10. ¡Feliz aniversario!
Por fin llegó el día del aniversario y Pedro y Heidi cumplían ya 7 años de casados, durante los cuales habían vivido muchas cosas juntos.
Aquel día, el joven no llevaría a las cabras a los pastos, había decidido darse el día libre. Quería aprovecharlo para disfrutarlo junto a sus seres queridos, sobre todo con Heidi. Era un día muy especial para los dos.
Iban a celebrar una pequeña fiesta en el patio de la casa del pueblo, Heidi y Clara lo habían adornado un poco. Pusieron guirnaldas de flores y farolillos entre los manzanos que allí había y una mesa grande en la cual se pondría toda la comida. En medio de la mesa había un precioso centro floral. Una decoración sencilla y bonita a la vez.
La comida sería muy diferente a la que estaban acostumbrados. Con todo lo que Heidi y Clara habían comprado el día anterior en Maienfeld pudieron preparar, con ayuda de Brígida, deliciosos platos para todos. Para el postre habría varios dulces, entre los cuales destacaría una de las especialidades de Heidi: una tarta de queso con mermelada de grosellas.
Todo estaba casi listo, solo faltaban algunos detalles que se completaron a lo largo de la mañana.
Tiempo después, Heidi ya se encontraba en su habitación. La joven se dirigió hacia el armario y sacó un vestido. No era uno cualquiera, sino aquel bonito vestido que Clara le había regalado en Maienfeld hacía casi 8 años y al que Brígida y ella habían hecho algunos arreglos. Heidi dudaba en ponérselo ya que, aunque era precioso, le traía tanto buenos como malos recuerdos. Aunque, por una vez, dejó de darle tantas vueltas a la cabeza y decidió ponérselo para esa ocasión tan especial.
Pedro también había decidido ponerse la misma ropa que llevó 8 años atrás en la fiesta del pueblo. Con el paso de los años también se le había quedado algo pequeña, pero Brígida y Heidi habían conseguido hacerle algunos apaños y ajustarlo a su medida.
Heidi sabía coser, bordar y tejer muy bien y con ayuda de una gran costurera como lo era su suegra Brígida, tanto el traje de la joven como el de Pedro habían quedado como nuevos.
En el caso de Hans y Clara se vestirían con otros trajes diferentes a los de aquella fiesta. Hans llevaba un pantalón en marrón oscuro y una camisa de color crema, y Clara un vestido en color rosa claro con un lazo en la cintura.
Los niños también tenían sus propios trajes: Tobías se vestiría con un pantalón negro y una camisa blanca y Ana llevaría un vestido en color naranja con dibujos de mariposas. La ropa de ambos habían sido regalos que Clara les había traído de Frankfurt a los niños el año anterior, cuando estos cumplieron 5 años. Greta, por su parte, llevaba un bonito vestido morado decorado con dibujos de corazones y una bonita diadema en su cabeza.
Brígida se había puesto un vestido en color granate y encima llevaba el bonito chal que Clara le había regalado.
Todos estaban muy guapos y elegantes para la ocasión.
De repente, Ana y Tobías se dirigieron hacia la habitación de sus padres en donde se encontraba Heidi, terminando de darse los últimos retoques a su cabello, y también Pedro. El joven acababa de entrar segundos antes que sus hijos.
-¡Qué guapos! -exclamó Ana al ver a sus padres.
-Parece que vais de boda. -dijo Tobías.
Pedro y Heidi se rieron.
-Hoy es una ocasión muy especial, recordamos el día en el que vuestro padre y yo nos casamos, mis amores. -dijo Heidi sonriendo a sus pequeños.
-Y gracias a eso estáis aquí. -añadió Pedro.
-¿Ah sí? Entonces, cuando una pareja se casa... ¿es así cómo vienen los bebés? -preguntó inocentemente Tobías.
Esa pregunta pilló por sorpresa a Pedro y Heidi, quienes se miraron abriendo los ojos por completo.
-Bueno... no es exactamente así. Los bebés no vienen porque te cases. -dijo Heidi sonriéndole a sus hijos.
-¿Y entonces cómo vienen? -preguntó inocentemente Ana.
-Pues... veréis... -intentó decir Heidi.
Pedro la miraba muy atento para ver lo que les iba a decir, ella intentó explicárselo de una manera fácil y propia para su edad.
-Pensad en una flor: primero hay que plantar una semilla, después esta va creciendo con los cuidados necesarios y por fin se convierte en una hermosa flor. Pues bien, con un bebé pasa algo parecido: papá planta una semilla dentro de mamá y esta va creciendo dentro de su tripa. Hay que darle mucho amor y cariño para que así crezca bien, y en unos meses nace el bebé, al igual que una bonita flor.
Los niños parecieron entenderlo, pero otra duda surgió.
-¿Y esa semilla cómo te la da papá? -preguntó Tobías.
Pedro y Heidi se sonrojaron y se volvieron a mirar alterados por esa pregunta.
-Creo que todavía sois muy pequeños para saber eso. -dijo Pedro con una risa nerviosa.
-Sí, quedaos con que vosotros sois como nuestras hermosas flores. -dijo Heidi a sus pequeños con una tierna sonrisa.
Tobías y Ana sonrieron pero no volvieron a preguntar nada más. Pedro y Heidi respiraron aliviados.
-Por cierto mamá, todavía falta que me peines. -dijo la niña.
-Es verdad Anita. Ven mi vida.
La niña se sentó en una silla que allí había y Heidi en el borde de la cama. La joven agarró un cepillo y empezó a peinar a su hija y a recogerle el cabello con dos trenzas. Ese era el peinado favorito de Ana y el que, prácticamente, siempre solía llevar. Al final de cada trenza, Heidi puso un pequeño lazo en naranja, el mismo color que el vestido de la niña.
-Ya está. Que bonita estás, pareces una princesa.
-¡Gracias mami!
-¿Y yo? -preguntó Tobías, quien también quería tener el visto bueno de su madre.
-Tú también, mi vida. Pero espera un momento. -dijo Heidi terminando de colocarle bien algunos cabellos despeinados a su hijo. -Ya estás, perfecto.
-Gracias mamá.
-Sois encantadores y además estáis guapísimos.
Los dos niños sonrieron y besaron a su madre en sus mejillas. Después, salieron corriendo de la habitación en dirección al patio para seguir jugando con Greta.
-¡Tened cuidado de no mancharos la ropa! -exclamó la joven.
En ese momento, Heidi se quedó sola con Pedro.
-Ya sé que yo no soy tan guapo y tan encantador como ellos, pero también voy bien, ¿no? -bromeó el joven.
Heidi se rio tiernamente y rodeó su cuello con los brazos.
-Para mí siempre serás el más guapo. -dijo la joven dándole un beso. -¿Y yo qué tal estoy?
Pedro se apartó un poco de ella para observarla de arriba a abajo antes de contestar.
-¿Quieres que te diga la verdad? Estás preciosa. -dijo el joven mientras la agarraba por la cintura. -O mejor dicho, eres preciosa.
Heidi sonrió y Pedro le dio un tierno beso en la punta de la nariz, cosa que hizo que Heidi se riera. Después, se dieron un beso más en los labios.
-Por cierto, vaya preguntas que nos hacen los niños. -dijo Pedro.
-Sí, son muy curiosos.
-Demasiado.
Ambos se rieron tiernamente.
-Bueno, vámonos ya afuera. Los demás deben de estar esperándonos. -dijo Heidi.
Pedro asintió con la cabeza y la pareja se dirigió hacia el patio de su casa. Pero, para su sorpresa, cuando llegaron no había nadie. Tampoco se escuchaba ningún ruido, solo el canto de los pájaros.
-Cáscaras, ¿dónde se han metido todos?
-No lo sé, hace un momento estaban aquí.
Ambos se miraron confundidos. Hasta que de repente...
-¡Feliz aniversario!
Todos salieron de su escondite lanzando pétalos de flores a Pedro y a Heidi, ambos se rieron felizmente por la agradable y hermosa sorpresa. Tobías y Ana se lanzaron hacia sus padres para abrazarles.
-¡Cáscaras! ¡Menuda sorpresa!
-¡Que preciosidad!
En ese momento, Brígida sacó algo que parecía un gran papel enrollado y se lo dio a los niños.
-¡Atención! -exclamó Brígida dando unas palmadas con las manos. -Tobías, Ana y Greta tienen algo para vosotros.
Los tres niños desenrollaron el enorme papel y se lo mostraron a Pedro y a Heidi. Habían pintado una gran pancarta de papel en donde se podían leer las palabras "Feliz aniversario" y ver el dibujo de una Edelweiss debajo.
-Este es un regalo de todos. -comenzó diciendo Ana. -Las letras las ha escrito Tobías con ayuda del tío Hans, Greta las ha pintado con ayuda de la tía Clara y yo dibujé la Edelweiss y la pinté con ayuda de la abuelita.
-Están un poco torcidas pero lo hice lo mejor que pude. -dijo Tobías riéndose.
-Es precioso, mis pequeños. Muchísimas gracias. -dijo Heidi mientras abrazaba a sus hijos y a Greta.
-Es estupendo. Yo nunca lo habría hecho tan bien, cáscaras. -dijo Pedro.
Los tres niños sonrieron. Pedro y Hans se encargaron de colgar la pancarta en uno de los manzanos del patio para que se pudiera ver bien.
Llegó el momento de comer, las mujeres se dirigieron hacia la cocina para servir toda la comida que habían estado preparando durante la mañana. En seguida, la mesa se llenó de deliciosos alimentos, había de todo: ensalada, pollo, carne y pasta.
-¡Cáscaras, pero cuanta comida hay aquí! -exclamó Tobías al ver el banquete que tenía ante sus ojos.
-Hay muchísima. -dijo Ana.
Greta, en cambio, no se sorprendió. La niña estaba acostumbrada a eso en Frankfurt, la mesa siempre estaba llena de una gran variedad de alimentos.
Todos pudieron disfrutar de una deliciosa comida y después de unos deliciosos postres: la tarta que había hecho Heidi y algunas galletas y dulces que habían comprado las dos amigas el día anterior en Maienfeld. Todos comieron hasta quedar satisfechos, en especial Pedro y Tobías, padre e hijo comieron hasta más no poder.
Por fin, llegó el momento más esperado: la entrega de los regalos. La primera en recibir su regalo fue Heidi. Pedro le entregó en sus manos algo rectangular envuelto en un bonito papel floreado. Mientras Heidi lo abría, Pedro y Clara se miraron y sonrieron ya que ambos habían sido cómplices de esa sorpresa.
-No puede ser... ¡Pero si es el libro que yo quería! -gritó Heidi eufórica tirándose al cuello de Pedro para abrazarle. -¡Muchísimas gracias mi amor!
-Sabía que te encantaría. -dijo Pedro.
-Pero... ¿Cuándo fuiste tú a Maienfeld a por él? -preguntó Heidi extrañada.
-En realidad yo no he ido. -dijo Pedro mirando a Clara.
Heidi la miró también e inmediatamente lo comprendió todo.
-¿Clara? ¡Ah! ¡Ya lo entiendo! Por eso ayer te escapaste y me dejaste sola con las niñas, porque fuiste a comprarlo. -dijo Heidi mientras abrazaba felizmente a su amiga para agradecérselo a ella también.
-Me has descubierto. -dijo Clara mientras reía y se abrazaba con su amiga.
-Yo también tengo algo para ti, Pedro. -dijo Heidi mientras le entregaba al joven un paquete alargado envuelto con papel de regalo de color marrón, como el color de la madera.
Pedro lo abrió y se encontró un maletín. Lo abrió y descubrió que en su interior había muchas herramientas de carpintería. Era el regalo que Heidi había comprado en Maienfeld el día anterior.
-¡Cáscaras Heidi, son espectaculares! -dijo el joven mientras miraba con atención cada herramienta. -Me vendrán muy bien para la carpintería.
-Por eso te lo he regalado, porque sabía que te harían falta.
-Gracias cariño. -dijo Pedro con una sonrisa.
El joven abrazó fuertemente a su esposa para agradecerle el regalo. De repente, alguien tocó a la puerta.
-Me parece que nuestra sorpresa ya está aquí. -dijo Hans mientras se dirigía hacia la puerta de la casa para abrir.
-¿Vuestra sorpresa? -preguntó Heidi extrañada.
-Sí, nosotros también hemos querido tener un detalle con vosotros. -dijo Clara.
Momentos después, Hans apareció acompañado de tres hombres que venían con sus instrumentos desde Maienfeld.
-¿Habéis contratado a una orquesta? -preguntó Heidi quedándose con la boca abierta.
-¡Cáscaras! -exclamó Pedro abriendo los ojos por completo.
Clara se echó a reír.
-Sí, se nos ocurrió a Hans y a mi. Esto no puede ser una fiesta sin música y sin bailes. ¿No creéis?
Pedro y Heidi estaban entusiasmados como si fueran dos niños, y en ese momento, recordaron la fiesta que la abuelita de Clara hizo en ese mismo patio el primer verano que Clara vino a los Alpes. La pareja agradeció a sus amigos los bonitos detalles que habían tenido con ellos.
Los tres músicos empezaron con una melodía lenta, la cual solo bailarían Pedro y Heidi. La pareja se puso en medio de todos y comenzó a bailar. Pedro a veces era un poco torpe y le daba algún pisotón que otro a Heidi, a lo que la joven respondía con una pequeña risita. Fue un momento muy divertido y a la vez bonito. Por la ropa que llevaban y por su forma de bailar, recordaron aquel famoso baile en la fiesta del pueblo 8 años atrás, en el cual ambos bailaban sin dejar de mirarse tan hipnotizados el uno por el otro. Era un bonito recuerdo para ambos.
Después, los músicos comenzaron a tocar melodías más rápidas con las cuales era imposible no ponerse a bailar. Entonces, todos se agarraron de las manos e hicieron un círculo bailando mientras reían felizmente. Pero, sin duda, quienes más disfrutaron de esos bailes fueron los niños. Los tres se lo pasaron estupendamente.
Cuando empezó a caer la tarde, los músicos se despidieron y se marcharon de vuelta a Maienfeld, no sin antes haber recibido los agradecimientos de Pedro y de Heidi.
Después de eso, la pareja quiso decir unas breves palabras de agradecimiento a todos. Como a Pedro esas cosas no se le daban muy bien prefirió que Heidi hablara en nombre de los dos, ella sabía expresarse mejor con palabras. La joven hizo sentar a todos un momento y comenzó a hablar agarrándose de la mano de Pedro.
-Antes de dar por finalizada la fiesta, tanto Pedro como yo, queremos dedicaros algunas palabras. -empezó diciendo Heidi. -Queremos agradeceros todos los detalles tan bonitos que habéis tenido con nosotros.
En ese momento, la joven dirigió su mirada hacia sus amigos.
-Hans, Clara, gracias por esta maravillosa sorpresa. Estamos muy felices de que estéis aquí, en este día tan especial para nosotros.
-Gracias a vosotros por hacernos partícipes de vuestra fiesta de aniversario. -dijo Clara.
-El placer ha sido nuestro. -añadió Hans.
Después Heidi dirigió la mirada hacia su suegra.
-A ti también tía Brígida, gracias por tu ayuda y por todo lo que haces siempre por nosotros a pesar de que a veces no te encuentres bien.
-Nada más me hace más feliz que ver que vosotros lo sois.
Heidi sonrió por las palabras de su suegra y por último dirigió también unas palabras hacia sus hijos y Greta.
-Y qué decir de vuestra preciosa pancarta, nos ha gustado muchísimo. Sois encantadores.
Los tres niños sonrieron felizmente. Heidi terminó diciendo unas palabras más.
-Como bien sabéis, la fecha de hoy es muy importante para Pedro y para mí, y todos vosotros habéis hecho que este día haya sido precioso e inolvidable. Muchas gracias, de verdad. ¡Os queremos mucho! -dijo Heidi mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
-Gracias por todo, sois estupendos. -añadió Pedro mientras rodeaba los hombros de su esposa con el brazo.
Todos les aplaudieron al ver que Heidi empezaba a emocionarse, en especial sus hijos. Estos se acercaron corriendo hacia sus padres.
-Nosotros también os queremos mucho. -dijo Ana.
-Sí, sois los mejores padres del mundo. -dijo Tobías.
Pedro y Heidi se miraron sonriendo tiernamente por las palabras de sus hijos y la joven se emocionó del todo. Los cuatro se unieron en un cariñoso abrazo, una preciosa escena que enterneció a todos. Hans también abrazó a Clara y a Greta, y Brígida sonrió con ternura mientras miraba a su hijo junto a Heidi y los niños. El día del aniversario también era especial no solo porque Pedro y Heidi recordaban que se habían unido en matrimonio, sino porque también nacieron sus queridos hijos gracias a esa unión. Ellos eran la mayor alegría de sus vidas.
Después de ese intercambio de palabras afectuosas y abrazos, llegó el momento de recoger todo y de limpiar. Pedro y Hans se encargaron de quitar los farolillos, las guirnaldas de flores que sus esposas habían hecho y la pancarta que habían dibujado sus hijos para guardarla como recuerdo. Heidi y Clara recogieron los restos de comida junto a Brígida para guardarlos y poder comer las sobras al día siguiente.
No había duda de que había sido un día precioso. Sin embargo, todavía faltaba una sorpresa más.
Por fin, todo quedó limpio y llegó el momento de entrar en casa. De repente, en un instante en el que Pedro y Heidi estaban a solas, el joven se acercó a su esposa para decirle algo.
-Heidi, tienes que venir conmigo a un sitio.
-¿Qué? ¿A dónde quieres que vayamos? Está a punto de anochecer.
-Tú tranquila, esta noche no vamos a dormir aquí.
-¿Y en dónde entonces? -preguntó Heidi algo confundida.
-En la cabaña.
-Pero tenemos que avisar a los demás, sobre todo a los niños. Se preocuparán si no nos ven.
-Tranquila. Hans, Clara y mi madre ya lo saben, les avisarán. -dijo Pedro tiernamente. -Tú solo prepara tu mochila con nuestra ropa para dormir y para cambiarnos mañana, la dejaremos en la cabaña. Vamos, te espero fuera.
-De acuerdo.
Heidi corrió entusiasmada hasta su habitación. ¿Qué cosa se le habría ocurrido ahora a Pedro? La joven agarró su mochila y metió toda la ropa dentro. De repente, recordó el camisón que Clara le había regalado y también lo guardó en su mochila junto con la bata que le había dado su amiga. En seguida, la joven se encontró con Pedro en la entrada de la casa.
-Ya estoy lista.
-Estupendo, vámonos.
Pedro agarró a Heidi de la mano y salieron de casa corriendo para tomar el camino que llevaba a la cabaña.
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