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5. Sentimientos

Aquel día de verano amaneció con lluvia y, según el aspecto del cielo, no pararía de llover al menos hasta la tarde. Por esa razón, Tobías no pudo subir a los pastos con las cabras. Él, Ana y Greta se quedaron en casa en compañía de sus madres y de Brígida. Esta última se encontraba con muchos dolores debido al cambio del tiempo, por lo que ese día no tuvo fuerzas para levantarse de la cama. Heidi y Clara estuvieron todo el día pendientes de ella.

Pedro estaba trabajando en la carpintería y Hans había aprovechado el día lluvioso para ir y hacerles compañía a él, a Tomás y a Carlos. Ese día, habían tenido muy pocos clientes, por lo que recibieron menos trabajo. Pedro le dijo a Carlos que podía tomarse el día libre e ir con Tobías y las chicas, el muchacho se alegró y fue para allá. Los cuatro jóvenes estuvieron jugando a juegos de mesa, conversando y riendo.

Mientras tanto, Heidi se encontraba con Clara en la sala de estar. La joven le estaba enseñando a su amiga algunos de los bordados que últimamente había estado haciendo, entre otras cosas.

Un tiempo después, aprovechando que ese día se encontraba en casa, Tobías fue a la cocina para preparar queso. Al rato, Greta decidió ir a verle, dejando solos a Ana y a Carlos.

-¿Cómo llevas el queso, Tobías?

Este sonrió al verla.

-Estoy en ello.

-Qué bien, adoro tus quesos, están deliciosos. Siempre los echo de menos en Frankfurt... ¿Recuerdas cuando tenía 5 años y no tenía ganas de comer? Los quesos de aquí me abrieron el apetito.

-Sí, me acuerdo de aquello, a pesar de que ya han pasado más de 10 años.

-Es verdad. -dijo Greta riéndose tiernamente. -Aquel día estábamos en los pastos.

-Sí, pero no fue sólo el queso. El aire puro de las montañas y la naturaleza también te ayudaron.

-Sí, también.

Ambos sonrieron.

-Greta, ¿quieres ayudarme a hacerlo?

-¡Me encantaría! -exclamó ella, muy feliz. -Enséñame qué tengo que hacer.

-¡Estupendo! Pues mira, esto es así...

Mientras Tobías enseñaba a Greta a elaborar el queso, Ana y Carlos estaban solos. Ambos habían estado hablando durante todo ese rato, en especial de los trabajos que últimamente había estado haciendo el joven.

-Ayer bajé hasta Maienfeld y estuve reparándole un mueble a una señora. Tu padre me mandó ir porque él estaba ocupado con otro cliente.

-¡Qué bien! ¿Y cómo te fue?

-El trabajo fue estupendo y la señora fue muy amable... -empezó diciendo Carlos. -Pero luego... al salir de su casa me encontré con alguien a quien no quería volver a ver otra vez...

-¿Fue... aquella chica con la que estuviste saliendo hace tiempo? -preguntó Ana tímidamente.

Carlos asintió.

-Ni siquiera me saludó, pasó de largo. Bueno, mejor, yo no tenía muchas ganas de hablar con ella.

-¿Estuvisteis mucho tiempo juntos?

-Que va, ni tres meses... Pero aquello no fue nada serio. Salíamos alguna vez de paseo por Maienfeld y poco más.

-No quiero parecer entrometida pero... ¿por qué terminaste con ella?

-Porque a veces era muy orgullosa y presumida. Las personas así no me agradan mucho, prefiero la humildad y la sencillez. Además, a las dos semanas de terminar con ella me enteré de que ya estaba con otro chico.

-Vaya... yo... nunca he tenido novio... ni he besado a nadie... -dijo Ana tímidamente.

Carlos la miró y sonrió.

-Yo tampoco, a ella solo me atreví a darle un beso en la mejilla porque su hermano siempre nos acompañaba... Pero solo eso.

-Supongo que el primer beso debe de ser algo muy especial. -dijo Ana muy sonrojada apartando la mirada.

-Tal vez. -dijo Carlos, también con las mejillas rojas.

De repente, se hizo un silencio incómodo entre ellos. Pero aprovechando el tema, Carlos fue quien lo rompió y, como en esos momentos estaban ellos solos, metió la mano en uno de los bolsillos de su pantalón y le dio algo a la joven.

-Ana yo... llevo días intentando darte algo... -dijo Carlos entregándole una cajita de madera. -En mi tiempo libre hice esto para ti... No es gran cosa... pero espero que te guste.

La muchacha abrió la cajita y en su interior descubrió un bonito collar de madera con forma de flor.

-¿Esto es para mí? -preguntó Ana, ruborizada.

-Sí... El otro día me sobró madera de un trabajo que hice y bueno... recordé que te gusta mucho pintar flores, entre otras cosas, así que pensé en hacerte una flor que llevaras siempre contigo. -dijo Carlos con una risa nerviosa.

Ana no se lo creía. La joven se puso el collar en el cuello.

-¿Te gusta?

-¡Muchísimo, queda precioso! -exclamó Ana mientras miraba el collar y después dirigía la mirada hacia el joven. -¡Muchas gracias, Carlos!

-De nada. -dijo este sonriendo y con las mejillas tan rojas como las de ella.

Ambos se miraron y sonrieron.

-Ana... yo... quería decirte algo...

El corazón de la muchacha se aceleró al escuchar esas palabras.

-Verás... yo...

-¡Ana, Carlos! ¡El queso ya está! -exclamó Tobías, apareciendo de repente. -Greta me ayudó a hacerlo y salió riquísimo, venid.

Ana y Carlos sonrieron y siguieron a Tobías. Greta se encontraba en el comedor junto a su madre y Heidi. Y en esos momentos, Pedro y Hans ya habían regresado. Todos se pusieron a cenar y aprovecharon para comer el queso recién hecho.

-Que collar tan bonito llevas, Ana. -dijo de repente Greta.

-Lo hizo Carlos.

-Es precioso. -dijo Heidi.

Ana y Carlos se ruborizaron. Tobías miró a ambos y se rió tiernamente para sus adentros pensando en lo feliz que seguro se sentiría su hermana por ese regalo.

-Está muy bien hecho. -dijo Pedro.

-Carlos ya trabaja la madera tan bien como Tomás y como tú, papá. -dijo Ana riéndose.

Pedro también se rió.

-Tienes razón. -dijo él, después dirigió la mirada hacia el muchacho. -Muy bien hecho, Carlos. Te estás convirtiendo en un gran carpintero.

-Muchas gracias. -dijo este con una sonrisa y las mejillas rojas.

Cuando terminaron de cenar, llegó el momento en el que Carlos tenía que marcharse a casa. Ana lo acompañó hasta la puerta y, cuando se despidieron, ella le plantó un pequeño y tierno beso en la mejilla como muestra de agradecimiento por el regalo. Carlos se sonrojó y se marchó feliz a su casa. Ana entró en la suya riéndose tiernamente.

-Que detalle tan bonito tuvo Carlos. -le dijo Heidi a su hija tiempo después mientras ambas estaban lavando los platos.

-Sí.

-En una ocasión, tu padre también me hizo un regalo de madera precioso cuando trabajaba en el taller de su casa. Bueno, siempre me ha hecho muchos regalos, pero hubo uno que me pareció muy tierno.

-Te refieres al ciervo de madera que hay en la repisa de la ventana, ¿verdad?

-Exacto.

-Recuerdo que me contaste que en ese entonces papá ya estaba enamorado de ti.

-En realidad, él me quería desde siempre, pero nunca se atrevió a decírmelo hasta un tiempo después. Siempre me daba señales de ello, pero yo nunca las captaba... Y una de esas fue aquella figurita tan especial.

Ana sonreía a su madre mientras la escuchaba.

-Qué detallista es papá.

-Siempre lo ha sido, creo que esa es otra de las cosas que me enamoró de él. -dijo Heidi sonriendo. -Y por cierto, Carlos también es muy detallista. Hoy te lo ha demostrado.

Ana se sonrojó y sonrió mirando su collar.

-Si es amor verdadero, tu corazón te lo dirá. Sé lo que te digo, mi vida. -le dijo Heidi guiñándole un ojo a Ana.

Esta se dio cuenta de que su madre comprendía sus sentimientos, ya que ella también vivió algo muy parecido con su padre. Ana sonrió y asintió sin olvidar las sabias palabras de su madre.

Aquella noche en su cama, Pedro dormía mientras Heidi leía un libro. Pero en un momento, detuvo su lectura y se puso a pensar en sus hijos. De repente, Pedro se despertó.

-¿Sigues despierta?

-Estaba leyendo un poco, pero ya me iba a acostar. -dijo esta con la mirada perdida, pensando.

Pedro la notó rara.

-¿Estás bien? -preguntó él mientras se incorporaba.

Al oír eso, la joven volvió en sí y dirigió la mirada hacia él. Le dedicó una pequeña sonrisa y asintió con la cabeza.

-Estoy bien, amor. -respondió Heidi, volviendo a dejar la mirada perdida.

Pedro no estaba convencido, puso la mano en su rosada mejilla y obligó a mirarle a los ojos.

-Mi vida, dime que te pasa. Estás preocupada por algo, lo veo en tus ojos. -le dijo él tiernamente mientras acariciaba su mejilla.

Heidi esbozó una pequeña sonrisa y asintió con la cabeza.

-Estaba pensando en nuestros hijos... Sé que a veces soy muy distraída para algunas cosas, pero para esto no. Me he dado cuenta de lo que les ha ocurrido.

-¿Qué les pasa?

-Que se han enamorado, Pedro.

Él no se sorprendió por esa afirmación y sonrió.

-Lo sé, Heidi.

-¿Tú también lo sabías?

-Sí. Nosotros también pasamos por eso y, aunque no lo digan, me doy cuenta de ello. -dijo Pedro.

-A ti siempre se te dio mejor que a mí descifrar a las personas con tan solo examinarlas con la mirada. En eso eres más observador que yo.

-A veces no me hace falta conocer o saber mucho para darme cuenta de las cosas.

-Yo a veces me lo sospechaba, hasta que ya me di cuenta el día en que llegaron las cartas de Frankfurt... Recuerdo la forma que tenían Tobías y Ana de hablarse cuando mencionaron a Greta y a Carlos.

-Sí, yo también lo recuerdo.

-Y también los pequeños detalles de Tobías con Greta, y los de Carlos con Ana. Ellos siempre son muy atentos con ellas, y ellas se sienten felices. Lo mismo que nos ocurría a ti y a mí. Tú siempre fuiste muy detallista conmigo, Pedro. Todas las cosas que me dabas, por muy pequeñas que fueran, me llenaban de alegría y me hacían muy feliz. No me importaba si fuesen unas simples pero bonitas flores o una figurita de madera hecha con mucho cariño.

Pedro sonrió tiernamente recordando los pequeños detalles que siempre tuvo con Heidi.

-Todo lo que yo siempre te he dado ha sido de corazón. -dijo él acariciándole de nuevo la mejilla. -Porque te quiero, Heidi.

-Lo sé, cariño. Eres un gran hombre, el más bueno que existe en el mundo, y por eso yo también te quiero muchísimo. -dijo Heidi sonriéndole.

Pedro también sonrió y ambos se dieron un beso.

-Estoy feliz de que ellos también descubran el amor, pero temo que algunas cosas cambien. -dijo él.

-Lo dices por Ana, ¿verdad?

-Cáscaras, ¿cómo lo sabes?

-A tu esposa no le puedes ocultar nada. -dijo Heidi riéndose tiernamente. -Te conozco perfectamente, Pedro, creo que tus celos de padre están saliendo a la luz.

-Es que... Estaba tan acostumbrado a que yo fuera el hombre más importante de su vida...

-Y seguirás siendo uno de ellos, mi amor. Tú eres su padre, y por esa razón ella nunca dejará de quererte como hija. Además, nuestra Ana ya es toda una mujercita y algún día también tendrá que hacer su vida, como tú y yo hicimos.

-Sí, es verdad. -dijo Pedro sonriendo mientras miraba a Heidi. -Nuestra Ana ya es toda una mujer, tan bonita y encantadora como su madre.

Heidi sonrió.

-Y nuestro Tobías ya es todo un hombre, tan fuerte y tan alto como su padre. -añadió ella.

Pedro sonrió.

-A mí también me pasaba algo parecido con Tobías. -dijo Heidi. -Pero comprendí que siempre seré una de las mujeres más importantes de su vida.

-Somos sus padres, así que siempre seremos importantes para los dos.

-Exacto.

Ambos sonrieron y volvieron a darse un beso más antes de acostarse.

Y justo al día siguiente, Tobías necesitaba hablar con alguien y contar lo que ya no podía callar. Necesitaba el consejo de un hombre, ¿y quién mejor para dárselo que su propio padre?

Por la tarde, Pedro ya había llegado de trabajar, y en esos momentos se encontraba en el taller de casa reorganizando su caja de herramientas para unas reparaciones que tenía que hacerle a un aldeano en su casa al día siguiente. Tobías se dirigió hacia allá y se acercó a él.

-¿Puedo quedarme un rato contigo? -preguntó el muchacho mientras se sentaba en una silla.

-Por supuesto. -contestó Pedro sonriendo.

Tobías se mantuvo callado durante unos segundos, hasta que ya no aguantó más para hablar.

-Padre... ¿puedo preguntarte algo?

-Claro que sí, hijo.

-¿A ti... te costó mucho confesarle tus sentimientos a madre?

Pedro no se esperaba esa pregunta por parte de su hijo. Dejó lo que estaba haciendo y se sentó junto a él.

-No te imaginas lo mucho que me costó.

-¿Sí?

Pedro asintió.

-Verás... A mí nunca se me dio bien expresarme, y más si se trataba de hablar de sentimientos. Me costaba abrir mi corazón y hablar de eso... A veces me sigue pasando, pero con el tiempo he aprendido a expresarme un poco mejor. En eso soy lo contrario a tu madre, ella es extrovertida y no tiene miedo de decir lo que piensa. Y yo soy más reservado y me cuesta decir lo que pienso.

-Bueno... yo creo que eso está bien, así ambos os complementais.

-Sí, eso es verdad.

-Y aunque te costó, al final lo hiciste.

-Sí, yo lo intenté varias veces, pero por el miedo al rechazo nunca me atrevía a decirle lo que sentía por ella. Hasta que comprendí que ya era suficiente. Tenía que decírselo de una vez por todas y al final le confesé mi amor.

-Y entonces aprovechaste el momento para pedirle matrimonio. -dijo Tobías riéndose. -Madre siempre dice que no dejaste escapar la oportunidad.

-Lo sé. -dijo Pedro riéndose también. -Yo estaba totalmente seguro de que la amaba de verdad y no dudé en preguntárselo. No te imaginas lo feliz que me hizo cuando me dijo que sí, uno de mis mayores sueños era casarme con ella.

-Yo creo que en realidad ella te amaba a ti y no al tío de Greta.

-Tu madre me dijo que siempre me amó a mí solo. Lo que pasó con el tío de Greta... bueno, tal vez yo fui un tonto por no haberle hablado de mis sentimientos antes...

-Al final ella está contigo, eso es lo importante. Y yo estoy muy feliz de que hayas sido tú el que te casaras con ella. No me hubiera gustado tener a otro como padre. Tú eres el mejor.

Pedro sonrió a su hijo.

-Y a mí no me hubiera gustado tener otro hijo que no hubieras sido tú, Tobías.

El muchacho sonrió también.

-Oye padre, ¿y hubo alguna chica del pueblo que fuera detrás de ti? ¿O que a ti te llamara la atención, aparte de madre? -preguntó Tobías con cara de pillo.

Pedro se rio.

-Bueno, había algunas chicas a las que creo que yo les gustaba, muchas veces se me acercaban cuando me veían a solas... Pero ellas a mí nunca me terminaron de llamar la atención del todo... Eran agradables y bonitas, pero no eran como tu madre. Ella es única. Yo solo quería a tu madre, siempre la quise solo a ella. Sé que aunque lo hubiera intentado con otra mujer, nunca hubiera podido sacar a tu madre de mi corazón. La amaba demasiado, y la sigo amando tanto como entonces.

-Ya me he dado cuenta... -dijo Tobías riéndose. -A veces os veo demasiado cariñosos...

Pedro soltó una carcajada.

-Algún día me entenderás.

Tobías sonrió.

-Pues yo... no sé... pero creo que también me costaría confesarme a una chica... -dijo el muchacho, sonrojado.

-¿Lo dices por Greta?

-¿Qué? -preguntó Tobías más sonrojado todavía. -Bueno... yo...

Pedro soltó una carcajada.

-No hace falta que digas nada porque ya me he dado cuenta. No soy tonto, hijo. Yo también pasé por lo mismo, y sé que has venido a hablar conmigo por eso.

Tobías no dijo nada y solo mostró una tímida sonrisa, lo cual hizo confirmar lo que dijo Pedro. Éste sonrió tiernamente.

-Creo que en esto entiendo a tu bisabuelo, el Viejo de los Alpes. -añadió Pedro. -Él fue el primero que se dio cuenta de lo que sentía por tu madre, y la verdad es que yo fui un poco tonto porque no se me ocurría otra cosa que mirarla a cada rato delante de él. Y, claro, el Viejo se dio cuenta.

Tobías se rió.

-¿Y no se molestó?

-Eso pensaba yo al principio, pero después confesó que ese era su deseo. Así que ya te imaginas lo feliz que me hizo saber que ya contaba con su aprobación desde el principio.

-Cáscaras, que bien.

-Hans y Clara son estupendos, a ti te quieren como a un hijo. Y Greta es una muchacha encantadora y muy guapa también.

-Sí... pero no sé cómo decírselo...

-Tú eres más extrovertido que yo, tienes el mismo carácter de tu madre.

-Lo sé, pero para eso soy un cobarde...

-Yo también me sentía así... pero me armé de valor y fíjate ahora, tu madre y yo llevamos casados 18 años y os hemos tenido a ti y a tu hermana.

-Tienes razón, he de intentarlo. -dijo Tobías. -Pero espera, ¿y si ella no siente lo mismo? Siempre la oigo hablar de ese tal Braulio...

-Te entiendo, pero eso no lo sabrás hasta que no hables con ella. Yo tampoco me imaginaba que tu madre me dijera que también me quería, que solamente me amaba a mí.

Tobías sonrió al oír eso y abrazó a Pedro.

-Gracias padre, eres el mejor consejero que podría tener.

Pedro sonrió y acarició la cabeza de su hijo. De repente, ambos escucharon la voz de Heidi avisandoles de que ya estaba la cena.

-Anda vamos, tu madre nos llama para cenar. No hagamos esperar a todos.

Tobías asintió y ambos se dirigieron hacia el comedor para cenar todos juntos una vez más.

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