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14. Un desafortunado rescate

Por fin amaneció, y en la pequeña cueva de la montaña, Pedro, Hans y Bruno se despertaron casi a la vez. Ese día hacía un sol espléndido y no había apenas nubes. Aunque todo seguía todavía húmedo debido a la lluvia de la noche.

Los tres jóvenes se prepararon para intentar salir de aquel lugar y llevar a Bruno a casa del doctor para que le examinara el tobillo, así como los golpes y arañazos que tenía por el cuerpo debido a la caída que tuvo.

-Te ayudaré a levantarte. -le dijo Hans a su hermano mientras se acercaba a él.

Bruno intentó levantarse y se agarró a su hermano para caminar, apoyando lo menos posible el tobillo lastimado.

-¿Te duele mucho?

-Sí, bastante.

Los tres jóvenes se prepararon para el ascenso a la superficie, pero había un problema. ¿Cómo iba a trepar Bruno por la pared de la cueva si no podía siquiera poner su pie en el suelo? Era peligroso, ya que estaba resbaladiza debido a la lluvia de la noche y había algunas rocas en mal estado que sobresalían, tenían que tener cuidado de no pisar ninguna, ya que si no, podrían caer. Alguien tendría que llevar a Bruno en su espalda y el que más fuerza y más habilidad tenía trepando era Pedro.

-Tendrás que subirte a mi espalda si quieres salir de aquí. -dijo el joven cabrero.

-Bueno, está bien...

-Espera que te ayudo. -dijo Hans.

Bruno se subió a la espalda de Pedro ayudado por su hermano. Hans llevaría las mochilas de Pedro y de Bruno con él.

-Hans, sube tú primero. Así cuando llegues arriba podrás ayudarme a subir a Bruno. -dijo Pedro.

-De acuerdo, allá voy.

-Ten mucho cuidado de donde pones los pies, no te vayas a caer.

Hans asintió con la cabeza. El joven se agarró fuertemente de la cuerda y comenzó el ascenso. La cuerda con la que Pedro y Hans habían descendido seguía atada al tronco en donde el joven cabrero la había dejado, pero estaba bastante mojada y había perdido algo de fuerza. Unos pocos metros atrás, Pedro trepaba agarrándose fuertemente de la cuerda con Bruno a su espalda. Trueno comenzó a ladrar al oír a lo lejos las voces de los jóvenes. Había pasado toda la noche fuera, refugiado de la lluvia debajo de un árbol. El animal esperaba impaciente a su amo.

Minutos después, Hans por fin consiguió llegar a la superficie, algo asustado ya que era la primera vez en su vida que había hecho algo así.

-¡Ya estoy arriba!

-¡De acuerdo, nosotros en seguida llegamos! -dijo Pedro.

Hans agarró fuertemente la cuerda con sus manos para asegurarla mejor. Pedro seguía trepando, la pared estaba bastante resbaladiza y el peso de Bruno en su espalda hacía que sus pisadas fueran algo inestables y se cansara antes de tiempo. Pero lo peor era lo que estaba pasándole a la cuerda, ninguno de los tres se había dado cuenta de que se estaba empezando a romper en la mitad.

-¡Vamos, ya queda poco! -animó Hans a Pedro.

-¡Escucha Hans! ¡Extiende tu mano y agarra la de Bruno!

-¿Cómo me va a agarrar si no llego?

-Te intentaré empujar un poco hacia arriba para que llegues a donde está Hans.

-¿Qué? Me voy a caer.

-No te vas a caer, cáscaras, tú haz lo que te digo. Intenta subir un poco tú solo y estira el brazo. Si ves que te resbalas, yo te sostendré de las piernas.

-Está bien...

Bruno hizo lo que Pedro le dijo. El joven intentó subir por su cuenta unos metros escasos pero era bastante torpe trepando. Pedro resopló al verle y le dio un pequeño empujón para ayudarle. Gracias a eso, Bruno consiguió subir unos pocos metros más por su cuenta. El joven estiró el brazo y Hans pudo agarrarle de la mano y tirar de él. Los dos hermanos ya estaban a salvo en la superficie.

-¡Por fin! -exclamó Bruno una vez que consiguió salir de aquella cueva.

-Quédate aquí, yo voy a ayudar a Pedro.

-Está bien.

-Vamos Pedro, te ayudaré. Ya casi estás, solo tienes que subir un poco más. -dijo Hans tendiéndole la mano a su amigo.

El joven cabrero siguió escalando un poco más para llegar a agarrar la mano de Hans, pero tuvo la mala suerte de que la cuerda en donde estaba agarrado terminara de romperse, haciendo que Pedro hiciera un movimiento brusco y se resbalara hacia abajo. Sin embargo, pudo agarrarse a una de las rocas que sobresalían.

-¡Cáscaras, maldita sea! -se quejó Pedro.

-¡Pedro! ¿Estás bien? -preguntó Hans.

Pero Pedro no estaba bien del todo, ese movimiento brusco le sentó fatal a una de sus muñecas y en ese momento, el joven sintió que se la había lastimado bastante. Pedro intentó trepar pero le dolía tanto la muñeca que su brazo se quedaba sin fuerzas.

-¿Qué ocurre? -preguntó Bruno asomándose al borde.

-La cuerda se ha roto y Pedro está intentando escalar. Bruno, haz una cosa. Agárrame de las piernas, intentaré asomarme lo máximo posible para agarrar mejor a Pedro cuando esté cerca.

-A ver si te vas a caer, Hans.

-Bruno, haz lo que te digo, tenemos que ayudar a Pedro.

-Está bien... -dijo el joven recordando aquella vez en la que él tuvo que hacer lo mismo con Pedro cuando Heidi se resbaló por el barranco de la pradera años atrás.

Pedro trepaba lentamente mientras se quejaba adolorido de su muñeca, le estaba costando como nunca intentar llegar hasta arriba, iba perdiendo las fuerzas. De repente, pisó una roca en mal estado sin darse cuenta. Eso hizo que el joven resbalara de nuevo y, al no tener tanta fuerza en uno de sus brazos, no pudo agarrarse bien. Además de que la pared rocosa estaba húmeda y muy escurridiza. Pedro estaba colgando de un brazo, ya no podía más, su mano también se iba resbalando poco a poco.

-¡Maldita sea! ¡Ayúdame Hans! -gritó Pedro.

-¡Pedro agárrate fuerte!

-¿Qué ocurre hermano? -preguntó Bruno ya que él no podía ver lo que estaba pasando.

-Dios mío Bruno, se va a caer. Agáchame más.

-No puedo Hans, si lo hago nos caeremos nosotros también. Yo no tengo tanta fuerza y me duele mucho el tobillo.

-¡No puedo más! -gritó Pedro. -¡Maldita sea, Hans ayúdame!

-¡Por Dios, no te sueltes! -exclamó Hans.

Era una situación muy desesperante, Hans y Bruno estaban muy nerviosos y Pedro estaba sufriendo mucho. Durante unos segundos pensaba en si iba a salir de esa. De repente, la imagen de Heidi y de sus hijos apareció en su mente y, al pensar en ellos, soltó un grito lleno de rabia. No podía permitirse dejarles solos, tenía que luchar por su vida y eso intentó hacer el joven. Pero, trágicamente, Pedro no pudo aguantar más y terminó cayendo hacia abajo. Solo se escuchó otro grito por parte del joven.

Mientras tanto en la casa de Dörfli, todos ya habían terminado de desayunar y de recoger la mesa. Frida miraba a través de la ventana, esperando la hora en que podría volver a ver a su marido. Heidi y Clara también estaban algo preocupadas por Pedro y Hans, esperaban que a ellos no les hubiera pasado nada.

-Frida no se aparta de la ventana ni un segundo. -le dijo Clara a Heidi.

-Sí, me imagino que debe de estar muy preocupada por Bruno.

-Sí es cierto... Pero yo también lo estoy por Hans. 

-Y yo por Pedro.

-Espero que ellos también estén bien.

-Pedro siempre suele ser muy precavido, siempre intenta estar pendiente de todo. Él conoce las montañas como nadie y sabe de los peligros que existen. Seguro que ellos estarán bien.

Clara sonrió a su amiga.

-De todas formas iré a hacerle compañía a Frida y a animarla un poco.

-De acuerdo Clara, yo iré a ordeñar a las cabras. Así tendremos leche fresca para la hora de comer.

-Estupendo, Heidi.

Heidi se dirigió hacia el corral y Clara fue a hacerle compañía a su cuñada.

Minutos después, se escucharon unos ladridos y a alguien llamando a la puerta apresuradamente. Clara y Frida fueron corriendo a abrir, ya que Heidi todavía se encontraba en ese momento ordeñando a las cabras en el corral.

-¡Abrid, rápido!

-Hans, ¿eres tú? -preguntó Clara mientras abría la puerta al reconocer la voz de su marido.

En cuanto la joven abrió la puerta se encontró a Hans, casi sin aliento de tanto correr, y a Trueno a su lado. Clara y Frida se asustaron.

-¿Qué ha pasado, Hans? -preguntó Clara.

-Hans, ¿dónde está Bruno? -preguntó su cuñada.

-¿Y Pedro? -añadió Clara.

-¿Dónde está Heidi? Dímelo rápido, tengo que hablar con ella. -dijo Hans intentando recuperar el aliento.

-Está en el corral. ¿Pero qué ha pasado? ¡Nos estás asustando a Frida y a mí!

-Hans, dime dónde está Bruno por favor.

-Bruno está a salvo, tranquila, pero tiene el tobillo roto y se quedó allí en la montaña.

-¿Qué? Dios mío. ¿Por qué se quedó allí? -pregunto Frida muy confusa.

-¡Hans dime de una vez qué es lo que ha pasado! -exclamó Clara asustada.

Hans no contestó a ninguna y rápidamente se dirigió hacia el corral en busca de Heidi. Clara y Frida le siguieron muy preocupadas. En ese momento, Heidi salía del corral, acababa de ordeñar a Campanilla, a Canela y a Traviesa, y en sus manos llevaba un cántaro con abundante leche fresca. La joven se encontró de repente con Hans y se sorprendió.

-¡Heidi!

-¡Hans! ¡Qué alegría que ya estéis aquí! ¿Cómo está tu hermano? ¿Está bien?

-Heidi escúchame...

-¿Qué ocurre? Por cierto, ¿dónde está Pedro?

En ese momento, Clara y Frida aparecieron detrás de Hans.

-Es precisamente de él de quien tengo que decirte algo...

-¿De Pedro? -preguntó la joven cambiando su rostro a uno de preocupación. -Hans, ¿qué le ha pasado a Pedro? ¿Dónde está?

-Heidi... -empezó diciendo Hans intentando no alarmar mucho a la joven. -Cuando trepábamos para salir de la cueva, la cuerda se rompió y Pedro intentó agarrarse con fuerza a la pared, pero... no pudo aguantar más y... y cayó abajo.

Al oír eso, Heidi se quedó de piedra y dejó caer el cántaro que llevaba en sus manos, haciendo que toda la leche se derramara por el sueño. Clara y Frida taparon sus bocas con sus manos y abrieron los ojos por completo sin creérselo.

-¿Qué... qué estás diciendo? -susurró Heidi, la cual parecía haberse quedado en estado de shock.

La joven comenzó a sentir un peso en el pecho que no la dejaba respirar bien, las piernas le empezaron a temblar y estuvo a punto de caerse si no hubiera sido porque Hans la sujetó.

-¡Heidi! -exclamó Clara mientras corría a ayudarla.

-¡No, no puede ser! ¡Hans dime que no es verdad, por favor! -gritó Heidi muy nerviosa y con lágrimas en los ojos.

Heidi no pudo controlarse más y rompió a llorar. Clara la abrazó para calmarla.

-Lo siento Heidi, pero no sé qué le habrá pasado... Bruno y yo le llamábamos desde la superficie pero no respondía.

-¡Por Dios, no! ¡Pedro! -gritaba Heidi desesperada, llorando entre los brazos de su amiga.

-¿Hans, es cierto? -preguntó Clara sin creérselo tampoco.

El joven asintió con la cabeza haciendo que Clara también derramara algunas lágrimas. Frida tampoco se lo creía. ¿Cómo había sido posible?

-Tenemos que ayudarle, Hans. -dijo Clara.

En ese momento, Hans supo lo que había que hacer. Había que actuar rápido e ir a rescatar a Pedro, podría estar inconsciente y gravemente herido o peor aún... Pero sería mejor no pensar en eso. Rápidamente, Hans se dirigió hacia el pueblo para buscar a algunos aldeanos que pudieran ayudarles en el rescate. En seguida, tres hombres del pueblo no dudaron en ayudarles, todos los aldeanos conocían muy bien a Pedro y a Heidi y les tenían mucho cariño.

Mientras tanto, Heidi por fin logró calmarse y le dio la mala noticia a Brígida, la cual se desesperó mucho al saber lo que le podría haber pasado a su hijo.

-Tranquila tía Brígida, todo estará bien.

-Dios te oiga. -dijo su suegra casi llorando.

Ambas se abrazaron fuertemente y lloraron juntas. Clara y Frida las miraban apenadas. En ese momento, Tobías, Ana y Greta aparecieron delante de ellas. Al ver a su madre y a su abuelita llorando los dos hermanos se preocuparon.

-¿Qué os pasa? -preguntó Tobías.

-Mamá, abuelita... ¿por qué estáis llorando? -preguntó Ana.

Heidi se secó las lágrimas, se acercó a ellos y se agachó para ponerse a su altura e intentó contarles lo que había pasado de la manera más tierna posible.

-Tobi, Anita... tengo que deciros algo, pero no os asustéis. -empezó diciendo Heidi. -Vuestro padre ha tenido un accidente al intentar salvar al tío de Greta...

-¡¿Qué?! -preguntaron los dos niños a la vez interrumpiendo a su madre.

-¿Pero por qué ha tenido un accidente? Papá conoce muy bien las montañas. -dijo Tobías sin creerse lo que le había ocurrido a su querido padre.

-Mi vida, eso son cosas que pueden ocurrir.

-¿Pero que le ha pasado, mamá? -preguntó Ana muy preocupada.

-No lo sabemos, mi princesa. Ahora iré con la tía Clara, el tío Hans, Frida y unos aldeanos a buscarle... Todo saldrá bien, no os preocupéis, mis niños... Vuestro padre estará bien.

Los dos pequeños se pusieron a llorar y abrazaron a su madre, Heidi no pudo evitar unirse también a su llanto. Brígida también se puso a llorar y se abrazó a su nuera y nietos. Ver a aquella madre, a aquella esposa y a aquellos hijos abrazados y llorando por su hijo, esposo y padre respectivamente era una escena muy dolorosa. Una desgracia había recaído sobre la familia de Heidi.

Minutos después, Heidi, Clara y Frida salieron de casa para ir a la plaza del pueblo en donde las esperaban Hans y los tres aldeanos que les ayudarían en el rescate de Pedro. Sin perder un segundo, el grupo se dispuso a ir al lugar ayudados por la descripción de Hans y el olfato de Trueno. Heidi iba muy nerviosa, no hacía nada más que pensar en su amado Pedro, rezando para que pudiera volver a verle con vida.

Nada más llegar, se encontraron a Bruno sentado en una roca quejándose del dolor de su tobillo.

-¡Bruno! -exclamó Frida al verlo.

La pareja se abrazó y se disculpó por cómo se habían hablado anteriormente el uno al otro. Heidi, rápidamente, se asomó al borde de la pendiente.

-¡Pedro mi amor! ¡Por favor contéstame! ¡Pedro!

La joven gritaba desesperadamente a su marido, pero esta no obtenía ninguna respuesta de su parte y no pudo evitar derramar algunas lágrimas.

-No te preocupes, Heidi. Nosotros bajaremos. -dijo uno de los aldeanos.

-Yo también bajaré.

-No, es peligroso. -dijo otro.

-Heidi ven. -le dijo Clara. -Ellos conseguirán subirle, no te preocupes.

-Yo les ayudaré. -dijo Hans.

Heidi se acercó a Clara y se agarró del brazo de su amiga. Los tres aldeanos prepararon todo lo necesario: cuerdas resistentes y demás equipos de protección. Incluso habían traído una camilla improvisada, sería fundamental para trasladar al herido. Poco a poco los tres hombres, después de asegurar bien las cuerdas, comenzaron a descender junto con la camilla.

Heidi y sus amigos estaban en silencio, deseaban que pronto todo esto acabara. El rescate de Pedro duró tiempo. Los demás ya se desesperaban en la superficie hasta que, de repente, Trueno comenzó al ladrar al ver que uno de los aldeanos apareció. Hans le ayudó a subir a este, a los otros dos y a la camilla. Heidi les miraba angustiada hasta que vio aparecer con ellos a Pedro, tumbado en la camilla. En ese momento, la joven sintió como si tuviera un nudo en la garganta.

-Dios mío. -susurró Heidi mientras tapaba su boca con las manos.

Pedro estaba inconsciente debido al fuerte golpe que se había dado en la cabeza. En ella tenía una herida que no dejaba de sangrar a pesar de que uno de los aldeanos le había colocado una venda. Y algunas zonas de su cuerpo tenían pequeñas magulladuras debidas a la caída. Heidi se levantó corriendo y se dirigió hacia la camilla en donde estaba su esposo.

-¡Pedro, mi amor! ¡Soy yo, Heidi! ¡Contéstame por favor! -exclamaba  la joven llorando mientras tomaba el rostro de su esposo entre sus manos.

Sus amigos no podían creer lo que estaban viendo, Pedro se veía grave.

-Dios mío. -susurró Clara al ver así a su querido amigo.

-Le hemos encontrado inconsciente y tenía una herida muy grande en la cabeza. Se la he intentado vendar lo mejor que he podido, pero hay que llevarlo urgentemente a casa del doctor. -dijo uno de los aldeanos que le había rescatado.

Heidi asintió con la cabeza sin poder dejar de mirar a Pedro, la joven estaba destrozada emocionalmente al verle tan mal. Sus lágrimas no cesaban. Rápidamente, dos de los aldeanos agarraron la camilla y emprendieron el camino hacia Dörfli. Justo detrás iban Heidi y Clara, ambas agarradas del brazo. La joven siempre podía contar con su amiga en los peores momentos. Trueno iba al lado de su ama. Frida también iba al lado de las dos amigas mostrando su apoyo a Heidi. Un poco más atrás, iban Hans y el otro aldeano con Bruno apoyado en los hombros de ellos. Al tener el tobillo roto, no podía caminar bien.

Mientras caminaban en dirección al pueblo, Bruno no podía dejar de echarse la culpa por lo ocurrido. Si hubiera escuchado a Pedro no se hubiera accidentado él mismo y si eso no hubiera pasado, el joven cabrero no hubiera tenido que rescatarle y haber resultado accidentado él también. Por otra parte, también se sentía muy mal por Heidi, ella no se merecía este contratiempo tan grave. Por una vez en su vida, Bruno deseaba todo lo mejor para Pedro y que se recuperara lo antes posible.

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