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16. Unidos

La noche transcurrió tranquilamente y por fin amaneció. Pedro se despertó en cuanto notó en su rostro los primeros rayos del sol de la mañana. El joven, fue abriendo los ojos poco a poco. Al principio todo lo veía nublado hasta que parpadeó varias veces para ver con más claridad, descubriendo que estaba en la habitación de un hospital.

-Cáscaras, qué mareo tengo...

En ese momento, Heidi se despertó y vio que Pedro ya había abierto los ojos.

-¡Pedro, mi amor! -exclamó Heidi dando un salto del sillón para acercarse rápidamente hacia él y abrazarlo mientras lloraba. -¡Dios mío Pedro, has despertado!

-¡Heidi cuidado, me duele todo, cáscaras!

-¿Me recuerdas?

-¿Qué? Pues claro que te recuerdo, cáscaras. ¿Qué es lo que ha pasado?

-¿No recuerdas nada? -preguntó Heidi mientras se sentaba en el borde de la cama. -Hans y tú fuisteis a rescatar a Bruno, pero cuando intentaste trepar...

-Ah sí. -la interrumpió Pedro. -Maldita sea, la cuerda se rompió y me intenté agarrar fuertemente a la pared... pero me caí.

-Tuvimos que traerte al hospital de Maienfeld, te operaron la muñeca porque tenías varios huesos fracturados. También tenías una herida grande detrás de la cabeza, te dieron algunos puntos.

-Cáscaras, es verdad. Me hice daño en la muñeca al romperse la cuerda, hice un mal movimiento. Por eso no pude agarrarme bien y me caí, perdí las fuerzas.

-Esa caída casi te cuesta la vida, Pedro. No sabes lo mal que lo he pasado, pensé que... que jamás volverías a despertarte... No sé qué habría hecho sin ti, mi amor... -decía Heidi mientras sus lágrimas caían por su rostro.

-Cariño, no hay nada que pueda separarme de ti jamás, ni ningún accidente ni nadie. -dijo Pedro mientras ponía su mano en una de las mejillas de Heidi e intentaba secar sus lágrimas. -Además, tengo la cabeza tan dura como una piedra.

Heidi se rio al oír eso último sintiéndose aliviada al ver que Pedro seguía teniendo su buen humor de siempre. Ambos acercaron sus rostros y se unieron en un largo beso. Minutos después, alguien llamó a la puerta de la habitación. Era el doctor que venía a comprobar si Pedro ya se había despertado. Con él venía una enfermera la cual le ayudaría a cambiarle las vendas al joven.

-Buenos días Pedro, ya veo que estás despierto. ¿Cómo te encuentras?

-Buenos días doctor, pues bastante adolorido y mareado.

-Es normal después del fuerte golpe. Tengo que examinarte y cambiarte las vendas.

-Esperaré afuera. -dijo Heidi mientras salía de la habitación.

Minutos más tarde, el doctor y la enfermera terminaron su trabajo y avisaron a Heidi de que ya podía entrar.

-Y bien, doctor, ¿cómo le encuentra?

-Mejor de lo que me esperaba, a pesar del golpe en la cabeza, Pedro no ha sufrido ninguna alteración en su cerebro. Pero tenemos que ir evaluando las heridas y la muñeca durante los siguientes días. Tendrá que quedarse una semana en el hospital.

-¡¿Una semana?! Pero si estoy bien... ¡Auch! -se quejó Pedro al moverse para intentar demostrar que no era para tanto, aunque estaba equivocado.

-No estás bien, Pedro, haz caso al doctor.

-Todavía te queda una larga recuperación, especialmente con tu muñeca. -dijo el doctor.

-¿Cuánto tiempo tardará en recuperarse mi muñeca?

-Unos 3 o 4 meses aproximadamente.

-¡Cáscaras! ¿Tanto? ¿Y cómo se supone que voy a trabajar así? ¿Cómo llevaré a las cabras a los pastos? ¿Cómo podré trabajar la madera? ¡Esta es la mano que uso para todo!

-Siento decírtelo, pero no podrás. Esos meses son de absoluto reposo y ejercicios de recuperación. Nada más.

Pedro no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Cómo podría mantener a su familia sin poder trabajar y sin recibir ningún sustento? Heidi también se preocupó al oír eso.

-Tengo que seguir revisando al resto de los pacientes, más tarde vendré de nuevo.

-Está bien doctor, muchas gracias. -dijo Heidi.

El doctor salió de la habitación para seguir con su trabajo mientras que Pedro no hacía nada más que lamentarse, preocupado.

-Cáscaras, maldita sea. ¿Qué voy a hacer ahora?

-Pedro, no pienses en eso. Lo que más importa ahora es que te recuperes lo antes posible.

-¿Y cómo os voy a mantener?

-Nos las apañaremos, siempre lo hacemos. Lo importante es que nos mantengamos unidos, juntos podemos con todo. -dijo Heidi agarrando la mano de Pedro.

El joven la miró algo dudoso al principio, pero después asintió con la cabeza y sonrió.

-Tienes razón. Hemos superado muchas cosas juntos, sé que si estamos unidos podremos salir adelante.

Heidi también sonrió y abrazó delicadamente a Pedro para no hacerle daño. El joven también la abrazó, pero lo hizo más fuerte. 

Un par de horas después, un coche de caballos se paró en la puerta del hospital. Hans y Clara habían venido a ver a Pedro junto con su pequeña Greta y los hijos de Pedro y Heidi. Brígida también había venido con ellos, necesitaba ver cómo estaba su hijo. En seguida, todos se bajaron del coche y entraron en el hospital para ir a la habitación en donde estaba Pedro. En cuanto vieron a su padre, Tobías y Ana fueron corriendo hacia su cama, se subieron en ella y abrazaron al joven. Pedro no se quejó a pesar de los dolores que tenía por todo el cuerpo, pero necesitaba ver y abrazar ya a sus hijos. Ambos empezaron a preguntarle de todo a su padre para asegurarse de que estaba bien.

-¿Cómo estás papá?

-¿Te duele?

-¿Cuándo vuelves a casa?

Pedro se reía tiernamente.

-Estoy mejor, pero tengo que estar aquí una semana.

-¿Tanto? -preguntaron Tobías y Ana a la vez.

-El doctor tiene que revisar todos los días a vuestro padre, por eso es mejor que se quede aquí. -les dijo Heidi con cariño.

Los dos niños asintieron con la cabeza.

-Por cierto, a mi no me habéis dado ni besos ni abrazos. -dijo Heidi poniendo cara de pena.

En seguida, Tobías y Ana fueron hacia su madre y la llenaron de besos y abrazos. Eran unos niños muy cariñosos. Brígida se acercó hacia su hijo para ver cómo se encontraba. Hans y Clara la siguieron junto a Greta.

-Pedro, no sabes el susto que me diste. ¿Cómo te encuentras, hijo?

-Estoy mejor, madre. Todo ha sido eso, un susto.

-Me alegro de que estés mejor, tío Pedro. -dijo Greta.

-Gracias, pequeña.

-Y nosotros también, Pedro. -dijo Clara con una sonrisa.

-A mi hermano y a mí nos diste un buen susto cuando te caíste. Siento no haberme dado cuenta de que la cuerda se estaba rompiendo.

-No es tu culpa, era demasiado peso para todos. Tenía que haber cogido otra cuerda más resistente... Por cierto, tu hermano... ¿Cómo está?

-Bien, está en casa reposando su tobillo. Frida está cuidando de él aunque no es para tanto. El doctor de Dörfli dijo que en menos de un mes estará como nuevo y los golpes y arañazos del cuerpo también se curarán en seguida.

-Bueno, me alegro de que estemos todos bien.

-Sí. -dijo Hans.

Ese día, Pedro pasó unos momentos agradables junto a su familia y sus amigos. Momentos que le hicieron dejar a un lado sus dolores físicos y sus preocupaciones.

Cuando empezó a caer la tarde ya era hora de que todos, excepto Pedro, regresaran a Dörfli. Tobías y Ana se despidieron de su padre con un abrazo y Heidi con un beso. La joven le prometió que, mientras estuviera en el hospital, vendría todos los días para hacerle compañía.

Aquella noche, Heidi estaba en su habitación. La joven ya se había metido en la cama cuando, de repente, Tobías y Ana entraron en la habitación, algo tristes.

-¿Qué os pasa, mis niños? -preguntó Heidi al ver las caras que llevaban.

-¿Podemos quedarnos aquí esta noche? -preguntó Tobías.

-Claro que sí, mi vida. Venid aquí. -dijo la joven haciéndoles un gesto con la mano para que se acercaran a su cama.

Los dos hermanos se subieron en ella, y se pusieron uno a cada lado de su madre. Ana llevaba en la mano un libro de cuentos. Se trataba de aquel libro que la abuelita de Clara le había regalado a Heidi cuando ella estuvo viviendo en Frankfurt. La joven todavía lo conservaba y se lo había dado a sus hijos para que ellos pudieran aprender a leer con él. En Dörfli, los niños no comenzaban la escuela hasta los 8 años pero desde que Heidi impartía clases de lectura a los más pequeños estos podían empezar antes. Como buena maestra de apoyo, también les había enseñado el abecedario a sus hijos e incluso les había enseñado a leer algunas palabras y frases cortas. En cuanto comenzaran de nuevo las clases comenzarían a asistir ellos también para poder aprender a leer correctamente.

-¿Nos podrías leer un cuento? -preguntó Ana dándole el libro a su madre.

-Claro que sí, princesa.

Los dos niños estaban tristes echaban de menos a su padre y Heidi se había dado cuenta de ello. Ella también lo extrañaba. Desde sus 7 años de matrimonio, esa era la primera noche que dormiría sin Pedro a su lado. Aunque no se sentiría sola, Tobías y Ana estarían con ella.

Heidi comenzó a leer pero se dio cuenta de que sus hijos parecían no estar atentos al cuento y conocía la razón, pensaban en su querido padre.

-Yo también le echo de menos. -dijo Heidi interrumpiendo la lectura un momento.

Tobías y Ana dirigieron su mirada hacia su madre.

-Ojalá se pase pronto esta semana. -dijo la niña.

-Sí, queremos que papá vuelva a casa. -añadió su hermano.

-Yo también, pero veréis que los días se pasarán rápido. -dijo Heidi para animarles. -Ahora será mejor que durmamos, es tarde. Mañana nos espera otro día más.

Tobías y Ana asintieron con la cabeza y Heidi se puso a leer un rato más. La dulce voz de la joven y el cansancio hacían que los ojitos de los niños se cerraran poco a poco hasta quedarse dormidos. En cuanto Tobías y Ana se durmieron, Heidi dejó de leer, cerró el libro y lo dejó sobre una de las dos mesitas de noche que había a cada lado de la cama. Les dio un beso en la frente a cada uno de sus hijos, los cuales dormían abrazados a ella.

-Descansad mis pequeños. -les susurró Heidi antes de ponerse a dormir ella también.

Durante los días siguientes, tal y como lo prometió, Heidi bajaba hasta Maienfeld para ver a Pedro y hacerle compañía durante un buen rato. Tobías y Ana también iban algún día que otro junto a su madre. Esos ratos con su esposa y sus hijos hacían que el joven se sintiera mejor. Pedro y Heidi se mantenían muy unidos.

Hans y Clara también le habían ido a visitar junto a Greta. Frida igual, excepto Bruno, el cual todavía no podía mover el tobillo y sus heridas empezaban a cicatrizar.

Por fin, llegó el día en el que Pedro podía irse del hospital.

-Estás bastante bien, Pedro, ya puedes volver a casa. -dijo el doctor una vez que terminó de examinarle.

-Pensé que jamás llegaría este día. -dijo Pedro.

-Que alegría. -dijo Heidi.

-Le informaré al doctor de Dörfli sobre tu recuperación, él irá todas las semanas a verte para seguir con tus revisiones.

-De acuerdo.

-Bueno, mi trabajo contigo ya ha terminado. Deseo que te recuperes pronto y no lo olvides: nada de esfuerzos y sobre todo mucho reposo con tu muñeca.

-Descuide, eso haré. Gracias doctor.

-Muchas gracias por todo, doctor. -dijo Heidi.

El doctor sonrió y salió de la habitación. Pedro y Heidi estaban dispuestos a abandonar la habitación cuando, de repente, dos personas aparecieron ante ellos. Eran Bruno y Frida, el joven caminaba con ayuda de unas muletas. Pedro y Heidi se sorprendieron al verles, en especial a Bruno.

-Hans me ha dicho que ya recibiste el alta del hospital. -empezó diciendo Bruno dirigiendo su mirada hacia Pedro. -Ya nos despedimos de él y de Clara y queríamos venir a veros antes de marcharnos.

-¿Marcharos? -preguntó Pedro.

-Sí, Frida consiguió vender la casa de su madre hace un par de días.

-Nunca olvidaré que aquí nací y crecí, pero nuestra vida está en Frankfurt. Ya no hay nada que nos ate a este lugar. -añadió Frida.

En ese momento, Pedro y Heidi se miraron. ¿Esto era una despedida definitiva?

-Heidi, Pedro... muchas gracias por todo lo que habéis hecho por nosotros. -dijo Frida mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, ya que estaba muy agradecida, en especial con Pedro por lo que había hecho por su esposo. -Ha sido un verdadero placer haberos conocido.

Heidi también se emocionó, agarró las manos de Frida y sonrió tiernamente. La joven le había agradado mucho.

-Nosotros también nos alegramos de haberte conocido, Frida. -dijo Heidi.

-Te deseamos lo mejor. -le dijo Pedro a Frida mientras dirigía su mirada hacia Bruno para añadir algo más. -Os deseamos lo mejor, a los dos.

Heidi sonrió y asintió con la cabeza para corroborar lo último que había dicho Pedro. Bruno y Frida les devolvieron la sonrisa. Después de eso, las dos mujeres se abrazaron fuertemente.

-Pedro, quería agradecerte lo que has hecho por mí, has arriesgado tu vida por salvarme. Muchas gracias. -dijo Bruno con total sinceridad.

Pedro se sorprendió al escucharle hablar así.

-De nada, aquí somos así. Cuando alguien está en peligro, sin importar quien sea, vamos a ayudarle.

Heidi, que estaba abrazándose con Frida, escuchó la conversación y sonrió al oír las palabras de Pedro. Bruno le tendió la mano a Pedro para despedirse y este se la estrechó. Después de todos esos años, parecía que ambos ya habían olvidado lo ocurrido en el pasado.

Pedro y Heidi se despidieron de Bruno y Frida y estos se dirigieron hacia la estación del tren. Después de la despedida, Pedro y Heidi salieron del hospital y, justo en ese momento, se encontraron al panadero de Dörfli, el cual había bajado hasta Maienfeld a por unos cuantos sacos de harina para su panadería.

-Pedro, Heidi, me alegro de veros. -dijo el panadero. -¿Cómo estás, Pedro? Todos en Dörfli estamos preocupados por ti.

-Gracias por el interés. Pues aquí me ve, con el brazo hecho una pena todavía. -bromeó el joven. -Pero estoy mejor, solo tengo que guardar reposo unos meses.

-Me alegro. Voy de regreso a Dörfli, ¿os llevo?

-Muchísimas gracias, con Pedro así nos llevaría mucho tiempo llegar. -dijo Heidi.

-Pues no se hable más, subid al carro.

El panadero llevó a la pareja hasta Dörfli, mientras conversaban con él. El trayecto duró unos cuantos minutos y una vez que llegaron al pueblo se despidieron y Pedro y Heidi fueron a su casa, en donde les esperaban su familia y amigos quienes le recibieron con aplausos y gritos de alegría.

-¡Bienvenido a casa, Pedro!

-¡Bienvenido a casa, papá!

-¡Cáscaras, menudo recibimiento! -exclamó el joven sorprendido.

-Ya ves, todos te hemos echado mucho de menos. -dijo Heidi con una sonrisa.

-Ya veo. -dijo Pedro riéndose felizmente.

En seguida, Tobías y Ana se acercaron a su padre para abrazarle. Estaban muy felices de que hubiera regresado a casa, al igual que Brígida, de nuevo tenía a su hijo con ella. Hans y Clara también estaban contentos de que su buen amigo estuviera mejor.

Esa noche, Pedro se tumbó en su cama, aquella que había echado tanto de menos y la cual siempre compartía con Heidi.

-Cáscaras, que bien se siente dormir en tu propia cama. -dijo Pedro.

-¿La del hospital no era cómoda? -preguntó Heidi mientras se acurrucaba a su lado.

-Sí, pero me sentía raro. No solo por el hecho de estar en un hospital sino porque no te tenía a mi lado. Te echaba mucho de menos, cariño. -dijo Pedro mirando a Heidi con ternura mientras rodeaba su cintura con el brazo que no tenía escayolado.

Ella también le miro del mismo modo y sonrió.

-Yo también te eché de menos, mi vida. Aunque durante alguna noche Tobías y Ana durmieron conmigo y así no me sentí tan sola.

Pedro sonrió.

-Y no echaba de menos solo tu presencia, Heidi, sino también tus besos, tus caricias, tu cuerpo... En fin, todo de ti.

-Y yo Pedro, echaba de menos dormir abrazada a ti y estar entre tus brazos mientras me amas sin descanso. -dijo Heidi mientras le acariciaba el rostro. -Yo también echaba de menos todo de ti, mi amor. Mi cuerpo pedía del tuyo.

-El mío pide del tuyo constantemente. -dijo Pedro mientras acercaba sus labios a los de Heidi.

Ambos comenzaron a besarse lentamente. De repente, la mano de Pedro fue bajando poco a poco por la cintura de Heidi y por sus caderas. Pero cuando llegó a su vientre, Heidi le detuvo.

-Pedro... esta noche no... -susurró la joven.

-¿Por qué? ¿No tienes ganas? Hace un momento dijiste que tu cuerpo pedía del mío. -dijo Pedro levantando una ceja.

-Claro que tengo ganas, y muchas. Pero es que... hoy comenzó mi periodo.

-Cáscaras, ¿justo tenía que ser hoy?

Heidi dejó escapar una tierna risita.

-Aguanta unos días, amor.

-Qué remedio. -dijo Pedro suspirando.

-De todas formas, tu operación está muy reciente y no tienes que mover mucho el brazo, en especial la muñeca. Quiero que descanses, así que hoy será una noche tranquila. ¿Vale, mi vida?

Pedro la miraba con una ceja levantada, pero no tuvo más remedio que aceptarlo.

-Está bien... Pero besos si están permitidos, ¿no?

-Por supuesto que sí. -dijo Heidi sonriendo. -Además, tenemos que recuperar todos los que no hemos podido darnos.

Pedro sonrió también y asintió con la cabeza. Heidi se acercó más hacia él y ambos comenzaron a besarse en los labios, dulce y lentamente, perdiéndose en esos besos que tanto habían anhelado darse en esas noches que no estuvieron juntos.

Y así fue como esa noche ambos se besaron tiernamente hasta quedarse dormidos. Desde entonces, Pedro y Heidi ya no volverían a dormir separados nunca más.

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