4. Verano y amigos
Los primeros días de verano llegaron a los Alpes, llenando de calor y alegría cada rincón de las montañas. Y lo mejor de todo: el regreso de Hans, Clara y Greta. Estos tres acababan de bajarse del tren en la estación de Maienfeld en la tarde de aquel día.
-¡Al fin llegamos! -exclamó Greta nada más bajarse del vagón. -Mamá, papá, rápido, tenemos que llegar cuanto antes a Dörfli.
-Ya vamos, cariño. -dijo Clara, la cual ya tenía 40 años, al igual que su esposo.
-Greta está radiante de felicidad. -dijo Hans mirando a su hija.
-Tienes razón, echaba de menos este lugar. Pero yo también, tengo muchísimas ganas de volver a ver a Heidi.
-Vamos a buscar un coche para que nos suba hasta Dörfli.
Clara asintió, y junto a su esposo y su hija fue a buscar un coche de caballos, el cual los llevó hasta el pequeño pueblo de los Alpes.
Greta se había convertido en toda una hermosa jovencita de 16 años. Su cabello era tan dorado como el sol y sus ojos tan azules como el cielo. Había aprendido los modales y costumbres que una señorita de ciudad debía de saber, aunque cuando venía a los Alpes a veces parecía olvidarlos. Se sentía más feliz cuando no tenía tantas responsabilidades y podía disfrutar del aire libre y de la naturaleza, cosas que difícilmente podía disfrutar en Frankfurt.
Entretanto, en casa de Pedro y Heidi, esta última había dejado todo listo para recibir a sus amigos y ya se encontraba preparando la comida. Ana estaba ayudándola cuando de repente las campanas de la iglesia indicaron justo la hora en la que Clara y su familia llegaban.
-¡Ya es la hora! -exclamaron Heidi y su hija a la vez.
Ambas dejaron de hacer lo que estaban haciendo y rápidamente salieron hacia la plaza del pueblo. Pedro acababa de salir de la carpintería para recibir también a sus amigos. En esos instantes, un coche procedente de Maienfeld hacía su parada, y de él se bajaron Greta y sus padres.
-¡Greta!
-¡Ana!
Las dos muchachas corrieron al encuentro para abrazarse, estaban muy felices verse de nuevo.
-¡Clara!
-¡Heidi!
Ambas hicieron lo mismo que sus hijas, corrieron la una hacia la otra y se unieron en un fuerte abrazo. Pedro y Hans contemplaban la escena riéndose con cariño, todos los años era el mismo recibimiento alegre. Ellos también se dieron un caluroso abrazo a modo de saludo.
-¡Pero qué guapa estás ya, Greta!
-¡Y tú también, Anita!
-¡Cuánto me alegro de verte, Clara!
-¡Y yo a ti, Heidi, estoy muy feliz!
Las muchachas y sus madres estaban radiantes de felicidad por estar juntas nuevamente, sin duda que eran amistades muy fuertes y bonitas.
Después de todos los saludos, se dirigieron hacia casa. Trueno les recibió ladrando felizmente y Brígida, la cual estaba hilando, se alegró de verles. Clara y su familia la saludaron con abrazos, muy felices de volver a verla. Clara se sentía apenada al ver que Brígida se veía peor cada año que pasaba, aún así se alegró mucho de verla levantada ese día y de ver que ella aún tenía fuerzas para seguir hilando.
Después de eso, llegó el momento de repartir los regalos que Clara trajo para todos: Había traído salchichas para Pedro y Tobías. Este último estaba en los pastos, por lo que Heidi reservó las suyas para la cena, mientras que Pedro sonreía feliz con ese precioso regalo ante sus ojos. Para Ana, Greta había traído un libro en donde se explicaban diferentes técnicas de pintura y demás asuntos relacionados con el arte. Ana estaba muy feliz porque en sus manos tenía sus más amadas pasiones, la pintura y la lectura. Mientras que para Heidi, Clara había traído un par de libros y una caja de madera llena de hilos de diferentes colores para coser, algo que Heidi solía hacer mucho ya que Brígida no se encontraba a veces bien para ello. La joven agradeció mucho esos bonitos regalos de su amiga.
Llegó la hora de comer y todos juntos pudieron disfrutar de una deliciosa comida, en especial Clara y su familia, quienes recuperaron las fuerzas y las energías después del largo viaje que habían hecho.
El resto del día pasó de manera agradable, Hans y Clara estuvieron deshaciendo sus maletas y descansando del viaje, mientras que Greta y Ana pasaron el día juntas, hablando de amiga a amiga y contándose todo lo que no se habían contado en sus cartas. Heidi aprovechó la tarde para leer alguno de sus libros y coser algunas prendas de ropa de sus hijos. Pedro regresó a la carpintería para seguir trabajando.
Cuando cayó el sol, Tobías regresó de los pastos con el rebaño. En la plaza del pueblo, Pedro le estaba esperando. Una vez que las cabras fueron devueltas a los aldeanos, padre e hijo se marcharon con Flor, Estrella y Princesa a casa. Nada más llegar, Tobías fue recibido por Greta. La muchacha corrió hacia su mejor amigo para saludarle.
-¡Hola Tobías! -exclamó Greta mientras le abrazaba. -¡Cuánto me alegro de verte!
El joven se sonrojó mucho al sentirla tan cerca, pero estaba feliz de tenerla de nuevo ahí y la rodeó con sus brazos para devolverle el abrazo.
-Yo también me alegro mucho de verte otra vez, Greta. -dijo él.
La muchacha le sonrió y él hizo lo mismo inmediatamente después. Luego, Tobías saludó a Hans y a Clara. Después, todos se sentaron a la mesa para cenar juntos. Heidi recordó el regalo que Clara le había traído a Tobías, por lo que lo puso en el centro de la mesa.
-¡Cáscaras, salchichas! -exclamó el muchacho relamiéndose los labios. -¡Muchas gracias, tía Clara!
-De nada, Tobías. -contestó ella sonriendo.
Greta no pudo evitar reírse tiernamente de su amigo, las deliciosas salchichas de Frankfurt eran otra de las razones por las que Tobías deseaba cada año que Greta y sus padres vinieran a los Alpes.
Todos se pusieron a cenar y durante la cena pudieron disfrutar de buenas conversaciones. Cuando llegó el momento del postre, Heidi se dirigió hacia la cocina y sacó una de sus famosas tartas de queso. Pedro y Tobías ya se relamían los labios, y Clara estaba ansiosa por volver a comer un trozo de la tarta de su mejor amiga. Esta última ayudó a Heidi a servirla.
-Está deliciosa, Heidi. Ya te lo dije en la última carta, pero te lo vuelvo a decir, amo tus tartas. No me extraña nada que consiguieras vender todas en la feria de artesanía de Maienfeld.
-Conozco muchas pastelerías en Frankfurt, pero ninguna de las tartas que venden en ellas está tan rica como la tuya. -dijo Hans.
-Mis padres tienen razón. -dijo Greta. -Me encantan tus tartas, tía Heidi. ¿Cuál es tu secreto para hacerlas tan ricas?
-No sabéis lo mucho que os lo agradezco y lo feliz que me hace saber que os encanten. Os diré la verdad, las tartas que yo hago son muy sencillas, no tienen mucho misterio. Utilizo leche, huevos y harina, entre otros ingredientes, sin olvidarme del queso y la mermelada de grosellas o de manzana que siempre pongo como cobertura en la parte de arriba. El único secreto que tienen estas tartas es hacerlas con mucho amor y cariño.
-Esa es la clave. -dijo Clara sonriendo. -Y como tú eres una mujer llena de amor y cariño es normal que salgan así de ricas.
Heidi sonrió a su amiga. Pedro, Tobías y Ana también sonreían, confirmando las palabras de Clara. Heidi era así, una esposa y madre amorosa y cariñosa.
Después de tomar el postre y de conversar durante un rato más, recogieron la mesa y al poco cada uno se marchó a su respectiva habitación para descansar, ya que mañana les esperaba un día muy activo.
Llegó la mañana siguiente, y ese día todos subirían a los pastos, excepto Pedro, el cual estaría trabajando en la carpintería como cada día junto a Tomás y Carlos.
El camino era largo, pero al final no lo resultó tanto ya que durante todo el trayecto cada uno empezó a hablar sobre las diferentes anécdotas y momentos inolvidables que vivieron los años anteriores.
Cuando llegaron a la cabaña de los Alpes, Heidi se quiso detener unos minutos allí. Aquel lugar era muy significativo para ella. Era cierto que hacía años que ni ella ni su familia vivían allí, a veces solían subir a verla y echar un vistazo los alrededores. Y en invierno siempre iba con Pedro y sus hijos a recoger heno para dejarlo debajo de los abetos y de esa manera dar de comer a los animales que se refugiaban del frío y la nieve debajo de ellos. Tobías y Ana miraban a su madre, ellos también tenían algún recuerdo de cuando vivieron ahí. Y la que también guardaba bonitos recuerdos de la cabaña, era Clara. Su primera visita a los Alpes fue su salvación, la cura de su enfermedad.
Pero otros grandes recuerdos de Heidi en esa cabaña eran su abuelito y Niebla. La pérdida de su perro fue un golpe duro, pero la pérdida de su querido abuelito lo fue mucho más. Aquello dejó un hueco en su corazón que solo podía llenar con los recuerdos de su vida junto a él. Aún así, Heidi se sentía feliz, de una forma u otra siempre le tenía presente y cuando sentía nostalgia por él, miraba la réplica de madera de la cabaña que Pedro le regaló a Heidi años atrás, en donde también talló una figurita del abuelito y otra de Niebla.
Reanudaron la marcha y al poco llegaron a las praderas. Miles de flores de colores adornaban los verdes prados del lugar. Aprovecharon de pararse unos minutos allí también. Heidi y Ana agarraron muchas flores e hicieron coronas para ellas y sus amigas.
Tobías miraba disimuladamente a Greta, las flores que adornaban su cabello rubio le hacían ver más hermosa de lo que ya era y él no podía negar lo mucho que su amiga le llamaba la atención. El muchacho buscó las flores más bonitas de toda la pradera, agarró unas cuantas y se las entregó a Greta cuando en esos momentos nadie les miraba. Ella sonrió feliz y a él le hizo sonrojarse. Pero Heidi sí les había visto y sonrió por ese gesto tan tierno por parte de su hijo.
Siguieron avanzando y al fin llegaron a los pastos, en donde las cabras se esparcieron para comer. Heidi, sus hijos y sus amigos se tumbaron sobre la hierba para descansar de la larga caminata que habían hecho desde el pueblo.
El día fue transcurriendo felizmente, Heidi se encontraba tranquila, amaba estar tumbada sobre la hierba, aunque echaba de menos a Pedro. Los pastos eran un lugar muy especial para ambos, y ella había compartido miles de momentos allí con él. Momentos de amistad, de sentimientos encontrados y de confesiones de amor. Pero ahora también era el lugar en el que Tobías y Ana también habían compartido y seguían compartiendo bonitos momentos entre hermanos.
Durante los días posteriores, solo los muchachos subían a los pastos con las cabras y Trueno. Hans solía ir por las mañanas a la carpintería de Pedro, años atrás había empezado a entablar amistad con Tomás y Carlos y casi todo el día el hombre se pasaba las horas allí. Mientras que Heidi y Clara aprovechaban el día juntas, a ratos hacían compañía a Brígida o le hacían alguna visita a Marta y pasaban el rato con ella. Sin duda de que el verano estaba transcurriendo en muy buena compañía.
Aquella mañana en los pastos, Tobías acababa de despertarse de su siesta. Su hermana estaba pintando uno de sus cuadros y Greta la observaba detenidamente. Las dos amigas conversaban felizmente, mientras que Tobías escuchaba la conversación.
-Ese cuadro te está quedando precioso, tengo como amiga a la mejor pintora del mundo.
-Gracias Greta. -dijo Ana sonriendo. -No quería decirte nada todavía, pero este cuadro que quiero terminar de pintar hoy es para ti.
-¡Oh, gracias Anita!
-De nada. -dijo esta con una sonrisa. -Aunque creo que tendrás que hacer un hueco en la pared de tu habitación para otro cuadro mío.
Ambas se rieron.
-No me importa, adornan mucho el cuarto. -dijo Greta sonriendo. -¿Te gustó el libro que te regalé?
-Me encantó, cada día antes de acostarme suelo ponerme a leer un rato. Me encantan las técnicas de pintura que ahí se explican, creo que intentaré poner alguna en práctica.
-Seguro que lo harás genial.
Ana sonrió a su amiga.
-¿Y tú qué haces ahora que ya terminaste de estudiar en la escuela de Señoritas?
-Tengo bastante tiempo libre hasta que empiece a cursar mis estudios superiores y trabaje en la empresa de papá. Estas últimas semanas me he estado dedicado a mis clases particulares de piano, a leer y a pasar tiempo con algunas de las amigas que hice en la escuela. Y otras veces cuando viene Braulio a casa también lo pasamos muy bien. Hace poco me fui con él y sus padres al bosque que hay en las afueras de Frankfurt.
-¿Quién es Braulio? -preguntó de repente Tobías.
-Es un amigo. -respondió Greta.
-¿Un amigo?
-Sí. Su padre trabaja en la empresa del mío y muchas veces suele venir a casa para hablar con mi padre sobre trabajo. A veces, Braulio aprovecha y también viene con él y pasamos la tarde juntos. Es un muchacho muy agradable y muy educado. Tiene la misma edad que yo y está muy centrado en su estudios. Desea convertirse en abogado, tiene un gran futuro por delante.
-Ya, me imagino... -dijo Tobías un poco serio.
-Yo sí había oído hablar de Braulio porque Greta suele hablarme de él en sus cartas. -dijo Ana.
-¿Qué? ¿Tú sabías de él? -preguntó Tobías sorprendido.
La muchacha asintió, pero Tobías no dijo nada más al respecto, aunque se sentía muy confundido. -Cáscaras, ¿Greta suele hablarle muy a menudo a Ana de Braulio? ¿Tan amiga es de él? -se preguntaba el joven una y otra vez en su cabeza. Tobías ya no podía olvidarse de ese chico.
El transcurso del día fue tranquilo, y una vez que el sol se escondió por detrás de las montañas, los tres amigos regresaron al pueblo junto a Trueno y el rebaño. Después fueron a casa, y para su sorpresa se encontraron a Tomás, Marta y Carlos, quienes habían sido invitados a cenar por Pedro y Heidi. Brígida se encontraba mejor aquel día y también se levantó de su cama y acompañó a todos en la cena. Las tres familias pudieron disfrutar de deliciosos alimentos en muy buena compañía y, para rematar la noche, una de las tartas de Heidi.
-Muchas gracias por la invitación. -dijo Marta.
-No hay de qué, ha sido una cena muy entretenida. -dijo Heidi.
-Siempre que lo deseeis estáis invitados. -dijo Pedro.
-Y fue un placer compartir otra cena con vosotros. -dijo Tomás mirando a Hans y a Clara.
-Para nosotros también fue un placer. -dijo Hans.
-Sí, el año pasado lo pasamos muy bien en la última cena juntos. -añadió Clara.
Tomás y Marta sonrieron. Mientras los adultos se despedían, los muchachos estaban en el patio de la casa. Esa noche se podían ver miles de estrellas y las chicas quisieron salir a contemplarlas, Tobías y Carlos les hicieron compañía. Ellas miraban fascinadas las estrellas, mientras que ellos les miraban a ellas disimuladamente. De repente, Heidi apareció.
-Carlos, tus padres se marchan ya, te están esperando.
-En seguida voy.
Este se despidió de sus amigos, en especial de Ana, a quien dedicó una sonrisa antes de salir por la puerta. Esta le devolvió la sonrisa, sonrojada. Heidi se dio cuenta de esos cariñosos gestos pero no dijo nada, simplemente sonrió tiernamente.
Tomás y su familia se marcharon a su casa mientras Heidi y la suya recogían todo. Después, cada uno se dispuso a irse a su habitación. Excepto Tobías, quien no tenía sueño y se había quedado un rato más en el patio de la casa, mirando las estrellas mientras pensaba. Ana tampoco tenía mucho sueño aquella noche y se sentó a su lado para hacerle compañía. Aprovechando que estaban solos, el muchacho quiso preguntarle algo a su hermana.
-Oye Ana, ¿por qué nunca me hablaste de Braulio? -preguntó Tobías algo molesto.
-¿De Braulio? No pensé que fuera algo importante. Además, de él solo sé lo que Greta dijo en los pastos. Yo no le conozco tan bien, Tobías.
-Maldita sea...
-¿Qué te pasa, Tobi?
-Nada, déjalo.
Ana frunció el ceño.
-A mí no me puedes engañar que soy tu hermana, sé que algo te pasa.
-No me pasa nada, Ana.
-Espera un momento... ¿No me digas que estás celoso de ese chico? -preguntó Ana riéndose.
-¿Qué? Yo... Yo no estoy celoso de nadie, cáscaras. -dijo Tobías, un poco nervioso.
-Ya, claro... -dijo Ana con una ceja levantada.
-Que no.
-Bueno, lo que tú digas... Pero de todas formas no te preocupes, es solo un amigo de Greta.
-Yo también soy un amigo de Greta, o al menos es lo que ella me considera. Solo un amigo... -dijo Tobías algo desanimado mientras miraba a las estrellas.
Ana le miró, sabía lo que le estaba pasando a su hermano, aunque él no quisiera admitirlo. De repente, alguien más apareció ahí, era Heidi.
-¿Tobi, Anita? ¿Qué hacéis todavía aquí? Pensé que ya estabais acostados.
-Ya casi nos íbamos a la cama, mamá. Solo estábamos hablando un rato. -dijo Ana.
-Ya veo.
-En seguida vamos a nuestras habitaciones, madre. -dijo Tobías.
Heidi sonrió tiernamente y asintió con la cabeza.
-Mañana os espera otro entretenido día en los pastos. Tenéis que descansar, ya es tarde. Mañana podéis seguir hablando. ¿De acuerdo, mis amores? -les dijo ella dulcemente.
Tobías y Ana asintieron y sonrieron. Ambos abrazaron a su madre y ella les dio un tierno beso de buenas noches en sus frentes. Después, cada uno se marchó a su correspondiente habitación.
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