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9. Un trabajo para Pedro

Días después, a Pedro le fue entregado un telegrama urgente para él. A este le extrañó mucho, ya que procedía de Ragaz. Pedro nunca había recibido uno, y mucho menos de allí. Pero al leer el mensaje que contenía, una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Eran buenas noticias y rápidamente fue hasta casa para contárselo todo a Heidi.

-¿Pedro? ¿Qué haces aquí tan pronto? ¿Ha pasado algo? -preguntó ella nada más verle.

-Sí, pero es algo muy bueno. -empezó diciendo Pedro. -Recibí un telegrama del director del balneario de Ragaz. Vio mi anuncio en el periódico de Maienfeld, ya sabes que todas las semanas lo incluyen, y dice que necesita urgentemente a un carpintero para arreglar el mobiliario de algunas habitaciones del balneario antes de que reciba a más huéspedes.

-¿Del balneario de Ragaz? -preguntó Heidi, sorprendida.

-Sí. Tengo dos días para pensarlo y mandarle un telegrama con mi respuesta. Si acepto tendría que irme en seguida.

-¿Y por cuánto tiempo sería?

-Solo un mes.

-¿Un mes?

-Sí, volvería justo antes de nuestro aniversario. Sería un trabajo increíble, Heidi, es el balneario más famoso de la zona... Me encantaría trabajar allí...

-Te encantaría trabajar allí pero... Dilo Pedro, sé que hay un "pero".

-Pues que no me gustaría dejarte sola tantos días, y más ahora que acabas de recuperarte del esguince.

-Yo ya estoy muy bien, Pedro. Sé cuidar muy bien de mí misma, hace tiempo que dejé de ser aquella muchacha inquieta a la que siempre tenían que estar vigilando. -dijo Heidi riéndose tiernamente.

Pedro también se rió.

-Lo sé, amor. Pero aún así, mi deber como esposo es cuidar de ti y asegurarme de que estés bien en todo momento.

-Lo sé cariño, pero puedes estar tranquilo, yo estaré bien. Además, tu madre está aquí también, aunque sé que ella no puede hacer mucho. Pero Tobías y Ana están cerca, así que no hay ningún problema. -dijo Heidi sonriendo.

-Eso me tranquiliza. -dijo Pedro sonriendo. -Entonces, ¿acepto el trabajo?

-Acéptalo, Pedro, el balneario de Ragaz es un lugar al que va muchísima gente. Darte a conocer allí te abrirá las puertas a muchos más clientes.

-Sí, tienes razón, sería una gran oportunidad. Cáscaras, tengo a la mejor esposa del mundo.

Pedro abrazó a Heidi y la levantó del suelo. Ambos se rieron y se besaron.

-Tengo que volver a la carpintería. -dijo Pedro dejando a Heidi en el suelo. -He dejado a Tomás con unos cuantos clientes porque Carlos fue a casa de un aldeano a hacerle unas reparaciones. Nos vemos luego, Heidi.

-Hasta luego, Pedro.

Él se marchó hacia su trabajo mientras ella se quedaba en casa terminando de hacer sus quehaceres.

Aquella misma tarde, Pedro le mandó un telegrama al director del balneario para confirmarle que aceptaba el trabajo. En dos días marcharía hacia Ragaz.

Al día siguiente, Pedro solo trabajó hasta el mediodía. Quiso descansar durante toda la tarde ya que le esperaría un duro mes de trabajo en Ragaz. Tomás y Carlos trabajaron solos en la carpintería y durante todo el mes ambos trabajarían solos allí.

Tobías y Ana ya se habían enterado de la noticia y se alegraron muchísimo por su padre. Sabían que era un gran carpintero y que haría su trabajo tan bien como todos los que había hecho hasta la fecha.

Por la noche, cuando terminó de cenar, Pedro guardó en una maleta todo lo que necesitaba llevarse a Ragaz: ropa, zapatos y su caja de herramientas. Lo dejó todo preparado para marcharse a la mañana siguiente. Mientras tanto, Heidi ya se encontraba metida en la cama, leyendo un libro. A los pocos minutos, Pedro entró en la habitación, se cambió de ropa y se metió en la cama junto a su mujer. Esta cerró el libro y lo guardó en el cajón de su mesita de noche.

-¿Lo llevas todo? -le preguntó ella.

-Sí, ya dejé la maleta en la entrada.

Heidi sonrió y asintió.

-¿Sabes? Esta va a ser la primera vez en mi vida que me vaya de viaje. -dijo Pedro. -Nunca he ido más allá de Maienfeld, aunque sé que Ragaz está muy cerca. Pero tú en eso me ganas, Heidi, estuviste en Frankfurt cuando eras pequeña.

-Cierto, y Frankfurt sí que está lejos. -dijo Heidi riéndose. -Pero en este caso tú sí sabes para cuánto tiempo vas. Cuando mi tía me llevó a Frankfurt, en principio era para siempre. No iba a volver nunca más a las montañas... hasta que bueno, pasó lo que ya todos sabéis.

-Es verdad. Lo bueno es que yo me voy solo por un mes.

-Sí... un mes... -dijo Heidi con un tono de voz algo apagado.

Pedro se dio cuenta de que algo le pasaba a su amada esposa, veía tristeza en sus ojos negros.

-Heidi... mi vida... ¿Qué te pasa? -le preguntó Pedro mientras acariciaba su mejilla y le sonreía tiernamente.

-Estoy muy feliz por ti... pero estar todo un mes sin tenerte conmigo es mucho tiempo para mí.

Pedro borró su sonrisa al oír eso.

-Para mí también es mucho estar todo un mes sin ti...

-Desde aquella vez que tuviste el accidente y estuviste esa semana en el hospital, no hemos vuelto a dormir separados nunca. Y no tenerte tantas noches junto a mí... no sé, creo que será algo extraño. Me va a costar dormir sin sentirte a mi lado.

-Para mí también lo será. Te echaré de menos por las noches, me encanta dormir abrazado a ti.  -dijo Pedro rodeando a Heidi con sus brazos. -Pero no solo extrañaré dormir sin ti, sino también esos besos y esas caricias que siempre nos damos.

-Yo también los extrañaré. -dijo ella acariciándole el rostro suavemente.

Pedro sonrió, agarró la mano de Heidi y comenzó a besarla. De su mano pasó a su brazo, a su hombro, a su cuello y llegó a sus labios, en donde se detuvo besándolos y dándole pequeños y delicados mordiscos. De repente, ambos se miraron a los ojos, pensando en todas las noches que no estarían juntos. El saber que no se tendrían el uno al otro, que no podrían abrazarse y llenarse de cariño y de amor en tantos días, les desesperó y les hizo desearse como siempre. En cuestión de segundos, sus ropas quedaron desperdigadas entre las sábanas de su cama mientras ambos se entregaban el uno al otro. Se comieron a besos, se llenaron de caricias y por último unieron sus cuerpos en uno solo, disfrutando mutuamente hasta alcanzar el mismísimo cielo.

Llegó la mañana siguiente y con ella la partida de Pedro. Después de desayunar junto a él, Heidi cortó unos trozos bien grandes de carne ahumada, de queso y de pan y los envolvió en un paño. Agarró una botella de cristal y la rellenó con leche recién ordeñada. Le dio la comida y la bebida a su esposo, por si durante el camino le entraba hambre o sed.

-Cáscaras, creo que todo esto acabará en mi estómago antes de llegar al balneario. -dijo Pedro mirando lo que Heidi le había preparado mientras se relamía los labios.

Heidi se echó a reír.

-Acabas de desayunar, pero como sé lo glotón que eres, corté unos trozos bien grandes.

Ambos se rieron.

-Bueno, creo que es hora de marcharme. -dijo Pedro mientras se ponía el sombrero. -Voy a despedirme de mi madre.

Heidi asintió con la cabeza y Pedro se dirigió a la habitación de Brígida, la cual se encontraba un poco mareada ese día, por lo que no pudo levantarse. Pedro se apenó al verla así y lo primero que pensó en hacer con el dinero que ganaría trabajando en el balneario sería comprar medicinas más efectivas para ella, aunque fuesen más costosas. Después de despedirse de Brígida con un fuerte abrazo, Pedro se dirigió hacia la entrada de la casa, en donde Heidi le esperaba para despedirse. Trueno también estaba ahí, por lo que Pedro también se despidió de él, acariciándole. Después le llegó el turno a su esposa.

-Cuídate mucho en mi ausencia, Heidi. Si te ocurre algo a ti o a mi madre, manda a Trueno a buscar a Tobías o a Ana. Cuando ayer me despedí de ellos se lo dije y no tardarán ni un segundo en llegar aquí.

-No te preocupes, amor, nosotras estaremos bien. Tu cuídate también, Pedro.

Él sonrió y asintió.

-Te voy a echar mucho de menos, cariño. -dijo Pedro acariciando su mejilla.

-Y yo, mi vida. ¡Te quiero mucho, mucho, mucho! -exclamó Heidi mientras le abrazaba por el cuello y le daba pequeños besos en los labios.

-Te quiero mi amor. -dijo Pedro mientras le daba el doble de besos.

Ambos se rieron tiernamente después del último beso. Pedro agarró su maleta y ante la mirada de Heidi y Trueno salió de casa. La joven veía como su esposo se alejaba hasta doblar la esquina y desaparecer de su vista. Después de eso, Heidi acarició a su perro y juntos entraron en casa.

Los días iban pasando. Al principio, a Heidi le costaba hacerse a la idea de que Pedro no estaba. De repente, durante una noche comenzó una fuerte tormenta. Los truenos retumbaban por todo el valle y Heidi se sentía aterrorizada ella sola en su cama. Por desgracia, Pedro no estaba a su lado para calmarla y aquella noche apenas pudo dormir. Notaba muchísimo su ausencia, tanto de día como de noche. Sin embargo, Heidi sabía que Pedro estaba haciendo algo que le hacía feliz y que ya en menos de un mes vendría a casa con un buen puñado de monedas para así tener dinero suficiente para la comida y las medicinas de Brígida, entre otras cosas.

Un día, Heidi recibió una carta de Pedro, la cual tenía algunas faltas de ortografía que la hicieron reír tiernamente. En la carta le contaba todo sobre su trabajo y lo mucho que la extrañaba. Heidi se alegró mucho de que le hubiera escrito y ella le contestó con otra carta contándole lo que hacía cada día y lo mucho que también le extrañaba a él.

El mes iba pasando sin darse cuenta para Heidi. Ella ocupaba su tiempo con los quehaceres del hogar, leyendo, cosiendo, preparando tartas, visitando a sus hijos o simplemente pasando tiempo con su querida suegra. Y eso último era lo que estaba haciendo aquella tarde. Brígida estaba tumbada en su cama y Heidi a su lado, sentada en una silla. La joven estaba leyéndole un rato los Salmos que tanto le gustaban a la abuelita.

-Esos salmos me llenan de fe. -dijo Brígida.

-A mí también, son preciosos. -dijo Heidi sonriendo. -Te leeré otro más.

"El sol como un peregrino

por los caminos del cielo

va repartiendo el consuelo

de su resplandor divino

sobre el llanto del camino

y entre las piedras del suelo...

De repente, Trueno, que estaba tumbado a los pies de Heidi, escuchó el ruido de la puerta de la entrada. El perro fue hacia allá, pero Heidi y Brígida no se enteraron, ya que estaban inmersas en los Salmos. Una leyéndolos y la otra escuchándolos. Cuando el perro se acercó a la puerta de la entrada, vio que su amo había regresado y corrió hacia él. Pedro le hizo una señal con su dedo índice sobre los labios para que no ladrara, ya que quería darle una sorpresa a Heidi. Acarició a Trueno y después se dirigió sigilosamente hacia la sala de estar. Heidi no estaba allí, pero de repente escuchó su dulce voz leyéndole los Salmos a Brígida. Se dirigió hacia la habitación de su madre, pero decidió no interrumpirla y se quedó escuchándola unos minutos detrás de la puerta. Entretanto, Heidi seguía leyendo.

...Grandes son nuestros dolores

breve será su estadía

porque está cercano el día

de que se cambien por flores

en un prado de alegría

con cantos de ruiseñores."

-Recuerdo que este último salmo era el favorito de la abuelita. -dijo Heidi.

-Sí, es un hermoso salmo. Nunca olvidé las veces que se lo leías.

-Tenemos muchos recuerdos de aquellas tardes en las que iba a veros a vosotras y a Pedro.

Este último seguía escuchando a su esposa y a su madre hablar y no pudo evitar recordar aquellos tiempos. De repente, la puerta se abrió del todo. Heidi alzó la mirada y le vió, su amado Pedro había regresado a casa.

-¡Pedro, mi amor! -exclamó Heidi mientras se levantaba de la silla y corría hacia él para abrazarlo. -¡Has vuelto!

Pedro la rodeó con sus brazos, abrazándola más fuerte que nunca. La levantó del suelo y ambos dieron vueltas muy felices de estar juntos otra vez.

-¡Ya estoy aquí, mi vida!

-¡Qué alegría!

En seguida, ambos se llenaron de besos, uno tras otro, como si hubiera pasado un año, en vez de un mes. Brígida sonreía tiernamente, veía lo enamorados que estaban y lo mucho que se habían echado de menos. La anciana se sentía feliz de tener nuevamente a su hijo en casa.

-Te he echado tanto de menos, Pedro.

-Y yo a ti, Heidi, muchísimo.

Ambos sonrieron y volvieron a darse otro beso.

-Me alegro de que ya estés aquí, hijo. -dijo Brígida.

Pedro y Heidi interrumpieron sus besos y se sonrojaron al olvidar por un momento que ella estaba ahí.

-Tranquilos. -dijo Brígida riéndose tiernamente. -Lo entiendo, sé lo mucho que os habéis echado de menos.

Pedro sonrió, se acercó a su madre y la abrazó. Después, metió la mano en el bolsillo y le dio una bolsita llena de monedas.

-Aparté este dinero de todo lo que me pagaron. Nos ayudará a comprar todas tus medicinas, madre.

-Hijo... muchas gracias... -dijo Brígida con lágrimas en los ojos mientras agarraba las manos de Pedro.

Heidi les miraba tiernamente. Después, Pedro se giró hacia ella.

-Tengo que darte una gran noticia, Heidi. No te lo vas a creer, pero el director del balneario quedó encantado con mi trabajo y no solo me ha pagado muy bien sino que también nos regala a ambos la estancia allí durante toda una semana.

-¡¿De verdad?! -preguntó Heidi totalmente sorprendida.

-Sí, y será una increíble forma de celebrar nuestro aniversario.

-¡Qué bien! -exclamó Heidi dando un salto de alegría. -¡Va a ser algo inolvidable!

-Verás que sí. Prepara tus cosas, mañana nos vamos.

Heidi sonrió muy feliz y rápidamente se marchó a la habitación para reunir su ropa y sus zapatos. Pedro también estaba muy contento, a ambos les esperaría una semana inolvidable. Después de llenar la maleta con sus cosas, Heidi fue a preparar la cena. Durante esta misma, Pedro les describió a Heidi y a Brígida todos los trabajos que hizo, así como también las zonas que vio del balneario. Heidi ya se imaginaba allí, metiéndose en aquellas aguas termales tan famosas de la zona.

Una vez que Brígida se acostó, Pedro y Heidi se dirigieron hacia su habitación. Pero nada más entrar, sabían que no podrían conciliar el sueño sin antes recuperar todas esas noches sin tenerse el uno al otro. Se miraron a los ojos, sonrieron y empezaron a comerse a besos.

-Te necesito ya, Pedro. -dijo ella mientras le mordisqueaba suavemente los labios e intentaba meter la mano por dentro de su pantalón. -Hazme olvidar tu ausencia.

Esas palabras fueron suficientes para él, quien al instante se deshizo de toda su ropa y después de la de Heidi. Pedro empezó a besarla nuevamente y se dejó caer con ella encima de la cama. Sus caricias y sus besos hicieron el mismo recorrido desde sus pechos hasta la zona más íntima de su cuerpo para llegar hasta donde él sabía que ella sentiría más placer. Heidi gemía una y otra vez, disfrutando de todo lo que su marido le estaba haciendo. Después, Pedro empezó a subir con besos por su cuerpo, se detuvo nuevamente en sus pechos y después siguió subiendo por su cuello y llegó a sus labios. Hasta que Heidi lo empujó y él se dejó caer a su lado. La joven se subió encima de Pedro, y esta vez fue ella quien le haría enloquecer. Sus caricias y posteriormente sus besos pasaron por su pecho, su abdomen y fueron descendiendo hasta la zona más viril de su cuerpo. Pedro gemía y disfrutaba más cada segundo, Heidi le estaba volviendo loco. Sentía que ya no podía contenerse, pero no quería acabar así, tumbó a Heidi en la cama y él se puso sobre ella. Pedro entró en su más profunda intimidad y ella le rodeó con sus piernas, aferrándose bien a él. Los movimientos se intensificaban mientras ambos disfrutaban una y otra vez hasta terminar agotados, pero totalmente satisfechos. Se habían echado tanto de menos el uno al otro que esa noche la pasión explotó con la misma intensidad de un volcán en erupción.

Después, Pedro apoyó la cabeza sobre el pecho de Heidi y ella acarició suavemente su cabello.

-No te imaginas cuánto te he necesitado, Pedro. Lo necesitaba todo de mi hombre. -dijo Heidi, una vez que ambos recuperaron el aliento. -Tus besos, tus caricias, tu forma tan intensa de amarme... Ahora mismo no existe mujer más dichosa que yo en este mundo.

Pedro sonrió y levantó la cabeza para mirarla.

-Yo también te he necesitado tanto como tú a mí, Heidi. No te imaginas cuánto echaba de menos tener a mi mujer entre mis brazos.

Ambos sonrieron, acercaron sus rostros, rozaron sus narices con mucha ternura y volvieron a besarse otra vez en los labios, de manera lenta. Las caricias mutuas también fueron lentas. Aquella noche, Pedro y Heidi por fin volvieron a dormir juntos nuevamente.

Llegó el día siguiente y con él la marcha de Pedro y Heidi. Brígida se quedó en casa de Carlos y Ana, mientras que Trueno y Flor se quedaron en casa de Tobías y Greta. Pedro y Heidi salieron de Dörfli y se dirigieron hacia la pequeña ciudad balnearia de Ragaz.

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