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13. Problemas y consejos

Pedro y Hans avanzaban montaña arriba junto a Trueno bajo la débil lluvia que caía en esos momentos. A pesar de la escasa descripción que Frida les había dado debido a la niebla, Pedro creyó saber cuál podría ser el lugar en donde Bruno había caído, directamente se dirigieron hacia allá. El joven llevaba consigo un farolillo con una vela para alumbrar el camino por donde iban.

Tiempo después, Pedro y Hans habían conseguido llegar a su destino gracias al increíble olfato de Trueno. 

-Muy bien Trueno, buen perro. -le dijo Pedro mientras le acariciaba la cabeza.

-¿Crees que mi hermano esté ahí abajo? -preguntó Hans mirando al gran agujero por donde había caído Bruno.

-Sí. -dijo Pedro con total seguridad.

En ese momento, ambos empezaron a llamar a gritos a Bruno, pero no escuchaban respuesta por parte del joven. 

-Tenemos que bajar. -dijo Pedro.

El joven cabrero sacó de su mochila una cuerda bastante larga y lo suficientemente resistente para poder aguantar el peso de él y de Hans. La ató a un tronco y después dejó caer la cuerda por la pendiente. Ambos empezaron a descender con cuidado hasta llegar abajo. Trueno se quedó arriba, refugiándose de la lluvia debajo de un árbol.

-Vamos Hans, tú sígueme y agárrate bien, no te vayas a caer.

-Está bien. -dijo Hans un poco asustado al principio.

Los dos jóvenes comenzaron a descender poco a poco y con mucho cuidado para evitar otro accidente.

-¿Cómo vas, Hans? -preguntó Pedro, el cual iba en primer lugar.

-Voy bien, tranquilo.

-Ten cuidado de donde pones los pies, la pared está muy resbaladiza por culpa de la lluvia.

Ambos descendieron hasta llegar al fondo. Estaba oscuro ya que era de noche y la vela que llevaba Pedro acababa de consumirse. El joven sacó otra vela y unos fósforos de su mochila, la encendió y de esa forma Pedro pudo iluminar gran parte de la pequeña cueva en donde habían ido a parar. En ese momento, apareció ante sus ojos algo que parecía ser una persona tumbada en el suelo.

-Ahí le tienes. -dijo Pedro.

-¡Bruno! -exclamó Hans al ver que se trataba de su hermano. -Despierta Bruno, soy yo, Hans.

El joven se había quedado dormido, pero se despertó nada más oír la voz de su hermano.

-¿Eres tú, Hans? Gracias a Dios que por fin estás aquí. Ayúdame, no puedo caminar. -dijo Bruno mostrándole su tobillo, lo tenía fracturado.

-Déjame verlo... -dijo Hans echándole un vistazo. -Sí, será mejor que te vea el doctor.

-¿Cómo me has encontrado?

-Gracias a Pedro.

En ese momento, el joven cabrero se acercó. Bruno, al alzar la mirada, le vio. Ambos se miraron seriamente, aunque Bruno sabía que no había hecho bien al no haberle hecho caso cuando por la mañana Pedro le había dicho que era peligroso. 

De repente, empezó de nuevo a llover con fuerza, parecía que no pararía en toda la noche.

-¿Podemos irnos ya al pueblo? Tengo que ir a casa del doctor. -dijo Bruno.

-¿Irnos? ¿Ahora? Imposible. -dijo Pedro negando con la cabeza. -Es una locura intentar trepar, está lloviendo y la pared está muy resbaladiza. No conseguiríamos subir nunca, es muy peligroso.

-¿Qué nos sugieres, Pedro? -preguntó Hans.

-No hay otra alternativa, tendremos que pasar la noche aquí.

-¿Qué? ¿Estás loco? -preguntó Bruno.

-No hay ninguna otra salida. Esta cueva solo tiene la abertura del techo por donde te has caído, así que solo se puede salir por ella trepando. Y créeme Bruno, si en tu estado es difícil, con la lluvia será peor.

-Me niego a morirme aquí dentro. Vámonos Hans, seguro que encontramos una salida. Ayúdame a levantarme.

-¡Bruno, cállate! -exclamó Hans, molesto. -¿Por qué siempre te empeñas en salirte con la tuya? Pedro ha dicho que es muy peligroso, mira lo que te ha pasado por no hacer caso.

-Pero Hans...

-Nada de "peros". Si tenemos que pasar la noche aquí, la pasaremos.

Bruno no dijo nada más, mientras que Pedro sonreía disimuladamente, ya era hora de que se le dijera algo a ese joven. Pedro sacó tres mantas de su mochila y algo de comida y lo repartió todo entre los tres. Les esperaría una noche larga, oscura y húmeda debido a la fuerte lluvia que caía en el exterior.

Mientras tanto en la casa de Dörfli, Brígida y los niños ya estaban acostados, Clara estaba a punto de meterse en su cama y Heidi se dirigía hacia la cocina para ir a beber un poco de leche. De repente, vio a Frida mirando por la ventana del salón. La joven no podía dormir hasta volver a ver a Bruno. Heidi se acercó a ella.

-Frida, deberías de dormir un poco.

-No puedo, Heidi. Estoy muy preocupada.

-Te entiendo. Pero Pedro conoce muy bien las montañas, junto a Hans y a Trueno lo encontrarán, ya lo verás. -dijo Heidi mientras se sentaba a su lado.

Frida intentó sonreír pero su preocupación no se iba y los ojos de la joven empezaron a llenarse de lágrimas.

-Esto es por mi culpa.

-Son cosas que pueden pasar, no te eches la culpa, Frida.

-Sí Heidi, fue por mi culpa. Nos enfadamos y nos gritamos. Bruno solo quería que pasáramos un bonito día juntos. Estaba intentando encontrar el camino hacia un lago y entonces le dije algo que hizo que perdiera los nervios y... pisó aquella rama...

Frida no pudo seguir hablando más y rompió a llorar. Heidi la abrazó para consolarla.

-Tranquila Frida, todo saldrá bien. -le dijo Heidi dulcemente. -Seguro que no fue tan grave.

-Sí lo fue. -empezó diciendo Frida mientras se apartaba un poco de Heidi para poder contarle todo cara a cara. -Le dije que... a veces era odioso y que... no me extrañaba que le hubieses dejado.

Heidi se quedó atónita. ¿De verdad le había dicho eso su propia esposa? La joven intuía que algo pasaba entre Bruno y Frida y llegó a dos conclusiones: o que Frida se sentía sensible debido a la reciente pérdida de su madre y era Bruno quien se llevaba sus enfados o que su matrimonio con él no iba tan bien como debía. Sin embargo, Heidi no quería preguntárselo directamente ya que podría resultar algo incómodo. Prefirió ser sutil para intentar ayudarla ya que no soportaba verla tan triste y echándose la culpa todo el rato, a pesar de haberla visto solo dos veces en su vida y ser la esposa de su primer novio. Pero la bondad de Heidi no tenía límites.

-No tenía que haberle dicho eso... No sé qué me pasó.

-Quizás te sientes todavía afectada por la muerte de tu madre y puede que cualquier cosa que hagan o digan te haga sentir mal.

-Tal vez. La muerte de una madre es un golpe muy duro. ¿Tus padres viven?

Heidi negó con la cabeza.

-Ellos murieron cuando yo apenas tenía un año. Casi ni les conocí.

-Vaya, lo siento mucho.

-Pero tuve a mi abuelo, él me crió. Fue como un padre y una madre para mí. Y sí, es duro perder a una persona tan importante. Yo también lo pasé muy mal cuando él enfermó y murió. Sentía que me faltaba algo, pero el tener a mis hijos y a mi marido me ayudó mucho a superar esos momentos tan duros.

-Sí, al principio es duro. Pero no es precisamente la muerte de mi madre la razón de que yo me sienta así.

-¿Entonces qué es? Bueno, si me lo quieres decir. No te obligo.

-Nunca se lo he dicho a nadie, ni siquiera a Clara y eso que ella es encantadora, la mejor cuñada del mundo. Pero, no sé, tú me transmites confianza. Te lo diré.

-Puedes contarme lo que quieras.

-Verás Heidi... Hace un tiempo que mi matrimonio con Bruno no anda bien del todo. Muchas veces tenemos desacuerdos y acabamos discutiendo. Yo intento ser amable, pero a veces Bruno me saca de quicio y exploto. Y siento que él tampoco es feliz conmigo, siento que no soy lo que él esperaba...

-¿Y no has hablado con él y le has contado cómo te sientes?

-No, a veces creo que es inútil.

-No es inútil Frida. Es cierto que a veces pueden surgir desacuerdos en un matrimonio, a mí también me pasa con Pedro. No somos un matrimonio perfecto, no siempre concordamos en todo y alguna vez que otra nos enfadamos. Pero siempre nos perdonamos, nos apoyamos en todo y nos tratamos con amor, cariño y respeto. Es muy importante saber ponerse en la piel del otro para comprender cómo se siente y saber cómo actuar para que se sienta bien. Intenta hablar con Bruno y cuéntale como te sientes, pero también escúchale a él. A veces es más importante escuchar que hablar.

-Quizás tengas razón... Gracias Heidi. -dijo Frida sonriéndola.

-No hay de qué. -dijo Heidi devolviéndole la sonrisa. -Además, me pareces una persona muy buena y amable. Y créeme, Bruno seguro que lo sabe, por eso se casó contigo. ¿No crees?

Frida sonrió de nuevo.

-¿Sabes? Cuando conocí a tus niños sentí envidia de ti y de Pedro.

-¿Envidia?

-Sí, Bruno y yo siempre hemos deseado tener hijos. Pero no creo que pueda tenerlos.

-¿Por qué no?

-Ya llevamos casados poco más de 3 años y durante todo este tiempo no he conseguido quedarme embarazada. Creo que esa es otra razón por la que Bruno también se siente mal conmigo, seguro que piensa que jamás le daré un hijo. Eso me entristece mucho.

Heidi la miró apenada pero quiso animarla.

-Entiendo que eso puede ser frustrante, pero verás que en cualquier momento lo conseguirás. ¿Recuerdas que Clara no podía caminar?

-Sí, ella siempre nos lo ha contado y nos contó que tú, Pedro y tu abuelo la ayudasteis mucho. Nunca me imaginaba que ella hubiera estado tan enferma de las piernas, fue una sorpresa cuando me lo contó, camina y corre como si toda su vida lo hubiera hecho.

-Tú misma te has dado cuenta, la vida da muchas sorpresas. Así que anímate, Frida. -dijo Heidi tiernamente.

Frida sonrió más calmada y Heidi le devolvió la sonrisa.

-¿Sabes? Creo que nos irá bien algo de leche antes de dormir, de hecho, antes iba hacia la cocina a beber un poco. Pedro les da a las cabras una hierba que hace que la leche sea más rica y de mejor calidad, te traeré a ti también. Después nos iremos a dormir, ya es muy tarde y hay que descansar, especialmente tú.

-Gracias Heidi.

-No hay de qué. -dijo Heidi mientras se levantaba de la silla.

Frida la miró pensativa mientras se dirigía hacia la cocina. Heidi hablaba con tanta amabilidad y cariño que sus palabras llegaban al corazón de cualquiera. Sabía muy bien cómo animar a los demás y con todo lo que le había dicho a Frida, esta se sentía esperanzada en cuanto a su matrimonio y en especial en cuanto a su deseo de ser madre.

Mientras tanto en la cueva de la montaña, Hans se había quedado dormido profundamente mientras que Pedro y Bruno no lograban conciliar el sueño.

-Maldita manta, es tan corta que no me cubre los pies. -se quejaba Bruno en voz baja.

-Deja de quejarte, da gracias de que haya traído una para ti también. -dijo Pedro molesto.

-¿Tú no duermes o qué?

-Eso intento, cáscaras, pero todo el rato te estás quejando.

Bruno resopló, estaba molesto y enfadado pero no con nadie, sino con él mismo. Sabía que la culpa de que estuvieran ahí era de él, el joven empezó a insultarse a sí mismo sin darse cuenta de que lo estaba haciendo en voz alta.

-Soy un estúpido, siempre me pasa igual... Con todo, incluso con mi matrimonio.

Pedro le miraba algo confuso sin saber muy bien a qué se refería con lo último que acababa de decir. Ambos se mantuvieron unos segundos en silencio, solo se escuchaban los suspiros de Bruno. De repente, este rompió su silencio y dirigió su mirada hacia el joven cabrero.

-¿Cómo lo haces, Pedro?

-¿El qué?

-¿Cómo haces para que tu matrimonio sea feliz? Dímelo, yo ya no sé qué hacer.

Pedro se le quedó mirando desconcertado, jamás pensó que Bruno le preguntaría algo así.

-Bueno, mejor no me contestes. No sé ni por qué te pregunto esto a ti si ni siquiera te soporto...

-Pues yo tampoco sé por qué te estoy escuchando si no quiero ni verte... -le interrumpió Pedro dejándole sin palabras.

En ese momento, los dos jóvenes se quedaron mirándose el uno al otro. Ambos concordaban en que ni se soportaban ni querían verse, pero de repente, algo estaba haciendo que ambos intentaran hablar de una manera más calmada. Quizás era hora de dejar el pasado atrás y olvidar sus diferencias.

-Ya no puedo más, necesito desahogarme con alguien... y ahora mismo solo estás tú...

-¿Y tu hermano? ¿Los hermanos no soléis contaros las cosas? -preguntó Pedro levantando una ceja.

-¿Hans? Está tan dormido que no se entera de nada. -dijo Bruno mirando a su hermano. -Además, lo que quiero decir no se lo he dicho a nadie, ni siquiera a él.

-Habla. -dijo simplemente Pedro pensando en qué era eso que tanto le agobiaba.

Bruno dudó unos segundos en contarle a Pedro su problema, pero al final decidió hacerlo.

-Por lo poco que he visto o por todo lo que escucho de Hans y Clara, vuestro matrimonio es muy feliz. Pero yo no puedo decir lo mismo. Últimamente, mi matrimonio con Frida no está siendo tan idóneo como pensaba. Siempre acabamos discutiendo por cualquier cosa, no tenemos esa unidad y ese amor que hay en otros matrimonios. No sé qué hacer para que Frida esté feliz...

Pedro escuchaba con atención cada palabra Bruno.

-¿Y no le has preguntado por qué le pasa eso?

-No, pero no tiene razones para quejarse, siempre le demuestro que la quiero. Me preocupo de que no le falte de nada, de darle una buena vida, de que se sienta feliz con todas las cosas que le regalo o le doy. Quiero que siempre tenga lo mejor. La llevo a los mejores restaurantes, a los mejores teatros...

-¿Y crees que solamente con eso le demuestras que la amas? -le interrumpió Pedro.

-Pues... pienso que sí.

Pedro negaba con la cabeza pensando en lo materialista que era Bruno.

-¿Has probado a ponerte en su lugar? ¿Te has parado a pensar en cómo puede sentirse ella y porqué actúa así? -le preguntó Pedro.

Bruno le miraba perplejo, eso fue suficiente para que Pedro averiguase que no lo había hecho.

-Eso es fundamental en un matrimonio. No solo basta con hacer regalos y comprar miles de cosas. Comprender los sentimientos y ponerse en el lugar de la otra persona es más importante que cualquier regalo.

-Quizás tengas razón... Pero a veces no sé cómo hacerlo.

-Pregúntale qué le pasa y habla con ella. A veces es más importante escuchar que hablar.

Bruno asintió con la cabeza.

-¿Sabes una cosa Pedro? Siempre te envidié. Te seré sincero, cuando regresé a Frankfurt me arrepentí de haberlo hecho y tiempo después estuve a punto de regresar aquí... Lo admito, deseaba recuperar a Heidi.

-¿Qué has dicho? -preguntó Pedro mientras le miraba con cara de querer matarlo.

-Antes de que digas nada, déjame hablar hasta el final. Seguramente querrás matarme por lo que he dicho, pero escucha...

Pedro no dijo nada pero estaba muy serio y con su ceño fruncido. Bruno siguió hablando.

-Entonces me di cuenta de que ya era demasiado tarde. Heidi ya había encontrado a su amor verdadero y estaba claro que yo no lo era. Sentía celos de ti desde que descubrí que tú la amabas, pero más rabia me daba de que ella en el fondo también te amaba a ti. Porque créeme, ella te quería sin darse cuenta y creo que mis últimos comportamientos hacia ella la hicieron abrir los ojos. Entonces, decidí olvidarme de Heidi y tiempo después conocí a Frida, sin saber que ella era de Maienfeld. Me terminó gustando, me enamoré de ella y al final nos casamos.

-¿Por qué me cuentas todo esto ahora? -preguntó Pedro sin llegar a entender muy bien el objetivo de esa conversación.

-Para que lo sepas, porque seguramente pensarás que volví porque quería recuperar a Heidi. Estoy seguro que eso pensaste el día que te enteraste que andaba por aquí. Pero no es así. Siempre me arrepentiré de lo que le hice a Heidi, porque ella no se lo merecía. Solo le deseo lo mejor y que sea feliz y sé que... a tu lado lo es.

Pedro se alegró en su interior al escuchar todo eso. De una forma u otra siempre había tenido miedo al pensar que en algún momento Bruno regresaría para arrebatarle a Heidi. Sin embargo, ese temor y esas dudas acababan de desaparecer por completo en ese instante.

-Siempre escuchaba a Clara hablar con Hans sobre Heidi. Le decía que se encontraba feliz, en un matrimonio lleno de amor y con unos hijos maravillosos, según decía ella. Yo quería eso con Frida, pero como te he dicho es todo lo contrario.

-Bruno, nosotros no siempre lo tenemos todo perfecto...

-Pero sois felices. -le interrumpió Bruno.

-Sí, porque nos conformamos con lo que tenemos. Y lo más importante, nos ponemos en el lugar del otro, nos apoyamos en todo y nos tratamos con amor, cariño y respeto.

Bruno se quedó pensando en todo lo que Pedro le había dicho, quizás eso podría ser de gran ayuda en su matrimonio con Frida.

-Gracias Pedro.

Este miró a Bruno sorprendido al escuchar esa palabra, pero una sonrisa casi imperceptible apareció en sus labios.

-No hay de qué. Y ahora será mejor que intentemos descansar un poco. Pronto amanecerá y casi no hemos dormido nada.

-Está bien.

Los dos jóvenes se tumbaron y se taparon con sus respectivas mantas para intentar descansar. En pocas horas, intentarían salir de aquella cueva en la que estaban atrapados.

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