11. Una sorpresa para Heidi
Cuando Pedro y Heidi llegaron a la cabaña ya había anochecido.
-Dame tu mochila, la dejaré dentro. Tu espérame aquí. -dijo Pedro.
-Está bien.
El joven agarró la mochila de Heidi y la dejó en la habitación. Después, se dirigió hacia el corral. Ahí había guardado, el día anterior después de bajar de los pastos, una gran cesta llena de cosas que Heidi no podía ver todavía y que formaban parte de la sorpresa. Después de cogerla, se acercó a donde estaba su mujer.
-¿Qué llevas ahí? -preguntó la joven al ver la enorme cesta.
-Es una sorpresa, cuando lleguemos a los pastos lo verás.
-¿Vamos a los pastos ahora? Pero si es muy tarde.
-Ya lo verás, no hagas tantas preguntas, cáscaras.
-De acuerdo. -dijo Heidi con una pequeña risita.
La pareja se agarró de la mano y se dirigió hacia los pastos. Durante el camino, Heidi intentaba averiguar en sus pensamientos lo que Pedro tenía preparada para ella.
Cuando llegaron, el joven sacó una tela de uno de sus bolsillos y vendó los ojos de Heidi.
-Ya está. ¿Seguro que no ves nada?
-No, tranquilo. Estoy intrigada. ¿Qué me vas a enseñar?
-Si te lo dijera no sería una sorpresa. -dijo Pedro riéndose. -Espera un momento, tengo que preparar unas cosas.
-De acuerdo. -dijo Heidi sonriendo.
Era de noche, solo las estrellas del cielo de los Alpes les iluminaban y solo se escuchaban los ruidos que Pedro estaba haciendo mientras preparaba la sorpresa de Heidi. Instantes después, el joven se acercó a ella para quitarle la venda de los ojos.
-Ya está. ¿Estás preparada?
-¡Sí! -exclamó Heidi entusiasmada.
Pedro fue deshaciendo poco a poco el nudo de la venda hasta quitársela por completo. En ese momento, Heidi, que también tenía los ojos cerrados, los abrió y ante ella descubrió algo que hizo que los abriera por completo y se quedara con la boca abierta.
-¡Dios mío, Pedro! -exclamó la joven muy sorprendida y tapando su boca con las manos. -¡Es precioso!
Ante los ojos de Heidi había un árbol, el cual Pedro había llenado de farolillos iluminados por velas, como los del patio de su casa. A los pies del árbol, había una gran manta con flores esparcidas por encima que formaban las palabras "Te quiero" y en medio una caja envuelta en papel de regalo.
-Sabía que te gustaría. -dijo Pedro mientras miraba a Heidi.
De repente, esta se fijó más detenidamente en aquel árbol y descubrió que no era un árbol cualquiera. En el tronco se podía ver la fecha de su boda y las iniciales de su nombre y del de Pedro, todo rodeado con un corazón. Aquello lo había tallado Pedro el mismo día que ambos se habían casado. Eso simbolizaba una promesa: la promesa de que se amarían para siempre.
-¡Pero si es nuestro árbol! -exclamó Heidi.
-Sí, nuestro árbol y nuestra promesa de amor.
Los ojos de Heidi brillaban, y no por el reflejo de la luz de los farolillos, sino por la ilusión y el amor tan grande que sentía por Pedro. La joven se lanzó a sus brazos para abrazarle fuertemente y llenarle de besos.
-¡Muchas gracias cariño! -exclamó Heidi mientras le besaba. -¡Es la sorpresa más bonita que jamás podrían darme!
-No te mereces menos. -dijo Pedro mientras tomaba el rostro de la joven entre sus manos después de tanto beso, y la miraba con una sonrisa en su rostro.
Después de eso, la pareja se sentó encima de la manta y Heidi agarró la caja para abrirla. En su interior había bombones de chocolate, los mismos que unas semanas atrás le habían sentado mal. La joven se echó a reír al verlos y al recordarlo.
-Espero que esta vez no te comas casi toda la caja tú sola y te pongas mala mañana. -bromeó Pedro.
-Créeme que no, esta vez nos la comeremos entre los dos. -dijo Heidi ofreciéndole uno a Pedro. -Toma anda, sé que lo estás deseando.
Pedro se rio. Con una mano agarró el que Heidi le daba, y con la otra cogió unos cuantos más y se los metió de golpe en la boca.
-¡Pedro! ¡Pero qué glotón eres!
El joven soltó una carcajada.
-No exageres, solo he cogido unos cuantos. Los demás son para ti.
Heidi le miró levantando una ceja y después se echó a reír ella también. La joven empezó a comerse algunos bombones. Después agarró uno, lo puso entre sus dientes y se acercó a Pedro sonriendo. Este mordió un cacho del bombón que Heidi tenía en su boca y aprovechó para besarla en los labios. La joven se reía en medio del beso. Pedro se tumbó con ella sobre la manta mientras la besaba. Después, el joven agarró otro bombón y lo acercó a la boca de Heidi, lo deslizó por sus finos labios haciendo que un poco de chocolate se derritiera en ellos. Cuando Heidi estaba apunto de abrir la boca para comérselo, Pedro lo retiró rápidamente y se lo comió él.
-¡Pedro! -exclamó la joven dándole un leve golpe en el pecho. -¡Que malo eres, pensé que era para mí!
-Te he engañado. -dijo este riéndose.
-Ya veo. Bueno, de todas formas no quería más.
-Ya claro... -dijo Pedro sin creerla.
-Pues sí, y además me dejaste los labios manchados de chocolate. -se quejó Heidi mientras intentaba limpiarse con una de sus manos.
-Anda, déjame que yo te lo quitaré. -dijo el joven apartándole la mano.
Pedro acercó su boca a la de Heidi y comenzó a lamer todo el chocolate de los labios de la joven mientras aprovechaba para besarla y darle unos pequeños y suaves mordiscos en sus labios hasta que desapareció todo el chocolate. Pero él también tenía sus labios un poco manchados, por lo que Heidi aprovechó para lamerlos, mordisquearlos suavemente y besarlos. Ambos se reían tiernamente al darse esos ricos besos con sabor a chocolate.
-Siempre digo que eres mi dulce Heidi. Pues créeme, hoy lo eres más que nunca. -dijo Pedro sonriendo.
La joven se rió y ambos continuaron besándose un poco más.
Después de ese ratito tan "dulce", ambos apagaron los farolillos y se quedaron abrazados observando un rato las estrellas antes de recoger todo y regresar de nuevo a la cabaña.
Cuando llegaron a la cabaña, Pedro guardó la cesta con todas las cosas en el corral mientras Heidi bebía un poco de agua de la fuente que había debajo de los abetos. Después, ambos se dirigieron a la habitación y se tumbaron en la cama.
-Menudo día hemos pasado. -dijo Pedro.
-Sí, ha sido increíble. Hemos reído, bailado y también comido mucho. Verás que al final, después de todo lo que he comido hoy, habré cogido unos kilos de más y se me reventará el vestido. -bromeó Heidi.
Ambos se rieron.
-Imposible, no hay cuerpo más bonito que el tuyo. -dijo Pedro guiñándole un ojo a Heidi y haciendo que esta sonriera. -Además, ¿no dijiste que tú y mi madre le hicisteis algunos arreglos?
-Sí, y fíjate, quedó como nuevo. ¿Verdad?
-Pues sí.
-Quedó igual a como Clara me lo regaló hace 8 años para la fiesta del pueblo, que recuerdos... -dijo Heidi riendo tiernamente.
Pedro sonreía hasta que, de repente, esa fiesta le hizo recordar a alguien más y su sonrisa desapareció. En ese momento, Heidi dejó de reír y miró a Pedro, él estaba serio y callado.
-¿Qué te pasa Pedro?
El joven la miró durante unos segundos sin decir nada, después se levantó de la cama y se sentó en el borde mientras miraba a través de la pequeña ventana de la cabaña.
-¿Pedro?
Heidi se incorporó y entendió lo que le pasaba. Al mencionarle el detalle de la fiesta se acordó de Bruno. La joven se acercó a Pedro y se sentó a su lado.
-Todavía no puedo creer que él esté por aquí otra vez. -dijo el joven.
-Yo tampoco. Pero ha venido por su suegra, te recuerdo que Frida es de Maienfeld.
-Esto es demasiado, como si no hubiera más mujeres en Frankfurt. Justo ha tenido que casarse con una de Maienfeld. -dijo Pedro algo molesto.
-Frida vivía en Frankfurt cuando Bruno la conoció, él ni siquiera sabía que era de Maienfeld, hasta un tiempo después. ¿No recuerdas que nos lo contó Clara?
-Sí, pero... -empezó diciendo el joven dirigiendo su mirada hacia Heidi.
-¿Pero qué?
-Nada, déjalo. -dijo Pedro frunciendo el ceño y apartando de nuevo su mirada de ella mientras sus músculos se ponían tensos y cerraba los puños.
-¿Qué te ocurre Pedro?
El joven seguía callado, pero llegó al punto de tener que hablar porque si no explotaría por callarse todo lo que sentía por dentro.
-Sé que ahora él está casado pero... -empezó diciendo Pedro mientras dirigía de nuevo su mirada hacia Heidi y agarraba sus manos. -No soportaría que volviera a por ti y te separara de mi lado. Soy celoso, lo reconozco, pero es porque te amo más que a nada en el mundo y no soportaría perderte, Heidi, no podría vivir sin ti. Yo... no sé qué haría si tú... ¡No me dejes nunca, Heidi!
Pedro no pudo decir nada más y una lágrima cayó por una de sus pecosas mejillas.
Heidi se quedó atónita por lo que acababa de escuchar y descubrir lo que tanto le preocupaba a Pedro. La joven se levantó de la cama y se sentó en el regazo de su esposo, le tomó el rostro con las manos y le obligó a mirarla a los ojos. Después, empezó a acariciarle las mejillas con ternura y comenzó a hablarle dulcemente.
-Pedro... mi querido Pedro... mi dulce amor... Nadie, absolutamente nadie, me separará de ti jamás. ¿No recuerdas lo que te dije justo un día como hoy hace 7 años? Te dije que estaríamos juntos para siempre. ¿Y nuestra promesa de amor? Ahí está, tallada en el árbol. Prometimos que siempre nos amaríamos. Tú eres y siempre serás el amor de mi vida, el único hombre al que amo y amaré, el que me conoce mejor que nadie en todos los sentidos, el que me cuida con cariño y me consuela cuando estoy triste, el que siempre me saca una sonrisa y me hace reír con sus bromas, el que me hace olvidarlo todo cada vez que me tiene entre sus brazos y con el que he tenido los hijos más bonitos y maravillosos del mundo. Yo siempre seré tu Heidi, tu mujer. Tuya y de nadie más. Y créeme, jamás me arrepentiré de haberte dicho que sí aquella tarde en los pastos, porque ningún otro hombre en el mundo me podría haber ofrecido más de lo que tú me has dado durante estos 7 años de puro amor, ni de los muchos que vendrán. Te quiero y siempre te querré mi amor, nunca lo olvides.
Pedro sonrió tiernamente mientras la miraba, era justo lo que necesitaba oír. El joven agarró las manos de Heidi y las besó. Después la acercó más hacia su cuerpo para abrazarla.
-Yo también te quiero y siempre te querré, mi vida. No puedes imaginarte cuánto. -susurró Pedro mientras la abrazaba fuertemente y acariciaba su cabello.
Heidi sonrió y ambos se miraron frente a frente. La joven acercó su rostro al de Pedro haciendo que su nariz y la de él se rozaran. Durante unos segundos, rozaron sus narices con dulzura y se dieron pequeños besos en los labios. Ni nada ni nadie podría romper esa unión y ese amor tan grande que ambos sentían.
Pero de repente, de tanto chocolate que habían comido antes, a Pedro le entraron ganas de beber.
-Cáscaras, después de tanto bombón me ha dado sed.
-A mi también me pasó antes.
-Que pena que no tengamos a las cabras aquí. Un buen tazón de leche nos vendría estupendamente.
-Es verdad. Pero bueno, siempre nos quedará la fuente. -rio Heidi.
-Sí, es cierto. Iré a beber un poco de agua. ¿Tú quieres?
-No, yo ya bebí nada más llegar.
-De acuerdo, ahora vuelvo.
Mientras Pedro bajaba por las escaleras y se dirigía hacia la fuente, Heidi aprovechó para ponerse el camisón que le había regalado Clara. Después se cubrió con la bata.
Minutos después, Pedro apareció una vez que hubo calmado su sed. Pero al ver a Heidi con la bata se extrañó.
-¿Tú con bata? ¿Desde cuando usas una bata?
Heidi no respondió, solo dejó escapar una pequeña risita. Pedro frunció el ceño algo confuso mientras se quitaba la camisa y se daba media vuelta para colgarla en una percha que allí había, quedándose solo con el pantalón.
En ese momento, Heidi empezó a quitarse lentamente la bata.
-Oye Heidi... -empezó diciendo Pedro mientras se giraba para mirar a la joven.
Pero este se quedó boquiabierto cuando vio a Heidi dejar caer la bata al suelo y descubrió lo que llevaba puesto: el camisón rojo que Clara le había regalado. Este le hacía lucir un bonito escote y resaltaba su cintura y sus caderas, dejando a la vista sus largas piernas. Una prenda de vestir muy femenina que se llevó toda la atención de Pedro.
-Heidi... ¿de dónde has sacado eso?
-Me lo regaló Clara.
Pedro la miraba embobado, como si fuese la primera vez que la veía con apenas ropa.
-¿Qué pasa? ¿Por qué te quedas ahí tan quieto? ¿Dónde está ese hombre que siempre está ansioso por mí? -dijo Heidi mientras se acercaba lentamente hacia él.
La joven le miraba fijamente a los ojos y le sonreía de manera pícara intentando seducirle, cosa que parecía lograr ya que Pedro la miraba intensamente, deseándola más que nunca. Heidi le tenía rendido ante sus encantos. El joven reaccionó al fin y puso sus manos en la cintura de ella.
-La otra noche no pudo ser porque aparecieron los niños... Pero créeme, hoy no voy a descansar hasta complacer las ganas que tengo de ti. -dijo Pedro acercándola más hacia él. -Te llevaré hasta el cielo, mi reina.
Heidi le sonrió.
-Amémonos como si no existiese el mañana. -susurró la joven mientras acercaba sus labios a los de Pedro para darle un beso y un travieso mordisco en ellos.
No hizo falta nada más para que Pedro pasara a la acción. Rápidamente y sin apartar las manos de la cintura de Heidi, Pedro la empujó levemente hasta dejarla entre la pared y su cuerpo para que no tuviera escapatoria y comenzó a besarla intensamente. Instantes después y sin dejar de besarla, Pedro agarró a Heidi por los muslos y la tomó en brazos. Retrocedió hacia atrás y se sentó en el borde de la cama, sentándola a ella a su vez sobre sus piernas. Ambos se quedaron frente a frente y comiéndose a besos durante un buen rato. Pedro comenzó a bajar sus manos buscando el borde del camisón de Heidi. El joven empezó a subírselo con la intención de quitárselo, pero Heidi lo detuvo agarrándole las manos.
-¡Quieto, no tan rápido! Déjame tenerlo puesto al menos un rato más.
-Cáscaras, ¿cómo quieres que me controle si te pones así delante de mí? ¡Me vuelves loco!
Heidi sonrió de manera traviesa, puso sus manos sobre el pecho de Pedro y lo empujó hacia atrás para que este se tumbara en la cama mientras ella se quedaba sentada encima de él. La joven le desabrochó lentamente el pantalón hasta quitárselo y dejarle en ropa interior. Después, Heidi se tumbó despacio sobre él, mientras recorría su pecho con besos hasta pasar por su cuello y llegar a su rostro. Heidi comenzó a besarle tiernamente la frente, la nariz, las mejillas y por último los labios, mientras que metía lentamente la mano por dentro de la ropa interior de Pedro y le acariciaba para después terminar de quitársela. El joven metió a su vez las manos por debajo del camisón de Heidi y la agarró de las nalgas fuertemente disfrutando con cada beso y con cada caricia que Heidi le estaba dando mientras esta bajaba de nuevo por su pecho y su abdomen hasta llegar a su zona más viril, ahí fue cuando le hizo gemir y disfrutar más.
Después de disfrutar él, le tocó el turno a ella. Pedro tumbó a Heidi a su lado y después se situó encima de ella. Empezó a llenar su cuello y sus hombros de besos hasta llegar a su escote mientras le baja los tirantes del camisón y después desabrochaba el lazo que llevaba en medio del escote, haciendo que este se abriera más. Metió su mano lentamente para acariciar y besar suavemente sus pechos, haciendo que Heidi disfrutase. Pedro no esperó mucho más y de un ligero movimiento terminó de quitarle el camisón y la ropa interior a Heidi a la vez. Después, fue recorriendo todo su cuerpo con besos y caricias desde sus pechos, pasando por su cintura y su vientre hasta llegar a su zona más íntima para hacerla gemir y disfrutar todavía más.
La intensidad de los besos y las caricias iba aumentando cada vez más hasta que el deseo de fusionar sus cuerpos se hizo presente entre ellos. Sin quitarse de encima de Heidi, Pedro entró en ella con un suave vaivén que poco a poco se fue incrementando en intensidad. Sus respiraciones se aceleraban con las sensaciones placenteras y gemidos de ambos. Se aferraron el uno al otro para sentirse más y mejor hasta alcanzar aquella sensación de intenso placer que les hizo llegar hasta el cielo y tocar las estrellas.
Acabaron agotados, pero satisfechos, y ambos se tumbaron uno al lado del otro, abrazándose nuevamente.
-Te quiero. -se dijeron a la vez mirándose a los ojos y sonriendo.
Pedro besó dulcemente todo el rostro de Heidi hasta acabar en sus labios en donde ambos se dieron besos lentos. Después, Heidi apoyó la cabeza sobre el pecho de Pedro y él la rodeó con sus brazos, acariciando tiernamente su espalda. En cuestión de segundos ambos se quedaron dormidos debido al cansancio.
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