6. Confesiones y decisiones
Quedaban pocas semanas para que Greta y sus padres regresaran a Frankfurt. Tobías no podía perder el tiempo, tenía que ser tan valiente como lo fue su padre a la hora de confesarle su amor a su madre. Si de verdad amaba a Greta, tenía que decírselo. Pero, aunque la conociera de toda la vida y sus padres sintieran un gran cariño por él, tenía muchas dudas. Tobías era un simple cabrero y quesero con algún conocimiento de carpintería y poco más. ¿Qué futuro podría darle a alguien como Greta, una señorita de ciudad proveniente de una familia rica? Ella tenía modales, educación y un futuro brillante en la empresa de su padre. Tobías pensaba que él nunca podría ofrecerle todo lo que ella se merecía. Sin embargo, el muchacho sentía que ya no podía seguir ocultando sus sentimientos. Pero a veces lo intentaba y se echaba para atrás, terminaba callándose por el miedo al rechazo. Pensaba que nunca sería capaz de decírselo. Al igual que a Pedro le costó confesar sus sentimientos a Heidi, a Tobías le costaba confesar sus sentimientos a Greta.
Ana, por su parte, había reconocido lo que sentía por Carlos. Pero muchas veces se preguntaba si esa flor de madera que le regaló como collar tenía que ver con algo más que una simple muestra de cariño de amigo. La muchacha no sabía qué pensar. Constantemente, recordaba lo que su madre le había dicho. Su padre siempre le demostró su amor de muchas maneras: con actos, con detalles... Carlos también era detallista y siempre solía preocuparse por ella, aunque sabía que los amigos también hacían eso. Pero esos regalos que él le había hecho le daban a entender algo más. También recordaba que su madre le dijo que si era amor verdadero su corazón se lo diría, por más que lo pensaba más seguridad sentía. Pero aún así, no quería pensar nada más y después llevarse una gran desilusión.
Llegó un día de finales de verano en el que sólo Tobías y Greta subieron a los pastos con Trueno y las cabras. Carlos le había pedido a Ana conversar, por lo que la muchacha se quedó en el pueblo. Pero el joven estuvo muy ocupado durante la mañana debido al trabajo que tenía ese día y al final la conversación se retrasó. Sin embargo, Ana fue a la carpintería y estuvo junto a su padre, Tomás y Carlos.
Durante un momento, Pedro y Tomás se ausentaron para ir a atender unos pequeños encargos de unos aldeanos, por lo que los muchachos se quedaron a solas en la carpintería. Carlos estaba cepillando la madera mientras Ana le miraba atentamente. Hasta que, un rato después, se detuvo y comenzó a conversar con ella.
-Ana... ahora que estamos a solas... quería aprovechar para hablar contigo... -dijo el muchacho, un poco nervioso.
Ella no dijo nada, solo le miró atentamente.
-Verás... quería hablarte sobre eso. -dijo Carlos mientras señalaba el collar de madera que le regaló.
Ana bajó la mirada hacia eso.
-¿Mi collar?
-Sí, verás... el día que te lo di... en realidad quise decirte algo antes de que apareciera Tobías.
-¿El qué?
-Es algo que llevo mucho tiempo queriendo decirte...
Carlos, muy nervioso y sonrojado, agarró las manos de Ana. La muchacha sentía que su corazón se aceleraba cada vez más.
-Anita... yo... verás... -empezó diciendo Carlos. -Sé que todavía me falta mucho para ser tan buen carpintero como tu padre... pero estoy esforzándome muchísimo para llegar a serlo pronto. Quería decirte...
-Tú ya eres un buen carpintero, Carlos. -le interrumpió Ana.
-Bueno sí... pero aún así tengo que seguir trabajando más.
Ana le sonrió y Carlos siguió hablando.
-Verás Ana... desde que te conocí, vi en ti a una niña muy diferente a las demás y te convertirse en una muy buena amiga para mí. Pero ahora que hemos crecido... yo... yo ya no puedo verte sólo como una amiga... Ana, estoy enamorado de ti, desde hace bastante tiempo lo estoy.
La muchacha le miraba boquiabierta, se había quedado atónita ante aquella confesión por parte de Carlos, mientras que este rezaba para que ella no le rechazara.
-¿Lo dices en serio, Carlos?
-Claro que sí. Te quiero Ana.
En seguida, la joven se lanzó hacia Carlos, abrazándole fuertemente mientras las lágrimas caían por sus mejillas, él se quedó paralizado. Después, Ana le miró a los ojos y se lo dijo.
-¡Yo también estoy enamorada de ti! ¡Te quiero Carlos!
El muchacho no se lo creía.
-¿De verdad? -preguntó él, mientras sonreía.
-Sí... desde hace tiempo. -contestó ella, ruborizada.
-Anita... me haces muy feliz. -dijo Carlos tomando la cara de ella entre sus manos mientras acariciaba sus rosadas mejillas.
Ana notaba que Carlos acercaba cada vez más su rostro al suyo. Ella estaba muy nerviosa, pero se dejó llevar y, a los pocos segundos, los labios de ambos se unieron en un dulce y tierno beso. Fue una hermosa y nueva sensación para los dos. Después, se miraron sonrojados, sonrieron y se abrazaron. Se sentían felices porque sus sentimientos habían sido correspondidos. Por fin, Ana había encontrado el amor verdadero.
Tiempo después, Pedro y Tomás volvieron a la carpintería. Carlos quiso hablar con Pedro delante de su padre y delante de Ana.
-Pedro, quería pedirte permiso para algo.
-Cuéntame Carlos.
-Verás... -empezó diciendo el muchacho, nervioso. -Es sobre Ana y yo... bueno... quería pedirle permiso para iniciar una relación amorosa con ella... Yo la quiero, y ella a mí también. Ambos queremos estar juntos.
Pedro y Tomás se sorprendieron ante esa noticia. Pero Pedro conocía bien a Carlos desde que él y su familia llegaron a Dörfli.
-Bueno... sé que eres muy buen chico y me he dado cuenta de lo bien que siempre te has portado con Ana así que... ¡Cáscaras, claro que sí!
Ana y Carlos no se lo creían, se sintieron muy felices por la respuesta de Pedro. Ambos le abrazaron fuertemente, y seguidamente a Tomás, quien también se alegró mucho. Ya solo faltaba darles la noticia a los demás.
La tarde empezaba a caer, y en los pastos se encontraban Tobías y Greta contemplando el atardecer antes de volver al pueblo con las cabras.
-La puesta de sol aquí es preciosa en Frankfurt no puedes ver esto todos los días. -dijo Greta admirando el paisaje. -Es una lástima que tenga que volver a casa en tres días...
-Y ya no volverás hasta el año que viene...
-Si fuera por mí me quedaría aquí más tiempo... pero no puedo...
Ambos seguían mirando al frente.
-Y no sé si el año que viene podré volver... en cuanto llegue a Frankfurt comenzaré mis estudios superiores e incluso otros cursos extras para formarme y poder trabajar en la empresa de mi padre. Eso me quitará mucho tiempo libre...
-¿Y... tú de verdad quieres eso?
-Yo... bueno, no tengo otra opción...
Ambos se quedaron en silencio unos minutos, hasta que Tobías habló de repente.
-Sí la tienes.
-¿Qué?
-Greta.... ¿por qué no te quedas aquí?
-¿Aquí? ¿En Dörfli?
-Sí.
-Pero yo...
En ese momento, Tobías agarró las manos de la joven.
-Greta... me gustaría que te quedaras...
Ella se puso nerviosa al sentirle tan cerca.
-Tobías yo... no puedo...
-Sí que puedes...
-Pero Tobías...
-Greta, por favor... -le rogó él, tomando sus manos más fuerte. -Quédate aquí... conmigo...
Se miraban fijamente, los ojos marrones de Tobías se habían clavado en los ojos azules de Greta. Pero la muchacha se sentía nerviosa y sus mejillas estaban muy rojas al tenerle tan cerca de ella. Greta no pudo más y se apartó un poco de él, con la intención de marcharse del lugar.
-¡Espera Greta! -exclamó Tobías agarrando el brazo de la muchacha. -No te vayas... tengo que decirte algo...
Ella se giró para mirarle. Tobías respiró profundo y decidió abrirle su corazón.
-Quédate conmigo, Greta... Yo... sé que solo soy un simple cabrero que cuida de unas cuantas cabras y un simple quesero que vende unos pocos quesos... Tal vez no soy tan prestigioso como ese tal Braulio... Pero cáscaras... Greta... yo te quiero. Desde siempre te he querido, incluso desde que éramos apenas unos niños... y aunque no puedo darte tanto como mereces, te daría todo lo que tengo conmigo. Mi corazón ya lo tienes... y ahora lo que me gustaría es tener el tuyo...
-Tobías... -le interrumpió Greta, sorprendida de todo lo que había escuchado. -¿Es verdad todo lo que has dicho?
-Claro que sí, cáscaras. Te quiero Greta.
La muchacha no se lo creía, hasta que reaccionó y se tiró a los brazos de Tobías llorando de alegría. Este no entendía nada.
-¡Eso era lo que siempre quise oír! -exclamó Greta, secándose las lágrimas de sus ojos. -¡Yo también te quiero, Tobías!
-¡Cáscaras! ¿Qué has dicho?
-¡Que te quiero, Tobías! Desde siempre también. -confesó la muchacha. -Por eso me apenaba mucho tener que irme. Yo quiero quedarme contigo.
Tobías se había quedado boquiabierto mientras sus mejillas se ruborizaban completamente.
-Pero si yo creía que Braulio...
-¿Qué? ¡No! -exclamó Greta riéndose. -Braulio es solo un amigo, yo nunca le vi como algo más... Yo siempre te quise a ti, Tobi, solamente a ti.
Tobías no podía sentirse más feliz de lo que ya estaba.
-Me siento como en una nube. -dijo el joven.
Greta se rió tiernamente.
-Yo también.
-Oye Greta... ¿puedo... darte un beso? -preguntó Tobías, sonrojado.
-Eso no se pregunta. -contestó Greta, riéndose de nuevo.
-Es que no quería dártelo, que no te agradara y que luego me dieras una bofetada. -dijo Tobías con una risa nerviosa.
-Tranquilo que eso nunca pasará. De hecho, llevo tiempo esperando eso... -dijo ella sonrojada y haciendo que las mejillas de Tobías se pusieran todavía más rojas.
Ambos sonrieron, acercaron sus rostros, y sus labios se encontraron en un beso tierno y lento. Fue una hermosa y nueva sensación para ambos. Después, se miraron sonrojados, sonrieron y se unieron en un abrazo, felices de haber sido correspondidos. Por fin, Tobías también había encontrado el amor verdadero.
Tobías y Greta decidieron que querían estar juntos. Pero para ello, el joven tenía que pedir permiso a Hans, y eso era lo que precisamente quería hacer cuando llegaran a casa.
Una vez allí, fueron hacia la sala de estar. Pedro y Ana aún no habían llegado, pero en breve aparecerían por la puerta. Heidi y Clara estaban preparando la cena, y Hans estaba haciendo compañía a Brígida, conversando con ella e interesándose por su estado de salud. Después de guardar a las cabras en el corral, Tobías y Greta se sentaron juntos, y Trueno se tumbó a los pies de ambos. Para calmar el apetito hasta que llegaran Pedro y Ana, Heidi y Clara sacaron algunos trozos de queso en una bandeja de madera.
-Cómo echaré de menos este queso. -dijo Hans, después de comerse un trozo.
-Cariño, siempre dices lo mismo. -dijo Clara riéndose.
Los demás se unieron a su risa.
-Es que es verdad, Heidi siempre ha hecho un queso riquísimo, y Tobías ha heredado el talento de su madre.
-Gracias, tío Hans. -dijo el muchacho sonrojado.
-Que pena que en Frankfurt no vendan quesos así.
-De todas formas, no sabrían igual que los de aquí. -dijo Heidi riéndose tiernamente.
-Te doy la razón. -dijo Clara riéndose también.
-Y yo. -dijo Hans.
-Aún así, Greta y yo podríamos intentar hacerlo. Heidi me enseñó cuando vine por primera vez a los Alpes, ¿verdad, Heidi?
-Sí, cierto.
-Y creo que Tobías hizo hace poco un queso con ayuda de Greta, ¿verdad, hija?
-Así es, mamá.
-Pues cuando volvamos a casa lo intentamos.
Esa última frase retumbaba en la cabeza de Greta. La muchacha miró a Tobías y agarró su mano, dándole la señal de hablar sobre su relación. Ni Pedro ni Ana se encontraban en esos momentos, pero la muchacha no pudo esperar más al ver que su madre ya había sacado el tema del regreso a Frankfurt.
-Todavía quedan tres días para volver a casa, mientras tanto tenemos que disfrutar de este delicioso queso. -añadió Clara.
Greta no quería oír hablar más de Frankfurt, por lo que de manera repentina se levantó de la silla.
-Greta... espera... -le susurró Tobías casi de manera inaudible mientras la agarraba del brazo, pero ella no le hizo caso.
-Papá, mamá, tengo que deciros algo.
Hans y Clara miraron atentos a su hija, Tobías temblaba y Heidi también había dirigido la mirada hacia la muchacha.
-Lo siento, pero yo no vuelvo a Frankfurt, yo me quedo en Dörfli. -dijo Greta, firmemente.
Todos se quedaron atónitos, en especial sus padres.
-¿Cómo que te quedas en Dörfli, Greta? -preguntó Hans.
-¿Qué dices, Greta? -preguntó Clara.
De repente, llegó Pedro y, detrás de él, aparecieron Ana y Carlos, quienes ya le habían dado la gran noticia a Marta. Heidi y los demás se quedaron mirándoles a los tres. Pedro, Ana y Carlos se miraron entre sí, confundidos.
-Cáscaras, ¿qué pasa aquí? -preguntó Pedro.
-Greta dice que no quiere volver a Frankfurt y que quiere quedarse en Dörfli. -dijo Heidi.
-¡¿Greta se queda?! -preguntó Ana mientras mostraba una gran sonrisa.
-¿Qué? ¿Pero qué ha pasado? -preguntó Pedro mirando a Tobías y a Greta.
-Padre, es que no nos habéis dado tiempo de hablar, cáscaras. Greta y yo queríamos decir algo.
-¿El qué? -preguntó Hans.
-Tío Hans... verás... yo... -empezó diciendo Tobías, nervioso, al sentir los ojos de todos puestos en él. -Quería pedirte permiso para empezar una relación amorosa con Greta. Los dos nos queremos y deseamos estar juntos.
Todos se quedaron boquiabiertos. Tobías estaba muy nervioso, pero en seguida una sonrisa de Hans le calmó.
-Ahora entiendo por qué Greta desea quedarse aquí. -dijo Hans.
Clara sonrió y asintió con la cabeza mirando a su esposo. Tobías y Greta estaban nerviosos, esperando una respuesta.
-Tobías, tanto Clara como yo te tenemos mucho cariño, eres como nuestro propio hijo, y sabemos que Greta es muy feliz contigo. -dijo Hans.
-¿Eso es un... sí?
-Por supuesto que sí. -dijo Hans sonriendo.
Tobías y Greta se sintieron muy felices y abrazaron fuertemente a Hans y después a Clara. Esta también se alegró mucho. Después, abrazaron a Pedro y a Heidi quienes sintieron mucha felicidad también. Pedro estaba alucinando con las noticias que hoy le habían dado sus dos hijos. Heidi desconocía lo de Ana y Carlos, hasta que la muchacha, después de abrazar y felicitar a Tobías, lo dijo.
-Por cierto, Carlos y yo también teníamos que decir algo... Nosotros también hemos comenzado una relación amorosa. Con la aprobación de papá, por supuesto.
Heidi y Tobías se quedaron boquiabiertos y en seguida sonrieron muy felices y abrazaron a Ana, felicitándola por la gran noticia. Con Carlos hicieron igual.
Aquel día fue muy emocionante para todos.
Durante los días que quedaban antes de la partida, Hans y Clara parecieron asimilar el hecho de que Greta se quedaría en Dörfli. Aunque estaban muy contentos, les apenaba estar lejos de su única hija, en especial a Clara, quien la noche antes de la partida parecía mostrarse algo reacia a esa decisión. Heidi habló con ella en privado.
-Clara, ¿recuerdas que fuiste tú la que me dijiste que el amor verdadero existía después de sentirme desilusionada por lo que me pasó con Bruno?
Ella asintió, recordando aquella conversación de antaño.
-Pues ahora te digo yo eso mismo, piensa en el amor verdadero. Greta y Tobías sienten ese mismo amor. El mismo amor que tú sientes por Hans, y que yo siento por Pedro.
Clara no podía creerse eso, las mismas palabras que ella dijo una vez ahora se las estaba repitiendo su mejor amiga. Reconocía que Heidi tenía razón.
-Yo también soy madre y sé que te preocupa. Pero Greta estará bien, con Tobías nunca le faltará amor y cariño. Además nos tiene a Pedro y a mí. ¿Y qué decir de su mejor amiga, Ana? Lo que daría yo por tener siempre cerca a mi mejor amiga... -dijo Heidi sonriendo y agarrando las manos de Clara al decir eso último.
Clara sonrió, sintiendo esas mismas palabras.
-Lo sé, sé que aquí, Greta siempre estará bien y feliz.
Heidi también sonrió y ambas se abrazaron.
Al día siguiente, Hans y Clara se marchaban. Estos se despidieron de Heidi y de su familia, y en especial de Greta.
-Papá, mamá, siento que mi decisión quizás os entristezca, pero siempre desearé que llegue el buen tiempo para volver a veros. Aquí estaré muy feliz, estaré junto al hombre que amo, junto a mi mejor amiga y junto al tío Pedro y a la tía Heidi, mis segundos padres.
Clara sonrió con ternura a su hija y la abrazó.
-Mi vida, no importa lo que desees hacer. Es cierto que te echaremos mucho de menos, pero es tu decisión, y tu padre y yo siempre estaremos ahí para apoyarte.
-Si tú eres feliz, nosotros también lo seremos. -añadió Hans.
Greta sonrió con cariño a sus padres y les abrazó.
-Decidle al abuelito que le quiero mucho y que en cuanto pueda iré a verle.
-Tranquila cariño, se lo diremos.
-Y te mandaremos más ropa y todas tus cosas.
-No hace falta, aquí no necesitaré tanto. -dijo Greta riéndose. -Tengo ropa que casi nunca he usado y, pensándolo bien, me gustaría que hicierais algo con ella.
-¿El qué, mi vida? -preguntó Clara.
-Que la doneis para las niñas que no tienen, sé que ellas la necesitarán más que yo.
Hans y Clara se sorprendieron ante la petición de su hija, pero sonrieron al ver el gran corazón y la generosidad que tenía. Ambos prometieron que así lo harían. Después de unos cuantos abrazos más, Hans y Clara marcharon rumbo a Frankfurt.
Desde ese día, Greta se quedaría a vivir en casa de Pedro y Heidi, y dormiría en la misma habitación de Ana. Todos estaban muy felices, en especial las dos nuevas parejas que se habían formado. Pedro y Heidi también estaban muy contentos porque al fin sus hijos habían hallado el amor verdadero.
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