3. Carta de Clara
Pasó una semana, y aquella mañana después de que Pedro se marchara a la carpintería y Tobías se fuera con las cabras a los pastos, el cartero le entregó dos cartas a Heidi cuando la vio salir de la panadería del pueblo después de intercambiar sus quesos por pan.
-Buenos días, Heidi.
-Buenos días, señor cartero.
-Tengo dos cartas procedentes de Frankfurt, una para ti y otra para tu hija. -dijo el cartero mientras se las entregaba.
Heidi sonrió, ella ya sabía de quiénes eran esas cartas.
-¡Estupendo, muchas gracias!
-Un placer, adiós Heidi.
-¡Hasta luego!
Después de eso, Heidi regresó rápidamente a casa. Nada más llegar, dejó el pan sobre la mesa de la cocina, preparó una infusión a su hija y se la llevó a la habitación. Ese día, Ana no había acompañado a su hermano a los pastos. A la muchacha le acababa de bajar el periodo y sentía muchas molestias en su vientre.
-¿Cómo sigues Anita? -preguntó Heidi mientras entraba en la habitación de su hija.
-Bueno... ahí voy... todavía me duele un poco. -dijo ella tocando su vientre.
-Te entiendo hija, el primer día es normal que duela.
-Ya...
-Tranquila, tómate esto. Estas hierbas son muy buenas para los dolores menstruales, yo siempre las tomo y me van muy bien. -dijo Heidi mientras le entregaba a su hija la infusión.
-Gracias mamá. -dijo Ana mientras cogía el vaso y se ponía a beber. -Qué fastidio, a veces me gustaría no tener el periodo...
Heidi se rió con cariño.
-Te entiendo mi vida, yo también pensaba así. Pero con el periodo, las mujeres podemos tener hijos. Gracias a eso, tú y tu hermano estáis aquí.
-Lo sé, mamá. -dijo Ana esbozando una sonrisa. -Pero en estos tres primeros años que llevo con esto aún siento que me falta acostumbrarme a ello, al principio me resultaba muy extraño. ¿A ti también te pasaba?
-La verdad es que sí, recuerdo que al principio me costó acostumbrarme también. La primera vez que lo tuve fue con 13 años, un año antes que tú, y en ese momento me asusté pensando que estaba enferma o que me iba a morir. -dijo Heidi riéndose.
Ana también se rió.
-Sí, a mí me pasó igual. ¿Recuerdas cuando corrí asustada a buscarte a la habitación aquel día?
-Sí, lo recuerdo muy bien, Anita. -dijo Heidi riéndose tiernamente.
-Me lo tuviste que explicar todo.
-Sí, tú tienes a una madre que puede explicarte todo lo que no sabes. Yo, en cambio, no tenía madre y las únicas mujeres a las que tenía cerca eran tu abuela Brígida y tu bisabuela. Acudí a ellas para que me lo explicaran y me dijeran lo que debía y no debía hacer.
-Gracias a Dios que yo sí tengo a mi madre. -dijo Ana sonriendo mientras abrazaba a Heidi. -Te quiero, mamá.
-Y yo a ti, mi vida. -dijo Heidi con otra sonrisa en su rostro.
Después de ese abrazo entre madre e hija, Heidi le entregó a Ana la carta.
-El cartero me dio esto para ti, adivina de quién puede ser.
-¡De Greta!
Heidi asintió y Ana sonrió feliz.
-¡Qué bien! Ahora mismo voy a leerla. -exclamó Ana entusiasmada. -¿Te escribió la tía Clara?
-Sí, y yo también voy a hacer lo mismo que tú, leer la carta. La dejé en la cocina, voy para allá. Te dejo descansar un rato mientras lees y terminas de beber la infusión.
-De acuerdo mamá.
Heidi sonrió y se marchó a la cocina para leer la carta que le había mandado Clara. Se sentó encima de un taburete y comenzó a leer.
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Querida Heidi:
En primer lugar, perdóname por no haberte escrito antes. He tenido mucho trabajo estas últimas semanas, ya sabes, los días previos a las vacaciones siempre ocurre igual. Espero que todos sigáis tan bien como siempre. Por cierto, me alegro de que Brígida se levante más a menudo de la cama, también le viene bien andar un poco para sus piernas, aunque sé que el dolor a veces es insoportable. Puedo entenderla perfectamente.
Nosotros seguimos bien, como siempre. Greta ya terminó la escuela de Señoritas. Durante estos cuatro años que estuvo asistiendo a ella ha aprendido muchas cosas, tanto Hans como yo estamos muy felices por ello. Greta sigue aprendiendo piano en sus clases particulares. Aunque en la escuela ya tenía, ella se ha empeñado en continuar. Allí también aprendió a tocar el violín, recibió clases de baile e incluso algo de pintura. Seguro que de esto último tendrá que contarle mucho a Ana. Hans está muy contento con el trabajo, ha conseguido hacer nuevas negociaciones en estas últimas semanas y él y sus compañeros están muy contentos. Mi padre sigue ahí, con los achaques de la edad. Desde que se jubiló se pasa todo el día conmigo, creo que quiere recuperar el tiempo que no pudimos estar juntos debido a su trabajo. Yo estoy muy feliz por ello, eso es lo bueno de trabajar en casa, poder tener tiempo para estar con la familia.
Por cierto, me gustó mucho leer sobre vuestra experiencia en la feria de Maienfeld en la última carta que me mandaste. Estoy muy contenta de todo lo que conseguisteis vender, en especial tú. Siempre te digo lo mismo, eres muy buena haciendo tartas de queso. Cuando estoy en Frankfurt echo de menos tomarme un trozo de ellas. Pero quiero que sepas que ya queda poco para eso porque tengo que decirte que a partir de la próxima semana Hans y yo por fin tendremos nuestras vacaciones de verano, y en cuanto acabemos nuestro último día de trabajo cogeremos nuestras maletas y los tres nos marcharemos a los Alpes. Estamos muy contentos de volver a veros a todos, en especial Greta, ella está ansiosa por ver de nuevo a Ana y a Tobías. Me hubiera gustado que mi padre también fuera y pudiera respirar el aire tan puro que hay en las montañas. Pero es un viaje muy largo para su edad y al final hemos decidido que se quedará en casa.
Tengo muchísimas ganas de volver a verte, Heidi. Siento mucho que solo podamos vernos en esta época del año. Ojalá algún día podamos vernos todos los días.
Sin más, me despido mandando un fuerte abrazo a Pedro, a vuestros hijos y a Brígida. Y para ti, muchos besos y más abrazos. ¡Te quiero mucho!
Nos vemos pronto.
Tu amiga por siempre:
CLARA
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Heidi sonrió feliz por la noticia, cuando de repente escuchó un grito de felicidad de Ana, la cual venía corriendo con la carta de Greta en la mano.
-¡Mamá! ¡Greta y sus padres vendrán la semana que viene!
-Lo sé cariño, la tía Clara también me lo dijo en su carta. -dijo Heidi sonriendo.
-Que feliz estoy.
-Yo también. En cuanto vuelva tu padre se lo diré.
-Y yo se lo diré a Tobías. -dijo Ana sonriendo pensando en la conversación que tuvo con él la semana pasada en los pastos. -Estoy segura de que se alegrará mucho de verla.
-Verás que sí. ¿Cómo estás, Anita?
-Mucho mejor, mamá. Se me pasó el dolor.
-Ya veo. Parece que la infusión y la noticia de que viene Greta han hecho cesar tus dolores menstruales.
Ambas se echaron a reír.
-Voy a decírselo a la abuelita, le alegrará saber que la tía Clara regresa a los Alpes. Y después le escribiré a Greta. -dijo Ana.
-Estupendo.
Ana sonrió y se fue corriendo hacia la habitación de Brígida para darle la noticia. Heidi la miraba y se reía tiernamente, tenía la misma energía y entusiasmo que ella siempre tuvo y que aún seguía conservando.
Heidi también decidió contestar la carta de Clara, por lo que cogió papel y tinta y comenzó a escribir.
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Querida Clara:
Lo primero que quiero decirte es que estoy muy feliz de que vengáis a los Alpes. Ya cuento los días que faltan para ello. Siento que no pueda venir tu padre, pero lo entiendo, tía Brígida también está con los achaques de la edad. Aun así, estoy segura de que lo pasaremos estupendamente con vosotros tres. Ana se puso muy contenta al saber que Greta va a venir, y Tobías también tiene ganas de verla. Pedro también desea ver de nuevo a Hans, y yo ya tengo muchísimas ganas de que estés aquí, Clara.
Me alegro de que estéis todos bien. Nosotros también, seguimos como siempre. Pedro está muy atareado con su trabajo en la carpintería, pero con la ayuda de Tomás y Carlos lo lleva bastante bien. Esta familia es muy agradable, Marta y yo también nos llevamos muy bien, es una mujer encantadora. Cuando vengáis, les diré que coman o cenen con nosotros algún día. Tobías está muy contento con su trabajo de cabrero y con la elaboración de sus quesos, ahora casi siempre es él quien los prepara en casa. Yo también sigo haciéndolos, pero últimamente hago más tartas, en cuanto vengáis prepararé una. Ana sigue con sus pinturas, cada vez dibuja mejor y no hay ni una sola habitación de esta casa que no tenga uno o dos cuadros pintados por ella. Me imagino que la habitación de Greta estará igual porque todos los años le regala uno. Aunque no solo se dedica a pintar, también disfruta mucho haciendo algunos bordados y leyendo libros, al igual que yo.
No tengo mucho más que contarte esta vez, solo decirte de nuevo que ya tengo ganas de verte. Espero que no os agobiéis mucho en esta última semana de trabajo que os queda. Pensad que muy pronto estaréis aquí, con nosotros, libres de estrés y disfrutando de plena naturaleza.
Sin más, me despido mandando un fuerte abrazo a Hans, a Greta y a tu padre. Y para ti, muchos besos y más abrazos. ¡Te quiero mucho!
Nos vemos pronto.
Tu amiga por siempre:
HEIDI
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Heidi releyó la carta un par de veces y después se llevó la suya y la de Ana a la oficina postal del pueblo para que al día siguiente fueran enviadas.
Cuando Pedro y Tobías regresaron por la tarde de sus respectivos trabajos, Heidi y Ana les dieron la noticia durante la cena.
-¿A qué no sabéis quienes nos mandaron cartas? -preguntó Ana sonriendo.
-Con esa cara de felicidad que tienes me imagino que Greta y la tía Clara. -dijo Tobías.
-¡Sí!
-¿Y qué os dijeron? -preguntó Pedro.
-La semana que viene tendremos de nuevo a nuestros amigos aquí. -dijo Heidi.
-¡Cáscaras! ¿De verdad? -preguntó Tobías.
Ana sonrió y asintió.
-Verás a Greta dentro de una semana, Tobi, que ya sé las ganas que tienes de verla. -le dijo Ana con una mirada de pilla haciendo que Tobías se sonrojara.
-Yo... pues claro cáscaras, también es mi mejor amiga... -dijo este un poco nervioso.
Ana se rió, pero no quiso molestarle más hablándole de Greta delante de sus padres.
-Me alegro de que pronto volveré a ver a Hans. -dijo Pedro sonriendo.
-Y yo, estoy tan feliz de volver a ver a Clara... Le dije que un día comeremos con Tomás, Marta y Carlos. Lo pasaremos muy bien todos juntos.
-Muy buena idea cariño. -dijo Pedro.
-¿Carlos vendrá también? Qué bien, ¿verdad, Anita? -le preguntó Tobías a su hermana poniendo la misma mirada de pillo que ella puso antes.
La muchacha se sonrojó.
-Carlos también es nuestro mejor amigo, lo pasaremos muy bien con él y con Greta. -dijo Ana.
Tobías no dijo más, no quería seguir hablándole de Carlos delante de sus padres. Sin embargo, Pedro y Heidi no eran para nada tontos, y cuando muchas veces les oían hablar así de sus respectivos amigos ya conocían las razones. A veces, los sentimientos eran difíciles de esconder para aquellos que habían vivido lo mismo.
Terminaron de cenar y recogieron la mesa. Tobías y Ana decidieron irse a sus respectivas habitaciones y en poco tiempo lograron quedarse dormidos. Heidi también se marchó a la suya, pero Pedro se dirigió hacia el taller de su casa para terminar de hacer algunas cosas.
Cuando llegó a su habitación, Heidi se puso su camisón y releyó de nuevo la carta de Clara. Sonrió feliz al pensar en que pronto volvería a ver a su querida amiga. Después, la guardó en un cajón del armario en donde tenía las demás cartas que ella le había mandando durante todos esos años. Ya había perdido la cuenta de todas las que tenía.
De repente, Heidi abrió uno de los cajones y en ellos vio aquel camisón rojo que Clara le regaló en uno de sus aniversarios. Lo había usado muchas veces y casi todas fueron por petición de Pedro, quien al verla con él no podría resistirlo y se lo terminaba quitando ansioso por ella. La joven se reía con cariño recordando esos momentos y, justo en ese instante, su esposo entraba en la habitación.
-Bueno, ya terminé. Hoy estoy agotado. -dijo Pedro mientras se dejaba caer encima de la cama.
-Amor, mira. -dijo Heidi mientras sacaba el camisón del cajón para enseñárselo. -¿Lo recuerdas?
Los ojos de su marido se abrieron por completo.
-Cáscaras, ¿cómo voy a olvidarme de eso y de todas esas noches?
Heidi se rio.
-¿Ya no te vale? -preguntó Pedro mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia ella.
-Hace como cinco años que dejó de valerme. -dijo Heidi mientras lo guardaba de nuevo en el armario. -Así que siempre quedará ahí guardado, como un recuerdo. Al fin y al cabo fue un regalo de Clara.
-Sí, y creo que fue el mejor regalo de todos los que te ha hecho. A ti te regaló el camisón, pero a mí me regaló el poder verte con él. -dijo Pedro mientras agarraba a Heidi de la cintura haciendo que esta se riera.
-Ya me imaginaba que dirías algo así. Pero apenas podía lucirlo porque te recuerdo que siempre me duraba poco tiempo puesto...
Pedro se rió.
-Lo reconozco, era demasiado para mí verte con él. No puedo evitarlo Heidi, tus curvas me fascinan desde la primera vez. Y si ahora te lo pusieras me pasaría igual.
-Eso es ahora, pero llegará el día en el que ya no verás igual aunque me ponga otro camisón así.
-¿Por qué lo dices?
-Todavía estoy bien porque soy joven y, como tú dices, te fascino. Estos 18 años que llevamos casados han sido muy intensos en lo que respecta a, ya sabes, nuestras relaciones íntimas. Siempre hemos vivido nuestro amor con mucha pasión y mucha ternura a la vez. Pero... cuando pasen los años...
-¿Cuando pasen los años?
-Sí, es que dicen que con los años se van perdiendo las ganas y que a veces el cariño puede ser diferente...
-Yo también he escuchado eso... Pero, ¿sabes algo? Eso depende de cómo se trate la pareja.
-Tal vez.
-Verás, te contaré algo, Heidi. La semana pasada en la feria de Maienfeld atendí a una pareja de ancianos que tenían alrededor de 70 años. Ellos se pusieron a conversar conmigo y me contaron casi su vida... ¿Sabes cuánto tiempo llevaban casados? 50 años.
-¡¿50 años?! -preguntó Heidi abriendo los ojos por completo.
-Sí, y yo los veía muy cariñosos el uno con el otro, como si fuesen dos jóvenes recién casados. Y la verdad es que yo también quiero eso contigo, Heidi. ¿Crees que porque pasen los años dejaré de verte como ahora? No importa el tiempo que pase, tú eres mi esposa, la mujer de mi vida, y nunca me cansaré de verte igual que la primera vez. -dijo Pedro acariciando la mejilla de su amada Heidi. -Quiero que cuando seamos ancianos, como aquella pareja, nos sigamos mostrando ese mismo amor y cariño que ahora nos mostramos.
Heidi le sonrió tiernamente a su marido.
-Yo también lo quiero, Pedro. Quiero que la llama de nuestro amor siga con tanta intensidad como el principio y que siempre nos amemos como lo estamos haciendo hasta ahora, de la forma más tierna y apasionada que existe.
-Por eso tenemos que seguir avivando esa llama más y más. Y tú sabes una de las maneras en cómo podemos avivarla, ¿verdad? -preguntó Pedro con una sonrisa traviesa.
-Por supuesto que sí. -contestó Heidi sonriéndole de la misma manera mientras le empujaba levemente, haciendo que él se cayera sobre la cama. -Sé muy bien cómo avivarla más.
Heidi se sentó encima de Pedro y comenzó a meter las manos por debajo de su ropa, acariciando su cuerpo mientras le miraba y le sonreía de esa manera que a él tanto le enloquecía.
-Lo sabes muy bien. -dijo Pedro mientras se incorporaba. -Pero yo también sé. Ven aquí, cáscaras.
Él comenzó a besarla ansiosamente mientras le quitaba toda la ropa y después se deshacía de la suya propia, dejando cada prenda desperdigada por el suelo. Se tumbaron sobre la cama y dieron comienzo a una buena ración de besos y caricias en el cuerpo del uno y del otro. Hasta que las ganas de fusionarse se hicieron presentes. Pedro se situó encima de Heidi y entró en su más profunda intimidad, uniendo sus cuerpos una vez más. Al principio, los movimientos de Pedro eran lentos, pero después, estos se hicieron más rápidos y potentes. Con respiraciones agitadas y gemidos por parte de ambos, alcanzaron el más intenso de los placeres.
Acabaron agotados y satisfechos y, cuando por fin recuperaron el aliento, se miraron y se sonrieron.
-Con este fuego tan intenso que sigue habiendo entre nosotros, dudo que la llama del amor se apague algún día. -dijo Heidi.
-Ya te digo.
-Que no se apague nunca, Pedro.
-Nunca, Heidi.
Ambos se rieron tiernamente y volvieron a besarse un rato más, de manera lenta y dulce y con algún pequeño y travieso mordisco de por medio. Hasta que al final, agotados de amarse tanto, se quedaron dormidos. No había duda, para ellos la llama del amor seguía tan encendida como el primer día.
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