hay ni palabras ni cosas para agradecer eso, pero he intentado hacerte algo que sé que significa mucho para ti. Bueno, para todos, pero en especial para ti.

El joven metió la mano en el cesto y sacó algo que hizo que Heidi abriera los ojos por completo y tapara su boca con las manos por la increíble sorpresa: Pedro había tallado con la madera una réplica de la cabaña de los Alpes. Era un poco más grande que una mano y era igual, exactamente igual a la de verdad, e incluso detrás había tallado los tres abetos. Y había algo más increíble todavía, había tallado la figurita del abuelito sentado en el banco de la entrada y a Niebla tumbado a sus pies. Heidi no creía lo que veían sus ojos. Por un momento, sentía que tenía gran parte de su vida entre sus manos.

-¡Dios mío Pedro, es preciosa! -exclamó Heidi observándola más de cerca. -No me lo puedo creer, es igualita a la de verdad, si hasta tiene los tres abetos. ¡Y además están el abuelito y Niebla!

Era la primera vez que Heidi se había sorprendido tanto por algo, a pesar de que ella se sorprendía por casi todo.

-Sé que estos días atrás has estado nostálgica porque te acordabas de tu abuelo. Pero también sé lo que esa cabaña significa para ti y, aunque ya no vivamos ahí, siempre la tendrás cerca y también tendrás cerca a tu abuelo y a Niebla.

Los ojos de Heidi se empezaron a llenar de lágrimas al oír eso, la imagen de su abuelo llegó a sus pensamientos en ese momento. La cabaña de los Alpes había sido su hogar junto al abuelito desde los 5 años, pero también había sido su hogar junto a Pedro y sus hijos. Heidi no pudo aguantar más sus emociones y, con las lágrimas cayendo por sus mejillas, abrazó fuertemente a Pedro y este la rodeó con sus brazos.

-No tengo palabras para agradecerte esto, Pedro. -dijo Heidi acercando la miniatura de la cabaña a su corazón.

-No hace falta que me digas nada, solo con ver que te ha hecho feliz me hace sentir satisfecho. -dijo el joven acariciando la mejilla de Heidi.

La joven le sonreía y le miraba con ternura todavía con los ojos húmedos de llorar por la emoción. Ambos acercaron sus rostros para besarse tiernamente.

-El abuelito fue muy sabio al darte la oportunidad de enseñarte carpintería. -dijo Heidi después del beso. -Él vio tu potencial y sabía que algún día podrías convertirte en lo que ahora eres, un gran carpintero.

-Tuve al mejor maestro que jamás podría tener.

-Estoy muy orgullosa de ti, mi vida.

-Pero todo esto es gracias a ti también, cariño. Tú siempre has sido quien me ha animado y apoyado.

-Y lo seguiré haciendo siempre, mi amor.

Ambos se miraron y sonrieron. Pedro agarró las caderas de Heidi y la joven le rodeó el cuello con sus brazos y volvieron a besarse, un beso lento y lleno de amor que después les llevo a otros besos más intensos. Pedro agarró a Heidi por los muslos y la sentó encima de la mesa, sin dejar de besarla. Esta le rodeó con las piernas.

De repente, Tobías y Ana aparecieron después de haber enseñando sus regalos a Brígida y descubrieron a sus padres en medio de tantos besos. Pedro y Heidi se dieron cuenta e interrumpieron sus apasionados besos, algo avergonzados. La joven se bajó rápidamente de la mesa. Ana les miró levantando una ceja mientras que Tobías ponía cara de asco. La niña no dijo nada, pero su hermano soltó lo primero que pensó al verles.

-¡Puaj! Nunca voy a besar a una chica. Cáscaras que asco.

-Créeme, cuando crezcas no pensarás igual. -dijo Pedro riéndose.

-Todavía queda mucho para eso. -se justificó Tobías.

Pedro y Heidi se rieron.

-Creo que será mejor que os vayáis ya a dormir, mis amores, se está haciendo tarde. -dijo la joven.

Tobías y Ana asintieron con la cabeza y, después de darles un beso de buenas noches a sus padres, se dirigieron hacia su habitación.

-Será mejor que tú y yo también nos vayamos a la cama. -le susurró Heidi a Pedro mientras le guiñaba un ojo.

-Sí, lo estoy deseando. -dijo Pedro con una pícara sonrisa mientras agarraba una de las nalgas de Heidi y la apretaba de manera graciosa.

-¡Pedro! -exclamó Heidi riéndose y apartando la mano del joven, ya que los niños todavía estaban cerca.

Pedro se rio y ambos se dirigieron hacia la habitación. El joven cerró la puerta y se acercó a Heidi, abrazándola por detrás.

-¿Por qué no te pones el camisón que te regaló Clara? -preguntó Pedro mientras la besaba en la mejilla. -Hace tiempo que no te lo pones y a mí me encanta verte con él.

Heidi sonrió y le miró.

-Porque contigo apenas me dura puesto unos segundos.

Pedro se rio.

-Intentaré controlarme un poco más esta vez. Pero póntelo para mí, anda.

Heidi sonrió de nuevo y asintió.

-Está bien, pero date la vuelta.

-¿Por qué?

-Porque te conozco, Pedro. En cuanto me veas cambiándome vas a agarrarme y a tirarme en la cama. ¿O acaso me equivoco?

Pedro se rio porque sabía perfectamente que eso era cierto e hizo lo que ella le dijo. Se dio media vuelta mientras Heidi se ponía el camisón, y él aprovecho para desvestirse y quedarse en ropa interior.

-Ya puedes mirar.

Pedro se giró y la vio con el camisón. Sus ojos ya no podían dejar de mirarla.

-Cáscaras Heidi, ¿cómo puedes ser tan perfecta?

Esta se rio, se acercó a Pedro mirándole de manera traviesa y le empujó para tirarle sobre la cama. Pedro se dejó caer y después Heidi se sentó encima de él.

-¿Y ahora qué? ¿Vas a poder controlarte conmigo así? -preguntó ella con una sonrisa pícara.

Pedro se incorporó, poniéndose frente a Heidi.

-Maldita sea, no puedo Heidi. Me vuelves loco. 

Ella se rió tiernamente, sabiendo que diría eso, y ambos comenzaron a comerse a besos. Pedro le quitó el camisón y la ropa interior a Heidi y ella a él la suya. La tumbó sobre la cama y llenó su cuerpo con besos y caricias, desde sus pechos hasta su zona más íntima. Ella hizo lo mismo con él, besó todo su torso hasta la zona más viril de su cuerpo. Hasta que Pedro no aguantó más y se adentró en Heidi. Ambos gemían a la par y disfrutaban de otra intensa noche de amor y placer.

El ambiente era cálido dentro de aquella habitación, pero afuera el viento soplaba muy fuerte y las temperaturas eran cada vez más bajas. Un invierno más estaba a punto de llegar a los Alpes.

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